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La cancién de la carencia Entre mis hermanos, si alguno ha de prestarme oido por un momento, ésta es la cancién de la ca- rencia. Habré quien recuerde al joven nieto del doctor Hazn, que un dia partié a conocer el mun- do, y de quien pocas noticias se tuvo desde enton- ces?, entre los amigos de su infancia, éhabré quien se acoja a ofrecerle un hombro para que su peso sea llevadero?, entre las mujeres de su vecindario, cha- bré alguna que recuerde su nombre al fijarse en el iris de los ojos de Mariam, su madre?, entre los hombres de su estispe, chay quien no lo maldiga, y entienda que cuando cometio sus faltas no llevaba su alma consigo? Recurro con sinceridad a la confi- dencia de la lengua materna, ahora que el tiempo me habri borrado de las oraciones que quisieron re- tenerme. Quisiera, como el carretonero de Qazvin, egar hasta las empinadas calles de Qazir Khan, al- borotando con el campanilleo del asno, alzando revuelo en los patios, pregonando, ofteciendo ju- guetillos para los nifios, telas para las amas y noti cias frescas para los hombres, y recibir un vaso de 177 té a cambio de mi conversacién. Hace mucho que no tengo un buen amigo en cuya mano de hombre deposite yo la mia, charlando mientras la tarde avan- za, en aquella esquina poco frecuentada por los au- toméviles. Durante varios afios, algunos de los mios habran recibido mis cartas mas 0 menos gloriosas, para mi desesperadas, que escribi con la remota con- fianza de que mi mano aleteara caligréficamente bajo sus mejillas. En la soledad extrema de un dor- mitorio maloliente, sin una lampara de noche, sin tun lavabo, perdiendo la lengua matema a fuerza de rumiarla, cémo se extrafia el perfume que brota del aliento de un amigo, a menta, a comino, a tabaco, aquellas noctumas charlas afortunadas en tomo a tuna mesilla donde se sirve la sopa caliente, aquellas, horas gastadas en compafiia mirando a la calle des- de Ja terraza del café, consumiendo cada uno su paquete de cigarrillos, aquellos anocheceres que pa- samos tumbados sobre alfombras, contemplando desde el jardin de los Al-Ghita las luces de Tehern_ encenderse. Amigos, no crean que soy como el in- grato de los proverbios que sélo acude a la temura en la necesidad, puesto que ni siquiera estoy en con- dicién de solicitar favores; sdlo los del ofdo, si algu- no ha de atenderme. . Esta es la cancién de a carencia. Ya pizca mi voz una melodia. Nada hay mas palpable que el movimiento, siempre lo ha habido y siempre lo ha- bri, el movimiento espontineo de unas pequefias notas estd en el origen de todas las mociones, mo- 178 vimiento que se mueve a si mismo y en el que los demas se generan. iPero lejos de mi est4 comparar a Dios con un principio generador! Si las ufias de un salterio pudieran pespuntear el hueco de mi voz, lo que cabrfa en ese movimiento en tanto que reside en mi, hermanos, seria el alma, el alma que yo no poseo, pues soy como esos némadas adoradores de idolos que se trasladan de aqui para alld sin nunca conducir sus pasos hacia Dios. ee acuerdas, Mirza?, éDarius, qué te dicen mis palabras? Desde la infancia depositabamos nuestro amor, pero éramos timidos. Aquel amor a una nifia o.aun muchachito sédlo halla correspondencia cuan- do depositas tu alma y aprendes a ser recipiente de un secreto. Es un juego como el de una cinta revo- loteando al aire en sus dos fases, la manifestacisn y el ocultamiento. Ahi se conoce en la inocencia el primer regalo de amor, pero se enfrenta ya la pérdi- da, iprimera experiencia de lo bello, inalcanzable! Entre nifios incapaces de entrega se puede sostener una pasién delicadisima que predispone al abando- no, y desde ahi se decide tu vida si la mente queda perpleja y no hallas la fe. (Hermanos, ésta es la can- cién de la carencia! Cuando alguien pierde el alma, su cuerpo rueda y anda sin verdadero movimiento, no hay luz que emane de él. En la ciudad, el cuerpo sin alma de un hombre se mueve como una fiera a la que le falta- ra el bosque. Entre los olores él no reconoce las co- sas, sus semejantes se le deshacen cual muros de 179 dt polvo, su anhelo y su memoria son ahora puro re- flejo en las vidrieras, sus movimientos son el salto entre los automéviles, la contraccién del estémago, el estremecimiento de invierno a la sombra de los edificios; ya nadie Jo mira de frente, ya nadie lo aborda, y quien se cruza con él lo elude ligeramen- te, ni siquiera con intencidn, pues su presencia no despierta ya propésito ni inteligencia. Se siente ser ‘una pura pérdida, y anhela en su tranco que alguien hhaga uso de él como un objeto. ‘Hermanos, hablo desde adentro como si empla- zara al mundo a testimoniar. Paso las horas echado en un camastro, mirando el cielo. Que yo recuer- de, nunca hubo en esta prisién un dia claro aunque, tuna que otra mafiana un cono de luz. se abre paso hhasta mi celda. Me dejo llevar mirando. He faltado a mi gente, Pensars, Mehdi, que me siento el ere~ mita que contempla la totalidad desde un punto fijo, pero yo pienso mucho en mujeres, en las mu- jeres que pude tener, los barrotes de la ventanita quedan suprimidos y veo pasar vaharadas, nubes que se deshilvanan. Por gris que sea, un cielo remo- vido por el viento no es tan oprimente. La primera y tiltima vez. que besé a Fatima, al despedirme, sen- ti su lengua camnosa tan abrumada de placer. Veo avanzar una nube nacarada mucho més baja, que concentra todo el cielo de la tarde, y fuerzo a entrar su lengua en mi boca, en tanto que el velo resba- la dejando aparecer el cabello negro tupido, es ver- dad que en el primer beso uno besa el alma, yo 180 paso a sus labios delgados, ahora hinchados por la presién, a las succiones, al choque indeseado de los dientes, a la busqueda del paladar con la punta de la lengua, !a circunscripcién de las encias, nubes conformandose y desvaneciéndose, oigo voces, sus- piros, oprimo la nuca, ella vuelve a besarme, no ce- sa, el cielo se desvanece en el portal de un templo, siento de nuevo en mi labio el roce de su lunar, ella me conduce a la alacena, me atrae a su olor, abro de nuevo sus labios mientras el almuecin canta el lla- mamiento a la oracién, rozo un muslo en el ondeo de las telas, y témpanos de nubes y glaciares cruzan a velocidades uniformes, tristemente, mientras los cuervos se ciernen sobre mi prisién Hermanos, iyo carezco del sentimiento religioso fundamental! Tengo una experiencia de mi mismo desligada de mis actos. Lo que se mueve en mi se li- mita a ocurrirme. Pero me basta saber algo comin a tantos hombres, algo muy puro aunque parezca, por ordinario, un disparate. Toda mi vida he identifica- do al alma con una mujer. Por qué no fue ésta la que amé, por qué no aquella otra a la que nunca volvi a ver, cudndo me senti rechazado, cuando desintere- sado, a cual podria volver a buscar un dia, cudl de ellas pensaré en mi, cudl recordara mi nombre; en- tretanto ya no guardo mi alma conmigo. A esto se reduce el testimonio de un hombre que huye de la mujer a la que ha perdido, y que canta para ustedes, dondequiera que los alcance, esta tonada: 181

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