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Mockus contra el pícaro

Por: Daniel Samper Ospina

Hemos llegado al final de esta primera etapa y tengo una mezcla de sentimientos casi tan lamentable como un
vestido de Petro o una declaración de Noemí. Nunca he sido bueno para estos momentos en los que los
personajes abandonan la casa estudio: ¿de qué me voy a reír en adelante si sale la mayoría de candidatos?
¿Qué les voy a decir a mis hijas? para que me dejen ver el noticiero, ahora cuando ya no puedo acudir a la
doctora Elsa, a quienes ellas observaban juiciosas porque creían que era Piolín.

Voy a extrañarlos a todos. A Germán Vargas Lleras, por ejemplo: ¿por qué hablaba de acabar con las Farc y el
cariño que siente por su hija en el mismo tono? Germán Vargas es a la política lo que el señor de Dolorán a la
locución. Sin embargo, voy a echar de men os la forma en que citaba a su abuelito para todo, o en que se
adjudicaba todas las leyes de la República, o esas exposiciones de programas de 15 puntos para cualquier cosa:
"En tratándose del ping-pong, tengo un programa de 15 puntos para que ese deporte sea desarrollado en el país,
al igual que la mosquita". Era agobiante, claro, pero divertido.

Rafael Pardo también me va a hacer falta. Es falso que tenga problemas de carisma. Al revés: ojalá monte un
programa de charlas con Fidel Cano para rebullir el rating nacional. Lo que mató a Pardo fue su fórmula
presidencial, a quien en el río Magdalena se le hundió una maleta con todos sus blazers. Por eso terminó yendo a
los debates en mangas de camisa, lo cual le impidió adoptar la actitud jubilosa de saludar alzando los brazos, que
es fundamental para ganar, pero que produce inseguridad en quien, como él, cree tener mapas de sudor en la
axila. En mangas de camisa y con los brazos abajo, podía aspirar por mucho a cajero del Banco de Bogotá.

A Petro lo voy a extrañar. A mí me gustaría que me gustara Petro. Pero nunca me despertó confianza. Y no por
esa especie de sacos de puños en bota campana que a veces se ponía, sino porque para nuestra tranquilidad ha
debido decir el nombre de su Ministro de Defensa. O de su Ministro de Hacienda. O al menos de su urólogo.

Sin embargo, lo que de verdad me tiene destrozado es no volver a ver a Noemí.

Fuimos unos completos indolentes con ella. Estuvo enferma durante estos meses, delante de todos nosotros, y
nadie fue capaz de pedir que pararan un momento, que la atendieran. Llevaré esa culpa para siempre. Por eso,
en el muro de la vergüenza que con gran sentido de la ironía se inventó Juan Manuel, en la sección Vergüenzas
Ajenas siempre habrá un rincón para Noemí: ella, cuando gritaba TPP; ella, cuando subía los brazos victoriosa y
risueña cada vez que le decían que seguía bajando en las encuestas; ella, cuando protagonizaba esos
comerciales en los que salía jugando fútbol con una mujer embarazada a la que increíblemente ponían a correr y
patear. Ese bebé va a nacer con problemas. Como mínimo va a ser conservador. ¿Qué asesor se inventó esos
comerciales? ¿A cuál se le ocurrió lo del TPP? ¿A Juan Gabriel Uribe? ¿A Leonel Álvarez? ¿Leonel Álvarez le
dijo "Vaya, mamita, vaya diga TPP cuando le pregunten algo"?

Voy a extrañarlos a todos, aun a Róbinson Devia, el pobre hombre que decidió hacer una huelga de hambre
porque nadie le ponía atención. Conclusión: nadie le puso atención. Sigue amarrado en la Plaza de Bolívar y hay
gente que le tira monedas. Es posible que ya haya muerto.

Debe ser horrible ser un candidato presidencial en Colombia: les toca ir a debates moderados por un mechudo
que parece jugador de La Equidad, en los que una muñeca hace preguntas y en los que tienen diez segundos
para responder, como si estuvieran jugando 'Stop'; y deben soportar la tos de Mockus, el juego sucio de Santos y
tratar de no reírse cuando habla Noemí.

Por eso, todos merecen descansar mientras sigue la pelea imposible: la de Mockus contra Juan Manuel, un
hombre que cuenta con las maquinarias de la vieja política, el impulso ilegal del Presidente y un sentido de la
picardía muy parecido a la trampa.

Nadie niega que son muy parejos. A Mockus lo apoya el filósofo alemán Jürgen Habermas, por ejemplo; pero
Santos también cuenta con intelectuales de la talla de José Obdulio, Pipe Peláez y Piedad Zuccardi. (Pese a eso,
JJ Rendón busca quien remede la voz de Habermas para una cuña radial; Armandito Benedetti se apuntó, pero
se le sale el acento costeño y le cuesta leer de corrido).

Ahora bien: los dos son cumplidos y por llegar a tiempo a las citas se suben en las motos de sus escoltas.
Mockus con la indumentaria de reglamento; Santos, en cambio, sin casco ni chaleco; pero con un peto de la Cruz
Roja.

La diferencia central consiste en que a Mockus no lo apoya Uribe, que hace poco pidió votar por la gallina que
mejor le cuide sus tres huevos.

Estoy de acuerdo en que le haya dicho gallina a Juan Manuel; pero me parece innecesario que todo un
Presidente de la República confiese sus deformidades íntimas y, peor aún, que dé el nombre del amigo que se
las cuida. En eso es más discreto Petro, que jamás habla del tema: como mucho, se ladea en los debates y
aguanta el dolor con dignidad.

Sigue, pues, el duelo final: Mockus contra el autoproclamado pícaro. Algo me dice que se puede dar el milagro. Y
que puede ganar el candidato que no parece maquillado.

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