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Las locuras de la guerra

Tomado de: http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-211627-locuras-de-guerra

Por: Daniella Sánchez Russo

El drama de los terapeutas que exorcizan los fantasmas del conflicto armado.

“Era el líder de una comunidad indígena en Pasto; tenía alrededor de 50 años, alto, moreno, con
mucho miedo de contarnos su historia. ‘Fueron los paramilitares’, decía, ‘fueron ellos’. Su relato
me marcó”, confiesa la psicóloga de la Defensoría del Pueblo Andrea García mientras escarba en
sus memorias. Dice que es el episodio más doloroso que ha escuchado en el tiempo que lleva
tratando víctimas de la violencia en Colombia. Le dijo que lo amarraron a un árbol una tarde
cualquiera y que lo violaron, una, dos, varias veces, ya no se acuerda cuántas; que no fue capaz de
regresar a su tribu, ni ver a los ojos a su esposa o a sus hijas ni contarles que la amenaza de las
armas se llevó su hombría. No fue el único.

Desaparición forzada, violación, desplazamiento y asesinato: casi todos los testimonios versan
sobre esos horrores. Cincuenta psicólogos, en 26 regiones del país, casi 30 veces al día, escuchan
víctima tras víctima. Los oyen exorcizar sus fantasmas. Y tratan de orientarlos como pueden. Sin
plata, sin recursos, hacen lo imposible para cumplir las citas con los psicólogos. Es un escenario
privilegiado, quizás el único, para dejar ir a sus demonios. Quién dijo, sin embargo, que los
traumas no se los heredan. Tan fuertes son los alcances y la sevicia de la guerra que hasta a los
terapeutas —entrenados como ninguno para blindar sus almas— se les cuelan los dolores de las
víctimas que tratan y hoy reciben atención psiquiátrica para impedir que la locura se tome sus
cabezas.

Pesadillas, enredos familiares y problemas con sus parejas, desequilibrio emocional; súbitos
recuerdos de un drama relatado, aislamiento, desgaste mental y laboral y, en esencia, la
alienación ajena del espanto. Todos síntomas del llamado Síndrome de Burnout, o del Quemado
—“altísimo estrés laboral por la exposición emocional del paciente”, explica un experto—, que
poco a poco han ido corroyendo la coraza racional de los psicólogos de la Defensoría del Pueblo.
Tanta barbarie narrada empieza a hacerles mella. “Si no somos tratados adecuadamente —dice la
psicóloga Andrea García— podríamos caer en distintos vicios”. El alcohol encabeza la lista, claro,
pero también las drogas, el exagerado consumo de cigarrillo o incluso sufrir de insomnio y
depresión.

“La carga laboral es muy fuerte y es de esperarse que nosotros necesitemos ayuda”, cuenta
Wilson Chavarro, psicólogo de la Defensoría del Meta. Y confiesa que quiere dejar su consultorio
para dedicarse a escribir los testimonios de la violencia. La presión de su trabajo lo obligó a ser
atendido por un colega cada dos meses: “Las pesadillas abundaban, había empezado a sufrir de
insomnio, me estaba consumiendo; mi esposa comenzó a preocuparse”. De uno de esos relatos de
sangre que le causó tantas vigilias provino el nombre de su primogénito, Lorenzo: “Así se llamaba
uno de los 29 hijos de un señor en La Guajira, a todos los había bautizado por un jugador de
fútbol”. Lorenzo fue víctima de desaparición forzada. Culpan a las autodefensas. “Lo más duro fue
ver al viejo sumergido en una depresión terrible”, dice Chavarro.

Todos los psicólogos de la Defensoría han sufrido síntomas de la enfermedad de Burnout. Así lo
documentó un estudio que encargó la Vicepresidencia de la República a la ONG Dos Mundos.
“Hemos estado al límite”, cuenta Andrea García, “por eso desarrollamos un programa de
intervención y seguimiento psicológico que se complementa con un plan de ejercicio y
alimentación”. Se supone que así capotean los peligros de su profesión. El psicólogo Luis Alberto
Bonilla es consciente de algunos síntomas: “A veces no puedo dormir, la ansiedad me consume y
el cansancio se vuelve extremo. Pueden ser las 10:00 de la mañana de un lunes, después de un
domingo de descanso, y yo no hallo la hora de que se termine la semana”.

A Bonilla lo conmovió en demasía la historia de una viuda de un inspector de Policía a punto de


pensionarse. Iban a montar un negocio de frutas en Bogotá, pero los ‘paras’ lo mataron en
Villavicencio. Ella intentó buscar respuestas, pero sólo consiguió amenazas. Historias así provocan
el desvarío. El psicólogo Bonilla cuenta que alguna vez le pidió a una compañera que se retirara del
trabajo porque se estaba volviendo demasiado violenta: “La irascibilidad se había apoderado de su
genio”.

Con el fin de evitar estados violentos o de locura, a cada psicólogo de las 26 regionales de la
Defensoría le han entregado un manual para contrarrestar el impacto de los calamitosos relatos
de las víctimas. Pese a que estos profesionales hacen todo cuanto pueden para aislar la ansiedad
que carga cada relato, un miedo sigue latente, uno que los pone en el borde entre la razón y la
locura. “El miedo más grande es traspasarles esa ansiedad a nuestros hijos”, dice Andrea García.
“Temo como nadie que ellos resulten afectados”.

Daniella Sánchez Russo | Elespectador.com

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