El conocimiento de lo secreto ha sido, siempre, la mayor fuente de poder. Los
confesionarios del mundo entero constituyen el mejor servicio secreto del planeta. Trabajando a favor de una sola causa, la que representa sus convicciones. Por añadidura, quienes depositan allí sus intimidades vergonzantes, no cobran por informar, pagan con agradecimiento por habérseles permitido abrir sus conciencias. La versión moderna, laica, es la regida por psiquiatras, psicólogos y asimilados. A partir de Freud.
Las doctrinas, todas, trabajan, en principio, para su propio fortalecimiento, antes
que en beneficio de los pueblos donde están insertas. El solo hecho de confiar nuestras intimidades a otra persona, le confiere poder sobre nuestra vida. Si la apertura de conciencia se hace con fines médicos, en este hecho empieza y acaba toda dependencia, pero, cuando existe un adoctrinamiento condicionante, que atribuye, a nuestro relato íntimo, el poder de la redención de nuestras conciencias, entonces la dimensión humana varía. Entramos, por sublimación, en el terreno de lo sobrenatural. Tras la pretendida intervención de seres celestiales, el agradecimiento debe convertirse en eterno. Por tanto, la deuda adquirida, pasa a ser inconmensurable.
El conocimiento científico crea paz, a todos. Las doctrinas morales están, en
cambio, pensadas para originar poder. Transmitir fantasías, que creen nuevos círculos de poder, sólo contribuye a originar conflictos añadidos a la Humanidad, destinados a afianzar los privilegios de quienes se atribuyen su administración exclusiva, en pretendida colaboración íntima con los seres celestiales. Esa es la presentación, que justifica su ascendencia sobre el pueblo llano. Una mejor formación científica de la sociedad y un menor adoctrinamiento, contribuirían a crear una sociedad más humanamente beneficiosa.
Somos humanos, hijos y habitantes de la Tierra. Mientras no seamos habitantes de
los cielos, nuestra labor está aquí, en lo firme de la Tierra. Debemos saber cada día más, para poder transmitir más realidad. Crear más escuelas y maestros, para impartir conocimientos, es lo que necesita el mundo en general, Y también menos armas y propagandistas de poderes absolutos. El bien común de las naciones, debe estar orientado al beneficio de sus pueblos, no a la gloria de sus dirigentes endiosados. La preeminencia de las creencias sobre las ciencias, significa una involución del progreso. Cada acción provoca una reacción. Para tener nueva reacciones, se necesitan acciones novedosas.
Las épocas de dogmatismos, coinciden con el agotamiento creativo de los pueblos.
Todo cuerpo de creencias, para permanecer vivo, ha de irse adaptando a los tiempos. Renovándose. Lo inmóvil está cercano a la muerte. Lo inquieto, que no crea nuevas energías, consume las suyas en pura auto- combustión, dejando sólo cenizas. Quien tiene la disciplina como su principal virtud, tiende a conservar la permanencia del poder establecido, sin buscar la creación de nuevas tendencias. La disciplina, mal entendida, encierra en sí más destrucción, que fuerza creadora. Sobre todo, la disciplina impuesta, la obediencia ciega, propia de los sistemas de creencias, que anulan personalidades, hasta convertir a sus seguidores en cuerpos descerebrados. Emilio del Barco. 12/08/09. emiliodelbarco@hotmail.es