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Poco antes dela guerra de igi, unasesino, cuyo crimen fue particularmente indignance (habia asesinado un matri- monio de granjeros con sus hijos), fue condenado a muerte en Argel. Se trataba de un obrero agricola que maté en una especie de delirio de sangre, pero habia agravado su caso T0- bandoa las victimas, E] asunto tuvo gran zepercusién. Todo el mundo pensé que la decapitactén era una pena demasia- do débi) para un monstruo semejante. fisa fue, me dijeron, ia opinién de mi padre, quien el asesinato de los nifios, sobre todo, habia indigeado. Una do las raras cosas que sé de 4i,en. todo caso es que quisoasistira la efecucién, por primera vez en su vids. Se levanté de noche para ditigitse al lugar del su- plicio, en el otro extremo dela ciudad, err medio de un gran gentio. A nadie dija lo que habia visto ess mafiana. Mimadre cuenta solamente que entré como una exhalacién, el rostro trastornado, se negé 2 hablar, se tendié un momento sobre Ia cama y de pronto se puso a vomitar, Acababa de descubrir la realidad que se ocults bajo las grandes formulas que la di- simmulan. En ugar de pensar en los nifios asesinados, s6lo po- dia pensar en ese cuerpo jadeante que acababan dearzojar so- bbre una tabla para cortarle el cuello. Hay que creer que ese acto ritual es tan horrible que legs a vencer|a indignacién de un hombre simple y recto, y que un castigo, que él crefa cien veces merecido, no tuvo otro efectoal 114 La pena dle muerte fin que el de descomponeriee estomago, Cuando lasuprema Justicia s6lo hace vomitaral hombre henesto que se compro- ‘ete a proteger, parece dificil seguir creyendo que esté Gest. nada, como debiera ser su funcién, a propoztionar més paz orden ena ciudad. Seadviert, por el contrario, que ella nog menos indignante que el crimen, y que ese nuevo asesinato, Icjos de reparar la ofensa hecha al cuerpo sociel,agtega ung ‘muuevamancha la primera. Esto es tan verdadero quenadie se anima a hablar ditectamente de esa ceremonia. Los funciona. Hos ylos pesiodiscas que tienen la obligacién de hablar ce ella, ‘como si tuvieran conciencia de o que significa, al mismotiem., o, de provocador y vergonz0so, han consticuido, a este res. ecto, una especie de lenguaje ritual, reducido a formulas og- fereotipadas. Leemosasi,ala hora del desayuno, en un lado del diario, que el condenado “ha pagado su deudaa la sociedad” © que ha “expiado”, o que “a las cinco horas se hina justicia" 4.08 funcionarios califican 2l condenado como “el interessdo”" oe] “paciente”, olo designan por una sigl:€l C.A.M. Sobrela Pens capitil s6lo se escribe, puede decirse, en voz baja, En nuestra sociedad muy civilizada reconocemos que una enfer. medad es grave cuando no-nos enimamos 3 hablar de ella di, kectamente, Duzante mucho tiempo, en las familias burgue- s28elimiaban a decir que la hija mayor era débil del pecho 0 ueel padre sufria de una “hinchazén” porque seconsidersbs ala tuberculosis yal cincer como enfermedades sin poco ver, Senzosas.Lo cuales més ciero, sin duda, con zespectoalape- ade muerte, puesto que todo el mundo seesfuerzaen noha. blar de ella mis que por eufemnismo. Es al cuerpo politico lo ‘mismo que ee&neeral cuerpo individual, conia diferencia que ‘adie ha hablado jamis de la necesidad del cincer. Por el ean ‘razio, no se vacila en presentar generalmente a la pena de muerte como una lamentable necesidad que iegitima, por lo tanto, que se mate, puesto que es necesario, y queno se hable deeso, puesto quees lamentable Arthur Koestler / Albert Camus 115 Miintencidn, por el contrario, es hablar de ello cruda- mente. No por gusto del escindalo, creo, ni por una natu~ ral inelinacién malsana. Como escritor, siempre he tenido horroraciertas complacencias; como hombre, crea que los aspectos repugnantes de nuestra condicién, sison inevita- bles, s6lo deben afrontrarse en silencio. Pero cuando el si- lencio o las astucias del lenguaje concribuyen a mantener un abuso que debe suprimirse, o una desgracia que puede aliviarse, no hay otra solucién que hablar claro y demostrar la obscenidad oculta bajo el manto de las palabras. Francia comparte con Inglaterra y Espanta el hermoso honor de ser uno de ios dltimos paises, de este lado de la cortina de hie- tro, en conservar la pena de muerte en su arsenal de repre- sign. La supervivencia de ese rito primitivo sélo fue posi- ble entre nosotros por la indiferencia o la ignorancia de la opinién piiblica, que reacciona Gnicamente por medio de las frases ceremoniosas que se le han inculcado. Cuando la imaginacién duerme, las palabras pierden su sentido: un pueblo sordo registra distraidamente la condena de un hombre. Pero que se muestre la maquina, que se haga tocar Ja mmadera y el hierro, off ef ruido de la cabeza que cae, y la imaginacién piiblica, repentinamente despertada, repudia- ‘ra,al mismo tiempo, el vocabulario y el suplicio. Cuando los nazis realizaban en Polonia ejecuciones pa- blicas de rehenes, para evitar que esos rehenes lanzaran gri- tos de rebelién y de libertad los amordazaban con una apli- cacién de yeso. Seria deshonesto comparar la suerte de esas, ‘inocentes victimas con la de los criminales condenados. Pe~ 10, aparte de que los criminales no son Los tinieos ex ser gui- Hotinados entre nosatros, el método es el mismo. Disimula- mos con palabras un suplicio cuya legitimidad no se podrta afirmar antes de haberlo examinado en la realidad, Antes de decir que La pena de muerte es por Jo tanto necesaria y que conviene luego no hablar de ella, hay que hablar, por el con- 118 La pona ce mucite ‘tario, de lo que realmentees y decir, entonces, si tal como es debe ser considerada como necesaria, En cuanto mi, no solamente ls creo intti, sino profu- samente perjudicial, y debo consignar aqui esta conviccion ances de entrar en materia. No seria honesto dejar creer que he Hegado a esta conclusicn después de semanas de invest. gaciones y busquecias que acabo de dedicar a esta cuestin, Pero también seria deshonesto noatribuirmi conviecionmas que a una sensibieria, He estado, al contrario, lo mas alejado Posible de ese blando enternecimiento en que se complacen Jos humanitarios y en el cual los valores y las responsabili- dades se confunden, los crimenes se igualan, ls inocencia Plerde finalmente sus derechos. No creo, contrariamente 3 ‘muchos ilustres contemporineos, queel hombre sea, porna- ‘araleza, un animal de sociedad. Para decic verdad, pienso lo contrario. Pero creo, lo que es muy diferente, que no podré vivir, enadelante, fuera de ls sociedad cuyas leyes son nece- sariasa su subsistencia fisica, Bs necessrio, entances, que las Tesponsabilidades sean establecidss porla sociedad misma, de acuerdo con una eseala razonable y eficaz. Pero la ley on, cuentra su tiltima justificacién en el bien que hace ono hace a la sociedad de un lugar y de un tiempo determinado, Du. Taateafios,no pudeveren la pena de muerte mis que un su Plicio insoportabie la imaginacion y un desorden perezoso ‘ave mi raz6n condenaba, Bstaba dispuesto, sin embargo, a pensar que la imaginacion influia en mi juicio, Pero, en ver. cad, nada he encontrado durante esas semanas que-no haya teforzado mi conviceién o que haya modificado mis razona- mientos. Al contrario, alos argumentos que eran ya mios, otros vinierom a agregarse. En Ja actualidad, comparto abso. lutamente la conviceién de Koestler: la pena de muerte mane cha nuestra sociedad, y sus paztidarios no pueden justificar- {a con sazén. Sin proseguir con su decisiva defensa, sin acurvular hechos y cifras que serian una repeticién: y quela 7 Asthur Koestler / Albert Camus exactitud de Jean Bloch-Michel hace inttiles, desarrollaré so- lamente os razonamientos que proiongan los de Koestler y ue, al mismo tiempo que ellos, militan por una abolicién inmediata dela pena capital. ee psibeqeclpasaruress dele pridaos dea pe va de muerte es el ejemplo del castigo. No sélo se cortan las cabenss pata castigara sus ducios, sino también paraintimi- dar, por medio de un ejemplo terrible, a los que se sientan tentados de imitazlos. La sociedad rio se vehga, quiere sola~ mente prevenir. Esgrimela cabeza para quelos candidatos al crimen lean en ella sudestino y se vuelvan atris. Eseargumento impresionaria si no se escuviera obligado bar: : onawe Ja sociedad misma no cree en el ejemplo de que me que no esta probado que la pena de muerte haya he? cho retrocedera un solo asesino, decidido a serlo: por lo tan- to, es evidente que no produce ninggin efecto, excepto ell de la fascinacién sobre millares de critainales; 2, que constituye, por otra parte, un ejemplo repugnan- te,cuyasconsecuencias somimprevisbles, En primer Ingar, la sociedad no cieelo que dice, Silo cre- yerareslmente, moseraria as cabeaas, Concedesis alas ejees- ciones la publicidad que reserva coménmentea los emprésti- tos nacionales o a as nuevas marcas de aperitivos. Sesabe, en cambio, que las ejecuciones, entre nosotros, ya no tienen be gar en piblico vse perpetan en el patio dels prisiones, de- lante de un niienero restringido de especialistas. Nose sabe qué y desde cuindo, Se mata de una medida rlatvemente zecien- te. La lima ejectci6n pabtica se reatizé en 1939, lade Weid- ‘mann, autor demuchos crimenes, a quien sus hazaitas dieron publicidad. Esa mafiana, una gran mashedurabe se 6 apresuradamente a Versalles, y, con ella, gran cantidad de fo- tégrafos. Entre el momento.en que Weidmann fue expuestoa

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