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Estética del cinismo

Miguel Huezo Mixco

Por un golpe de suerte he conseguido hace pocas semanas una colección casi completa
de Tendencias, la revista emblemática de la transición salvadoreña de la guerra a la paz.
Releo aquellas páginas y pienso que esta sociedad, pese a todo, tenía enormes
expectativas sobre aquel experimento de construcción democrática a la salvadoreña.
Han pasado menos de dos décadas y es inevitable preguntarnos: ¿Qué nos pasó, como
país, como sociedad? ¿Dónde se volvió a torcer el camino?

Cuando la guerra interna finalizó, en 1992, El Salvador tenía la oportunidad de entrar a


uno de los mejores momentos de su historia. No solo la economía mostraba signos de
recuperación, también los ánimos de la gente parecían abrirse a los vientos de la
transformación que estaba experimentando el país. Los cambios ocurrían en la vida
pública y en la vida cotidiana. Con todo, en los bajos fondos de aquellas ilusiones,
seguía activada un bomba de tiempo. Para decirlo con el título de un libro de Álvaro
Menen Desleal, aquella fue una "Revolución en el país que edificó un castillo de hadas".

Contra lo que esperábamos, en pocos años, como un topo, se fue abriendo paso el
desencanto. Se irradió por todos los resquicios de nuestra sociedad, comenzó a oxidar la
convivencia pudriendo las relaciones políticas. Si ahora el aire nacional está enrarecido
y apesta es porque también caminamos encima de los cadáveres de numerosas ilusiones.

La cosa no para allí. El desánimo ha formado una nueva subjetividad: la del cinismo
elevado a una categoría estética. Sus alcances ya están presentes en numerosas obras de
escritores y artistas. Beatriz Cortez, una de las principales estudiosas de las letras
salvadoreñas y centroamericanas de nuestros días, dice que esta sensibilidad permeada
por el desencanto bien podría llamarse "estética del cinismo". Esta sensibilidad, añade,
no es tan nueva: comenzó a hacerse manifiesta desde mediados del siglo XX,
particularmente en la obra de Roque Dalton.
Tras una década de lecturas, investigaciones y debates sobre un importante grupo de
obras literarias centroamericanas, ha publicado un libro titulado precisamente Estética
del cinismo. Pasión y desencanto en la literatura centroamericana de posguerra
(Guatemala, F&G, 2010).

Beatriz dirige desde hace algunos años el Programa de Estudios Centroamericanos en la


Universidad Estatal de California, Northridge --hasta donde sé, el único en su especie en
todo el mundo. Pocas personas como ella mantienen un diálogo crítico permanente con
las letras salvadoreñas y centroamericanas.

Una de las tesis de Beatriz Cortez es que esas obras carecen del espíritu romántico de
las letras del periodo revolucionario que comienza en la década de los años 70 del siglo
pasado. Más bien realizan retratos de nuestras sociedades sumergidas en el caos, la
violencia y la corrupción. El cinismo --expresado ya sea como obscenidad descarnada o
grosería-- sirve como una especie de tabla que permite a los autores sobrenadar en un
mar oscuro y desesperanzador. Para Beatriz Cortez mucha de la literatura de nuestros
días es expresión de un proyecto identitario fallido.

La estética del cinismo está presente, por ejemplo, en narraciones de Álvaro Menen
Desleal, Rafael Menjívar Ochoa, Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudos y Claudia
Hernández, entre otros. Es una literatura que explora los secretos y pasiones más
oscuras, y revela los entretelones de una sociedad dominada por el consumo, el dinero y
la frivolidad. Es la marca del fin de las ilusiones en este país que, a sangre y fuego,
edificó un castillo de hadas.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 30 septiembre 2010)

Ilustración: "Ángel anarquista" de Antonio Bonilla

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