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ORTEGA CALVO, Jorge

Recensión: E. HOBSBAWM, Historia del siglo XX, Barcelona 2010 (1995), Crítica.

HISTORIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES. Prof. JULIÁN CASANOVA.


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS. UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA, 2010-2011.

Cuando el 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip apretó el gatillo contra el archiduque Francisco
Fernando en una calle de Sarajevo, nadie podía concebir que desencadenaría un conflicto de
semejantes proporciones. En efecto, la conocida como “Gran Guerra por la Civilización”
combinaría diabólicamente las grandes innovaciones del siglo XIX: el nacionalismo, el
imperialismo, la explosión demográfica, la producción industrial y la ciencia; para ponerlas al
servicio de la destrucción. Las profundas transformaciones sociales sufridas durante el
enfrentamiento no sólo derrumbarían el mundo occidental novecentista construido desde los
principios del liberalismo y con ciertas reminiscencias del Antiguo Régimen, sino que trazarían las
directrices universales para todo el siglo XX. Para E. Hobsbawm está muy claro que aquel fatídico
1914 inicia una “Edad de Extremos” -“o corto siglo XX”-.
El estudio no deja de ser en gran parte una obra autobiográfica; nacido durante la Gran Guerra, el
autor describe en el libro los acontecimientos sucedidos en el mundo a lo largo de su vida -fue
publicado en 1994, muy poco después de concluir esa “Edad de Extremos”-.
En este razonamiento, el “largo siglo XIX” (1789-1914) se ve sucedido por un “corto siglo XX”
(1914-1989) con tres fases diferenciadas. La primera de ellas fue una “Era de las Catástrofes”
(1914-1945), a la que también se refiere como “La Guerra de los Treinta y Un Años”. Se abre con
una guerra total, a la que los distintos contendientes dedican todos sus recursos y energías, durante
la cual se desata una revolución que dará a luz al primer Estado socialista de la historia. Agotados,
los europeos detienen el sinsentido bélico. Cuatro años bastaron para que la sociedad mutara y el
universo del siglo XIX se desmoronara. El regreso a antes de 1914, los “buenos tiempos”, sería el
gran sueño de los conservadores. Sin duda Europa parecía recuperarse en la posguerra y
aproximarse a un nuevo orden pacífico, pero, todavía arruinados por la guerra y azotados por la
tremenda crisis del capitalismo originada por el crack del 29, los sistemas liberales capitalistas se
derrumbaron uno tras otro dando paso a una forma especialmente virulenta de contrarrevolución: el
fascismo y el nazismo. La expansión de este movimiento irracional y vengativo que arrastró a la
guerra al mundo entero, sólo pudo detenerse mediante una coalición entre los gobiernos liberales
supervivientes -anglosajones- y la Unión Soviética, ambos herederos ideológicos de la Ilustración.
El resultado de este periodo fue un escalofriante número de muertos y la destrucción absoluta de los
ya exhaustos Estados europeos, que no pudieron seguir manteniendo su hegemonía en el mundo ni
controlando sus colonias. Los EEUU ocuparían su lugar y articularían toda una complicada
mitología paranoica que legitimara su nueva supremacía, su intervencionismo y su estatus como
gendarme mundial. Este nuevo periodo que enfrenta a los EEUU y su opuesto ideológico, la URSS,
(más que nada en el campo de las ideas y la propaganda) es conocido como Guerra Fría, y para
Hobsbawm queda seccionada entre la segunda y la tercera parte del “siglo corto”.
Esta segunda parte, denominada “Edad de Oro” (1945-1974), se abre con el establecimiento de
una política mundial dividida en dos bloques heterogéneos: “capitalistas” y “comunistas”. La
propaganda y la batalla ideológica coincidieron con una nueva revolución industrial, de los
transportes y de la comunicación que trajeron consigo tres décadas de crecimiento económico y una
profunda transformación social sin precedentes. Los Estados europeos y Japón alcanzaron una
notable autonomía y concluyeron el período habiendo superado económicamente a su tutor. En
cambio, los satélites socialistas fueron un enorme peso para el erario soviético dada su incapacidad
para desarrollarse por sí mismos. El fantasma de la guerra nuclear fue una constante creciente
conforme las economías capitalistas aventajaban a las socialistas (obsoletas y progresivamente
dependientes de los dólares americanos). Hobsbawm niega que el peligro de cualquier tipo de
enfrentamiento directo entre ambas superpotencias pudiera volverse real, así como desmitifica la
agresividad y la fuerza bélica de la URSS. Aunque la última década de la etapa parecía llevar al
mundo hacia la distensión y la coexistencia pacífica, la economía capitalista llegó a su límite de
crecimiento; provocando una crisis económica a finales de los sesenta que abortó el proceso y
comenzó un período de inestabilidad y recesión.
La tercera parte del “siglo corto” corresponde con “El Derrumbamiento” (1975-1989) del
sistema de bloques. El crecimiento económico se frenó; la tensión por las zonas de influencia
alcanzaría el auge y extendería la guerra por el joven tercer mundo. Las pretensiones de la URSS de
ser considerada una potencia en igualdad de condiciones que los EEUU hicieron temer a los
occidentales como si los soviéticos pudieran reclamar realmente ese estatus. La demencia nuclear
llegó a su punto álgido y el derroche en armamento alcanzó proporciones colosales, provocando
oleadas de protestas y descontento que exigían el final de una carrera armamentística que nada
bueno podía traer. Las dos superpotencias mantuvieron un pulso por el gasto militar y la difusión
masiva e irreflexiva de armamento por el mundo. Finalmente, la relajación de las tensiones merced
a la fructífera relación entre Reagan y Gorbachov permitió al fin la coexistencia pacífica entre
ambas superpotencias. Sin embargo, ésta sería sorprendentemente breve, pues los países
exportadores de crudo provocaron una segunda crisis económica que arrastró a los dependientes (y
rígidos) Estados socialistas y rápidamente se desmoronó todo el bloque soviético. Paradójicamente,
“lo que derrotó y al final arruinó a la URSS no fue la confrontación, sino la distensión”.

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