Professional Documents
Culture Documents
¿Por qué no comen los niños? Pues puede ocurrir por motivos
diversos que pueden ser distintos para cada pequeño. Junto con los
condicionantes psicológicos (celos del hermanito...) y las enfermedades
orgánicas que ya he mencionado (erupción dental...), se pueden
identificar otros factores que influyen sobremanera en la conducta
alimentaria de muchos inapetentes, como por ejemplo la personalidad. Así
podemos observar cómo los niños más inteligentes o aquellos “movidos” a
los que los médicos llamamos hiperkinéticos tienden a comer poco. En unos
y en otros porque el hecho mismo de la comida representa una pérdida de
tiempo, un período durante el cual no pueden disfrutar de su insaciable
actividad exploradora del medio; bien por su afán de aprendizaje en el
primero de los casos; bien por su incapacidad manifiesta para
concentrarse en una tarea, siquiera unos minutos, en el segundo supuesto.
Por cierto, debo aclarar que el gusto por los sabores dulces y las
sustancias grasas es innato en la especie humana. Si nosotros colocamos
una sonda y hacemos llegar hasta el líquido amniótico una sustancia
dulce, podemos comprobar por medio de ecografías cómo el feto comenzará a
chupar vigorosamente. Justo ocurrirá lo contrario si instilamos una
solución salina. Y algo parecido ocurrirá si mojamos nuestro dedo
alternativamente con azúcar o sal y lo damos a chupar a un recién nacido.
Es decir, venimos “programados” para apreciar las golosinas,
probablemente porque el primer alimento que tomamos, la leche materna, es
ligeramente dulzón.
Como decía antes, venimos de fábrica con una apetencia innata para los
sabores dulces. Generalmente los platos que más apreciamos son alimentos
grasos, y eso viene motivado porque las sustancias que dan sabor y olor a
las comidas son solubles en grasas. Al nacer sólo reconocemos los sabores
dulces y salados, con el paso del tiempo nos acostumbraremos a los ácidos
mientras que detectaremos y, en general, evitaremos por siempre los
gustos amargos, quizá también porque los venenos de la naturaleza vienen
marcados con esa cualidad.
Y entre tanto ¿qué ocurre con estos padres? Los padres, especialmente las
madres, se manifiestan fracasados y frustrados. Sienten que los niños
representan un gran enigma sin soluciones y echan de menos ese manual de
instrucciones que acompaña hasta al electrodoméstico más pequeño. Temen
que sus hijos vayan a morir de inanición y, sobre todo, se sienten
culpables. Sí, los padres nos sentimos responsables incluso de tener un
hijo con Síndrome de Down cuando ciertamente no jugamos ningún papel. Sin
embargo, el mayor capital es nuestro deseo de alcanzar el éxito aunque
ello comporte algunos sonoros fracasos. La solución está en cada padre y
en cada madre, y la orienta cada hijo.
Como hemos visto hay una viva diferencia entre hambre y apetito. El
hambre es un impulso mientras que el apetito es un hábito que vamos
modificando. Hambre es lo que sentimos cuando llevamos muchas horas sin
alimentarnos, apetito es esa fuerza que nos convida a pedir un suculento
postre después de una opulenta comida en nuestro restaurante favorito
pese a estar llenos. Muchos de nuestros hijos tienen mal apetito porque
no les hemos dejado que sientan nunca hambre. Además el apetito tiene
mucho que ver con algunos elementos externos que se han ido repitiendo
durante el aprendizaje normal de las costumbres: el babero, la mesa, la
servilleta, el rincón de la cocina donde siempre se desayuna. Esos
hábitos cotidianos son muy distintos en diferentes lugares. Así en
algunas regiones del planeta comer bien es hacerlo de pie en la órbita
del fuego del campamento mientras se festeja con una danza, en otras será
utilizando unos palillos y reclinados en el suelo. Para nosotros es
lograrlo manejando los cubiertos y sentados alrededor de una mesa.
¿Existe alguna fórmula mejor que las demás? Yo pienso que no existe una
manera universal, todas son igual de válidas siempre que estén aceptadas
por el resto de nuestro entorno. La forma en la que alimentáis a vuestros
hijos, aunque sea persiguiéndole por toda la casa, puede ser buena, pero
debemos preguntarnos si será bien asumida por la sociedad en la que
vivimos y, lo que es más importante, si en algún momento no nos
cansaremos de mantener esos malos hábitos adquiridos.