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Introducción
Podríamos decir que Borges es un visitante de la ciencia que, a su regreso, nos relata
lo que ha visto en el lenguaje del narrador, el ensayista o el poeta. Así, Borges visita
la aritmética transfinita de George Cantor y las leyes de la termodinámica y vuelve
con “La doctrina de los ciclos”; o la versión matemática de las aporías de Zenón y
regresa, por caso, con “Avatares de la tortuga”; o alguna teoría del tiempo en física y
nos narra “El jardín de senderos que se bifurcan”. Desde luego, lo hace acompañado
por todas aquellas experiencias atesoradas en visitas a otros territorios: los de la
filosofía, la magia, la mitología, la historia, la antropología, la teología y tantos otros.
(Así, en sus textos sobre las aporías de Zenón, se remite a científicos como Bertrand
Russell o Lewis Carroll, pero también a Aristóteles, Platón, Hobbes, Patricio de
Azcárate, Stuart Mill, santo Tomás de Aquino, Leibniz, etc., amén de algún improbable
filósofo chino.) Dada la enorme cantidad de lecturas de todo orden que ha acumulado
Borges y el asombroso poder de su imaginación, no siempre es posible decidir a cuáles
territorios hace referencia tal o cual texto, o si ha sido inspirado por tal o cual teoría
científica. (Tarea aún más compleja dada la frecuencia con que adjudica a otros lo que
en rigor es original y propio.) Sin embargo, en ciertos casos, las ideas científicas
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recogidas por Borges han sido transmutadas en literatura de manera casi literal,
mientras que en otros es posible identificar las fuentes que han nutrido su
invención sin demasiada ambigüedad.
De allí que sea posible clasificar estos relatos de viajero en tres grupos, que
corresponden a distintas elaboraciones literarias de aquellas geografías científicas que
Borges ha visitado. En el primer grupo, el territorio es descrito apelando al ensayo
breve que informa, más o menos literalmente, acerca de las maravillas que han
descubierto sus lecturas: la exposición de Borges, a su modo, siempre original y
brillante, es una suerte de reflexión de alto vuelo en el plano de la divulgación
científica, como en su bella e informada refutación del Eterno Retorno por invocación a
la segunda ley de la termodinámica. En el segundo grupo, el transfondo científico de
una narración o un ensayo puede ser develado por un lector informado a poco que
advierta ciertas pistas que Borges, quizás adrede, ha diseminado por aquí y por allá.
Se trata de una lectura que podría ser llamada a la Pierre Menard (esto es, de una
escritura que corre por cuenta del lector) a la cual contribuye Borges por medio de
indicios y guiños al lector versado en ciencias para que éste reconstruya, si lo desea,
la geografía científica que Borges ha visitado antes de escribir su texto. Pertenecen a
este grupo relatos tales como “El libro de arena”, que convoca a la aritmética
transfinita y al cual me referiré luego. Al tercer grupo pertenecen, finalmente, ensayos
o relatos que podrían haber tenido o no un referente científico. Aquí Borges no nos
ofrece pistas, y la lectura a la Menard del lector corre por su cuenta y riesgo, a solas
con el texto y sin la ayuda, el testimonio o el consuelo del autor. Tal es el caso de “La
lotería en Babilonia”, que podría remitir, como correlato, a la gradual introducción del
azar en la física de los siglos XIX y XX, según ha puesto en evidencia recientemente el
físico argentino Roberto Perazzo. El universo de Newton era previsible, nos dice
Perazzo, pero hoy, a la luz de la física cuántica, los incesantes y ocultos sorteos de la
Compañía son un patrimonio inevitable del mundo. Permítaseme ahora analizar
algunos de estos recorridos de Borges por los países de la física y la matemática.
tales como 2,5, 7,34 ó -3, 28, o bien el conocido número π = 3,1415... Por decirlo
así, cada número “habita” en su correspondiente punto : no hay punto sin número ni
número sin punto. Estos números, que permiten numerar todos los puntos de la recta,
son llamados números reales. Por tanto, las preguntas anteriores acerca de los puntos
de la recta pueden ser reformuladas ahora en términos de números reales. ¿Cuántos
números reales hay ? Tantos como puntos : infinitos. ¿Cuál es el primer número real ?
No existe tal número. ¿Cuál es el último ? Tampoco existe. ¿Cuántos números reales
hay entre 0 y 3? Infinitos. ¿Cuántos hay entre 0 y 1,5 ? Infinitos. También hay
infinitos números reales entre 0 y 1, y así sucesivamente. Por pequeño que sea el
intervalo numérico que consideremos, habrá en él infinitos números reales. Entre dos
números reales cualesquiera hay infinitos otros.
Un libro corriente de 120 páginas está foliado por medio de un conjunto finito
de números naturales : 1, 2, 3, 4, .... 120. Pero el borgeano libro de arena no es un
libro corriente. El conjunto (infinito) de páginas que lo integran ha sido foliado con el
conjunto (infinito) de números reales. Así lo da a entender el relato : “Me dijo que su
libro se llamaba el libro de arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni
fin.” Y también: “Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí [el libro] con el dedo
pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil : siempre se interponían varias hojas
entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro”. Y también : “El número de
páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera, ninguna es la
última.” ¿Serán, me pregunto, los granos de arena del relato una metáfora de los
puntos de la recta? Probablemente.
Pero a lo antedicho podemos agregar algo más. En distintos textos, por caso en
“La אּdoctrina de los ciclos”, Borges expone la teoría de los conjuntos infinitos del gran
matemático alemán George Cantor (1845-1918). Cantor fue capaz de desarrollar una
aritmética de los conjuntos numéricos infinitos, en la cual los (infinitos) números del
conjunto se consideran como un todo. En esta aritmética tan alejada del sentido
común y la intuición, se asigna a cada conjunto infinito un tipo de número llamado
transfinito. Se trata, sin duda, de una clase de objetos matemáticos que nada tienen
que ver con los modestos números naturales que empleamos en la vida diaria para
contar, pues no podemos contar los elementos de un conjunto infinito. En la teoría de
Cantor, a cada conjunto numérico infinito le corresponde un número transfinito, y el
que le corresponde al conjunto de los números reales se llama ( אּalef). Hay אּ
números reales. Hay אּpuntos en la recta. Y el libro de arena tiene, exactamente, אּ
páginas.
El efecto devastador de estos relatos que Borges ha hecho crecer en el suelo
fértil de la matemática radica en su materialización de las entidades matemáticas. Las
extrae del mundo de la abstracción o de su hábitat platónico y las inserta en nuestro
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mundo cotidiano, en el cual tales entidades no tienen cabida, y de allí que sean
inconcebibles. Cantor fue criticado en su época por considerar al infinito numérico
como un todo (dicho con reminiscencias aristotélicas, un infinito no potencial sino
actual), pero los alef con los que opera hoy el matemático son, si se quiere, triviales :
los alef se suman, se multiplican, etc. En cambio el alef de Borges, materializado en
un sótano de la calle Garay, en el que se dan cita la localización y la simultaneidad de
todo suceso, es decir, la divinidad, es monstruoso. En el mundo real, las páginas de
un libro no son carentes de espesor, es decir, poseen tres dimensiones, y por ello el
espesor del libro de arena sería infinito, es decir, no sería un libro. En el relato de
Borges lo es, y por eso se presenta como un “objeto de pesadilla”. El autor logra
superponer aquí, magistralmente, la condición ideal del “libro matemático” con su
contrapartida material. Lo logra también cuando hace reflexionar al protagonista
acerca del riesgo que supondría quemar el libro de arena, porque el espesor del libro
conformaría una masa de papel igualmente infinita, y su combustión inundaría de
humo no sólo el planeta, como afirma Borges, sino también el universo todo.
Esta invasión de entes matemáticos en el mundo real, suerte de trayecto
inverso al de Alicia cuando atraviesa el espejo, está presente también en otros relatos.
En “El disco”, Borges arranca el círculo euclideano del plano, lo lanza a un espacio
tridimensional, lo materializa y lo convierte en el disco de Odín, que tiene un solo lado.
En esas condiciones, el comportamiento del círculo lo convierte en otro objeto
monstruoso. A veces, sin embargo, la pesadilla resulta de la súbita inadecuación de la
matemática para describir el mundo real. Para un matemático, la afirmación “2+2=4”
es tautológica, necesariamente verdadera, porque “2+2” y “4” son distintos nombres
para designar un mismo número. Por el contrario, la afirmación “2 manzanas + 2
manzanas = 4 manzanas”, que se refiere al mundo físico, es contingente : nos dice
que si reunimos dos manzanas con otras dos manzanas obtendremos un conjunto de
cuatro manzanas. El resultado no es necesario desde el punto de vista lógico, pero,
desde luego, nuestra sorpresa sería mayúscula si al agregar dos manzanas a otras dos
manzanas obtuviésemos un conjunto de tres o de cinco manzanas, pues confiamos en
la validez de las generalizaciones inductivas (siempre que hemos reunido dos pares de
objetos hemos obtenido cuatro objetos) o bien en la conocida afirmación de Galileo de
que el libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos. Sin embargo, tal
cosa no sucede en el relato de Borges “Tigres azules”, en el que, por ejemplo, nueve
discos, al ser divididos, pueden resultar en seiscientos. Lo aterrador del
comportamiento de estos discos no resulta de una refutación de la matemática,
inmaculada en su olimpo conceptual o platónico, en el que 2+2 será siempre igual a 4,
sino de la constatación de que se ha roto la legalidad de un mundo expresable en
términos matemáticos, tesis en la que descansan las ciencias físicas, y por tanto la
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determinados aspectos de la ciencia han creado una tierra fértil para el crecimiento y
la maduración de la imaginación de Borges, el lector científico no puede menos que
interrogarse acerca de los frutos que el escritor ha cosechado. Pero éste es sólo el
comienzo de una respuesta. Algunas de ellas remiten al carácter fragmentario y
ensayístico de la obra de Borges como una suerte de expresión literaria de nuevos
paradigmas científicos, como el del caos, al parecer surgidos de la crisis de la
modernidad, lo cual convertiría a Borges en una suerte de filósofo de la ciencia
antipositivista. Más sencillas son las razones que invoca el biofísico y escritor Marcelino
Cereijido : “Hay un metabolismo social del conocimiento, que comienza con los
artistas, sigue con los ensayistas y, para cuando la ciencia toma un problema para
tratar de explicarlo, ya ha pasado mucha agua debajo de los puentes”. La ficción
borgeana, nos dice Cereijido, trata con territorios que quedan más allá del límite
entre orden y caos. Borges viaja al fondo del mito y de la historia y regresa con
aquellos cabos sueltos abandonados por la “estampida de la razón“. Por otra parte,
hace estallar el carácter disciplinar y la parcelación de la realidad que impone la
ciencia moderna, y en cierto modo propone una convergencia en la que hoy están
empeñados muchos científicos. Esta respuesta de Cereijido me resulta completamente
satisfactoria.
Es interesante constatar que, en ciertos casos, los lectores científicos invaden
el territorio de la creación borgeana con sus propios instrumentos profesionales y
ejercen una suerte de colaboración con el autor ampliando el texto escrito por Borges,
es decir, extraen consecuencias inesperadas que el propio autor no había previsto.
(Como pocas, la obra de Borges se presta admirablemente a ello.) Esta celebración de
la lectura, multiplicadora de textos, me parece, hubiese contado con la aprobación
entusiasta de quien escribió una biografía no autorizada de Tadeo Isidoro Cruz,
ignorada por José Hernández. Consideremos nuevamente, por caso, la singular
conformación del libro de arena. ¿Es posible abrir el libro en una página determinada?
Abrir un libro normal cuyas páginas están numeradas de 1 a 100 en la página 55 es
sencillo : se trata de partir (con los dedos) el conjunto de páginas en dos
subconjuntos. Basta un par de tentativas para lograrlo. A la derecha del lector se
tendrá el subconjunto de las páginas comprendidas entre la 55 y la 100; a la
izquierda, el de las páginas comprendidas entre la 1 y la 54, el número natural
anterior a 55. Pero en el libro de arena, si bien existe la página 55, no existe la
página anterior a la 55. La inexistente página debería corresponderse con un número
menor que 55, pero, sea cual fuere el número menor que 55 que escogiésemos,
habría infinitos otros números entre él y 55. El libro de arena podría ser abierto al azar
pero la probabilidad de encontrar, por tanteo, la página 55, es nula. Nunca podríamos
hallar de ese modo una página determinada. Para volver aún más imposible esa tarea,
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Borges distribuye los folios del libro de manera aleatoria, es decir sin respetar el orden
en que se presentan los números reales : a la página 32 puede subseguir la 500 000 y
a ésta la 3,4. El libro de arena se vuelve así todavía más misterioso. Además, ¿de que
serviría un índice del libro de arena, tan infinito como el propio libro? ¿Y qué decir, por
caso, si el comportamiento de los misteriosos discos de “Tigres azules” se extendiera a
toda la realidad ? Deberíamos abandonar el lenguaje matemático como gramática del
mundo físico. El libro de la naturaleza ya no estaría escrito en caracteres matemáticos,
aunque podría estarlo, por ejemplo, en caracteres musicales. De ser así, tal vez
podríamos fundar una nueva física en la cual el conocimiento se expresara por medio
de una serie de partituras musicales y las clases o exposiciones públicas sobre el
orden natural obligaran a la utilización, por caso, de un clavicordio.
Esta indagación acerca de las características de los “objetos literarios” creados
por Borges a partir de sus propias lecturas científicas admite otras modalidades.
Estimar las dimensiones de objetos literarios no es asunto nuevo. A fines del siglo XVI,
Galileo dictó en la Academia florentina una conferencia sobre la estructura, la
ubicación y el tamaño del infierno de Dante, en la que propuso una topografía del
mismo a partir de rigurosas consideraciones geométricas. Para calcular las
dimensiones de los sucesivos círculos infernales infirió previamente, según la
información que proporciona Dante, el tamaño del mismísimo Satanás, que resultó ser
un gigante de más de un kilómetro de altura. Leonardo Moledo ha hecho algo similar
con la biblioteca de Babel, biblioteca que, por contener todos los libros que resultan de
combinar un número finito de símbolos, es enormemente vasta pero no infinita. El
número de libros allí presentes es de 101 836 800
, es decir, un uno seguido de 1 836
800 ceros. Si estos libros se acomodaran de tal modo de conformar una compacta
esfera, ésta tendría un tamaño enormemente mayor que la del universo según las
estimaciones cosmológicas actuales: la biblioteca de Babel no cabría en el universo.
Tiene razón Moledo cuando afirma que, en vista de estas dimensiones, Borges ha
construido el objeto literario de mayor tamaño de toda la historia de la literatura. Pero
permítaseme ahora una especulación personal : ¿cuántas bibliotecas de Babel caben
en el libro de arena? Puesto que la cantidad total de folios de los libros almacenados
en la biblioteca es un número muy elevado pero finito, habrá lugar en el libro de arena
para todos esos folios y aún para los folios de otra biblioteca de Babel, y para los de
otra, y los de otra... y así interminablemente. En el libro de arena caben infinitas
bibliotecas de Babel. (Borges así lo sugiere en la nota al pie de página con la cual
finaliza “La biblioteca de Babel”, con una pertinente referencia al matemático
Bonaventura Cavalieri.)
En otros casos, finalmente, el texto borgeano actúa como una suerte de test
proyectivo que permite reflexionar acerca de ideas científicas recientes (seguramente
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Alguna vez será necesario analizar con las herramientas críticas pertinentes la
naturaleza y posibilidades de lo que he llamado la dimensión ficcional de la ciencia,
que tanto ha subyugado y subyuga a los maestros de la ciencia ficción, pero también,
por caso, a Stanislaw Lem o a Italo Calvino. De llevarse a cabo este proyecto, una
tarea multidisciplinaria que incluiría necesariamente la participación de científicos, me
atrevo a afirmar que Borges será no sólo un referente ineludible en materia de
producción literaria sino también que en sus escritos encontraremos las claves para
encarar la empresa. Pero para ello habrá que superar esa perniciosa fragmentación
cultural característica de los tiempos modernos, en particular aquella que sitúa a la
ciencia, la literatura, el arte o la filosofía en compartimientos estancos. Nuestra
condición de especialistas acentúa la feudalización del conocimiento y la expresión al
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similares a los que suele visitar el artista, como señalaba Saint-John Perse en su
célebre discurso de recepción del premio Nobel.
Al comienzo de esta exposición mencioné una cita de Borges a propósito de
Valéry, aquél que ha practicado “los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas
aventuras del orden”. Pertenece a “Valéry como símbolo”, un texto incluido en Otras
inquisiciones. El símbolo es el de un hombre “infinitamente sensible a todo hecho y
para el cual todo hecho es un estímulo que puede suscitar una infinita serie de
pensamientos”. ¿Cómo no pensar en el propio Borges, de quien Rodríguez Monegal ha
dicho que todo lo que lee se convierte en escritura? Al considerar los ingredientes
filosóficos, religiosos o científicos que enriquecen su obra (convertidos, desde luego,
en literatura) sabemos que estamos en presencia de esa clase de raros escritores que
Boris Vian caracterizaba diciendo que no levantan muros entre ellos y los distintos
ámbitos del conocimiento. Me parece que la explícita decisión de Borges de rechazar
una concepción feudal de la cultura es otra lección del maestro que sus lectores, de
una buena vez, deberíamos aprender. .