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Conocedores de lo oculto

Emilio del Barco

El conocimiento de lo secreto ha sido, siempre, la mayor fuente de poder. Los


confesionarios del mundo entero constituyen el mejor servicio secreto del planeta.
Trabajando a favor de una sola causa, la que representa sus convicciones. Por
añadidura, quienes depositan allí sus intimidades vergonzantes, no cobran por
informar, pagan con agradecimiento por habérseles permitido abrir sus
conciencias. La versión moderna, laica, es la regida por psiquiatras, psicólogos y
asimilados. A partir de Freud.

Las doctrinas, todas, trabajan, en principio, para su propio fortalecimiento, antes


que en beneficio de los pueblos donde están insertas. El solo hecho de confiar
nuestras intimidades a otra persona, le confiere poder sobre nuestra vida. Si la
apertura de conciencia se hace con fines médicos, en este hecho empieza y acaba
toda dependencia, pero, cuando existe un adoctrinamiento condicionante, que
atribuye, a nuestro relato íntimo, el poder de la redención de nuestras conciencias,
entonces la dimensión humana varía. Entramos, por sublimación, en el terreno de lo
sobrenatural. Tras la pretendida intervención de seres celestiales, el
agradecimiento debe convertirse en eterno. Por tanto, la deuda adquirida, pasa a
ser inconmensurable.

El conocimiento científico crea paz, a todos. Las doctrinas morales están, en


cambio, pensadas para originar poder. Transmitir fantasías, que creen nuevos
círculos de poder, sólo contribuye a originar conflictos añadidos a la Humanidad,
destinados a afianzar los privilegios de quienes se atribuyen su administración
exclusiva, en pretendida colaboración íntima con los seres celestiales. Esa es la
presentación, que justifica su ascendencia sobre el pueblo llano. Una mejor
formación científica de la sociedad y un menor adoctrinamiento, contribuirían a
crear una sociedad más humanamente beneficiosa.

Somos humanos, hijos y habitantes de la Tierra. Mientras no seamos habitantes de


los cielos, nuestra labor está aquí, en lo firme de la Tierra. Debemos saber cada día
más, para poder transmitir más realidad. Crear más escuelas y maestros, para
impartir conocimientos, es lo que necesita el mundo en general, Y también menos
armas y propagandistas de poderes absolutos. El bien común de las naciones, debe
estar orientado al beneficio de sus pueblos, no a la gloria de sus dirigentes
endiosados. La preeminencia de las creencias sobre las ciencias, significa una
involución del progreso. Cada acción provoca una reacción. Para tener nueva
reacciones, se necesitan acciones novedosas.

Las épocas de dogmatismos, coinciden con el agotamiento creativo de los pueblos.


Todo cuerpo de creencias, para permanecer vivo, ha de irse adaptando a los
tiempos. Renovándose. Lo inmóvil está cercano a la muerte. Lo inquieto, que no
crea nuevas energías, consume las suyas en pura auto- combustión, dejando sólo
cenizas. Quien tiene la disciplina como su principal virtud, tiende a conservar la
permanencia del poder establecido, sin buscar la creación de nuevas tendencias.
La disciplina, mal entendida, encierra en sí más destrucción, que fuerza creadora.
Sobre todo, la disciplina impuesta, la obediencia ciega, propia de los sistemas de
creencias, que anulan personalidades, hasta convertir a sus seguidores en cuerpos
descerebrados. Emilio del Barco. 12/08/09. emiliodelbarco@hotmail.es

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