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I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Revisitando Chile
IDENTIDADES, MITOS E HISTORIAS
Sonia Montecino 5
Compiladora
Subcomité Identidad e Historia
Comisión Bicentenario
CUADERNOS BICENTENARIO
PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA
REVISITANDO CHILE
MONTECINO, SONIA
I.S.B.N.: 956-7892-02-4
HISTORIA DE CHILE
983
AGRADECIMIENTOS
y de Hans Muhr
Victoria Castro
y Patricia Roa, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Bicentenario
REVISITANDO CHILE
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I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
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I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
LECTURAS DE LAS IDENTIDADES: SUBJETIVIDADES, MÁRGENES E INSTITUCIONES 27
SEGUNDA PARTE
IDENTIDADES: DE LO REGIONAL A LO LOCAL O DE LA PATRIA A LA MATRIA 159
I. El Norte 161
Lautaro Núñez. La comarca tarapaqueña: de pertenencias y desiertos 163
Victoria Castro. Entretejiendo las diferencias 171
Hans Gundermann. Las elusivas identidades regionales del norte de Chile 174
Héctor González. Imaginario e identidad cultural de la Región de
Tarapacá 180
Bernardo Guerrero. De la Cenicienta del Norte al Puerto-Mall: la
identidad cultural de los iquiqueños 189
José Antonio González. La identidad en el desierto de Atacama: una
región polifónica 196
Jorge Zambra. El Huasco, una multiidentidad 202
12
II. El Puerto 207
Leopoldo Sáez. Aproximaciones a lo porteño 209
Alberto Cruz. Revisitar 217
Marco Chandía. La joya deslucida del Puerto. Cultura popular de un
Valparaíso que no muere 221
Marcelo Mellado. San Antonio, el cuerpo de mi delito (Texto de
antropología ramplona) 228
Claudio Caiguante. Reencontrarse con la historia 234
Miguel Chapanoff. El mundo invisible: identidad y maritorio 240
Jorge Razeto. Esbozos identitarios de Aconcagua 247
Claudio Mercado. Bailes chinos, mil años sonando en el Valle del
Aconcagua 252
Región transparente
Marcel Young. La búsqueda del afecto perdido de la XIV Región 272
Juan Matas. La identidad bicultural para un Chile moderno y democrático 277
Luis Mizón. Pensar Chile desde afuera 283
Loreto Rebolledo. De la isla al archipiélago. La experiencia identitaria
de los chilenos retornados 289
V. El Bío-Bío 339
Leonardo Mazzei. En torno a la identidad histórica de Concepción 341
Roberto Hozven. Identidades penquistas: lugares y caracteres 347
Gonzalo Rojas. Otra carta sobre este Concepción del Nuevo Extremo 353
Omar Lara. Quién soy yo, quién eres tú 360
Roberto Lira. La vegetación como factor de identidad urbana en
Concepción 365
Juana Paillalef. Revisar la multiculturalidad desde lo femenino y laboral 371
TERCERA PARTE
HISTORIAS, IDENTIDADES Y TRASLACIONES 529
Sol Serrano. ¿Hay Bicentenario sin nación? 531
Jorge Pinto. Identidad nacional e identidad regional en Chile. Mitos e
historias 536
Bernardo Subercaseaux. El Bicentenario bajo un prisma de sano
escepticismo 543
Elicura Chihuailaf. Nada que celebrar y mucho que conversar 549
Maximiliano Salinas. Historias e identidades desde el mestizaje 554
Álvaro Góngora. Una reflexión sobre la identidad chilena y la verdad
histórica 562
Julio Pinto. El dilema de la identidad nacional: entre los discursos
14 unificadores y los vectores de acción histórica 568
José Luis Martínez. Abrir las historias: a propósito de nuestra historia
nacional y de nuestras identidades 575
Gabriel Salazar. Debajo de la atalaya de la Historia 581
María Angélica Illanes. Los mitos de la “diferencia” y la narrativa
historiográfica chilena 588
Cristián Gazmuri. Algunos rasgos de la identidad chilena en perspectiva
pretérita 593
José Bengoa. Encontrando la identidad en la celebración de la diversidad 600
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
PRÓLOGO
Ricardo Lagos
Presidente de la República de Chile
INTRODUCCIÓN
Sonia Montecino
Antropóloga
Revisitar Chile 19
El texto que presentamos compila una selección de las ponencias y re-
flexiones efectuadas en diez encuentros organizados por el Subcomité Iden-
tidad e Historia de la Comisión Bicentenario durante los años 2001 y 2003.
Cuatro de estas reuniones, que llamamos “Revisitando Chile”, se realiza-
ron en Santiago, y el resto en Arica, Valparaíso, Talca, Concepción, Valdi-
via y Punta Arenas. Estos encuentros regionales tuvieron como espacio de
recepción universidades que, como las de Tarapacá, Playa Ancha, Talca,
Concepción, Austral y Magallanes, nos abrieron generosamente sus salas
y auditórium para acoger los debates que sostuvieron los(as) intelectuales
de las zonas, así como los(as) estudiosos(as) de esas regiones.
Es preciso señalar que se incorporaron también representantes de la
decimocuarta región, la de los Chilenos en el Exterior, en la medida en
que revisitar sus identidades y sus modos de comprender la historia es
relevante en la construcción de una nueva forma de definir el “nosotros”
como comunidad con miembros “desterritorializados”, pero que se sien-
ten –y sentimos– parte nuestra.
La finalidad de llevar a cabo este proceso de reflexión emergió de las
propias inquietudes planteadas en las primeras sesiones del Comité, en la
medida en que si bien la celebración del Bicentenario se asoció funda-
mentalmente con las obras, con los monumentos, en definitiva con lo que
entendemos como patrimonio tangible, también fue evidente que los con-
tenidos emblemáticos de este patrimonio, sus significados y sus valora-
ciones debían ser encarados, pensados y debatidos toda vez que no exis-
te una única mirada sobre él y porque nuevos sentidos se han ido
perfilando. Así, los conceptos de identidad y de historia se tornaron fuen-
te y punto de partida para examinarnos, para detenernos a meditar, con el
REVISITANDO CHILE
La compilación
El texto que publicamos, como ya dijimos, contiene un conjunto de las
ponencias de los diversos debates efectuados,1 pero también de lo que
denominamos “encuentros virtuales”, que conjuntaron a diversos(as) in-
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telectuales que no pudieron, por distintas razones, formar parte de las
reuniones, y cuyas reflexiones nos ha parecido importante incluir.
Hemos intentado en esta selección recuperar y dar cuenta de las ideas
que se vertieron en las jornadas de “Revisitando Chile” y es así como po-
demos apreciar, en los textos escogidos,2 que la celebración del Bicente-
nario de la República no aparece sólo como la creación de obras, sino que
junto a ellas es preciso integrar otros “monumentos”, tal vez los que más
nos especifican como cultura y que tienen que ver con la imaginación, el
pensamiento, el conocimiento, la reflexión, la escritura. Es evidente que
si analizamos desde la “larga duración”, lo que nos singulariza no son las
grandes arquitecturas monumentales, sino las grandes obras de palabras.
Los finos mitos de los pueblos aymara, mapuche, rapanui, por ejemplo; las
obras de la Mistral, Neruda, Huidobro, Donoso, entre muchos y muchas
más; las diversas expresiones de la poesía y del arte popular. La palabra, su
misterio y su poder, se nos ha dado como alimento simbólico. Por ello, es
claro que el conjunto de textos reunidos hacen relativa o problematizan la
idea de un déficit cultural, y dan cuenta de que la densidad de significados
existe, pero que falta valorarlos, hacerlos circular y confrontar con los
lenguajes dominantes.
Podemos sostener que los resultados del desafío de realizar los en-
cuentros “Revisitando Chile” y esta compilación desde la perspectiva más
difícil, han sido de una fecundidad notable, y utilizamos esta palabra en
sus acepciones de “virtud y facultad de producir”, de “reproducción nu-
merosa y dilatada”, de “unión de lo masculino y femenino para crear un
nuevo ser”. Entonces, fecundidad como metáfora de la producción y la
reproducción material, social y simbólica.
Por último, el Subcomité Identidad e Historia de la Comisión Bicen-
tenario se propuso dar cabida a los necesarios cuestionamientos que este
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R IIAN TAR O
L AD UMCAT
C IRÓI N
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L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
PRIMERA PARTE
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L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Carla Cordua
Filósofa
E scribo para buscar la respuesta a una interrogante doble que dice: “¿Existe 29
la identidad chilena? Si es así, ¿qué elementos la constituyen?” Una de las
cosas que me anima a contestar es que ésta es una de aquellas preguntas
que desde un comienzo ofrecen ayuda, esto es, que le dan una señal al que
desea responderlas. En este caso, el signo orientador residiría en que el pri-
mer cuestionamiento está formulado en singular, “la identidad chilena”,
mientras que el segundo, relativo a sus elementos, presupone que éstos
son, por lo menos, varios y, tal vez, muchos e, incluso, por qué no, innu-
merables. De este modo, las dos preguntas juntas apuntan, desde un co-
mienzo, en la dirección de una identidad constituida por varios elemen-
tos, pero capaz de abrazarlos a todos y de otorgarles, por muchos que
fueran, unidad.
Esto, aunque poco, excluye de inmediato la posibilidad de que la
palabra “identidad”, que tiene tantos significados diversos, sea confundi-
da con alguno de sus sentidos que no vienen al caso. Pues “¿existe la
identidad chilena?”, podría ser interpretada como una pseudointerrogan-
te, si usamos el concepto en un sentido formal, puramente lógico-gramati-
cal. Pues todo cuanto es, si puede ser conocido y reconocido, debe tener
una identidad, que es, en cada caso, la suya, ésa que lo diferencia de todas
las demás cosas, a las que tampoco puede faltarles la identidad. Si éste
fuera el sentido de la pregunta por la identidad, ella ya estaría contestada
afirmativamente antes de tener que formularla.
Pero aquí no se trata de la identidad indiferente de todas y de cual-
quier cosa, sino de una específica, de la identidad chilena. Una parte obliga-
toria e infaltable de ser chileno consiste en poseer un certificado oficial de
identidad que llamamos, a la francesa, el carnet. Contiene datos básicos
sobre su portador que, en varias circunstancias, le suelen interesar a las
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personas e instituciones con las que entra en relación. Entre otras cosas, el
carnet certifica, dentro de Chile, la nacionalidad, razón por la cual en Es-
paña se le llama documento nacional de identidad. Pero la función princi-
pal de éste es probar la identidad del ciudadano, ésa que diferencia irremi-
siblemente a cada uno de todos los demás, mediante datos, huellas dactilares
y una fotografía. Esta identidad exclusiva de cada cual, que pertenece al
ámbito de la vida práctica, civil y política, no deja lugar a ninguna duda o
pregunta acerca de la existencia de su legítimo dueño.
Lo que introduce las vacilaciones tanto acerca de la existencia de la
cosa mentada como del alcance y validez de la expresión “identidad chile-
na”, provocando las preguntas que consideramos, proviene del uso exten-
dido de la palabra “identidad”. Nadie, salvo los lógicos, cuestiona la iden-
tidad en general, que es una condición del lenguaje, ni abriga dudas acerca
de la justificación de un carnet personal. Los desacuerdos de opinión so-
bre el significado ampliado de “identidad”, aquel que adquiere el término
cuando se lo usa para atribuirle a la nación una personalidad colectiva por
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analogía con la de la persona singular, los origina este uso analógico. Esta
analogía es, como todas ellas, parcial. Decimos del hijo que se parece a su
padre porque somos capaces de ignorar provisoriamente la diferencia de
edad entre ellos, y también muchas otras diferencias que no estorban el
parecido. La comunidad nacional poseería un espíritu común, una manera
de ser que se expresa tanto fisiognómica como prácticamente en la conduc-
ta, las preferencias, las costumbres, los gustos, las actitudes, los sentimien-
tos. Hablamos de una posible identidad chilena que no tiene carnet y olvi-
damos por un momento que el carnet de identidad prueba su utilidad
porque demuestra que somos todos diferentes.
¿Se puede objetar el uso amplio de un concepto? Claro que no, siem-
pre que se tenga presente que la nueva extensión que se le da cambia las
reglas de su aplicación. En principio, las palabras están ahí para ser usa-
das, abusadas, cambiadas, diversamente aplicadas, abreviadas y extendi-
das, olvidadas y recuperadas. El lenguaje es uno de los campos de ejercicio
de la libertad humana. Si no lo cree, pregúntele a los poetas y a los chisto-
sos. Pero es obvio que tales ejercicios tienen consecuencias de todo tipo,
tanto felices como desgraciadas. ¿Qué duda cabe de que todos los miem-
bros de una comunidad nacional tienen numerosas cosas en común? Des-
de luego la nacionalidad, que no es poca cosa. Pero también tenemos mu-
chas coincidencias con gentes de otros países, y tampoco éstas son poca
cosa. Afirmada al voleo, la existencia de una identidad nacional chilena, no
implica grandes responsabilidades. Ahí están los sentimientos comparti-
dos, las intuiciones, las simpatías, los recuerdos de infancia que, narrados,
resultan extrañamente parecidos a los recuerdos de infancia de nuestros
contemporáneos. Sin embargo, está claro que vamos entrando en dudas e
interrogaciones apenas tratamos de hacernos una idea precisa de esta cla-
se de identidad.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Finalmente, para Jaime González, autor de La patria del tico (1995), ante
todo se trata de preservar la identidad del Tico. Ser nosotros mismos
en plenitud… Cada patria engendra un sentido que hace visible en
sus más profundas aspiraciones. Hacer patria es descubrir una huma-
nidad concreta, descubrir lo humano realizado en la concretez histó-
rica.
La variedad de los puntos de vista muestra, en este caso y en otros,
que el concepto de “identidad nacional” es incapaz de establecer una meta
que gobierne la investigación. Demasiado indefinido e impreciso, deja sin
dirección a la búsqueda, sin método, librada a iniciativas puramente per-
sonales, incapaces de empalmar constructivamente con el trabajo de otros
interesados en el tema. En tales circunstancias, los diversos teóricos de las
identidades colectivas carecen de los lazos que harían falta para fundar
una tradición emergente, capaz de acumular saberes y de crecer. Todos los
que proponen teorías en este campo dan la impresión de Adanes que han
de partir de cero o resolverse a callar. No hay nada antes de cada uno que
funde suficientemente y guíe la actividad de pensar sobre identidad. De 33
las explicaciones bien intencionadas de Rojas Osorio se deduce que los
discursos teóricos, en este caso filosóficos, sobre la identidad, no dan para
iniciar una historia que se pudiera heredar.
Una de las debilidades de los textos contenidos en la historia de Rojas
Osorio para ilustrar las filosofías de la identidad, es la manera en que la
escritura se desliza sin control de la descripción de los rasgos supuesta-
mente definitorios de una identidad a la formulación de deseabilidades.
Ya que no es lo mismo decir cómo las cosas son que expresar como debie-
ran ser a juicio del que habla, la sustitución de la palabra definitoria por
otro modo de hablar que propone un deber ser, un ideal, una preferencia,
un valor, equivale a un abandono del tema y a una fuga en dirección de lo
meramente deseable. Sobre el costarricense González Dobles dice Rojas
Osorio:
Analiza valores tales como el humanismo, la autenticidad, los cuales
deben integrar la idea de patriotismo. El humanismo nos debe incitar
a poner al ser humano en el núcleo mismo de cualquier política de
desarrollo. Por último, González destaca la importancia de la demo-
cracia […] En definitiva, nos dice González, la patria es la personalidad
de un pueblo.
El mismo autor de Latinoamérica. Cien años de filosofía, en su atracción
por las teorías de la identidad, titula la sección 18 de su libro como “Tres
estudios sobre identidad y eticidad”.
Una crítica de la posibilidad de hacer teoría, ya sea filosófica o cientí-
fica, sobre la cuestión de la identidad nacional no significa lo mismo que
proponer que haya que desconsiderarla del todo y guardar silencio acerca
de ella. La teoría tiene sus propias exigencias, de las que depende su éxito,
REVISITANDO CHILE
Agustín Squella
Asesor Cultural de la Presidencia
to moral, según sea la índole e importancia del asunto moral que se discu-
ta. Es decir, las personas no tienen siempre y para todos los asuntos mora-
les uno solo de tales temperamentos, sino que se desplazan entre ellos, o
al menos entre algunos de ellos, según sea la índole e importancia del
asunto moral de que se trate.
Si por pluralismo entendiéramos ahora la multiplicación y autonomía
de los centros de poder al interior de una sociedad, la nuestra también
exhibe carencias manifiestas en este sentido, en particular en lo que con-
cierne a la autonomía de los centros de poder. Ésta es escasa, por ejemplo,
entre poder político y poder económico, entre poder civil y poder religio-
so, y entre poder político y poder militar. Lo anterior es importante por-
que la sola multiplicación de los centros de poder no satisface las exigen-
cias de una sociedad libre, si ellos no se comportan de manera autónoma.
Por otra parte, si domesticar los centros de poder equivale a la acción
encaminada a limitar sus posibilidades de dañar a las personas, el discurso
público nacional que prevalece entre nosotros es el que busca limitar el
42 poder del Estado, casi como si se tratara del único centro de poder capaz de
vulnerar la libertad de las personas. Pero se omite toda referencia a los
demás centros de poder o se velan deliberadamente las posibilidades de
dañar la libertad de las personas que tienen también esos otros centros de
poder.
Un asunto especialmente delicado, que nuestra sociedad se niega a
discutir en forma abierta, es el que concierne a los límites que deben exis-
tir entre poder civil y poder religioso. Si bien la secularización es un pro-
ceso que también ha venido cumpliéndose en la sociedad chilena, es más
real en la base social que en las elites directivas, con el inconveniente
adicional de que dicho proceso (con un carácter religiosamente neutral y
no necesariamente antirreligioso) suele ser presentado como si se tratara
de un burdo secularismo, esto es, el emplazamiento de la ideología del
rechazo o repulsa de toda religión.
Es evidente que todo proceso de secularización hace perder a las re-
ligiones determinadas zonas de influencia, por ejemplo, en la ciencia, en
el arte, en la política, desde el momento en que dichas actividades pasan a
ser consideradas de injerencia y responsabilidad exclusivamente huma-
nas. En tal sentido, queda de manifiesto que ella es un proceso que presta
un evidente servicio a la libertad y a la creatividad humanas. También a
las propias religiones al demarcar bien el espacio de lo sagrado y eterno,
por un lado, y el de lo profano y temporal, por otro.
Entre nosotros existe una insuficiente comprensión de las ventajas
que tiene mantener separados ambos dominios, tanto para una visión se-
cular como para una religiosa. Se desconocen o se aplican en forma inade-
cuada las exigencias de autonomía para las actividades humanas y las es-
tructuras sociales que, desde una perspectiva católica, reconocieron
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Roberto Aceituno
Psicólogo
1
Desde el primer punto de vista esbozado, habría que señalar que las rela-
ciones económicas, políticas o “simbólicas” que constituyen actualmente
el lazo social, se organizan bajo modos de “intercambio” –para nuestros
efectos, “culturales”– que parecieran exigir un relativo olvido de las especi-
ficidades locales que habrían definido las identidades –las representaciones,
conscientes o no– que las culturas construyen de sí mismas en el curso de
sus historias. Si cada cultura –en este caso, la chilena o latinoamericana–
organizara este guión fantasmagórico de lo que “es” en función de la par-
ticular relación a sus orígenes (dado que la identidad concierne a la ficción
necesaria sobre lo traumático de todo origen) y estableciera desde ahí el
REVISITANDO CHILE
2
Pero no basta con someter a un análisis crítico la noción de identidad
cultural ni solamente recuperar lo que ella supone de resistencia o de
construcción de memoria. Es necesario también ingresar en el terreno de
los intentos por pensar histórica y antropológicamente la pregunta por las
subjetividades en las culturas (aquí, la chilena).
En este marco, sería necesario, al menos, esbozar otras operaciones 49
críticas. Éstas incumben a las nociones “simbólicas” por las cuales se ha
emprendido –con resultados diversos– la tarea de reflexionar acerca de las
identidades en nuestras culturas y, sobre todo, del modo como se “archi-
van” y se transmiten bajo el horizonte fértil y enigmático de los cuerpos
sociales.
En este sentido, valdría la pena considerar el orden “familiar” a par-
tir del cual se han elaborado las interpretaciones simbólicas sobre las trans-
misiones identitarias. Así, por ejemplo, se ha sugerido que las culturas
latinoamericanas –y en particular la nuestra– se habrían configurado sim-
bólicamente a partir de un eje paterno-filial donde la imagen menoscaba-
da del Padre sería una de las bases para pensar en la difícil relación cultu-
ral a los orígenes y el doble juego de debilidad y violencia característico de
los proyectos de emancipación, los traumatismos históricos y la conflicti-
va dinámica de las filiaciones.6 Por otra parte, como en contrapartida, se
han esbozado los fundamentos socioculturales a partir de los que las refe-
rencias maternas otorgarían otros hitos identitarios que, simbólicamente,
servirían como la matriz de la transmisión femenina de los orígenes de
nuestra naturaleza reprimida. Esta versión materna de las identidades sim-
bólicas –desconocida por el saber oficial de los padres, hijos, hermanos– ha
estimulado ciertamente una lectura alternativa al relato masculino de la
cultura y la historia, con sus deudas, sus amenazas y sus poderes. Desde esta
perspectiva, se podría considerar que los “padres de la patria”, los represen-
tantes de la autoridad política, con sus prohibiciones y sus emblemas “fáli-
cos”, serían débiles soportes identitarios frente a la matriz alternativa de las
referencias maternas. En una especie de antinomia originaria, las figuras
matriarcales representarían así el marco plural que en nuestras culturas le
REVISITANDO CHILE
habrían hecho el peso a las “sólidas” referencias de la Ley del Uno, mascu-
lino y central.
Pero debiera historizarse en su conjunto este relato familiar de las le-
yes, los pactos y las transmisiones genealógicas de las culturas. Porque si
hay algo complejo en esta referencia “parental” por la cual se define la
mitología familiar de los orígenes, a través de los modelos identificatorios
provistos por la Ley del Padre o la transmisión materna, esto incumbe a
los límites de una comprensión “edípica” de los procesos de configuración
identitaria.7 De hecho, tal escenografía trágica, que provee toda una fan-
tasmagoría originaria de amores, odios, rivalidades o promesas, se ha ins-
crito en la cultura moderna a través de los resabios secularizados de las
tradiciones cristianas y, desde ahí, ha ofrecido un marco ideológico que a
partir de la sagrada familia sustancializa los poderes simbólicos de las leyes
patriarcales para proponerse finalmente como el referente universal de
los procesos de subjetivación. Desde este marco histórico y social, incluso
político, la interpretación acerca de los modos como se transmite la iden-
50 tidad, ahora en nuestras culturas, hereda esta partitura familiar que se lee
en el sentido incestuoso de las filiaciones y que por lo demás constituye
un rasgo importante del imaginario mestizo.
¿Bajo qué otra gramática cultural sería necesario declinar entonces
un trabajo de recuperación –si fuese el caso– o de construcción de las identi-
dades culturales? Ciertamente, no se trataría de proponer que ellas se han
organizado bajo un modo completamente diverso de filiación o de genea-
logía simbólica, porque la cultura –o las identidades en ella– son en parte
este relato defensivo –ficcional– que es transmitido desde las “clásicas”
referencias de los padres, las madres, los hijos. Se trataría en cambio de
instalar una reflexión histórica sobre lo que esta ficción edípica de los
orígenes deja fuera de su clausura poderosa y universal. A través de los
aspectos difícilmente susceptibles de inscribir en este fantasma familiar, y
que sin embargo le otorgan a éste el color de su tragedia, sería posible al
menos imaginar un esfuerzo de producción histórica que avanzara por los
caminos difíciles y múltiples de los residuos y los excesos identitarios.
Se trataría entonces de interrogar la dimensión estrictamente sexua-
da del diálogo y los desencuentros entre las culturas de aquí o de allá. Des-
de esta perspectiva, las identidades múltiples de las culturas se pensarían
más allá (o más acá) de los arcanos del Padre y su Ley, y más acá (o más allá)
de los designios maternos del algún buen o mal amamantamiento. Han sido
solamente madres las mujeres de estas genealogías simbólicas intergenera-
cionales?, ¿fueron hombres los padres que, con sus leyes aparentemente
unificadoras y normalizadoras, habrían marcado para siempre las filiacio-
nes de los hijos para reproducir sus símbolos y sus discursos?
De este modo, el problema de la identidad cultural requeriría pensar-
se también en el marco de las subjetividades cruzadas por las diferencias
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
entre los sexos; aquellas que si bien se ven mediadas por la escenografía
clásica de los padres, las madres, los hijos o los hermanos –con sus prohi-
biciones, sus dones y sus alianzas– no se dejan ver ni escuchar del todo
por el relato familiar de los orígenes y de las transmisiones entre las gene-
raciones. Ellas mostrarían el lado difícilmente representable de las identi-
dades, porque éstas se declinan también en una sintaxis cultural cuya len-
gua se arma y rearma menos a partir de una quieta estructura “simbólica”
que en virtud de los dialectos de los encuentros y desencuentros de lo
sexual en el tiempo.
Así, finalmente, habría que estudiar con más detalle el uso de las
lenguas, resistentes a la matriz aparentemente universal de los lenguajes.
Porque al interior de cada lengua –que se ha llamado a veces “materna”–
se inscriben territorios de la palabra que son colonizados por las elocucio-
nes efectivas de los discursos de otros tiempos y lugares, pero donde los
modos de hablar –o de escribir– en la singularidad de las historias locales y
siempre “actuales” alteran la quieta estructura de los orígenes de las len-
guas o de las identidades. 51
1. Un examen más detallado y diverso de las preguntas que orientan este artículo se en-
cuentra en: Aceituno, R. (ed.): Identidades. Intervenciones y conferencias. Universidad Diego
Portales, Santiago, 2002.
2. El siglo XIX en Europa, heredero inmediato de las revoluciones “democráticas”, fue el
marco histórico para que las promesas de la Razón encontraran su límite y sus enigmas en
la dimensión trágica de una conflictiva alienación. Desde ahí, una “crisis de identidad”
comanda el desarrollo de una serie de discursos, más tarde llamados “disciplinarios”, cuya
pregunta fundamental fue la identidad de los sujetos y las culturas.
3. Cf. Al respecto la lectura de Michel Foucault sobre la “sociedad de la normalización”, en
el marco de la inquietud sintomática de “defender la sociedad”. Foucault, M.: Il faut défendre
la societé, (Paris, Gallimard, 1997).
4. Considerar, por ejemplo, el libro ya clásico de Nicolás Palacios, Raza chilena.
5. Sobre la “eugenesia” y su legislación, ver por ejemplo: Bertzhold, H., Eugenesia (Stgo.:
Ed. Zig-Zag, 1942). También, Grossi, A: Eugenesia y su legislación. (Stgo.: Nascimento, 1941).
6. En este contexto y para lo que sigue se sitúa el aportador trabajo de Sonia Montecino, en
De madres y huachos. (Stgo.: Cuarto Propio-CEDEM, 1993). Ver también los comentarios de
Dominique Guyomard y Suzanne Ginestet-Delbreil en: Aceituno, R. (ed.): op. cit.
7. Ver al respecto, Guyomard, D.: “Fantasmas originarios, orígenes del fantasma”, en Acei-
tuno, R., op. cit.
REVISITANDO CHILE
IDENTIDAD Y MEMORIA
Rafael Parada
Psiquiatra
52 S obre identidad nacional no tengo un saber que vaya más allá del que
posee un ciudadano común; sin embargo, me acercaré a ella desde el ámbi-
to de la subjetividad. No se trata del sujeto que está siendo invocado por
una objetividad que lo funda, en el sentido kantiano de la expresión, sino
del sujeto que se inaugura en el tiempo, que inaugura una biografía y que
hace que el hombre sea lo que es a través de su conciencia, y que resiste,
casi metodológicamente, que pueda ser adscrito solamente al reino animal.
La subjetividad se nos sale, nos rebasa un poco, es una especie de
basta que hay que darle a esos reinos para poder y, de ese modo, ingresar
a un dominio distinto, que tiene una metodología distinta, con contrastes
distintos. Esto puede ser un aporte, una discusión y punto de vista intere-
sante para el tema de la identidad.
¿Por qué digo “para el tema”? Porque justamente dentro de la subje-
tividad estaría, como primer problema, una reflexión sobre “qué es la sub-
jetividad como cosa y si ella tiene una determinada identidad”; si ésta es
genérica, individual; si viene desde un self interno que se desarrolla, florece
como una semilla o por el contrario, se genera y se constituye desde alteri-
dades que la fundan, dándole toda su tesitura y morfología definitivas.
En buenas cuentas, ése sería el tema de la identidad.
Pero hay que hacer algunas consideraciones sobre el sujeto para ir
perfilando el asunto. El problema del sujeto muchas veces se ve contami-
nado por el concepto kantiano de relación sujeto-objeto; está también aglu-
tinado con la idea del yo. Yo, sujeto, individuo serían tres elementos su-
perpuestos.
Se puede hablar de ellos; el individuo dijo, el sujeto dijo, etc., como si
no admitieran diferencias esenciales, o como si se les pudiera confundir
con facilidad y tuvieran la propiedad de ser confundibles.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
aprieta dos o tres teclas que permiten que aparezca la información corres-
pondiente en una pantalla.
Esa memoria no es sinónimo de la llamada memoria episódica, por la
cual yo no solamente tengo el recuerdo formal y cronológico de un acon-
tecimiento vivido por mí, sino que poseo también la vivencia de lo que
significó, de las emociones que concomitaron con aquello y de toda una
periferia emocional que lo circundó, que es completamente un agregado,
una escenografía de la información que la vuelve “viva”. Pero no una que
albergue la información, sino una que constituya su significado, cosa que
es muy importante y que la computación no puede hacer, salvo que noso-
tros hagamos conexiones por asociación.
La memoria automática constituye el tercer tipo de función. En ella lo
que nosotros hacemos es aprender algo que no olvidaremos. Los que he-
mos aprendido a andar en bicicleta podemos seguir haciéndolo toda la vida,
lo que no nos pasa con otros tipos de información. Por ejemplo, si uno
aprendió un idioma, al cabo de un tiempo, si lo ha olvidado, tiene que ir y
“reflotarlo”, ir al diccionario y buscar. O nadar; quien aprendió a nadar, 55
sabrá hacerlo para siempre. Puede que lo haga con mayor torpeza, con
menos habilidad, pero queda grabado en nuestro esquema corporal el modo
de tratar con el agua y la respiración.
El cuerpo es capaz de retener acciones de una manera mucho más
constante que la mente reteniendo conceptos e ideas. Lo que ésta puede
olvidar, el cuerpo a veces se lo hace recordar. Eso ha sido útil para una
serie de terapias. Esta memoria se funda en un aprendizaje y permanece
posteriormente como una constancia. Nos señala que también al cuerpo
hay que entenderlo no únicamente como el soma que sostiene nuestro
comportamiento y que, cuando se enferma, debemos guardar cama, casi
clausurándolo. El cuerpo también es capaz de poseer un discurso desde
sus propias grabaciones y almacenamientos.
Pongamos un ejemplo. El discurso de los gestos nos permite recono-
cer la identidad de los argentinos. Es decir, a veces se puede estar con el
televisor encendido pero sin sonido, y saber que el que está hablando es
argentino o italiano, porque realiza determinados gestos o ademanes. Es
decir, se reconoce por la gesticulación la identidad del hablante. A través
de ella podemos realizar un aprendizaje que colabora con el lenguaje ver-
bal y que a menudo lo puede reemplazar y contribuir así a identificar a las
personas.
Podemos no sólo aprender gestos convencionales (saludarnos, hacer
venias), donde el cuerpo repite gestos heredados a la vez que aprendidos,
reproduciendo en la configuración de la identidad la necesidad de un apren-
dizaje de algo que se escuchó y se observó sin darse cuenta. Se ha caído en
ser igual y hablar siguiendo el modelo “copiado” sin una intención cons-
ciente.
REVISITANDO CHILE
Cuando se dice “mira, fíjate que fulano está tan identificado con su
profesor de matemáticas, que habla igual, gesticula igual, saluda igual”. Ahí
se comprueba el proceso de identificación que inicialmente se da siempre
con los padres. Los niños hablan igual que sus padres y, especialmente,
como dicen los alemanes: mütter spreche. El lenguaje de la madre es funda-
mental, porque es a partir de él que cada ser humano organiza el suyo.
Por último, se habla de una memoria funcional, de la cual resulta un
yo que aglutina y distribuye estas memorias y las utiliza para fines diver-
sos. Tiene la característica de ser fundante, como centro del funciona-
miento psíquico, proponiendo una concepción egocéntrica de la que se
habla en la modernidad. Hoy se empieza a conjeturar si realmente el suje-
to es egocéntrico o se trata más bien de una exterioridad que lo funda y
que desconocemos. Nosotros somos desde la madre o somos por el len-
guaje que constituye un ingreso a lo simbólico, mas el lenguaje vendrá
siempre de lo “otro”.
Esto conduce a que el sujeto ya no sea concebido como un individuo
56 aislado o aislable metodológicamente. Ahora puede entenderse como de-
pendiendo de otras variables que lo constituyen; de las cuales no es subsi-
diario ni está sometido, sino que está configurándose desde lo otro, adqui-
riendo su propia identidad.
Estamos planteando el tema de la memoria para ingresar al proble-
ma de la identidad del sujeto, que no debe ser asimilada a aquella de “es
idéntico porque es una igualdad lógica: A=B”.
La identidad tampoco es una pertenencia. Por ejemplo, un sujeto
para decir “yo que trabajo en la empresa tanto, que vende tal chocolate”, se
refiere a “nosotros, los que fabricamos este chocolate”, identificándose con
la institución. O la gente conflictiva, que no logra identificarse con la insti-
tución, y que, por lo tanto, resulta disruptiva para sus propósitos.
Pero no solamente es este pertenecer “a”, sino que el constituirse
“desde” sería lo central en una identificación.
El proceso de constituirse opera de una manera tal que aparta de la
igualdad y la diferencia. Así, el término identidad es reemplazado de una
manera sorprendente por una diferencia. Algunos pensadores han traba-
jado este tema. La idea de constancia como espesor, como lo fundamental,
supone la repetición permanente que hacemos de nosotros mismos en
virtud de la cual cada imagen actual, instantánea nuestra, está concebida
en relación a una anterior. Es una repetición que tiene la virtud de man-
tener un hilo conductor desconocido que nos hace tener una continuidad
como constancia.
Por lo tanto, esta repetición podría servirnos para pensar que ya no
estamos frente a un hecho de constancia, sino frente a un fenómeno diná-
mico. La dialéctica interna que gobierna este proceso de identificación,
que va otorgando el ser y el dejar de ser.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
58
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Pedro Morandé
Sociólogo
Jorge Larraín
Sociólogo
tura psíquica como si fuera una persona individual, y menos aún que ese
carácter sea compartido por todos sus miembros.
El modo de existencia de una identidad nacional no es simple. A
veces se piensa que cada nación posee una discernible de manera clara,
homogénea y, sobre todo, ampliamente compartida por todos sus miem-
bros. Esta creencia está en parte influida por una transmutación indebida
del carácter más integrado de las identidades personales al plano de las
colectivas. Sostengo que la identidad nacional existe de modo más com-
plejo como un proceso de interacción recíproca entre dos momentos cla-
ves: las versiones públicas o discursos de identidad, y las prácticas y signi-
ficados sedimentados en la vida diaria de las personas.
Esto equivale a la distinción que hace Giddens entre la conciencia
discursiva, que es la que utilizan los intelectuales al hacer discursos rigu-
rosos y coherentes sobre la realidad, y la conciencia práctica, que tiene
que ver con lo que la gente común sabe y hace sobre esa misma realidad,
pero que no puede formular en un discurso riguroso. Con la identidad
68 sucede lo mismo, algunos pueden dar cuenta de ella de manera minucio-
samente discursiva, otros simplemente la viven. El hecho de no poder dar
cuenta en el discurso de una identidad no significa no poder contribuir a
ella en forma práctica.
Lo que planteo es que la identidad de una nación es en el fondo una
interacción entre los discursos públicos sobre esa identidad, y las prácticas
de la gente común. Esta interrelación se explica, por un lado, porque para
construir sus discursos identitarios los intelectuales seleccionan rasgos de
los modos de vida de la gente que les parecen importantes y representati-
vos. Por otro lado, esas mismas narrativas influyen en las personas a tra-
vés de los medios de comunicación, del sistema educativo, de los libros, de
la televisión, y buscan reafirmar un sentido particular de identidad. Es
como si los intelectuales estuvieran diciéndole a la gente “reconózcase en
esto que digo; he seleccionado de la vida misma de los chilenos algunos
rasgos identitarios que son importantes y que usted mismo practica. Créa-
me, esto es lo que es usted, eso es lo que es nuestra nación”. Y esto se
enseña y se aprende, de partida en los colegios.
Sin embargo, precisamente porque se trata de una interacción entre
el discurso público y los modos de vida de la gente, una dialéctica que no
es siempre de perfecta correspondencia, muchas veces las personas no se
sienten bien representadas por lo que los discursos les están diciendo. Una
nación contiene una enorme diversidad interior; está compuesta de mu-
chos rasgos culturales diversos, de muchas regiones, de mucha gente di-
versa y de distintos orígenes, por lo tanto, hay muchos que no se recono-
cen culturalmente en ciertos discursos identitarios. La identidad nacional
es algo tremendamente complejo, no se puede reducir a una especie de
alma, de estructura de carácter o psiquis compartida por todos. Por el con-
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
¿IDENTIDAD CHILENA?
EL DESCONCIERTO DE NUESTROS RETRATOS HABLADOS
Pedro E. Güell
Sociólogo
Algo así como un “manual para dejar de ser aquello que fuimos y nos
aterró, y para ser aquello que sería bueno ser”. Las necesidades de la racio-
nalidad política, la gobernabilidad para tiempos de amenazas, contenía tam-
bién un efecto subjetivo: disciplinar la identidad y postergar algunas pre-
guntas culturales para tiempos mejores. Hoy ha entrado en crisis el sentido
futuro de esa racionalidad política y su primera víctima es un sistema po-
lítico cuya oferta pública de cartas de navegación no hace sentido en las
aguas cotidianas de la mayoría de la población.
3. ¿Por qué llamarle identidad al objeto de ese debate? Hay una necesidad
básica: comprender la trama que da sentido a la multiplicidad y a veces
contradicción de nuestros momentos y acciones cotidianas. Esa necesidad
se ha resuelto normalmente a través de relatos colectivos que nos dicen
cuál es el trayecto del pasado al futuro sobre el que avanzamos, cuál el
territorio sobre el que nos movemos, quiénes somos los que actuamos ahí y
cómo lo hacemos, quiénes los adversarios de nuestros propósitos. Por tra-
dición y doctrina llamamos identidad a esos “retratos hablados”. Retratos,
porque circulan a través de imágenes; hablados porque están en perma-
nente construcción, y retratos hablados porque se construyen no como
fotografías sino como esfuerzo interpretativo e imaginario.
Pero la “identidad” no existe en los relatos hablados de la misma
manera en que las personas no son en el reflejo de los espejos. Existe en el
vínculo que las personas y los colectivos establecen con esas imágenes:
relaciones de reconocimiento, extrañeza, apelación, entusiasmo o fraca-
so. La navegación real de un marino no está en su mapa sino en los lazos
que estableció con él. Así también las identidades o su ausencia son el
REVISITANDO CHILE
Jorge Gissi
Psicólogo
78 1
Como se sabe, la identidad, la cultura y la historia de Chile tienen algunas
semejanzas cruciales con las de América Latina, que han influido en la
formación (y deformación) de la identidad nacional. Recordaré primero
algunas de esas semejanzas, para luego destacar las diferencias, que son
menos. Dado que todos los chilenos somos también latinoamericanos, es-
tas características son también parte de la identidad nacional.
1. “Descubrimiento” de América por el imperio español a fines del
siglo XV, seguido por la invasión, Conquista y Colonia durante los tres
siglos siguientes.
2. Derrota del imperio español en Europa y América, independencia
de sus colonias a comienzos del siglo XIX, y expansión del imperio inglés
y secundariamente francés y norteamericano durante ese mismo siglo y
comienzos del XX. Esta etapa incluye liberalismos nominales, moderniza-
ción e industrialización incipientes.
3. Expansión del imperio de EE.UU. durante el siglo XX, fortalecido
tras la derrota de los imperios europeos entre las dos guerras mundiales y
la posguerra. Ello se ha expresado de modo particular en su creciente in-
fluencia política, militar, tecnológica y cultural, predominantemente esta
última a través de los medios de comunicación masiva.
4. Institucionalización, legitimación e internalización (Berger y Luc-
kman 1980) del racismo, correlacionado con el clasismo y etnocentrismo,
todos superpuestos y derivados de la Conquista, en que los vencedores
son blancos y los vencidos indios, quedando los primeros en estratos me-
dios altos y los segundos como esclavos o “siervos”. Los vencedores pare-
cen ser de cultura “superior” (europea) y los indios, “bárbaros e infieles”
(Todorov 1987, Lanternari 1983).
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
2
1. Chile es un país que, al igual que la mayoría los países de Latino-
américa, tiene cerca de 190 años de historia como república independien-
te y casi 300 de historia como región colonial, lo que ha hipertrofiado la
percepción dependiente de la propia identidad en espejo, esto es, hacien-
do depender nuestra valoración de la percepción de España y los otros
países centrales sobre nosotros mismos.
2. La percepción sobre nosotros que poseen España y Portugal, y
también otros países europeos y EE.UU. ha sido histórica y predominan-
temente racista y etnocéntrica hasta la actualidad (Lanternari 1983). Esto
es, se nos ha dado a los chilenos, como a todos los latinoamericanos, una
baja valoración por ser indios, mestizos, “supersticiosos”, subdesarrolla-
dos, no occidentales, etc.
3. La institucionalización de estos prejuicios por el Estado aristocráti-
co del siglo XIX mantuvo y reprodujo la discriminación racista respecto de
los no blancos y clasista en relación a los pobres (Barros 1978). Lo grave
de esto es que durante todo el siglo XIX y parte del XX, la gran mayoría de
los chilenos eran pobres, y gran parte no blancos hasta el siglo XXI (Gissi
2002).
REVISITANDO CHILE
11. Una nueva relación dialéctica es que los prejuicios son causa de
desinformación y ésta es, a su vez, causa de prejuicios. La desinformación
chilena de que para la mayoría de los argentinos de provincias los bonae-
renses son considerados “pesados y prepotentes”, es causa del prejuicio de
generalizar a los bonaerenses de presencia internacional (que son los únicos que
ven o escuchan la mayoría de los chilenos) como los “argentinos” en gene-
ral. Sin embargo, la mayor información y cercanía con Mendoza, Barilo-
che, Salta y otras ciudades limítrofes está tendiendo a disminuir esta pre-
disposición.
El otro prejuicio de que los chilenos somos superiores a Perú y Boli-
via ignora todo sobre la importancia de sus civilizaciones precolombinas
en la historia del mundo (Toynbee) y su evidente superioridad arquitectó-
nica, arqueológica y de artes populares respecto a Chile.
En ambos casos se desconoce que no hay un país o cultura superior
ni inferior a otros en todo, sino que cada cual es superior e inferior relati-
vamente, esto es, de igual valor a priori.
82 12. Más de medio siglo atrás nuestra maestra Gabriela Mistral obser-
vaba lo mismo:
Una de las razones que dictan la repugnancia criolla a confesar el
indio en nuestra sangre, uno de los orígenes de nuestro miedo de
decirnos lealmente mestizos, es la llamada “fealdad del indio”. Corre
parejas con las otras frases empleadas, en “el indio es perezoso” y “el
indio es malo” (“El tipo del indio americano”, en Céspedes 1978: 130).
“El indio gobierna un poco o mucho dentro de nosotros, mestizos sin
confesión, pero mestizos al cabo” (“W. Frank y nosotros”, en Céspe-
des 1978: 135).
Gabriela constataba los prejuicios antiindios y junto con ello la pro-
pia identidad negativa en cuanto mestizos, o sea, descendientes también
de indios. “Repugnancia a confesar”, “mestizos sin confesión” significa
identidad ambivalente y mecanismos de defensa de negación.
Esta identidad negativa es efecto de la mala memoria histórica de lo
que realmente hemos heredado los chilenos, de bueno y malo, de indios,
españoles, inmigrantes del siglo pasado, modernización del siglo XX, etc.
También la mala memoria la diagnostica Gabriela, ahora en verso:
Aún vivimos en el trance
del torpe olvido
y del gran silencio (1967: 80).
Esta mala memoria histórica es también efecto de la identidad nega-
tiva: de no asumirnos en lo que somos. De este modo, el rechazo de lo
indígena no es sólo hacia el pasado y parte de las “raíces”, sino también
autonegación de lo mestizo, racismo presente y bloqueo del futuro. Toda
identidad implica, para bien y/o para mal, pasado, presente y futuro o, en
otros términos, memoria, diagnóstico y proyecto. Gabriela Mistral ganó el
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
3
Conclusiones y tareas:
1. La identidad chilena, como de todo pueblo, cultura y persona,
incluye pasado, presente y futuro, o memoria, diagnóstico y proyecto.
Cualquier sobreénfasis en uno de los tres momentos es anticientífico y
falso.
2. La reiterada “modernización” de Chile tiene que ser acotada para
que tenga sentido, y no debe suponerse que la “modernidad” es buena per
se. Si modernizar implica democratizar, es necesario porque la identidad
nacional predominante es poco democrática por su autoritarismo, pre-
83
juicios y clasismo vigentes. Si modernizar significa liberalizar el pensa-
miento, las organizaciones y la participación, es necesario en relación
complementaria con la democratización. Si modernizar implica expandir
el individualismo narcisista o la tecnificación indiscriminada, es inconve-
niente.
3. Reivindicar y corregir la identidad nacional chilena se acompaña
con y pasa por reivindicar las identidades indígenas (contra el racismo),
las de ambos sexos (contra el sexismo), la de todos los ciudadanos (con-
tra el clasismo), el plebiscito y la real democratización local y comunal
(contra el autoritarismo), el regionalismo (contra el centralismo), el diá-
logo y la polémica (contra el silencio y el pseudoconformismo), la justi-
cia, libertad y fraternidad (contra el liberalismo, socialismo o modernismo
unilaterales).
4. En Chile no existe ninguna plaza con estatuas de Gabriela Mistral
y Pablo Neruda, uno frente al otro. Hacerla es una necesidad intelectual,
afectiva y simbólica de la identidad y memoria nacionales. Son los únicos
dos chilenos que han tenido un premio mundial relevante, son nuestros
“padres” y uno frente al otro expresarán también el arquetipo de lo mas-
culino y lo femenino unidos fecundamente. Además, ambos son mestizos
visibles como todos los otros premios Nobel de Literatura latinoamerica-
nos: Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez y Octavio Paz.
5. La necesaria integración latinoamericana facilitará en un círculo
virtuoso la integración, autonomía (relativa) e identidad nacional chile-
na. El latinoamericanismo se relaciona con la política de bloques, y si la
integración es necesaria y viable en Europa porque cada país separado es
débil, ella es aún más viable y perentoria para América Latina.
REVISITANDO CHILE
84
Ana Pizarro
Profesora de Letras
Es una obviedad para todos, salvo para los chilenos, que Chile es un país 85
latinoamericano. América Latina es un trampolín que apenas pisamos para
saltar al mundo y compararnos sobre todo con el primero. La relación
permanente con el exterior continúa siendo la del siglo XIX, Chile y Euro-
pa, y también la de mediados del XX, Chile y Estados Unidos. Latinoamé-
rica es un vínculo que molesta: se trata de países con un desarrollo econó-
mico por lo menos sospechoso, con una molesta historia política de
populismos –ya no hablamos de dictaduras– que no tiene que ver con
nuestros patrones europeos, que no cultivan las manners que nos entrega-
ron los ingleses en el siglo XIX, junto con la aversión a los colores chillo-
nes que lucen nuestro vecinos continentales. Para qué hablar del Caribe.
Estas informaciones que provienen de la cultura hegemónica, per-
mean los distintos sectores de la cultura nacional. Sin embargo, creo que
realmente hay diferencias entre Chile y otros países latinoamericanos, pero
son de otra naturaleza y tienen que ver justamente con los mitos funda-
dores de la nación.
Conocemos el mito de inkarri. El héroe –Tupac Katari– despedazado
por las fuerzas españolas en el altiplano durante la colonia que renacerá
de sus fragmentos y volverá convertido en miles y miles. Esta idea del
retorno –del espíritu del héroe, de la divinidad– tiene antecedentes más
antiguos.
En el momento de la Conquista, el pueblo azteca vio en el invasor a
un dios: era la vuelta de Quetzalcoatl, y frente a este retorno, previsto por
la tradición, nada había que hacer. Lo mismo sucedió con el pueblo inca y el
esperado regreso de Viracocha: estaba en el relato de los antepasados. Con
el pueblo mapuche, sin embargo, sucedió algo distinto: ellos no creyeron
en el retorno de Dios. Si pensaron en el hombre y el caballo como una
REVISITANDO CHILE
La falta de contacto físico con el resto de América fue siempre muy fun-
cional a este planteamiento en que mar y cordillera nos establecían la
calidad de isla. Teníamos comunicación sólo con Europa y difícilmente con
nuestros vecinos del sur. La dictadura militar de los años setenta y a pesar
del flujo de las comunicaciones que ya comienza su etapa desbordante, lo-
gra restablecer este postulado: no se debe escuchar lo que dice de nosotros
el extranjero, es que somos diferentes y nadie nos entiende. La vincula-
ción allí se da directamente con los Estados Unidos y sobre todo en el
ámbito de la economía.
El segundo elemento de normativa cultural es el de la homogenei-
dad del país.
El elemento unificador consistió justamente en el carácter europeo
que se le atribuyó. Hemos sido “los ingleses de América”. Evidentemente,
algo había de razón en este planteamiento: la organización de la sociedad
desde el comienzo fue altamente jerarquizada y de un clasismo exacerba-
do. La oligarquía de la zona central, en su mayoría de origen vasco, presi-
día la organización social de un país que vio desarrollarse sobre todo des- 87
de comienzos del siglo XX clases medias que sustentaban en aquélla su
modelo cultural e intentaron reproducir a lo largo de la historia su ima-
gen. Ésta estuvo ligada a Europa durante por lo menos la mitad del siglo
XX, fue compartida con Estados Unidos durante los años cincuenta y se-
senta y ya en los setenta se impuso, sobre todo a partir de la economía
neoliberal, el modelo norteamericano que había estado siempre presente
en países del norte del subcontinente, como Venezuela, por ejemplo.
Todo esto implicaba desde luego la negación del mestizaje. Chile se
consideró a sí mismo, a diferencia de sus vecinos, un país blanco. Los
indígenas habían sido arrinconados en el sur, se los había vencido, esta-
ban en reducciones. Es decir, nada teníamos que ver con ellos, eran la
rémora de un pasado que no nos alcanzaba ya. El indígena era utilizado
como símbolo –“la heroica sangre araucana”– en los discursos pompier. El
indígena concreto, si existía, era molesto y la discriminación un hecho no
explicitado públicamente, pero real.
En la última década esta situación ha quedado en evidencia a través
de las manifestaciones políticas de los grupos mapuche y de las reacciones
que han generado en la sociedad chilena.
El país discriminatorio ha sido poco elaborado en la reflexión nacio-
nal. La discriminación contra el mundo judío, por ejemplo, por momentos
de mucha fuerza, atraviesa los distintos sectores sociales y llegó a ser muy
fuerte a mediados del siglo pasado. Recuerdo un juego de infancia muy
común que perturbó mi memoria cuando mayor. Era en los años cincuen-
ta del siglo XX. Un grupo de niños jugaba contra otro y preguntaba: “¿Cuán-
tos panes hay en el horno?”. El otro respondía: “Veintiún quemados”. La
nueva pregunta era: “¿Quién los quemó?”. Respuesta: “El perro judío”.
La frase siguiente: “Mátalo por atrevido”. Y comenzaba la persecución.
REVISITANDO CHILE
Miguel Laborde
Cronista urbano
tes europeos, han tenido una tarea más compleja a la hora de sintonizar
su historia con su geografía, entregándoles el desafío de construir su iden-
tidad sobre parámetros menos evidentes.
En su condición Pacífica y meridional, Chile tiene, además, como
rasgos relevantes, la vastedad del océano y la altura de la cordillera de los
Andes, los que sitúan al país en un aislamiento tan marcado que, en su
identidad, es permanente la experiencia de sí mismo como periferia, nación
distante de las demás, a la que no le basta con ser; también necesita “apare-
cer”. En este sentido, la curiosidad del chileno en relación a los demás –ante
aquellos que actúan como naciones centrales, protagonistas del centro de la
historia–, así como la persistente ansiedad por ser advertida por las otras,
son rasgos recurrentes de su identidad.
La dureza de su geografía, con un ochenta por ciento de montañas,
enormes extensiones desérticas o semidesérticas, costas abruptas, suelos
cultivables frágiles, también ha incidido en una suerte de fatalismo escépti-
co, corrosivo (a lo José Victorino Lastarria o Joaquín Edwards Bello), que
desalienta liderazgos, por una parte y, por otra, favorece el olvido del pasa- 93
do y un eterno reciclaje en función de nuevos futuros, utopías que (a lo
Pablo Neruda), finalmente transformarán el país para situarlo en una “nor-
malidad” similar a las de otras naciones, cambiando sus modelos sociopo-
líticos sin cesar.
Ser chileno, por estas razones, es estar insatisfecho. Es tener una iden-
tidad en tránsito, o como proyecto a realizar.
Estas tendencias, que ya son claras en el siglo XIX, se hacen aún más
evidentes en el XX. Desde la profunda insatisfacción de los pensadores del
Centenario, hasta el radical reformismo con visos revolucionarios de la
generación del 38, hasta las utopías del socialcristianismo y la socialde-
mocracia de los años 60, y su choque con las fuerzas de los poderes fácti-
cos en los años 70, el escenario chileno es de una agitación convulsiva que
no conoce pausas. Si puede asimilarse esta conducta con la del adolescen-
te en proceso de pura construcción de su identidad, los años 70 corres-
ponden a “la noche oscura del alma”, el descubrimiento –primer momen-
to de madurez– de que la realidad no soporta la experimentación constante.
La vida, implacable, exige un pragmatismo, un “sentar cabeza”, para en-
frentar las necesidades básicas de alimentación, vivienda, seguridad, sa-
lud, educación, de grandes mayorías que padecen sus carencias mientras
las elites no logran configurar proyectos-país eficientes.
Una nación madura se construye en torno al consenso de ciertos
rasgos de su identidad que se califican como valores colectivos, eje sustan-
cial que puede tener oscilaciones pero que es capaz de modificar rumbos,
e incluso puertos de destino, sin poner en riesgo la nave geográfica ni la
vida de sus pasajeros. En tanto subcontinente, América del Sur termina el
siglo XX sin alcanzar esos mínimos, aunque Chile, tal vez por la violencia
REVISITANDO CHILE
América Latina, del planeta en general. Más mundo, más miradas, para
romper el bloqueo de la hora presente. Es de la interacción que nace el
autoconocimiento, del goce de la diferencia, de la diversidad, de la plura-
lidad. La identidad no crece en el confinamiento, en el hermetismo, en el
encierro de las raíces, sino en la apertura, el encuentro, el descubrimiento
del otro.
En el equilibrio entre el yo y el mundo.
El encierro es un peligro grave para la identidad. Podemos terminar
con mapuches, aimaras y rapanui “actuando” de indígenas para satisfacer
proyectos culturales y productos turísticos; con campesinos de Colchagua
y Maule, en sus pequeños poblados de los siglos XVIII y XIX, “actuando”
de testimonios vivos de la tradición para similares intereses, al mismo tiem-
po que esas regiones pierden sus entornos naturales y patrimonios cons-
truidos. Con cesantes disfrazados frente a un auge agroindustrial, forestal,
pesquero, minero, que carece de conexiones culturales con los territorios
que ocupa. Sobreviviendo ciertos cantos, bailes, construcciones, artesanías,
96 en tanto agonizan los espacios, las instituciones, los valores que esas mis-
mas expresiones artísticas encarnaban.
Esa doble inserción en la sociedad global, de empresarios “actuando”
de tales pero dependiendo de una economía extractiva, sin emprendedo-
res capaces de generar autonomías mediante valores agregados, en tanto
disminuye el empleo y aumentan los “actores” secundarios disfrazándose
de sus abuelos, es un modo de participación que agrede la identidad.
Los proyectos de ciudad y región deben pasar a ser protagónicos en
este siglo. Con empresarios, autoridades políticas, universidades, organi-
zaciones no gubernamentales, participación ciudadana. Proyectos de fu-
turo, en el presente, para que el pasado vuelva a tener sentido y vigencia.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
CIUDAD E IDENTIDAD
Víctor Gubbins
Arquitecto
Ciudad e historia
Para este efecto, definiré la ciudad como un territorio y lugar de encuen-
tro permanente, organizado y dinámico de flujos de personas, actividades
y productos.
Dice la historia que los primeros asentamientos urbanos emergieron
con la incorporación de las primeras técnicas de explotación agrícola, las
cuales permitieron a los usuarios contar con alimentos suficientes en cali-
dad y cantidad que aseguraran la subsistencia, incluso, de los trabajadores
no agrícolas. El mejoramiento sucesivo de la calidad de vida impulsó el
aumento de la población provocando que se incorporaran infraestructu-
ras, organización social y comercial y el control de los terrenos agrícolas.
Inicialmente, la ciudad se constituyó en base a la agrupación de va-
rias tribus con el objeto de defenderse de otros pueblos, y compartiendo la
propiedad de la tierra. Luego y en el curso de la historia, se constituyeron
REVISITANDO CHILE
Atributos y diferencias
La revolución industrial hizo posible una mayor productividad y transfor-
mó la vida de la ciudad, aumentando la necesidad de mano de obra y las
respuestas a sus necesidades.
De este modo, se fueron originando distintos tipos de ciudades de
acuerdo a sus atributos y diferencias: ciudades industriales, portuarias,
98
agrícolas, mineras, turísticas y todas las denominaciones que hoy conoce-
mos, producto de las cualidades que las diferenciaban de las otras ciuda-
des del sistema urbano, fueran éstas la cantidad de sus habitantes; la orga-
nización, distribución y complejidad física, social y económica de las
actividades que en ellas se realizaban; los tipos y cantidad de trayectos
diarios de sus poblaciones; la infraestructura sanitaria y transporte que
poseían; su equipamiento educacional, de salud, deportivo, comercial, ad-
ministrativo y su distribución; la organización y calidad de sus espacios
públicos; la calidad de su arquitectura; su clima; la calidad y respeto a la
geografía de su territorio y el valor de su paisaje natural y construido.
Aun cuando las ciudades se caracterizan por tener un conjunto de
atributos que las diferencian entre sí –como es el caso de Valdivia, a la cual
le reconocemos su calidad de ciudad culta, turística, fluvial, patrimonial y
de servicios; de Antofagasta, reconocida por su condición de ciudad capi-
tal de la gran minería, portuaria, de servicios y administrativa; de Valpa-
raíso, por ser ciudad portuaria, patrimonial, turística universitaria y de
servicios–, se tiende en general a denominarlas por su atributo principal, o
ellas mismas, consciente o inconscientemente, han ido evolucionando más
intensamente hacia uno de sus atributos.
Cuando nos referimos a una ciudad turística, pensamos en Iquique,
La Serena, Viña del Mar, Valdivia, Pucón o Castro. Cuando hablamos de
una ciudad de servicios, en Chillán y Temuco. Si es una ciudad portuaria,
en Arica, Antofagasta, Valparaíso, San Antonio o Puerto Montt. Si se trata
de una ciudad industrial, en Santiago, Talcahuano o Calama. Una ciudad
fluvial, en Valdivia. Una ciudad lacustre, en Villarrica, Pucón o Puerto
Varas. Una ciudad capital, en Santiago.
El sociólogo Bernardo Guerrero señala que las ciudades de Antofa-
gasta e Iquique no se pueden entender sin la pampa, y la pampa sin los
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Identidad e identidades
En su última visita a Chile, el arquitecto catalán Oriol Bohigas comentaba
que Florencia tenía una identidad extraordinaria, y se preguntaba, ¿qué
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Colofón
Mientras reflexionamos sobre ciudad e identidad para el Bicentenario, sobre
la necesidad y conveniencia de que cada ciudad de nuestro sistema urbano
posea un proyecto de ciudad, con imagen e identidad urbana, consciente,
conocido y respetado, estamos siendo testigos de la demolición legal de la
ladera norte del cerro San Luis ubicado en la comuna de Las Condes e hito
característico de este territorio, mencionado anteriormente como parte de
la identidad geográfica de Santiago. Sin comentario.
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Ariel Dorfman
Escritor
No es lo que ocurrió.
Cuando el portaestandarte que encabezaba la banda naval se encon-
tró a unos pocos metros de los músicos andinos que seguían su impertur-
bable baile, en ese preciso instante, cada miembro de ese escuadrón, como
si estuviese animado por un acuerdo secreto o tal vez en concierto con el
gran corazón del universo, cada uno de esos uniformados simultáneamente
detuvo su marcha y su música marcial. Sin que mediara ni una señal es-
condida, ni una orden explícita del oficial a cargo del destacamento. Es, en
todo caso, lo que quiero creer: que esa decisión de no arrollar a los tambo-
rileros nació de algún unánime pacto interior.
Los segundos se fueron estirando, se fueron convirtiendo en un mi-
nuto, en un segundo minuto, mientras los dos danzantes siguieron su
interminable baile, bajo las mismas narices de la banda tan augusta, sin
mofarse de los músicos navales, sin provocarlos, simplemente esperando,
aquellos tamborileros, al igual que los marinos y los espectadores, espe-
rando todos nosotros, esperando incansablemente que terminara esa ce-
104 remonia, que ese ciclo musical concluyera. Y entonces, poco a poco, el
ritmo se fue acallando, los golpeteos y sonidos se volvieron menos vigoro-
sos, los pies comenzaron a arrastrarse en vez de saltar, y los dos hombres
se sacaron los gorros y se adentraron en el gentío en busca de monedas y
billetes. Y sólo cuando habían abandonado en forma definitiva la calle y se
había extinguido el último eco del último tambor, sólo entonces la banda
retomó su himno marcial y partieron hacia el puerto donde se le daría la
bienvenida a los barcos que retornaban de su homenaje a la bahía.
Me sentí invadido por la maravilla de ese momento de… ¿cómo lla-
marlo? –de reconciliación, tregua, amparo. No se trataba tan sólo de la
intuición de que acababa de presenciar una especie de entendimiento sub-
terráneo y transitorio entre el pueblo chileno profundo y sus soldados,
separados por las décadas de la dictadura de Pinochet y todas las masacres
que la habían precedido y de alguna manera anunciado, sino de algo igual-
mente significativo y reparador, el encuentro entre las alturas y la costa, un
reconocimiento mutuo de derechos que se basaba en que el mar aceptara lo
que el interior de América ofrecía y había estado ofreciendo hace siglos, la
esperanza de un futuro latinoamericano en que los antagonistas recurrirían
irrevocablemente a la violencia para decidir quién dominaba el aire y las
alamedas. Ofreciendo también un modelo de cómo es posible resolver los
conflictos. Se puede, en efecto, evitar la guerra si el lado más débil en una
disputa persiste e insiste en su dignidad, logrando conquistar su miedo;
siempre, por cierto, que el otro lado, el que aparentemente dispone de
más poder, destierre su presunción automática de superioridad, detenga
su propia marcha para aceptar la difícil tarea de autoexaminarse.
Y me pareció fascinante que esta visión de cómo Chile podría ser,
cómo Chile se sueña a sí mismo, ocurriera precisamente en la mágica ciu-
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
106 L a identidad como territorio simbólico que fija a los sujetos es una tensión per-
manente en aquellas subjetividades más vulnerables en el devenir social.
Referido a mis reflexiones en el campo de las homosexualidades y sus
políticas de representación cultural, podría señalar que en la construcción
de identidades operan diversos dispositivos internos que modelan fijaciones
en múltiples volúmenes. Las instituciones normalizadoras (léase familia
heterosexual, escuela, Iglesia) inscriben sistemáticamente en los sujetos
una bitácora naturalizada por la cultura, maquinaria que objetiva y pro-
yecta la vida individual y colectiva en formalizaciones de género, clase y
etnia, registrándolos unívocamente en un lugar predestinado.
En Chile, la construcción de identidades en el ámbito de las diferen-
cias culturales (mujeres, homosexuales, lesbianas, mapuches, entre los más
notorios) siempre constituyó un terreno complejo y violentado por las he-
gemonías de la cultura y del Estado histórico chileno. En el caso de gays y
lesbianas, siempre operó el registro social donde se objetivaron sus cuer-
pos con relatos sociales vinculados a la patología sexual, a la crónica anor-
mal de los cuerpos, y a las violencias institucionales y culturales que cada
época promovió.
El concepto de identidad que trabajo está asociado a la construcción
del sujeto, definición que incluyo desde la perspectiva del lenguaje, la
producción cultural y definida por las instituciones normalizadoras que
ya mencioné anteriormente. Identidades amalgamadas en un palimpsesto
histórico que obliteraron en Chile subjetividades alejadas del sujeto clási-
co de transformación social y política.
La historia de la diferencia cultural en Chile todavía se escribe y no
ha pertenecido al sistema de registro social canónico. Los gays, lesbianas,
travestis, desde la perspectiva de sus devenires sociales han sido borrados
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Gilberto Triviños
Crítico literario
devenido prójimo, sino la “atrevida voz” del otro inasimilable. Ese “bárba-
ro infernal” cuya obstinación desconcertante sólo puede sugerirse con
analogías tomadas del mundo animal:
Jaime Valdivieso
Escritor y ensayista
Introducción 117
José Ortega y Gasset reflexionó respecto de su país en su libro Meditaciones
del Quijote, porque este libro fue para él un medio de meditación sobre
España en momentos en que se vivía una gran crisis de valores, coinci-
dencia bastante grande con lo que creo sucede ahora en Chile. Dice:
Causas exteriores desvían a lo mejor de su ideal trayectoria, este
movimiento de organización creadora de un pueblo, en que va desa-
rrollando un estilo y el resultado es el más monstruoso y lamentable
que cabe imaginar. Cada paso de avance en ese proceso de desvia-
ción soterra y oprime más la intención original. La va envolviendo
en una costra muerta de productos fracasados, torpes e insuficientes.
Cada día es ese pueblo menos lo que tenía que haber sido.1
Me parece igualmente que nuestro país es mucho menos de lo que
tenía que haber sido, a causa del problema de su débil y distorsionada
identidad.
Trataré este aspecto a partir de una doble perspectiva: desde una vi-
sión universal y teórica (con alguna relevancia en el factor epistemológi-
co) y desde una posición con especial énfasis en lo personal, subjetivo y
vivencial. Esto es, de qué manera, en forma inconsciente primero, y luego
cada vez más claramente, se fue instalando en mí el constructo o imagina-
rio de lo que puede y debería ser la auténtica identidad social o colectiva,
con una real correspondencia entre el presente y el pasado que configuró
este país, como parte de una singular realidad latinoamericana y propia
para, como consecuencia, percibir un mundo más sólido y significativo
bajo mis pies, y una mayor complacencia espiritual y moral al descubrir
en ello un valor insustituible que le confería a mi vida un nuevo sentido.
Por lo tanto la “identidad”, como el amor o el sentimiento ante la muerte
REVISITANDO CHILE
Contexto histórico
No deja de sorprender la escasa importancia y reflexión que se le ha dado
en este país al problema de nuestra identidad nacional. Sin embargo, tam-
bién es posible explicarse dicha ausencia de análisis frente al tema, al con-
trario de lo que sucede con la mayoría de los países latinoamericanos don-
de se da como un hecho asumido e interiorizado y se considera a la
118 identidad como parte natural del pasado y de la cultura que se respira a
diario (el caso de México, Perú, Cuba, Guatemala, Ecuador), ya que en
nuestro país no se habla precisamente, por un lado, porque nadie tiene
muy claro qué se entiende por identidad y, por otro, porque sería escarbar
en algo que a la mayoría no le interesa o desdeña pues significa asumir el
legado indígena, y la realidad ineludible del mestizaje espiritual, cultural y
lingüístico que él conlleva.
Fue durante la Conquista y al comienzo de la Colonia cuando se
estructuraron la sociedad y la economía de Chile, y se creó una institución
que configura hasta hoy la mentalidad y la psicología de los chilenos junto
con el papel del Ejército y de la Iglesia, que se refiere al problema de la
repartición de la tierra y a la figura del señor como lo describe Arnold. J.
Bauer en su libro ya clásico La sociedad rural chilena: desde la Conquista espa-
ñola hasta nuestros días:
A un mes de la fundación de Santiago (12 de febrero de 1541), Valdi-
via se encontraba dedicado a distribuir la población nativa entre sus
seguidores europeos a través de las encomiendas. Al hacerlo, tenía como
modelo la organización rural que había conocido de joven: las gran-
des posesiones señoriales de las órdenes militares en Extremadura.
Ello significa que Valdivia no tenía en mente, como lo hacía la Coro-
na, un esquema de asentamiento rural en que las granjas europeas
existieran lado a lado de aldeas de indígenas independientes. Más
bien, sin duda, “flotaba ante él una imagen señorial” en que jurídica-
mente se juntaban las dos principales recompensas de las Indias: los
trabajadores nativos estarían subordinados al eminente dominio de
un señor poderoso, y residirían dentro de los límites legales de la
gran hacienda. Esta meta señorial, de acuerdo a Mario Góngora, estu-
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Un ejemplo emblemático
En la década de los cuarenta hay un ejemplo paradigmático en relación a lo
que llamamos identidad y por extensión a la idea de un verdadero patriotismo,
que incluya a todos los chilenos. Se trata de una experiencia de Neruda
durante su estada en México a raíz de la publicación de una revista que se
editaría allí de nombre Araucanía. Neruda la recuerda en términos muy
elocuentes:
Cuando llegué a México de flamante cónsul general fundé una revis-
ta para dar a conocer la patria. El primer número se imprimió en
impecable huecograbado. Colaboraba en ella desde el Presidente de
la Academia hasta don Alfonso Reyes, maestro esencial del idioma.
Como la revista no le costaba nada a mi gobierno, me sentí muy
orgulloso de aquel primer número milagroso, hecho con el sudor de
nuestras plumas (la mía y la de Luis Enrique Délano). Pero con el
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Y así, en esta forma, con estos prejuicios, con esta falta de valor para
afrontar una verdad inevitable y necesaria, por este afán de olvidar aque-
llo que nos avergüenza o disgusta (como persiste ahora mismo en una
parte importante del país respecto a los años de la dictadura), nos hemos
quedado sin saber lo que somos al rechazar y desconocer esa otra parte
que vive dentro de nosotros y conforma nuestra otra mitad espiritual y
cultural.
Soy un convencido de que en el caso de países como el nuestro,
donde la verdadera identidad ha sido escamoteada por un proceso planifi-
cado desde el momento mismo de la instauración de nuestras repúblicas,
y donde, por consiguiente, nada oficialmente nos refiere a ella en los tex-
tos de historia, de literatura, y menos en las efemérides nacionales, el
encuentro con lo propio y verdadero como nuestro origen biétnico, ma-
puche-español es producto de una voluntad, de una apropiación personal
al momento cuando se descubre en nuestro imaginario algo que conside-
ramos importante y de que carecíamos, y se busca en un proceso que
122 persigue un pasado y una tierra más firme donde poner los pies.
1. Ortega Gasset, José. “Meditaciones del Quijote”. Revista de Occidente. Colección “El Ar-
quero”. Séptima edición, Madrid, l963.
2. Villoro, Luis en León Olivé y Fernando Salmerón (eds.). La identidad personal y la colectiva.
(México: Universidad Nacional Autónoma de México, l994).
3. Bauer, J. Arnold. La sociedad rural chilena: desde la Conquista española hasta nuestros días.
(Santiago: Ed. Andrés Bello, l994).
4. Neruda, Pablo. “Nosotros los indios”. En John Skirius El ensayo hispanoamericano del siglo
XX. (México: F.C.E. Colección Tierra Firme, 1981).
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
U n intento por aportar algunos elementos que permitan dar cuenta de 123
las luchas identitarias de la plástica chilena, en la perspectiva de la cele-
bración del Bicentenario, tendría que privilegiar algunos momentos de
recuperación fantasmal cuya densidad fija su corporeidad como síntoma.
Y si de este último se trata, hay uno que organiza la aparición y determina
la consistencia de dichas densidades; a saber, la sismicidad. Esto plantea de
inmediato la sospecha metodológica sobre el uso de la fisiognómica terri-
torial en la determinación del carácter de los pueblos. Nada más lejano a
mis intenciones. Lo que busco me conduce a la defensa del sismógrafo,
como instrumento de registro de los movimientos subterráneos, cuyo de-
sarrollo bajo determinadas condiciones puede dar lugar a catástrofes de-
vastadoras, como los terremotos.
¿Porqué fijarme en la imagen del sismógrafo?1 Justamente porque
apunta a resolver la cuestión del registro y de su episteme. Pero en este
terreno, lo que debe ser definido es de qué forma los instrumentos de
registro recomponen la relación del cuerpo con la temporalidad histórica.
En este sentido, pensando en la consistencia de la escena plástica chilena,
quizá su momento de mayor densidad haya sido aquél en que se redefinió
la relación de las prácticas artísticas con las representaciones de la corpo-
ralidad. Pongamos una fecha aproximativa, fácilmente posible de periodi-
zar: los años ochenta, del siglo XX, a partir de las obras diagramáticas de
Carlos Leppe y Eugenio Dittborn.
Y cómo definir esa densidad sino como un complejo altamente con-
densado de cruces fantasmales que se establecen en la dinámica oscilato-
ria de las representaciones por sustracción y las representaciones por ex-
ceso, señalando las discontinuidades en la repetición, enmarcando las crisis
de visibilidad en las latencias de larga duración, de procesos en los que
REVISITANDO CHILE
130
1. Didi-Huberman, Georges. L´image survivante. Histoire de l´art et temps des fantômes selon Aby
Warburg. (Paris: Les ëditions de Minuit, 2002).
2. La exposición “Historias de transferencia y densidad” corresponde a la tercera sección
del ciclo de exhibiciones que, organiza el Museo de Bellas Artes bajo el título Chile. Artes
visuales. 100 años, durante el año 2000. Las dos primeras secciones estuvieron destinadas a
abordar el arte chileno entre 1900-1950 y 1950-1973. A quien escribe le correspondió con-
ducir el trabajo de investigación y montaje de la tercera sección.
3. Mellado, Justo Pastor. “Textos estratégicos”. Cuadernos de la Escuela de Arte, 7. Pontificia
Universidad Católica, Santiago de Chile, 2000.
4. Eugenio Dittborn produce en 1991 su pintura aeropostal número 90, que titula El cadá-
ver, el tesoro, interviniendo el espacio de obra con un fragmento de la fotografía del cuerpo
de un detenido desaparecido, exhumado en Pisagua, publicada en primera página, el 8 de
junio de 1990, por el periódico Fortín Mapocho.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
LA COLONIA
Rafael Gumucio
Periodista y escritor
La Colonia, dos siglos enteros, es para la mayor parte de los chilenos un 131
misterio. Un misterio no de la historia sino del presente, porque el Chile del
bicentenario es el mismo de entonces. De esas tinieblas no hemos nacido,
sino que flotamos uterinamente esperando a la matrona, o el fórceps.
La Colonia es un crimen del que no quedan huellas. En Santiago, un
caserón rojo (la Casa Colorada); en La Serena, algunas iglesias, y en Con-
cepción, la ciudad más importante de aquel tiempo, nada. O más bien esa
nada como único monumento, la ciudad que da la espalda a su magnífico
río, y al rabioso mar que se llevó tres veces todas sus calles hasta que, a
pesar de la oposición del arzobispo que amenazaba con excomulgar a los
que se atrevían a cambiar a Concepción de lugar, la ciudad se trasladó a
vivir de su propio miedo sin mirar ni mar ni río ni montaña ni bosques ni
indios. La cuadriculada llanura con casas de uno o dos pisos, las más anti-
guas construidas en 1955 tratando de no distinguirse una de otra, tratan-
do de no ofender a los indios, a los terremotos, a las ratas que alguna vez
arrasaron con la ciudad. No hay en Concepción ningún recuerdo arqui-
tectónico de la Colonia, nada español, un campus a la americana dejado
por los francmasones, tilos llenos de flores, el cerro Caracol vigilando.
Sin embargo, la ciudad de cemento y hormigón respira como ningu-
na otra el aire de la Colonia. Sus médicos, sus empleados de tiendas, sus
obreros dormidos en el bus que los traslada (velado por los vidrios empa-
ñados) a una ciudad de bloques en Chiguayante, o al pleno olor a harina
de pescado en Talcahuano; esos habitantes que hacen todo el esfuerzo del
mundo en no distinguirse unos de otros, son aún los colonos del siglo
XVII. La miseria lluviosa que toca los techos de zinc apenas se sale de las
veinte cuadras centrales, es la misma de entonces; la fragilidad es todavía
la de los que esperan un malón mapuche. La gran ciudad dormitorio, las
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fábricas y el bosque que toca el mar donde los mestizos de ayer (hoy lla-
mados simplemente “rotos de mierda”), se hielan los pies para recoger de
entre las olas restos de carbón.
A golpe de patriotismo acallaron la Colonia, y Concepción aún se ca-
lla para que no lo vea el enemigo, para que no lo adivine el tue-tue, el
pájaro que según los mapuches se alimenta de las cabezas de los francmaso-
nes. Dos siglos duró la Colonia, y algo de ella permanece hasta hoy. Chile
era llamado entonces el “Flandes indiano” por la Corona, y “tumba de
españoles”, por la gente común; gozaba como único privilegio el recibir
siempre refuerzos para sus fuertes en el sur. En Santiago se salió el río
varias veces, y un terremoto vio agrietarse la tierra y tragarse a los despre-
venidos paseantes que cometieron la estupidez de pensar que esto era una
ciudad, un país, un mundo. Fueron dos siglos de toque de queda, atrave-
sados por el resplandor sangriento de La Quintrala, terrateniente mitad
alemana mitad india quechua, que mataba ritualmente a sus amantes para
practicar actos de magia negra. Magia india, más bien; transformar a sus
132
amantes en imbunches, cortarles una pierna, taparles los agujeros de los
ojos, la boca y la nariz si es que sobrevivieran.
Mito de noche, peso de la noche que de día era una terrateniente muy
católica, casada con un anciano, y que al caer el sol probaba que el enemigo
indio había penetrado ya la frontera, que se había adueñado de la mansión
y de la dueña. Los conquistadores habían hecho el amor con las indias para
comprender esta tierra, para hablar su idioma sin siquiera hablar; para no
morir lejos de casa se habían perpetuado en los vientres de las caciques.
En una mujer, La Quintrala, Catalina de los Ríos Lisperguer, Chile encon-
traba el motor de su historia, de su progreso, y de su permanencia: el
miedo. Aquel que impide pensar, el murmullo de la muerte que te permi-
te cerrar los ojos y seguir adelante. Porque por más que los rumores sobre
el vampirismo de esa mujer duran hasta hoy, nadie hizo nada en su tiem-
po para siquiera interrogarla. Fue querida y respetada de todos, visitando
de tarde en tarde el barro de la ciudad, las chozas de adobe, la cuadrada
plaza de Armas sólo adornada por la sangre de un ahorcado por la justicia
colonial, la Monja Alférez que espiaba y mendigaba para el rey, los peni-
tentes, las batallas entre conventos que terminaron con la vida de algunas
monjas clarisas en manos de algunos franciscanos. La violencia y el terror
eran generalizados, y una mujer debía llevar su estandarte por todo.
Esa mujer, La Quintrala, era ya la mujer chilena de hoy, de siempre.
Católica, austera, poderosa, sola, mestiza, irascible, avara, seductora, ase-
sina, respetada porque temida, y temida (porque no hay nada que pruebe
la autenticidad de su leyenda de sangre) porque entre los chilenos de en-
tonces, ya entonces y para siempre, sólo el miedo inspira respeto, sólo la
muerte tiene fuero de ley.
Y el río y la lluvia y el viento que levanta el polvo en verano; los
indios que invaden y queman y se raptan a los negros para tratar de sacar-
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
135
REVISITANDO CHILE
EL PROPIO ESPEJO...
Micaela Navarrete
Historiadora
136 S i algo está claro es que nuestra pérdida de identidad nacional, regional o
local tiene que ver con el desamor y la ingratitud de nosotros mismos por
lo propio, lo próximo.
Andamos demasiado envalentonados con lo ajeno, mirando hacia
fuera convencidos de que sólo lo que viene de otro lado nos mejora el
nivel cultural y nos hace más modernos. Encandilados con una globaliza-
ción que sabe Dios a lo que puede llevar a nuestros pueblos.
Hoy día, cuando se tiende a creer y se insiste en forma desmedida en
que el acceso a la cultura sólo sucede en el encuentro con el libro o con
internet, se está tácitamente discriminando a quienes no leen o no ven.
Se hace, pues, necesario volver a reconocer el valor de la memoria oral y
la sabiduría de los ancianos, de nuestros campesinos, nuestros artesa-
nos, de los trabajadores de todos los oficios, en definitiva, de nuestra gen-
te sencilla.
Verdad inmensa es que el libro y los medios electrónicos ayudan a
profundizar el conocimiento, pero la oralidad es la base de toda escritura y
hasta hoy está vigente, no ha pasado de moda; ¡ni sabemos cuánto la
necesitamos! Lo que hace falta es prestar oído a esa voz y a ese saber; está
en nuestras manos llevarla al libro u otro medio que permita aprovechar
siempre ese “nutriente” que está en todas las culturas y en todos los esta-
mentos sociales.
Tener en cuenta el saber oral y local, como base de la educación esta-
blecida permitiría vernos más a nosotros mismos en el espejo de la comu-
nidad y nos haría más fuertes ante lo de afuera, que no siempre es lo que
necesitamos.
Es urgente y necesario dar con esos espejos para vernos reflejados tal
como somos. Actualmente, cuando nuestras propias imágenes se pierden
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
ocultas por “otras” que no nos pertenecen y que hasta nos discriminan y
segregan, importa, pues, recuperar nuestro verdadero rostro.
Nuestra historia oficial está plagada de conquistas y dominaciones,
de procesos y batallas; de personajes muy ilustres, en sus textos y en sus
ilustraciones. Si aparece un campesino en un libro de texto o un persona-
je popular, es porque lo pintó Rugendas o porque es una escena popular
tomada de Claudio Gay.
Menos aún hay oídos para las historias, la palabra de la gente sencilla
que también hace la historia: un ovejero austral o un arriero de la zona
central; una santiguadora o una partera; un carpintero chilote o un mata-
rife, incluso cuando han ejercido su oficio durante toda una vida y hayan
sido tremendamente importantes para su comunidad.
Hace un tiempo la profesora Angélica Illanes contaba que en un se-
minario dedicado a la memoria del fin de siglo, un grupo de estudiantes
de ciencias sociales se rebelaba frente al estudio de una historia que lla-
maron “objetivista” o “factualista”. Expresaban su malestar por el rechazo
de algunos académicos a validar la oralidad y la subjetividad en tanto co- 137
nocimiento e historia.
Éste es un buen signo, hay esperanza todavía. No todo el saber se ha
recogido en los libros ni es monopolio de los académicos.
El problema no es que no existan fuentes orales y locales, es el recelo
de muchos autores y académicos por los temas de la cultura tradicional, la
religiosidad, por ejemplo. No es que no existan expresiones de identidad.
Es que no se pueden ver si no se interactúa con los saberes locales. Así se
podría aspirar a un conocimiento más profundo de nuestro país y del con-
tinente. Lo ha planteado Néstor García Canclini: “Latinoamérica se hace
incomprensible desde el purismo cientificista del proyecto moderno basa-
do en dicotomías tales como lo ‘culto’ y lo ‘popular’, la ‘tradición’ y la
‘modernización’”.1 Esta postura sólo ha contribuido a oscurecer la com-
prensión de nuestra cultura.
Por el contrario, nuestros pueblos han de ser comprendidos dejando
de lado todo purismo objetivista, que se traduce, por lo general, en des-
precio de lo popular respecto de lo supuestamente culto. Nuestra historia
se construye en íntima interrelación entre “lo culto y lo popular, entre la
tradición y la modernización”, entre lo oral y lo escrito, entre lo rural y lo
urbano.
Se acostumbra entender por cultura, todas aquellas manifestaciones
del hombre dirigidas a satisfacer necesidades materiales y espirituales, to-
mando en cuenta su medio ambiente. El historiador guatemalteco Celso
Lara escribe:
Sin embargo, los elementos de la cultura no están todos a un mismo
nivel, sino jerarquizados. Ello implica que cada sociedad hereda y
reestructura la herencia acumulada por su historia pasada; seleccio-
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Cada vez se hace más necesario echar mano a las fuentes orales, va-
lidarlas y, sobre todo, considerarlas en la educación, tarea tomada con
poca decisión.
Hay experimentos tremendamente exitosos en las escuelas rurales,
donde se interactúa con los ancianos de la comunidad. Allí se trabaja con
sus historias y, claro, cuando se conoce más de la historia propia, se le
quiere y cuida, lo que no implica el desprecio por otras. Es empezar por el
comienzo, es verse en el propio espejo, no perder la imagen propia.
Quiero terminar citando a Gabriela Mistral:
La primera lectura de los niños, sea aquella que se aproxima lo más
posible al relato oral, del que viene saliendo, es decir a los cuentos de
las viejas y los sucedidos locales. Folklore, mucho folklore, todo el
que se pueda... Se trata del momento en que el niño pasa de las
rodillas mujeriles al seco banco escolar, y cualquier alimento que se
le allegue debe llevar color y olor de aquellas leches de anteayer.9
140
1. Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para salir y entrar en la modernidad
(Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1995).
2. Celso Lara, “La cultura popular en la endoculturación del niño latinoamericano”. En
Tradiciones de Guatemala. Revista del Centro de Estudios Folklóricos, Universidad de San Carlos
de Guatemala, 1987
3. Jas Reuter y otros, La cultura popular (México: Primiá Ed., 1987).
4. Eduardo Galeano. En La cultura popular. Ibid.
5. Clara Rey Guido, El cuento folklórico y sus aplicaciones en la educación (Caracas: Instituto
Interamericano de Etnomusicología y folklore, 1976).
6. Stith Thompson “Sobre el cuento folklórico”. En Folklore de las Américas, vol. XII, Nº 2, sin
lugar de edición, 1952.
7. Celso Lara, Leyendas y casos de la tradición oral de Guatemala (Guatemala: Ed. Universitaria,
1973).
8. Patricia Chavarría y otros, Cultura tradicional y patrimonio (Santiago: Dibam, 1999).
9. Jaime Quezada, compilador Antología de poesía y prosa de Gabriela Mistral (Santiago: FCE,
1997).
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Jorge Montealegre
Escritor e investigador del humor gráfico
El majestuoso cóndor del escudo nacional lleva una corona de oro; el 141
andrajoso Condorito de Pepo, unas hechizas ojotas de neumático. Diver-
sos íconos para un símbolo de chilenidad que está en el aire. Ave carroñe-
ra o inofensivo pajarraco de papel, el cóndor marca nuestra identidad. En
Condorito hay una síntesis de Verdejo, el roto chileno y el ave nacional.
Además de otras señas atávicas, gracias a la pluma del dibujante penquista
René Ríos. Autor de un patrimonio iconográfico fundamental que ilustra
la “chilenidad cotidiana” de al menos medio siglo de nuestra historia. Pepo
fue grande. Probablemente el dibujante humorístico chileno más comple-
to del siglo XX.
René Ríos nació en Concepción en 1911. A los 6 ó 7 años ya había
hecho una perfecta caricatura del intendente de la provincia y dibujó a un
típico personaje de la ciudad: un canillita que era tuerto, con parche en el
ojo, andaba con un perrito y voceaba ¡El Suuuuure! Precisamente en ese
diario –El Sur– empezó a publicar. Su primera exposición fue cuando tenía
diez años, en una vitrina de la Confitería Palet. Sus estudios los realizó en
el Liceo Alemán de Concepción, hasta 4º año de Humanidades. El 5º y el
6º los hizo en el Liceo de Hombres, para egresar de bachiller. Luego, en
1930, ingresó a la Escuela de Medicina, donde alcanzó a estar dos años.
Hasta que partió, como Condorito, a la capital: a Pelotillehue.
El cóndor pasa
Por más de medio siglo Condorito ha sido un ícono representativo de Chi-
le, que lleva en su inconsciente profundos antecedentes atávicos.
La representación humanizada del cóndor ha estado en el imagina-
rio de los habitantes del territorio que hoy llamamos Chile, desde antes
que los europeos descubrieran el Nuevo Mundo. Entre los mapuches existe
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Cómic chilensis
Ya en la era del cómic, la mítica revista El Peneca publicó, en 1935, las
“Aventuras de Amapola y Condorito”. Se trataba de una historieta extran-
jera tipo folletín, protagonizada por indios norteamericanos. En la adapta-
ción, sus nombres eran chilenizados. Así, los indios se llaman Catrileo... o
Condorito, un niño que de cóndor sólo tiene la típica pluma que adorna la
cabeza de los indios de los Estados Unidos.
En 1937 se exhibe una película chilena de monos animados protagoni-
zada por un cóndor antropomorfo, realizada por el dibujante Jaime Escu-
dero y el cineasta Carlos Trupp.
Ya es la era de las animaciones de Walt Disney, de cuya escuela, pa-
chacho como el primer Pato Donald, nace Condorito, desarrollado exito-
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Compadres y sonámbulos
En Condorito, la hospitalidad y la amistad se expresan en una noble insti-
tución: el compadrazgo. La frase emblemática de Don Chuma “no se fije
en gastos, compadre” y el bautizo de Coné donde su tío Condorito lo adopta
como ahijado, son una muestra de la solidaridad sencilla y espontánea
que implica el compadrazgo. Don Chuma es un carpintero, desprendido,
dispuesto a gastar su poca plata para socorrer a su compadre. Condorito
comparte su chalet tipo mejora y apadrina al sobrino huérfano que llega del
sur. Lo adopta como un sucedáneo del padre ausente y, para mayor legiti-
midad, se convierte en padrino en el acto del bautizo... y lo bautiza Uge-
nio. “¡Con E será!”, le corrige el cura. Y la criatura se llama Coné.
A esta filosofía de la sobrevivencia, se le suma otro rasgo típico: su
identificación con el maestro Chasquilla. Es decir, con la persona empeñosa,
buscavidas, que se acomoda a todas las circunstancias, que intenta hacer
de todo, aunque no le resulte.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Horacio Salinas
Músico
tece entre nosotros que necesitamos inventar una música que evoca el
mosaico que existe en este continente.
¿Que ha sucedido en los últimos decenios? Esta condición nuestra
de latinoamericanos, curiosamente ha sido combatida… Desde luego, ya
en términos históricos, el ser chileno ha sido muy combatido por nosotros
mismos. El mundo de la música popular ha sido muy marginal. Hemos
encontrado la manera de, incluso, torturar a muchos chilenos o de relegar
a toda una parte muy importante de este país. Esta violencia, a ratos sote-
rrada, también nos ha separado de nuestro continente.
Es bien simple, creo que lo que ocurrió es que pocos meses después
del golpe militar se dictó un decreto que prohibió el uso de estos instru-
mentos, de los instrumentos latinoamericanos, porque felizmente en la
década del sesenta se había producido este “descubrimiento” de América
Latina y entonces comenzamos los músicos chilenos, con Violeta Parra como
pionera, a apoderarnos de instrumentos como el charango, el cuatro vene-
zolano, el tiple colombiano. Inventamos un tipo de música y de conjuntos
148 que resultaron ser un ejemplo muy curioso de bandas musicales donde existía
el bombo argentino, el tiple colombiano, el rondador ecuatoriano, el gui-
tarrón mexicano, el cuatro venezolano, el charango peruano y boliviano.
Luego vi incluso en Japón grupos que imitaban este tipo de formación
que se fue gestando en todos los países latinoamericanos.
Ésa es nuestra música chilena, un pedazo muy importante de la música
chilena que, por razones que en parte conozco y en parte desconozco del
todo, necesita tender una mirada y un oído muy atento al patrimonio de
la música latinoamericana.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
Rodrigo Torres
Etnomusicólogo
ción similar a lo que ofrece una tanguería, porque más bien parecía
una pareja que bailaba tango en lugar de música chilena. A mi juicio
lo hizo bien, pero no representaba a nuestro folklor auténtico. Tene-
mos al Bafochi, el Bafona,2 Los Huasos Quincheros.
Remataba su reclamo solicitando que “nunca más se presente, en
especial cuando queramos mostrar nuestra música al extranjero, un acto
folklórico que no corresponda a lo que es intrínseco, lo básico, lo funda-
mental. Ojalá no sea ésa la cultura que se va a exponer en Chile en lo que
respecta a la música chilena.”3
Este hecho reactualizaba la polémica en torno a los prototipos simbóli-
cos que definen el ser chilenos –en este caso, a través de la música y la
danza– y la pugna sobre su control.4
Estas expresiones, que argumentan en contra de un tipo de cueca y a
favor de otra considerada más representativa del estatuto de la chilenidad,
evidencian sin ambages que en el género cueca coexisten –con notorias
fricciones–, a lo menos dos estilos, dos tradiciones, dos identidades.5 Una
150 de ellas, desusadamente ausente en ese acto oficial, es bastante conocida y
está inscrita en el imaginario nacional como prototipo de la música típica
chilena. La otra, de manera insólita presente en un acto de esa naturaleza,
ha sido ampliamente ignorada aunque sí está muy arraigada como expre-
sión urbana popular del género, voz de los suburbios que cuando sube al
escenario del poder –como en dicha ocasión–, pone en tensión el tiempo de
la nación y sus emblemas.6
El modelo de cueca que el citado comentario invoca como auténtica
expresión de la música nacional es, en breve, un estilo paulatinamente
decantado en el Santiago de las décadas siguientes a las celebraciones del
Centenario (1910). Por entonces fue una cueca con una apariencia reno-
vada y modernizada, que cristalizó en la década del treinta como nuevo
prototipo del género, cabalmente representado por el pionero conjunto
Los Cuatros Huasos (1927-1957). Su masiva difusión –en especial a través
de emisiones de radio y la edición de discos– la proyectó en todo el territo-
rio, consolidando su institucionalización y fuerte gravitación en el imagi-
nario nacional. Desde la óptica de tal modelo, asociado a un gusto, a una
estética hegemónica, el otro estilo quedó fuera de cuadro.
En esta ocasión más que revisitar el discurso construido en torno a
las auténticas expresiones y genuinos representantes de la llamada músi-
ca nacional, me parece más oportuno preguntarse por aquellas tradicio-
nes musicales que éste ha negado o marginado en la penumbra de la cul-
tura nacional representativa. Desde esta perspectiva es particularmente
valiosa la experiencia de la cueca brava o chilenera, núcleo duro y puesta
en acto de la identidad y memoria del arrabal chileno.
L ECTURAS DE LAS IDENTIDADES : S U B J E T I V I DA D E S , MÁRGENES E INSTITUCIONES
El arte de cuequear
La chilenera es por excelencia un arte de cuequear, arte difícil y tradicio-
153
nal cuya práctica resume las características, repertorios, reglas y códigos
del género, que aquí sólo describiremos muy someramente.
“La cueca es de pueblo; si p’arriba14 no la cantaban”, nos dice Her-
nán Núñez, y así es en efecto. La vida social de la cueca va asociada a los
suburbios y conventillos, a los llamados barrios bravos de Santiago y del
puerto de Valparaíso.15
Estos territorios son las canchas cuequeras que delimitan un ambiente
esencialmente urbano, con una trama de personas, lugares, eventos e his-
torias.
En este sentido, la cueca chilenera es emblemática de una identidad
localizada, cuya cartografía en el Santiago de la primeras décadas del siglo
pasado incluía, como principales, el barrio de la Estación Central, la Vega
Central, el Matadero, y el circuito de burdeles y otros lugares de la vida
bohemia (Plaza Almagro, calles Maipú, Diez de Julio, Vivaceta, etc.).
En estos territorios se consolidó un espacio de convivialidad popular
y libertaria, asociada con la rotada y la bohemia, donde la cueca fue la
“reina de la noche”. Este ambiente cerró su ciclo en 1973: “las casas mu-
rieron en el año 73, para cuando fue el golpe; ahí se acabó la noche bohe-
mia”, afirma Raúl Lizama, el “Perico chilenero”.16
El verso “guapo, cantor y habiloso” representa una buena síntesis del
cuequero, cuyo prototipo es un modelo de hombría, encarnado en el roto,
actor social emblemático de esta cueca. De ahí que el roto la defendiera
incondicionalmente, como lo testimonia Hernán Núñez:
Se la persiguió y más que todo en los barrios humildes. Es por eso
que la cueca se refugió en las casas de niñas, en los arrabales, en los
bajos fondos, cárceles y presidios. Ahí no los podían llevar presos. La
REVISITANDO CHILE
De la chingana, sí
caramba, me sobra el pito
que una cueca dos veces
caramba, no la repito.
158
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
SEGUNDA PARTE
160
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
I. EL NORTE
162
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
LA COMARCA TARAPAQUEÑA:
DE PERTENENCIAS Y DESIERTOS
Lautaro Núñez
Arqueólogo
dos dadas sus características no aptas para la vida que tanto asombraron al
propio Darwin.
El solo hecho de vivir en un desierto involucra un grado de diferen-
cia, revelada en el acto de exponerse más que imponerse, en torno a la
paradoja de habitar lo vacío. Únicamente así se puede entender la epope-
ya más grande que ha distinguido a este territorio de los “otros”; esto es,
habitar lo vacío dentro de las leyes de la soledad y de los despoblados, tal
como fueron tratados por los cronistas y viajeros... También quisiéramos
entender mejor cómo la ocupación europea desde la Conquista recoge los
logros indígenas preexistentes y los prearticula hacia su nueva propuesta, a
través de un modelo distinto y distante del mundo anterior, como acep-
tando una praxis que los superaba en el extraño modo de vivir lo para
otros invisible y no vivible. Fue así que el escenario indio y español, sin-
cretizado, creó las condiciones del destino minero colonial. De allí a la
recepción de la modernidad industrial y minera de cuño victoriano sólo
hubo un levísimo paso. ¿Podría alguien sostener que no hay un conti-
164 nuum de percepciones mineras que ha marcado el pensamiento entre es-
tos desiertos y el mar?
También fueron particulares los procesos coloniales en el desierto de
Atacama y, a su vez, aquellos esencialmente prehispanos, irrepetibles en
el resto del país.
Lo que hicieron los indígenas para hacer más habitable este desierto
no sucedió en otros territorios. Por ejemplo, los procesos civilizatorios pre-
hispánicos son frecuentes en los desiertos y no más allá. Ni los indígenas
ni los españoles colonizaron las pampas intermedias secas y más extensas
que ocuparán luego el espacio salitrero. Esta epopeya es decimonónica,
alzada entre la nueva clase empresarial cosmopolita y los orígenes del ca-
pitalismo industrial, junto al proletariado emanado de poblaciones indí-
genas, mestizas y de emigrantes acriollados, todos pertenecientes al am-
plio espectro del norte grande y chico del Chile actual y a las repúblicas
andinas fronterizas. Incluyendo, por supuesto, los procesos durante los
tiempos republicanos, que también tienen condiciones particulares. La
pregunta válida es la siguiente: ¿el proceso de chilenización logró cubrir
las complejas y largas historias regionales del desierto tarapaqueño-ataca-
meño? Y su respuesta: absolutamente no.
Estamos hablando de procesos históricos regionales muy cercanos
que ocurrieron en la región de Tarapacá y no en otro lugar, donde el cam-
bio de un país por otro fue aceptado y querido gradualmente. Sobre esos
eslabones de resistencia y adaptación recién ahora comenzamos a enten-
der su “doble militancia”, capaz de crearnos un espíritu de mayor integra-
ción subregional y a conocer las historias limítrofes como verdaderas y
también propias. Lo anterior es posible a partir de investigaciones que
iluminan las dinámica de identidades que se van y otras que surgen al
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
y las intervenciones en los frágiles ambientes desérticos van a ser cada vez
más descontrolados, porque el modelo minero se hará más inflexible, sin
armonizar ni estimular otros modelos de desarrollo paralelos. El agua de-
ficitaria y el desconocimiento frente a recursos existentes y no bien cono-
cidos como los marítimos y las carencias de investigaciones teóricas y apli-
cadas ejemplifican nuestra falta de creatividad para seguir domesticando
los espacios áridos, entre grandes movimientos de opinión atados al acto
de pertenecer con destinos compartidos. Es decir, no existe una cultura de
vivir el desierto que vaya desde su pasado al patrimonio, de sus recursos y
sus gentes por la irradiación de un estilo de vida acorde a este paisaje
cultural con el fin de seguir habitando el vacío con sensatez humana y
ecológica suficiente, puesto que ya hay, por ejemplo, registros de plomo
en las altas cumbres atacameñas. De modo que una visión crítica, pero
llena de esperanza, nos dirá si las contradicciones entre los modelos eco-
nómicos globales y las débiles estructuras de la cultura y la educación
regionales y nacionales serán capaces de sostener las memorias de perte-
170 nencias e identidades pasadas y así formalizar los movimientos de gente y
los pensamientos para aquellos valores que darán cuenta de lo que escri-
bió Balzac: “Que caiga la maldición a quien calle en el desierto creyendo
que está solo”.
Tampoco olvidar que cuando pensábamos que las epopeyas del norte
estaban ya escritas por sus más clásicos voceros, nuestro Hernán Rivera
Letelier, el último obrero salitrero, nos reencantó hoy para enseñarnos
que el ethos nortino está allí latente, como mirando por su otra ventana lo
que fuimos para a lo menos hacernos pensar que los pasados son medios
genéticos y sus actores se alojan en la sangre de los descendientes. Mien-
tras existan Riveras en nuestro desierto vamos a estar muy felices por esa
frágil separación entre el olvido y la memoria, del cómo se hizo el norte y
del porqué no nos debiéramos preocupar de aquellos que prefieren volar
por sobre la historia sin posibilidad alguna de bajar de las solitarias razo-
nes del Olimpo. Hay en este tema de lo que somos una suerte de pasiona-
rio tan bien escrito por Huidobro: “Señor, lo único que vale en la vida es la
pasión, vivimos para uno que otro momento de exaltación”. Y frente al
desierto, la “fascinación de las esferas” inconmensurables, donde la tierra
se ve que en verdad es redonda sea pues la exacta medida para que sus
habitantes lo naveguen por sus más íntimas extensiones.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Victoria Castro
Arqueóloga
H ay una trama del tipo palimpsesto, un sustrato difuso que es el soporte 171
inicial, fuerte y silencioso que ayuda a la formación de las identidades en
todo lugar. Quizás este aserto constituya un concepto de extensión seme-
jante a aquel que nos señala que es preciso consolidar un principio de
diferenciación, inherente al tema de las identidades.
Las identidades se construyen o se hacen operativas a partir de un
concepto de país, lo que nos plantea el problema de un tiempo de cons-
trucción ligado a la constitución del Estado. Quienes reflexionamos sobre
estos temas desde una perspectiva de honda profundidad histórica, en las
latitudes altas y bajas de este territorio, difícilmente podríamos concordar
con una idea de región más bien centralista, surgida desde la visión colo-
nial de la Capitanía de Chile y luego reafirmada por el Estado, a pesar de la
necesidad de sentar dominio sobre los territorios más norteños. Como ar-
queólogos, estamos siempre relacionándonos, tal vez de modo no tan cons-
ciente, con representaciones materiales a partir de las cuales queremos
saber desde dónde se miraron o cómo se pensaron los seres que concibie-
ron tales obras.
Las identidades a nivel regional tienen historias previas, con identi-
dades previas. La llamada identidad chilena, que pareciera un cierto prin-
cipio de homogeneización, nos resulta impuesta y poco conocida. Sin duda
es la mirada oficial, lo que se espera que seamos. A través del tiempo, esa
dimensión fue hasta hace poco, tremendamente europeizante.
Al no poder ser totalmente europeos, se optó, en prácticamente toda
Latinoamérica, por una definición de “identidad mestiza”, nombrada así
para significar, teóricamente, un componente europeo con otro “indio”.
Este significativo concepto no puede seguir siendo el real lugar común
que ha existido hasta ahora. Merece, por su amplia extensión y distribu-
REVISITANDO CHILE
1. Para saber más, véase Victoria Castro, “Identidad, territorios y lenguas en Atacama”.
Revista Anales de la Universidad de Chile”, VI Serie, Nº 13, agosto de 2001.
REVISITANDO CHILE
Hans Gundermann
Antropólogo
174 INTRODUCCIÓN
Intentaré fundamentar la tesis de que no existe una identidad regional
nortina. Sí identidades colectivas, otras. Para esto considero útil una in-
troducción relativamente extensa de tipo más bien conceptual.
Como parte de ello, es oportuno plantear qué podríamos entender
por una región en el norte de Chile. El Norte Grande nos parece más una
referencia geográfica e histórica, incluso con contenidos emocionales, que
propiamente una región, pues ésta supone lo anterior pero demanda que se
cumplan más condiciones que las de un marco físico y algún tipo de con-
ciencia y adhesión emocional. Las regiones de las divisiones político-admi-
nistrativas no son, en principio, histórico-sociológicas. Pueden llegar a ser-
lo, dado que la acción del Estado sin duda es un factor eficiente en la
construcción histórica de una región, pero la estabilidad de dichas divisio-
nes no es algo que caracterice la macrozona norte. Por ello es que este
factor no ha actuado históricamente de un modo estable en la formación
de regiones en esta parte del país.
Las provincias y sus ciudades cabeceras podrían quizá representar
regiones. Por ejemplo, Iquique, la ciudad y la provincia. O Calama y el
espacio interior correspondiente a la Provincia del Loa. Parece ser una
buena posibilidad de encontrar regiones. Pero, a condición de que limite-
mos la región a las ciudades cabeceras de esos territorios, habría algunas
dificultades para ver como región las relaciones entre esas ciudades y los
espacios jurisdiccionales provinciales. Por lo pronto se trata de espacios
con evidentes segmentaciones étnicas entre un interior indígena y un es-
pacio urbano no indígena y modernizado. Las actividades extractivas del
“interior” de los territorios pudieron ser una manera de construir región,
pero esas actividades han tenido importantes interrupciones en el tiempo
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
IDENTIDADES COLECTIVAS
Existe la tendencia de ver las identidades colectivas como “cosas”, como
entidades naturalizadas, fijas, estables. Es común, por lo tanto, una defini-
ción sustancialista de la identidad, referida a entes que poseen propiedades
y atributos específicos y estables relacionados entre sí, los que se establecen
como constituyentes de identidades que se mantendrían constantes y sin
mayores variaciones a través de la historia. Debido a ello, existe la inclina-
175
ción a no ver las identidades como lo que efectivamente son: realidades
situacionales y relacionales. Es decir, dependientes de contextos sociales e
históricos, cambiantes, sujetos a contingencias, permeables al tiempo y las
circunstancias. La identidad es, ante todo, relación y no sustancia.
Frente a la pregunta de si existen o no identidades regionales, debe-
rían anteponerse a ella otras que las especifiquen: identidades en determi-
nada historia, en cierta configuración política, en tal o cual espacio social,
en uno u otro proceso sociohistórico. Sólo así, en esta contextualización,
podría evitarse la tendencia de naturalización, de fijación de las identida-
des. Es entonces necesario alejarse de estos vicios, cuestionar esta tenden-
cia. Se requiere un concepto de identidad que arranque de otra manera.
Este otro punto de partida podría estar dado por una perspectiva del
actor, sujeto social, o agencia social. No voy a entrar en los pequeños o
grandes detalles que diferencian estas nociones. Baste decir que en todos
los casos se pone en evidencia, se resalta como algo significativo, la capa-
cidad de acción de los sujetos, individual o colectivamente considerados,
en la construcción de los sí mismos y en la intervención, en mayor o me-
nor grado, que ellos despliegan sobre los ambientes o contextos en los que
se ven envueltos.
Desde este enfoque y ubicación, las identidades aparecen íntimamen-
te vinculadas con los sujetos sociales: son sus productores. La identidad no
puede desprenderse, entonces, de la acción social y del movimiento de lo
social. Con frecuencia, la identidad aparece también relacionada con la ac-
ción poseedora de sentido histórico, con proyecto, con utopía, con deman-
das fuertes, con lucha y conflicto dirigidos a la búsqueda de cambios en el
sistema social.
REVISITANDO CHILE
Sería bueno, quizá, acudir a una posición que un autor como Ma-
nuel Castells plantea en una de sus obras recientes más importantes, lla-
mada El poder de la identidad. En ella habla de identidades proyectos e iden-
tidades defensivas, las cuales están, obviamente, muy ligadas a esta noción
de agencia y actor con una identidad defensiva, o actor con identidad pro-
yecto. Estas modulaciones de la identidad implican una potencia, una fuer-
za. Para que haya identidad colectiva verdaderamente se requiere enton-
ces la existencia de significados adscritos fuertes y con potencialidad sobre
lo social.
En suma, no basta para hablar de identidad o alteridad (su otra cara),
para aquellos fenómenos de identificación que proporcionan sentidos va-
gos, con identificaciones débiles, con pertenencias descomprometidas, si
lo vemos en términos individuales. Y en lo colectivo, no basta con hablar
de identidades que son sólo sensibilidades, representaciones, elementos de
repertorios culturales, clasificaciones sociales o administrativas. Para hablar
de identidad en sentido fuerte, se requiere bastante más, y los elementos
que he tratado de reseñar son aquellos que se requieren para que en rea- 177
lidad podamos hablar de una identidad colectiva.
¿Y cuáles son las identidades regionales en el norte de Chile?
Hecho todo este largo preámbulo, sostengo que para el caso del nor-
te de Chile no existe realmente una identidad regional, tarapaqueña, como
valor, como algo que para actores, agentes o sujetos sociales, tiene conse-
cuencias políticas, culturales o sociales significativas. Sí hubo en Tarapacá
una identidad formada en y durante el ciclo salitrero.
Sin duda, hay referencias de pertenencia, algún sentido de adscrip-
ción, algún tipo de lealtad, pero estos elementos no alcanzan a represen-
tar o a configurar verdaderamente una identidad colectiva, al menos en el
sentido fuerte en que estoy postulando que se la debe considerar. Lo que sí
tenemos, sin duda, son identidades dentro de espacios político-administra-
tivos, en los espacios históricos, espacios más exclusivos que también tienen
alcances socioculturales. El norte de Chile es rico en estas o en otras iden-
tidades, pero no en identidad regional.
Pensemos en las identidades populares en torno a la religiosidad, en
las obreras, en las étnicas, también en las categoriales referidas a género.
Están, asimismo, las ligadas a los gremios y los oficios. Estas últimas fue-
ron importantes en algunos momentos de la historia del norte, cuando
éste albergó y dio origen a movimientos sociales fundamentales en sus
consecuencias para la historia política y social del país. En éstos estuvie-
ron implicadas configuraciones de identidad muy profundas y consisten-
tes, que no estaban circunscritas a regiones. Asimismo, están presentes,
con algunas dudas, movimientos étnicos de los pueblos originarios regio-
nales, que tampoco pueden categorizarse como regionales.
Ahora, he venido sosteniendo que hay una relación muy estrecha
entre identidad y movimiento, identidad y acción colectiva, pues ambas
REVISITANDO CHILE
UN ESBOZO DE EXPLICACIÓN
¿Por qué no hay una identidad regional nortina? ¿Por qué en general en
Chile no hay identidades regionales? Un elemento sin duda importante es
el que dice relación con que en Chile el proyecto republicano tiene una
tradición centralista muy potente. Una fuerza histórica de largo plazo y de
amplio alcance que incidirá en una suerte de anulación, de inhibición de las
identidades regionales. Esta conformación centralista del Estado, del poder,
no deja espacio a la generación, al “cocimiento” histórico de actores regio-
nales con autonomía que construyan, entonces, una identidad de región.
No está el caldero que se requiere para que este tipo de cosas exista.
La descentralización, que en las últimas décadas está teniendo lugar,
bien sabemos, es, ante todo, de carácter administrativo y las cuotas de po-
der traspasado son insuficientes, limitadas, inadecuadas, insustanciales.
Si buscamos en la economía un factor eficiente de formación de iden-
tidades colectivas regionales, tampoco encontraremos un resultado neto.
La economía salitrera en el norte de Chile formó una región y muy proba-
blemente creó una identidad regional. Pero esa región así formada se trans-
formó profundamente con las crisis del siglo XX. Los actores, instituciones
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Héctor González
Antropólogo
jo, el grupo familiar, la fuerza laboral, etc. Por otro lado, los trabajadores
mineros perciben beneficios y salarios mucho más altos, que se traducen
en mayores niveles de consumo suntuario, mejor educación para los hijos
y salud para el grupo familiar, residen en modernas villas custodiadas por
guardias. En definitiva, una segregación espacial, social y económica del
resto de la población.
Se ha producido también un revival de la cultura de la playa. Aunque
los habitantes de la costa de la región siempre han tenido una fuerte rela-
ción con el mar, ha surgido un nuevo fenómeno que parece inscribirse
dentro de esta misma relación cultural. Las playas de Iquique y Arica se
han inundado de jóvenes que “corren” las olas en sus tablas de surf. Sin
embargo, ya no se trata de cazadores-recolectores marinos, la vinculación
de estos jóvenes con el mar ya no es “productiva”, sino “lúdica”. La masi-
ficación de esta práctica y su intrusión en todas las capas sociales dan
cuenta de la emergencia de un nuevo fenómeno cultural juvenil.
184
Vínculos con la identidad “chilena”
Sin pronunciarme acerca de si existe o no una cultura “chilena”, es inne-
gable que al menos el Estado nación ha intervenido en la Región de Tara-
pacá con ciertos contenidos de lo que es o debiera ser la identidad “nacio-
nal”, visible al menos en tres temas: militares, huasos y educación.
En la región se aprende y se sabe más de la historia de la Guerra del
Pacífico y se vive un ambiente más militarista que en cualquier otra del
país. El 21 de Mayo en Iquique es un verdadero aniversario de identidad
local: rememoración de un acto constituyente, el aniversario de fundación
de la ciudad. También una evocación sacrificial que, desde la epopeya béli-
ca, se conecta con los sacrificios de la historia social (de obreros durante el
ciclo salitrero o de los fusilados en Pisagua en 1973). Tampoco hay que
olvidar la influencia que proyecta sobre la conciencia y la vida regional la
gran cantidad de regimientos y contingente militar radicado en esta zona
de frontera y ocupación.
También son importantes la visión y percepción de lo indígena (como
“extranjero”), las políticas explícitas o implícitas de la educación formal y
la proyección de la imagen de Chile central como un estereotipo del ser
nacional. La educación de tipo nacionalista se exacerbó durante el régi-
men militar, que la asumió como una cuestión de geopolítica, especial-
mente en el sector rural.
La “chilenización” tiene que ver también con la proyección de la
imagen campestre de Chile central, que nuestro país parece haber adopta-
do como símbolo del ser nacional. Nada más extraño que ramadas, cuecas
y huasos en el desierto. En Arica existe un club de huasos y se celebra
todos los años el campeonato ¡nacional! de cueca. Es una elección de sen-
tido para el ser o el deber ser chileno que no considera los elementos de
cultura regional enumerados antes.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
bierno militar abrió las barreras arancelarias. En los últimos veinte años la
ciudad ha vivido una fuerte contracción económica. Los ariqueños se sien-
ten actualmente meros observadores del desarrollo del país y, especial-
mente, de Iquique, su eterno rival. La respuesta cultural es hasta ahora
nostálgica del período de auge. Se evoca cotidianamente el movimiento,
las inversiones y el adelanto vivido o conseguido en el pasado gracias al
subsidio estatal o las políticas de excepción. La reactivación económica de
la ciudad pasa por una decidida intervención del Estado, precisamente
cuando éste jibariza su accionar a nivel nacional y mundial. En este caso,
al apabullante tren de la apertura económica mercantil se le ofrece un riel
extraño: una cultura de la nostalgia estatizadora.
En un contexto parecido, se espera que la globalización de las econo-
mías produzca un avance en la integración económica de Chile, Perú y
Bolivia. El tema de los corredores bioceánicos es una necesidad sentida y
se dan pasos hacia su implementación. Sin embargo, existen señales de
que los cambios culturales que implica la integración serán más lentos,
pues será necesario vencer las barreras y diferencias históricas que perdu- 187
ran entre estos países desde la Guerra del Pacífico. Este fenómeno es espe-
cialmente visible en Arica. Aparte de su situación de zona de ocupación
relativamente reciente, su condición fronteriza hace que se exacerbe más
el nacionalismo. Pese a que es importante la presencia de peruanos y bo-
livianos en ciertos espacios económicos, hasta ahora pasa como si esta
ciudad sólo se reprodujera por el esfuerzo de sus puros ciudadanos chile-
nos. Se hace invisible así la relevancia de empresas bolivianas en distintas
actividades propias de la zona. Ocurre lo mismo con el comercio hacia y
desde Tacna. Estos antecedentes permiten pronosticar que el nacionalis-
mo “regional”, que es una construcción cultural, será una fuerte barrera a
la integración económica.
188
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Bernardo Guerrero
Sociólogo
Iquique es puerto...
Curiosa esta afirmación de identidad que, según el historiador iquiqueño
Mario Zolezzi, surge a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Decimos
curiosa porque el 26 de junio de 1855 se declara a Iquique puerto mayor
por el gobierno del Perú. Esta es una señal de identidad que tiende a la
desvaloración del otro, para reafirmar lo propio. Es lo que se llama identi-
dad por oposición y tiene que ver con el reclamo que los iquiqueños de-
mandan contra el caletismo. Según el historiador que citamos: ‘Iquique es
puerto. Los demás son caletas’ es un lema orgulloso de una ciudad que
combatió la extensión del caletismo en el litoral de Tarapacá durante el
período salitrero. Esto es, la posibilidad de que los salitreros embarcaran
sus productos por Caleta Buena, Junín, Chucumata entre otros, a través
de la construcción de ferrocarriles, lo que significaba la caída del principal
puerto. Fue esta situación la que generó conflictos regionales. Los iqui-
queños reclamaban lo que se creía justo. Ése el origen de esta expresión
que hasta el día de hoy usamos.
Actualmente, la condición de puerto principal la disputamos los iqui-
queños con los porteños. Para ello se alude a su historia económica, social,
política y deportiva. Iquique reclama la exclusividad.
REVISITANDO CHILE
Agáchate Godoy
El 9 de febrero de 1940 Arturo Godoy resiste los 15 rounds frente al mejor
peso pesado del mundo: Joe Louis. La pelea fue un hito. En la segunda
pelea el árbitro declara K.O. técnico, pese a las protestas del iquiqueño
que insistía en pelear. Pero ¿cómo se vivió la pelea en Iquique?
El resultado de la pelea es por todos conocido. El Tarapacá tituló el 10
de febrero: “A. Godoy hizo una brillante pelea frente a Louis, pero la deci-
sión del jurado favoreció al campeón mundial”. El guapo de Caleta Buena
ganó U$13.540 por ese match. La madre tuvo que ser hospitalizada de
urgencia la noche del viernes.
Por su parte, Santiago Polanco Nuño, escribía: “Te anotaste un poro-
to, Arturo, y de los grandes”. Y agregaba: “Hubieras visto cómo estaba tu
querido Iquique la noche del viernes. En El Colorado, en el Morro, en
Cavancha, en todas partes, la gente se apretaba en torno a las radios y
altoparlantes para no perderse un detalle del combate”. Como se sabe, la
disputa por el título mundial del 9 de febrero de 1940 fue filmada. Otro
iquiqueño, parecido a los de hoy, escribió: “El Ministerio de Educación
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Pública de Chile, debería adquirir una copia de esa película para exhibirla
gratuitamente a todos los escolares chilenos, a toda la juventud nuestra de
hoy”. Nadie le hizo caso.
La última gran hazaña del deporte local la realizó Raúl Choque. Cam-
peón del Mundo en Pesca y Caza Submarina. Esto ocurrió el año 1971, el
mes fue septiembre. Ariel Standen, un atleta seniors contribuyó a no olvi-
dar el sueño no cumplido del Tani y Godoy.
A modo de conclusiones
Del entorno regional (dentro de lo que hoy es la región de Tarapacá), la
identidad iquiqueña es la mejor perfilada tanto en términos discursivos
como simbólicos. Ésta se expresa en un sentimiento colectivo, en un no-
sotros que se alimenta de un pasado glorioso y doloroso a la vez. Iquique
es reconocido por su personalidad cultural. La autoestima de los iquique-
ños es algo que nos ha servido para soportar y vencer el olvido, tal cual lo
afirma nuestro himno. El espíritu de la Cenicienta se despierta cada vez
que el centralismo nos quiere imponer sus puntos de vista. El “Iquique es
puerto” se rebela cada vez que el otro puerto pretende tener el monopolio
del patrimonio cultural. El “Tierra de campeones”, se enrabia cuando se
elige a un santiaguino como el mejor deportista del siglo, olvidando al
Tani, Godoy, Robledo y Choque.
Hoy, sin embargo, Iquique parece haber transado su historia en el
mall. El turismo se inspira en Miami y en Cancún. De vez en cuando, los
carnavales de los barrios populares, la peregrinación a la “China” en La
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
195
Con esto queremos decir que siguen siendo el huaso y sus formas socio-
culturales el signo característico de la chilenidad; todavía domina la con-
cepción del mapuche en el panorama de las culturas aborígenes; persiste
una modalidad modernizadora patente en Santiago y Valparaíso. Todo lo
que constituye la expresión de la nortinidad no tiene carta de naturaliza-
ción en la manera de construir socialmente nuestra identidad en términos
nacionales. Esto porque la historia nacional no ha interpretado la propia
de las regiones, lo que se debe distinguir en dos niveles:
a) la producción historiográfica relativa a la historia de Chile en ge-
neral y
b) la canonización de textos para el ámbito del sistema educacional.
En el primero, no vemos una incorporación de elementos o una in-
terpretación que asuma estas diferencias regionales; se aprecian esfuerzos
por asumir los resultados de la investigación regional en determinados
autores pero son “argumentaciones” a favor de una perspectiva centralis-
ta, sea desde el Estado o desde la evolución de la sociedad civil. Desde el
200 centro del país.
En el segundo, todavía no se acogen los textos producidos desde las
regiones, que no postulan a integrarse o erigirse en una historia nacional;
aún siguen vigentes determinados textos seleccionados.
Creo importante detenerme en la reproducción social del conocimien-
to histórico y de los criterios epistemológicos derivados de la implementa-
ción de la denominada Reforma Educacional. Conocimiento centrado en
señalar en el currículo los objetivos fundamentales y los contenidos míni-
mos, a partir de la Consulta de 1997, lo que quedó traducido en el Decreto
Nº 240 para el Nivel Básico.
En este sentido, puedo aducir, a causa de haberme desenvuelto como
relator, en la II Región, de los Programas de Perfeccionamiento Funda-
mental en el subsector de Historia y Ciencias Sociales, para la Enseñanza
Media, y del subsector Estudio y Comprensión de la Sociedad, para la Ense-
ñanza Básica, que en el sistema educacional es posible implementar ambas
modalidades: una profundización del conocimiento histórico y una señali-
zación de la teoría del conocimiento de la realidad total, como sostenía
Marcel Gauss; esto es, postular en los planos cognitivo y constructivista
los elementos identitarios regionales en la estructura nacional, plantean-
do no sólo la biodiversidad de la visión de la naturaleza, sino la pluralidad
de elementos y visión de conjunto de nuestra cultura mestiza.
Así, podemos observar tres tendencias vinculantes en distintos gra-
dos con la orientación que muestra el país.
1. Una pluralidad endógena nacional. Por un lado, la irradiación de la
música y folklore andinos a nivel nacional, un fenómeno desprovisto de
prejuicios o lecturas reduccionistas y, por otro, la recepción y difusión de
elementos propios del valle central, traducido en clubes de rodeos, huasos
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Jorge Zambra
Profesor de Castellano
202 E l día es transparente, luminoso, frío. Los ojos pugnan por abarcar el
inmenso panorama andino. Que la memoria grabe, a prueba de olvidos, la
visión conmovedora; no será fácil regresar a estas alturas.
La cordillera del Huasco. Al norte, enorme, macizo, el Potro, con las
nacientes del formativo más sureño del río Copiapó. Allí delante, en el
espejismo de tenerlo a la mano, por la limpidez del aire, alto, armónico, el
Cantarito. El nombre le ha venido por algún inmemorial ceramio indíge-
na encontrado en sus laderas, denominación reveladora de la impronta
que se arraiga en estas cresterías.
Estamos a los cinco mil metros, en un atalaya espectacular: el Palas,
así llamado por el hallazgo de palas aborígenes en sus escarpados contor-
nos. Y de nuevo la toponimia hablando el lenguaje más lleno de sentido,
en los Andes de la III Región, para aludir a encumbrados dominios de
unos señores ya largamente silenciosos. Hemos ascendido tras un derro-
tero de los incas, con suerte diversa. No damos con todos los vestigios de
un santuario que nos empeñamos en descubrir, pero creemos caminar
por sagrado territorio indio, percibimos su misterio.
Desde el vértice último, dominante sobre la frontera, puedes mirar
dos países. Hacia Argentina y sus lomajes, descendiendo, desde la misma
línea fronteriza, en suave oleada, en dirección naciente, y volver la mira-
da hacia Chile inconfundible, y enfrentarte con sus apretados puños mon-
tañosos, con su malla laberíntica de quebradas.
Doy un raudo vuelo a esa Argentina tan próxima. También es tierra
nuestra. Obviamente no hablo con intención reivindicativa ni política.
Pero si viajáramos por la sangre, a poco andar nos encontraríamos con
parientes que dejaron extendida la familia chilena de ese lado de los An-
des, desde tiempos prehispánicos, con las migraciones étnicas y los con-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
tactos transcordilleranos, hasta entrado el siglo XX, que rubricó una in-
tensa época de arreos desde el país vecino y el envío desde el nuestro,
desde el Huasco, de las proverbiales frutas y licores de nuestro valle. Si
bajáramos a las tierras lindantes de San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucu-
mán, reconoceríamos parentescos, identidades; despertaríamos un área
dormida de nuestra memoria ancestral, una zona que es parte de nuestro
espíritu. Los argentinos de aquellas provincias pudieran sentir otro tanto
respecto de Atacama.
Vía de tránsito, nudo de nexos, puerta de la libertad entre pueblos,
cantera de ingentes recursos económicos, la cordillera es uno de nuestros
más potentes bienes identitarios. Desde ella bajamos a Atacama, a su vas-
to, múltiple, complejo, hermoso cuerpo geográfico, optando por la menos
comentada cuenca del Huasco.
Al tranco, desde lo alto. A vista de avión, el brillante hilo del Valeria-
no, que se desliza muy abajo, me dice una razón más para la valoración de
la cordillera: ser la fuente de nuestros ríos.
Y del Valeriano, en las juntas de este nombre, al Conay, y de éste, en 203
las juntas de Chollay y de Pinte, al receptivo mayor, El Tránsito, querencia
de los Campillay, de los Ceriche, los Huanchicay, los Licuime, los Liquitay,
los Pallauta, herederos diaguitas del alguna vez llamado “río de los Natu-
rales”. Frase como salida de una crónica de la Conquista. Esto por el lado
norte, pues por el sur, con la cuña de la sierra de Tatul mediante, el Zanca-
rrón, el del Medio y el Primero dan cuerpo al que los unifica, El Carmen.
Heredad de apellidos hispanos: Torres, Salazar, Godoy, Leyton, Páez, Vé-
liz, hasta comienzos del siglo XX solía llamársele “río de los Españoles”, en
abierto contraste con el nombre del otro afluente. La disciplina histórica
enseña la posibilidad de cuestionamiento de la acción humana, pese a en-
tender la existencia de una línea de sentido de los acontecimientos del hom-
bre. La historia del Huasco es la base de nuestra identidad. Igual que otras
de provincia, está lejos de ser simple, como se la ha tenido hasta ahora. Al
revés, es rica y no le son ajenos hechos obviados, oscuros o increíbles. Este
caso tiene bastante de ello. El ya citado bastión de la sierra de Tatul se
empleó como un enorme muro para separar dos culturas, en un hecho de
discriminación racial pocas veces consumado con tanta nitidez en el país.
Toda esta red fluvial se recoge en Juntas del Carmen y se refunde en
el Huasco. Es el nombre que damos genéricamente a la hoya hidrográfica
completa y al valle, a nuestro principal puerto, a la comuna porteña, a la
provincia entera, haciendo de la multiplicada denominación del río la ex-
presión primordial de nuestra identidad con la tierra de Atacama. El río
Huasco nos ha sustentado, nos ha aglutinado en sus riberas, nos ha unido,
y también nos ha desunido cuando disputamos sus disminuidas aguas vi-
tales, en las funestas sequías, y nos ha dañado cuando, por el contrario, su
caudal en crecidas terribles, arrasó terrenos de cultivo, destruyó edificios y
caminos, segó vidas.
REVISITANDO CHILE
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I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
II. EL PUERTO
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I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
APROXIMACIONES A LO PORTEÑO
Leopoldo Sáez
Lingüista
C
¿ uál es la identidad de los porteños? ¿Cuál es la identidad de los chile- 209
nos? ¿Los rasgos que componen la identidad se mantienen a través del
tiempo? ¿Cambian? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Hay algunos exclusivos de
Valparaíso? ¿O tal vez lo característico es la especial combinación de ras-
gos? Difícil tema. Seguramente no soy el más indicado para dilucidar estas
preguntas tan complejas, pero intentaré por lo menos una aproximación
algo gruesa y tosca, más bien empírica.
Yo les quiero contar lo que he observado, para que nos vayamos
conociendo.
Por circunstancias de la vida, en dos períodos me ha tocado convivir
en el extranjero con comunidades de chilenos, en las Alemanias, la una y
la otra, Francia, España, Inglaterra y pude percatarme de un extraño fe-
nómeno. Cada vez que se juntaba un grupo numeroso de chilenos, por
una suerte de reacción química, al brevísimo tiempo se producía un movi-
miento imperceptible que dejaba constituido un subgrupo férreo, militan-
te (y transversal, se dice hoy día) de porteños. Afuera quedaba el resto de
los chilenos.
Luego, hay un sentido de grupo, de comunidad. Los porteños se reco-
nocen como porteños y están orgullosos de serlo.
Los porteños en el exilio siguen reconociendo lugares de Valparaíso
en las ciudades en que viven. El profesor Foresti les puede hacer un tour
porteño en Gotenburgo, en Suecia. Otros reconocen a Valparaíso en Gé-
nova, Blankenese, Cabo Verde. Excepcional es el caso del chileno que en
Australia, desde un lugar que descubrió, al atardecer, bien en la lejanía, y
haciendo un gran esfuerzo de concentración alcanza a distinguir débil-
mente las luces de Valparaíso.
Los porteños tenemos nuestros términos y temas propios que nos
sirven de contraseña secreta. Hablamos de los cosacos, los guachimanes y los
REVISITANDO CHILE
teños ven la vida a través del cristal de la pobreza. Ésta es una de las
características históricas de Valparaíso. Desde sus comienzos como una
humilde caleta, en su apogeo como potencia comercial y puerto impor-
tante del Pacífico hasta nuestros días (la ciudad tuvo un 18,6% de cesan-
tía en el trimestre noviembre 2002-enero 2003, la más alta del país).
Conventillos, cités, poblaciones callampas, tomas. Y frente a ellos la
fortuna del hombre más rico de la historia de Chile: don Agustín Edwards
Ossandón (1815-1878), calculada en más de US$ 3.200 millones. Frente a
él, con sus US$ 1.300 ó US$ 1.400 millones, Angelini, Matte y Luksic
pertenecen a una modesta clase media.
En 1832, el Hospital de Caridad dejaba mucho que desear. A los pro-
blemas estructurales de un edificio construido con otros fines (mala distri-
bución, poca luz, pésima ventilación) se sumaban el desaseo, la alimenta-
ción deficiente, la pestilencia. A los enfermos había que llevarlos a la fuerza.
Y tenían toda la razón, porque la mitad moría y sin mayores ceremonias
eran enterrados allí mismo, en el patio. No había cocina, las comidas se
preparaban al aire libre. 211
“el calabozo más tenebroso de la inquisición no podría igualar a la
[habitación] en que están estos desgraciados vivientes (...) presentan un
aspecto espantoso (...) es imposible que el paciente que entre allí no desee
su último fin”. Los desgraciados que caían en ese antro hubieran estado
felices con cualquier Plan Auge, por deficiente que fuera. Sin duda nece-
sitaban con urgencia una Asistencia Universal con Garantías Explícitas.
En 1900, la pobreza está documentada en las extraordinarias fotos
de Harry Olds. En 1969, en Valparaíso, mi amor, de Aldo Francia. Ya no
están la Calahuala, los conventillos de la Subida Márquez, los del Barón
bajo, pero vayan a conversar con el padre Pepo en La Matriz o con el
capitán Saavedra del Ejército de Salvación, que los podrán guiar.
La pobreza porteña es solidaria. Al comienzo de la avenida Argentina
se puede ver la cabeza de doña Micaela Cáceres de Gamboa con su moño
tomate. La joven Micaela era costurera en el taller de modas Günther,
junto a setenta compañeras. Una enfermó gravemente y, para ayudarla,
Micaela organizó una colecta. Entre todas juntaron apenas $ 18 con los
que no pudieron ni siquiera pagar el ataúd. Pero de allí surgió el 23 de
noviembre de 1887 la Sociedad de Obreras No 1 de Valparaíso, presidenta:
Micaela Cáceres. Feminismo y mutualismo. Pioneras en América Latina.
Al frente del monumento está la Sociedad Manuel Blanco Encalada
de 1893 y en Colón, la Asociación de Artesanos, fundada el 13 de mayo de
1858. La Federación Provincial Mutualista tiene hoy treinta asociaciones
miembros y a la Liga de Sociedades Obreras pertenecen cuarenta y ocho
sociedades. Hoy, pese a todo, la solidaridad de los pobres se mantiene y
bien organizada.
Esta pobreza inmensa conmueve e incita a la acción. Apareció la fi-
gura de Juana Ross de Edwards, una suerte de gran madre superiora de
REVISITANDO CHILE
REVISITAR
Alberto Cruz
Arquitecto
Se trata de recoger lo que puede ser una visita a Valparaíso, de lo que ella 217
puede entregar a las miradas de arquitectos. Éstos ven la conformación de
este puerto, que al ascender a los cerros permite observarlo en su conjun-
to, tanto desde la altura de aquellos como de abajo a lo largo de la orilla
del mar, sea de día o de noche cuando titilan las luces de las calles, casas,
barcos en la bahía. Es como si Valparaíso se aprestara a recibirnos; aun
más, como si viniera a nuestro encuentro.
Tal sensación conduce a que la visita no se constituya como todas en
un hecho, sino en un acto. El de visitar y a la vez ser visitado. Y es la
profundidad del cielo sobre el mar la que vuelve ese hecho un acto.1 Pues
ella, junto con hacerse presente, se hace representación de un algo que
nos invita a nombrarlo atribuyéndole ser lo incontable, la aventura...
Atribuir2 es connatural al lenguaje humano, que atribuye lo que
hondamente le concierne. Y esto tan habitual. Las más de las veces no lo
llevamos adelante, dejándolo como impresión, pero si “revisitamos” a ésta,
las palabras comienzan a cantar,3 pues un acto es un hecho visitado por la
palabra.
1. Acto.
El acto es inmediato, sin intermediarios. El mundo actual –lo parece– se desempeña en
construir un intermediario: los actos similares que están ocurriendo últimamente. Tal infor-
mación se constituye en intermediaria en el pensar de la vitalidad creativa.
2. Atribuir.
El atribuir se conforma en nosotros por la observación del entorno, cercano o lejano: dibujo
219
y texto en el lugar mismo y con el cuerpo entero. Los observacionales –así los llamamos–
son fruto de sondeos, encuestas, referéndum.
3. Cantar.
La palabra poética canta elevándose sobre sí misma, para nosotros, al abrir el “ha lugar” que
da curso. Ella, propiamente canta; el arte por participación. Y dicha participación torna a la
palabra internamente medible; así medimos lo que ello nos otorga, así “revisitar”.
4. Sucesores urbanos.
La Ciudad Jardín: Viña del Mar con sus enredaderas, sucedió a la “traza” española, a través
de la alameda en avenidas Brasil y Argentina, y las plazas que se arbolaban, más esos mace-
teros con plantas en balcones, ventanas, tragaluces del viejo Valparaíso.
5. Logro.
Residencias cual palacios, edificios públicos y comerciales de metrópoli, albergues para
menesterosos, de parte de benefactores: cités con la imagen del Santo Patrono, al fondo,
una casa grande –para ellos...
6. Se refleja.
No en un espejo plano que invierte derecha a izquierda, ni en curvos, doble curvatura,
biselados que recogen fragmentos para repetirlos, sino como la superficie de una laguna
bajo un cielo nublado, plateado, sin mácula.
7. Ritmo.
Ve, atreve, ve... siempre que... Así no es otorgada forma; ella calza con las figuras que
construyen la disposición de la obra; ésta es en sí neutral, deja de serlo al recibir la visita de
la forma, aquella que se ve, entrevé....
8. Contrarritmo.
Cuando el ritmo ve, el contrarritmo entrevé; cuando el ritmo entrevé, el contrarritmo se
apresura a ver las formas en el calce con figuras de la obra; en un siempre que...
9. Ritmo de continuidad.
La extensión se presenta desde la semejanza en figuras, tamaños, posiciones, orientación,
sea por mano del hombre o de la naturaleza. Cuando la extensión se presenta desde lo
distinto se da el ritmo de discontinuidad.
10. Advertencia.
Es penetrar a ese siempre que... del ritmo y del contrarritmo para exponerlo, sea de manera
directa, a través de excursos y aun de atajos, como el de ese sol enrojecido del largo ocaso
en el mar que va disolviendo las singularidades en la noche.
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11. Complejo.
Lo que no puede ser designado con un solo nombre, con un vocablo del oficio sino que
requiere para ser llamado y llamar de co-nombres: así, último-sol-de-lo-próximo, que es ya
una suerte de cosa-útil.
12. Finitud.
Límite del horizonte del mar y cielo en su perfección que no varía al variar el ojo que mira
de pie a tendido en la playa. O la perfecta intersección del barco con el mar a una distancia
en que éste es inmóvil; las propiedades costeras según la marea más alta; el vocablo del
oficio nunca será palabra poética; el limitar geométrico, el matemático.
13. Infinitud.
“De ahora en adelante, de una vez para siempre”. Sí, como hecho: para siempre en la
segunda mitad del siglo pasado, en adelante. Como acto: en el conquistarlo día a día, en su
perfección que lleva a lo externo.
14. Afecto.
Encontrarse no sólo ante sino al par anticipadamente dentro de lo que nos es ajeno, extra-
ño, y que nos adviene, como esas docas, tan irreparables, que sustentan las arenas.
15. Contemplación.
La razón de ser de lo “creándose” comparece en lo sensible, se la ve desde lo mayor de dicha
razón, un mayor que se expande para llenarlo todo por un momento.
16. Permanente elaboración.
La ciudad en el permanente pulso de sus actividades requiere de un permanente cuidarla
220
que llegue hasta su intimidad, a la elaboración de ella, la cual es de naturaleza pública.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Marco Chandía
Profesor de Castellano
227
1. Se trata del sector hacia el sur de la Plaza Echaurren, entre las calles Cajilla, Clave y San
Francisco, a los pies de los cerros Santo Domingo, Toro y Cordillera. En este espacio geográ-
fico existen todavía cerca de diez bares, que datan desde los años cincuenta y sesenta. Entre
los más característicos están el 7 Machos, el Nenita, el Clara, el Industrial, el “sin nombre”
(porque no tiene nombre), Los Portuarios, El Wanderito, Los Carlos y el Liberty. Aquí se
protagonizó la antigua “bohemia porteña”, famosa por la agitada y licenciosa vida que ca-
racterizó a este puerto, en distintas etapas: a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en los
años cuarenta y desde los años 60 hasta el golpe militar del 73.
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Marcelo Mellado
Escritor
228 M e imagino que el tema que nos convoca reconoce un soporte material
que no puede ser otro que el relato, región marcadamente simbólica del
lenguaje o acreedora de los más diversos registros de la connotación. Este
recurso supremo de la ficción que es el relato identitario, comporta diver-
sas estrategias de legitimación e institucionalización, incluidos procedi-
mientos técnicos del manejo de la historia, que hacen más “palatable” el
verosímil propuesto por el relato y, de este modo, ser mejor leídos por la
comunidad, colectivo o tribu, beneficiaria de esta prestación discursiva,
dicho en jerga de salud pública.
Las estrategias o, más específicamente, la voluntad de estrategias se
insertan en una especie de mercado discursivo que peticiona y pugna por
la legitimación de los relatos. En este punto comparece una palabra que
no se puede omitir en este contexto y que cumple una función omnipre-
sente, me refiero a la palabra poder. Las operaciones simbólico-adminis-
trativas que institucionalizan la verdad, o las políticas de producción de
verdad, intentando citar a Michael Foulcaut, entran en disputa. Los rela-
tos se gestionan, se hacen circular, se ofrecen, se regatea, se hace lobby, se
publicitan, se marquetean, etc.
La competencia en este mercado es dura, pero hay relatos que están
en mejores condiciones de comparecer de otros. De ahí la complicidad o
alianzas que se establecen. El relato patrimonial, el genealógico, el filial, el
nacional o épico, el local, el étnico, etc., cada uno atesorando un mensaje
específico, dador o proveedor de esto que queremos llamar identidad. Es-
tructuralmente se trata de un discurso tautológico, cuyo rasgo distintivo
es la reiteración de un mensaje vacío cuyo contenido, siempre mítico, es
la imposición de un límite, negador de la alteridad y de la diferencia, y que
siempre quiere decir nosotros. Y que, paradójicamente, hay que ir llenan-
do de variaciones a partir de un tema eje.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
El territorio en cuestión
Quisiera detenerme en el tema de las estrategias para dar cuenta del fun-
cionamiento de algunas de ellas, en las disputas por ciertas hegemonías en
la ciudad de San Antonio, también llamada por el municipio local la Ciu-
dad-Puerto de San Antonio, lo que constituye por sí mismo una estrategia
o al menos una táctica refundacional.
A nivel de “chapucería” analítica, procedimiento que asume el pre-
sente texto, recurro a la noción freudiana de “novela familiar”, que es un
capítulo del complejo de Edipo que alude a la historia imaginaria que es-
tablece el sujeto con respecto a sus lazos parentales (que su padre no es su
verdadero padre, que su origen es otro, etc.), lo que supone una especie
de delirio de filiación y que hace sistema con una especie de neurosis de
destino. En este caso, la homología funcionaría por el lado de construir
una historia “a la pinta” del deseo...
Los sanantoninos disputamos apasionadamente por contarnos un
cuento, como buenos provincianos, que nos quede a la medida. Ya conta-
mos con la Negra Ester y El Juanita (una picada gastronómica célebre), la 229
Rosa Pelé (una futbolista que jugaba codo a codo con los hombres), el Regi-
ne y la tía Adelina (famosos prostíbulos a la antigua), pero son demasiado
populares para las exigencias de los mercados identitarios en el actual es-
tado de la modernidad. En todas estas secuencias hay un protagonismo
absoluto de la mujer como agente del relato, asunto del cual no nos pode-
mos hacer cargo en este contexto.
El campo de detenidos de Tejas Verdes lo dejo de lado, porque no le
interesa ni a las víctimas, y esto lo digo asumiendo el tono horroroso y
falto de respeto, y que no es otra cosa que desesperación y angustia. Todo
esto es producto del desprecio institucional por la memoria histórica, para
decirlo en tono grandilocuente. Aquí hubo un cuerpo político que no fue
capaz (fue incapaz) de construir un relato a la altura del dolor y de las
necesidades de éste, contribuyendo a la más brutal de las impunidades. Sólo
hay un memorial en el cementerio y una piedra recordatoria de un asesi-
nato múltiple de dirigentes sindicales en el sindicato de estibadores, en
una zona conocida como Puertecito.
Otras tendencias o leves pulsiones identitarias las constituyen el in-
tento de crear la región o provincia del Maipo, asumido como gesto inde-
pendentista respecto de Valparaíso, ciudad despreciable por su voracidad
y omnipresencia administrativa. Yo me incluyo como despreciador de Val-
po en mi calidad de pajarito nuevo que tiene que hacer méritos de perte-
nencia, siendo un activo militante anti-Valparaíso, sobre todo por su pre-
tensión de ciudad “culturera” y regalona de las políticas oficiales.
Otro de los relatos a tomar en cuenta y que tiene un alcance interco-
munal, ya que abarca casi todo el litoral central, es el llamado “litoral de
los poetas”, que viene a ser una especie de “mula”, como dicen los pende-
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Disputa mediática
Recuerdo, además, una disputa cultural que tuvo como escenario un pe-
riódico local que pertenece a El Mercurio de Valparaíso, ¡horror!, a propósi-
to de la publicación de una novela en que San Antonio era el espacio de
los acontecimientos. Una carta de un lector descalificaba a dicha novela
porque no tenía la altura épica y fundacional de las de un Manuel Rojas o
de un Salvador Reyes. La esperanza del lector era que se escribiera una
novela que diera “real” cuenta de San Antonio, así como lo hicieron los
mencionados escritores con Valparaíso. Es decir, ahí tenemos un elemen-
to, Valparaíso como la bestia negra para los sanantoninos.
Dentro de esa misma polémica hubo un par de cartas más que alu-
dían a la necesidad de representar fielmente “nuestra identidad”, alterada
por dicha novela. Incluso se propuso quemarla públicamente, como un
modo de desagravio a la ciudad.
El autor de dicha novela, que soy yo mismo, reconoce que la palabra
desprecio es la clave que resume la actitud de lo que podríamos denomi-
nar el mundo oficial local, que allá no es otra cosa que el municipio, parte
de las autoridades magisteriales y el sentido común institucional, por dar-
le ese nombre al “comidillo” que sostiene el orden local. Esto ha redunda-
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Nihilismo pop
Paralelamente, hago el contraste con otra “institucionalidad” mucho me-
nos visible, pero con un nivel de latencia activa, representada por una espe-
cie de sentido común popular nihilista, que desconfía radicalmente del
poder, asentado en ciertas tradiciones contestarias y algo descompuestas,
pero sin dejar de tener expresión corporativa; me refiero al mundo de la
pesca y al de la construcción, fundamentalmente, que tienen una presen-
cia no menor y que exhiben hasta con cierta arrogancia una cierta volun-
tad de “hueveo” crítico.
Me amparo en una anécdota humorística de profundo contenido co-
prolálico, más bien un acto de lengua marcadamente simbólico y que, como
todo acto de lengua, está anclado en una metonimia delirante. Un obrero
de la construcción grita un “piropo” algo subido de tono desde un cuarto
piso de un edificio en construcción a una muchacha que pasa por la calle
y le dice en tono interrogativo “¿quién se lo pone mijita pa’ chupárselo?”.
Análogo a la expresión “quién fuera su ginecólogo para chuparse los dedi-
tos”, pero más radical. Este relato corresponde a un constructor civil joven
que dirigía una obra en el centro de la ciudad y que llegó muy sorprendi-
do a comentar el episodio a la oficina.
Aquí la lectura clave tendría que ver con un feroz ejercicio irónico
que opta por una especie de suplencia del deseo, cuyo objetivo deseoso es
el producto posible del goce del otro. El subtexto parece asumir una cierta
minusvalía del sujeto, que no es digno del placer directo, sino sólo de un
efluvio o un restito “del que lo pone” o “del que la lleva”. Es la feroz arro-
gancia de la impotencia y la sospecha brutal de cualquier masculinidad
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Claudio Caiguante
Asistente social
¿Qué quiero decir con esto? Que los descendientes que estamos en el
medio urbano nos encontramos un poco desconectados de nuestra histo-
ria y de nuestra identidad. El proceso en el cual estamos embarcados en
estos momentos es de reconstruirla, de poder abrir espacios donde nues-
tros abuelos o nuestras abuelas nos puedan hablar de aquello conocieron
directamente.
La mayor parte de quienes nos encontramos en la V Región somos
jóvenes, terceras generaciones, que llevamos por apellido Huenupe, Llan-
quinao o el mismo mío, Caiguante, que significa “seis días”. Cayu-antu,
“seis soles”.
Entonces, es un proceso incipiente. Estamos construyendo historia,
juntando pedazos como un puzzle, porque muchas de las personas que
aquí estuvieron, que llegaron acá, por la discriminación, por la margina-
ción, mantuvieron escondida esa historia.
En marzo de 2002 desarrollamos un trabajo que se llamó “Nehuendo-
mo” (“fuerza de mujer”), donde buscamos recoger los relatos, la opinión o
el discurso que tienen los descendientes en el medio urbano, respecto a su 235
descendencia. En él encontramos que hablar de nuestra identidad, de los
derechos, de la valoración para con nuestras raíces y costumbres, y aproxi-
marnos de manera reflexiva al fenómeno de las discriminaciones, son cues-
tiones que nacen de la necesidad de pensar nuestra realidad desde nosotros
mismos como sujetos, como ciudadanos. Este proceso nos enriquece, puesto
que ayuda a despejar el sentido que tendrán en el futuro las acciones del
manejo de nuestra historia. Con esto quiero decir que el hecho mismo de
que estemos presentes implica que somos una historia viva, y que el chi-
leno tiene que comprender que una de las grandes vetas, también cultu-
rales, tiene que ver con la descendencia indígena.
El proyecto buscó que se expresaran nuestras opiniones respecto de
lo que es la educación, y la visión que tenemos de nuestras tradiciones.
Definir identidad es bastante complicado. La teoría nos dice que es la
igualdad, la equivalencia o la autenticidad de la personalidad individual
en relación a cómo uno es y dónde pertenece.
Por otro lado, se la puede comprender como la mismidad, cuestión
que nos enfrenta con la pregunta acerca de quién soy. Por tanto, es aque-
llo que nos constituye como sujetos diferentes entre sí.
También se habla de que la noción de identidad posee una dimen-
sión comunitaria o colectiva, aquella que trasciende en el tiempo y en el
espacio. Tiene relación con la cultura en que un individuo nace, se desa-
rrolla y se identifica. Y aquí quiero detenerme un momento. Lo que ha
ocurrido con el tema indígena hoy en día es que, precisamente, lo que nos
da el soporte de nuestra historia está muchas veces en el sur. Entonces,
cómo podemos construir historia en un lugar en donde, por situaciones
de la migración, somos foráneos.
REVISITANDO CHILE
tros hijos se relacionan con ese otro que tiene el pómulo sobresaliente, que
tiene una tez morena, que tiene el pelo duro, es decir, los rasgos étnicos.
¿Por qué es importante pronunciarse acerca de la identidad en nues-
tros tiempos? El tema en sí es conflictivo, puesto que nos lleva al plano de
las decisiones personales, y el definirnos acerca de qué hacer con la pre-
sencia cultural ancestral, de la cual muchos descendientes indígenas so-
mos portadores. Hay una brecha, y los mismos descendientes lo dicen,
entre quien lleva el apellido y quien se reconoce como descendiente indí-
gena. No es lo mismo tener el apellido a que se reconozca y se tenga orgu-
llo de la descendencia, y del acervo cultural del cual somos portadores.
De hecho, en el censo del año 92 San Antonio aparece con un 8% de
descendientes indígenas, lo que bordearía cerca de 7 mil personas mayo-
res de 14 años. Pero de ese porcentaje, las que participan activamente no
son más allá de 35 ó 45 familias. Una gran brecha.
Entonces, lo mismo ocurre con otros pueblos, como el aymara o el
rapanui, que no tienen participación, en circunstancias de que también
sabemos que existen descendientes. 237
Reflexionar sobre la identidad nos entrega un perfil acerca de quié-
nes se identifican y quiénes siguen la senda de trabajo para reencontrarnos
con lo propio de la cultura indígena, con la cosmovisión y las expresiones
particulares que lo hacen como una cultura en sí con un valor trascenden-
tal que debe tomar en cuenta la sociedad chilena.
Las mujeres indígenas, especialmente las nacidas en el medio urba-
no, están en el dilema de ser mapuches, o sea, están en un espacio en el
cual tienen que decidir acerca de una identidad de la cual son portadoras.
Un fenómeno que se está dando también respecto al tema indígena
es que los descendientes urbanos, indígenas, tienen una doble discrimina-
ción. ¿Por qué? Una, por el hecho de descender de una cultura por la
sociedad chilena. Ahí hay una marginalidad. Pero, por otro lado, los más
radicales, o bien las personas más antiguas, los de mayor edad, nos discri-
minan porque somos más ahuincados o estamos más urbanizados.
De hecho, uno puede ver la diferencia cuando viaja al sur y llega al
campo y empieza a desconocer o se le olvidan cosas que allí son elementa-
les. Por ejemplo, el nombre mapudungun del trigo-mote, o del mogai, o
cómo se prepara, cuestiones que fueron esenciales cuando nosotros éra-
mos niños. Una vez que llegamos es difícil poder conectarse con eso, por-
que ha pasado mucha agua sobre el río y ha habido mucha experiencia.
Otro de los ejes que hemos trabajado en esta área, en San Antonio,
tiene que ver con los derechos indígenas.
Al realizar el ejercicio de clarificar el concepto de derechos y sus con-
secuencias prácticas para el mundo indígena, se puede uno encontrar con
varias interpretaciones y connotaciones, según el grado de profundidad
con que se maneje la materia. Y nos percatamos de que muchos descen-
REVISITANDO CHILE
dientes no tienen claro qué es la Ley Indígena, por ejemplo, y cuáles son sus
implicaciones prácticas. Sólo ven la parte más funcional, por llamarlo de
alguna manera, o sea, los beneficios, los espacios que se logran, los recursos,
los proyectos de microempresa y también las becas indígenas; es decir, lo
que más se conoce.
Entonces, educar a las personas en que la Ley Indígena tiene una
mayor trascendencia como, por ejemplo, que se abran espacios para la in-
terculturalidad bilingüe, suena muy lejano.
Por lo tanto, la idea de esta participación, de esta organización que se
está realizando en el medio local, es lograr que la gente se sensibilice con
respecto a estos temas, que se nutra de conocimientos, porque la clave
para fortalecer el movimiento indígena es capacitándose, ya que debe ser
propositivo y también respetuoso con la sabiduría ancestral. Yo creo que
ésa es la línea.
¿Cuáles han sido las opiniones de las personas al respecto? Es que el
esfuerzo personal por aprovechar las oportunidades del medio y el esfuer-
238 zo institucional por informarnos es a través de cualquier medio de comu-
nicación. Ellos dan a conocer nuestros derechos y deberes como ciudada-
nos, ya que por medio de ellos nos informamos acerca de nuevas leyes y
cómo hacerlos efectivos.
Si ignoramos nuestros derechos, desconocemos con ello lo que nos
corresponde, pues no contamos con una educación que nos fortalezca como
ciudadanos. Para nosotros es importante y valioso que desde niños, desde el
colegio se nos enseñe cuáles son nuestros derechos.
Estoy aquí gracias al trabajo que están haciendo muchos peñis y la-
mienes en forma anónima. Yo no soy un gran estudioso del tema, no soy
un teórico, más bien me restrinjo a la práctica, al trabajo social.
El desafío nuestro como profesionales es poder resolver esa amalga-
ma entre práctica y teoría; darle contenido. Creo que estamos en un buen
camino, exigiendo sí que seamos respetados, y abriendo espacios. O sea,
ahí está la idea de poder aprovecharnos también, como un medio, de to-
dos los instrumentos legales que se están dando en estos momentos para
poder financiar iniciativas culturales.
Digamos que estamos haciendo historia, construyéndola desde lo más
básico, juntando los peñis y lamienes a conversar y brindándoles un espa-
cio donde fluyan los recuerdos personales, relatos que han permanecido
escondidos por el paso del tiempo. La vergüenza que provoca el mestizo
chileno, el huinca, por burlarse de nuestros orígenes, ha coartado el tras-
paso histórico que se ha realizado por vía oral, de padres a hijos, de abue-
los a nietos.
Todos nosotros estamos en búsqueda de la tolerancia, la heteroge-
neidad y el pensamiento crítico. Es un desafío, además, tanto para la so-
ciedad como para nosotros como indígenas.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
239
REVISITANDO CHILE
Miguel A. Chapanoff
Antropólogo
nial; por otra, la fijación espacial del patrimonio a través del monumento
desconoce experiencias culturales basadas en la movilidad, éstas sólo son
eventualmente consideradas cuando dejan huella física perdurable en tie-
rra firme. Esta mirada configura una noción de identidad asociada a la
tradición, la permanencia y la continuidad, donde lo que adquiere valor
son los elementos del pasado que han sido capaces de perdurar en la ex-
presión tangible del asentamiento.
Por otro lado, el océano mar que vemos desde la seguridad de playa
se muestra a nosotros como paisaje, es decir, una elaboración mental a
partir de ciertos atributos físicos y asociaciones históricas. Nuestra lectura
acerca del mar es una construcción cultural y por ello dinámica a través
del tiempo. No obstante hemos tendido a ciertas lecturas que redundan
en el estereotipo y muchas veces en la caricatura. El punto es que desde
ellas se ha articulado la noción de patrimonio marítimo.
Deseo centrarme en tres de estas visiones:
a) Una buena parte de nuestra tradición no sólo histórica, sino tam-
244 bién pictórica y literaria ha construido una noción de lo marítimo asocia-
do al mundo romántico que evoca toda aventura y todo viaje y que devie-
ne de la contemplación del mar como una práctica estética. Gran parte de
la pintura del siglo XIX y parte del XX ayudan a construir la exótica ima-
gen de un mundo aventurero, plagado de citas y referencias a la cultura
europea. Nos muestran el mar como espacio épico, de exploración y a la
vez de ensoñación, desligado de referentes culturales propios a fuerza de
su construcción cosmopolita y errabunda.
Esta mirada no posibilita una aproximación desde lo patrimonial,
porque las identidades sobre las cuales se sustenta la cultura marítima se
hallan ausentes, prima una visión estética de lo cotidiano en que el paisaje
es referido como una colección de anécdotas, un inventario descriptivo,
plagado de personajes estereotipados fijos en la retórica complaciente del
encuadre.
b) Si uno busca en internet acerca del patrimonio marítimo de Chile,
una referencia que se repite son los museos de la Armada, la única institu-
ción vinculada directamente con la protección, exhibición y puesta en
valor del patrimonio marítimo. Sin embargo, el único patrimonio maríti-
mo que allí se muestra es el de carácter histórico institucional, donde lo
marítimo se ve reducido dramáticamente a unas cuantas gestas épicas de
batallas navales, artilugios de guerra, uniformes militares y objetos des-
arraigados pertenecientes a algunas embarcaciones. La visión que nos pre-
senta excluye cualquier referencia a otra cultura marítima que no sea la
militar, con sesgos temporales importantes, ya que antes de la época repu-
blicana, con algunas excepciones a favor de navegantes europeos, nada.
Casi como si la historia y el patrimonio marítimos de nuestras costas co-
menzaran sólo con la expedición de la escuadra hacia el Perú en los albo-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
5. Cierre
Identidad y patrimonio no son conceptos inocentes, ambos implican una
definición más que técnica, ideológica, desde donde se construye el noso-
tros. Un nosotros situado, habitante de espacios concretos. El maritorio, al
igual que el o los territorios, posee un desarrollo espacial y formas de
ocupación que son ineludibles de los estilos de vida que hicieron del mar
su derrotero. Las experiencias globales de estas poblaciones (pescadores,
navegantes, poblaciones aborígenes canoeras, marinos, etc.) expresan una
visión particular del mundo, una cosmovisión en la cual se integran sus
conocimientos y miradas, tradiciones, ritos y tabúes, tanto propios como
de aquellas culturas con las cuales establecen convivencia. Estas cosmovi-
REVISITANDO CHILE
Jorge Razeto
Antropólogo
Definiendo Aconcagua
La V Región incluye las provincias de San Felipe y Los Andes, pero nadie
la identifica con Aconcagua, ni por referencia, ni menos por pertenencia.
Sin embargo, a pesar de que no existe administrativamente, todos se re-
fieren a un territorio preciso cuando se habla de ella.
Aconcagua existe y su pertenencia se expresa en términos de las diez
comunas que las componen: Calle Larga, Los Andes, San Esteban, Rinco-
nada, Santa María, San Felipe, Putaendo, Panquehue, Catemu y Llay Llay.
Al mismo tiempo, por referencia nos distinguimos claramente de las pro-
vincias de Quillota y Petorca. La verdad es que no hay duda, todos sabe-
mos exactamente dónde queda y qué involucra Aconcagua.
¿En qué se basa esta existencia identitaria, sin soporte político admi-
nistrativo? ¿Cómo y desde qué factores se construye esta identidad?
• Un primer gran componente es de orden territorial. Un valle físi-
camente delimitado, que está marcado por la cuenca del río Aconcagua,
que nace en la cordillera de los Andes, y por dos cordones transversales
248
absolutamente dominantes, con alturas por sobre los 4.000 msnm.
• Una economía común, con claros referentes agrarios y mineros. La
agricultura en Aconcagua fue siempre la principal actividad económica y
se ha diferenciado tanto por la calidad de su fruta como por el período de
maduración respecto de otras regiones. Antiguamente pirquinera, desde
hace más de 70 años, posee una gran minería, como la Minera Andina de
Codelco.
• Una historia común, con hitos fundamentales como el paso del
ejército libertador y una serie de escaramuzas y gestas bélicas no siempre
honrosas.
• Una prehistoria demarcada por la existencia de un claro horizonte
cultural, denominado técnicamente aconcagua, con vestigios materiales
específicos, principalmente diseños decorativos sobre cerámica.
• Un conjunto de tradiciones, cuentos, leyendas, festividades y tradi-
ciones religiosas propias de la zona.
• Una enorme diversidad de “saberes haceres” acumulados en torno
a más de 200 oficios tradicionales, algunos de los cuales perduran hasta
hoy día.
Más allá de lo anteriormente expuesto, Aconcagua no existe, no hay
decreto alguno que lo refrende. Aconcagua existe sólo como identidad.
Claudio Mercado
Antropólogo y etnomusicólogo
252 L os bailes chinos (chino es una palabra quechua que significa servidor; no
tiene nada que ver con los chinos de China) son cofradías de músicos-
danzantes de los pueblos campesinos y pescadores de Chile central. Ellos
expresan su fe a través de la música y la danza en las fiestas de chinos,
rituales que se realizan en pequeños pueblos, villorrios y caletas, y que
congregan bailes de distintos pueblos.
Sus orígenes se remontan a la cultura aconcagua, que habitó la zona
central de Chile entre el 900 y el 1400 dC., siendo prueba de ello las flau-
tas de piedra encontradas en distintas excavaciones arqueológicas, iguales
en su construcción interna a las actuales flautas de madera usadas por los
chinos, y poseedoras del mismo sonido, muy particular, propio de la esté-
tica sonora surandina.
Luego tomamos conocimiento de esta ritualidad durante la Conquis-
ta y la Colonia a través de crónicas de viajeros, y vemos su desarrollo
actual como una tradición que aglutina social, cultural y religiosamente a
los descendientes de aquellos pueblos indígenas.
La ritualidad de los bailes chinos se inserta dentro del marco general
de los rituales populares americanos, donde se observan aportes indígenas
(la música instrumental, los instrumentos musicales, la danza, la relación
del ritual con la obtención de estados especiales de conciencia y la comu-
nicación directa con la divinidad), y aportes hispánicos (el canto del alfé-
rez, las Sagradas Escrituras, la institución católica, sus imágenes sagradas
y su calendario ritual).
Las comunidades que practican actualmente esta ritualidad no son
indígenas, pues la zona central de Chile fue el área en que la occidentali-
zación se produjo con mayor rapidez, eliminando a la población originaria
y absorbiendo a sus sobrevivientes como mestizos, los actuales campesi-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
nos y pescadores. Pero a pesar de este drástico cambio cultural, los pobla-
dores supieron conservar su sustrato indígena en lo más importante y
vital para su supervivencia: su ritualidad.
Un ritual de bailes de chinos es una fiesta que organiza una determi-
nada comunidad, pueblo o caleta para celebrar a un santo, a la Virgen, al
Niño Dios o alguna fecha importante del calendario católico. El pueblo que
celebrará la fiesta invita a grupos de bailes de otros pueblos y todos se jun-
tan el día determinado a tocar y danzar en honor de la imagen venerada.
La fiesta es un encuentro intercomunitario, los bailes invitados asis-
ten con sus familiares y amigos. Es un encuentro al que acude gente de
diversos lugares, es una fiesta en que lo sagrado y lo profano se relacionan
de tal manera que conforman un espacio y tiempo únicos; es una día para
pasarlo bien, para reír y ver a los amigos, a los conocidos, a los familiares
de otros pueblos, un día para comprar y comer. Muchas veces se instalan
ferias de comerciantes ambulantes y de entretenciones, con ruedas y caba-
llitos, todo esto junto al sentimiento sagrado, a la devoción expresada en la
danza, en la música, en la procesión y en el paseo de la imagen sagrada. 253
La música de los bailes chinos está indisolublemente ligada a la dan-
za; los flauteros de ambas filas y el tamborero hacen una danza muy carac-
terística mientras tocan, consistente en una serie de saltos acrobáticos y
pasos que requieren de un gran esfuerzo físico, agachándose y levantándo-
se de manera continua por largos períodos de tiempo. Estos movimientos
son realizados al ritmo de la música bajo la coordinación del tamborero.
La estética de la música instrumental de los bailes chinos es absoluta-
mente ajena y contraria a la europea, es una manifestación que, en lo
estrictamente musical, está relacionada a las poblaciones indígenas que
habitaban la zona central de Chile antes de la llegada de los españoles.
Existe toda una conceptualización estética referida al sonido de la flauta y
del baile. Términos como “gorgorear”, “gargantear”, “llorar”, “gansear”, “ca-
tarrear”, “pitear”, todos indicadores de distintos matices del sonido de una
flauta, indican el desarrollo y la discriminación tímbrica del instrumento.
Aquel sonido que para una persona urbana, educada en una estética
europea, es feo, disonante y monótono, posee para los chinos una calidad
estética insuperable y está profundamente arraigado en la vida de los cam-
pesinos y pescadores. Este sonido, inventado hace dos mil años por la
cultura Paracas, del sur del Perú, es tocado actualmente sólo por los chi-
nos, quienes lo han preservado hasta el presente.
El “chinear”, verbo que indica la acción conjunta de tocar y danzar,
inserto en un sistema ritual bien definido es, debido a sus características,
una manifestación cuya estructura permite inducir un cambio en el esta-
do de conciencia. Es a través de éste que todos los pueblos mal llamados
primitivos han establecido la relación con sus divinidades. El fenómeno
ha sido ampliamente estudiado en el mundo por diversos investigadores.
REVISITANDO CHILE
ción y trance místico, tanto en los chinos como en la gente que rodea al
baile. La profundidad devocional de algunos chinos los hace vivir un mundo
donde los sueños y las visiones juegan un papel muy importante en la
vida cotidiana.
En lo social, el saludo entre los bailes es un momento de gran inten-
sidad emotiva, pues los alféreces y chinos se encuentran sólo para las fies-
tas y les produce una enorme alegría encontrarse nuevamente en medio
de su fe. Los contrapuntos de alféreces son una parte fundamental del en-
tramado social entre los pueblo. En ellos se preguntan, cantando, por las
novedades que trae el baile, se dan las bienvenidas, conversan a lo humano
a través del canto. Cada baile que llega debe saludar al baile dueño de casa
antes de saludar a la imagen sagrada. Una vez cumplidas estas formalida-
des, los bailes se saludan todos con todos. Es el encuentro social entre los
bailes, es la fiesta que no sólo tiene su componente divino, sino también
humano.
La tradición de los bailes chinos cuenta actualmente con unos vein-
ticinco bailes en el curso medio e inferior del río Aconcagua. Pese a la 255
fuerza que aún mantiene la tradición, estamos en un momento percibido
por los chinos como difícil, pues muchos bailes desaparecen y en otros sus
integrantes tienen de 40 años para arriba. Es decir, en 20 años, cuando
dejen de bailar, ya no habrá chinos.
Los problemas que enfrenta la tradición son varios:
• “La pelota”, los campeonatos de fútbol que se realizan los do-
mingos, el mismo día que las fiestas, se lleva a un buen porcentaje de
jóvenes.
• La inclusión en las fiestas, desde mediados de la década del sesenta,
de los bailes danzantes provenientes del norte de Chile, que interrumpen
con sus instrumentos industriales el delicado equilibrio sonoro de las flau-
tas de chinos, construidas artesanalmente. Estos bailes, en un principio
bien recibidos a causa de su novedad, son ahora considerados molestos e
indeseables por una gran cantidad de chinos.
• La intrusión en los últimos años de un desatinado grupo de batuca-
da en las fiestas de San Pedro.
• La migración de los jóvenes a las ciudades y su posterior rechazo a
las tradiciones del pueblo, el modelo de éxito pregonado por la televisión
y los medios, que hace a los jóvenes sentir vergüenza de ser campesinos y
chinos.
• El continuo ataque de la Iglesia Católica y los curas, que dura ya
cinco siglos, que ven en esta ritualidad elementos paganos intolerables y
que combaten poniendo grandes parlantes con villancicos europeos para
que los alféreces no puedan escucharse mientras cantan, o negando la
entrada a las capillas o intentando estructurar las fiestas según les con-
viene.
REVISITANDO CHILE
Mudar de país no es malo, pero a veces representa una empresa tan 257
seria como el casamiento; nos casamos con otra costumbre, lo cual es
cosa muy seria. La Lengua forastera nos toma y literalmente nos
inunda... Nos azoran cosas que nos parecían inmutables: el pan es
más denso o más ligero; el agua se hace aguda o gruesa, en todo caso
novedosa. El propio cuerpo se vuelve otro...
258
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
RAPA NUI
APUNTES PERSONALES SOBRE LA IDENTIDAD RAPANUI
Introducción 259
Para hablar sobre la identidad de un pueblo ajeno al propio, hay que esta-
blecer desde dónde se habla, identificarse uno mismo y desde la particular
experiencia con el otro. No es lo mismo ver la isla desde la distancia del
turista que encuentra que todos los moái son lo mismo que como lo haría
aquel que se involucra y asimila hasta quedarse a vivir en la isla, o el que se
lleva a un(a) isleño(a) al extranjero, ni la del funcionario público que llega
a ganar un mejor sueldo, entre otras formas de acercamiento, versus la de
un arqueólogo que termina comprometido con la gente rapanui, el patri-
monio cultural y el desarrollo sustentable de la isla, a pesar del riesgo que
significa meterse en las patas de los caballos (y de las vacas). Es desde la
experiencia como arqueólogo, primero, y como administrador del Parque
Nacional Rapa Nui por siete años, luego, que surgen estos apuntes.
Arqueología e identidad
Sin duda, la arqueología es un elemento que domina en el espacio y en el
espíritu rapanui. Sin embargo, para el visitante sensible, la gente rapanui
resulta tanto o más atractiva que la antigua arquitectura monumental, los
petroglifos y el mismo paisaje. En cierto sentido, los moái no dejan ver el
bosque. No sólo porque el propio surgimiento de las estatuas se relaciona
con la destrucción del antiguo bosque, sino porque ellas ocultan muchas
otras realidades.
Una cultura tan aislada y amenazada como la rapanui podría haber
desaparecido por el brutal impacto del mundo exterior, con la esclavitud y
las epidemias que dejaron sólo ciento diez sobrevivientes hacia 1877, y
luego con la aculturación progresiva que trae la apertura al mundo exte-
rior, la “chilenización” de la isla, el éxodo de los jóvenes; sin embargo, a
REVISITANDO CHILE
Restauración de la identidad
No cabe duda de que la restauración de la identidad comienza con la aper-
tura de la isla al turismo, al mismo tiempo que las restauraciones arqueoló-
gicas, que permitieron rescatar las raíces más sólidas del orgullo rapanui.
Entre los mayores estímulos internos del proceso se cuenta la Tapati
Rapa Nui, la “Semana Rapa Nui”. En verdad son dos semanas en que se
recrean usos y costumbres, deportes y competencias tradicionales, que
cada año se han ido depurando y profesionalizando, y que atraen cada vez 263
más turismo a la isla. Al mismo tiempo que se hace más “comercial”, la
comunidad se esfuerza por hacerlo cada vez mejor. Antes era improvisa-
do, ahora las familias comienzan a trabajar con meses de anticipación.
Los rapanui saben lo importantes que son para el resto del mundo.
Ahora, con las facilidades que les otorga la actual Ley Indígena, muchos
isleños han dejado en segundo lugar el apellido paterno, extranjero, y han
puesto primero el rapanui, el materno.
Muchos de los que sufrieron la época oscura de la historia están vi-
vos. Ellos transmitieron a los hijos una imagen del continente, en especial
de Valparaíso. Fue el puerto donde llegaron los primeros isleños, escondi-
dos en las bodegas, y fue allí donde surgió la Sociedad de Amigos de Isla
de Pascua, en el año 1947, encabezada por el intendente Humberto Moli-
na Luco. En particular, apoyaron a los más olvidados, aquellos condena-
dos a la muerte en vida: los leprosos.
Hay toda una historia que no conocemos en Chile, que es necesario
entender para ver hasta dónde hemos llegado y el porqué de todas estas
contradicciones, el resentimiento que ocasionalmente aflora, la descon-
fianza. Por otro lado, los prejuicios y las equivocaciones desde el lado de
los funcionarios chilenos, a veces con las mejores intenciones, pero gene-
ralmente con un gran desconocimiento de la realidad.
En una comunidad tan pequeña, reducida por la fuerza a Hanga Roa
en los tiempos de la Compañía Explotadora, se cumple cabalmente el di-
cho “pueblo chico, infierno grande”. El hacinamiento creciente en el pue-
blo, donde las delgadas paredes de las casas de subsidio van dejando poco
espacio a la privacidad, genera tensiones inevitables, más aún cuando los
lazos de parentesco los unen a todos en una gran red de relaciones muy
REVISITANDO CHILE
La identidad y la tierra
Un elemento central en la restauración de la identidad es la tierra. El con-
cepto rapanui de la tierra está muy lejos de la propiedad privada que ins-
tauró recientemente la actual Comisión de Desarrollo. El antiguo concep-
to del kainga relacionaba a un linaje, un clan, con la matriz, el territorio de
los ancestros, de sus espíritus. Aunque algunos hayan asumido la realidad
instalándose en sus parcelas de cinco hectáreas, en territorios distintos a
los que la tradición asignaba a su linaje, en la actualidad el tema constitu-
ye la principal fuente de conflictos y contradicciones.
Como ya se ha dicho, al menos, el sentimiento de culpa del Estado de
Chile se tradujo en una actitud paternalista y todavía ningún extranjero
puede comprar tierras en Rapa Nui. El 70% del territorio está administra-
do por el Estado a través de Corfo, en lo que corresponde al Fundo Vaitea,
y por la Conaf, en lo que es el Parque Nacional Rapa Nui, cuyo principal
objetivo es proteger el patrimonio arqueológico. Si no fuera así, probable-
mente la costa, donde se concentran los ahu, estaría cubierta de hoteles,
como en Tahiti o Hawai.
En cambio, los isleños que demandan acceso a su tierra, la ocupan
para todo tipo de usos recreativos, pero especialmente para la crianza in-
discriminada de animales. La presencia masiva de animales en el Parque
tiene que ver con la política de ocupación espontánea del territorio por
parte de particulares isleños. Se trata de la recuperación de las tierras usur-
padas mediante el crecimiento de la masa ganadera, sin control. Entre los
absurdos que genera la falta de un manejo adecuado, está el hecho de
construir muros para proteger algunos sitios arqueológicos, en vez de po-
ner una cantidad razonable de animales en potreros.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
RAPA NUI
RAPA NUI:
UNA IDENTIDAD INCONFUNDIBLE
Ema Tuki
Conadi Isla de Pascua
Ernesto Tepano
Gestor cultural y empresario
hemos vivido como ese niño abandonado en la calle que, gracias al sacri-
ficio, a muchas cosas, ha llegado hoy día a pararse. Así, con orgullo, noso-
tros decimos para dónde vamos.
Somos Rapa Nui y para donde vayamos, donde sea y con quien sea,
yo soy Rapa Nui. Queremos identificarnos de esa forma cincuenta mil
años más. Es el modo como nosotros queremos y tenemos que encontrar-
nos, para que, de una manera sustentable ustedes y los que no existen o no
están, tengan la posibilidad de llegar a ver el mismo moái que tal vez usted
llegará a tocar. Para que después de dos mil años sus descendientes digan
“mi bis, bis, bis, bis, bisabuelo tocó ese mismo moái”. Entonces, qué bue-
no que él aportó para cuidar lo que es de todos nosotros y ahora no sólo
de nosotros los chilenos, sino que del mundo entero, porque Rapa Nui
tiene todos los títulos que puede entregar la Unesco.
Así, a través del folklor, queremos mantener el nombre, las pinturas,
los cantos usualmente en modo artístico. Hemos tratado de mantener una
historia que reviva un lugar, una parte de una cultura, de una persona.
Cuántos cientos de años esta cultura ha sido pisoteada, llegando hasta el 267
límite de tener alrededor de cien habitantes; pero hoy en día somos casi
cuatro mil personas, aunque estamos multiplicados en veinte mil y tantos,
porque el orgullo está penetrándolo a usted y a mucha gente extranjera.
Es porque cuando nosotros hablamos de Rapa Nui, nos paramos para
expresar el orgullo que sentimos de ser de Rapa Nui. Y así es nuestra
identidad.
REVISITANDO CHILE
RAPA NUI
LA VISIÓN DE LA ETNIA RAPANUI
Alberto Hotus
Presidente del Consejo de Ancianos Rapanui
ción del tiempo parece increíblemente vacía o vana a los ojos de los occi-
dentales.
En la antigüedad, el tiempo no era precio para la gente de la isla.
Vivían el tiempo sin pensar en él. Pensar en el pasado o en el futuro era lo
de menos; vivir el presente, contrario al pensamiento de Occidente, era lo
esencial. Esta manera de vivir tiempo-espacio, lo que ahora llamaríamos
“cuarta dimensión”, es objeto de variaciones indefinidas, según el sentir de
los observadores y la personalidad de los actores insulares. Además, des-
pués de la mutación económica vivida en especial en las últimas décadas,
todo cambia muy rápidamente. Sobre realidades tan fundamentales como
el asentamiento en un lugar y el desdoblamiento del tiempo, conviene
que no sean demasiado endurecidos al nivel de cada individuo; los modos
de vivir de los polinesios, con su estilo tan original, expresan mejor que
todo discurso su sensibilidad profunda del tiempo. Así pues, como ya se
ha indicado anteriormente, incluso la gramática rapanui o, si se quiere, su
lengua, no concede gran importancia al presente, pretérito o futuro, dan-
270 do prioridad a la acción o el estado, que se desglosan en diversos aspectos.
El rapanui se ha adaptado muy bien, no obstante, a la vida moderna
y está bien informado por los medios de comunicación y el trato cotidiano
con los turistas que, de todas las partes del mundo, llegan a visitar la isla.
Está deseoso, siempre dentro del marco de su propia cultura y de su len-
gua, de lograr el progreso que toda sociedad moderna tiene a su alcance.
La relación con Chile parte desde, aproximadamente, 1864, cuando
llega a Pascua el Hermano Eugenio Eyraud, misionero de la Congregación
de los Sagrados Corazones de Valparaíso. Aunque la isla tenía su incardina-
ción en la Polinesia, el afán con el que Eyraud comenzó la evangelización, y
cómo fue continuada por otros miembros de la Iglesia, fueron ejemplo de
la buena voluntad del país para con los isleños, que en ese momento su-
frían el embate de los traficantes de esclavos a las Islas Chinchas en Perú.
Ya en 1888 se firma el Acuerdo de Voluntades entre el Consejo de
Ancianos Rapanui y la República de Chile, representada por el Capitán de
la Armada Nacional, don Policarpo Toro Hurtado. En él, se incorporó la
soberanía de la isla a Chile, guardándose ciertas garantías a favor de los
isleños; podría decirse que desde ese momento comienza la historia con-
junta.
Como se ha explicado, y es fácil deducir, la etnia rapanui, al tener
ascendencia polinésica, no tiene mayores nexos con las demás culturas
indígenas de Chile exceptuando el que es común y universal de las cultu-
ras originarias; es decir, la consideración de la tierra como madre y su uso
comunitario.
Por otra parte, una de las mejores muestras de consideración es que
el país ha logrado legislar en cuanto a los derechos de sus etnias acercando
más las posturas y trabajando todos por el desarrollo y la educación, am-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
271
REVISITANDO CHILE
REGIÓN TRANSPARENTE
LA BÚSQUEDA DEL AFECTO PERDIDO DE LA XIV REGIÓN
Marcel Young
Director (s) para la Comunidad de Chilenos en el
Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores
por recuperar las historias y recuerdos que dejaron por tierras extrañas
algunos chilenos que llegaron a ser famosos.
En los albores del siglo XX, el pintor Enrique Zañartu se instala en
París. El autor de Martín Rivas, don Alberto Blest Gana muere en París. Los
intelectuales liberales van permanentemente a Europa en busca de oxígeno
político. También, años después, el poeta Huidobro o el pintor Roberto Matta
se abren paso, se realizan y son admirados en el viejo continente. Joaquín
Edwards Bello y decenas de intelectuales, artistas y escritores van a Euro-
pa en busca de inspiración. Entre ellos se destaca una joven mujer, Teresa
Wilms Montt. Poeta, ensayista, escritora, una importante precursora de lo
que años más tarde se llamaría la liberación femenina.
Pablo Neruda, quien fue cónsul chileno en Madrid, hace su aporte
solidario en medio de la Guerra Civil Española. También le toca llorar en
medio de esa guerra la muerte de su gran amigo, el poeta de Granada,
Federico García Lorca.
En la década de los cincuenta, Violeta Parra se traslada temporal-
274 mente a la capital francesa. Con perseverancia y audacia da a conocer el
arte de las arpilleras bordadas en el Museo del Louvre. Tiempo después, la
década pasada, el biólogo Francisco Varela fue otro chileno ilustre que emi-
gró a Francia para continuar sus investigaciones sobre el fenómeno de la
vida. Esa generación de chilenos estudiosos sale en busca de una amplitud
científica, son médicos, arquitectos, artistas, cientistas sociales, escritores.
El apogeo de la Guerra Fría en los años setenta y la convulsión inter-
na que esta situación desencadena en el país provoca dos flujos migrato-
rios. El primero, a principios de la década, cuando a algunos temerosos de
las transformaciones que se inician los invade el pánico, y el segundo, con
el golpe militar del año 1973. A partir de esa fecha comienza un éxodo
político como consecuencia de las violaciones de los derechos humanos
que, al pasar de los años, se transforma en un permanente peregrinar de
personas que buscan mejorar sus condiciones de subsistencia.
Las mujeres
A partir de la migración masiva que se inicia hacia California, y que años
después continúa en la Patagonia argentina y luego se perpetúa con las
salidas de los años setenta, las mujeres chilenas han constituido sin duda,
un aporte enorme en el sello de nuestra especificidad de mujeres y de lati-
noamericanas en los lugares en que han residido. La relación de la mujer
chilena con su país es estable, profunda y duradera en el sentido vital de
pertenencia. Desde su particular amplitud científica para estudiar y enten-
der la ciencia moderna, como asimismo con una fantasía viva en el arte,
una alegría en el trabajo y una vehemencia en la consecución de objetivos.
Muchas mujeres chilenas se han desatacado por su presencia latina
en los más diversos lugares y variados ambientes. Un ejemplo destacable
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
ocurrió en el sur de Francia, en los años treinta. Una chilena fue la prime-
ra torera que desafió, con elegancia e inteligencia, a los toros en las arenas
del Mediterráneo. Al calor de esos recuerdos, se han estado recogiendo las
experiencias lejanas y los conocimientos nuevos, que ayuden al país a
navegar en las aguas turbulentas de la globalización, manteniendo simul-
táneamente, nuestras buenas tradiciones y raíces. Al ingresar al mundo
global, la diversidad cultural amplía nuestro universo; allí tienen lugar las
minorías y las mayorías, los proyectos y los sentimientos comunes.
Desde el lugar geográfico en que se encuentren y a pesar de la lejanía,
ellas aportan al país una historia propia, un mestizaje particular y el sincre-
tismo cultural de cada trayectoria. Las mujeres siguen manteniendo su iden-
tidad chilena, dentro de la que enmarcan la relación con los hijos y los
demás miembros de la familia. Se preocupan de conservar la identidad,
nuestros modismos lingüísticos, nuestra sabrosa gastronomía, nuestros
hábitos, nuestra idiosincrasia y la cultura en todas sus manifestaciones.
A pesar de nuestras rupturas, o de nuestras desavenencias con el país
o con nuestros compatriotas, nuestro pasado es común y el destino lo 275
debemos asumir todos.
Hemos podido comprobar, visitando distintos países, cómo las comu-
nidades chilenas se preparan de manera sistemática para transmitir esas
tradiciones y valores a los jóvenes de las nuevas generaciones. No se re-
pliegan en guetos, sino que se insertan plácidamente en sus lugares de
residencia y ponen al servicio de la comunidad los espacios conquistados.
A lo largo de la historia migratoria chilena, muchos han destacado
en sus respectivas disciplinas y artes, pero también son innumerables aque-
llos que en forma anónima han entregado su trabajo, su talento y su es-
fuerzo al desarrollo y riqueza de los países que los acogieron, formando
familias mixtas y dejando descendencia e historia en los lugares en que les
tocó vivir.
En consecuencia, pareciera relevante impulsar un proyecto sobre la
memoria de la migración chilena en el mundo, recuperar las historias de
los nacionales repartidos por el mundo, con relatos humanos y con retra-
tos de tantos chilenos que han vivido esta realidad, destacando especial-
mente el énfasis y la creatividad con que han resguardado su identidad.
De hecho, en la historia de nuestro país el mestizaje y las continuas
migraciones, fueron ampliando nuestros horizontes e impulsando nues-
tro progreso científico, cultural, político y económico. Hemos superado la
pertenencia a una cultura monolítica para enriquecerla con la diversidad
que fortalece toda democracia.
No obstante, la presencia de tantos chilenos viviendo fuera de nues-
tro país ha puesto en evidencia nuestro inseguro contacto con el mundo.
Todavía nos queda por resolver nuestra relación contradictoria con lo ex-
tranjero y lo nuestro. A pesar de la brava épica de los relatos sobre las
REVISITANDO CHILE
conductas del pueblo chileno, existe una ambivalencia histórica que nos
hace inseguros como pueblo. Nuestra calidad de receptores históricos de
inmigrantes que van conformando la nación chilena, sella una conducta
compleja; admiramos al extranjero que nos parece superior y desprecia-
mos lo que se nos asemeja. Cuando se sale del territorio, vamos en busca
del Dorado, pero cuando nos acercamos, no paramos de compararlo con
lo nuestro. Entonces, a priori preferimos lo importado a lo nacional sin
tener una evaluación propia.
Hemos entrado al siglo XXI con un evidente desencanto. La perpleji-
dad provocada por el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York es
impactante, ha quedado en evidencia la fragilidad de contundentes sím-
bolos occidentales. Estamos en presencia de un cuestionamiento generali-
zado del modelo político-social y sus paradigmas imperantes, la política
ha perdido sus contacto con las ideologías, la debilidad del pensamiento
abre el paso a otras energías, se buscan fórmulas para recomponer los
nexos entre las personas y lo emotivo pasa a tener un papel central en la
276 relación entre las personas. Esta vuelta a la emoción, a valorizar el cariño,
está abriendo nuevas claves, se está iniciando un proceso de replantea-
miento de lo que somos a partir de lo más vital de nosotros mismos. En este
sentido, la presencia de miles de chilenos en todos los continentes, además
de resultar una ventaja económica y científica, entre otros ámbitos, nos
ayuda a mantener presente la imagen de nuestro país en el mundo, y
sobre todo es una verdadera oportunidad para construir a partir de los la-
zos afectivos que ellos han establecido, nuevos nexos interculturales, incor-
porando valores del otro, fomentando sentimientos duraderos con los dis-
tintos pueblos, muchos de los cuales son hoy protagonistas del futuro.
En la víspera del bicentenario de la independencia de la nación, apro-
vechando la ventaja de contar con miles de compatriotas fuera del territo-
rio, debemos resolver de manera madura nuestra relación con el mundo,
de forma serena, honesta y humilde; valorar lo propio, abrir los ojos y los
oídos para recibir los mensajes y los conocimientos que nos permitirán
relacionarnos con el resto de los países sin complejos ni prejuicios.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
REGIÓN TRANSPARENTE
LA IDENTIDAD BICULTURAL PARA UN CHILE MODERNO
Y DEMOCRÁTICO
Juan Matas
Sociólogo
de una sociedad no sólo por el PIB o el PNB, sino también con la ayuda de
criterios políticos (libertades públicas, respeto de los derechos humanos) y
sociodemográficos (esperanza de vida, alfabetización). Parece importante
rescatar el debate sobre desarrollo de aquellos que lo confiscan con una
visión puramente economicista. Claro está, no puede haber desarrollo sin
crecimiento económico, pero éste solo no asegura de manera alguna la
existencia de aquél. Requiere, entre otras cosas, un amplio acceso a los
bienes culturales, la participación ciudadana, la reducción de las desigual-
dades tanto de oportunidades como de niveles de vida.
En torno al problema del acceso a la cultura, diría que se plantea
tanto en el plano de la facilitación de prácticas culturales como de la am-
pliación del consumo de la cultura. Se habla del apagón cultural consecuti-
vo al establecimiento de la dictadura militar: es verdad que Chile tenía, en
los años sesenta y a comienzos de los setenta, una producción nada de des-
preciable en ámbitos tan diversos como el teatro, el cine, la música, la litera-
tura, las artes plásticas, etc. La nueva coyuntura que comienza con el golpe
280 cierra los espacios de la creación, produce un desmembramiento de las
estructuras culturales y una dispersión de sus principales actores, encar-
celados, exiliados o simplemente dedicados a la tarea de la difícil supervi-
vencia. Ahora bien, lo que llama la atención es la lentitud con que se da la
recuperación de la actividad cultural durante el período de redemocrati-
zación. No se trata de quitarle méritos a la producción actual, sino simple-
mente de medir las dificultades que enfrenta, tanto para realizarse como
para encontrar el público que la justifique desde el punto de vista de la
rentabilidad y del impacto social. De allí también puede venir una forma
de autocensura hacia la renovación de formas y contenidos. Aparte de las
trabas al consumo cultural, que en parte están relacionadas con su costo
pero que también se deben a hábitos perdidos o no adquiridos, está el
problema del bajo desarrollo de prácticas culturales activas, que es funda-
mental dinamizar. En resumidas cuentas, se trata de la necesidad de dise-
ñar una verdadera política cultural.
El tema de la participación ciudadana tiene, para mí, un contenido
crucial. El fortalecimiento de una democracia representativa ha sido un
avance clave en el país en los últimos doce años, y no creo justo oponer
democracia representativa y participación. Eso sí, creo que el desarrollo
de la sociedad civil y de la participación ciudadana es un complemento
indispensable para efectuar progresos en la democracia de la cotidianidad
y, asimismo, para impedir que prime el solo aspecto formal en la vida
democrática. Una de las herramientas básicas para que esta evolución se
lleve a cabo es el auge del movimiento asociativo (que puede tener por
objeto las inquietudes más diversas), ya que puede ser un lugar de partici-
pación activa, de puesta en práctica de los valores de solidaridad y de apren-
dizaje de la democracia.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
282
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REGIÓN TRANSPARENTE
PENSAR CHILE DESDE AFUERA
Luis Mizón
Escritor e historiador
3. Mitos chilenos
Valparaíso representa una identidad propia dentro de Chile, y el hecho de
que a su región pertenezca la Isla de Pascua y también la región de “los de
Afuera” pone en comunicación tres mitos mayores de la historia contempo-
ránea chilena: el puerto de Valparaíso, la Isla de Pascua y el exilio chileno.
El azar me ha hecho vivir íntimamente la coexistencia de estos tres
mitos que, por otra parte, tienen una innegable dimensión mundial.
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4. El puerto de Valparaíso
Valparaíso se abre aun dolorosamente al exterior y al interior. Fue, dentro
de Chile, la ciudad nueva, y el proyecto de la futura ciudad del progreso
tal como la soñó el siglo XIX, en sempiterno conflicto con Santiago, la
vieja capital de la Colonia.
Después de la apertura del canal de Panamá, en 1914, Valparaíso se
transformó en una ciudad arruinada por el abandono de la circulación
naviera.
A pesar de la decadencia posterior, el siglo XIX dejó para siempre la
imagen de un Valparaíso abierto al mundo, enriqueciéndose con él.
En Valparaíso, ciudad ambigua y sufriente, conocí la cultura de los
libros guardados en bibliotecas y librerías inverosímiles como minas aban-
donadas. La Librería el Pensamiento de don Macario, el exilado, y la libre-
ría de Modesto Parera, otro exilado, y no olvidemos los vendedores de
libros viejos en la feria de la avenida Argentina o de la calle Arlegui.
El anarquismo de mi formación intelectual es muy anterior al exilio.
Esas condiciones de autodidacta y anarquista que ya tenían una fuerte 285
tradición entre nosotros, me dieron la aptitud, como a muchos, de sobre-
vivir intelectualmente en el extranjero y aún destacar en ese medio.
Nuestras bibliotecas de exilados están llenas de libros de exilados para
exilados, publicados por exilados y vendidos por exilados, libros para ayu-
dar a pensar y comprender el exilio y nuestra identidad de chilenos y
latinoamericanos formados en el exilio interior o exterior.
5. La Isla de Pascua
La historia de la Isla de Pascua cuenta la de América. El contacto con los
extranjeros y la salida del aislamiento secular lo vivió la isla con las mis-
mas terribles consecuencias que el continente. La exterminación, la en-
fermedad y el olvido de la propia cultura hasta transformar la escritura, la
única de toda la Polinesia, en signo mudo, indescifrable.
La Conquista de América no destruyó sólo una parte importante de
la población americana, sino completamente la sabiduría, la memoria, el
pasado y la historia vivida y conservada en el patrimonio espiritual de los
pueblos indígenas. La falta de conocimiento del pasado indígena colabora
con la exclusión de que son víctimas en el presente.
Pascua y Chile, y sobre todo Valparaíso, tienen eso en común y en la
base de la identidad, son el espacio de hombres sin memoria.
Nuestra identidad está llena de espectros y adivinanzas. Restos de
naufragios y traumatismos históricos y geográficos que no son siempre y úni-
camente accesibles por medios racionales sino más bien por trabajos de intuición,
imaginación y conocimiento propios a la historia y a la poesía.
La Conquista destruyó la historia indígena pero a cambio nos dejó el
mito haciéndose tradición y poesía. Desde Ercilla hasta nosotros, esta últi-
REVISITANDO CHILE
6. El exilio chileno
El exilado vive una historia interrumpida y por lo tanto en estado de espe-
ra, que hace pensar a algunos en que eso los ha rejuvenecido; el exilado
tiene la experiencia del tiempo detenido. Los elementos inmateriales del
vínculo nacional, la memoria común y la voluntad de vivir juntos se de-
puran y fortalecen.
El exilado medita la tierra, los hombres y la historia. Teje y desteje el
futuro en su imaginación.
La memoria y la imaginación es la tarea del exilado y en algunos
casos, como el mío, es también su profesión.
En el extranjero aparece en relieve nuestra diferencia, nuestra ma-
286 nera de ser, de caminar o de reírnos, de comer, de amar o imaginar.
A la pregunta ¿quiénes somos?, son los otros los que responden.
Nosotros somos el otro de ellos y ellos nuestro otro. El otro del que ellos
hablan soy yo o Valeria y mis hijos, entre otros “otros”, claro está. Además
somos típicos. Típico quiere decir, la mayoría de las veces, con cara de
indio (dentro de nuestro grupo, el más típico era yo); pero cuando los
europeos nos llaman indios no lo hacen desde el racismo. Por el contrario,
para ellos ser indio es un título de prestigio, y cuando lo dicen no es para
molestarnos, como sí sucede entre nosotros. Simplemente adoran a los
indios y no comprenden que alguien se ofenda por ese tratamiento.
Ante la pregunta de qué comíamos en Chile, se me ocurrió decir que
lo típico era un plato de carne picada con cebolla, papas en rebanadas,
queso y salsa blanca que se derretía en el horno. ¡Pero eso es el hachís
Parmentier!, me dijeron pensando seguramente que les estaba tomando
el pelo.
Luego, ante la pregunta de hasta cuándo iba a durar la dictadura, les
explicaba que no lo sabía, pero seguramente hasta que EE.UU. y los ven-
dedores de armas quisieran. Pinochet no había devuelto las minas de co-
bre a los americanos, y eso era positivo. China había reconocido el gobier-
no de Pinochet y les había prestado dinero, y eso era extraño. Rusia había
abadonado a Allende y apoyaba a Argentina, y eso era incomprensible, ¿y
por qué no había un gobierno chileno en el exilio? Eso era misterioso y
hasta peligroso pensar, me dijo un amigo que había reflexionado sobre lo
mismo. Por último, nunca consideré que Borges fuera un fascista.
Ya estaba mal con la derecha en Chile y ahora con los comunistas.
Estudié historia colonial con Ruggiero Romano y literatura con Gae-
tán Picon. Conocí gracias a él a Roger Caillois, quien tradujo mis poemas y
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
9. Patria y país
El país lejano, la tierra del origen, nos acompaña siempre aunque estemos
ausentes. La patria, en cambio, es lo que perdimos y aquello que no todos
han podido reconstruir, incluso regresando periódicamente al país.
Esta distinción entre país y patria, que se hizo en el siglo XVIII para
justificar el espíritu de reformas necesarias en el Estado monárquico, me
parece siempre vigente.
El país representa el vínculo natural con la tierra y los hombres; la
patria el vínculo moral con el Estado, la organización responsable a través
del tiempo de dar al hombre originario de un país los medios legales, mo-
rales y económicos para que pueda desarrollar su vida plenamente.
El amor al país es natural; el destinado a la patria no es sino la conse-
cuencia de las relaciones recíprocas que se establecen, de los medios que
la patria pone a disposición de un hombre, para que su energía se trans-
forme en fuerza creadora en beneficio común. Para que ello suceda, esa
energía debe ser reconocida y valorada por la patria.
288 El país no tiene historia, es el soporte de ella. La patria, en cambio,
tiene momentos históricos diferentes; por lo mismo, una interpretación
histórica de la realidad forma parte necesaria de una patria digna de ese
nombre.
1. Luis Mizón, Claudio Gay y la formación de la identidad cultural chilena (Santiago: Editorial
Universitaria, 2001).
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
REGIÓN TRANSPARENTE
DE LA ISLA AL ARCHIPIÉLAGO
LA EXPERIENCIA IDENTITARIA DE LOS CHILENOS RETORNADOS
Loreto Rebolledo
Antropóloga
H asta hace cuatro décadas, el mundo, para la gran mayoría de los chile- 289
nos se reducía a lo relatado por textos o a las imágenes entregadas por el
cine o reproducidas en mapas, planisferios o mapamundis que con sus
variados colores mostraban la diversidad del planeta en cuanto a mares,
islas, cordilleras, selvas y países. Chile era en ellos una delgada franja de
color, pegada al borde de la cordillera y a punto de precipitarse en el azul
del océano Pacífico, perdida allá por el sur del continente americano, don-
de éste casi desaparece al llegar a la Antártida.
Pese al dicho, el chileno patiperro era una definición que sólo le cal-
zaba a unos pocos, la gran mayoría jamás había cruzado las fronteras del
país. Por tanto, se trataba de otro mito nacional alimentado desde nuestra
propia sensación de australidad y aislamiento.
Excepto para los integrantes de la clases altas afrancesadas del siglo
XIX o para algunos trabajadores empujados por las crisis hacia California
o Australia, a los que se agregaban unos pocos estudiantes en universida-
des de Europa y Estados Unidos, la posibilidad de conocer otros países, de
vivir otras culturas, era un privilegio. Para la generalidad de los chilenos el
mundo era ancho y tremendamente ajeno y distante.
Hasta que llegó el golpe militar del 73, que expulsó del país a miles
de compatriotas obligados a dipersarse por diversos lugares antes conoci-
dos únicamente por los mapas o imaginados a través del cine y la lectura.
La primera gran oleada de exiliados políticos se incrementó en los ochen-
ta con la migración de otros miles de compatriotas que buscaban mejores
condiciones de vida.
Los noventa trajeron de regreso a muchos de los que habían salido y
vivido en otras culturas durante largos años, y con ello las preguntas por la
identidad que se habían hecho al salir, al vivir en otros países, se vuelven a
actualizar.
REVISITANDO CHILE
Salir de Chile, más allá de los traumas que acarrea cualquier migra-
ción, fue una experiencia que obligó a los exiliados a mirar al país y a los
chilenos desde la distancia. En una primera etapa, sintiendo nostalgia de
los paisajes, que en la memoria pasaron a ser una especie de mapa turísti-
co con una cordillera nevada, un cielo azul radiante, las frutas más dulces,
los vinos más ricos y las empanadas y mariscos más sabrosos. Pura nostal-
gia comprimida en un par de imágenes. Por otra parte, fue vivir la alteri-
dad, ser el otro, el extranjero. La pregunta en estas circunstancias de ¿quién
soy, quiénes somos?, tendió a responderse en colectivo. Su referente sim-
bólico más importante fue la política y una premisa fundamental en la
definición de sí mismos: “Soy, somos exiliados chilenos” (Igonet-Fastin-
ger, en Vásquez y Araujo, 1990: 64).1
Vivir en “otra parte” implica establecer diálogos donde las diferentes
identidades se reconocen, se intercambian y se mezclan, pero no se desva-
necen. No se puede elegir simplemente otra lengua, ni se abandona la
propia historia para optar libremente por otra, más cuando el proyecto
290 planteado desde el momento mismo de la salida es volver a Chile.
Para reafirmar la identidad chilena frente a las múltiples alteridades
que tocaba vivir, las comunidades de exiliados, trataron de reproducir los
modos de ser chileno, expresados básicamente en las formas de sociabili-
dad. Todo ello permitió construir comunidades locales y metacomunida-
des, cada vez más integradoras. Ser chileno era también ser latinoameri-
cano y ser chileno tenía mucho en común en Dinamarca, en Berlín, en
Moscú o en Caracas. Los territorios eran un accidente geográfico superado
por el entrelazamiento que implicaba un proyecto político compartido y
una actividad de creación y difusión culturales que superaba fronteras y
cuyo centro estaba asentado simbólicamente en Chile.
El mundo se había ampliado y era menos distante y ajeno. El tiempo
fue pasando y en la vivencia de la pluralidad poco a poco los residentes en
el exterior empezaron a mirar con cierta desconfianza algunas prácticas
culturales fuertemente arraigadas entre nosotros. Y varios mitos naciona-
les fueron cayendo en la confrontación con otras realidades: los chilenos
no somos tan alegres ni tan graciosos como creíamos. En otras partes hay
vinos tan buenos como en Chile. Las chilenas no son más bonitas que las
suecas, francesas polacas o venezolanas. Poco a poco se van tomando pres-
tados ciertos hábitos y costumbres de los países de acogida e identificán-
dose con otros. La puntualidad, la responsabilidad europea dejan de mo-
lestar como al principio, comienza a apreciarse el desorden y la alegría
colorida de otros países latinoamericanos.
Hasta que se abre la posibilidad de volver. Una decisión individual y
un proceso solitario con vivencias en común: como el desgarro de tener
que afrontar una nueva partida, dejando recuerdos y afectos en el país en
el cual se ha vivido; o el mirar a Chile con ojos un poco extranjeros y
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
1. Ana Vásquez y Ana María Araujo, La maldición de Ulises. Repercuciones psicológicas del exilio
(Santiago: Editorial Sudamericana, 1990).
2. Iaian Chambers, Migración, cultura, identidad (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1990).
3. Marc Augé, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos (Barcelona: GEDISA Edi-
tores).
4. En Jesús Martín-Barbero, Oficio de cartógrafo (México: FCE, 2002).
5. Ibid.
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Fernanda Falabella
Arqueóloga
cinos del norte, con los del sur, con los de la cordillera y con quienes
habitaban al otro lado de la ella.1 Entre éstos, se reconocen dos grupos
muy distintivos. Como arqueólogos les hemos asignado los nombres Bato
y Llolleo, que denotan la existencia de dos sistemas culturales claramente
reconocibles y factibles de diferenciar que, creemos, corresponden a dos
grupos con identidades sociales bien establecidas y que realmente se per-
cibieron a sí mismos como “unos” frente a “otros”. Se trata en ambos
casos de sociedades simples, con organización estructurada por líneas de
parentesco, autónomas y autosuficientes a nivel de grupo familiar o de
linaje. Los primeros, más móviles y orientados al uso de recursos silves-
tres; los segundos, más sedentarios y con mayor dependencia de los culti-
vos. Sus caseríos se dispersan y entremezclan dentro de la misma área, lo
que posibilitaba contactos permanentes entre ellos. Habitan los mismos
nichos, sin hostilidades manifiestas.2
Si bien en su panorama social existen diversos grupos, en la cons-
trucción de su identidad en tanto comunidad, el “otro” más significativo
298 parece ser el vecino próximo, el que está siempre presente (bato para los
llolleo, llolleo para los bato). Marcan su diferencia con este otro en forma
explícita, a través de adornos corporales, emblemas de alta visibilidad que
debieron señalar las filiaciones en situaciones de interacción social. Los
bato usan tembetá, un adorno inserto en el labio inferior; los llolleo, colla-
res de cuentas de piedra. También la marcan reconociéndose en el uso de
determinados artefactos y manteniendo ciertas tradiciones que les son
propias. Es un reconocerse con en la similitud y un distinguirse de en la
diferencia.
Un análisis más fino de la materialidad, al interior de cada uno de
estos sistemas sociales, permite reconocer variaciones más sutiles, que re-
flejan la mayor o menor intensidad de los vínculos y relaciones intragru-
pales. Éstas se expresan a modo de microestilos cuya configuración deno-
ta un correlato con la proximidad espacial, que pensamos se puede
relacionar también con la intensidad de los vínculos de parentesco. En
este caso, son el entorno socializador, las prácticas cotidianas o los particu-
lares modos de hacer, los que refuerzan, en las experiencias de la vida
diaria, el sentido de pertenencia.
Este escenario social también está integrado a otros niveles. Por so-
bre la identidad grupal a la que hemos aludido, existieron otros tipos de
relaciones que generaron sentidos de pertenencia. En Chile central hay
evidencia de que ya en esta época se realizaban “juntas”, donde se congre-
gaba gente de lugares y filiaciones bastante alejados.3 Debieron cumplir
con la función de reafirmar lazos con los contemporáneos y potenciar la
cooperación, activando un sentido de pertenencia a una unidad mucho
más amplia y fundamental en el devenir de estas sociedades. Los restos
materiales encontrados en estos sitios de reunión, especialmente los ja-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
rros para beber y las pipas para fumar, que se usan tradicionalmente en las
fiestas y rituales de la población indígena del centro y sur de Chile, mar-
can este nivel identitario por su uso, formas y decoraciones.
La impresión general que nos queda es que los individuos de estas
sociedades participaron de distintas identidades, anidadas unas dentro de
otras, que se activaban de acuerdo a las circunstancias, se gatillaban con
referentes específicos y fueron las coordenadas fundamentales para la vida
social. Unas con mayor fuerza, otras con menos, pero a la vez bastante
flexibles y dinámicas tanto en el tiempo como en el espacio.
Esta configuración social cambia bruscamente hacia el 900 d.C.
En este mismo espacio, sobre la base de la misma gente, de los here-
deros de las tradiciones locales, el panorama social se reordena, generán-
dose la fusión de todos los que habitan desde la ribera sur del Aconcagua
hasta la Angostura de Paine, en una nueva identidad, que los arqueólogos
hemos denominado aconcagua.4 La construcción de esa identidad resulta
de cambios muy radicales, que alteraron profundamente las prácticas so-
ciales, tanto en las actividades más simples y banales del mundo cotidiano 299
como en esferas de la ritualidad. Es como si se hubiese querido borrar
expresamente la tradición, la memoria. En ese sentido podríamos decir
que el “otro” más significativo fue el pasado, sus ancestros y sus propias
tradiciones culturales.5 En todo ámbito de cosas se produce un contraste
marcado respecto a cómo se era antes, cómo se hacía antes. Los grupos
aconcagua siguen siendo una sociedad bastante simple, sin jerarquías ins-
titucionalizadas donde el grupo familiar y territorial constituye el núcleo
básico de reproducción social. Lo interesante es que en su materialidad
vemos estilos muy normados para fabricar sus utensilios y realizar sus
actividades; tanto en las materias primas, técnicas de producción, formas
y decoraciones de los artefactos, como en los modos de faenar sus anima-
les; tanto en las prácticas de la vida diaria, como en las ceremonias funera-
rias. En todo orden de cosas siguieron pautas tan definidas y regulares,
que da la impresión de que están sirviendo para remarcar y reforzar este
nuevo orden. Dicha estrictez en las normas de comportamiento parece
haber sido necesaria para fundar un nuevo sistema de relaciones, para
aglutinar a quienes en otro momento estuvieron separados y se veían a sí
mismos como “otros”.6
Por cierto, los aconcagua también tuvieron sus vecinos y también se
identificaron en relación a otros contemporáneos. Entre éstos, el “otro”
más significativo fueron los diaguitas del Norte Chico con los cuales man-
tenían relaciones cercanas, especialmente quienes vivían en el valle del
río Aconcagua, en la parte más septentrional de la zona central. Para dis-
tinguirse de ellos, usaron íconos, como el trinacrio, a modo de marca iden-
titaria.7 Con este emblema, que algunos consideran un verdadero distinti-
vo étnico, pintaron la pared externa de sus vasijas de cerámica para que
REVISITANDO CHILE
siste una separación similar de roles según género, los artefactos femeni-
nos ya no se encuentran situados en posiciones de relevancia, como en la
funebria y, algunos de ellos, dejan de estar presentes. Se pierde el uso del
jarro pato. Es más. De acuerdo a estudios sobre la espacialidad en los ce-
menterios, se produce una separación entre mujeres, ancianos y niños,
por un lado, y hombres, por el otro.11 Los primeros (lo femenino) se ubi-
can a la izquierda, al oeste, con escasas ofrendas. Los segundos (lo mascu-
lino), a la derecha, al este, con otras más numerosas. Se plasma una situa-
ción de desigualdad. Una lectura, siguiendo los códigos de las sociedades
andinas o mapuches, señalaría que lo femenino ocupa una posición infe-
rior, de menor jerarquía, menor valoración. Esto por cierto es una inter-
pretación; pero, aunque los términos de valoración no correspondan, la
diferencia en el tratamiento de lo masculino y femenino sin duda cambia.
Y esto sugiere que la construcción de la identidad de género sufrió varia-
ciones y fue dependiente de un contexto histórico particular.
303
1. Falabella, F. y R. Stehberg. “Los inicios del desarrollo agrícola y alfarero: zona central
(300 a.C. a 900 d.C.)”. En Prehistoria, editores Hidalgo, J. et al. (Santiago: Editorial Andrés
Bello, 1989), pp. 295-311.
2. Sanhueza, L., M. Vásquez y F. Falabella. “Las sociedades alfareras tempranas de la cuen-
ca de Santiago”. En Chungará N° 35, 2003.
3. Planella, M. T., F. Falabella y B. Tagle. “Complejo fumatorio del período agroalfarero
temprano en Chile central”. En Contribución Arqueológica N° 5, Tomo I: 895-909. Museo
Regional De Atacama, Copiapó, 2000.
4. Durán, E. y M. T. Planella. 1989. “Consolidación agroalfarera: zona central (900 a 1470
d.C.)”. En Hidalgo J. et al. editores, Prehistoria (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1989),
pp. 313-328.
5. Cornejo, L. “El país de los grandes valles. Prehistoria de Chile central”. En Berenguer, J.,
editor, Chile antes de Chile, pp. 44-57. Museo Chileno de Arte Precolombino, Santiago, 1997.
6. Falabella, F., L. Cornejo y L. Sanhueza. En prensa. “Variaciones locales y regionales en la
cultura aconcagua del valle del río Maipú”. Actas IV Congreso Chileno De Antropología.
7. Sánchez, R. y M. Massone. Cultura aconcagua (Santiago: Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana, 1995).
8. Morris, C. “Symbols to Power. Styles and Media in the Inka State”. En editores: Carr, Ch.
y J. E. Neitzel, Style, Society and Person (New York: Plenum Press, 1995), pp. 419-433.
9. Falabella, F. “El sitio arqueológico de El Mercurio en el contexto de la problemática
cultural del período alfarero temprano en Chile central”. Actas Segundo Taller De Arqueo-
logía de Chile Central (1993), 2000. Http://Members.Tripod.Cl/Lcbmchap/Ferfal1.Htm.
10. Dillehay, T. y A. Gordon. 1979. “El simbolismo en el ornitomorfismo mapuche. La
mujer casada y el «ketru metawe»”. Actas del VII Congreso de Arqueología Chilena, pp. 303-
316. Ediciones Kultrún, Santiago.
11. Sánchez, R. Prácticas mortuorias como producto de sistemas simbólicos. Boletín Museo
Regional De La Araucanía N° 4, 1993. Tomo II: 263-78.
12. Planella, M. T. La propiedad territorial indígena en la cuenca de Rancagua a fines del siglo XVI
y comienzos del XVII. Tesis para optar al título de Magíster en Historia, Universidad de Chile,
Santiago, 1988.
REVISITANDO CHILE
DE IDENTIDAD E IDENTIDADES
UNA APROXIMACIÓN ETNOHISTÓRICA A LOS
INDÍGENAS DEL MAULE1
Viviana Manríquez
Etnohistoriadora
1. Este artículo forma parte de los resultados del Proyecto FONDECYT 1950068 “Etnohis-
toria del corregimiento del Maule. La población indígena y el territorio en los siglos XVI y
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
XVII”, realizado junto a las historiadoras Carolina Odone y Alejandra Vega. Quiero agrade-
cer la colaboración de la historiadora Sandra Sánchez y de Iván Pizarro estudiante de An-
tropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, en la revisión y fichaje de
parte de la documentación, así como también el apoyo constante de la Escuela de Antropo-
logía de la UAHC.
2. Término utilizado por F. Barth (1976).
3. J. L. Martínez, 1992: 48.
4. Barth, 1976.
5. Olavarría, (1594) 1852: 19.
6. V. Manríquez. 1997, Ms.
7. G. Vivar (1558), 1979.
8. A. Ercilla (1569) 1974.
9. P. Valenzuela A. T. XXII: 251, 1917.
10. Visita a la zona, noviembre de 1997.
311
REVISITANDO CHILE
Fidel Sepúlveda
Filósofo y escritor
El brindis
Una afirmación reiterada, tres veces “todos estamos”. Un modo de pre-
sencia de provincia de centro sur, de experiencia de comunión encarnada
en personas, personas más allá y es más acá de la vida y de la muerte. En
estas provincias hay la experiencia de la muerte como vida. Los muertos
REVISITANDO CHILE
“El más simple sueño” (y el más esencial) era “el agua”. Esta agua
que también canta González Bastías:
pidiendo alguna cosita para la vida. Estas cositas, como las aguas de rulo,
en la viejecita florecen una sabiduría que no se da en el palacio del rey ni
en la casona del joven nuevo rico. Cuento éste entre la línea ética del
héroe que se hace desde la coherencia integral y la astucia jocunda de
Pedro Urdemales, que por algo nació en las riberas del Maule.
La fina ironía de doña Ema que en el cuento es jolgorio desenfadado,
debiera ser contrapesada por la razón hecha desde el goce de vivir “cho-
rreando vino y sentimiento” de Pablo de Rokha.
La epopeya de las comidas y bebidas de Chile es un canto a la vida, donde
toda la precariedad que pudiera registrarse desde la cultura material y
desborde desde la cultura espiritual, donde el misterio de la encarnación
canta sus experiencias más inefables, donde el goce aparentemente más
elemental y rudimentario se revela cima de refinamiento y delicadeza. La
epopeya bebe su fuerza y su finura, su altura y su hondor de esta cultura
que se manifiesta prodigiosamente viva y poderosa.
La alianza de la vida con la poesía da como fruto de revelación de
316
que lo más valioso de la cultura es la identidad, y que ésta se crea y se cría
desde el útero materno de la madre mujer y de la madre tierra. Ellas le
forman el estómago y con ello, el corazón para bien sentir, base del buen
discernir. La cocina y la mesa son el laboratorio y el altar donde se confor-
ma y consagra la humanidad del hombre. “La epopeya” es un canto argu-
mentado, como en una infinita conversación de sobremesa, que aborda el
ritual más apreciado y resistente del pueblo chileno. La misa del chileno
es la mesa donde ocurre la comunión del cuerpo y el alma del hombre con
el cuerpo y el alma del mundo, del pan y del vino, de la tierra y el agua,
del aire y del fuego, con que se celebran bautismos, casamientos y funera-
les, la vida y la muerte, persona, familia, comunidad.
Quien piense en gastronomía no ha entendido nada. El poema no es
para gusto de gourmet. Es poesía en que se exprimen las esencias más
populares de lo popular con adjetivación y adverbialización magnificado-
ra. Esta magnificación va avanzando a la veneración, a lo sagrado. El poe-
ma es un connubio de la carne y el espíritu. Tierra y hombre están en
trance de consumación, lo humilde y precario tiene la vetustez de lo pa-
triarcal, la vetustez y la grandeza. Esta vetustez sacra está entregada en un
ritmo reiterativo y envolvente que acopia materiales y los transmuta en
sangre poética que vitaliza toda la forma. Una continua antropomorfiza-
ción destila vitalidad y gracia. Conjunción de aliteraciones, consonancias
o asonancias internas asocian evocaciones y convocan presencias.
Esta epopeya amalgama el tono normativo con el argumental y lau-
datorio como en dilatada sobremesa que discurre sobre los manteles bor-
dados de la chilenidad. Con ello se está logrando plenamente la categori-
zación de lo chileno-cotidiano-coloquial, regional.
Se trata de una forma en que el léxico rotundo y pleonástico, el rit-
mo acezante y desenfrenado va incorporado una hilera de nombres pro-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
317
REVISITANDO CHILE
Javier Pinedo
Profesor del Literatura
318 L a pregunta por la identidad del Maule se enlaza con un horizonte ma-
yor: la cultura latinoamericana, que se ha presentado a sí misma como
algo propio y diferente a la moderna. Es decir, una cultura menos capita-
lista, menos laica, menos científica, menos democrática; más religiosa, más
familiar, más artística y femenina, más centralista en lo político, entre otros
aspectos.
En este sentido, hablar de identidades en América Latina ha signifi-
cado levantar una posición de lo alternativo, desde cuestiones étnicas has-
ta políticas, económicas y culturales. Identidad significa emancipación pues,
al tomar conciencia de la propia identidad y valorizarla, se produce un
proceso de autoaceptación y, por tanto, de desarrollo personal.
De lo anterior surge una perspectiva habitual al analizar las identida-
des, es la oposición local/universal, muy antigua en América Latina y que
se ha expresado en el arte, la cultura, la literatura, señalando que hay un
mundo externo y otro local, diferente, propio.
Por ejemplo, en el prólogo escrito por Gabriela Mistral (“Contadores
de patrias”) a la segunda edición del libro de Benjamín Subercaseaux,1
señala: “cuando escribimos en la América con pretensiones de universali-
dad, suele parecerme un vagabundaje sin sentido, un desperdicio de la
fuerza y un engaño infantil de nuestras vanidades criollas”.
Es un escrito fechado en Petrópolis, Brasil, el 27 de febrero de 1941.
Hace 61 años. Antes de la guerra mundial. Otro mundo. Gabriela llama a
contar el propio lugar de nacimiento, la patria chica. Gabriela, informada
de lo que sucede en las letras americanas, escribe en el contexto de las
ideas dominantes en América Latina: el arielismo.
En muchos textos, al describir a la Región del Maule, se recurre a
una “memoria común”, conservada entre los habitantes, que guarda cier-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
1. Benjamín Subercaseaux, Chile o una loca geografía (Santiago: Editorial Ercilla, 1940).
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Pedro Gandolfo
Filósofo y escritor
Desde esa primera parada, el paseo transcurría por los cerros, a veces
ascendiendo, otras bajando a quebradas profundas y húmedas, bordean-
do el camino a Querquel, una dirección más que un destino.
El paseo lograba su punto culminante después de unas buenas tres o
cuatro horas al llegar a un promontorio justo antes de descender a la ha-
cienda La Esperanza en cuyo extremo se disfrutaba de un magnífico pano-
rama. El Maule a nuestra izquierda, ya crecido por el Loncoquilla, venía a
converger a lo lejos con el claro en la puntilla de Linares de Perales, antiguo
embarcadero hacia Constitución. Pues, frente a nosotros un cerro macizo
y cubierto de vegetación nativa abajo milagrosamente respetado por este
gran señor río, un pequeño viñedo. Allí merendábamos, metidos en este
promontorio los mayores que nos acompañaban intentaban una siesta y
nosotros revoloteábamos por un extraño jardín ni tan amigable ni tan
agresivo, en el cual convivían los cactus, el traicionero litre, el boldo, los
espinos y el chaguar.
Mi viaje de la semana pasada fue un tanto distinto, no sé cuánto. Por
324
de pronto, para llegar a aquellos cerros desde donde contemplábamos el
Valle del Colín, o la confluencia del Maule con el Claro, me valía de auto.
No sólo se trata de que yo he cambiado, como ya lo dijo Eráclito hace
muchos siglos. Ciertamente estoy menos ágil, más perezoso y ansioso por
llegar ya luego y, por tanto, incapaz de saborear de un paseo, pero tam-
bién los espacios mismos están muy transformados. Colín dejó de ser un
pueblo de poco más de mil habitantes, como lo era en la década de los
setenta y pasó a tener hoy más de cinco mil. Los potreros deshabitados y
gredosos desaparecieron. Hoy lo sustituyen urbanizaciones miserables o
inexistentes, y cultivos de tomates bajo grandes naves de plástico. No se
puede pasar, hay casas, o mejor dicho ranchos, rejas, alambrados, perros,
no senderos. Para acceder a la parada de mi antigua caminata debía abrir
portones, atravesar un fiero enrejado y hacer caso omiso a una adverten-
cia que prohibía la entrada.
Desde la cima del cerro, la vista había cambiado bastante; poco o
nada del paisaje cuadriculado de chacras verdes de distintos tonos, apare-
ció ante mi mirada. En cambio, decenas de naves grises alineadas aquí y
allá para el cultivo del tomate. Los enormes invernaderos de plástico. Y la
ciudad de Talca, horizontal, siempre avanzando hacia nuestro modesto
Colín, el cual a su vez se desborda como si ambos estuviesen concertados
en toparse y fundirse.
Los cerros mismos estaban desnudos, el espino casi el último de sus
abrigos, había sido explotado meticulosamente como recurso forestal.
Tomé de nuevo el auto y recorrí una ruta que está también transfor-
mada. Bosques de pinos sustituían a mi derecha la antigua flora del lugar,
una especie de mermelada verde, hermosa en algún sentido, había sido
derramada, parecía presta a saltar el camino y continuar deslizándose ha-
cia el otro lado.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Guillermo Blanco
Periodista y escritor
N o soy experto en nada. Desde ahí –desde esa vasta inexperticia– voy a 327
intentar mi aporte sobre el tema. Va a ser, inevitablemente, un enfoque
personal. Los inexpertos necesitamos hablar a partir de experiencias que
gozamos, padecemos, sentimos, o aun soñamos. No medimos la realidad,
como algunos expertos. La vivimos, conservamos sus huellas. Los perros
nunca explican sus vueltas de perro: las dan. Y las darán por algo.
Contaré lo que aquí cuente o recordaré lo que recuerde en función
de la identidad local, con la esperanza de que sirva y con un miedo fuerte
de que no.
A propósito: el miedo es buena puerta para entrar en materia. Mis
cuatro abuelos españoles y después yo, viajamos por el miedo y “descubri-
mos América” en Talca. Me los imagino trayendo un miedo vivo en su
interior. No temer a lo desconocido es no entender. A medida que mis
abuelos, como tantos inmigrantes, aprendían los lugares, a la gente, die-
ron vuelta la tortilla: vivieron la muerte de su miedo.
Un compatriota suyo, Pedro de Valdivia, tenía en su escudo familiar
el lema:
La muerte menos temida da más vida.
Son importantes los miedos esenciales. Los judíos hablaban del “te-
mor a Yahvé” como una forma de respeto, no de pavor ni de recelo.
Los primeros miedos que recuerdo estaban en el campo. En el cam-
po, el atardecer y la noche son criaderos de fantasmas. Difuminan los per-
files de las cosas. Para un niño –y a veces también para los campesinos–,
los árboles se disfrazan de animales, o de ogros. El viento, agitando las
hojas, insinúa palabras pronunciadas con sordina, que ayudan al misterio.
En su raíz, la palabra misterio alude a labios que se cierran. El griego
miei significa guardar algo en secreto.
REVISITANDO CHILE
Cecilia Sánchez
Filósofa
indica al país el modo en que puede llegar a sanarse, ayudada por una
mirada que al saberse lejos del centro quiere agregar la parte que falta.
Tradicionalmente, la provincia ha sido entendida como el lugar del Chile
“íntimo”. Su cuidado ha sido ocultar sus menesterosidades, perversiones
o desvaríos. También se la ha hecho vivir bajo la condición de patio trasero
del país en el que, a modo de trastos, se ocultan las heridas y barbaridades
nacionales.11 Esta vez, sin embargo, de pacientes, los provincianos quisie-
ron manejar el poder farmacéutico del médico. Este pensamiento de la resti-
tución hace visible un deseo de centro, ocasionado por lecturas que hacen
del progreso, como antes de la civilización, la receta que llena el vacío. Un
vacío que es, como puede apreciarse, puramente referencial.
Si los “médicos” regionales de comienzos del siglo XX apelaban al
centro capitalino con los códigos de una modernidad letrada, sin distinguirla
muy claramente de la modernización; el Chile postindustrial, proclamado
por el neoliberalismo de la era militar y de la transición, se supedita a las
reglas de la economía vigentes en el mundo desarrollado, simbolizadas por
las cadenas de comida rápida Mac Donald’s, los malls y las tecnologías que 337
devoran fronteras naturales traducidas a distancias virtuales. Estas unifor-
mizan al antiguo centro y a las regiones en un espacio económico conti-
nuo, a la vez que parodian las formas de vida norteamericana que lidera
tal matriz. No por ello han dejado de existir las identidades, pero su peso
simbólico se inscribe ahora en las mercancías, algunos de cuyos mejores
ejemplos son el vino chileno, el turismo aventura y étnico.
10. Enrique Molina, “Cartas a don Pedro Montt –Sinceridad– revuelo que levanta este libro y
calvario de su autor -valorización de Alejandro Venegas”, en Atenea Nº 426-427, dedicada al
pensamiento de Enrique Molina en el centenario de su nacimiento, Concepción, 1972, p. 83.
11. La denominación de “patio trasero” ha sido empleada tanto para referirse al continente
o a la provincia, designando casi siempre una forma de jerarquización estratificada o de
subdesarrollo, convertida en una metáfora extraída del estilo de la arquitectura colonial
cuyo patio trasero corresponde a las habitaciones de la servidumbre, de los esclavos o al
lugar donde se guardan u ocultan objetos en desuso o bien secretos vergonzosos para la
imagen plena del primer patio.
338
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
V. EL BÍO-BÍO
Concepción 339
La ciudad ancha y señora
no trasciende a filisteo;
manso en su pecho de parques
y su fluvial solideo.
Visitada del Espíritu,
toma igual dichas y duelos
y los pinares aroma
su elán y su entendimiento.
340
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Leonardo Mazzei
Historiador
P ara presentar, en una breve síntesis, cuál ha sido la evolución histórica 341
de la identidad regional de Concepción, es necesario remontarse al mo-
mento de su fundación. Es muy conocido que en el proyecto colonizador
de Pedro de Valdivia, Concepción sería el centro de la gobernación, pro-
yecto abortado con la muerte del jefe conquistador y el posterior abando-
no de la ciudad, que sería reconstruida en su emplazamiento en el valle de
Penco en 1558.
Tiempo después, se estableció en Concepción la primera Real Au-
diencia con carácter de gobernadora, pero tal establecimiento fue de corta
duración. Sin embargo, la Audiencia inauguró un régimen de funciona-
rios rentados, encabezado por los corregidores, con lo que el orden estatal
empezó a desplazar a las formas señoriales que hasta entonces habían
prevalecido. Fue desde Concepción, pues, que empezó a configurarse in-
cipientemente el orden estatal.
Cabe recordar la tesis expuesta por Mario Góngora en su Ensayo his-
tórico sobre la noción de Estado en Chile. Tesis polémica que en su momento
originó posiciones encontradas. El argumento central de ella es que el
“Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Esta-
do”. Góngora plantea que un primer elemento constitutivo de este cons-
tructo fue el rasgo guerrero: “Chile tierra de guerra”. Desde Arauco, este
rasgo se proyectaría al resto del país y perduraría hasta el siglo XIX.
Sean acertados o no los planteamientos de Góngora, desde la pers-
pectiva regional de Concepción, el hecho de ser tierra fronteriza enfatizó
su fisonomía guerrera durante el siglo XVI y bien avanzado el XVII. En la
ciudad se conformó el Ejército Profesional, que no logró frenar el ímpetu
mapuche en la guerra de Arauco, pero acentuó el carácter castrense de la
ciudad y la zona, la llamada “capital militar del Reino de Chile”. El cuerpo
REVISITANDO CHILE
todas las mañanas antes que salga el sol se siente cerca del recinto
una carreta, que entre el ruido de sus pesadas ruedas y sollozos de
algunas mujeres, pasa llevando el tesoro de los bandoleros Pincheira,
que nadie sabe donde quedó. Todo termina cuando el sol aparece
(leyenda recogida por Oreste Plath).
La prolongación de las luchas independentistas tuvo como conse-
cuencia una desventaja de inicio en la economía de Concepción, con res-
pecto al centro y al norte. Aun más, el terremoto de 1835, llamado “la
ruina”, asoló una vez más a la zona. Pero justamente el mismo año de “la
ruina”, empresarios británicos y norteamericanos comenzaron a impulsar
la molinería del trigo, que tuvo su centro en la antigua caleta del Tomé y
que sacó a la región del marasmo económico en el que la sumieron las
guerras de la emancipación. Durante el auge molinero de mediados del
XIX, con la demanda de California y Australia, por Tomé salía casi el 70%
de las harinas nacionales.
Fue en esa época que se produjo la “Revolución de 1851”, que ha
344 sido interpretada tradicionalmente como un movimiento que revistió un
carácter regionalista frente al centralismo, una última manifestación del
regionalismo penquista. Cabe preguntarse si realmente fue así, porque
desde la perspectiva económica, la región estaba fuertemente vinculada al
centro, ya que la colocación de las harinas en el mercado externo era
realizada por las casas comerciales de Valparaíso. Esta vinculación y de-
pendencia económica, hace difícil entender el movimiento de 1851 como
expresión del regionalismo. Tal vez la hermenéutica nos podría llevar a
interpretarlo como una prolongación local de la pugna política en el cen-
tro. Se necesita, pues, una mayor profundización en este problema.
Volviendo al plano económico, digamos que el ciclo de apogeo fue de
corta duración. Sin embargo, por entonces empezaban las explotaciones
carboníferas en el golfo de Arauco. Matías Cousiño instaló en Lota el que
fuera considerado el más moderno centro productivo del país en el siglo
XIX, con técnicos y hasta obreros especializados extranjeros y con la intro-
ducción de la maquinaria a vapor por primera vez en la economía chilena.
Se formó una identidad local, el mundo del carbón, con empresarios,
técnicos y funcionarios extranjeros y, sobre todo, el trabajador y la familia
popular del carbón, cuya vida transcurrió en medio de la pobreza, la insa-
lubridad, la promiscuidad y el hacinamiento.
Las condiciones de trabajo eran muy duras, y la muerte rondaba con-
tinuamente la faena. Eso acentuó las enfermedades sociales como el
alcoholismo, la delincuencia y la prostitución. A pesar de su cotidia-
neidad precaria o quizás justamente por ello, los obreros del carbón
desarrollaron una dignidad a toda prueba y constituyeron por más
de cien años uno de los pilares fundamentales del movimiento obre-
ro chileno. Fue característico de ellos la creación de redes sociales y
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Roberto Hozven
Profesor de Literatura
T al vez la ciudad sea el único lugar donde nos encontramos a diario cons- 347
truyéndonos ambientes madurados al tamaño de nuestra vida y fantasías.
Un “ambiente” es una atmósfera favorable para la eclosión social de nues-
tra intimidad, una “picada” urbana, y no ya sólo comestible, que se “dis-
fruta por el número reducido de personas que están en el secreto del dón-
de, cuándo y cómo” (define el Diccionario ejemplificado de chilenismos, de
Morales Pettorino). Hay ciudad allí donde un conjunto de ciudadanos se
descubren solidarios en usos, costumbres y secretos recíprocos; esto los
torna conciudadanos. Luego, no hay designación objetiva para el ciudada-
no, sólo la hay por reciprocidad: “es ciudadano mío aquel para quien yo
soy su ciudadano” (escribe Emile Benveniste). Esto hace de la ciudad un
lugar de encuentros escogidos, a la vez cómplices y esquivos: sólo en ella
–si tenemos energía– podríamos llevar varias vidas a la vez. Aunque así
como muchos parientes no garantizan la existencia de una familia, la reci-
procidad entre los ciudadanos tampoco obliga destinos homogéneos. La
ciudad necesita de repliegues topográficos donde puedan alternar las va-
rias sociabilidades que allí conviven.
Dos experiencias de la ciudad: no es igual la felicidad de descubrirla y
de recorrerla con los ojos del primer día, experiencia toda ella hecha de
sorpresas, que revisitarla por segunda vez. Revisitar una ciudad es reco-
nocer muchas ausencias: ya no estoy con el vigor de entonces, o con la
esposa que estaba, así como tampoco mi restaurante habitual; algo ha sido
barrido bajo la lápida. Algo ya no tiene cabida y duele en algún recodo del
alma, incluso uno descubre que el alma no coincide con la cédula de iden-
tidad. Se vislumbra que algo no se hizo bien; sobreviene como un ahogo,
utópico, de todo lo que se hubiera podido hacer mejor. Uno se angustia, de
nuevo, inútilmente, por algo de lo que había dejado ya de angustiarse
REVISITANDO CHILE
hacía mucho tiempo. ¿Será que al revisitar una ciudad, a pesar de todo el
tiempo transcurrido entre el antes y este ahora, uno vislumbra todavía que
no se podría hacer mejor lo que una vez se hizo peor? Frente al escenario
del cambio mismo, uno se descubre el mismo. Ante esta experiencia urba-
na aplastada por el destino de la repetición y la nostalgia; habría que opo-
ner la experiencia modernista, rubendariana, de la ciudad. Ver la ciudad
como la proyección de una topografía interior deseable: revertir sobre la
interioridad de los conciudadanos que habitan la ciudad el espíritu del tiem-
po que hizo posible sus cambios. Este espíritu no es otro que la libertad, la
libertad de elegir un destino o un escenario mental diferente del repetiti-
vo en que nos uniforman los prejuicios del destino o del espacio-tiempo
en que residimos.
En mis tiempos de estudiante, la vida urbana de Concepción se con-
centraba en una larga calle que la cruzaba de este a oeste: la calle Barros
Arana, cuyo tránsito le daba la espalda al mar y, acaso también, al mare-
moto que hizo refundarla en otro emplazamiento. La intrahistoria de Con-
348 cepción se reciclaba en esta calle y en los alrededores de su centro, la plaza
de armas, hacia la cual convergían bares, pensiones, librerías, catedral,
cines, restaurantes y teatro universitario. Otras tantas zonas de imanta-
ción y de vértigo donde los jóvenes recién venidos de todo el país procurá-
bamos conocernos, centrarnos y, por supuesto, dispararnos por las otras
intersecciones que cruzaban Barros Arana, de norte a sur y viceversa. Barros
Arana con Paicaví era la esquina habitual hacia el hormiguero universita-
rio. Barros Arana con Orompello, hacia el norte, era el prostíbulo, “el
oleaje ronco donde echábamos las redes de los cinco sentidos”; hacia el
sur, era el departamento abierto de Hilda y Gonzalo Rojas, donde siempre
había conversación, medio habano (“más es vicio” –decía don Gonzalo) y
mucho “zumbido de la abeja”. Barros Arana con Aníbal Pinto, cinco cua-
dras hacia el sur, desembocaba en el largo y hermoso parque Ecuador,
paralelo a la avenida Víctor Lamas, que servía de zócalo al cerro Caracol.
Este cerro limitaba Concepción por el sur y hacía evidente un parecido
común a la mayoría de las ciudades chilenas, comenzando por el horroro-
so San Cristóbal santiaguino. El ornato de la naturaleza alcanzaba a la
altura del ojo callejero. Más arriba de su zócalo maquillado de arbustos,
árboles y pasto acogedor, el cerro Caracol era un depósito clandestino de
basuras y hábitat diurno y nocturno de indigentes y maleantes. Invisible
para los funcionarios rumbo a sus oficios cotidianos, no lo era para las
exploraciones pasionales de los estudiantes en búsqueda de espacios pri-
vados para sus expansiones amorosas. Andy Warhol valoraba las ciudades
norteamericanas, por sobre el campo, en la medida en que las primeras
contenían al segundo bajo forma de parques, mientras que estos “campos
en miniatura” no contienen “pedazos de ciudad”. El cerro Caracol revertía
esta observación de Warhol. Nuestros “campos en miniatura” sí contienen
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provinciana calle Barros Arana. La pasión política, una vez más, fue nues-
tro acceso a la globalización; por fin éramos contemporáneos del mundo.
Concepción, a través de sus líderes estudiantiles, interpelaba a las metró-
polis de la modernidad, en su mismísimo presente neocolonizador. Las in-
terpelaba a patadas (a la mano extendida de Robert Kennedy en el gimna-
sio de la universidad) y también con el discurso subalterno del pliego de
peticiones, asumido con la convicción de quienes actuaban imbuidos de
inobjetables principios revolucionarios antiimperialistas. Fuimos unos re-
plicones obsecuentes o, dicho en lenguaje de hoy día, nos mimetizamos
con la corrección revolucionaria del momento; aunque, por cierto, sin de-
jar de cobrar las rentas de nuestra situación de víctima atropellada en sus
derechos de víctima. Víctimas maquilladas, pero con derecho a pataleo. Pa-
tadas que, por lo demás, tuvieron un provechoso desenlace académico: con-
tribuyeron a la creación de los Centros de Estudios Latinoamericanos en
las universidades estadounidenses. John Kennedy decidió que había que
investigar sobre el origen de estas patadas destinadas a su hermano.
350 Al igual que las rutas disidentes que intersectaban la calle Barros Ara-
na de norte a sur, en Concepción tuve la fortuna de conocer y frecuentar
caracteres, en realidad personajes, muy singulares. Hombres y mujeres que
se esforzaron por encarnar, diariamente, valores cívicos y culturales dignos
y generosos. Valores universales, pero que la mayoría, por cobardía, por
acomodación, por rutina, terminamos sacrificando en la calle lo mismo que
reverenciamos en el púlpito o en el estrado público. Los personajes a que
me refiero, en cambio, insistieron diaria e incansablemente en la minúscula
dignidad de cada cosa. Fueron disidentemente performativos: hacían lo
que decían y nos enseñaron con sutileza la obligatoriedad de lo que ha-
cían. Fueron brújulas vivas que indicaban un norte invariante; pudiera
éste ser equivocado, pero en su misma equivocación siguieron siendo pun-
tos de referencia. No fueron oportunistas ni chuecos ni imbunches. Des-
pués de todos estos años, creo que ellos encarnaron la red extensa de la
Universidad de Concepción. Extensa porque ellos hicieron universidad con-
viviendo en y con la ciudad; a diferencia de las universidades santiaguinas,
la atmósfera universitaria y su barrio se extendían por la ciudad (con la
excepción de los altillos del Caracol).
El primero de estos hombres-universidad fue Luis Muñoz González.
Profesor de Literatura Española, jefe del Departamento de Español de la
Universidad de Concepción y encarnación permanente de la decencia. La
autoridad de Luis Muñoz residía en su saber, mediato, de lo que era justo
o no hacer; siempre sabía cómo proceder allí donde y cuando el resto sólo
actuábamos orientados por las conveniencias de lo inmediato. Su actuar
se remontaba al horizonte del bien común, el que rara vez coincide con el
egoísmo contingente o con la trastada hacia los que envidiamos. Por esto,
el sentido de sus acciones se nos revelaba a posteriori. Era un gran organi-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Gonzalo Rojas
Escritor
N o fui feliz, como dice Borges. Muerto el padre, vine de Lebu a Concep- 353
ción allá por el 26 del otro siglo sobre los ocho de mi edad y no fui feliz.
Aun huelo la vaharada del carbón de piedra encima de ese tren –el Bío-
Bío casi seco abajo–, de ese tren traqueteando por los durmientes, llegan-
do a duras penas desde Curanilahue con todos lo huérfanos adentro: la
madre, los hermanos, acumulados en esos tablones destartalados por asien-
to, sin olvidar al otro huérfano de la casa que era el hambre. Así, la vez
primera, se me dio Concepción. Así y de ninguna otra manera. ¡Si es que
se me dio! Porque tuvieron que pasar otros 26 años –hasta allá por el 52–
para que se me empezara a dar menos desollante, con otro vuelco de for-
tuna. Aunque de veras no se me dio nunca, y no por desdén ni por rencor.
Será la imantación difícil de la ciudad que te amarra y te hurta, te acoge y
te rechaza. Pregúntenselo a Lipzchütz, por ejemplo, a Carlos Roberto El-
gueta, a los hermanos Valenzuela Carvallo. Lo cierto es que lo que preva-
lece en mí, en mi trato con la bella ciudad, es algo así como un vaivén
pendular que enciende en mí la imaginación y hasta el coraje y a las veces
me aparta. Más claro: Concepción me es y no me es. Aquí leí por primera
vez a Píndaro, a Rimbaud. Aquí escribí y desescribí. Aposté a santo, a rey,
y necesariamente perdí. Aposté a perdedor y se me dio la poesía. L’ostinato
rigore: la conciencia del límite y la conciencia del lenguaje. Justo aquí es-
cribí Contra la muerte el 64, a dieciséis remotos del primero.
Mucho antes, a los 17, me embarqué lloviendo en Talcahuano y fui a
parar a Humberstone donde otras circunstancias me convencieron de que
diera mis exámenes de quinto año en Iquique. Total, yendo-viniendo, volví
a la imantación de Concepción donde estaba mi madre y anclé –ya nave-
gado– en el viejo liceo. Aquí estudió casi toda mi parentela (mi primogé-
nito inclusive): los Rojas, los Pizarro, por la cuerda sanguínea, y también
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los de la parentela imaginaria siempre tan honda en mí: los Lillo, con
epicentro en Baldomero, y algo más tarde Santiván, y –mucho más acá–
Diego Muñoz, sin olvidar a Cid, Teófilo Cid, empedernido en su “amardi-
tamiento”. A Giordano, a los dos Giordano sin olvidar (cada uno en su luz),
a Domingo, a Domingo Robles, a Óscar Vega, a Darío Pulgar, a Miguel que
apostó a cambiar el Mundo, a Claudio Sepúlveda, a Jorge Gutiérrez, al gran
Ramón Riquelme, al Bauchi, al Luciano, a Sergio Ramón Fuentealba, a
Rodrigo Tomás, a Darío Ulloa, a los hermanos Duvauchelle, a Pacían, a
Pacían Martínez que conoce el mito de Concepción como ninguno, cuya
prodigiosa memoria lo ata a la mismísima Mnemosyne. La nómina ante-
rior no excluye por supuesto a otras figuras juveniles de algún otro plantel
que confluyeron a las aulas académicas como Raimundo González Aninat
o Arturo Hillern cuya dignidad y grandeza enriquecieron a esa misma
promoción.
Volviendo otra vez a mi adolescencia lentiforme, no fui un gran estu-
diante pero ese año 36 recibí –cómo decirlo– la transfusión de la rebelión
354 por parte de algún maestro libre que me hizo más libre: don Carlos Oliver
Schneider, por ejemplo, que me habló por primera vez de Simón Rodrí-
guez, preceptor de Bolívar, y no me importa repetirlo, quien anduvo bajo la
lluvia de Concepción con su Rousseau a cuestas y su utopía de la Patria
Grande que después hiciera suya Martí, las sandalias polvorientas, y su fá-
brica de velas de sebo, de “alumbrado” a escala de los dioses, y se me entien-
da la bisemia. Así, pues, gracias a Carlos Oliver que me enseñó botánica y
geología entre el liceo y las vegas de Hualpén, y tantas cosas más, vine a
entender aquello de que las patrias que olvidan, más que olvidan, des-
aprenden, según dice la Mistral, y –más que desaprenden– desperdician.
Cosas que pertenecen y cosas que no pertenecen, dice el huaso: hay cole-
gios que imprimen carácter y colegios que no imprimen carácter. El Liceo
de Hombres de Concepción, donde me hice bachiller del aire, imprimía
carácter, tanto como el Barros Arana de esas fechas, o el Nacional de San-
tiago, o el Eduardo de la Barra de Valparaíso, donde enseñé después. Tan-
to y tanto humanismo que perdimos con las mutilaciones y las presuntas
modernizaciones; y no es quejumbre. Hablo del plazo en el que las humani-
dades lo eran de veras: peso y gracia a la vez, lucidez y coraje; y además
imaginación y mente crítica, y –en una misma urdimbre– contemplación y
acción, según la exigencia de Sarmiento. El que me impactó; y, claro, por
haber jurado en Monte Sacro de Roma la libertad de América con Bolívar,
y por haber vivido entre nosotros. Maquegua adentro, por Curanilahue,
fue Simón Rodríguez. ¡Y por venezolano universal como Miranda y Bello!
Pocos recuerdan que aquí mismo en Concepción escribió en 1834 su Tra-
tado sobre las luces y las virtudes sociales. Figura en fin desigual si se quiere y
algo disperso a los De Rokha de nuestros días, pero precursor genuino del
socialismo utópico entre nosotros. Extraño, extraño todo. Pasó el socialis-
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mo científico; parece que pasó. Pero nos quedó el utópico, la quimera del
oxígeno imprescindible. Algunos transgresores inmortales –el Che Gueva-
ra por ejemplo que hace 50 años entró volando por Temuco en su moto,
un Miguel, y tantos más– apostaron su vida a la quimera. Una frase vigen-
te que no olvidé jamás de Simón Rodríguez, leída por mí en la biblioteca
del liceo: “Hacer negocio con la educación es miseria”. Qué hubiera dicho
ahora el viejo libertario que habló con idéntico dominio el francés, el in-
glés, el alemán, el portugués y el ruso. ¿Qué habría dicho de la fanfarria
consumera, la pavorosa liviandad, la pululación bacteriana de no sé cuán-
tas universidades que hacen eso: negocio?
¡Y mi Liceo!
¡Lo que le debo a la Biblioteca espaciosa de ese segundo piso! Allí leí
a mi Nietzsche por primera vez, quien me enseñó a medirme por las cum-
bres. Pero sobre todo descubrí en esos anaqueles lo mejor del pensamien-
to de América con Martí a la cabeza; con Bello, con Bilbao, con Lastarria,
con Hostos, con Rodó. Aprendí en Pérez Rosales el latido genealógico de
cuanto somos y hemos sido. Por lo visto no fui un buen estudiante siste- 355
mático pero cuánto leí ese año último de mis humanidades frente al cerro
Caracol. ¡De Homero a Apollinaire! Señalo eso con insistencia para que
advirtamos cómo operaba el gran liceo de ese plazo en nuestra formación,
sembrando en cada uno la libertad de acuerdo con su respectivo talante.
Estoy hablando desde mi horizonte vivido, ya se ve, sin estimarme para-
digma de nadie. Somos el sentimiento de serlo todo y la evidencia de no
ser nada. Aunque aparentemente distante de nosotros, el 18 de julio de
ese año estalló la grande en España y eso nos exigió situarnos. También
España estaba al fondo de cada uno y ello no estorbaba a la pena araucana
que todos llevamos dentro en el decir de la Mistral.
Me atrevo a una confesión para terminar el párrafo en seco, sin nos-
talgia insidiosa. Ése fue el año que germinó en mí la idea del diálogo.
Pensé que un siglo escaso –de 1842 al momento que vivíamos– no autori-
zaba arrogarnos madurez, antes bien nos imponía retomar el paso de Be-
llo y de Sarmiento, de Bilbao y Lastarria, esto es mirar con ojos nuevos lo
que ellos hicieron en su día, y asimismo proyectarnos hacia adelante en
las décadas que nos tocara vivir. Esa obsesión de descifrarnos, o intentar
descifrarnos, no paró nunca en mí hasta que, más de veinte años después
(1958-1962), en la sazón de los 40, la edad de la razón, que dice Sartre,
pude configurar los encuentros de Concepción durante cuatro veranos
por demás intensos con el designio genérico de Imagen y Realidad de
América Latina.
Así se puso en marcha mucho antes del “boom”, un nuevo estilo de
autoanálisis continental merced al ejercicio del diálogo limpio y polémico
al convocarnos sin prejuicio alguno, ni religioso ni político, ni desde luego
estético y en el que pudimos escuchar el qué somos y el qué podemos ser
REVISITANDO CHILE
Orompello
Que no se diga que amé las nubes de Concepción, que estuve aquí esta década
turbia, en el Bío-Bío de los lagartos venenosos,
como en mi propia casa. Esto no era mi casa. Volví 359
a los peñascos sucios de Orompello en castigo, después de haberle dado
toda la vuelta al mundo.
Orompello, Orompello.
Pesadilla de esperar
Omar Lara
Poeta
360 S upongo que me cautivó, en los escarceos primeros de este intento por
fijar algunas notas acerca del concepto de identidad, o mejor dicho de la
búsqueda, perfilamiento, definición, intuición de un sentido de la identi-
dad, el título sugerente de un libro de Hans Georg Gadamer, ¿Quién soy yo y
quién eres tú? Y tal como le ocurría a este lúcido pensador con los poemas del
inquietante rumano-alemán Paul Celan, a nosotros –a mí, en este caso– nos
ocurre saber que la idea de identidad nos llega pero no damos con ella.
Esta dicotomía, por demás, nos da un primer mensaje, una primera
insinuación para integrarnos a la materia que nos ocupa: la identidad,
como el propio concepto lo indica, necesita, de partida, del otro, requiere la
comunicación para, de ese modo, empezar por constituirnos en nosotros
mismos. Sin la experiencia de mí que tú tienes, no existo. Se requiere de
una comunicación, de un diálogo respetuoso, solidario, integrador, no
avasallador, no destructivo, no ninguneador. Imposible obviar, al respec-
to, la experiencia cercana y demoledora de la dictadura: los mensajes más
nítidos eran allí, justamente, la no existencia del otro y la desaparición de
la historia. Chile comienza hoy, era el lema recurrente. ¿Cómo hablar
entonces de historia, tradición, mitos, sueños o identidad en ese marco de
tensa crispación y negaciones? Sin olvidar que en el campo de la cultura,
por lo menos en el de la literatura, el discurso fue observado y asumido
rigurosamente y aparecieron los poetas adánicos, los poetas sin tradición
chilena, los poetas nacidos del soplo divino.
Creo que hablar de identidad, por mucho que la palabra se nos con-
vierta en una especie de piedra caliente imposible de mantenerla en juego
por mucho tiempo, implica ya una actitud positiva y respetuosa.
Así, insisto con una postura nacida y asumida en la escritura de un
trabajito sobre mi propia poesía: si intento dilucidar algunos rasgos y ran-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Y en esa tarea participamos todos los seres, desde nuestra propia in-
timidad y a partir de nuestra relación con el otro, en el diálogo, en los
sueños. Mito, sueños, diálogos, palabras reiteradas, insistidas casi conmo-
vedoramente en las notas relativas al Bicentenario.
Podríamos decir que vamos construyendo nuestra identidad con pre-
misas y condiciones muy determinadas, entre éstas las económicas, las
políticas, las de tradiciones, las históricas, las lingüísticas, las creencias re-
ligiosas, las geográficas, etc. En una interacción constante de nuestra inti-
midad y el mundo exterior. Con la expresión, al decir de Carl G. Jung,
citado en el libro Mitos, sueños y religión, de los factores psicológicos que nos
vinculan con ese mundo exterior y, entonces, entre nosotros mismos: la
sensación, el pensamiento, el sentimiento y la intuición.
La sensación, dice Jung, es la función que nos dice que algo existe: el
pensamiento nos informa sobre lo que es aquello que existe; el sentimien-
to nos advierte sobre lo que aquello vale para nosotros y la intuición nos
permite valorar las posibilidades inherentes en el objeto o su situación.
362
Jung reconoce también cuatro funciones psicológicas que abren progresi-
vamente las cámaras profundas de nuestra naturaleza. Éstas son: la memo-
ria, los componentes subjetivos de nuestras funciones conscientes, los sen-
timientos y las emociones y las invasiones o las posesiones, donde los
componentes de lo inconsciente irrumpen en el campo de lo consciente y
toman el mando. El área de lo inconsciente es enorme y continua, mien-
tras el campo de la conciencia es restringido y es la visión del momento.
No obstante, este campo restringido es el de la vida histórica y no ha de
perderse.
Sabemos que en el origen de la sociedad está el lenguaje y en los
orígenes de éste se encuentra la necesidad de la elaboración de los mitos y
creencias. Detengámonos un momento, y muy brevemente, claro está, en
las ocurrencias inventivas del lenguaje en el ámbito de nuestra región. En
este lento proceso de averiguar y escudriñar quién soy yo, quién eres tú,
la ciudad y la zona ofrecen un marco de referencia de indudable significa-
ción. Entre los narradores, ineludiblemente debemos mencionar a Daniel
Belmar, el buceador de la noche penquista en su novela Los túneles mora-
dos, las orgías estudiantiles en la obra de Erich Rosenrauch, la picardía
noctámbula en la de Manuel San Martín. Entre los actuales, imprescindi-
ble es mencionar a Andrés Gallardo, Jaime Riveros, David Avello.
Pero es en la poesía donde encontramos ejemplos de un venturoso
acecho a la realidad regional, no sólo en la creación misma sino también
en la revisión crítica y sistematizada de este quehacer. Paradigmáticos nos
parecen dos libros antológicos producidos en la ciudad: Treinta años de poe-
sía en Concepción, de Jaime Giordano y Luis Antonio Faúndez, y Las plumas
del colibrí, de María Nieves Alonso, Juan Carlos Mestre, Mario Rodríguez y
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Cuello de cántaro
El mundo parecía haber perdido
Su respiración
y ningún testamento me había señalado
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Roberto Lira
Arquitecto
El árbol
Cuando pedimos a los niños, a la gente en sus vecindarios, que dibuje un
entorno agradable, que dibuje su barrio tal como le gustaría que fuese o la
mejor parte de su ciudad, hay imágenes simples que se reiteran: flores, ár-
boles, casas y áreas verdes en un paisaje. Es como si la imagen del entorno
deseado estuviera sintetizada en símbolos muy simples. De ellas destaca
siempre el árbol. Y es que éste, en todas las culturas, ha tenido un signifi-
cado trascendente, casi siempre relacionado con los mitos y la religión.
REVISITANDO CHILE
Los mapuches los consideraban “antenas” hacia otros mundos por medio
de los cuales podían hablar con poderes superiores; en Europa hay múlti-
ples árboles de carácter sagrado o cargados de respeto por la tradición:
Buda recibió su iluminación bajo un baniano.
En la actualidad, la imagen del árbol nos evoca la naturaleza, aquello
que es más puro o menos contaminado por las externalidades negativas
de la ciudad. Sin embargo, esta relación que hacemos es más un producto
cultural que una condición de nuestro carácter. Antes, en la Edad Media,
por poner un ejemplo, los bosques eran un símbolo de lo peligroso, de las
bestias y los bandidos. Hoy son un símbolo que resume las aspiraciones de
quienes, agobiados por la ciudad (o la sociedad), necesitan recordar la natu-
raleza, volver a sus ritmos, apreciar y gozar de su variedad y beneficios.
La identidad
En este documento sostenemos que el uso de la vegetación, particular-
mente de los árboles, en los espacios públicos puede ser –mediando un
366 adecuado diseño urbano y paisajístico– un importante elemento para de-
finir el carácter de una ciudad y la identidad de sus ciudadanos, creando
un sentido de pertenencia a un bajo costo relativo.
De acuerdo a Aristóteles, “las cosas son idénticas del mismo modo en
que son unidad (...) Es, por lo tanto, evidente que la identidad de cual-
quier modo es una unidad”. De ello podemos inferir que la idea de identi-
dad está unida a la idea de unidad.
Cuando decimos que nos identificamos con algo, establecemos un
juicio de valor en cuanto a nosotros mismos, en el sentido de que hay una
unidad entre aquello con que nos identificamos y nosotros: que ello y
nosotros, al menos en algún plano de comparación, somos uno.
Por otro lado, identificar es “hacer que dos cosas que en realidad son
distintas aparezcan y se consideren como una misma”.
Al declarar que nos identificamos con una ciudad, por ejemplo, im-
plicamos que nosotros y la ciudad, en un cierto aspecto, somos lo mismo.
Estamos diciendo que nuestra identidad, aquello que nos hace individuos
únicos, tiene, entre muchos otros aspectos de nuestro carácter y experien-
cia, incorporada la idea de que esta precisa ciudad es nuestra, que crecimos
en ella y en ella desarrollamos nuestra imagen del mundo y que, por eso,
nos sentimos pertenecientes a ella. Razonando en modo inverso, pode-
mos concluir que parte del carácter de la ciudad, la manera como es, tam-
bién se entiende por la identidad de sus habitantes.
Cuando hablamos de ciudades que tienen más o menos identidad,
en realidad nos estamos refiriendo a su carácter, a los elementos de ella
que ayudan a distinguirla de las demás, a las características (las señas, las
marcas) que nos permiten formarnos una imagen, un “mapa mental” de
su forma y contenido, el que debe ser claro y compartido por sus habitan-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
tar. Por otra parte, el corredor bioceánico entre Bahía Blanca, en Argenti-
na, y Talcahuano abre enormes oportunidades para que Concepción se
transforme en un centro de transferencia y de negocios a nivel continen-
tal. Para que ambos destinos ocurran, la ciudad debe brindar un entorno
de calidad, debe tener una presencia clara, un carácter. Debe ofrecer a sus
habitantes y a quienes nos visiten, además de posibilidades de desarrollo
económico, las oportunidades de recreación y de encuentro con otros ha-
bitantes que la transformen en un centro destacado. Si queremos, por
ejemplo, que las casas centrales de las empresas se instalen en Concep-
ción, la ciudad no sólo debe ofrecer facilidades para los negocios sino tam-
bién espacios para el desarrollo de las familias que se radiquen en ella.
Muchos alegan la falta de identidad de Concepción (aunque, como
ya dijimos, deberían referirse a su carácter). ¿Pero es esto cierto? No es tan
claro. Su entorno natural es de los más distintos del país. Ríos, cerros,
bahías cercanas, cinco lagunas urbanas, su particular disposición en el valle
de La Mocha, el trazado en damero del centro de la ciudad, los nombres
368
indígenas de sus calles, contribuyen a formar en la mente de sus habitan-
tes y de quienes la visitan una imagen bastante distinguible.
Lo que reclamamos del carácter de Concepción es una arquitectura
que se relacione mejor con el entorno, hitos urbanos mejor aprovecha-
dos, una mejor relación del trazado urbano con los elementos de un paisaje
elocuente, calles que sirvan más al peatón, al juego de los niños, al encuen-
tro de sus habitantes, que al automóvil (al que el paradigma de la moderni-
dad ha entregado gran parte del espacio urbano). Si bien a la escala de la
ciudad hay elementos que la hacen distinguible, falta un carácter propio en
cada barrio. Éstos los hemos construido pensando más en soluciones habi-
tacionales que en la creación de un entorno en el cual la gente se relacione
con otros, con los que se sienta hermanado y, por ese camino, se sienta
parte de un destino común. Los barrios son el lugar por excelencia de la
socialización, especialmente de los niños. Es allí donde se aprenden los
usos sociales, donde los valores se consolidan, donde las ideas comunes
respecto del grupo ciudadano se establecen. El lenguaje, los dichos, las
modas, los gustos, el respeto por los demás, se establecen en la interacción
que se produce desde niño en la calle. Es decir, donde principalmente se
crea la identificación con el grupo social.
cada vez menos) la calle Collao y que nos recuerdan que allí estuvo la
entrada principal a Concepción. O cuatro inmensos acacios que marcan
en Lonco lo que fue la entrada al fundo Loncomilla. O el enorme pimien-
to en calle Ongolmo al llegar a Manuel Rodríguez, que es testimonio de
una gran arboleda que se extendía hasta la laguna Las Tres Pascualas.
También los tilos de la Plaza de Armas, el florecer de las camelias y los
magnolios que anuncian la primavera y los hermosos árboles del Parque
Ecuador que sólo aparecieron para la ciudad cuando se consolidó el par-
que hasta la calle Arturo Prat.
Sólo luego de los años sesenta se comenzó a hacer plantaciones más
sistemáticas de árboles en las calles de la ciudad. Hoy ya tenemos calles
características por sus arbolados, aún jóvenes, como es, por ejemplo, Cha-
cabuco con sus liquidámbares. Sin embargo, vemos con qué facilidad se
talan los árboles –nuevos y viejos– al menor pretexto. Al respecto es bue-
no considerar que según el Departamento de Aseo y Ornato municipal,
anualmente se planta mil árboles, de los cuales sobrevive un 25%. Pero
también se pierden cien árboles maduros, muchos de ellos por tala (a ve- 369
ces sólo porque un vecino lo pide). Sumando y restando, al año cambia-
mos cien árboles grandes que dan sombra y carácter a su entorno por
doscientos cincuenta árboles de dos metros de altura y un centímetro de
tronco.
Promovemos la idea de que la ciudad debe adoptar una política sobre
su paisaje urbano.
El paisaje es aquello que abarcamos con la mirada y que tiene una
textura visual distinguible. Así, la búsqueda de un paisaje urbano cohe-
rente debe principalmente incorporar la arquitectura y el elemento vege-
tal de la ciudad, en especial los árboles.
Un fuerte carácter de la ciudad, democráticamente generado, debe
ayudar a cohesionar al grupo social en que vivimos en torno a ciertos
valores comunes, a cierta manera de entender las relaciones sociales. Un
aumento en el sentido de pertenencia producido por esta identificación
con la ciudad y con el barrio debe desarrollar un mayor compromiso con
su destino.
Conclusión
Hemos hablado de identidad y carácter. A mi modo de ver, las ciudades no
tienen identidad sino carácter. La palabra carácter viene del griego “gra-
bar” y se refiere a la marca, al sello que se pone en algo. El carácter, la
forma distinta de la ciudad, se la vamos dando con nuestras obras arqui-
tectónicas, con su diseño y paisaje urbano. Cuando decimos que una ciu-
dad tiene carácter, estamos diciendo que su marca, su forma y la disposi-
ción de sus elementos, visibles e invisibles, la diferencian de otras ciudades
y nos permiten formarnos una imagen mental clara de lo que ella es.
REVISITANDO CHILE
Juana Paillalef
Directora Museo de Cañete
mismo tiempo abrir los espacios de participación a quienes son los autén-
ticos propietarios del patrimonio cultural que conserva el museo. De igual
modo, para que se replanteen y cuestionen los diversos hechos históricos
que permanecen en la memoria de sus protagonistas y que de alguna
manera han aportado a la creación de una identidad en este rincón de
Chile.
Pero esto no es suficiente si queremos alcanzar una sociedad caracte-
rizada por una valoración multicultural. Debemos asociarnos a la educa-
ción formal y a los medios de comunicación para llevar a buen fin nuevas
y positivas relaciones que fomenten un futuro con respeto a la diversidad
en todas sus expresiones. Así podremos preparar a nuestros niños y a nues-
tras futuras generaciones bajo conceptos y prácticas de respeto multicul-
tural en donde haya espacios para mujeres, hombres, ancianas y ancia-
nos, jóvenes, niñas y niños, urbanos, rurales, indígenas y no indígenas,
relacionando nuestra vida con el patrimonio natural, ya que somos hijos
de la tierra; ella nos recibe cuando arribamos a este planeta y también nos
374 acoge cuando partimos.
Un museo debiera incluir estos componentes intangibles del patri-
monio de los pueblos, de modo que se convierta en un centro cultural
amplio y diverso, que convoque e incorpore la realidad histórica y cultu-
ral local, que impulse el encuentro entre el Ser y su entorno social, histó-
rico y cultural, para así concebir un nuevo paradigma que cree conciencia
y futuro a partir del pasado.
Tal como lo dije anteriormente, el ser una mujer que tuvo la suerte
de nacer en tierras mapuche, escuchar junto a mis hermanos alrededor de
un mate de otoño las historias de los abuelos, relatar esas mismas historias
a mi hija en las prácticas cotidianas y domésticas, es lo que me fortalece y
permite continuar con esta tarea.
Estoy convencida de que ese conocimiento debo compartirlo con to-
dos aquellos que quieran y estén dispuestos no sólo a escuchar sino tam-
bién a difundir la identidad que nos une y nos enriquece en la diversidad,
y a aprender de esta manera a ser diferentes y vivir juntos, porque ésta es
la gran tarea y responsabilidad que nos corresponde a cada uno de noso-
tros más allá de nuestras válidas diferencias.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
VI. EL SUR
376
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Ximena Navarro
Arqueóloga
una necesidad de contar con una reserva cultural. Se buscan así las iden-
tidades étnicas, surgen nuevas, se hacen manifiestas las de género brotan-
do nuevas bandas sociales. En ellas se dan naturales redesplazamientos de
los ejes de posicionamiento hacia el pasado, hacia la definición de espacios
territoriales actuales y de otrora, y hacia la defensa del patrimonio cultu-
ral colectivo.
Mi hábitat laboral, mi nicho, es el pasado, donde funciono y me in-
miscuyo disciplinariamente, estableciendo como principio articulador el
aseverar que son las experiencias de este pasado las que no se deben ni
pueden obviar. La modernidad trata de hacer invisible el recuerdo de lo
anterior, no funcional a nuestras vidas, por ello me preocupa la visión
preestablecida y no reflexiva de muchos de nuestros conciudadanos cuan-
do muy simplemente argumentan que el pasado no tiene importancia,
que no existe, o lo mantienen ignoto, extraño o exótico. Hay que superar
esa imagen, ese prejuicio arraigado y la mirada mediocre de establecer
aquél como algo lejano e inherente a sociedades prehispánicas que no nos
378 tocan, que se nos tornan tan exóticas y diferentes que nos es fácil olvidar
porque no nos conmueven, no nos identifican. Es decir, hemos ido esta-
bleciendo con las mismas una suerte de teleologismo cultural a pesar de
que ellas están aquí presentes, respiran, piensan, crean y viven en la cul-
tura mapuche, pehuenche o huilliche.
Tenemos mucho aún que aprender del pasado, falta mucho aún por
conocer, sobre todo debemos ampliar el grado de tolerancia para aceptar-
lo, para encontrar las matrices en las que nuestros antecesores aprendie-
ron a recorrer, a percibir, a habitar y a hacer suyo este espacio geográfico
lluvioso que hoy nos acoge. Estamos aquí hoy gracias a que las culturas
que nos precedieron mantuvieron una convivencia común y armónica de
larga data con los ecosistemas de bosque, en todas las expresiones que
tiene el bosque templado lluvioso. Analizaré la relación con los espacios
como una primera fuente de conformación de identidad. La conquista del
territorio por parte de los primeros pobladores del sur de Chile tuvo un
carácter de seducción dialógica entre el espacio natural y nuestros antepa-
sados originarios.
¿Cómo se produjo allí en el pasado prehispánico la constitución del
tejido social y cultural? ¿Cómo podemos reconocer la conformación y di-
ferenciación de identidades entre grupos societales?
No es tarea fácil, los arqueólogos eludimos muchas veces estas pre-
guntas por lo arduas y complejas que son, por lo exiguo de los referentes
concretos que podemos encontrar y recuperar de la tierra y otros obstácu-
los que nos desmotivan de seguir. Por ejemplo, el escaso impacto que tie-
ne este conocimiento en la vida cotidiana. Tal vez uno de los factores esen-
ciales para entender la constitución de identidades colectivas, no sólo en
el sur, es redescubrir cómo se fueron estableciendo los vínculos persona-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
les y colectivos con el entorno natural. Cada colono que llegó a habitar el
sur en los períodos prehispánicos se fue haciendo parte del espacio y al
conocerlo lo fue respetando y sacralizando. Así se crearon tipos de relacio-
nes múltiples, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días como
expresión de las culturas originarias que aquí también aún habitan.
Es decir, este esencial conector de espacio, anclaje a una realidad
particular del sur de Chile, fue el que experimentaron y crearon los pri-
meros ocupantes de este territorio y que se transmitió a los siguientes y a
los restantes, a los descendientes de descendientes, constituyendo la tra-
ma racional del actual colectivo y la trama del sentir íntimo y perceptivo
construido en y con el bosque templado lluvioso, de araucaria o pehuén,
roblino, siempreverde, de tepuales, de alerces y cipreses. Estas conexiones
profundas que se pierden en el tiempo en esos entornos boscosos fueron
dando paso a las expresiones simbólicas, a las creencias y a las identidades
más profundas, que se ha ido esparciendo y legando generación tras gene-
ración hasta llegar con algunas de sus expresiones a las actuales comuni-
dades humanas sureñas. 379
Los primeros habitantes organizados en grupos familiares llegaron a
explorar el valle de Puerto Montt, posiblemente siguieron más al sur has-
ta Chiloé, habitado por grandes elefantes o mastodontes, entre otras espe-
cies. Este bosque siempre verde les proporcionó plantas medicinales, el
alimento y materias primas y les fue nutriendo de cogniciones, imágenes
y representaciones de mundo. No es casualidad que en Monte Verde, un
sitio paleoindiano cercano a Puerto Montt, se reconocieran las primeras
evidencias de actividades ceremoniales que se tienen de habitantes del sur
de Chile. Allí se creó por primera vez una arquitectura de madera nativa,
y se celebró rituales de curación y/o iniciación como lo fundamenta su
principal investigador, Tom Dillehay.
En las cercanías del lago precordillerano Calafquén, Leonor Adán,
con su equipo de trabajo descubrió hace poco tiempo en un abrigo rocoso,
Marifilo, la ocupación más temprana que se conoce en el área después de
Monte Verde, que dataría de 9.500 años atrás. Probablemente fueron los
volcanes, Villarrica, Quetrupillan, Llaima, los grandes lagos, Villarrica,
Calafquén, los que constituyeron en ese entonces los conectores principa-
les de esos colectivos humanos. Estos antepasados, más recolectores que
cazadores, fueron construyendo un modo de vida con una racionalidad
distinta a la que hoy nos dirige, una que no estuvo seguramente estructu-
rada para satisfacer necesidades básicas para la sobrevivencia sino susten-
tada en alimentar su espiritualidad. Y en este habitar, conversaron con el
ambiente, con los seres protectores en los que creyeron (y que son habi-
tantes también de los mismos espacios), y crearon lazos muy fuertes de
pertenencia. Hoy la cultura mapuche persiste en mantener sus bosques
pues allí habitan los ngen protectores del bosque, del agua. No sabemos
REVISITANDO CHILE
bien cuáles fueron todas las manifestaciones que les permitieron a los pri-
meros pobladores representar su identidad frente a otros, o cómo se dife-
renciaron en sus grupos, pero sí ha quedado algo de estas diferenciaciones
simbólicas, funcionales y estéticas entre hombres, mujeres y niños. Ahí
empezaron a formalizarse engranajes simbólicos que se imbricaron con
un entorno especial a través de un ancestro común que habitaba en ríos,
pantanos, bosques, agua o cerros, fundantes de los mitos de origen.
Estos descendientes de los cazadores y recolectores iniciales consoli-
daron definitivamente sus experiencias e instauraron una nueva zona en
la costa, inauguraron un modo de vida pescador y canoero. Allá los espa-
cios simbólicos, sobre todo los de la muerte, formaron una unidad expre-
siva de identidad amplia y extendida entre la precordillera y en la costa.
En el Calafquén, en el mismo alero Marifilo, mucho tiempo después
un niño de alrededor de 6 años murió y fue enterrado en el mismo espa-
cio que sus antecesores ocuparon originalmente. Hace 6.400 años a.C. fue
puesto en posición encogida, con un ajuar funerario de dos piedras, un
380 raspador y restos de fogón en su pectoral. Mientras, grupos costeros de
esta región, en el litoral de Valdivia, con menos de mil años de diferencia
compartían un ceremonial de entierro (hace 5500 años atrás) semejante
pero para un hombre adulto pescador y recolector marino. Fue enterrado
totalmente encogido, enfardado y con su cuerpo pintado de rojo, mirando
hacia el este, lo acompañaba un ajuar de instrumentos de piedra y a su
alrededor, fogones.
En el golfo de Reloncaví, en Piedra Azul, cerca de Puerto Montt,
pudimos reconocer que también los canoeros de ese entonces tenían la
misma forma de entender el espacio funerario que los de la costa de Valdi-
via y los de la cordillera. En Piedra Azul, Nelson Gaete junto con varios
arqueólogos más desenterraron a tres pequeños niños de meses de vida
que se encontraban en posición fetal y enfardados. Uno de ellos portaba
un collar de dientes de zorro. Se trataba de una sociedad canoera especia-
lizada en viajar largas distancias y que conectó la costa de Valdivia con el
mar interior de Puerto Montt, llegando hasta los canales sureños, hasta
las Guaytecas, y quizá sus fronteras culturales pudieron ser más amplias.
Sobre todo, este demarcador de identidad se ve representado en la forma
de entierro, en el ajuar que acompañaba a los muertos, pero también en
otros vestigios sutiles, como colgantes o adornos. Algunos de estos demar-
cadores indentitarios los encontramos también en los grupos urbanos ac-
tuales, en vestimentas, colgantes o símbolos propios o compartidos. Cual-
quiera fuese el enclave donde se encontraran aquí en el sur, el bosque y el
agua (mar, lagos o ríos) no eran posibles de evitar y supieron en ellos
consensuar experiencias y también aprendieron a diversificarse.
La dinámica del tejido social y cultural del sur siguió nutriéndose en
los inicios de la era cristiana, cuando llegaron poblaciones nuevas que
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
mujeres y niños. Hasta ahora sólo ellas y los niños se han encontrado
enterrados en grandes urnas cerámicas, una forma de identidad de géne-
ro, que además inauguró otro tipo de demarcador al parecer de territoria-
lidad. Se trata de estatuas de piedra, pequeñas, una bicéfala, que aparecen
en lugares que no son cementerios.
Finalmente, antes de la conquista hispánica en la zona de Purén,
Lumaco, Traiguén, y Los Sauces, posiblemente coexistiendo con este Ver-
gel, surgieron nuevos articuladores de identidad, grandes ordenadores del
paisaje que requirieron despejar sectores amplios de bosque. Ya no fueron
simples diferenciadores de edad, o de función y de género, fueron símbo-
los monumentales de grupos posiblemente muy numerosos. No se trata
de señales sutiles para que las identificara sólo el grupo al que pertene-
cían, sino que son montículos artificiales de tierra que se ven desde kiló-
metros y que pudieron ser observados y entendidos por muchas personas
y grupos cumpliendo una forma de delimitar territoriales culturales. Son
los llamados “cueles” o cerritos construidos en sectores elevados. Si nos
382 paramos sobre uno de ellos podemos tener una panorámica de otros más.
Dillehay propone que están alineados, que representaron una ordenación
del espacio ritual y que según los ancianos mapuche del sector habrían
sido lugares de iniciación de la machi.
Desde el destiempo, desde un espacio sureño que ya no es el mismo
porque en las últimas décadas ha sufrido radicales cambios, pero que aún
encierra componentes perdidos de esa fragmentada identidad nuestra, he
escrito estas líneas gruesas de pinceladas de identidad de más de 10.000
años y que se originan de lo macro, de lo vital, de la esencia, de la relación
con la naturaleza. Relación que empezó hace más de 13.000 años en los
bosques valdivianos, el mismo espacio donde arribó ésta, donde arribó la
sociedad occidental que a la vez también lleva ya casi doscientos años
siendo chilena. En este largo trayecto temporal podemos encontrar un
habitar humano y un espacio natural propio y otro humanizado, formas
diferentes de percibir, formas de construcción de realidades.
Estos modos expresivos de destiempos culturales le guste o no a la
modernidad siguen estando de alguna manera con y en nosotros y en los
otros pueblos como el mapuche, pehuenche y huilliche que comparten el
sur. También este pasado activo ha ido haciendo híbrida la modernidad
pura, aunque sea un atropello decirlo. Quizás estas diversas memorias
podrían nutrirse si se dan espacios de intercambio.
Sabemos que el mundo americano era ritual y mítico. Esto no se
puede enterrar completamente pues siempre, por cualquier circunstan-
cia, incluso aquellas relacionadas con el futuro y el desarrollo, el pasado
emerge y nos interpela a hacer un giro cualitativo tan trascendental, y
donde quizá las generaciones que vienen sean más sabias y pueblen de
estos dos elementos la cotidianidad para hacerla prevalecente.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
383
REVISITANDO CHILE
DE LA FRONTERA A LA ARAUCANÍA:
IDENTIDAD FRAGMENTADA
Jorge Bravo
Sociólogo
3. Desde la región
En relación a la identidad de la Araucanía, diremos, como en un slogan
político, que con cambiar su nombre anterior, “ganamos todos”. La Fron-
tera nos retrotraía a la tesis de Sarmiento referida a los conceptos de civi-
lización y barbarie. Por una parte, la civilización estaba representada por
los conductores del proceso llamado de pacificación, fuertemente aferra-
dos al dominio militar que en primera hora representaron los fuertes mi-
litares y posteriormente el establecimiento de los servicios públicos y co-
merciales que generaron las ciudades y pueblos. Por otra parte, los
araucanos, para los cuales en su futuro inevitablemente se predecía su
integración. “Es una feliz idea la del doctor Lenz, pues el curioso idioma
indígena está llamado a desaparecer en un futuro cercano, al mismo tiem-
po que se extinguirá la raza, o se asimilará a la población chilena” en Diez
años en Araucanía 1889-1899, de Gustave Verniory. Y la naturaleza indómi-
ta representada por la crudeza del clima y el bosque austral en palabras de
Fernando de Santiván “se comía la cultura de los hombres llegados de
386 otras lo habitaban”.
La fragmentación territorial que dio como resultado el proceso de ra-
dicación de tierras indígenas con la entrega a propietarios de diversa índole,
dio pie a la preservación de reductos culturales de reproducción social y de
manifestaciones tradicionales de los colonos de origen europeo. Entre los
más reconocidos, el poblado de Capitán Pastene, la presencia suiza en
Victoria y Traiguén como también de la cultura mestiza chilena (Renaico,
Angol, Villarrica, Gorbea). A esto se debe la profileración de historias loca-
les con particularidades, de relaciones interétnicas que encontramos en la
región debidas a las dificultades de comunicación vial que sólo a partir de
la década del setenta se han venido superando.
Según la Geografía IX Región de La Araucanía, editada en 1985 por el
Instituto Geográfico Militar, “la actividad agrícola ha sido la principal or-
denadora del espacio y de la distribución de los habitantes de la Región,
en función de la mayor o menor calidad de los suelos o de las aptitudes
que presenta para un determinado cultivo”. La fuerte impronta que tuvo
la actividad cerealera, ganadera y forestal no sólo se irradiaba hacia lo
económico sino también la impronta sociocultural de la región, hasta los
años sesenta. Sólo con el crecimiento urbano de la región, la ciudad de
Temuco, asociada a los servicios y comercio acentuará una dicotomía re-
presentada por una ciudad caracterizada por ser un polo de atracción que
concentra al sistema financiero, un comercio moderno y una amplitud de
servicios que la convierten en un centro de operaciones empresariales
para una amplia zona geográfica que va de Los Ángeles al sur, pese a
carecer de un número significativo de industrias.
La Región de la Araucanía ha adquirido personalidad con el adveni-
miento de los gobiernos democráticos que han asociado el concepto de la
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
existir más bien chato, poco brillante y para nada acogedor; pensemos en
las calles de Victoria al amanecer.
Sin embargo, de improviso en esa frialdad, el sobrevuelo de los pája-
ros o el florecer de los aromos nos devela las coordenadas de los que se
han arrimado a esta geografía. Unas bancas debajo de los aromos floreci-
dos, trenes que lentamente pasan por detrás cada vez con menos frecuen-
cia, por delante infinitos partidos en la cancha central del poblado. Cielos
cambiantes, mejillas devotas del fuego que desde la cocina irradia. El poe-
ta deambulaba en su caminar a veces con dificultad entre charcos y ba-
rriales, pero intuía que más allá de esa desazón de estar en ninguna parte,
esos solitarios perdurarían, alimentados del respirar un aire que va de lo
pastoso en la primavera, la hojarasca del otoño, o a la gelidez cordillerana
de los días en que cae la helada. Se mantendrían ahí prisioneros de ser de
ninguna parte, juiciosos abonadores de la primavera negra que promete
nuevos frutos, ciruelos en flor, sudores intensos a la hora del jornal o del
placer de la cópula, aunque incluso aquello no los convence del todo de
389
estar viviendo esa intensidad o ser parte de un espejismo en medio del
dominio de la lluvia y el graznido de los tiuques.
Sobre el origen de la participación del migrante en la región, dice
muy reveladoramente Gustave Verniory en el libro ya mencionado: “Nin-
guna amarra une al roto al suelo. Siempre a la deriva es un resto náufrago
que el viento y el capricho llevan de norte a sur”.
De esa precariedad de medios de la Colonia y comienzos de la Repú-
blica, la hacienda ofrece refugio y doctrina sin acceso a la propiedad ni a la
existencia comunitaria, pues las regulaciones de la interacción social es-
tán dadas en forma jerárquica y excluyente por el patrón, lo que el antro-
pólogo peruano Fernando Fuenzalida conceptúa como “el triángulo sin
base”.
Los mapuches, que tienen presencia prácticamente en todas las co-
munas de la región, no son considerados en las historias locales escritas.
Para ilustrarlo, en los Apuntes para una historia de Ercilla, del profesor, ac-
tual concejal y ex alcalde socialista Alberto Padilla, la población mapuche
de la comuna no es mencionada; en cambio sí merece ser recordada la
vida comercial y citadina de las primeras décadas del siglo XX. O la drama-
tización recordatoria de los 400 años de la fundación de La Imperial, en
donde se produjo un incidente en que se lamentaron heridos. O si vamos
a la historia de Loncoche o Victoria, por nombrar dos comunas, las histo-
rias se centran en los acontecimientos que ocurren en los límites de pue-
blo. No se destaca esa condición incluso en comunas como Nueva Impe-
rial, que se denomina “ciudad acuarela” o Carahue, “la de las tres colinas”.
Ya mencionábamos que los mapuches se relacionan fuertemente con el
centro urbano de la comuna pero en el contexto de relaciones comerciales
REVISITANDO CHILE
Iván Carrasco
Profesor de Literatura
1. Antecedentes 391
Q
¿ ué significa ser chileno? Una pregunta que para tener sentido necesita
ser completada con el punto de vista identitario de quien hace y contesta
la interrogante y con las circunstancias o contextos propios de ella: qué
significa ser chileno o chilena para un mapuche huilliche, un chilote de la
Región de los Lagos o un alemán de Valdivia, para un chileno de la Colo-
nia o del siglo XXI. Es necesario especificar desde dónde hablamos de iden-
tidad porque estamos demasiado implicados con nuestro etnocentrismo y
llegamos a creer que nuestro punto de vista es la verdad. Responderé des-
de mi ambivalente identidad de chileno común y de mi oficio de profesor
de Literatura, que me ha enseñado a ver el mundo con más matices y
profundidad que la empiria, la doxa, la ciencia o la filosofía en forma sepa-
rada.
Por lo general, la pregunta por la identidad de un pueblo, nación o
sociedad se ha planteado en singular: se consulta por “la” identidad como
si existiera sólo la posibilidad de una identidad única, estable y definida, lo
que supone negar otras alternativas, como las de identidades plurales, in-
definidas o inestables. Esta última, por ejemplo, puede ser una ventaja
sobre la identidad poderosa, estática y dominante, porque obliga a cons-
truirla y desarrollarla según las circunstancias, como lo hacen algunos
chilenos que triunfan en situaciones de alta competitividad: al sentirse
poca cosa estudian y trabajan más y mejor que nadie para responder a las
expectativas propias y ajenas.
Ahora bien, para ser chileno (o argentino, peruano o brasileño) hay
que internalizar alguna cultura, historia y modo de ser propios de la socie-
dad global en la que se vive, suponiendo que se trata sólo de un país y por
ello sólo de un tipo o clase de habitantes. No obstante, creo que Chile es
REVISITANDO CHILE
etnia indígena que culturalmente vivían como chilenos pero han iniciado
procesos de reabsorción de su cultura ancestral, por ejemplo, escritores
como Bernardo Colipán, Adriana Pinda, Jaime Huenún. También es el caso
de los chilotes desarraigados, quienes por razones de trabajo, estudio o exilio
han debido abandonar la isla que constituye su centro ontológico y existen-
cial para vivir una existencia insatisfactoria y precaria, como se expresa en
la poesía de Carlos Trujillo y Sergio Mansilla, entre otros. Una identidad
distinta es la que constituyen los invasores, llamados así por intelectuales
chilotes Rosabetty Muñoz, Renato Cárdenas, Sonia Caicheo, Mario Con-
treras, Nelson Torres, que son personas de Santiago y otros lugares del
país que se han instalado en Chiloé a vivir según costumbres, niveles pre-
supuestarios y estilos de convivencia diferentes a los de la isla y que afec-
tan sus valores tradicionales.
Finalmente, quiero insistir en una observación presentada en 1997 y
asumida por la Cartografía cultural de Chile. Atlas, en sus páginas 327-328,
editada en 1999 por la División de Cultura del Ministerio de Educación: si
el chileno no es uno solo sino un conjunto de modos de ser chileno, una 395
serie de identidades específicas, algunas en desintegración, otras vigentes,
otras en construcción, ¿esto quiere decir que no existe un chileno caracte-
rístico que se distinga de otras maneras de ser, una semejanza más allá de
las diferencias…? Creo que existe una identidad que se puede reconocer en
un nivel más alto de abstracción y que está presente parcialmente en las
otras, que he llamado con un poco de humor el chileno standard. Por ello no
ocupa espacio territorial, institucional ni histórico definidos, y menos pri-
vativo, pues aparece en todas partes y en todos los tiempos, calles, gobier-
nos, etnias, géneros y clases sociales. Este modo de ser chileno es el que se
considera “la identidad chilena” y sobre el cual se discute y especula. Por
vivir entre identidades diferenciadas y relativamente estables, el chileno
standard se define por la ambivalencia y la paradoja: es europeizante y
modernizante en su modo de pensar, pues prefiere lo que viene de la
ciencia y la tecnología a lo que proviene del campo o del pasado (basta
pensar en los gustos musicales de la mayoría para confirmar este aserto),
pero al mismo tiempo acepta las transformaciones a medias y no reniega
de su sana rutina ni de algunos hábitos tradicionalistas. Contradictorio,
indefinido, listo para mimetizarse con las costumbres recién llegadas de
Europa o Estados Unidos, para hablar con acento extranjero apenas pue-
da salir un par de días de su patria, habituado a renegar de los males de su
pueblo o su ciudad, pero al mismo tiempo lleno de nostalgia cuando debe
vivir afuera o viajar con frecuencia; indeciso, todo le parece “más o me-
nos”; hablador y tímido, galán y reprimido, aventurero y apegado a la
casa, admirador y enemigo de lo extranjero, etc., el chileno standard cons-
tituye la mayoría del país, pero tiende a pasar inadvertido como identidad
frente a la intensa particularidad de los otros sectores. Y, naturalmente,
REVISITANDO CHILE
3. Conclusiones
Ser chileno en la Región de los Lagos significa reconocer que se lo es junto
con otros que son distintos en algunos aspectos (etnia, cultura, aspiracio-
nes, proyectos políticos, etc.), pero con quienes se comparten elementos
comunes: territorio, lengua, una historia compleja, un sistema jurídico,
una serie de creencias, mitos y expectativas de futuro. Chilotes, mapu-
ches, alemanes, chilenos standard se definen como tales en un conjunto
de relaciones interculturales en el marco de una sociedad regional deter-
minada que ha hecho posibles estas identidades hasta el presente.
396
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Héctor Painequeo
Profesor de Castellano
U
1. na de las preocupaciones presentes en nuestra investigación2 es des- 397
cribir la composición del ül y, en consecuencia, encontrar una explicación
sobre la identidad mapuche.3
Claro, un niño o una niña como ésta que se encuentra presente (Jua-
nita Ester de 8 años de edad), si escucha cantar a una señora, a una seño-
rita, a un anciano o a un joven, el día de mañana imitará partes del canto;
por ejemplo, una palabra, una frase que le servirá para armar el suyo.
A. Eymi pichikaal inaytuymi?
¿Ud. cuando era niño imitó algunas partes del canto?
iñche inaytun
Efectivamente, yo imité.
A. ¿Chem inaytuymi?
¿Qué parte?
Por lo meno inaytun chumuechi ñi empezan ül. Fey inaytun. Newe-
kümelkalafun. Fey welu fey kisu küme newentupurpunwüla. Porque de
principio kümelkakelay chepu.
Imité cómo se principia un canto. Desde luego, en los primeros mo-
mentos no lo hacía bien. Pero a medida que me esforcé, así como entré en
edad, me di cuenta de que lo podía hacer mejor. Porque es natural que el
400 principiante cometa errores.
A. ¿Tuntenmuwüla inaytuwelaymi ül?
¿Hasta qué edad dejó de imitar y decidió trabajar sólo su canto?
iñche por lomeno yajoven de ya necesito mujer amorya fey inaytun
20 años 21 años feywüla kisumeken ni ül. Femuechi. Felitati.
En mi caso dejé de imitar a otros cantores, sin necesidad de los de-
más, cuando estaba en edad de casarme, es decir, aproximadamente a la
edad de 20 a 21 años.
A. ¿Chem. ül inaytukefuymi?
En el tiempo en que se estaba iniciando, ¿qué aspectos propiamente
del ül imitaba?
ayiwmafiñ kiñe ül. Enseñangenka feyti ül. Kafey, allkütunka kiñekeparte
kumelu fey entukefiñ. Kümenolu fey kümelay. Porque müli ñi küme
ülkantual. Küme entungeal.
Ciertas partes que me atraían, al mismo tiempo que me las enseña-
ban. Porque es importante que los cantos sean hermosos; porque de eso
se trata.
A. ¿Tuntenmu kümekey ti ül?
¿Qué elementos nos permiten decir que un canto es hermoso?
El vos. Küme külaralu, küme entungeal kume voz tripalu. Komo kiñe lo
mexicano futraküme voz nagümeli. Fey aukinkoy ni vosesengun. Entonce feyta
adi. Welu felenolukay newe kümelay.
Uno de los elementos importantes a considerar es la voz. Esta va
unida al contenido que debe ser claro y en conjunto se armonizan. Esto es
bonito y así debe ser. Si así no fuera, entonces no sería atractivo.
A. ¿ Ka feyti rakiduamkay?
¿En cuanto al pensamiento expresado en el canto?
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
partes del ül, por ejemplo el inicio del canto. Éste se crea y/o se recrea por
causas importantes, por ejemplo, conquistar una niña, con la que el joven
espera casarse. Sin embargo, lo relevante es que el ül se cultiva oralmente,
sólo con el trabajo de la mente –sin el apoyo de la escritura–; pero que se
concretiza en la performance.
Estamos ciertos de que con los antecedentes teóricos entregados y
los aportes que hacen los propios ülkantufe de Huapi, podemos sostener
tentativamente que estamos ante una oralidad y tal vez una oralidad pri-
maria, la cual explica la identidad mapuche.
402
Pilar Álvarez-Santullano
Lingüista
Manuel Contreras
Lingüista
A l escribir, junto con algunos colegas amigos, un prólogo acerca del desa- 403
rrollo de los estudios del lenguaje en Chile, nos encontramos con que en
sus antecedentes había básicamente dos vertientes: una que data de los
inicios de la República y centra sus preocupaciones en el uso, conforma-
ción, enseñanza y estudio de la lengua hispana, mientras que hay otra
que abarca estudios, gramáticas, diccionarios y recopilación de relatos de
las lenguas indígenas del país, particularmente de la lengua mapuche.
Esta preocupación por el estudio de las lenguas indígenas en Chile
–que en realidad se reduce prácticamente al mapudungun– tiene prece-
dentes muy anteriores en el tiempo a la primera corriente –la de los estu-
dios de la lengua hispánica. Estos estudios parten con la publicación de
Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile, con un
vocabulario y un confesionario del Padre Luis de Valdivia en 1606, publicado
en Lima; el texto Gramática araucana, o sea, arte de la lengua general del Reino
de Chile, del Padre Andrés Febrés en 1765, publicado también en Lima; y
Chilidúgu sive Tractatus Linguae Chilensis, del P. Bernardo Havestadt en 1777,
publicado en Leipzig, Alemania. Desde esta época, la segunda mitad del
siglo XVIII, hasta fines del siglo XIX, hay un salto donde encontramos
publicados sólo los doce artículos numerados por Rodolfo Lenz, entre 1895
y 1897, que conforman los Estudios araucanos, publicados en Anales de la
Universidad de Chile, Santiago. Poco más tarde, ya en 1903, se edita en
Valdivia, la Gramática araucana de Fray Félix José Kathan de Augusta, a la
que le siguen otras publicaciones del mismo autor, en esa misma ciudad
algunas de ellas y otras en Santiago, entre las cuales cabe destacar su Dic-
cionario araucano-español y español-araucano, en 1916.
Las dos vertientes que hemos señalado –hispanística e indigenista–
se vinculan con los intereses político-culturales de las épocas respectivas.
REVISITANDO CHILE
En relación a esto, quisiéramos destacar que los títulos de las obras escri-
tas por los jesuitas entre 1606 y 1777 se refieren a la lengua “que corre en
todo el Reyno de Chile” (padre Luis de Valdivia), a la “lengua del reino de
Chile” (padre Febrés) y “Chilidúgu”, esto es también “lengua de Chile”,
“sive Tractacus Linguae Chilensis”, es decir, “o Tratado sobre la lengua
chilena” en el caso del texto del padre Bernardo Havestadt. Hay, por lo
tanto, en estos títulos tan completa identificación del Chilidugu o mapu-
dungun como la lengua del reino de Chile, que cabe preguntarse qué ocu-
rrió con esta simbiosis, con esta identidad, en el transcurso de los siglos.
Decía que en 1777 hay un salto en relación con los estudios del mapudun-
gun que llega hasta 1895, con Lenz, etapa amplia ésta, en la cual se pro-
duce el advenimiento de la República y donde las ideas americanistas in-
ciden también en una preocupación acerca del castellano de América
hispana, desplazando política y lingüísticamente el foco de atención desde
la identidad local –donde los problemas estaban centrados en la relación
cotidiana hispano-criolla y aborigen– hacia el desarrollo de una “lengua
404 nacional” que sirviera de soporte ideológico ilustrado a la emancipación
territorial y de los individuos, que debía producirse a partir de la Indepen-
dencia. Es por ello que la preocupación de la elite criolla formada en Eu-
ropa se centra en la creación de diversas sociedades literarias y de pensa-
miento donde la nueva identidad está relacionada con la difusión de las
ideas del pensamiento ilustrado.
Es en esta época, en 1847, cuando se publica la Gramática de la lengua
castellana destinada al uso de los americanos de Andrés Bello, obra dirigida no
a los castellanos, sino a “mis hermanos, los habitantes de Hispanoaméri-
ca”, a partir de la cual los estudios del lenguaje se concentrarán por lo
tanto en perfilar una identidad americana común que va de la mano con
la lengua castellana, mientras que la preocupación por las lenguas indíge-
nas tiende a difuminarse.
Una vez pasadas las turbulencias de la guerra con la Confederación
Perú-boliviana, la mirada se vuelve nuevamente hacia las preocupaciones
locales, ya que para lograr la unidad nacional no basta sólo afianzar las
fronteras externas, sino también aminorar las interiores. Se concreta la
llamada “pacificación de la Araucanía” y se entrega especial apoyo a la
inmigración extranjera que deberá afianzar los territorios recién incorpo-
rados a la nación.
Desde esta óptica, la identidad de la lengua se asentó sobre las bases
del castellano como motor de la criollización, relegando a las lenguas indí-
genas hacia los márgenes de barreras lingüístico-culturales que deben ser
conocidos –y a veces salvados– por aquellos que en esta época deben aden-
trarse en territorios no hollados por el hombre blanco.
La ola de inmigrantes europeos en la segunda mitad del siglo XIX,
que en el sur de Chile se concreta específicamente con colonos alemanes,
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
francés, alemán o castellano, y los atributos asociados son que las lenguas
se escriben, son objetos de erudición (se enseñan y se estudian formalmen-
te en colegios y universidades, se sanciona su uso a través de gramáticas y
diccionarios, etc.), se utilizan como material estético, es decir tienen litera-
tura, escrita, por cierto, y son además complejas y muy elaboradas. Sin
embargo, sabemos que la gran mayoría de las lenguas del mundo son
orales, que el mapuche ha desarrollado una amplia complejidad literaria y
su gramática es tanto o más compleja que otras lenguas europeas.
Decíamos antes que el mapudungun debió enfrentar el contacto con
dos prestigiosas lenguas europeas, el castellano y el alemán. Hoy en día,
además, en la mentalidad de la comunidad escolar ha surgido otro factor
en este análisis contrastivo: la utilidad del inglés como lingua franca. La
disyuntiva que entonces se plantea es: ¿para qué enseñar la lengua mapu-
che si a lo mejor es más necesario estudiar inglés? Sin embargo, ésta pare-
ce ser una pregunta mal formulada. De todos modos, puede ser bueno
aprender inglés, aunque esto es con un fin utilitario, como una herra-
406 mienta de comunicación, pero este aprendizaje no da identidad. Volvien-
do a la X Región, para un mapuche huilliche, la necesidad de aprender
mapudungun –o chedungun como se dice acá– tiene otro objetivo, es una
objetivo identitario, es la lengua de sus antepasados y la herencia que le han
dejado. Tiene que ver con sus raíces y con una manera positiva de asumir-
las. Es cierto que también puede considerarse mapuche sin hablar la len-
gua, y puede sentirse tal porque sus padres y abuelos lo son. De hecho, en
esta misma zona, hay muchas personas que se dicen “alemanes” sin ha-
blar alemán, por el hecho de tener el apellido, pero éstos saben que los
alemanes hablaban y hablan una lengua que es muy prestigiosa. Enton-
ces, el orgullo de decirse alemán también se relaciona, entre otras razo-
nes, con el hecho de que ese pueblo fue capaz de elaborar y hablar una
lengua tan compleja. Detrás de la satisfacción de sentirse alemán está tam-
bién el orgullo por su lengua. Pues bien, detrás del orgullo de los niños
mapuches de sentirse como tales, debe estar también el de saber que el
pueblo mapuche elaboró una lengua tan compleja como el mapudungun o
chedungun. Queremos decir con esto que incluso aun cuando los niños
mapuches no la hablen, deberían conocer algo de ella, saber que es comple-
ja y riquísima y que posee –como dijimos antes– una amplia literatura. La
lengua es, en definitiva, el aspecto más importante de cualquier cultura.
Se puede todavía añadir un argumento más a favor de la enseñanza
de la lengua mapuche en la escuela: un alumno o alumna que aprende
dos o más lenguas desarrolla mejor sus capacidades mentales que el que
sólo habla una. Un hablante de dos lenguas (y mejor aún si es de 3 ó más)
desarrolla un pensamiento de tipo divergente con mayor facilidad: imagi-
nemos que a los niños de una clase se les muestra un clavo y se les pre-
gunta para qué sirve esto. Con seguridad dirán que sirve para clavar algo
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
en la pared, o sea para fijar algo en la pared o para unir dos maderas, dos
tablas o colgar un afiche o una foto de lo que les guste. Ésa es una respues-
ta esperada y no es divergente porque todos responderán lo mismo. El
profesor o profesora estará de acuerdo porque es también la respuesta que
espera; ésta es una respuesta convergente. Pero puede que en la clase
algún niño o niña diga que también sirve para otras cosas, por ejemplo,
para hacer una figurita humana con ellos si se juntan de cierta manera,
para utilizarlo como marcador de páginas, e inclusive como xilógrafo (para
escribir en una tabla o para tallar madera). Este niño no mira las cosas
desde una sola perspectiva, se pone en distintas situaciones y es capaz de
mirar algo de manera diferente y no como todos las vemos. El mundo está
lleno –aunque no tanto como todos quisiéramos– de este tipo de perso-
nas. Ellos han sido los grandes creadores de inventos y los artistas más
importantes de la humanidad. Han sabido mirar lo mismo de siempre de
manera diferente.
Pues bien, este pensamiento divergente se agudiza cuando las perso-
nas hablan más de un idioma y éste es otro punto a favor para enseñar la 407
lengua mapuche en las escuelas. El problema es que los chilenos nos he-
mos perdido la oportunidad de enseñar las lenguas que estaban aquí (y
que todavía están) y nos hemos empecinado en enseñar a hablar a los
alumnos sólo inglés, en tanto que, si se les enseñara además algo de ma-
puche, aun cuando no adquirieran una competencia total en este idioma
(lo que por lo demás suele suceder con la enseñanza de idiomas extranje-
ros), por lo menos sabrían algo más de sí mismos, de su tierra y de su
gente.
Finalmente quisiéramos reproducir aquí las palabras de un lingüista
amigo –Christos Clairis– quien en el cierre del XIV Congreso de la Socie-
dad Chilena de Lingüística (2001) realizado en la Universidad de Los La-
gos, y a propósito de las proyecciones de la lingüística en el siglo XXI,
señaló:
las comunidades nacionales como Chile o como Francia, que tienen
la gran ventaja de disponer en su territorio de lenguas minoritarias,
deberán aprovechar para introducir en sus sistemas educacionales la
enseñanza de estas lenguas, lo que en parte ya comenzó a hacerse. El
dominio desde una edad temprana, de dos o más lenguas, da una
capacidad extraordinaria para aprender otras más y prepara el indi-
viduo a comprender mejor al otro. Y en nuestro mundo es necesario,
más que nunca, permanecer abiertos a la alteridad y diversidad de
maneras de ser, porque como dice Aristóteles El ser se dice de múltiples
maneras.
Nos parece que en las palabras de Clairis queda resumida la actual
conciencia en el mundo, respecto de la importancia de valorar la diversi-
dad lingüística y cultural, aspectos que se encuentran también en la base
REVISITANDO CHILE
408
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
José Ancán
Licenciado en Historia del Arte
D esde hace por lo menos unas dos décadas a la fecha existe una suerte de 409
circuito instituido, cada vez que en pro de las muchas reivindicaciones
pendientes, se realiza una movilización mapuche por las calles céntricas
de Temuko, capital de la Araucanía y epicentro del País Mapuche. En una
especie de circunvalación que comienza y termina en una plaza que los
carteles oficiales denominan “Teodoro Schmidt”, pero que la gente del
movimiento en el último tiempo ha dado informalmente en llamar “Lauta-
ro”, toda manifestación recorre las principales arterias de la ciudad finali-
zando siempre, poco después del mediodía, frente al edificio de la Inten-
dencia en calle Bulnes, al lado de la plaza principal donde usualmente una
delegación de dirigentes entrega una carta dirigida a la primera autoridad
regional.
Resulta también habitual en instancias como éstas, que los transeún-
tes comunes que raudamente deambulan a esa hora por las veredas de ese
sector, observen ajenos pasar las irregulares columnas de manifestantes y
que más aun, miren con un dejo de frialdad el bullicioso espectáculo ex-
puesto ante sus ojos. Al contrario de lo que sucede en otras ciudades del
país, donde en los últimos tiempos la causa mapuche genera espontáneas
adhesiones, aquí son contadas con los dedos de una mano las veces en
que se ha visto en esas personas siquiera un ademán, un gesto explícito de
aprobación a las heterogéneas hileras de manifestantes que por un rato
suspenden el recorrido de gentes y vehículos, en las que se entremezclan
campesinos, estudiantes, trabajadores y profesionales mapuche, además
de un sinnúmero de aliados de la causa, provenientes de los amplios már-
genes de la sociedad local.
A juicio preliminar de un espectador externo, no queda inmediata-
mente en evidencia si semejante actitud es reflejo de un sentimiento de
REVISITANDO CHILE
que quiere reaparecer cada vez con más intensidad, en una representa-
ción que por los más escondidos pliegues del imaginario colectivo, es ali-
mentada bajo la forma de una fantasmal y recurrente pesadilla en la que
toman parte tanto los de fuera como los de dentro del “cinturón suicida”.
Algo así como si un peculiar Freddy Krugger, que esta vez con manta y
trarilongko apareciera en medio de la húmeda bruma de una noche in-
vernal y en el acto decidiera vengar de una sola vez tanto oprobio acumu-
lado...
Algo así como las palabras de la señora de la calle cercana al cemen-
terio y al cerro Ñielol, de a poco transformada en un reducto que aloja
instituciones, oficinas y casas de mapuches urbanos –un pequeño barrio
mapuche tal vez–, quien en una conversación paradigmática, de una sola
vez vació todos sus prejuicios sobre sus sospechosos vecinos mapuches,
que no parecen serlo, pero que de todas formas celebran el we tripantü y
otras festividades “de la raza”: “es que en esta casa nadie sabe lo que ha-
cen, que se hacen reuniones, que entra gente del campo a todas horas del
412 día, que se estacionan diferentes vehículos, que suenan a veces kultrunes,
que parece que Uds. quieren recuperarlo todo”.
1. Jefe mapuche, antiguo dueño de las tierras donde hoy está la ciudad de Temuko.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Margarita Calfío
Trabajadora Social
Rolf Foerster
Antropólogo
416 D esde el Chile colonial, parte de las relaciones interétnicas quedaron re-
guladas por instituciones mediadoras: misiones, parlamentos, capitanes
de amigo, juzgados de indios, etc.2 Sin duda que el fin último de dichas
instituciones era la asimilación o la integración de las poblaciones nativas
a la Corona y posteriormente al Estado-nacional y que, logrado ese obje-
tivo, debían desaparecer. No obstante, la mediación tiene al menos dos
riesgos que la perpetúan. Primero, que las instituciones mediadoras se
nieguen a morir gracias a sus operadores, para lo cual deben, de algún
modo, reificar aquello que quieren eliminar (etnificación) y segundo, que
los nativos se valgan de ella para su proyecto de recreación cultural, para
revertir y/o potenciar sus proyectos políticos (etnogénesis).
Vamos a sostener que una “buena” aproximación a la problemática
mapuche en Chile3 en el siglo XX pasa por la comprensión de la historia
de una de estas instituciones mediadoras, de sus continuidades y meta-
morfosis, y que ha permitido –según nuestra hipótesis– que la cuestión
mapuche tenga la actual gravitación: ser una de las prioridades del Presi-
dente Lagos, como también lo fue de Aylwin. Ella “nace” en 1953 bajo el
nombre de Dirección de Asuntos Indígenas (Dasin), cambia de nombre y
se potencia en 1972 (en Instituto de Desarrollo Indígena, IDI), moribunda
bajo el gobierno militar,4 reaparece con toda su fuerza en 1993, bajo el
rótulo de Corporación de Desarrollo Indígena (Conadi).5
Ahora bien, la intervención del movimiento mapuche en dicha his-
toria institucional es absolutamente capital. La Dasin es producto de un
acuerdo político entre la Corporación Araucana –presidida por el dos veces
diputado Venancio Coñuepán– y el Presidente de la República, Carlos Ibá-
ñez del Campo. Fue el pago que hizo la máxima autoridad a la Corpora-
ción Araucana por haber sido dicha instancia la que posibilitó la orgánica
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
do, dirigida y controlada por ellos. Como ya lo señalamos, esto fue posible
gracias a un acuerdo político con el gobierno de Ibáñez, a partir de lo cual
se crea la Dasin. Su primera memoria –año 1953– es precisa en sus reali-
zaciones:
se ha tenido como objetivo principal, llevar justicia y tranquilidad a
las colectividades indígenas y terminar con los abusos y atropellos de
que eran víctimas. Con tal motivo, esta Dirección, a pesar de la esca-
sez de su personal, mediante la acción dinámica y echando mano de
los Juzgados de Indios e Inspectores, ha hecho llegar su acción a las
mismas comunidades, evitando que los indios malgasten sus dineros
y pierdan el tiempo que deben dedicar a sus labores agrícolas.11
“Echando mano de los Juzgados de Indios”: ésa fue la piedra que
todo lo complicó. Que la Dasin interviniera en la justicia, que impidiera
llevar a efecto el Decreto Ley Nº 4.111 (de división de las comunidades),
que se pusiera del lado de las víctimas en los tribunales fue una cuestión
escandalosa a nivel regional y de algún modo, nacional:
418 la constitución de la DASIN, creada a instancias de algunas personas
interesadas en mantener cargos de carácter burocrático, significa la
posibilidad de establecer, a través de esta Dirección, una máquina
política de importancia, sobre todo si se considera que esta máquina
política se monta entre personas de cultura bastante baja, por des-
gracia, y que tienen hasta la peculiaridad especialísima de hablar un
idioma distinto del que habla el común de los chilenos. Además, esta
Dirección puede crear condiciones que favorezcan la generación de
un movimiento político de carácter racial, lo que tendría suma im-
portancia y gravedad.12
Pero sin duda que lo más complicado era la subordinación de los
Juzgados de Indios a la Dirección. El informe de León Erbetta Baccaro,
fiscal de la Corte de Apelaciones de Temuco, señalaba con toda claridad
que “puede afirmarse que el señor Coñuepán en el desempeño de sus
funciones ha frustrado totalmente la acción de los Juzgados de Indios,
logrando el objetivo para el cual se constituyó la Corporación”.13
Pero la dependencia de los Juzgados de Indios a la Dasin fue también
nefasta para el “equipo de Coñuepán”: era tan abrumadora la demanda
que había –sea por los conflictos de tierra con huincas o entre mapuches,
por velar en los contratos de mediería, por buscar nuevas radicaciones,
por la búsqueda de certificados y mapas, etc.– que las posibilidades de
llevar adelante “la debida organización de las Comunidades Indígenas exis-
tentes” fue imposible. Esto concordaba con la escasez dramática de recursos
humanos y materiales. Así por ejemplo, la oficina de Santiago se quejaba en
los primeros meses de 1954: “No tenemos máquinas de escribir. Las que
hay son prestadas. Necesitamos una pieza más. Estamos muy estrechos. Los
dos funcionarios que atienden la secretaría de esta Dirección, están amon-
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
tonados en una pieza pequeña en donde tienen que recibir a la gente que
solicita audiencia y que, con sus conversaciones, no los dejan trabajar”.
Este conflicto de competencia entre Dasin y Juzgado de Indios se
zanjó en enero de 1961, cuando el gobierno de Alessandri promulgó una
nueva ley indígena y donde se establece una nueva relación entre ambas
instituciones. Podríamos decir que fue una separación funcional, en que
la primera se debía abocar a los temas del desarrollo y los segundos a los
problemas legales y judiciales sobre la tierra. Pero además hay que leer
este período desde el Decreto con Fuerza de Ley Nº 1/950, del 7 de sep-
tiembre de 1961, que: “Fija dependencias, atribuciones y las plantas del
personal de la Dasin”, y que en su artículo primero propone: “Investigar y
estudiar las condiciones sociales, jurídicas y económicas de todas las co-
munidades o agrupaciones indígenas que hubiere dentro del territorio
nacional y proponer las medidas conducentes al mejoramiento de dichas
condiciones”. En adelante, entonces, la Dasin amplía su horizonte, se pre-
ocupará del mejoramiento de las condiciones de vida no sólo de los mapu-
ches sino de “de todas las comunidades o agrupaciones indígenas que hu- 419
biere dentro del territorio nacional”.
Se inicia así un período en el cual el Estado intervendrá, en las pobla-
ciones indígenas del país, a través de una agenda marcada por lo que se ha
llamado el desarrollismo y en concordancia con cierta intelectualidad y
dirigencia mapuche más próxima a los partidos de izquierda. El polo con-
ceptual de comprensión se desplazó al par latifundio-minifundio, dejando
las reivindicaciones más propias de los mapuches en un segundo plano
(una de las razones: el campesino mapuche era observado “con un senti-
do obsesivo, pequeño burgués, por la propiedad privada territorial”.14 No
obstante, tanto en el gobierno de Alessandri como en los de Frei y Allende
los mapuches supieron exigir, en el contexto de la Reforma Agraria, cuo-
tas importantes de tierras para sus comunidades. Con la promulgación de
la Ley Nº 17.729, de 1972, la institución mediadora, ahora bajo el nombre
de IDI, introduce una novedad: la dirección de la institución contará con
“siete representantes campesinos mapuches, elegidos en votación uniper-
sonal, directa y secreta por los campesinos mapuches”.15
La dictadura militar puso fin a toda consideración mediadora; el neo-
liberalismo económico podía prescindir de ella. Así, en 1978 se decretó el
fin del IDI y se impulsó una política con vista a liquidar la comunidad
reduccional, con lo que se hacía realidad el sueño de transformar la pro-
piedad en un asunto entre individuos. También se puso en evidencia la
debilidad del movimiento indígena al ser incapaz de frenar dicho proceso,
más aun cuando observaban con asombro cómo sus “bases” votaban en
su gran mayoría por “el general”.
No obstante, y casi por los mismos años, el tema indígena sufrió en el
plano simbólico un vuelco espectacular. Comenzaba un proceso de valo-
REVISITANDO CHILE
una causa perdida sea hoy un tema prioritario de los gobiernos. No obs-
tante, las mesas donde se negociaba la “cuestión indígena” tenían como
telón de fondo un conjunto de movilizaciones, donde las tomas de tierras
eran su nota más alta, al afectar por primera vez –gracias a la conversión
productiva de la Región de la Araucanía: de triguera-ganadera a forestal–
a los principales grupos económicos de Chile, dueños de empresas foresta-
les. Ahora bien, en el seno de esas movilizaciones, cuyo punto más fuerte
fue el año 1999, comienza a producirse una tensión excluyente en la diri-
gencia mapuche: entre aquellos que están por las instituciones mediado-
ras y los que consideran ese camino como uno propio de yanaconas,22 que
la alternativa “real” y “verdadera” es levantar un movimiento mapuche
autónomo, desde “territorios liberados”, como única vía para la recons-
trucción de la “nación mapuche”.
Se introduce así por primera vez en la historia del movimiento ma-
puche una concepción leninista de la política23 y que entronca con un
sustrato milenarista (la eliminación del huinca para superar el mal) que
422
siempre ha estado presente (de forma latente) en la cultura mapuche-
huilliche.
La política de Frei y de Lagos frente a estas dos alternativas ha sido,
por un lado, disminuir fuertemente el papel del movimiento mapuche en
el seno de la Conadi por la vía de profesionalizar la institución, como tam-
bién reducir el poder de decisión de los “consejeros indígenas”. El golpe
más duro en esta línea fue cuando la Presidencia de la República intervino
dicha institución para remover a sus directores –Mauricio Huenchulaf,
Domingo Namuncura– cuando éstos se opusieron a la construcción de la
represa hidroeléctrica Ralco. Por otro lado, frente al sector radical, el ga-
rrote ha sido la tónica: detención de un grupo muy significativo de diri-
gentes de la Coordinadora Arauco Malleco y una tendencia a militarizar
algunas áreas en conflictos.
La suerte no está echada, lo que hoy sabemos es que son éstas las
tensiones que gravitan en el seno del movimiento mapuche y que es un
deber de ellos y del Estado crear las condiciones para que “la lógica de la
política no apunte al aniquilamiento del adversario, sino por el contrario,
al reconocimiento recíproco de los sujetos entre sí”.24 Desde el mundo de
las comunidades rurales y de las asociaciones urbanas, el mejor espacio his-
tórico para ese reconocimiento recíproco han sido las instituciones media-
doras, de allí entonces su potencia en el pasado y sin duda en el futuro.
1. Este trabajo ha sido elaborado en el contexto del proyecto Fondecyt N° 1020671, que
dirige Jorge Iván Vergara.
2. Fue el historiador Sergio Villalobos el primero es insistir en este vínculo en sus estudios
sobre las “relaciones fronterizas”, pero será Jorge Iván Vergara quien precise conceptual-
mente el problema en su tesis doctoral. Recordemos aquí su definición: las “instituciones
mediadoras [son aquellas] que desempeñan una función de control e intervención progre-
siva sobre la sociedad nativa y que, a su vez, cumplen labores de protección y representan
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
instancias que permiten a los indígenas la conservación de espacios políticos propios dentro
del Estado” (La fronteras étnicas del Leviatán, Berlín, 1998: 227).
3. Recuérdese que en Argentina hay una significativa población mapuche.
4. El gobiermo militar también tuvo que “mediar”, ahora a través de una institución que él
mismo creó: el Consejo Regional Mapuche y sus Consejos Comunales. Fue presidido por
Mario Raymán Gacitúa y contó con figuras destacadas como Sergio Liempi y Juan Necul-
mán. Además, parte de sus “cuadros” eran antiguos miembros de la Corporación Araucana.
5. Esta hipótesis no difiere de la línea editorial de El Mercurio, pero hay dos diferencias: 1.
Para este diario, la ley indígena es fruto de un joven de Viña del Mar; para nosotros, de la
trayectoria del movimiento mapuche; 2. El Mercurio ve en la ley indígena una fuente de
caos, según nosotros, una fuente que puede revertir procesos injustos de integración y
asimilación, potenciar un “multiculturalismo” que posibilite formas de reconocimiento y de
autonomía para “nuestros” pueblos “originarios”.
6. Conjunto de movilizaciones y tomas de fundos en la zona central de la Araucanía que
obligaron al Presidente Allende a trasladar su gobierno a la ciudad de Temuco.
7. Nos parece pertinente el comentario de Marcos García de la Huerta sobre esta fórmula:
“una ley vulnerada, una orden que se deja sin efecto, indica muchas cosas, salvo el ejercicio
real de la soberanía. Desde el punto de vista del derecho y de la relación con la ley, la
fórmula expresa el reinado de la ilegitimidad. Pero si se la mira fuera de la categorización
jurídica, representa el surgimiento de otra forma de poder, sin soberano ni soberanía, sin
reglas ni órdenes emanadas de un sujeto consciente y, sin embargo, más real y poderoso
423
que la ley misma”. En Reflexiones americanas. Ensayos de intra-historia (Santiago: Lom, 1999),
p. 120.
8. Expresión del diputado demócrata Virgilio Morales en una sección en la Cámara de Di-
putados en que se discutía sobre el accionar de la Dasin, 25 de agosto de 1952.
9. Editorial de El Mercurio, 23 de febrero de 2002.
10. De aquí proviene posiblemente nuestro terror a los “rotos”: a través de su parte desnu-
da vemos al indio.
11. En Ministerio de Tierras y Colonización, Archivo Siglo XX, 1954, Oficios V.3, oficio 2281.
12. Palabras de Ignacio Palma, diputado falangista por Valdivia y el Ministro de Tierras y
Colonización en la sesión de la Cámara del 25 de agosto de 1953.
13. En Foerster-Montecino. Organizaciones, líderes y contiendas mapuches (1900-1970) (Santia-
go: CEM, 1988), p. 231.
14. Antropología aplicada e indigenismo en los mapuches de Cautín (Santiago: mimeo, julio de
1971), p. 76.
15. Art. 40, letra j.
16. Historia General de Chile. 1. El retorno de los dioses (Buenos Aires: Planeta, 2000), pp: 19-20.
17. También en dictadura hubo excepción, mencionamos en otra nota los Consejos Comu-
nales, destaquemos ahora el programa de becas indígenas, créditos especiales, programas
de apoyo a comunidades, subsidios, etc. Su impacto en el seno de la comunidad fue muy
fuerte (véase la tesis de Roger Kellner The Mapuche during the Pinochet Dictatorship (1973-
1990) (Cambridge: University of Cambridge, 1994).
18. Véase Informe sobre la situación de los derechos del pueblo mapuche, Programa de Derechos
Indígenas, Universidad de La Frontera, octubre del 2002.
19. “Las relaciones interétnicas desde la perspectiva mapuche”, en Durán, Teresa et al.
Acercamientos metodológicos hacia pueblos indígenas (Temuco: Centro de Estudios Sociocultura-
les, Universidad Católica, 2000), p. 122.
20. Millao, en Sotomayor 1995, pp. 170-171.
21. En Paño 199, p. 200.
22. De traidores y vendidos al “enemigo”.
23. Utilizamos este concepto al modo como se encuentra en la obra de Norbert Lechner:
“antagonismo irreconciliable, la clase obrera como sujeto preconstituido, el partido como
vanguardia, la guerra revolucionaria”. Sin duda que estas coordenadas son aplicables a la
Coordinadora Arauco Malleco.
24. Lechner.
REVISITANDO CHILE
Andrea Minte
Historiadora
Clemente Riedemann
Escritor y profesor de Historia
digo que me quedé en el sur, no quiero decir “me quedé porque no pude
irme”, sino porque descubrí las motivaciones y formulé un proyecto para
iniciar un trabajo en la literatura desde aquí.
1953: orígenes
Nací en Valdivia en 1953. Una primera experiencia personal muy relevan-
te. Era un momento muy particular en la historia cultural de Chile, la
época en que se inicia la incorporación amplia de la tecnología moderna
en las áreas urbanas y rurales de la provincia. Por lo tanto, mi infancia
estuvo marcada por la introducción de novedades mecánicas, electróni-
cas, químicas, en suma, industriales, y por las nuevas ideas para la organi-
zación de la sociedad, con un papel muy relevante de los medios de comu-
nicación en la construcción del ideario social.
La fundación de la Universidad Austral de Chile, la revolución socio-
cultural de la cultura rock, la discografía de Los Beatles, la difusión del
cine, la crítica del conservadurismo religioso, entre otros procesos, mol-
436
dearon mi mentalidad en la cultura del cambio conceptual y actitudinal.
Ser adolescente en los años sesenta y acompañar vitalmente todos esos
procesos resultó muy gravitante en mi formación y en la de mis compañe-
ros de generación. Por otra parte, la escuela y el liceo donde estudié eran
instituciones sensibles a esas novedades y favorecían una atmósfera que
facilitaba las iniciativas juveniles.2 Con la perspectiva del tiempo transcu-
rrido, veo ahora esa época como un gigantesco intento de la sociedad por
disminuir la brecha entre el funcionamiento de las instituciones (familia,
escuela, gobierno, industria cultural, medios de comunicación) y la vida
real de las personas.
tener una doble vida, muy esforzada, en que las opciones de profesionaliza-
ción del oficio son mínimas.4 La crítica académica no tiene por qué detener-
se a considerar estos asuntos, pues ella debe interesarse por el producto
final, el libro editado. Pero es un elemento que incide en la personalidad de
nuestra literatura: es una obra escrita principalmente desde la vida y no
desde la literatura.
Mi experiencia de extrañamiento en Valparaíso fue clarificadora para
mi vínculo existencial con la literatura. Pasando por un mal momento
anímico, me aferré a la poesía como una manera de conectarme estética-
mente con el mundo, para comunicar a través de la metáfora lo que nos
estaba ocurriendo, para indagar desde la distancia en el espacio cultural
en el que me había formado. Podría decir que el espacio y el entramado
cultural distinto de Valparaíso me ayudaron a identificar más claramente
los elementos de mi cultura de orientación. Entonces todo comenzó a
estar mejor, encontré un sentido, una motivación para escribir y, por tan-
to, para vivir. Desde entonces ha sido la literatura y no la política, la eco-
438 nomía o la familia, lo que ha decidido las cosas importantes de mi existen-
cia. La literatura ha sido el eje ordenador, el único proceso continuo, estable.
1. Grupo vinculado a la Universidad Austral, liderado por el poeta Omar Lara e integrado,
además, por Enrique Valdés, Carlos Cortínez, Federico Schopf, Luis Zaror y Eduardo Hunter.
2. En el Instituto Salesiano había cine todos los fines de semana, se daba mucha importan-
cia al teatro y la música, se educaba en el deporte y se privilegiaba la comunicación grupal.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
441
REVISITANDO CHILE
Eugenio Alcamán
Antropólogo
442 1. Introducción
A principios del siglo pasado, en torno a un proyecto de ley sobre protec-
ción de la propiedad mapuche-williche, prominentes latifundistas descen-
dientes de alemanes de la provincia de Osorno sostenían que los derechos
de sangre no constituían un requisito para el disfrute de los derechos de
tierra o territorio. La existencia natural de una comunidad humana –como
eran entonces los mapuche-williche, en discusión, a quienes el proyecto de
ley sobre tierras les reconocería implícitamente como sujetos de derecho–,
era negada por estos latifundistas pues existiría una separación de los indi-
viduos mapuche-williche respecto de la propiedad de la tierra, acompañado
de otros argumentos basados en la teoría de la superioridad de “raza”. El
debate de entonces nos remite a la cuestión de si existen comunidades
humanas que no posean una dimensión territorial de la identidad colecti-
va y a la existencia de identidades colectivas construidas desde el dominio
de un nuevo territorio. La coexistencia en una misma región de estas dos
formas de comunidades humanas plantea problemas sobre las clases de
identidades colectivas y la cualidad del multiculturalismo.
La identidad colectiva tiene una dimensión territorial compartida por
un grupo de personas que conviven en un mismo espacio, definida según
algunos elementos culturales (biográficos, consuetudinarios, espaciales,
etc.), colectivamente compartidos y en contraste respecto de la identidad
de otras regiones. Las identidades colectivas, efectivamente, pueden ser
territoriales, pero ¿cuáles son los elementos culturales que sirven de so-
porte de esta identidad regional, compartidos por los diversos miembros
de una región? ¿Todas las formaciones sociales son étnicas o algunas des-
pués de establecerse o determinar un territorio de dominio son “etniciza-
das”? Cuando pensamos que las identidades colectivas están siempre mar-
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2. La territorialidad de la identidad
Existen muchas comunidades humanas, efectivamente, que son “etnici-
zadas”, es decir, representadas en el pasado y en el futuro, como si consti-
tuyeran una comunidad natural dotada por sí misma de una identidad de
origen, cultura e intereses que trascienden a los individuos y las condicio-
nes sociales. Estas naciones corresponden a comunidades humanas que
construyen la identidad colectiva en un espacio territorial basándose en
derechos de tierra o territorio (ius solis). Mientras que otras comunidades
humanas construyen la identidad colectiva en la dimensión territorial sos-
teniéndose en derechos de sangre (ius sanguinis) y en derechos de tierra o
territorio (ius solis).
La dimensión territorial de la identidad colectiva basada exclusiva- 443
mente en los derechos de tierra o territorio (liu solis), además, podríamos
clasificarla en dos formas. Una consistiría en aquella dimensión territorial
sustentada en las biografías familiares asentadas en un espacio determina-
do, generalmente local, donde la pertenencia se encuentra definida por la
membresía a dichas “familias fundadoras” o al origen del asentamiento. El
juego de esta dimensión territorial oscila entre las biografías familiares y
la historia del asentamiento como señas de la identidad colectiva. La his-
toria de las familias, especialmente en esta forma de identidad territorial,
es una institución que juega un papel omnipresente en el discurso de la
historia de la cultura local. Una segunda forma sería esa dimensión terri-
torial, construida mediante medidas administrativas, de la identidad co-
lectiva resultante de una acción deliberada o un efecto institucional de
una forma específica de organización política centralizada. Según esta pri-
mera forma de identidad colectiva territorial, las regiones “administrati-
vas” estarían conformadas de un conjunto de identidades locales (pue-
blos, villorrios, por ejemplo).
Esta segunda forma de dimensión territorial de identidad colectiva
no puede ser considerada como una simple ilusión sin efectos históricos,
sino como un efecto institucional de aquella organización política moder-
na denominada Estado nacional. La combinación de una identidad colec-
tiva, un territorio compartido y una cultura común es una invención
moderna cuajada en la construcción del Estado nacional. Según la célebre
frase de Benedict Anderson,1 los Estados nacionales modernos son “co-
munidades imaginadas” o de “etnicidad ficticia”, a la manera de Étienne
Balibar,2 en cuanto comunidad instituida por el Estado nacional. Las na-
ciones latinoamericanas son comunidades políticamente imaginadas y las
REVISITANDO CHILE
3. La identidad diseñada
En nuestros países latinoamericanos una de las cuestiones que mueve in-
mediatamente a sospecha, entonces, es cuando se asocia la identidad co-
lectiva con el concepto de territorio o región, siendo que este último es un
segmento espacial de aquella estructura política denominada Estado na-
444 cional. La identidad colectiva se apoya siempre en una internalización de
elementos selectivos de una cultura específica, no objetivada sino subjeti-
vada, en cuanto desde estos elementos sus miembros construyen delibe-
radamente –a veces mediante manipulaciones ideológicas– representacio-
nes de las ideas y concepciones colectivas del grupo que significan fronteras
o límites respecto de otros grupos. La identidad colectiva se funda en lazos
naturales previamente constituidos entre sus miembros identificados (con-
sanguinidad, idioma, historia, costumbre). La ecuación inversa es alta-
mente sospechosa de identidad diseñada. Un movimiento ideológico que
genera una unidad social a costa de reemplazar las identidades preexis-
tentes mediante la institucionalización de una identidad colectiva basada
en una población cultural y lingüísticamente homogénea, es un fenóme-
no eminentemente moderno derivado del nacionalismo. El único tipo de
identidad colectiva que tiene un fundamento no étnico sino territorial es
el nacionalismo construido por el Estado o “naciones de diseño”, como
propone acertadamente denominarlos Anthony D. Smith,3 donde la cul-
tura europea de la elite criolla dominante configura la identidad diseñada
de la comunidad política inventada. Algunos autores sostienen, a este res-
pecto, que este proceso de construcción nacional emprendido por el Esta-
do en cuanto se propuso disolver las identidades étnicas preexistentes,
debiera mejor denominarse de “destrucción nacional”.4
La identidad chilena pareciera estar sujeta a los cambios de la moder-
nidad, reconstruida constantemente según una selección de ciertos rasgos
culturales e históricos organizados en distintos discursos provenientes de
fuerzas diversas (internas o externas, políticas, sociales, históricas, econó-
micas, religiosas, etc.), las cuales renovadamente aspiran a continuar la
construcción o reconstrucción de una identidad nacional, porque no ha
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4. La diversidad de identidades
Las unidades administrativas territoriales conocidas como regiones no es-
tán fuera de los fenómenos de identidades colectivas diversas que persis-
tieron al nacionalismo construido por el Estado. En Chile, así como en las
regiones donde existe población indígena, se propuso construir una iden-
tidad política basada en una individualidad y peculiaridad histórica que
legitimara el trazado de un mapa geopolítico y la homogeneidad de la
población total. Esta identidad política quiso construir una de tipo cultu-
ral para la existencia de una comunidad política única. Pero estas regiones
político-administrativas, como la Región de los Lagos –nombre ya elusivo
que pretende ignorar el problema de la composición étnica evidente, con-
formada históricamente–, tienen diversas formas de identidad colectiva.
La chilota parece la resultante de una unión de la población “veliche” y la
población hispana, con sus respectivas identidades, que formaron una
nueva identidad en la época colonial. Ésta no parece haber desplazado
completamente a la identidad propiamente williche, sino que se superpu-
REVISITANDO CHILE
5. Conclusiones
Las diversas identidades colectivas existirán mientras haya diferentes et-
nohistorias. La etnohistoria desempeña probablemente la más importante
función al dar respuesta al problema de la construcción de la identidad
étnica. Ni siquiera la pertenencia a algún grupo funcional (clases sociales,
categorías ocupacionales, asentamientos urbanos o rurales, partidos polí-
ticos y grupos de interés) ofrece en el mundo moderno una perspectiva
inequívoca de comunión de pasado y de realización de futuro que la iden-
tidad étnica fundada en la etnohistoria. Ésta tiene el mérito de explicar la
distancia social establecida en una estratificación étnica y los conflictos de
las desigualdades sociales provocadas por la modernización que se consti-
tuyen preferentemente en el arsenal de los “emblemas de contraste” de la
identidad étnica en relación con el Estado nacional, de unas “identidades
preferentemente orientadas al pasado”.11
En una región multiétnica, las etnohistorias evidentemente son dife-
rentes. Los mapuche-williche tienen una memoria histórica profunda y
448 rica, con antecedentes anteriores a la formación del Estado nacional, pla-
gada de conflictos y enfrentamientos violentos a causa de la defensa de la
tierra; mientras los descendientes alemanes, una historia reciente, con
recuerdos probablemente fragmentarios de la cultura de origen y centra-
da en las hazañas de colonización; en tanto que los criollos poseen una
historia también reciente, difusa y quizás irreconocible por los actuales
descendientes ausentes de los conflictos étnicos. En esta desigual distribu-
ción de etnohistoria, los mapuche-williche tienen en la historia una fuer-
za motriz fundamental para la movilización étnica y la politización de la
etnicidad, afincados en los derechos derivados de su preexistencia al Esta-
do que les permiten luchar para alcanzar la protección y el reconocimien-
to jurídico. La “invención de tradiciones”12 para construir una identidad
política nacional emprendida por el Estado, recurriendo a discursos de
“naturalidad” construidos a la medida para sostener una continuidad his-
tórica, tiene en la “historia nacional” muchos arreglos que no lograron
reemplazar esta desigual distribución de etnohistoria.
449
REVISITANDO CHILE
ENTRADA EN CHAURACAHUÍN
450 U na noche de mi niñez, a fines de la década de los setenta, supe por boca
de mi abuela que un árbol ya entonces polvoriento y moribundo, desflo-
rado para siempre en la raíz y el agua, era el canelo que Lucila Godoy
había plantado en la señorial Plaza de Armas de la ciudad de Osorno.
Mediaba el mes de mayo de 1938 cuando la sociedad osornina rindió
tributo blanco a aquella mujer morena.
Poetisa prestigiada por el laurel de unos lejanos juegos florales capi-
talinos, beata de Pentateuco y maestra ejemplar, conseguía acceder a los
primeros planos sociales y literarios a pesar del color diaguita de su piel y
del cielo aymara prendido en sus pupilas de vicuña.
Y dado el caso –como también ocurrió con Rubén Darío, quien tenía
sangre chorotega en su palabra bruñida– no importaba que dicha mujer
grandota llevara en su aura y en su tuétano, la sombra y la luz aborígenes
de sus valles transversales.
Menos importaba, por supuesto, que el gesto de transterrar el retoño
indio a suelo citadino significara cumplir un velado encuentro con sus
diezmados y ocultos hermanos huilliche. Pues, no se me antoja casualidad
dar tierra al brote sagrado en el centro de una de las ciudades del país
donde más marca la diferencia de raza.
Desde la llegada del colono europeo, la ciudad de Osorno se levantó
de las cenizas a que los roces a fuego redujeron los bosques y los sueños de
Chauracahuín, el nombre originario de estos territorios.
Abrir a incendio y hacha la húmeda e impenetrable selva del pellín y
del laurel, chamuscar el pelaje pardo del pudú, derretir los pequeños cuer-
nos del huemul con las brasas del coigüe derribado, fueron algunos de los
afanes que permitieron convertir los campos de mis ancestros en hacien-
das y llanuras productivas. Ahora, en las grandes praderas de los fundos
osorninos pastan las vacas Holstein y los rojos toros Hereford.
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Los fieles, mientras tanto, desarman la rueda del ritual y reparten los
ramos de canelo que pondrán en las puertas de sus casas. Contra toda bru-
jería servirán esas hojitas, contra todo mal agüero que les dañe los días por
venir. Mañana volverán a los trabajos materiales, a dar un año más de som-
bra y de sudor a las rojas sementeras. Y a las playas de Maicolpi y Pucatri-
hue, tras las matas de collofe y de mariscos, nuevamente marcharán.
Y después, hacinados en los buses campesinos, compartiendo el lar-
go viaje con gallinas y corderos, llegarán a la ciudad. Por un día dejarán la
tierra del Latué (planta amarga del delirio y de los brujos). En la Feria de
REVISITANDO CHILE
456
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Bernardo Colipán
Poeta e historiador
cado. Por tanto, los planes sociales orientados a este “objeto de intercam-
bio simbólico” tienen que estar dados en políticas de reciclaje o de asimi-
lación (todo producto reciclado pierde su condición original para pasar a
un estado de tipo más funcional) y ser desechables cuando los productos
comienzan su proceso de descomposición o alteran la salud normal del
sistema.
Por otro lado, en la sociedad mapuche, identidad se entiende como
esencia temporal, situada en un espacio y un tiempo, construida por nodos
de sentido que, articulados, van haciendo de la memoria un espacio habi-
table. En este caso, el fogón se constituye como “el ser en común”, pues
en torno a esta experiencia de convivencia se va construyendo un espacio
de conocimiento.
El koyagtún constituía el primer referente de socialización del niño.
En torno al fogón, los ancianos (kimches) transmitían a las nuevas gene-
raciones las historias y relatos de quienes los precedían. La experiencia de
estar sentados en círculos en torno al fuego los situaba en una misma
462 distancia el uno del otro. Sus respectivos horizontes de percepción, siendo
distintos, partían desde una misma distancia; las jerarquías, situadas en una
relación de simetría, no dejaban de ser respetadas. Luego, no se trata de
revitalizar un fundamentalismo macondista que congela la imagen de lo
“primigenio” y la instala como santuario o “animita” de lo premoderno sino,
más bien, de señalar que en la sociedad mapuche el relato sobre la histori-
cidad se vive como un espacio productor de saberes, como una historici-
dad ontológica capaz de fundar sentido. El ejercicio de la memoria hacien-
do de la historia algo vital.
El fogón, en tanto espacio que funda “un ser en común”, revela un
lugar en donde se funde el tiempo cotidiano con el de la memoria.
En esta experiencia que funde y funda se juega su sentido la historia,
entendida como conciencia presente que vitaliza experiencias de la me-
moria, (re)construye sentidos y, al mismo tiempo, revela a la comunidad
en sí misma. Toda ausencia de este ejercicio estaría dando un individuo
fragmentado con su tiempo histórico y presente. Es en este pliegue que
une al individuo con su tiempo en donde el mapuche desarrolla su ejerci-
cio de historicidad.
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Delia Domínguez
Escritora
Tercera señal: Donde fundamento mis dichos. Como chilena soy hija
y creyente de mitos callados y hablados, sobre todo en los grandes espa-
cios del sur donde no estoy de visita ni tampoco pintada. Donde amanecí
hace 150 años con tres cargas mestizas, la criolla, la germana y la huilli-
che, afiebrada entre revoltura de la razón y de la imaginación. Con el OJO
(sonido onomatopéyico de las letras O-J-O) acostumbrado a los brujos
alados que conociéndolos no traen maluras como los brujos arrastrados
que zapatean con burla.
Cuarta y última señal: Para cerrar me remito a un pensamiento que
trajina esta mixtura que tengo de sangres heredadas y que titulé, para
terminar, “Marcas de raza en los fetos mestizos del paralelo 40 Sur”. Aho-
ra les ubico el paralelo, para alguien que no esté muy al tanto de la geo-
grafía. Comprende una franja entre el río Toltén y la provincia de Chiloé
–que rico decir provincia– y pasando o mejor dicho parando con el ombli-
go parado en la Región de los Lagos donde no estoy de turista ni de visita.
Estas marcas las resumí en la siguiente forma:
464 Las mujeres de Niebla flotan sobre la geografía evaporada del parale-
lo 40 Sur. Sus cuerpos se parten en dos para que nazca una historia de
hijos y desde el cielo gotea la primera leche, la enteriza, que trae palabras
en libertad de canto y llanto. Las mujeres que consumaron el amor, las
desdobladas de alma para no morir, están aquí tocándonos la frente con
un relámpago y yo tocada y desdoblada para no morir, olfateo en el aire
señales que sólo se leen cuando hay eclipse y la luna tapa al sol y la tierra
pasa a ser un libro de noche que enseña la historia de primera mano. Y en
esta cintura llovida de la Patria los seres y las cosas son de primera mano,
no se esterilizan ni se lavan con cloro, para mantener así la capacidad de
inocencia o de asombro ante lo mítico y lo mágico que nos rodea. Y eso es
un don de Dios, pienso, una escapada de la razón pura hacia la poesía
impura que salva. No sé de qué salva, pero salva.
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Renato Cárdenas
Etnógrafo
C hiloé constituye una hermosa pizarra para graficar lo que ha sido el 465
poblamiento de nuestro territorio desde los gélidos tiempos de Montever-
de, los encuentros y desencuentros de la conquista española y esta suerte
de revolución industrial incrustada tardíamente en nuestra globalización
y postmodernidad.
Tales referentes parecieran situar aspectos fundacionales/fundamen-
tales que crean una impronta en un presente muy apegado a esas matrices
pero que, al mismo tiempo, precisa reconstruir el capullo para enfrentar
los nuevos desafíos.
La población mapuche y chono de estas islas eligió como espacio de
vida la costa oriental de la Isla Grande y el archipiélago interior que se
prolonga hacia el sur. Los conquistadores que ocuparon estos espacios desde
1567, no hicieron otra cosa que reforzar estos poblamientos. Este mare
nostrum ha sido el territorio que se ha impuesto como mapas mentales en
nuestras identidades locales e individuales.
Aquí aprendimos a navegar; a mariscar y pescar; a diferenciar los
vientos, las mareas y los cambios climáticos. Aquí distinguimos un árbol
de otro; una planta por sus aromas o texturas. Supimos de la madera, de
las yerbas y de las papas mejores para cazuela o hervor; de la pertinencia
de un terreno o de la luna adecuada para sembrar en el universo.
Nuestra geografía de lomas, esteros, barrancos y quebradas es el re-
sultado de los glaciares que atravesaron todo el valle central de Chiloé y se
detuvieron en lo que hoy es la costa donde vivimos. Nuestros suelos son
morrenas terminales; las islas son arrastres glaciares de estos grandes even-
tos. El Valle Longitudinal se inundó dando lugar a la Zona de los Lagos y
desde Puerto Montt se hundió en una extensa pradera de archipiélagos.
REVISITANDO CHILE
Comunidades
Las restricciones que impone una economía doméstica, como el autocon-
sumo, llevó al chilote a diversificar su actividad productiva al interior de
sus comunidades. Teniendo como base la recolección y pesca heredada de
sus ancestros indígenas, mantuvo siempre un corralito de animales do-
mésticos, una huerta y una pequeña chacra sembrada de papas.
La mujer es el sujeto más eficaz de esta sociedad. Ella maneja su
propio supermercado: huerta con hortalizas, yerbas medicinales y flores;
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primerizos para las fiestas de diciembre; hila sus ovejas y tiñe la lana ras-
pando cortezas o sacando turba del hualve; marisca con su canasto de
boqui y su palde ojival; cumple con las mingas de sus vecinos, así como
ellos la ayudan cuando queda sola; atiende a sus hijos y sus animalitos
domésticos y cuando es necesario se arrima a su iglesia de madera a orar o
cantar una Salve Dolorosa.
Patagonias
El varón buscó “plata” en las patagonias durante todo el siglo XX. Así,
Chiloé se transformó en un pueblo que vive en dos países. En Chiloé so-
mos 134 mil personas; en la provincia de Santa Cruz 200 mil habitantes
identifican su origen chilote. Fueron también pioneros en Puerto Aysén,
en Coyhaique, Palena y en la XII Región.
En 1843 se inicia una epopeya. Son chilotes los que zarpan en una
goleta construida en Ancud y se asientan en Fuerte Bulnes, a unos pasos
de lo que será meses después Punta Arenas. Este paso marcará una ruta
laboral hacia esos territorios, cuando la Primera Guerra Mundial, la aper- 469
tura del Canal de Panamá y el tizón tardío a la papa, afecten la economía de
Chiloé.
El siglo XX fue para Chiloé la era de las migraciones. Las pequeñas
comunidades isleñas se han construido, desde la Colonia, como familias
extendidas en un territorio endogámico. Todavía púberes salían con sus
parientes-vecinos hacia este mítico territorio patagónico, a través de las
rutas marítimas de la Braun & Blanchard. Otras veces este viaje se retrasa-
ba hasta el Servicio Militar. Era un rito de iniciación que, luego del cumpli-
miento con la patria, continuaba hacia una estancia lanera, hacia las mi-
nas del Turbio o se quedaban en Punta Arenas. En las estancias de Santa
Cruz y otros sitios patagónicos, los trabajadores de los años veinte se invo-
lucran con los movimientos obreros y huelguísticos cuya represión militar
arroja más de mil quinientos chilotes muertos. Se acobardan con la Pata-
gonia y se quedan algunos años en sus islas. A mediados de siglo un brote
de tizón tardío a las papas hizo improductivas las sementeras por varios
años y los chilotes volvieron a habilitar sus valijas patagónicas.
La vida vecinal sigue activa. No esperan nada del Estado. Sus migra-
ciones estacionales prueban rutas hacia Osorno y desde los campos de sus
patrones alemanes acarrean a sus islas la murra y el espinillo, malezas que
han combatido hasta el presente con sudor y lágrimas.
La mujer sigue siendo el factor de estabilidad social, desde la familia,
porque ella no migra. Así también, los chilotes que retornan a sus tierras
nunca lo hacen con mujer argentina y muy ocasionalmente con chilena.
En general es una vecina y él seguirá viajando después de casarse.
REVISITANDO CHILE
Edward Rojas
Arquitecto
L a arquitectura de la Décima Región es parte de ese sur que tiene como 471
límite norte el río Biobío, conocido como “la frontera”, que es también el
límite natural de los bosques de notafagus, el coigüe milenario que abunda
en la selva fría.
Se distingue del resto de las arquitecturas regionales de nuestro país,
por centrar su preocupación en construir un “hogar” en torno al fuego, en
torno al calor, expresión que ya encontramos en los espacios y formas
arquitectónicas de los habitantes primigenios de este territorio como son
la ruca mapuche, el fogón huilliche o la choza chona. En estos tres casos,
se busca crear un cobijo bajo una cubierta y un volumen rotundo, que
separa un fuera frío y lluvioso de un dentro seco y “calentito”.
De esta forma, entonces, el volumen simple de planta rectangular,
con un techo a dos aguas y pequeñas ventanas que separan el interior y el
exterior, y que cobija un espacio de calor, es parte de la identidad genética
de la arquitectura del sur y, por ende, de la región, la que tiene su expre-
sión contemporánea en la calefacción central, que se ha convertido en un
factor fundamental de la arquitectura reciente.
El segundo gran componente de esta identidad regional lo constitu-
ye el hecho de que el volumen está construido sobre todo con las maderas
nativas provenientes de la selva fría, las que son trabajadas con una tec-
nología heredera de la tablasol labrada, del ballon frame y del buen pulso
de los carpinteros locales. En términos constructivos, dicha tecnología
permite la construcción de una arquitectura con sello propio, como lo son
las casas escamadas de tejuelas que maravillan por la organicidad casi ani-
mal de sus pieles a quienes llegamos desde el norte.
Sin embargo, también está en la genética de nuestra identidad la
capacidad de mezclar la madera y el metal, los materiales, por ejemplo, de
las construcciones patrimoniales de la ciudad de Valdivia.
REVISITANDO CHILE
que ella tiene que ver con el campo, el paisaje, la madera y las artesanías
locales, y no con la copia fiel de la producción arquitectónica que nos llega
desde el primer mundo, al cual la cultura nacional del centro está conven-
cida de pertenecer.
Sin embargo, no todo está perdido. La obra titulada Modelo para la
temporada otoño invierno, del pintor chilote José Triviño, ganó el concurso
Colores del Sur. Este pintor es hijo del MAM (Museo Arte Moderno), hijo
de este esfuerzo por construir una cultura nacional atada a una identidad
regional, que por este mismo hecho tiene valor universal.
Y esto le da sentido a todo el esfuerzo que hemos hecho durante
todos estos últimos veinticinco años, por construir una obra arquitectóni-
ca y una arquitectura con fuerte identidad regional de valor universal,
que hoy buscamos recrear una vez más, proyectándola en la formación de
nuevos profesionales conscientes del patrimonio y de un desarrollo sus-
tentable, que es lo que hacemos a diario con nuestra labor en el MAM y
en la Universidad Arcis Patagonia, que hemos creado para seguir refun-
dando nuestro mundo. 475
REVISITANDO CHILE
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Alfredo Prieto
Arqueólogo
Ana. Las terrazas marinas dejadas por estos avances varían en altura de-
pendiendo del peso liberado por las grandes masas de hielo. A mayor peso,
mayor “rebote” de la tierra. Los restos del cetáceo fueron fechados poste-
riormente y dieron una edad de casi cinco mil años antes del presente. En
otros términos, el Atlántico avanzó bien adentro en el actual territorio
chileno, entre las bahías Inútil y San Sebastián. Ello nos deja la impresión
de que la naturaleza tiene poco cuidado con los límites políticos o la pose-
sión de los mares.
Cuando los primeros hombres penetraron en Tierra del Fuego hace
más de diez mil años, ésta se hallaba unida al continente. Cerca de mil
años después, el ascenso paulatino del nivel del mar rompió las barreras
de hielo y abrió el estrecho de Magallanes.
Los selk’nam (onas) se explicaban a través de un bello mito su mile-
nario aislamiento. Según ellos, un pequeño hondero –Taiyin, un verdade-
ro David fueguino– había logrado matar con su honda a la peligrosa Taita,
quien había acaparado todos los recursos de la isla. En su alegría siguió
lanzando pedradas y con cada una de ellas creaba un cuerpo de agua. Una 481
gran piedra abrió el estrecho, otras el archipiélago.
Los testimonios de los selk’nam del sur del Río Grande indican que los
del norte eran tenidos como comedores de coruro (un pequeño roedor que
abundaba en las pampas) y no como los cazadores de guanaco que ellos se
enorgullecían ser. Sin embargo, nuestras excavaciones arqueológicas en el
norte muestran una tremenda cantidad de guanaco en la dieta. Muestran,
de igual modo, la precariedad de las informaciones de segunda mano, y
que solemos mentir sobre los otros y nosotros mismos.
Los fueguinos han sido muy maltratados en la literatura, no sólo por
Darwin. Se dijo que eran caníbales, que comían a los ancianos o que bota-
ban a los niños al agua cuando morían. En 1990 se descubrió un sitio de
enterratorio de niños canoeros en el fiordo Última Esperanza. Se trataba de
un nonato de siete meses de gestación y de un niño muerto durante el parto
o poco antes de él que presentaba un patología congénita (anencefalia), tan
escasa en el registro arqueológico que era el segundo caso en el mundo
después de uno hallado en Egipto. El sitio, un alero rocoso situado a dos-
cientos metros de altura y a unas dos horas de caminata desde la costa por
un terreno muy complicado, mostraba junto a los esqueletos de los niños,
abundantes adornos y profusas pinturas rupestres. Increíblemente, estos
dos seres, casi sin identidad, en la frontera entre la naturaleza y la cultura,
habían merecido un tratamiento que echa por tierra la visión antes men-
cionada de los fueguinos.
Sin embargo, el mensaje que nos toca descifrar a partir de la materia-
lidad como arqueólogos puede no ser el correcto, por lo que hay que ser
siempre cuidadosos. En otro trabajo realizado en la búsqueda de las in-
fluencias de los aonikenk en la artesanía de los ovejeros actuales nos tocó
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Leonel Galindo
Investigador del habla y del folklor
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EL SER AYSENINO:
REFLEXIONES SOBRE NUESTRA IDENTIDAD
Danka Ivanoff
Investigadora de la historia regional
Q
¿ ué es la identidad? ¿Es posible que un heterogéneo grupo humano, 491
agrupado en una superficie territorial, pueda identificarse con elementos
comunes, que lo hagan único y distinto a otros grupos territoriales? ¿Qué
hace distintos a los habitantes de Aysén del resto de los chilenos? ¿Qué
elementos constituyen su identidad?
Abordar este tema es tremendamente complejo si para ello nos dedi-
camos a estudiar las diferentes corrientes filosóficas que examinan este
concepto. Sin embargo, creemos que es necesario abordar el tema de la
identidad regional, desde la perspectiva del “ser aysenino”, de pertenecer
a esta zona geográfica y de haber desarrollado toda la vida en ella, lo que
nos permite estar profundamente compenetrados con la historia e idiosin-
crasia del habitante de Aysén, vale decir, con su identidad.
Partiendo de la teoría de que la identidad de un pueblo la constituye
la relación íntima entre el hombre y la naturaleza y entre ésta y el hom-
bre, complementándose, pero también enfrentándose y aceptándose, se
puede decir que el hombre de Aysén es el resultado de un mimetismo con
el paisaje, la geografía, y el clima. Otro ingrediente de mucha relevancia
para amalgamar la relación hombre y medio es el sentido de pertenencia:
esto es mío y soy de aquí.
Prevalecieron entre los primeros pobladores dos elementos que los
hicieron idénticos desde el norte al sur de la región: el aislamiento y la
autosuficiencia. Curiosamente, mientras Chile se prepara para entrar al
Bicentenario de la vida republicana, esta región aún no cumple cien años
desde el inicio de las primeras concesiones fiscales que marcaron el co-
mienzo de su ocupación y le faltan casi treinta años para cumplir un siglo
de vida administrativa. Aysén fue la tierra del abandono, del exilio auto-
provocado, de la soledad, de la nada misma. En este inmenso territorio,
REVISITANDO CHILE
Al inicio del proceso de ocupación, todo fue equivocado por parte del
Estado. Al entregar las concesiones territoriales, exigió la instalación de
cien familias de origen sajón en los terrenos concesionados, exigencia que
las compañías nunca cumplieron y que el Estado no se interesó en hacer
cumplir. Luego de creada la Provincia de Aysén, se publica en 1930 la
primera Ley de Colonización para la zona en la que se excluye de toda
posibilidad el obtener tierras a los extranjeros, impidiendo de esta manera
que la zona recibiera la positiva influencia cultural de ciudadanos de otras
partes del mundo, como sucedió en las regiones vecinas de Llanquihue y
Magallanes y todavía más, el Estado exige al incipiente poblador que, para
obtener su derecho a ocupación, debe rozar a fuego una cierta cantidad de
hectáreas, obligación que significó que en 1937 la entonces Provincia de
Aysén, ardiera de norte a sur sin control, provocando grandes daños no
solo a la naturaleza, sino también muchas veces perdiendo el propio po-
blador su pequeño capital por completo.
Todo esto marcó al habitante de Aysén y puso en los distintos lugares
de la región una identidad común, una manera de ser y de vivir. Las pe- 493
nurias pasadas, los sufrimientos, hicieron del colono un hombre frío pero
solidario, agreste pero hospitalario, terco pero ayudador de otros que co-
menzaban a bregar en el difícil camino de hacerse pobladores. De esta
manera, quienes habitaban Aysén adquirieron características que les fue-
ron muy propias y que permanecieron marcadamente por mucho tiempo.
No cabe duda de que la magnificencia del paisaje –de gran belleza, pero
muchas veces aterrador–, la soledad infinita de los campos donde se insta-
laron, el clima adverso, lo duro del trabajo realizado para doblegar a la
naturaleza, más la ausencia absoluta de un Estado tutelar, con leyes y
presencia, fueron factores determinantes para darle al hombre aysenino
una forma de ser que lo hizo distinto a los otros ciudadanos de nuestro
país.
Como hemos dicho, el proceso de poblamiento y colonización de
Aysén comenzó mayoritariamente por Argentina. Con excepción de Ay-
sén y algunos lugares del litoral, el poblamiento se realizó en su gran ma-
yoría desde ese sector, y los lazos nunca se cortaron. De Argentina se tra-
jeron las costumbres gauchas, los modismos, el folklore con sus cantos y
bailes y todo eso permaneció intacto muy entrado el siglo XX y sólo fue
cambiando en la medida en que el poblador se influenció con otros resi-
dentes venidos desde el norte y fundamentalmente, ya casi al final del
siglo, con la llegada de la televisión a apartados lugares del territorio.
En los primeros treinta años de poblamiento, no existieron factores
exógenos que cambiaran al habitante de Aysén. Fue a partir de la llegada
de los primeros funcionarios públicos que el poblador comenzó a modifi-
car un poco su vida, aunque sólo en los centros poblados. Hasta ese en-
tonces no hubo un interés por la educación de los hijos o por la adquisi-
REVISITANDO CHILE
Enrique Valdés
Escritor
498 H asta las primeras décadas del siglo XX, Aysén no existía ni política ni
administrativamente. La extensa región permanecía aún despoblada y
desvinculada del resto de la nación. Conspiraban a ello su lejanía, su selva
impenetrable, sus ríos caudalosos y el desconocimiento de sus potenciales
económicos y turísticos por parte de los gobernantes y de los intelectuales.
“Cadalso para los navegantes. Suelo vedado a los caminos de la civiliza-
ción (...) Las comarcas en disputa están muy distantes de ofrecer expecta-
tivas halagüeñas ni en el presente ni en el porvenir”, dirá Benjamín Vicu-
ña Mackenna en 1880, plena etapa de disputas territoriales. “La patagonia
–escribía Diego Barros Arana con ignorante arrogancia– no es más que un
inmenso desierto donde aparece sólo por intervalos una vegetación raquí-
tica y espinosa.”
Algún atractivo debió ejercer la tierra en los primeros navegantes
que le dieron nombres misteriosos: Tierras de Diciembre, la denominó
Hernando de Magallanes al salir del estrecho que lleva hoy su nombre.
Trapananda, en los primeros documentos de Pedro de Valdivia y también
en el mapa elemental del padre José García; Potrero de los Rabudos, para
José de Moraleda, quien pagó con estas tierras a Juan Levién, goberna-
dorcillo de los Payos, por sus servicios como práctico navegante, otorgán-
dole una Merced Real, desde el paralelo 43 al 48, es decir, del monte Me-
limoyu hasta el Istmo de Ofqui.
Marcada por el desconocimiento y la ignorancia, la tierra comenzó a
poblarse de manera casual, desde dos frentes geográficos. Primero, por la
pampa Argentina, por chilenos que huían desde una Araucanía nuestra,
ese pedazo de frontera que hoy todavía se desangra y que entonces –a
fines del siglo XIX– hacía del matonaje y la prepotencia de los vencedores
de la Guerra del Pacífico su mejor pasaporte de abusos y tropelías contra
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mapuches y criollos. Por otro lado, desde la costa del Pacífico, por la gente
de Chiloé, antiguos herederos de chonos y veliches. Ellos serían la mano de
obra barata para las primeras compañías ganaderas que se apropiaron de
todo el territorio a través de grandes concesiones en arriendo. Después del
laudo arbitral de 1902, muchos chilenos que poblaban la Patagonia queda-
ron fuera del territorio nacional y se vieron obligados a entrar a las tierras
fiscales que hoy conocemos como los pueblos de Lago Verde, Coyhaique
Alto, Balmaceda, Chile Chico, Cochrane.
La historia de Aysén empieza con errores fatales que tienden regu-
larmente a repetirse. Como el Estado debía instaurar su soberanía en el
territorio, inició una colonización absurda –como lo ha seguido haciendo
hasta fines del siglo XX– otorgando grandes concesiones territoriales a per-
sonas que se comprometieron a poblarla y hacerla producir. Aquéllas se
daban sobre la base de las cuencas hidrográficas, algunas recién descu-
biertas por el geógrafo y gran viajero de la zona, Hans Steffens, pero que
aún ni aparecían en los mapas oficiales. Entre los años 1903 y 1905 se
entregó para su hipotética explotación ganadera desde el valle del río Cis- 499
nes, hasta los del río Baker, Pascua y Bravo recién descubiertos por Ste-
ffens. Los beneficiados eran –entre otros– Luis Aguirre, Juan Contardí,
Alejandro Bates y Teodoro Fredemburg. Como resultaba imposible una
aventura individual en la zona, la mayoría de los particulares usaron esas
concesiones como el incipiente capital para traspasarlo a grandes socieda-
des anónimas. Así lo hace Luis Aguirre con sus derechos para constituir la
Sociedad Industrial de Aysén. Juan Contardí constituye junto a Mauricio
Braun y Juan Tornero la Sociedad Explotadora del Baker. Éstas y otras
sociedades fantasmas fracasaron rotundamente. Un cementerio en una
pequeña isla en la desembocadura del río Baker, conocido hasta hoy como
la Isla de Los Muertos, es un mudo testimonio de lo que pasaba entonces:
120 chilotes muertos y enterrados allí mismo, en las instalaciones de Bajo
Pisagua a 15 minutos de lo que es hoy Caleta Tortel. Aún no sabemos si
murieron de hambre o escorbuto como cree el padre Martín Gusinde, o si
fueron envenenados para no pagarles el salario. Igual como murió ese
centenar de chilotes, morían las ovejas y los vacunos, diezmados por las
distancias, la sarna y los cruentos inviernos.
Rescatemos dos puntos fundamentales de este curioso poblamiento,
de esta construcción de identidad y de historia nuestra. Balmaceda, el
pueblo más antiguo de la región, está en la frontera actual con Argentina
y fue fundado el 1 de enero de 1917. Al otro extremo, Puerto Aysén, en la
costa Pacífica, nació en 1928 junto a la creación del territorio. En el primer
caso, eran pobladores que venían de la zona central y sur del país, como
Linares, Temuco, La Unión, Río Bueno y Osorno y que se habían instalado
en territorios de Chubut y Santa Cruz, pensando que eran chilenos. En el
otro caso, era la mano de obra chilota contratada por las compañías explo-
REVISITANDO CHILE
los gauchos de botas de acordeón relucían sobre el piso, igual que los taco-
nes y las fajas de los trajes apretados de algún huaso de la zona central. El
peso y el nacional, la grapa y el aguardiente, el truco y la taba, el facón
enorme prendido a la espalda, el revólver al ciento de algún carabinero, la
boina que escondía los ojos, el sombrero alón, la montura de grandes bas-
tos, la cangalla huasa, el bajador en el pecho del caballo recamado de
monedas de plata y las riendas trenzadas en un caballo pequeño. Todo
entreverado en una mezcla fantástica. Tributarios de pueblos argentinos
fueron Lago Verde, de Río Pico; Coyhaique Alto de Río Mayo; Balmaceda
de Lago Blanco; Chile Chico de Los Antiguos y de Nacimiento.
Con toda razón, un rasgo que emociona y distingue a esta zona, es el
legítimo orgullo de los actuales descendientes de colonos y de primeros
pobladores por aquellos que hicieron de Aysén, en menos de cien años, lo
que es hoy, al construir una casa, limpiar un potrero, ocupar un cerro,
instalar y fundar una familia y muchas veces educar a los hijos en una
provincia donde el liceo apareció recién en la década del 50. Y a pesar de
la invasión de la música ranchera, Aysén ha sabido configurar una autén- 501
tica tradición artística en música, plástica y literatura, que hoy puede lu-
cirse en el país como algo auténtico y perdurable. En esta tradición se
amalgaman los elementos culturales argentinos, como la representación
del gaucho y sus costumbres: el mate amargo, el asado parado, el estilo de
la milonga, la vidalita, el vals criollo en las creaciones de El Malebo; la
presencia citadina en la original música del Dúo Trapananda y el innume-
rable y valioso aporte de voces y creadores individuales que más bien de
manera inconsciente y por el puro peso de la historia de su entorno, han
logrado convertir en arte sus vivencias y su cariño por esta tierra.
A este doble rasgo poblacional de chilote y gaucho hay que agregar
un tercer elemento en el actual crisol de nuestra identidad regional. Lo
constituye el funcionario público, el empleado o profesional que llegó a
Aysén atraído por expectativas de ahorro o del pago de zona que, en mu-
chos casos, significaba un incremento del 100% de sueldo. Se trata del
empleado bancario, el uniformado, el profesor, el reciente profesional in-
dependiente –abogado, dentista, doctor, agrónomo, veterinario– que vie-
ne por un par de años y termina quedándose por toda la vida. Muchos de
estos funcionarios son los que dan las luchas por causas que exceden los
problemas estrictamente regionales para transformarse en fechorías con-
tra la humanidad.
Son ellos, precisamente, los que han rotulado a Aysén como reserva
de vida, dada la preservación y el cuidado en que se mantienen extensas
zonas aún libres de toda contaminación. Son ellos junto a nosotros, los
que en estos mismos momentos luchan contra las corrientes economicis-
tas y mercantilistas que, en nombre del progreso, el trabajo y la moderni-
dad, intentan instalar en Puerto Chacabuco una planta refinadora de alu-
REVISITANDO CHILE
REGIÓN MAGALLÁNICA:
UNA IDENTIDAD BIEN DEFINIDA
Mateo Martinic
Historiador
La identidad regional
En el primer aspecto, y sobre la base de una experiencia personal vital de
pleno compromiso con la región magallánica, y de una actividad intelec-
tual y académica referida al conocimiento de la sociedad y el ambiente a
lo largo del tiempo histórico, podemos afirmar rotundamente que existe
una bien definida identidad regional magallánica.
Interesa para ello conocer las circunstancias históricas que motiva-
ron su surgimiento y debido perfilamiento.
Al despuntar la centuria vigésima, el Territorio de Colonización de
Magallanes (su denominación oficial en la época) podía considerarse como
social y económicamente joven o reciente en el contexto chileno, puesto
que tanto la presencia humana civilizada como el subsecuente uso de los
recursos naturales habían tenido comienzo poco más de medio siglo an-
tes, exactamente a partir de la ocupación nacional de la región meridional
del continente ocurrida en 1843.
Era, con entera propiedad, uno de los “territorios nuevos” de la Re-
pública, junto a las provincias de Tarapacá y Antofagasta, conquistadas a
Perú y Bolivia, respectivamente, como consecuencia de la Guerra del Pa-
cífico (1879-1884); con la hasta hacía poco indómita Araucanía, incorpo-
rada plenamente a contar de 1880, y el casi virtual ignoto territorio cen-
tral de la Patagonia occidental, que comenzaba a ser conocido como Aysén,
que lo haría con el inicio del nuevo siglo.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
cana, como herencia del imperio español. Por tanto, todos cuantos arriba-
ron para establecerse en ella (y sus descendientes) lo hicieron con tan
precisa noción y se sabían formando parte integrante de la nación chilena,
pero distinto fue –en un comienzo al menos– que “se sintieran chilenos”.
El sentimiento de nacionalidad, en cuanto afecto por el suelo, las
tradiciones en historia, como la forma de ser de sus habitantes, es algo
ciertamente complejo, en lo que confluyen diferentes sensaciones parti-
culares. Pues bien, en los comienzos del siglo XX las circunstancias que
hicieron posible el poblamiento y desarrollo territorial pusieron de mani-
fiesto que en tan relevante hecho había mucho, muchísimo más del man-
comunado esfuerzo colectivo, que de la acción del Estado. Es decir, la vi-
sión, la pujanza, la laboriosidad y los capitales de tantos empresarios grandes,
medianos y pequeños y aun de la gente común, habían asumido la realiza-
ción del estimulante proceso, limitándose la autoridad gubernativa a una
acción más bien pasiva y distante, meramente cauteladora del orden y del
interés común. Inclusive, hubo momentos en que la acción oficial tuvo
508 un carácter negativo o desfavorable para el bienestar colectivo, lo que por
cierto enajenó todavía más el ánimo común respecto de las autoridades
del gobierno central chileno.
Así surgió la conciencia plena de la capacidad de autogestión del de-
sarrollo territorial y de la responsabilidad en los logros obtenidos. De modo
subyacente quedó en el ánimo de la gente una sensación de distancia-
miento o de falta de afecto, si se quiere, respecto del gobierno nacional y,
por extensión, de una suerte de debilitamiento en la ligazón sentimental
con el país. Tal situación anímica tuvo plena vigencia durante las dos pri-
meras décadas del siglo.
Hacia fines de los años de 1910, circunstancias internas y externas
concurrieron a desatar una crisis económico-social que puso término a la
época dorada en que hasta entonces se había vivido. Ello condujo a un
replanteamiento en la relación anímica entre Magallanes y Chile. Enton-
ces, en el territorio se entendió paulatinamente que ya no se darían en lo
sucesivo los vínculos con Europa en el grado y cercanía que se habían
conocido, y que no quedaba otra alternativa que la de volver la vista hacia
el país –Chile metropolitano– y esperar del Estado la debida preocupación
por su estabilidad y desarrollo. De otra parte, en Santiago dejó de mirarse
al distante territorio austral como una suerte de identidad extraña y ex-
tranjerizante, sino ya como un sujeto al que importaba cautelar como se
merecía, por cuánto significaba para la República.
Se fue dando, en consecuencia, una convergencia de intereses recí-
procos y produciéndose el necesario acercamiento. Ni Chile debía seguir
siendo ajeno para Magallanes, ni este para aquél.
El proceso correspondiente no fue rápido ni fácil. Tomaría todavía
más de una década, agitado como estuvo por el reclamo regionalista de los
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
La historiografía regional
En este aspecto, nuestra apreciación es igualmente precisa y clara: Maga-
llanes dispone al presente de un rico acervo historiográfico como pocas
otras regiones de Chile tienen, lo que permite a sus habitantes y a los
extraños un apropiado conocimiento acerca del suceder territorial en el
REVISITANDO CHILE
aspecto, por cuanto la lejanía de los centros de atención con mejor equi-
pamiento tecnológico y disponibilidad de especialistas, exige perentoria-
mente la apropiada dotación para un funcionamiento autónomo, con la
máxima cobertura asistencial posible, exceptuada únicamente aquella de
mayor complejidad tecnológica.
Por fin, aunque el progresivo adelanto de los medios de comunica-
ción y de transporte ha conseguido la superación del aislamiento social
que ha marcado la historia de la región hasta un tiempo reciente, persiste
como problema y, por tanto, como anhelo colectivo, el del abaratamiento
del costo de transporte desde y hacia la región, asunto ciertamente impor-
tante que dice relación con la equidad y las justas aspiraciones de bienes-
tar colectivo.
511
REVISITANDO CHILE
Mauricio Quercia
Arquitecto
512 E xisten tantas identidades como modos de habitar una región, teñidos
éstos de las particularidades de la economía y destrezas necesarias para
lograr la temperie con el entorno, para conseguir cohabitar con el sitio, con
el lugar. En Aysén y Magallanes son éstos los que en definitiva se traducen
en una gestualidad propia y común, que se convierte en identidad.
Pero hay otros cientos de factores que, en tanto influyen en una co-
munidad de habitantes, devienen en identidad.
El territorio de Magallanes está poblado por una enorme concentra-
ción de acontecimientos históricos que no dejan de sucederse desde la
primera circunnavegación al globo y descubrimiento del estrecho. Esta
concatenación de sucesos históricos demarca las costas de la región con
hitos –invisibles algunos, desconocidos otros– que en suma distinguen la
enorme amplitud de estos territorios de otras extensiones tan remotas o
aisladas como ésta.
¿Como eludir que parte de la identidad magallánica se basa en algu-
na medida en esta carga histórica?
Pero la identidad de esta región es un conglomerado de una gran
diversidad de identidades propias de Aysén, que son tan numerosas como
los enclaves humanos que la pueblan.
Sin embargo, extrañamente hay una cierta similitud entre las identi-
dades de la Patagonia, similitud que trasciende las particularidades del
lugar o los atavismos o chovinismos, ritos, tradiciones y actos atávicos. Me
hace sentido la idea de un origen común de la identidad por sobre los
factores históricos y sociales de las comunidades australes.
Ésta, que llamaré identidad patagónica, es una y común a todas las
microidentidades interiores del territorio. Esta identidad mayor convoca a
la constelación de identidades en una misma gestualidad.
I DENTIDADES : D E L O R E G I O N A L A L O L O C A L O D E L A PAT R I A A L A M AT R I A
Pienso que el origen de esto es que hay una potente presencia del
ambiente y los elementos en el espíritu del hombre que habita la Patagonia,
pues aquél cala profundamente su vida.
El hombre habita con el sentido de ser meridional extremo.
La extensión, la extensión lata, la extensión demorada, la dramática
presencia de los elementos de la atmósfera, la naturaleza y la geografía,
nos son comunes en Aysén y Magallanes. En tanto tangibles y con potente
efecto en la vida, nos son también comunes el dominio de los hielos, la
pampa, el viento y el frío, los bosques y los archipiélagos e incluso y más al
Este de estas comarcas, la intemperie y el entorno.
En la medida en que la intemperie –formidable y potente presencia y
efecto de los elementos– provoca el modo de vida, la temperie cobra for-
ma, se vuelve identidad la manera de sobrevivir a aquélla y a la latitud, a
la extensión y a la soledad.
El extremo extinto, la identidad arqueológica de este modo de vida
resuena desde el entorno y las chozas de los pueblos originarios.
La identidad viviente, la cocina y el fuego, se han convertido en un 513
espacio con características propias de dimensiones y actos cotidianos. El
modo de vida, de sobrevivencia, construye un espacio que es vivido. Eso
es una forma distinguible de identidad.
El fogón y el quincho son espacialidades actuantes devenidas del modo
de vida.
La intemperie avasalladora, la fuerza de los elementos y el modo de
oponer vida son un factor incidente en la conformación de las identidades
que siguen existiendo aun a pesar de los ritmos vertiginosos de la globali-
zación.
La articulación de las identidades regionales se da en esta construc-
ción cotidiana de la temperie, que es el modo de sobrevivencia y oposición
a la intemperie. Esto es lo que nos es común en la Patagonia y que permite
conservar la identidad. (Pienso en cómo se vivía en las dimensiones y espa-
cios de las casonas del 1900, en las estancias con su doble significación de
predio y permanencia.) En el espacio disponible, hoy permanecen como
desinencia de la identidad originaria la cocina-interior-lugar desde donde
se vive. En la ciudad permanecen los actos públicos, el gesto de celebrar la
pertenencia.
De algún modo, oponer la temperie a la naturaleza nos salva del mo-
derno desencuentro entre la identidad y el territorio. Desencuentro venido
de este nuevo y vertiginoso relacionarse con el espacio y el tiempo que nos
trae la modernidad.
Las posibilidades de identidades de descubrir o permanecer en el tiem-
po se reducen así como aumenta la velocidad en los tiempos de traspaso de
información, de los desplazamientos y desarrollo, entendido éste desde
nuestra periferia como un fenómeno de homologación o igualación a los
estándares centrales.
REVISITANDO CHILE
tadura, la noticia de un finado gato que, lanzado por los aires, interrum-
pió el discurso del general en la Plaza de Punta Arenas. Ejemplos ambos
de la vehemencia con que los regionalismos hacen sentir su voz por sobre
la de la nacionalidad. Este sentido de ser “viviente”, perteneciente a un
entorno inmediato antes que a una patria lejana, atrapa a los inmigrantes
y los retiene.
Por otra parte, esta situación de frontera, de término o de inicio de la
nacionalidad es lo que se celebra en los actos públicos de los domingos fren-
te a la plaza, a la catedral y la gobernación. Es tal la potencia del entorno
inmediato que existe la necesidad de refundar cada vez, de saberse cívica-
mente incorporados y comprometidos con la soberanía de la nación, in-
cluidos dentro de los muros gobernados. La existencia en una de las regio-
nes más aisladas del planeta, paradójicamente trae consigo un gesto: la
celebración periódica, ante el resto ausente del país, de pertenecer, la ce-
lebración de ser los otros, los que son únicos en la absoluta soledad.
Con la nacionalización, fenómenos acelerados por esta cada vez más
comprimida relación de espacio y tiempo, como la latitud o la distancia, 515
vendrían a ser condiciones en riesgo de desaparecer y con ellas ese obstácu-
lo tan antiguo que es el aislamiento. A pesar de que estos procesos se dan
en múltiples aspectos, nuestra identidad sigue siendo guardada por la lati-
tud y la distancia con el mundo.
El lenguaje puede describir algunos signos identitarios pero lo que es
verdaderamente activo en nuestra identidad es el sentido de vivir el don
de donde se está.
Entonces, algo ocurre con nuestra historia regional, con la nieve y el
invierno... Las travesías por los barriales de los deshielos y los huracanes
del verano, las pariciones, las esquilas y la vida en torno a la cocina, las
lagunas de hielo y las distancias medidas en horas, los ocasos que se esti-
ran hasta la medianoche en los veranos... todo esto nos hace paralelos a la
nacionalidad. Nuestra identidad no está difundida y parte de ella es ali-
mentada por nuestra casi secreta existencia.
Chile interpreta su historia desde Pedro de Valdivia en el San Cristó-
bal divisando el Valle de Santiago, desde el desastre de Rancagua y el Com-
bate Naval de Iquique.
Con esto ya hay suficiente para devengar un territorio. El resto de las
historias son excentricidades, anécdotas, curiosidades prescindibles. Y es
precisamente este resto de historias lo que enciende el alma regional y
acoraza la identidad local frente a los centralismos y globalismos unifor-
mizadores.
La oveja, el petróleo, la pesca y el turismo son las más prometedoras
iniciativas ambientalmente sustentables de las macrotendencias del siglo
20 en la región; pero, sin duda, destaca la extracción de los recursos y la
exportación al país o al mundo.
REVISITANDO CHILE
Mario Moreno
Investigador folklórico costumbrista
supersticiones que la gente posee. “El tesoro de cambiazo”, “La viuda ne-
gra”, “La llorona de Timaukel”, “El dedo del indígena de la plaza”, etc.
Particular es también la forma de presagiar los cambios climáticos.
Los puntarenenses anuncian nieve cuando los zorzales bajan del cerro. Tem-
poral, cuando las gaviotas vuelan alto. Los pescadores clavan un caparazón
crudo de centolla, en la puerta de su casucha para ver cómo estará el tiem-
po antes de su zarpe. El campesino sabe de mal tiempo cuando los caballos
retozan o caminan los ovinos en fila o cantan las bandurrias, etc.
Esto es parte de nuestra identidad. Los barrios con sus particulares
historias y sus personajes, el “Changa” del cerro de la Cruz, el “Pan Duro”
de la plaza, la “Loca Lidia” de Playa Norte, “El Panda” del Barrio Prat o el
cieguito Albertito Barría, músico de armónica del barrio Ecuatoriano.
Los pobladores organizando “comilonas”, para cancelar alguna deu-
da. El petrolero, temeroso de un mal presagio al observar un pájaro posa-
do en la torre de perforación.
El hombre de campo trabajando con su caballo y sus perros, ordenan-
do a estos últimos mediante silbidos distintas faenas con animales. Aquellos 519
que no pueden silbar con la boca lo harán con la cambucha o cajeta (pito
metálico) y arrearán sus rebaños con el “cachorro” o “perro de lata”, alam-
bre curvo con chapitas. Ambos elementos servirán luego para animar sus
fiestas. En cuanto a éstas, suceden normalmente al término de las faenas,
al final de un torneo de fútbol o con motivo de santos o aniversarios. No
siempre se cuenta con mujeres, de tal manera que, sin perder su hombría,
algún compañero hace de pareja en bailes, aunque, por supuesto, “no
agarrados”. Pero no falta la oportunidad de disfrutar de una buena cueca,
con la china, empleada de las casas patronales de la estancia.
Tímidamente se acerca a veces a compartir la fiesta el “tumbero” o
“pasajero”, viajero de la pampa que con su caballo, su “pilchero” y sus
perros, va de estancia en estancia buscando un trabajo esporádico, sin
obligarse a permanecer mucho tiempo en un mismo lugar.
En el vestuario clásico campesino ha tenido una gran influencia lo
visto por el hombre rural en los visitantes. La boina con bellota fue copiada
al clasificador de lana que procedía de Escocia. Se dice que quien usa este
tipo de implemento debe ser “un hombre de a caballo”, para llevar en la
bolita de lana de su gorra el vaivén del galope. El pañuelo al cuello es
utilizado por campesinos de muchas latitudes, como adorno y para evitar
ensuciar el cuello de la camisa. El chaleco, sin mangas, puede ser de piel
de vacuno o caballar, al igual que las polainas, copiadas a los carabineros
rurales y que protegen la caña de sus botas. La bombacha argentina es
una prenda utilitaria que le permite usar en forma cómoda la montura de
basto y lo protege del frío viento de la Patagonia.
Así también transcurre la vida en el pueblo. Las fiestas se realizan en
clubes deportivos, casas particulares y salones de baile. La música, depen-
REVISITANDO CHILE
521
REVISITANDO CHILE
CANOEROS AUSTRALES:
CONSTRUCCIÓN DIARIA DE UNA IDENTIDAD
Mario Barrientos
Antropólogo
EXPOSITORES JORNADAS
REVISITANDO CHILE: IDENTIDADES, MITOS E HISTORIAS
528
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
TERCERA PARTE
530
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Sol Serrano
Historiadora
Creo que hay una historia en un sentido empírico, en el sentido que nos afectamos
mutuamente. Por lo mismo, la historia se va haciendo global y hoy lo es
plenamente. En la nación moderna –vuelvo inevitablemente a 1810– se
acentúa profundamente esa forma de afectarnos por el crecimiento del
Estado que nos influye mutuamente desde lugares muy distintos.
¿Existe una historia de Chile? Sí. Existe una historia nacional, la de
la formación de la nación moderna con sus cohesiones y exclusiones, pero
con sus evidentes dependencias. En ese sentido, puede haber muchos re-
latos, pero no creo que la historia de Chile sea una suma de partes. Pienso
que sí es la de los vínculos: cómo unos se han afectado con otros.
Ahora bien, esta constatación empírica tiene efectos políticos, ideo-
lógicos y éticos. Si no hay una historia común, ¿en qué sentido podría
haber una sociedad de la cual se exigen derechos? El solo exigir éstos 535
supone la existencia de una comunidad –imperfecta, injusta, desigual–
ligada por lazos jurídicos ineludibles, cuya concreción específica y particu-
lar está determinada por una historia común.
REVISITANDO CHILE
Jorge Pinto
Historiador
tina y, en Chile, Vicuña Mackenna se encargó de llevar las cosas casi a los
extremos. Las ideas difundidas por el conde A. de Gobineau en su Essai sur
la inégalité des races humaines, publicado en París entre 1853 y 1855, que
proclamaban la superioridad de la raza blanca y la degradación del mesti-
zo, ganaron adherentes en un continente que, paradójicamente, estaba
poblado en su mayor parte por mestizos.
Nuestra identidad fue creciendo, así, en medio del conflicto de que-
rer ser lo que no éramos y también las voces disidentes que denunciaban
esta contradicción, testimoniada por numerosos escritores y ensayistas.
Tal vez los ejemplos más nítidos, a comienzos del XX, sean Enrique Mac-
Iver, Augusto D’Halmar, Januario Espinoza, Francisco Antonio Encina y,
muy especialmente, Vicente Huidobro, con su Balance patriótico.4
Desde otro punto de vista, Recabarren protestó también por la exclu-
sión de otros sectores de aquella “chilenidad” fundada en el XIX. “No es
posible, decía Recabarren, mirar a la nacionalidad chilena desde un sólo
punto de vista, porque toda observación resultaría incompleta”. Chile no
538 es uno, existen, al menos, ricos y pobres y los pobres poco tienen que ver
con este país. “Yo mismo miro en torno mío (...) –agregaba Recabarren–
miro en torno a la gente de mi clase (...) miro el pasado a través de mis 34
años y no encuentro en mi vida una circunstancia que me convenza que
he tenido patria y que he tenido libertad”.5
El Chile que celebraba la Independencia no era el Chile de Recaba-
rren; tampoco el de los mapuches discriminados, de los mestizos segrega-
dos y de las mujeres postergadas. A pesar de los esfuerzos por incorporar-
los forzadamente a la nación, como toda creación artificial, el país mostraba
trizaduras muy severas. Toda América estaba viviendo el mismo drama.
Al hacernos nacionalistas, decía Vasconcelos en México, nos derrotamos a
nosotros mismos. Los creadores de nuestro nacionalismo fueron, sin sa-
berlo, los mejores aliados del sajón, nuestro rival en la posesión del conti-
nente.6 El venezolano Rufino Blanco Fombona fue todavía más lejos. En
un artículo publicado en 1912, decía que hemos sido a menudo monos,
loros, repetidores de Europa, pueblos sin alma o con un alma que imita la
de los pueblos cuyos libros leemos. “No somos hombres de tal o cual país;
somos hombres de libros; espíritus sin geografía, poetas sin patria, autores
sin estirpe, inteligencias sin órbita, mentes descastadas (...) No somos crea-
dores. Poseemos espíritu femíneo. Necesitamos de fecundación para parir.
Somos poetas fecundados”.7
En este continente con hombres sin geografía y que se mueven al
impulso de corrientes que llegan de Europa, los propios hijos de la tierra
no tenían espacio y si lo tenían era para desgracia de nuestro propio con-
tinente. Por eso, el argentino Carlos Octavio Bunge vio al indio sin futuro,
“avergonzado, corrido, ofuscado, aniquilado por la civilización” y al mu-
lato, “irritable y veleidoso como una mujer (...) fuerte de grado y débil por
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
de ese mismo año, podríamos aspirar a crear una raza sólida, empañada
de tradiciones, bien chilena, bien criolla”.14
Muy poco de esto hemos hecho, sin embargo, los chilenos. Tal vez
por eso, nos hemos transformado en personajes tristes y temerosos, a pe-
sar de la aparente agresividad que algunos creen nos caracteriza. En imi-
tadores eternos, en convencidos de que nuestro destino no está en la
América morena, sino muy lejos, en los países desarrollados con los cuales
anhelamos mimetizarnos. Es el resultado de una larga historia de exclu-
sión, ocultamiento, avasallamiento, imitación y renuncia de lo propio que
carga nuestra identidad nacional.
1. Vicente Pérez Rosales, Ensayo sobre Chile (Santiago: Imprenta Ferrocarril, 1859). Citado
también por Francisco Javier Pinedo, “Visión de Chile en Vicente Pérez Rosales”. En Mario
Berríos y otros, El pensamiento en Chile, 1830-1910 (Santiago: Nuestra América Ediciones,
1987), p. 68.
2. Francisco Bilbao, La América en peligro (Santiago: Ediciones Ercilla, 1941), pp. 49-51.
Sobre estos planteamientos de Bilbao véase también el artículo de Pablo Guadarrama, “Pen-
samiento filosófico e identidad cultural latinoamericana”. En Heinz Dieterich (Coord.),
Nuestra América frente al V Centenario, (Bogotá: Editorial El Búho, s.f. (1992)) y la edición de
la obra de Bilbao El evangelio americano, (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988).
3. Andrés Bello, “Modo de escribir la Historia”. En Leopoldo Zea (Comp.), Fuentes de la
cultura latinoamericana, (México D.F.: FCE, 1993), 3 vols. Vol. I, p. 193.
4. Comentarios más extensos sobre estos planteamientos con identificación de las obras de
542 los autores citados en este párrafo en Jorge Pinto, De la inclusión a la exclusión. La formación
del Estado, la nación y el pueblo mapuche. Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de
Santiago, Santiago, 2000.
5. Luis Emilio Recabarren, “Ricos y pobres”. Conferencia pronunciada en Rengo el 3 de
septiembre de 1910. En Obras escogidas, Tomo I (Santiago: Editorial Recabarren, 1955), pp. 57-
98. Las citas en pp. 59 y 73.
6. José Vasconcelos, Raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana, México D.F.: Espasa-
Calpe, 1966), p. 18.
7. “El Modernismo y los poetas modernistas”. Citado por María T. Martínez Blanco, Iden-
tidad cultural de Hispanoamérica. Europeísmo y originalidad americana. (Madrid: Editorial de la
Universidad Complutense, 1988), pp. 141-142.
Nuestra América (1903). Citado por M. T. Martínez Blanco, op. cit., pp. 167-171.
8. “Nuestros indios”. En José Carlos Rovira, Identidad cultural y literatura (Alicante: Gráficas
Estilo, 1992), pp. 135-143.
9. Estas expresiones las vertió en un artículo publicado en La Nación en 1936, citado por
Hernán Godoy, El carácter chileno, p. 283.
10. Alberto Cabero, Chile y los chilenos (Santiago: Imprenta Cervantes, 1940, pp. 152-153.
11. Galvarino Guzmán, Mañas criollas (1945). En Hernán Godoy, op. cit., pp. 330-338. La
cita en p. 334.
12. Citado por Hernán del Solar en la edición de la obra de Mariano Latorre, Chile, país de
rincones (Santiago: Editorial Universitaria, 1996), p. 12.
13. Citado por Patrick Barr, “Idealismo rural e identidad nacional. Imágenes del campo en
las esferas urbanas del cono sur en el siglo XX”. En Boletín de Historia y Geografía, Nº 13,
Universidad Católica Blas Cañas, Santiago, 1997, pp. 103-113. La cita en p. 111.
14. Los comentarios que vienen a continuación resumen algunas apreciaciones del autor
respecto de lo que ocurrió en la Araucanía durante el siglo XX y que se están profundizando
en el Proyecto de Investigación “La población de la Araucanía durante el siglo XX, 1895-
1992”, aprobado por Fondecyt en 2001.
15. Eugenio Ortega, “Desarrollo humano en Chile, 1996”. En clase magistral dictada en la
Universidad de la Frontera, 1997. Según un cuadro que incluye este autor, la competitivi-
dad en la región alcanza un índice 2 contra 100 de Santiago.
16. Eugenio Ortega, “Desarrollo Humano en Chile, 1996”. En Clase magistral dictada en la
Universidad de la Frontera, 1997. Según un cuadro que incluye este autor, la competitivi-
dad en la región alcanza un índice 2 contra 100 de Santiago.
17. Domingo Namuncura, Ralco, ¿represa o pobreza? (Santiago: Lom, 1999), p. 44.
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Bernardo Subercaseaux
Profesor de Literatura
M e gustaría aclarar desde dónde hablo, pues no lo hago desde ninguna 543
disciplina en particular. Tengo formación en literatura, pero también en
arqueología. Se trata, por lo tanto, de una combinación entre una discipli-
na positivista empírica, y otra que no lo es. Más bien hablo, entonces,
desde la no disciplina o, si se quiere, desde la indisciplina que se mueve y
transita libremente por cualquier parte.
Me he preocupado del tema de la identidad chilena por una circuns-
tancia casual y por labor académica, a partir de un interés por la historia
de la cultura. Realmente, no me había interesado en forma específica de la
identidad chilena, o de la identidad nacional, hasta que se me invitó a un
seminario de la Soberanía y Defensa Nacional, en que el auditorio estaba
compuesto fundamentalmente por altos oficiales de las tres ramas de las
Fuerzas Armadas y personeros de gobierno que querían reflexionar sobre
el tema de la identidad y de la defensa nacional.
Para ese entonces preparé una intervención, con una actitud un poco
cautelosa, porque tenía un poco de temor de que el tema se tomara muy
en serio, acordándome de lo que había sido la doctrina de seguridad na-
cional y las vinculaciones de la defensa con una concepción demasiado
cerrada de la identidad nacional, llena de metáforas organicistas, de metá-
foras del cuerpo, en que se veían tumores y cánceres por distintos lugares.
Lo que hice esa vez, es lo mismo que trataré de efectuar ahora: una
suerte de pedagogía sobre el concepto de identidad nacional, refiriéndo-
me a la visión, en cierta medida sustancialista, que está implícita en la
propia pregunta por ella. ¿Existe la identidad chilena? De alguna manera es
una interrogante por la existencia, pero hay una suposición velada en
ella: la de que la esencia precede a la existencia y no al revés.
REVISITANDO CHILE
local, abriendo un abanico. Es un tema del que hay que ocuparse, pues
tiene convocatoria y movilización.
Participé, en Copiapó, en la Universidad de Atacama, en unas jorna-
das minero-culturales, y me encontré con sectores de la comunidad (pro-
fesores, agentes culturales de los municipios) preocupados por el tema de
los pirquineros como una posibilidad cultural de activar algunas fiestas
locales (como la de Toro Puyay, en Tierra Amarilla), el turismo o el rescate
del patrimonio. Son aspectos concretos en los que la preocupación por la
identidad es movilizadora.
La historia no es una simple operación de unos sujetos que se plan-
tean frente a un objeto externo a ellos, sino una en que los sujetos y los
objetos están contaminados de ida y de vuelta.
La realidad histórica es también, en cierta medida, un constructo in-
telectual, como es también una dimensión que está allí. Qué duda cabe de
que la Independencia fue un fenómeno concreto del pasado. Hay predis-
posiciones interpretativas en la hermenéutica del trabajo historiográfico,
546 y no cabe duda tampoco de que todo trabajo de esa materia implica una
cierta construcción mental, y la historia no se agota ni mucho menos en el
carácter objetivo de una realidad que estaría allí en el pasado. En ese sen-
tido, son interesantes algunas tesis contemporáneas como la de lo provi-
sional que es el conocimiento histórico. Por ejemplo, la idea de que nues-
tro conocimiento del pasado está limitado y es provisional debido a nuestra
incapacidad de dominar el conocimiento del futuro. Resulta claro que a
partir del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, la
visión histórica de la Guerra Fría cambia totalmente, cambia nuestra vi-
sión del pasado.
Se debe comprender que la historiografía es una actividad plural,
cambiante, diversa, maleable. Así visto, resulta sumamente autoritario y
muy poco contemporáneo sostener el planteamiento de que existe una
sola historia. La historia de un país no es una piedra que está allí de una
vez y para siempre; por el contrario, hay una pluralidad de visiones que
no debieran ser recortadas.
Asimismo, es necesaria una modestia con el azar; el Bicentenario
puede tener cierta planificación, pero con una cierta humildad.
Vale la pena recordar lo que fue el Centenario de 1910, con todo
programado. Preguntémonos más bien qué es lo que es el Bicentenario o
el Centenario. Ellos son, de cierta manera, una escenificación del tiempo
nacional, una puesta en escena del tiempo nacional. Los países, las nacio-
nes, articulan esta escenificación del tiempo nacional.
En el caso del Centenario, todo estuvo planificado dos y tres veces;
murió un Presidente en Alemania, después el otro tuvo problemas; San-
tiago se inundó y la celebración estuvo a punto de suspenderse como dos
o tres veces. Es útil revisar y pensar en eso. Es bueno que exista una planifi-
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Elicura Chihuailaf
Poeta
N o soy historiador. Solamente quiero señalar un par de cosas. Estoy aquí 549
fundamentalmente por esa preocupación que se manifiesta sobre el Bi-
centenario. Para mí no es el hecho de cómo se celebrará sino más bien
insistir en que, para nosotros los mapuche, no hay nada que celebrar en
ése vuestro próximo Bicentenario.
La razón por la cual acepté ir a una de las sesiones de la Comisión
Verdad Histórica y Nuevo Trato y por la que estoy en la Comisión Bicente-
nario es para reiterar unas pocas cosas que he ido acumulando en el tra-
yecto de mi vivencia en la sociedad chilena. Comienzo contándoles que
nací y crecí en una comunidad mapuche, que comencé a ir a la escuela ahí
y, por lo tanto, tengo la necesidad de entender y de saber cómo sistemati-
zar la manera del habitar chileno que de todos modos tengo, puesto que
realicé mis estudios posteriores en el sistema educacional de este país.
Así, me habita quizá un orden, como dirían ustedes, “oscuro” (el
orden natural). La identidad, como se ha señalado, es algo que apunta a
“esencias” y los chilenos y las chilenas parecen tener pánico de asumir
esas esencias-vivencias, si se les puede llamar de tal modo. Pero los con-
ceptos son algo vivo y a veces se van tornando turbios, como lo que suce-
de con el mencionado concepto de “desarrollo” o modernismo. Mi expe-
riencia me indica que hay hechos internos y externos –insisto, no porque
sean esencia o quizás lo son, en eso uno nunca tendrá certeza, por eso la
digo entre comillas– que se asoman en contenidos que para nosotros como
mapuche están ahí, para bien nuestro o para mal de otros. Son las cuatro
ramas fundamentales que se reconocen en toda comunidad humana y
que constituyen el árbol de la identidad: un territorio, un idioma, una
historia y una manera de ser. Dimensiones que habitan en nosotros. Por
esto me parece que las experiencias que ha señalado el profesor Julio Pin-
REVISITANDO CHILE
faz de “lo chileno”. Alguna vez en Moscú, más que preocupado por inten-
tar ubicarme entre “signos al revés”, entendiendo lo mínimo, logré reco-
nocer una cara en castellano, en la gestualidad de una niñita. Hay cosas
que uno, indudablemente, en el misterio de la palabra no va a lograr com-
prender totalmente. No hablo por eso con certezas, la vida transcurre en
una permanente dualidad.
Siento que el país, la nación chilena, o como quiera llamársele, ha
cambiado muy poco. Nadie se hace la pregunta. Entonces, me vuelve a la
memoria ese libro de historia de Chile tan contemporáneo y leído y que
tiene una característica imprescindible para el mundo chileno, acorde con
sus principios del Centenario: estar absolutamente blanqueada. Porque,
aparte de la claridad y la hermosura en su escrito, no hay ninguna línea
en la que se haga referencia al mundo mapuche o al mundo indígena.
Vuelvo a recordar que una de las cosas que nos motivan en estas
reflexiones es intentar a lo menos un mínimo cambio en lo que fue, al
parecer, un documento surgido de la conmemoración del Centenario, que
552 se ha comunicado profusamente sobre todo en Europa y que explícita-
mente dice que “Chile es un país de blancos, donde no fue necesaria la
importación de negros y donde lo indígena es sólo reconocible al ojo del
experto”. Entonces, cuando leo esos apellidos, lo único que veo en sus
rostros es la morenidad que demasiados no han asumido hasta hoy día.
Me parece que el Bicentenario debiera interpelar respecto de si todos
tenemos que celebrar ese Bicentenario. Estoy aquí dividido, a veces pro-
fundamente angustiado, porque simplemente en esta ritualidad casi per-
dida de la conversación que, afortunadamente, al menos en algunos espa-
cios poco a poco se recupera, veo que no hay capacidad aún de reconocerse
y de ponerse en el lugar de sus otras / sus otros más allá de discurso.
Es largo, pero como lo he dicho, en realidad estoy sujetándome a la
necesidad de alcanzar a conocer mejor una sociedad (ojalá mejorada) en
la cual me toca desenvolverme y en la que mi gente, especialmente mis
hijas y mis hijos, tendrán que enfrentarse –ya lo están viviendo– a la dolo-
rosa comprobación de que si bien hay una preocupación incipiente, y en
alguna medida en crecimiento, de lo que es la identidad chilena, pasarán
muchos decenios para que los chilenos asuman su morenidad, para que se
valoren, se respeten, y nos valoren y nos respeten, y de una vez por todas
podamos asumir la ritualidad –en el sentido más profundo– de la conver-
sación.
Estoy diciendo esto sólo para recordarles que me habita –soy parte,
está en mí– una cultura que está muy lejos de celebrar este Bicentenario
que se aproxima, pues sufrió el “golpe” del Estado chileno, a finales del
siglo XIX. Para recordarles que hasta hoy seguimos sufriendo la denomi-
nada “pacificación” que siguen intentando consolidar. Es así como hoy, a
propósito de los medios de comunicación, aún subsiste la intención de
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
553
1. El presente texto no es una ponencia, sino una edición realizada a partir de la interven-
ción oral que hiciera el poeta en una de las reuniones del Subcomité Identidad e Historia de
la Comisión Bicentenario con historiadoras e historiadores chilenos en 2001.
REVISITANDO CHILE
Maximiliano Salinas
Historiador
extirpado a toda costa... Así, pues, aunque parezca una contradicción, sal-
var a Chile es combatir con Chile (...) Es una tarea dolorosa, como la de
operarse a sí mismo en la carne propia y palpitante”.4
En estos ejemplos observamos que la formulación de la identidad de
Chile se afirmó mediante una lógica de contradicciones y exclusiones. Se
pretendió afirmar una identidad unívoca, arrogantemente victoriosa o
triunfal, pero irreal e inhumana en sus consecuencias. En más de un sen-
tido fue una “identidad asesina”.5 Es preciso pensar el problema desde
otros términos y desde otras lógicas. El esfuerzo que nos cabe en la com-
prensión de la identidad de Chile, más allá de las pasadas y pesadas arro-
gancias históricas de los siglos XIX y XX es aventurarnos en el reconoci-
miento de las constantes paradojas de nuestra real vida humana y colectiva.
Podemos y debemos legítimamente afirmar: somos occidentales, pero tam-
bién no somos occidentales. No somos ni occidentales ni indígenas. Nues-
tra identidad es la búsqueda de una armonía de múltiples tensiones opues-
tas. Al fin de cuentas, ahí radica el misterio vital del mestizaje en su ocurrir
y su transcurrir por la historia y la geografía de Chile. 555
2. De lo uno y lo múltiple
El tema de la historia “una” se remonta a los planteamientos del historia-
dor Polibio (210-125 a. c.), autor de una Historia general de Roma. Para él,
la historia era “una” como una era la dominación política romana.9 El
hacer y contar la historia “una” obedece, pues, a una concepción “unita-
ria”, imperial del poder político. En general, los relatos tradicionales o
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
1. Domingo Amunátegui, Archivo epistolar de don Miguel Luis Amunátegui, Santiago, 1942, II, p. 496.
2. Benjamín Vicuña Mackenna, “La Inglaterra del Pacífico”, El Mercurio de Valparaíso, 31 de
octubre de 1876.
3. Jaime Eyzaguirre, Fisonomía histórica de Chile, 1948; Ricardo Krebs, Identidad histórica
chilena, en VII Jornadas Nacionales de Cultura. Identidad nacional, Santiago, 1982.
4. Benjamín Subercaseaux, Reportaje a mí mismo, Santiago, 1945, pp. 198-200.
5. Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, 1999.
6. Nicanor Parra, “Brindis a lo humano y a lo divino”, Obra gruesa, Santiago, 1969.
7. Justo Abel Rosales, Historia y tradiciones del puente de Cal y Canto, Santiago, 1888, recogido
en Oreste Plath, Folklore chileno, Santiago, 1969, pp. 345-346.
8. Camilo Díaz, Baile Chino Nº 1, de Andacollo, cfr. Juan Uribe Echevarría, La Virgen de
Andacollo y el Niño Dios de Sotaquí, Santiago 1974, p. 97. Acerca de la diferencia entre el
principio de identidad occidental, con su lógica de contradicción y exclusión, y la lógica
560 paradójica con la armonía de tensiones opuestas, véase la obra clásica de Erich Fromm, El
arte de amar, capítulo II, parte 3: Los objetos amorosos, Barcelona, 1998.
9. André Burguière, Diccionario de ciencias históricas, Madrid, 1991, p. 335.
10. La bibliografía de la Fisonomía histórica de Chile de Jaime Eyzaguirre –330 títulos en su
segunda edición de 1958– no mencionó a ninguna mujer chilena, ni por autor ni por mate-
ria. En el apartado “Valdivia, el fundador” resaltó el hecho de que para Pedro de Valdivia y
Diego Portales, estadistas ejemplares, la mujer fue sólo un “instrumento” de deleite.
11. Jaime Quezada, Gabriela Mistral. Escritos políticos, Santiago, 1994, p. 213.
12. Francisco Xavier Ramírez, Coronicón Sacro-Imperial de Chile, ed. Santiago 1994, 87.
13. Acerca de monarquía y monocracia, cfr. “Monarquía”, en David Sills dir., Enciclopedia
Internacional de Ciencias Sociales, vol. 7, pp. 193-196; sobre la unicidad como intolerancia
política y religiosa, cfr. “Uno”, en Jean Chevalier dir., Diccionario de los símbolos, Barcelona
1995, pp.1039-1040.
14. Herman Hesse, Romain Rolland, Rabindranath Tagore, Correspondencia entre dos guerras,
Barcelona, 1985, p. 26.
15. Willy Brandt, La locura organizada, Buenos Aires, 1988, p. 238.
16. Juan XXIII señaló: “[Que] todos se esfuercen sincera y concordemente por eliminar de
los corazones aun el temor y la angustiosa pesadilla de la guerra (...) las relaciones entre los
pueblos, no menos que entre los particulares, se han de regular, no por la fuerza de las
armas, sino según la recta razón, o sea conforme a la verdad, a la justicia y a una eficiente
solidaridad.”, “Desarme”, Nº 44.
17. Clotario Blest, Justicia social y paz [1957], en Maximiliano Salinas, Clotario Blest, Santia-
go, 1980, pp. 188-189.
18. La palabra maldita [1950], en Jaime Quezada, Gabriela Mistral. Escritos políticos, Santiago,
1994, pp. 159-161.
19. Carta de Gabriela Mistral a Enrique Molina, Liguria, 30 de noviembre de 1932?, en
Cuadernos Hispanoamericanos Nº 402, 1983, p. 38.
20. Virgilio Figueroa, La divina Gabriela, Santiago, 1933, p. 254.
21. Gabriela Mistral, Vuestra Gabriela, Santiago, 1995, p. 136.
22. Luis Vargas Saavedra, Cartas de Gabriela Mistral, en Mapocho Nº 23, 1970, pp. 22-23.
23. Carta a Enrique Molina, México, 16 de marzo de 1924, en Cuadernos Hispanoamericanos,
op. cit, p. 33.
24. Gabriela Mistral, op. cit., p. 109.
25. Hugo Cid Jiménez, El recado social en Gabriela Mistral, Santiago, 1990, p. 46.
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
561
REVISITANDO CHILE
Álvaro Góngora
Historiador
562 P ara establecer una identidad chilena hay que considerar que Chile no
puede abstraerse de la historia de Europa y de América Latina, pues tiene
elementos fundamentales que la vinculan a ellas. Y eso hay que tenerlo
en cuenta como un mar de fondo.
Con todo, pienso que es posible reconocer una identidad chilena, la
que puede ser caracterizada por un conjunto de rasgos esenciales. Obvia-
mente, hay otros que aportan matices o aspectos menos acentuados, que
no se pueden desconocer. Pero, desde mi punto de vista puede ser más
discutible el que estén o no integrados a la identidad de Chile. De los
rasgos fundamentales, me parece que hay algunos obvios, masivos que,
por lo tanto, no necesitan mayor argumentación. Se aprecian, se notan.
Para establecer la identidad, se hace referencia a las categorías del
“no ser” y de “el ser”. Me parecen rasgos fundamentales, algunos prove-
nientes del Chile hispano y republicano, mas no del Chile aborigen. Creo
que éste no es un país que tenga identidad originaria fundante a partir de
una cultura aborigen poderosa, como ocurre con algunos países de Amé-
rica, que huelga mencionar. Lo que no significa desconocer la importancia
de la etnia mapuche que, incluso, le dio un carácter especial a la Conquis-
ta de Chile. Pero me pregunto: ¿cuánto ha quedado de ella? O sea, uno
puede reconocer aspectos de la cultura aborigen en la toponimia, por ejem-
plo, pero no me parece un rasgo fundamental. Obviamente, hay otros
aspectos donde se aprecia la etnia mapuche, pero siguen siendo secun-
darios.
Es posible considerar el aporte aborigen cuando se define a Chile
como un país mestizo. Todos sabemos cómo se desarrolló el mestizaje y
cuán tempranamente ese proceso se consolidó, al menos en lo que es el
Chile tradicional e histórico, en que lo indígena estuvo dado por los pue-
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
cracia, se procura elegir presidentes que manden, que sean líderes, verda-
deros conductores de la nación, que sean autoridad. Cada cierto tiempo, y
esto lo podemos constatar en nuestros días, se mide o se evalúa el lideraz-
go que ejerce la autoridad unipersonal, la autoridad ejecutiva. Y esta con-
sideración es válida respecto del dominio unipersonal en todos los niveles,
desde la empresa, el sindicato, y más primariamente, la familia. Las auto-
ridades importan y mucho. Otra cosa es analizar, y podemos hacerlo, de
dónde viene o cuál es la raíz de tal mentalidad predominante. Sobre esto
se pueden decir muchas cosas. Podemos remontarnos a situaciones muy
antiguas, como la monarquía o la importancia social y económica de la
hacienda. Pedro Morandé plantea que la hacienda ha jugado un papel fun-
damental en la formación de una determinada manera de ser del chileno.
Veo asociado a este fenómeno una cierta conducta sumisa o, al menos, pa-
siva del pueblo chileno, un tanto cómoda, si se quiere, “dejarse conducir”.
¿Cuántas veces en su historia republicana Chile ha recurrido a figuras polí-
ticas autoritarias? Si se hace un chequeo, nos damos cuenta de cómo ha
564 prevalecido esta noción, que tiene que ver mucho con lo que planteaba
Mario Góngora en su ensayo sobre la “noción de Estado”. Esta idea no es
original, la han expresado muchas personas, pero, en un ejercicio como
éste uno recapitula las ideas que tiene, que ha ido aprendiendo. Por eso
considero que el presidencialismo es parte esencial de la identidad. Pero no
un presidencialismo a secas, sino autoritario. Los intentos de gobierno
colegiado que ha habido, fracasaron porque se concibieron mal o porque
no se entendieron en la práctica (el más importante fue el mal llamado
“parlamentarismo”).
Desde otra perspectiva, no me parece que Chile sea un país o pueblo
libertario, “amante de la libertad”, como dice la manida frase “por sobre
todas las cosas”. Eso se lee a menudo, pero estoy pensando más en una
mentalidad –en lo que Mario Góngora llamaba “una noción”– en eso que
forma parte de una conducta casi inconsciente de un pueblo. Me pregun-
to si la libertad es parte de nuestra forma de ser, de nuestra forma de vivir.
Me pregunto si nos sentimos cómodos en plena libertad. Otra cosa es que
racional y analíticamente se diga algo distinto o que sea políticamente
correcto decirlo. Porque hoy por hoy, ser moderno es creer en la libertad.
Distinto es establecer si esa ansia de libertad está integrada esencial-
mente en nuestra forma de ser, si forma parte de nuestro ser más íntimo.
Me vuelvo a preguntar: ¿somos auténticamente independientes y parti-
darios de la autonomía? Si hay algo de mentalidad liberal en Chile, ella
existe en sectores de la elite empresarial y/o intelectual, hasta profesional.
Pero esto es insuficiente para nutrir una identidad. No me parece un rasgo
histórico. Por lo anterior, me ha sido muy difícil creer que haya existido
en Chile una genuina burguesía, y menos que ésta haya predominado
socialmente en alguna etapa de la historia de Chile.
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Pienso que Chile tiene un marcado apego a la tradición. Hay una valo-
ración excesiva del orden, palabra sagrada entre nosotros. Y un orden que
atribuimos a la autoridad. No lo concebimos como originario del juego de
las libertades bien practicadas por una sociedad con genuina mentalidad
liberal, que sabe actuar independiente. Desconfiamos de la libertad para
establecer un orden que, por lo general, es impuesto. Esta situación se
aprecia a todo nivel, en el familiar o local, incluso hasta en el sistema
político. Es obvio que se trata de una manifestación estrechamente vincu-
lada a la concepción autoritaria predominante.
Otra manifestación de la supervivencia de la tradición, a mi juicio, es
el respeto por las jerarquías sociales. Pienso que en Chile se han aceptado
con facilidad ciertas estructuras sociales que tienden a mantenerse. Dere-
chamente, quiero plantear que no somos igualitarios. Y mantenemos has-
ta hoy, siglo XXI, prejuicios sociales que me llevan a plantear incluso que
somos clasistas. Quizá hoy la juventud tiene algo de rupturista hacia los
cánones establecidos y es, socialmente, más auténtica. Pero se trata de un
proceso en camino. 565
En fin, no creo que seamos modernos o, mejor dicho, entiendo por
qué Chile ha tratado de serlo y nunca lo ha logrado de verdad. Cuando
señalo esta forma de ser, estoy pensando en una determinada mentalidad,
en una manera de vivir y concebir la libertad, las relaciones sociales y la
relación con la autoridad. Siempre nos hemos estado asomando a la mo-
dernidad. Se decía que a fines del siglo XIX estábamos por alcanzarla y se
siguió afirmando lo mismo a mediados del XX.
Sin embargo, no se nos puede calificar de tradicionalistas o severa-
mente conservadores, porque hemos ido mudando nuestras estructuras
heredadas. Estamos abiertos al cambio y al progreso en todas sus manifes-
taciones. Me he preguntado, a propósito de esta reflexión, cómo poder
calificar la forma de ser más auténticamente chilena en este sentido. Y se
me ha venido a la mente una expresión utilizada por Sergio Villalobos en
un libro de juventud. Dijo que 1810 –es decir, la creación de una Junta de
Gobierno, un gobierno autónomo, pero que manifestaba lealtad al Rey–
representaba la tradición y la reforma.
Chile ha sido la tradición y la reforma, el cambio gradual, negociado.
Usaría otro concepto histórico, que fue prácticamente un lema del despo-
tismo ilustrado y que se manifestó en Chile durante el siglo XIX: “refor-
mar conservando, conservar reformando”. He ahí la mentalidad chilena.
Definitivamente no somos revolucionarios para nada, en mi modesto modo
de ver. Ni siquiera en las épocas de las proclamas revolucionarias.
Me parece que éstos son los rasgos fundamentales. Hay otros menos
gravitantes o con una validez menor o menos nítida o, se podría decir,
hasta regional. La identidad mapuche, por ejemplo, me parece de alcance
menor. En ningún caso ella forma parte de una identidad nacional, más
bien la veo asociada a una región determinada, que no trasciende. Otro
REVISITANDO CHILE
Julio Pinto
Historiador
568
El concepto de identidad nacional me provoca una profunda incomodi-
dad, pues no puede dejar de ser esencialista. Cuando se habla de identi-
dad, necesariamente hay que remitirse a la esencia de algo, a un yo inte-
grado que no admite contradicciones, diversidades, ni cambios. La
identidad, en suma, es siempre la cosa sólida, el lugar absoluto e inmuta-
ble desde el cual se debe hablar.
En mi opinión, ese lugar no existe ni siquiera a nivel del individuo,
puesto que las personas son atravesadas por miles de identidades, algunas
de ellas conscientes. Mucho más difícil es encontrarlos en el nivel de los
actores colectivos o de las colectividades, como podría ser en este caso la
nación.
Así definida, no creo en la existencia de una identidad nacional. Pese
a ello, en nuestro país, o al menos en sus círculos de poder, ha existido y
existe una obsesión por la “nación” y por la “identidad nacional”, lo que
no es sino otra forma de expresar una obsesión por la homogeneidad. Es
decir, hay un evidente deseo de que exista un yo homogéneo e integrado
que constituiría el “yo chileno”, que comparte valores, creencias y puntos
de vista fundamentales, intocables, sagrados y que nos han hecho lo que
somos desde el principio de los días, que por lo demás ni siquiera se suele
fijar en 1810, sino en 1541.
De ese modo, la idea más frecuente de identidad nacional se remonta
a Pedro de Valdivia, y no a los primeros mapuches que llegaron al territo-
rio actual chileno siglos antes. Ésta se fundaría entonces con la llegada de
los europeos, en un discurso que siempre ha tendido a ser occidentalista y
homogeneizador, y atravesaría cuatro siglos y medio hasta hoy.
Me parece que esta obsesión tiene que ver con el deseo de unir lo
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
que siempre ha estado desunido, y que es otra forma de expresar algo que
ahora se conoce como gobernabilidad. Es más fácil gobernar a quienes
están en un registro homogéneo que a quienes poseen distintas creencias,
intereses y maneras de ver la vida, a menudo contradictorias.
En Chile ha habido discursos unificadores en abundancia. En esa
medida, no podría hablarse de una identidad en sí, sino más bien de un
deseo de identidad. Tales discursos provienen generalmente de institucio-
nes que tratan de imprimirle gobernabilidad a una sociedad que, a menu-
do, aparece como ingobernable. Podría decirse que una de estas institu-
ciones unificadoras sería la Iglesia, que ciertamente se remonta mucho
más allá de 1810 en el intento por crear ciertos referentes comunes y que
sigue siendo ahora, al borde del Bicentenario, una fuente muy poderosa
de discursos unificadores, con bastante éxito en impedir que la discrepan-
cia se haga pública.
La otra gran fuente de discursos unificadores desde 1810 en adelan-
te, es el Estado. Hay un Estado y una elite que lo construye en el siglo XIX,
que se plantea conscientemente un proyecto de nación e intenta llevarlo 569
a cabo con todas las herramientas a su disposición, que no son pocas.
Vemos cómo, según lo ha expresado abiertamente Mario Góngora, se in-
tenta inculcar esta identidad nacional desde el Estado a través de diversos
instrumentos. Uno de ellos serían las Fuerzas Armadas, primero, con las
guerras del siglo XIX, y luego, con mayor eficacia aun, con la creación del
servicio militar obligatorio en 1900.
Otro instrumento unificador muy poderoso ha sido la educación.
Todos los gobiernos chilenos, desde la época de Diego Portales en adelan-
te, o incluso desde el mismo Bernardo O’Higgins, han tenido una obse-
sión educativa, que durante el siglo XIX se planteaba abiertamente como
una estrategia para conformar una nación previamente inexistente. Las
escuelas y las universidades –que desde una mirada postmoderna podrían
verse como el lugar por excelencia para la discrepancia, la heterogeneidad
o la diversidad– han cumplido una función más bien homogeneizadora. A
través de éstas se ha inculcado una serie de símbolos nacionales con evi-
dente capacidad de penetración, como las banderas, las efemérides, los
himnos, entre otras imágenes.
Si hay algo que otorga identidad nacional en nuestra historia son
estos discursos unificadores que yo identifico, principalmente, con insti-
tuciones centralizadoras como la Iglesia o el Estado. En todo caso, si bien
en términos de poder estas instituciones han sido capaces de unir, de algu-
na forma, lo desunido, no han logrado superar las diferencias y las contra-
dicciones reales. Pienso, de acuerdo con Gabriel Salazar, que se trata de
una unión más bien precaria.
La sociedad chilena –en la medida en que exista algo que pueda lla-
marse así– presenta actualmente fracturas y divergencias tan profundas,
REVISITANDO CHILE
tan serias, como las que ha mantenido siempre. En ese sentido, me parece
que los propósitos unificadores sólo han tenido un éxito superficial. Sin
embargo, como es un éxito avalado, citando la frase weberiana, por “la
seriedad de la muerte”, se trata de discursos a los cuales uno no se enfren-
ta livianamente, pues las consecuencias pueden resultar muy caras.
Me parece interesante proponer como elemento identitario las expe-
riencias y los procesos compartidos. Los chilenos, siendo muy distintos y
teniendo en muchas ocasiones puntos de vista, intereses y necesidades
contradictorios entre sí, antagónicos incluso, estamos unidos a través de
una serie de experiencias históricas también contradictorias. Para nuestra
generación, por ejemplo, una de esas experiencias unificadoras ha sido la
secuencia histórica conformada por la Unidad Popular, el golpe de Estado
y la dictadura. Si bien no estamos, ni creo que lleguemos a estar, de acuer-
do sobre quiénes fueron los culpables y los inocentes, o sobre quiénes
tenían o no tenían la razón, la experiencia en sí, en tanto experiencia
compartida, tuvo un efecto unificador.
570 A partir de esta noción, no sé si podría hablarse de unidades o iden-
tidades divididas, pero me atrevería a decir que si tenemos alguna identi-
dad, se trata de una de tipo esquizofrénico, construida sobre la negación
de la diversidad y sobre un conflicto permanentemente no resuelto. Las
sociedades humanas difícilmente pueden alcanzar ese grado de integra-
ción y soberanía plenamente reconocida como para poder compartir una
identidad nacional. En la práctica, las sociedades, y desde luego nuestra
propia sociedad, están condenadas a la división y a la lucha.
Arriesgando caer en formulaciones obsoletas, me parece que la uni-
dad que tenemos se expresa en la división y en la lucha. Ese otro que no
solamente está más allá de la frontera, o fuera del ámbito del significado
de lo que es ser chileno, sino que se ubica dentro de la sociedad chilena y
es parte de lo que nos constituye.
Planteo la siguiente paradoja: a pesar de estos enfrentamientos y de
las diferencias seculares no reconocidas, no cabe duda de que el naciona-
lismo como discurso tiene una evidente potencia, nítida a nivel de los
comportamientos colectivos de los chilenos. Puede resultar incómodo ya
que los discursos nacionalistas no siempre se caracterizan por su raciona-
lidad o su mesura, pero no puede desconocerse que existen, y en esa mis-
ma virtud, contradicen lo que acabo de postular.
Si planteo que la historia es una cadena de luchas, diferencias y con-
flictos, ¿cómo se explica que los discursos que apuntan a una unidad que he
calificado como ficticia, o al menos precaria, tengan tal capacidad de convo-
catoria? No tengo respuesta. Simplemente manifiesto mi incomodidad.
Si no hay una nación, una experiencia, una identidad, difícilmente
puede haber una sola historia. En nuestro país ha existido la idea de que
sólo puede haber una Historia de Chile y que ésta tiene que ver con lo que
antes denominaba “discursos unificatorios”. La historia, sin duda, es una
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Q uisiera partir haciendo dos o tres afirmaciones que, tal vez, puedan ser 575
relativamente complicadas. La primera es que entiendo que el objetivo de
estar en esta publicación no es la búsqueda de consensos, sino explicitar
las distintas miradas y la posibilidad de empezar a construir espacios don-
de convivamos y nos aceptemos con perspectivas completamente contra-
puestas, nos caigan bien o no. No quiero convencer a nadie. La idea es que
expresemos nuestras visiones para constatar si algo de ello hay en común
o no, y si no, es válido igual.
Segundo, que existe la sensibilidad en todos nosotros de reconocer
que históricamente ha habido exclusiones y que hoy está planteada la
necesidad de unión, de hacerse parte y cargo de ellas.
En tercer lugar, no son muchas las ocasiones para pensar colectiva-
mente. La posibilidad de la reflexión colectiva es una tarea que de alguna
manera rescato. Los intelectuales debemos asumir algunas de las tareas
que, siento, nos están pasando por el lado. Me refiero a la existencia de
una discusión social, muy actual, sobre la nacionalidad y la identidad.
Cuarto, voy a partir del hecho de que no hay una identidad chilena,
sino de la posibilidad de reconocer que es posible que coexistan en nuestro
país varias identidades e identificaciones de manera simultánea que incluso
pueden a veces ser vividas o expresadas como antagónicas entre sí. Trataré
de desarrollar qué significa eso para nosotros como historiadores.
La premisa anterior también implicaría pensar qué pasa si reconoce-
mos que tenemos varias historias, y desde esa misma perspectiva trataré de
articular algo respecto de las macrotendencias de Chile, pensándolas desde
mi labor de historiador y de los problemas intelectuales que esto implica.
No me atrevo a pensar en los conflictos sociales hacia delante, frente
a los cuales tengo muchas dudas. Entonces, ¿desde dónde me gustaría
REVISITANDO CHILE
hablar? Un colega en México decía hace unos meses que él sentía que
cada vez que se discuten las historias nacionales estamos frente a lo que él
llamaba “historias perplejas”. Las perplejidades actualmente son aquéllas
que enfrentamos los historiadores al reflexionar sobre las historias nacio-
nales sin aceptar que lo nacional es un concepto en crisis o al menos muy
cuestionado. Es un tema presente, central y que de alguna manera hay
que asumirlo.
Creo que podríamos instalar la discusión historiográfica de los últi-
mos cinco o diez años como una discusión respecto de “qué diablos” es
Chile y a quiénes nos incluye. Los libros de Tomás Moulián, de Gabriel
Salazar, de Gonzalo Vial, la polémica con Sergio Villalobos, los trabajos de
Jocelyn-Holt, entre otros, son parte de la misma discusión. Es decir, qué es
Chile y qué hace que nos podamos reconocer como chilenos, no sólo hoy
sino también mañana.
Creo que el desafío es de qué manera nos pensamos como chilenos
en el futuro, para sentir que tenemos algo en común. Hay una percepción
576
a veces más explicitada, a veces menos, de que no hay muchos elementos
en común y que más bien en la mesa están puestas más fuerzas centrífu-
gas que centrípetas.
Pienso que eso plantea un tipo de exigencia a la reflexión historio-
gráfica. No es casual, ni es una posición teórica antojadiza, la de unir los
conceptos de identidad e historia, más allá de que a muchos historiadores
el concepto de “identidades” les sea ajeno intelectualmente como tema de
la investigación histórica. Hace veinte o treinta años nos hubiéramos
preocupado sólo de la historia nacional, porque los temas de las identidades
estaban aparentemente claros. Hoy hay una gran reflexión teórica mundial
respecto de los estrechos vínculos entre identidades nacionales e historias
nacionales (las posturas de Michel de Certeau, por ejemplo). Si hasta fue
uno de los temas de la última conferencia mundial en el Foro de Davos.
Ahora, qué me pasa a mí con el tema de las identidades. Primero,
algunos elementos de clarificación. Creo que éstas se construyen en el
presente. Más que heredarse, son procesos que se están elaborando cons-
tantemente. De una u otra manera concuerdo con lo que planteaba Bene-
dict Anderson respecto de la nación como una “comunidad imaginada”, y
con Hobsbawm respecto de la “invención de la tradición”. Esto se vincula
con la construcción de identidades contemporáneas, es decir, cómo crea-
mos o reconocemos elementos que nos permitan autoidentificarnos con
otros. Por tanto, una de las tareas de los historiadores (cuestión que pos-
tula el mismo Anderson, pero, también otros teóricos como Hobsbawm)
respecto de esa tradición, es la construcción de legitimidades que nos va-
yan permitiendo generar hegemonía y discursos abarcadores, campo que
también hoy alcanzan los temas de las identidades.
Las identidades parecen ser tanto procesales como situacionales. Es
decir, hay momentos en que éstas no tienen necesidad de ser expresadas
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Gabriel Salazar
Historiador
ca, necesita estar dentro de los sujetos más caudalosos y operar con la
epistemología que hay allí que, sin duda, es diferente de otras.
Una de las cosas más interesantes que ha ocurrido en Chile desde los
años ochenta es la aparición de una historia social que no sólo escriben los
historiadores, sino los propios pobladores, los viejos, los jóvenes, hasta los
niños, lo que cambia radicalmente el concepto de la historia que aparece
en los textos escolares.
Quisiera poner un ejemplo, muy breve, para ilustrar hasta dónde
puede llegar una historia así concebida.
Mario Garcés trabajó junto con los pobladores de La Legua, o mejor
dicho, los pobladores de La Legua trabajaron con él para hacer su propia
historia. Escribieron un libro acerca de la historia de esa población en la
época del golpe en su etapa más crucial, la resistencia.
Hay una historia, un relato sobre las piedras de La Legua, que refleja
el sentir de los pobladores. La historia incluye todo lo que hay en su po-
blación, en particular las piedras: las piedras luchan, las piedras tienen
identidad, las piedras pueden contar su historia. 585
El cuento se refiere a una piedra que estuvo mucho tiempo semien-
terrada en el mismo lugar; ella, siempre inmutable, vio aparecer a unos
señores vestidos de verde disparando y a unos jóvenes que les respondían.
Vio cómo mataron a varios de ellos y se cubrió de sangre, con tierra. De
pronto, se sintió volando, la habían lanzado contra algo duro, metálico,
verde. Cayó al suelo partida en dos.
Lo encontré fabuloso. Es una especie de antropomorfización, se pue-
de decir, de las piedras. Ésa va a ser la historia. Así como los militares le
cantan al fusil... –yo hice el servicio militar y canté junto al fusil–, ¿por
qué no cantarle a las piedras?
Entonces, la nueva historia que surge de estas memorias sociales,
está enriquecida de una manera tal que ya no habla tanto al intelecto,
sino al cuerpo entero, a la motivación; no habla en función del pasado,
sino del quehacer futuro. Se reconstituye una memoria que no mira tanto
para atrás, una memoria para la acción.
Si los militares quieren escribir su historia en cuatro volúmenes, con-
tando sus hazañas y los cien combates del golpe victoriosos para ellos, está
bien. Si Gonzalo Vial, en La Segunda, quiere escribir su visión de la historia
para los que se interesen en leerlo, está bien. Si hay alguno que se instala
en el atalaya de Dios mientras tanto, está bien también. Siempre y cuando
haya otros que bajemos donde están las mayorías. Digo “las mayorías”
porque, claro, un texto escolar tiene el refuerzo de la visión oficial, pre-
tende ser objetivo, pluralista y contar toda la historia. Pero a las mayorías
generalmente no les sirve mucho un texto escolar (que suelen cuotearse
políticamente), porque hay que reforzar su capacidad de acción. Por ello
considero bueno que bajemos. Por lo menos yo me ubico en esa trinchera.
REVISITANDO CHILE
Los siglos históricos pueden ser más largos o más cortos. En la prác-
tica, el siglo XX chileno es terriblemente corto: va desde 1938 a 1973. Es el
único período en la historia de Chile en que el Estado, siendo liberal por
Constitución escrita, intentó ser desarrollista, populista y “socialista”, pese
a que ella no le permitía serlo. El Estado desarrollista se construyó en los
intersticios, mediante decretos leyes, facultades extraordinarias, etc. Es el
único período en que los mecanismos de representatividad fueron realmente
masivos o universales; en que los sectores populares tuvieron capacidad de
negociación corporativa, aunque a través de los partidos políticos, y podían
presionar desde la calle. El único período en que se pudo hablar de poder
popular, claro que en un sentido distinto al que planteaba Recabarren. El
único en que el Estado por sí mismo habló de industrialización, de pro-
yecto país. Por último, se trata del único período en el cual se intentó
producir un incremento real de los índices culturales por la vía de la am-
pliación de la educación a todo nivel y en forma gratuita.
El resto, pienso, es simplemente economía liberal, Estado liberal, oli-
586 garquía liberal mercantil, financiera, empobrecimiento, polarización de
los ingresos, etc.
Con una mirada de larga duración nos puede parecer que Chile siem-
pre ha sido un país liberal, en el sentido negro del término, porque tam-
bién podría entenderse como “liberación”.
Es una tendencia dominante. El 73, en estricto rigor, mirado en la
larga duración, es restauración y no revolución, como dijo Moulián. Dis-
crepo absolutamente con el maestro.
En esa medida, las tendencias fundamentales de la historia de Chile
se saltan el siglo XX y continúan tal cual. Estamos viviendo una especie de
segunda versión del siglo XIX, ya que éste llega hasta el año 1938. Habría
que preguntarse si es una versión mejor que la primera.
El dominio del modelo neoliberal podría entenderse según una ten-
dencia modélica o según una tendencia conflictiva. Las megatendencias
tienen el defecto de sugerir un proceso unilineal. Hablamos de la conti-
nuidad de un conflicto que no calza bien con la idea de una megatenden-
cia. Sería interesante analizar cómo se reconfigura el conflicto, cómo ocu-
rrió antes de 1938 o después de 1990.
Creo que en la fase 1900-1938 el conflicto tendía a una politización
del movimiento social, que trabajaba a través de la intermediación de los
partidos políticos y que después del 38 comenzó a jugar con la idea de que
había que tomarse “el poder”, asumiendo que éste estaba en el Estado.
La diferencia hoy está en que los movimientos sociales no tienen
mucha intención de desarrollarse por la vía de la politización hacia el Es-
tado o por la politización a través de los partidos políticos. La última en-
cuesta del CEP señala que sigue aumentando la tendencia a que la gente
no se inscriba en partidos políticos: 47%, aproximadamente. Habría que
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
leer este dato en el sentido de que los movimientos sociales van a seguir
trabajando de otra manera. Sin profundizar en este momento, es intere-
sante recalcar que hay una politización por debajo. Eso puede implicar la
existencia de un conflicto distinto que va a tender a madurar en el tiempo.
Es propio de los tiempos socioculturales, no de los tiempos políticos, que
son más largos, unos quince años, veinte años, treinta años. Puede ser
muy interesante porque no hay experiencia acumulada al respecto.
Se conoce muy bien cómo fueron los conflictos en la época del siglo
XX, corto, y Pinochet aprendió a desmontarlo. La tortura sobre la organi-
zación fue exitosa, pero la tortura aplicada a redes sociales nunca ha re-
sultado.
Entonces, el conflicto se presenta, adquiere formas muy insólitas; y
digo esto porque como no hay ciencia ni experiencia acumuladas, incluso
las políticas de participación social tienden más bien a potenciar el mismo
proceso.
Puede que haya un tipo de conflicto para el cual no exista teoría,
como en el pasado, que conlleve toda clase de repercusiones interesantes 587
para los que no estamos en la atalaya de la historia, sino “abajito”. Estaría
muy contento de que así ocurriera.
REVISITANDO CHILE
zo–. Se habla de una raza homogénea en la cual existe una suerte de disolu-
ción de lo indio en una masa homogénea: la raza hispano-chilena. A ésta se
le confiere un estatuto de “raza nacional”, lo que también se expresa en el
mito del “roto chileno”, tan nuestro, tan patriótico, tan aguerrido y vence-
dor sobre el indio nortino y altiplánico que cayó derrotado ante su espada.
A partir de estas dos narraciones, me atrevería a concluir que, al
hablar de una identidad chilena o de una identidad nacional, tenemos que
referirnos a la existencia de una narración mítica identitaria basada en
una relación diferencial con “el otro”, considerado como lo latinoameri-
cano, lo altiplánico, lo indio.
Por otra parte, si situamos la pregunta por la identidad o diferencia a
nivel de las relaciones dadas al interior de la propia sociedad chilena, me atre-
vería a plantear que en este país existió una marcada identidad de clase que se
fue construyendo a lo largo del siglo XIX y, especialmente, en el XX. Los
distintos sectores sociales vivieron la experiencia de constituirse como clase
y de definirse respecto de otro, estableciendo una relación directa y hori-
zontal, en términos de confrontación o diálogo. 589
Para graficar la constitución del chileno como clase, voy a ejemplifi-
car con el caso de un poblador a quien entrevisté y que narró un episodio
ocurrido en circunstancias de haberse instalado en un terreno privado. Es
interesante detenerse en el diálogo que sostuvo el poblador con el dueño
del predio y su señora:
–¿Qué haces tú aquí? –le preguntó el dueño del terreno.
–Bueno, yo te estoy cuidando el sitio –contestó el poblador.
–¡Mira como te tutea! –dijo la mujer.
–Si tú me tuteas, yo también te tuteo –comentó el poblador.1
Esto es un ejemplo de cómo, durante una etapa importante de nues-
tra historia, maduró una suerte de identidad igualitaria en el seno de los
sectores populares, la que habría dejado una profunda huella. Por su par-
te, la identidad de clase es muy clara en la elite chilena, en las clases “pa-
tricias” o en el patronaje. Esta clase se vio obligada, durante gran parte del
siglo XX, a adoptar una actitud en permanente defensa de su poder ante
ese otro “clase obrera y popular” que la enfrentó y que aprendió a verla
como su igual.
Sin embargo, nos parece que hoy estas manifestaciones identitarias
–la “diferencia institucional chilena” respecto de los países latinoamerica-
nos, así como la “identidad de clase”– están en crisis y desdibujadas. Mien-
tras el golpe militar se encargó de echar abajo a la primera, el sistema
neoliberal y la derrota de los proyectos de izquierda han tenido efectos
profundos sobre la identidad de clase de los sectores populares (los que,
además, a través del consumo de bienes materiales y culturales, se sienten
parte de la clase media). Actualmente, estos sectores se encuentran en un
grado de marginalización o disciplinamiento tal, que están lejos de ma-
nifestarse desde una “postura de clase”.
REVISITANDO CHILE
1. Entrevista a Juan Araya, dirigente de Pobladores Sin Casa a principios de la década de 1960.
2. Gerardo. Taller de Historia Popular. Peñalolén.
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Cristián Gazmuri
Historiador
La influencia de la geografía
El primer rasgo mental que quiero destacar como históricamente presente
en el chileno es la conciencia de habitar en un lugar lejano, distante de lo
que han sido los polos de cultura avanzada que ha tenido el planeta –Euro-
pa en lo fundamental– durante la existencia de nuestra nación: el síndro-
me de lejanía. “Aquí donde otro no ha llegado”, escribía ya en el siglo XVI
Alonso de Ercilla y Zúñiga. Los primeros mapas señalan las tierras de Chi-
le como “Finis Terrae”. Jaime Eyzaguirre recoge esa denominación y le
agrega el adjetivo de “antípoda del mundo”. En los cantos de marinos
europeos “llegar hasta Valparaíso” era sinónimo de estar al otro lado del
planeta. Y más aislados hemos estado aún de otras altas culturas, no euro-
peas. Diferente era el caso en la época precolombina en relación al Impe-
rio Inca. Pero entonces “Chile”, en tanto la unidad histórico-geográfica
que conocemos hoy, no existía.
Un segundo rasgo mental, el aislamiento. Hasta hace unos cien años,
Chile era casi una isla, especialmente durante los inviernos. Encerrado
entre el inmenso océano Pacífico (sin una costa con buenos puertos natu-
rales), la barrera casi infranqueable (durante muchos meses) de la cordi-
llera de los Andes, el desierto –”El Despoblado”– de Atacama y el Cabo de
REVISITANDO CHILE
Hornos, con el mar más feroz del planeta, su aislamiento era casi total.
Llegar o salir de Chile era una verdadera aventura y el viaje tomaba mu-
chos meses.
También la conciencia de pobreza. Chile fue, hasta 1830, posible-
mente la sociedad más pobre de la Iberoamérica. No producía gran canti-
dad de metales preciosos ni alimentos o productos tropicales de alta de-
manda en Europa, como azúcar, café, cacao, tabaco, o después caucho.
Los viajeros que nos visitaron durante el siglo XIX, junto con señalar la
belleza del paisaje, destacan las muy precarias condiciones de vida de los
chilenos, incluso de las familias más pudientes, cuyas casas combinaban
algunos muebles, alfombras y trajes europeos con el piso de tierra apiso-
nada, muros de adobe y techos con las vigas de canelo u otros árboles
autóctonos a la vista. Los edificios públicos fueron muy modestos hasta
muy entrado en siglo XVIII, cuando se construyeron el puente de Cal y
Canto, la Casa de Moneda y algunas iglesias de más pretensiones. Esta
pobreza terminó, entre la oligarquía al menos, hacia mediados del siguiente
594 siglo. Pero todavía, excepción hecha de familias ricas que ahora pasaban
largas temporadas en Europa y construyeron casas imitando las de ese
continente, el estilo rústico se conservó, si no en Santiago, sí en los fundos
y ciudades de provincia hasta el siglo XX. La alta burguesía decimonónica
de Valparaíso constituiría la excepción. Pero no quebró esta realidad en
términos generales.
Los síndromes de lejanía, aislamiento y pobreza han marcado el
comportamiento de los chilenos, incluso hoy, cuando los medios de co-
municación y transporte modernos nos han acercado al mundo. Tímidos
y apocados, también sobrios, solíamos ser poco aficionados a aparentar.
Espontáneamente, hemos tendido a rehuir los primeros planos (con excep-
ciones, por cierto). La persona que llamaba la atención y ostentaba su ri-
queza o su poder era mal vista. El exhibicionista no despertaba simpatía ni
admiración, más bien se le acogía irónicamente. La sobriedad era conside-
rada una virtud nacional y me parece que hay sólo tres épocas de nuestra
historia en que este rasgo se ha quebrado: transitoriamente, entre la aris-
tocracia, hacia comienzos del siglo XX; entre la nueva burguesía durante
los años del boom de comienzos de 1980 y de nuevo en los últimos años.
Sobriedad, sencillez, honestidad. Cuando Aníbal Pinto dejó la Presi-
dencia, sus amigos debieron ayudarlo a encontrar un trabajo para subsis-
tir. Cuenta Vicuña Mackenna que, enfrentado al motín del 20 de abril de
1851, de madrugada, el Presidente Bulnes desayunó un vaso de mote con
huesillo que compró a un motero de la calle. Hasta la época del Gobierno
de Eduardo Frei Montalva, los Presidentes de la República caminaban por
la calle como cualquier ciudadano y hasta hoy –con recientes excepcio-
nes– se enorgullecen de vivir en sus domicilios particulares de hombres de
clase media. Y no se trata sólo de figuras públicas, pues el hombre medio
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
Pero, por lo que nos interesa, también puede ser otra de las causas de
nuestra histórica falta de iniciativa económica sostenida y de empeño cons-
tante y laborioso. Digo, puede ser, porque se da el caso de que también los
descendientes de los incas han exhibido en los últimos siglos una gran pasi-
vidad económica, aunque quizá por razones diferentes, conectadas con la
desarticulación por la Conquista de su evolucionado sistema político-social
tradicional, que en Chile fue inexistente o estuvo muy poco asentado. La
improvisación laboral (y su manifestación concreta; el “maestro chasqui-
lla”) ha sido otra manifestación de este rasgo: lo que se comenzaba no se
terminaba o se terminaba a medias, no hacía falta más y nadie reclamaba.
tares. Algo que hoy parece cuestionable, pero que no lo era hasta media-
dos del siglo XX. Se le conocía como “Chile, tierra de guerra”. Efectiva-
mente, aquél fue un estado que perduró, al menos latente, en los siglos
coloniales, y durante el XIX apareció en nuestra historia con inusitada
frecuencia: guerras civiles desde 1810 a 1818, en 1830, 1851, 1859 y 1891.
En fin, guerras internacionales en las décadas de 1820, de 1830, de 1860,
de 1870-80, todas victoriosas. Los cronistas coloniales se referían a nues-
tra nación como “Flandes indiano”. Tulio Halperin, en su conocida Histo-
ria de América Latina, se refiere a Chile como una pequeña Prusia, y Burr
titula su libro sobre la política exterior chilena en el XIX By Reason or Force
“por la razón o la fuerza”, el lema de nuestro símbolo nacional por exce-
lencia: el escudo patrio. No debemos olvidar que el libro escrito por un
chileno de mayor venta en el país ha sido Adiós al Séptimo de Línea, un
canto de gesta al valor del soldado chileno, que apareció hace unos treinta
y cinco años y que fue leído masivamente, con devoción, sin ser una no-
vela de valor histórico o literario apreciables. El estudio del norteamerica-
no William Sater sobre Arturo Prat, un santo laico, símbolo de nuestros 599
valores más caros, es del mayor interés para comprender el rasgo mental
pretérito que enuncio.
Otro rasgo mental del chileno de los últimos dos siglos, conectado a
nuestra historia, es la tendencia al vagabundeo y la aventura. Muy claro
entre los sectores populares, lo es, en general, de todos los chilenos. Extra-
ño, por otra parte, en un país en que el mundo campesino, muy mayorita-
rio hasta unas décadas, no es el del peón ganadero errante, como los llane-
ros de Colombia y Venezuela o los gauchos de Argentina y Uruguay, sino el
del inquilino, un ente sedentario, dependiente. Sin embargo, hijos o pa-
rientes de inquilinos se han transformado fácilmente en peones afuerinos y
errantes, más todavía, han emigrado masivamente al norte en la época de la
plata y del salitre, ascendieron también masivamente por la costa del Pacífi-
co hasta California (junto con una serie de pijes, como Pérez Rosales, San-
tiago Arcos y Benjamín Vicuña Mackenna) durante la fiebre del oro. Chile-
nos se contrataron como jornaleros para construir los ferrocarriles de la
sierra en Perú y no pocos trabajaron en la apertura del Canal de Panamá.
Durante las últimas décadas –más allá del problema del exilio– encontra-
mos chilenos repartidos por todo el mundo, notoriamente en Argentina,
Venezuela, USA, Suecia y Australia. Buscavidas que disfrutan o sufren de
su destino. Es posible que este rasgo tenga razones históricas muy concretas
caso a caso. Pero quizá, colectivamente, también en el de hecho que por los
siglos de la Colonia una buena parte del territorio de Chile fue lo que el
historiador estadounidense Turner llamó una “zona de frontera”, donde la
incertidumbre era diaria y donde el valor individual, la libertad personal y
el amor a la aventura eran muy valorados y representaban la posibilidad
de prosperar, hasta el punto de transformarse en un estilo de vida.
REVISITANDO CHILE
José Bengoa
La nostalgia
Se me ocurre que la identidad siempre es una reelaboración nostálgica de
lo que creímos que fuimos alguna vez. Cuando hablo de nostalgia no es-
toy refiriéndome a la historia propiamente tal, sino a una forma de histo-
ria afectiva, o sea, a la que se cuenta en forma agradable, y que es amable
con uno mismo, con su grupo. Es la de los tiempos en que éramos felices.
Si la historia tiene la obligación de analizar los elementos positivos y ne-
gativos, favorables y desfavorables, la nostalgia de pasado sólo apela a
aquellos que provocan el deseo de ser repetidos. Aunque son dos asuntos
diferentes, la historia y la nostalgia se relacionan entre sí; se la puede
comparar a la relación entre el apetito y el comer. La nostalgia provoca
una necesidad de historia.
Si uno quisiera indagar en los temas profundos de la identidad chile-
na, tendríamos que hacerlo en el inconsciente colectivo de los distintos
grupos sociales. Cada uno de éstos ha ido elaborando, con nostalgia o
mediante ésta, su época dorada: el tiempo en que las cosas estaban en su
lugar, en que el orden natural se imponía, en que el grupo, sector, región,
etnia era “lo que debía ser”, esto es, que mirado desde el presente, sus
intereses estaban cumplidos y podían ejercitarse de manera plena.
REVISITANDO CHILE
Lazos primordiales
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¿Por qué pareciera ser necesaria una sola historia?
La clave está, para decirlo en una frase según un concepto de Geertz,
en la ausencia de lazos primordiales de nuestra sociedad, o en su reciente
constitución y relativa debilidad de los mismos.
¿Qué significan lazos primordiales? Serían aquellas uniones comu-
nitarias que se fueron forjando a lo largo de los siglos y que se relacionan
con la lengua, la religión, con una cultura que tiene enormes seguridades
acerca de su constitución.
Por la brevedad histórica del nuevo mundo y de nuestros países, ob-
viamente los lazos primordiales eran muy escasos. La sociedad de castas
que se estableció en la Colonia tendió a no establecerlos con fuerza ni
explícitamente. Por el contrario, o el problema de los criollos era su au-
sencia o su separación de los lazos primordiales con la península. Se les
enrostraba que no eran chapetones, que no eran peninsulares.
La intelectualidad chilena de comienzos de la primera mitad del siglo
XIX –Lastarria– y sobre todo de la segunda mitad, se ve en la necesidad de
utilizar la historia como fuente de construcción de los lazos primordiales
inexistentes de la sociedad chilena. Por lo tanto, la historia se transforma
en una operación de construcción de nacionalidad, recubierta con un ele-
mento científico –producto del cientificismo positivista del siglo XIX– que
no tiene tanto interés en conocer los hechos tal cual ocurrieron, con todas
sus complejidades, sino que se preocupa más bien de “producir ideológi-
camente el Estado”, de producir la nacionalidad. Trata de crear una suerte
de “patriotismo”, por el dicho aquel de “sin patriotismo no hay Estado”;
“sin patriotismo no hay nación, y sin nación no hay Estado”.
Los historiadores han jugado un papel central en la construcción de
ese patriotismo que constituyen los “lazos primordiales” que nos faltaban
para ser un pueblo y una nación.
H ISTORIAS , IDENTIDADES , TRASLACIONES
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