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Jamás debes pensar que porque un hombre sea ciego no puede ver... Cierra
tus ojos. ¿Qué es lo que oyes?
— El rumor del agua y el canto de los pájaros...
— ¿Oyes los latidos de tu corazón?
— No.
— Tampoco oyes al saltamontes que hay junto a tu pie?
— Anciano maestro: ¿Cómo logras escuchar tantas cosas?
— Joven amigo: ¿cómo es posible que tú no las escuches?
— unca olvides que un sacerdote debe llevar una vida sencilla y libre de
ambiciones. Un hombre sabio camina con la cabeza baja... Sé humilde como el
polvo.
— stoy triste por usted, maestro. No ver nunca las nubes, no ver nunca el
sol sobre las aguas, el plumaje de los pájaros...
— A veces son los ojos los que ciegan al hombre.
— ¿Cómo puede ser así?
— Porque puede ver, pero no sentir. ¿Acaso el pájaro es únicamente el color
de su plumaje?
— Nadie puede pensar eso.
— Ser uno con el universo es conocer el pájaro, el sol, la nube. ¿Qué puede
entonces perder un hombre cuando pierde sus ojos?
(Ante un niño abandonado)
— ¿ or qué caminas?
— Soy un eslabón.
— Sentirse eslabón a disgusto es un despilfarro. Sentirse eslabón a gusto es
también un despilfarro. ¿Qué razón hay entonces para gastar el tiempo volviendo
a tus raíces, si eres una cadena?
— Ninguna. Cuando anochece no veo nada ni oigo nada. Pero tengo miedo
de ella.
— ¿De qué?
— De la muerte.
— De lo que no tiene vida no se puede tener miedo, porque sólo puede
sentirse miedo de lo que se yergue o de lo que se abate. No puede ser bueno
medrar a costa de otro.
— ¿Qué significa eso?
— Significa que nunca debes enorgullecerte de llegar el primero. Estar más
alto no significa estar más cerca, al igual que las espinas no significan las
lágrimas.
— ¿Por qué es así?
— Porque si el hombre sabe cómo vivir, no debe protestar de su llegada...
— l mundo en que vives es solamente agua y peces. Hay doce peces, doce
mundos.
— Sólo hay un mundo.
— Muchos: el que tú ves, el que veo yo... el de cada uno. El mundo en que
vives es misterioso, excitante, desconocido. El mío es viejo, familiar y tranquilo.
Nunca conocerás mi mundo, ni yo el tuyo.
— ¿Nunca?
— ¿Puedes ver con mis ojos? ¿Pensar con mi cerebro?
— Pero, maestro, usted es uno con la naturaleza, igual que yo.
— Somos uno en verdad, pero no somos idénticos. Cuantos seres vivos
existen poseen mundos diferentes. No te consideres el centro del universo: sabio,
recto y bello. Busca, en cambio, la sabiduría, la rectitud y la belleza para
honrarlas en todo lugar.
— ¿ ónde se encuentra el mal? ¿En la rata cuyo instinto es robar el grano,
o en el gato cuyo instinto es matar a la rata?
— La rata roba. Para ella el gato es el mal.
— Para el gato es la rata.
— Pero, maestro, uno de los dos tiene que serlo.
— La rata no roba. El gato no mata. La lluvia cae. El torrente se despeña. La
colina está inmóvil. Cada uno actúa conforme a su naturaleza.
— ¿No existe el mal entre los hombres? Cada uno habla de sí mismo como
si fuera bueno. Al menos para él.
— Una persona puede decir muchas cosas de ella misma. ¿Pero acaso el
universo del hombre es sólo él?
— Si un hombre me hace daño y yo le castigo quizás no vuelva a hacerlo a
ningún otro.
— Y ¿si no le castigas?
— Quizás piense que puede hacer lo quiera.
— Quizás. O quizás aprenderá que algunos reciben ofensas y devuelven
amistad.
— a telaraña está hecha con hilos de seda tan finos que un soplo la
destruye. Sin embargo, para la araña es un abrigo seguro.
— Para mí no es más que una telaraña.
— Cuando el viento sopla, la pluma baila en el remolino. Pero la pluma más
débil que el viento, no puede hacer otra cosa. ¿Es este el modo de los hombres?
— Los hay fuertes y los hay débiles.
— Efectivamente. ¿Qué es más fuerte, esta tabla o tu mano?
— La tabla.
— ¡Golpéala usando tu brazo como arma!... Aun siendo más fuerte, la tabla
se quiebra.
— ¿Puede lo más débil ser lo más fuerte?
— Considera el camino de la vida como una corriente. un hombre se deja
flotar y no le cuesta avanzar. El mismo hombre, si intenta ir contra la corriente se
agota. Ser uno con el universo significa encontrar el camino auténtico de cada
uno y seguirle.
— aestro, este hombre ha robado una bandeja de plata, del altar... (El
maestro le entrega al ladrón la otra bandeja con la que hacía pareja)
(El discípulo tira una piedra a las tranquilas aguas del lago...)
—¿ ué sucede?
— Maestro, estoy preocupado.
— He presentido que lo estabas en estos últimos días. Mientras tus heridas
cicatrizaban, tu espíritu ha estado sangrando.
— Es porque no he hecho nada para vengar la muerte de mis padres.
— Y ¿qué te propones hacer?
— Buscar al general y matarlo.
— ¿Tú que aún estás aprendiendo a ser hombre, contra un guerrero y sus
soldados?
— Si lo encuentro solo, podría hacerlo.
— Y si lo logras, ¿qué es lo que habrás ganado?
— Satisfacción.
(El maestro, apagando una vela...)
— o le amaba.
— Él fue mi maestro.
— ¿Cómo supo dónde encontrarle?
— Sólo podía haber un lugar para él: su sendero favorito, al pie de la colina.
Encontramos el cuerpo del maestro en una confortable postura. Su espalda
descansaba contra un árbol, mirando hacia nuestro valle. Su pelo, brillante por la
nieve, pero sus labios estaban morados, por el veneno de las moras silvestres...
— Todos le amábamos, ¿porqué se quitó la vida, entonces? ¿Yin y Yang?
— El Sí y el No. En él el No prevaleció.
— Pero yo creo que él vivía en armonía.
— Tal vez miró hacia nuestro valle, sabiendo que pronto lo abandonaría y
en lugar de la belleza que nosotros observamos, él vio fealdad.
— ¿Cómo es eso posible?
— Él veía con sus ojos. Nosotros con los nuestros... Cuando el maestro miró
hacia nuestro valle y vio la fealdad se reveló algo sobre sí mismo a él mismo y
sin duda no le agradó. Vio fealdad donde sólo existía un valle...
— aestro, ¿por qué el duelo por ese hombre? Era un desconocido. ¿Era
alguien especial?
— ¿Te enteraste de las circunstancias de su muerte?
— Le mataron en el camino los bandidos del turbante rojo. Eso es lo que me
han dicho.
— Hay algo más que no te han dicho: hay mucha maldad en este mundo.
Siempre ha sido así. Por ello, nuestros antepasados construyeron este templo y
crearon el arte del Kung-Fú, a fin de poder cultivar las virtudes y protegerse
contra todo daño. Pero, sea lo que fuere que un hombre posea, otro lo deseará. El
emperador manchú se enteró de nuestras proezas. Envió a todo un ejército de
soldados para que incendiaran el templo y lo arrasaran. Solamente cinco
pudieron escapar. Fundaron otro monasterio y la violencia fue su arma para
combatir la violencia. Por eso el sabio ha dicho, mediante argumentaciones éticas
y principios morales: se pretende demostrar que los mayores crímenes han sido
necesarios e incluso un gran beneficio para la humanidad... Han pasado
doscientos años. Los manchúes siguen en el trono, los monjes aquellos siguen
matando pero ya no por una causa noble. Sin embargo, shaolín. Y nosotros
estamos relacionados con ellos y por eso lloramos la muerte de este desconocido.
— Maestro, en lugar de lamentarnos, ¿no deberíamos hacer algo para evitar
que se repitiera?
— ¿Qué?
— Deshacer la secta. Arrebatar el poder de hacer el mal a aquellos que son
nuestros hijos.
— Eso es lo que dijeron ellos hace doscientos años... No. El mal no puede
ser dominado en el mundo. Tan sólo puede enfrentarse uno con él dentro de sí
mismo.
— ¿ e encuentras bien?
— Sí. Me sangra la nariz...
— Eso es porque peleaste con ira. Ese es un mal modo de pelear.
— Yo quería hacerle pagar un insulto.
— Y ¿qué insulto era ese?
— Me llamó "aceite y agua" porque llevo en mí sangre blanca.
— ¿Y eso te hizo sangrar por la nariz?
— Me produjo dolor
— ¿Es que se trata de la mentira?
— No. Es la verdad
— Y tú desearías que no lo fuera...
(El discípulo quiere imitar a su maestro ciego, y se coloca una banda en los ojos
mientras baja una escalera. Tropezando, cae.)
— ste mono es muy tonto. Los jardines están repletos de frutas y, sin
embargo, él eligió coger la que estaba en la vasija.
— Celebro que seas más sabio que el mono.
— Soy mucho más sabio, maestro.
— Confío en que lo sigas siendo y que sepas cuándo soltar todas aquellas
cosas que no te sirven, pero que te obligan a servirlas tú a ellas.
— aestro, usted nos dijo que debíamos dejar que la vida siguiera su
curso.
— La hoja siempre flota a favor de la corriente: no intenta detenerla ni
tampoco lucha contra ella.
— Entonces, ¿no debería dejar que la rama se cayera, maestro?
— Si con esto la ayudo a sanar, por lo menos seguirá dando fruto para los
pájaros. ¿Quieres que los pájaros se mueran de hambre?
— No, maestro. Pero si ayudamos, ¿no estamos deteniendo la corriente?
— Haz lo que se deba hacer.
— Pero maestro, ¿cómo puedo saber lo que se debe hacer? Y luego, ¿cómo
puedo hacerlo?
— ¿Cómo crees tú?
— No lo sé.
— La única forma es haciéndolo.
— aestro, nos han enseñado que el corazón del hombre no está tan
afilado como un puñal, pero que puede herir a otro corazón.
— También se dice: "Trata a la gente buena con bondad y también a la mala,
porque tú eres bueno". Confía en los hombres de palabra y en los mentirosos que
no dicen la verdad. Para encontrarte a ti mismo debes pensar en la felicidad de
los demás antes que en la tuya.
— Pero si yo amo a los demás, ¿cómo estaré seguro de que ellos, a cambio,
me aman a mí?
— ¿Tu buscas el amor o el cambio?
— Pero, si yo amo a los demás y ellos no me aman a mí, sentiré una gran
pena.
— Ese es el riesgo: una gran pena o un gran gozo.
— ¿ or qué tenemos leyes?
— Para poder vivir en armonía.
— La ley de la abstinencia busca fortalecer el espíritu y purificar nuestro
cuerpo. Un hombre puede morir por falta de alimento, pero naciones enteras han
caído por falta de espíritu... Disciplina. Disciplina es la cura... La fruta de este
árbol es deliciosa, pero para disciplinar nuestro cuerpo no la tocaremos, ni
siquiera yo.
— Entonces, ¿para qué nos la muestra, maestro? El seguir la abstinencia ya
es bastante difícil.
— Para estar seguro de que ustedes conocen y comprenden la ley y se
acuerden de respetarla.
(A escondidas, un discípulo ha arrancado una fruta del árbol, rompiendo, al parecer,
su voto de abstinencia)
— ¿Admirando la naturaleza?
— Sí, maestro. ¿Cuál es mi deber para con la ley?
— Debes ayudar a la ley a que sirva a la justicia.
— He visto faltar a la ley. ¿Sirvo a la justicia si dejo que eso quede sin
castigo?
— ¿Cuál es el propósito de la ley?
— La disciplina.
— Y ¿quién es servido por esa disciplina?
— Todos los que cumplen la ley.
— Al faltar a la ley de la disciplina ¿se niega la justicia sólo a sí mismo?
— ¿Es lo mismo con todas las leyes?
— Considera: si has faltado, ¿te niegas la justicia sólo a ti mismo?
(El discípulo está dando de comer a su pájaro con la ciruela que cortó del árbol.
Dialogan entre los dos discípulos)
— ¿Me viste coger la ciruela?
— Por dos veces.
— Y ¿No has dicho nada?
— No he dicho nada.
— Mi joven amigo ya es lo bastante fuerte para volar.
— Pero tú violaste la ley del maestro...
— Pensé que la fruta del árbol sería mejor para mi pequeño amigo. ¿Hice
mal en violar la ley?...
(Los dos discípulos ante su maestro)
— ¿ or qué has roto las reglas y traicionado la fe que puse en ti, como
discípulo de este templo?
— Sólo he quebrantado un voto.
— Veo que la pasión que anida en todo hombre se ha apoderado de ti y te ha
llevado a la desobediencia.
— Maestro, he luchado contra esa pasión. He luchado entre mi deseo de ser
un monje shaolín y mi deseo por esa mujer.
— He observado tu tormento y esperado que recurrieras a nosotros.
— Tal vez temo que ustedes me presten una fuerza que no me pertenece. Tal
vez no deseo ser ayudado...
— El Yin y el Yang son fuerzas opuestas, pero pueden existir juntas en la
armonía de un perfecto círculo.
— Yo no puedo encontrar esa armonía, maestro.
— Por no haberlo podido hacer, abandonarás el templo para siempre...
— os traicionó y le vestimos y alimentamos...
— Y tú, ¿lo desapruebas?
— Él hizo el juramento de no revelar jamás nuestros secretos. Pero cuando
nos abandonó hizo soldados de los granjeros y les llevó a la muerte en una
rebelión.
— Estoy al tanto de su desafortunada aventura. También sé que tiene
hambre y frío.
— Pero, maestro, si le damos de comer y le vestimos, ¿no tendrá fuerzas
para buscarse más sufrimientos?
— Puede ser. Pero cuando nos deje mañana, ¿acaso la tierra se hundirá bajo
sus pies? ¿O el sol, que brillará para todos no le calentará? ¿El agua se convertirá
en lodo cuando se detenga a beber? Si el sol, la tierra y el agua se abstienen de
juzgarle, ¿quién soy yo para negarle una manta y una taza de arroz?
— aestro.
— Te escucho.
— Esta noche tuve un sueño en el que me vi a mí mismo.
— ¿Qué es lo que viste?
— Estaba rodeado de sombras terribles, sombras que se cernían sobre mí.
— ¿Le pusiste nombre a esas sombras?
— Las llamé "maldad".
— Y ¿cuál es la naturaleza del mal?
— No lo sé.
— ¿Algunas veces has sentido amor y gozo? ¿Alguna vez has sentido
orgullo de tus propias acciones?
— Muchas veces.
— Y eso, ¿te hace sentir bien?
— Claro.
— La naturaleza humana está formada por dos extremos: uno tiene la
capacidad para sentir orgullo y el otro tiene la capacidad para hacer el mal. Es
difícil que exista uno sin que le dé paso al otro. Porque la propia capacidad para
hacer el bien nos lleva a la capacidad de recibir el mal.
— ¿No se puede combatir el mal?
— ¿Se puede combatir a toda la humanidad?
— ¿No se puede vencer el mal?
— ¿Puedes vencerte a ti mismo? ¿Qué es la maldad, más que la secreta
necesidad de explayar sentimientos tormentosos? Lo único que debemos hacer es
saber encontrarla y desterrarla.
— al vez desees contarme tu sueño.
— Maestro, había un animal, una bestia, una bestia muy extraña.
— ¿Tenía más de una cabeza?
— No, maestro.
— ¿Patas en exceso?
— No.
— Dijiste que era extraño...
— Sus hombros eran como montículos. Su cabeza no se levantaba sobre
ellos y era igual que un buey y, sin embargo, no era un buey.
— ¿Tenía un gran tamaño?
— No, maestro. No era más alto que mi barbilla, y muy gentil. Yo diría que
era muy joven y estaba asustado por algo.
— ¿Y tú estabas asustado por él?
— Sí. Este no era como otros sueños que he tenido. Incluso ahora me siento
como si yo hubiera estado ya allí.
— Tal vez estuvieras, o tal vez estarás...
— Pero, yo sé que era un sueño.
— ¿Tú crees? ¿Acaso he estado yo a tu lado y ahora me voy para dejarme
arrastrar de nuevo por el sueño? O ¿acaso ha sido un sueño también?
— La bestia del sueño intentó una y otra vez hablarme, pero no podía...
Luego, se dio la vuelta y desapareció.
— ¿Desapareció, simplemente?
— No. Pasó por una puerta roja.
— ¿Es tu deseo entrar por esta puerta roja?
— Sí. Creo que así comprenderé lo que la bestia quería decirme.
— Veamos: yo te seguiré...
— No es más que una cámara vacía. ¿No tiene ningún propósito?
— Vamos a llamarla "cámara de la respuesta". Dime lo que ves.
— Sólo la puerta roja.
— ¿Se halla ante ti?
— Sí.
— Entonces ahí es donde debe estar esperando tu respuesta: detrás de la
puerta roja.
— Pero yo estoy detrás de ella...
— Ah, ¿sí?...
— ien, maestro...
— Cuéntame.
— Cuerpo y alma trabajando al unísono, como si fueran uno solo...
— Y son uno.
— Es como si la unidad realizada se hubiera considerado a sí misma
innecesaria.
— ¿Y todos esos años de rigor y de disciplina?
— ¿Qué otra cosa podría buscar un hombre, excepto esa unidad?
— Tal y como el campesino sabio vuelve a meter en la tierra, al menos tanto
como ha sacado de ella, así pronto tú has de devolver a los demás lo que has
cogido para ti mismo.
— Estoy preparado.
— ¿Estás preparado? ¿Estás seguro?
— as pasado por aquí muchas veces, pero nunca te habías detenido. ¿Qué
es lo que te ha llamado la atención?
— El tapiz, maestro.
— Ah, un tesoro de gran antigüedad y belleza.
— ¿Belleza, una imagen tan siniestra?
— ¿Acaso te asusta?
— Me inquieta. La figura del centro, ¿tiene algún nombre?
— "El demonio". ¿Por qué te inquieta?
— Lo he visto antes, en alguna parte.
— ¿Dónde?
— No puedo decirlo.
— Pudo haber sido en tu mente.
— Tal vez fuera así.
— Es probable. Todos tropezamos con un demonio cuando nuestra
conciencia está intranquila. ¿Qué te atormenta?
— Mis pensamientos parecen advertirme de un encuentro con este demonio.
Es como si quedara algo pendiente entre nosotros.
— ¿Sabes qué, por qué?
— No puedo recordarlo.
— ¿No puedes, o acaso es que prefieres no recordarlo?
— Maestro, me doy cuenta de que el tapiz no puede hablar, pero le hablo y
él no me contesta.
— Entonces, ¿a quién te diriges? ¿A ti mismo?
— Sí.
— ¿Y eres capaz de contestar a la pregunta que el tapiz no puede
contestarte?
— No, maestro.
— ¿No será porque, al igual que el tapiz, nosotros también estamos mudos
mientras nos inmovilicen las hebras del miedo, expresamente tejidas?
— ¿Qué debo hacer, maestro?
— Eso lo sabrás una vez que hayas identificado a tu demonio y te hayas
enfrentado a él. Sólo entonces estarás cara a cara con el objeto de tu miedo,
aquello a lo que le has dado la forma de este demonio.
— Tengo miedo, maestro.
— ¿Por qué?
— Podría perder el rumbo dentro de este extraño mundo y no volver a
emerger nunca de él.
— Es un riesgo.
— ¿Debo correr ese riesgo?
— Es la única forma de enfrentarte a tu demonio.
— Yo no deseo enfrentarme a él.
— Huir de tu demonio es obligarle a él a perseguirte. Es mejor que te
anticipes y le veas en su mundo que retirarte y dejarle entrar en el tuyo. Ante ti se
halla la puerta que conduce a otra realidad. Debes cruzar su umbral, debes entrar
en ese mundo, ver a tu demonio donde quiera que estuvieras en el pasado cuando
tú lo creaste, por muy joven que fueras en aquel momento…
— ... He entrado.
— ¿Ves ahora a tu demonio?
— Empiezo a verlo.
— ¿Qué aspecto tiene? ¿Es tal y como lo retrata el tapiz?
— Muy parecido, pero más presente, más real.
— ¿Qué más ves?
— Nada. Sin embargo, oigo cosas.
— ¿Cosas?
— Sonidos, voces, creo...
— ¿Aún atormentado?
— A veces, maestro, parece como si se levantara un muro entre los demás y
yo. Un muro a través del cual puedo ver, pero no tocar.
— Y, ¿sientes que el fallo está dentro de ti mismo?
— No sé dónde está el fallo, pero me siento muy mal.
— En tu conversación con esos otros, ¿queda más sin decir de lo que se
dice?
— Así es.
— ¿Quién puede conocerse a sí mismo tan bien como para decirlo todo y
oírlo todo? Dice el sabio: "Moldea la arcilla en una vasija, corta puertas y
ventanas para una habitación, pero son sus espacios interiores los que la hacen
útil". Por lo tanto, debemos escuchar los espacios entre nosotros y debemos oír
los silencios.
— Maestro, ¿cómo podemos encontrar nuestro camino cuando todos los
senderos parecen oscuros?
— El verdadero camino pasa por la oscuridad y por las sombras y ninguna
de estas es causa de desesperación. El sabio ha dicho: "Los cinco colores ciegan
la vista. Los cinco tonos ensordecen el oído. Los cinco sabores embotan el
gusto". Por consiguiente, el hombre sabio se guía por lo que siente, no por lo que
ve. Cuando nuestros sentidos están confundidos y dominados, nuestros más
profundos sentimientos pueden, no obstante, mantenernos en el camino.
— Maestro, he observado a otros y parecen conocer el camino.
— ¿Lo conoces tú?
— Me siento perplejo e inseguro. Me muevo en un sentido y luego en otro
sin ninguna meta.
— Y, por consiguiente, sufres...
— Sí, maestro.
— Ha dicho el sabio: "Otros están contentados. Yo, solo, voy a la deriva sin
saber dónde estoy. Estoy solo, sin ningún lugar a donde ir. Soy diferente. Me
alimenta la gran madre"...
— Maestro, ¿podemos continuar hablando de las fuerzas del destino?
— Habla.
— Cuando estamos delante de dos caminos, ¿cómo podemos saber si será el
camino de la derecha o de la izquierda el que nos conduzca a nuestro destino.
— Has hablado del azar, como si tal cosa existiera con certeza. En la materia
de la que hablas, el destino, no existe nada llamado azar, porque sea cual sea el
camino que elijamos, el de la derecha o el de la izquierda, debe conducir a un fin
y ese fin es nuestro destino.