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No se necesita demostrar que si los buenos dejan el campo, serán los malos quienes los
señoreen victoriosos.
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Economía no es avaricia, antes bien, es virtud el guardar para los tiempos calamitosos, aun
cuando no sea sino en consideración a las herederos.
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Las obras donde entran Dios y la religión serán siempre superiores a las que versan
puramente sobre cosas humanas.
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Para la codicia nada es sagrada. Si el Ave Fénix cayerá en sus manos, se la comiera o la
vendiera.
Juan Montalvo
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Juan Montalvo
Juan María Montalvo Fiallos
13 de abril de 1832
Nacimiento
Ambato
17 de enero de 1889
Defunción
París
Ocupación escritor
Nacionalidad ecuatoriana
Género Ensayo
Movimientos Romanticismo
Influido porDesplegar
Influyó aDesplegar
Juan María Montalvo Fiallos (Ambato, Ecuador, 13 de abril de 1832 – París, 17 de enero
de 1889) fue un ensayista y novelista ecuatoriano.
1 Biografía
o 1.1 Infancia y formación
o 1.2 Antepasados
o 1.3 Primer viaje a Europa
o 1.4 Retorno al Ecuador y exilio
o 1.5 Segundo viaje a Europa
o 1.6 Últimos días
2 Obra
o 2.1 Influencias
2.1.1 Antigüedad clásica
2.1.2 Literatura española
2.1.3 Literatura francesa
2.1.4 Otras influencias
o 2.2 Géneros
o 2.3 Temas frecuentes
2.3.1 Civilización y Barbarie
2.3.2 Política
2.3.3 Anticlericalismo
3 Véase también
4 Notas
5 Bibliografía
6 Enlaces externos
[editar] Biografía
[editar] Infancia y formación
Su padre, don Marcos Montalvo, hijo de un inmigrante andaluz, se dedicaba a los negocios
ambulantes. En Quinchicoto, cerca de Ambato, conoció a doña Isabel Villacreses de
Fiallos, con quien se casó el 20 de enero de 1811.[1] La pareja tras un tiempo se domicilió
en Ambato, ciudad en la que don Marcos llegó a destacarse.[2] Fallecidos ya algunos
hermanos en la edad de la infancia, Juan se convirtió en el menor de los varones, y sus
padres le procuraron mimos y cuidados.
[editar] Antepasados
8. N. Montalvo
4. José Santos Montalvo
2. Marcos Montalvo Oviedo
10. Juan Oviedo
5. Jacinta Oviedo
Hernández
11. María Hernández
1. Juan
Montalvo
Fiallos
Montenegro Figueroa y Salinas,
nacido en Quito
12. Mariano Montenegro
25. María Isabel Soria
13. María Tiburcia de los Ríos
3. Josefa Fiallos
28. Melchor de la Vega
29. María Espín
7. Isabel Fiallos de la Vega
30. Juan de Villacreses y Yánez
15. Luciana Fiallos
Ana
Tuvo siete hermanos: Francisco, Francisco Javier, Mariano, Alegría, Rosa, Juana e Isabel.
Su niñez transcurrió no sólo en su casa, sino también en la cercana quinta de Ficoa. En
1836 sufrió de viruelas y quedó con el rostro marcado. A los siete años fue a la escuela, una
humilde casa de aldea, de una sola planta, pobremente administrada y sostenida.[3] En 1843,
cuando tenía once años, su hermano fue arrestado, encarcelado y desterrado por enfrentarse
políticamente a la dictadura de Juan José Flores. Según el escritor Galo René Pérez, el
destierro de su hermano le "dejó una lesión moral de la que no se recuperó jamás",
llevándolo a odiar a las dictaduras.[4]
En Quito se hizo amigo del poeta y político liberal Julio Zaldumbide, con quien se reunía
de continuo. En su casa a veces asistían practicantes de letras, destinados a convertirse en
conocidos escritores: Agustín Yerovi, José Modesto Espinosa y Miguel Riofrío. Juntos
comentaban a los grandes autores románticos europeos. En 1853 el presidente Urbina
decretó la libertad de estudios en colegios y universidades. Por las nuevas regulaciones,
Montalvo se vio privado de su cargo de secretario en el colegio San Fernando y además fue
impulsado a abandonar su carrera de Derecho tras haber aprobado solamente el segundo
curso. Así, decidió volver a Ambato.
La nostalgia consiste en un amor indecible por la patria y un profundo disgusto del país en
que se está..., es un deseo de llorar a gritos al mismo tiempo que eso es imposible.[13]
También se acentuó su misantropía, inclinación que tuvo desde sus años de infancia, por
hallarse en un medio extraño e indiferente.[14] Su permanencia en París duró tres años,
durante los cuales se dedicó a sus estudios, los contactos con personalidades, los paseos
urbanos de observación provechosa, la elaboración de páginas literarias, varias aventuras
amorosas y breves tareas de oficina.[15] Asimismo, durante este tiempo se le manifestó un
agudo reumatismo, cuyos efectos le acompañaron durante el resto de su vida.
Dejó Francia y en enero de 1858 ya se hallaba en Italia. Visitó Roma, disfrutó mucho su
visita a Florencia, e igualmente memorables le resultaron sus impresiones de Nápoles,
Sorrento, Pompeya y Venecia. De Italia viajó a España, y especialmente le agradó
Andalucía; visitó Granada y Córdoba, disfrutando de la arquitectura musulmana de la
Alhambra y el Generalife[16] De Granada regresó a París, atravesando La Mancha, donde
constató la miseria en que se hallaba la región en ese entonces.
Tuvo que regresar al Ecuador no sólo por la inestabilidad de los gobiernos y la agitación
política, sino también por la artritis que lo aquejaba. Cuando llegó, en 1859, el país era
gobernado por García Moreno. Lo primero que hizo fue escribirle al dictador una larga
carta, un tanto discursiva, pero cargada de admoniciones y amenazas, que según parece, no
lo irritó del todo.[17] A finales de 1861 colaboró en la revista literaria El Iris de Quito. En
1865 comenzaron sus amores con María Adelaida Guzmán, con quien contrajo finalmente
matrimonio en Ambato el 17 de octubre de 1868 y tuvo dos hijos.[18]
El 3 de enero de 1866, después del primer período dictatorial de García Moreno, publicó El
Cosmopolita, revista de carácter político-literario editada en Quito en 40 páginas, cuyas
siguientes entregas siguieron apareciendo hasta enero de 1869, y sostuvo una acalorada
polémica con José Modesto Espinosa, que le salió al paso. En 1867 editó El Precursor del
Cosmopolita y al año siguiente comenzó a cartearse con Eloy Alfaro y polemizó con Juan
León Mera, publicando en su contra dos folletos: El Masonismo Negro y Bailar Sobre las
Ruinas.[18] En 1869 se produjo la revolución de García Moreno, y el mismo año Montalvo,
temiendo por su vida, tuvo que expatriarse. Acudió a la embajada de Colombia, y ni bien
recibió su pasaporte para abandonar el país, partió la mañana del 17 de enero de 1869
rumbo a Ipiales junto a otros dos exiliados: Mariano Mestanza y Manuel Semblantes.
La familia Arellano del Hierro, de Tulcán, recomendó a Montalvo ante el doctor Ramón
Rosero, de Ipiales, para que le acogiera en su hogar;[19] por su parte, Mestanza y Semblantes
continuaron su viaje hacia la costa, para navegar a Panamá y desde allí hacia Europa.
Durante su estadía en Ipiales, Montalvo recibió la primera carta de Eloy Alfaro desde
Panamá, invitándolo a acompañarlo. Pronto fraternizaron y Alfaro le instaló cómodamente;
le compró pasaje para Francia, le dio una suma de dinero para las primeras semanas de
permanencia en aquel país y le prometió extenderle las ayudas que en lo posterior llegara a
solicitarle. Llegado a la capital francesa, su interés inmediato fue establecer conexiones con
las personas que quizás se hallaban en disposición de ayudarle, pues desde su destierro
cayó en una situación de apremio; había salido del Ecuador con pocas pertenencias y le era
imposible obtener ingresos seguros y periódicos.[20] Regresó a Panamá, rumbo a Ipiales. Y
aunque ahí le faltó dinero para continuar su viaje, Alfaro nuevamente acudió en su ayuda.
Montalvo lo relata de la siguiente manera:
Eloy Alfaro.
Entre los nombres que han de bendecir por cuenta mía, está el de Eloy Alfaro, joven apenas
conocido para mí, amigo nunca. Tan luego como supo el trance en que me hallaba, se me
vino por sus pasos, y me tranquilizó con la más exquisita delicadeza. Y no contento con
traerme un billete de pasaje de primera clase, me ofreció una letra para Barbacoas de la
suma que yo quisiese, la cual rehusé, porque en esa ciudad me esperaba otro amigo, otro
hermano.[21]
Una vez en Ipiales decidió continuar hacia Perú, donde se encontró con José María Urbina,
desterrado por García Moreno. Ahí buscó fomentar la oposición contra el gobierno de su
país, y quizá una revolución.[22] Pero no tuvo éxito, y frustrado, regresó a Ipiales. Durante
su destierro redactó varios libros, tales como El bárbaro de América en los pueblos
civilizados de Europa, El libro de las pasiones, Diario de un loco, De las virtudes y los
vicios y Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. En 1872 falleció su hijo Carlos Alfonso,
de cinco años y ocho meses; se le comunicó la noticia desde Ambato.[23]
En mayo de 1876 de manera voluntaria y con el socorro económico de sus amigos liberales,
Montalvo regresó al Ecuador. En Quito publicó el folleto Del Ministro de Estado por medio
del cual atacó y ocasionó la renuncia de Manuel Gómez de la Torre, Ministro de Gobierno
del presidente Antonio Borrero. El 22 de junio apareció el primer número de la revista El
Regenerador, cuyo último número se publicó el 26 de agosto de 1878. El 9 de julio
organizó la que se denominó "Sociedad Republicana" y en su discurso inaugural exaltó la
importancia de la Internacional y propuso algunos de sus principios. Dijo:
El objetivo (de la Internacional) es honesto, es moderado; los medios de que se vale son
lícitos; sus anhelos plausibles. La organización del trabajo, la correspondencia de
honorarios y salarios con oficios y obras; la libertad revestida del derecho, sofrenada por el
deber y otros fines semejantes, son los de esa asociación que está rebosando en Europa...La
Internacional reconoce el principio de propiedad no quiere sino que las clases laboriosas no
malogren su trabajo y la industria tenga sus leyes a las cuales se sometan la ociosidad y el
lujo. Esta sociedad no es perseguida por la fuerza pública; los enemigos del pueblo están
gritando contra ellas, cierto: Pero ¿qué autoridad tienen para la democracia las alharacas de
Napoleón III y de Bismarck?[25]
Dejó transitoriamente la ciudad para descansar en una propiedad de sus hermanos, cercana
a Baños. Pero pronto fue llamado por Eloy Alfaro, quien había llegado a Guayaquil a
preparar un pronunciamiento contra el gobierno de Borrero. Así, el 6 de septiembre del
mismo año Montalvo llegó a Guayaquil y fue recibido por una entusiasta multitud. Fue
incapaz de hablar en público, y más bien prometió un agradecimiento a su modo, mediante
la palabra impresa, que en efecto circuló entre los guayaquileños al día siguiente.[26] Y
aunque Montalvo ese día había conseguido verse lisonjeado públicamente, su alegría no
duró mucho, pues Ignacio de Veintemilla se proclamó dictador el 8 de septiembre. Sus
amigos le prevenían del riesgo que corría bajo el nuevo gobierno, pero Montalvo no podía
exiliarse, pues no contaba con suficientes recursos económicos.
En los comicios de 1877 fue electo diputado por la provincia de Esmeraldas, pero no asistió
nunca a las Cámaras.[27] Tras un tiempo, finalmente partió hacia Ipiales, donde vivió
preocupado y pendiente de su seguridad.[28] En poco más de un mes viajó a Panamá, con la
intención de publicar Las Catilinarias. Cuando después de 3 meses regresó a Ipiales, de
inmediato se empeñó en acciones concretas de agitación popular y de levantamiento
armado contra la dictadura de Veintemilla.[29] Dejó de nuevo Ipiales, y el 30 de julio de
1881 estaba ya en Barbacoas, Nariño; ahí se detuvo más de doce días, antes de encaminarse
a Tumaco y de ahí a Panamá, donde permanecería por un tiempo indefinido.[30] Para este
entonces, la relación que tenía con su esposa se quebrantó por completo por el estilo de
vida que Montalvo llevaba y por su desentendimiento en las obligaciones familiares.[31]
Eloy Alfaro le había anunciado únicamente que su viaje a Europa no admitía ya dudas;
junto con José Miguel Macay, su próspero socio financiero, se comprometió a ayudarle
económicamente y a vigilar la edición de sus folletos. Finalmente Montalvo viajó a París
con el deseo de editar su obra Siete Tratados.
Estaba orgulloso de sus Siete Tratados y deseaba publicarlos de la forma más lujosa
posible. Pero no logró reunir el dinero que demandaba el proyecto, hasta que consiguió el
auspicio del empresario José Joaquin de la ciudad de Besançon. Cuando fueron publicados
sus Siete Tratados, Montalvo fue reconocido y elogiado por varios críticos europeos,
aunque sólo en el ámbito de la cultura hispana (mantenida por emigrantes españoles e
hispanoamericanos por medio de publicaciones) o hispanistas de París.[32] En consecuencia,
Montalvo se apresuró a promocionar sus tratados en España. A finales de mayo, habían
recibido los dos volúmenes de los Siete Tratados el director del diario El Globo y Emilio
Castelar. El 23 de octubre de 1882 su esposa María Adelaida falleció, y el mismo año
Montalvo inició una relación sentimental con la francesa Augustine-Catherine Contoux,
que mantuvo hasta sus últimos días.[33] Con ella tendría un hijo en 1886, fruto de su
concubinato.[34]
Sin embargo, los Siete Tratados no fueron bien recibidos por todos; la Iglesia en el
Ecuador, a través del arzobispo de Quito monseñor José Ignacio Ordóñez, mostró su
descontento con la obra. El 19 de febrero de 1884 el arzobispo reprobó y condenó los Siete
Tratados por medio de una carta pastoral. Pronto Montalvo respondió al clérigo por medio
de su libro Mercurial eclesiástica, escrito con pasmosa fuerza de improvisación y lleno de
ataques violentos contra Ordóñez y la Iglesia. Por ese motivo, el arzobispo Ordóñez viajó a
Roma con la intención de conseguir del Papa la prohibición de su lectura, y en poco tiempo
León XIII incluyó a los Siete Tratados en el Índice de libros prohibidos.[36]
En los días siguientes los síntomas de su enfermedad fueron empeorando y Montalvo cayó
prácticamente en la indigencia. Durante ese largo tiempo de padecimientos frecuentemente
le visitaron Agustín L. Yerovi y Clemente Ballén. Los médicos que habían atendido a
Montalvo los primeros días de su enfermedad no se dieron cuenta que la neumonía inicial
que lo aquejaba se había convertido en un derrame pleural, como determinó el médico León
Labbeé, quien lo sometió a un tratamiento que, aunque lo mejoró durante un tiempo, no
pudo detener sus cada vez más intensos padecimientos. Cuando Labbeé se dio cuenta, tras
un nuevo examen del líquido pleural, de que se había presentado un peligroso foco de
supuración, indicó la conveniencia de practicar una operación inmediata, harto difícil, a la
que Montalvo aceptó someterse.[37]
Cuando a mi regreso de España, en septiembre del año pasado (1888), fui a visitarle, se me
oprimió dolorosamente el corazón al comprobar los progresos de la terrible neumonía
purulenta que le consumía. Le consideré perdido. Llevaba en el costado una herida que a
propósito mantenían abierta los médicos; habían practicado en su garganta una operación
difícil y dolorosa; muy a pesar de todo, ¡qué limpieza la de su ropa interior! ¡Con qué afán
arreglaba los puños de la camisa de dormir para ocultar sus pobres muñecas! ¡Cuánto
agradeció a mi mujer que consintiese verle así, sin afeitar, despeinado, hecho una ruina!
Luchaba con rabia contra la enfermedad: no quería morir.[40]
La condición de Montalvo cada vez era peor, y el 15 de enero de 1889 hizo aproximar al
doctor Agustín L. Yerovi para manifestarle sus últimos deseos (entre ellos el ser enterrado
en París);[41] el 16 de enero comenzó a agonizar, el 17 de enero pidió a su ama de llaves que
lo vistiera con su traje negro y con frac y le pidió que tratara de comprar un puñado de
claveles para su féretro. Fueron sus últimas palabras.[42]
La colonia ecuatoriana costeó sus funerales que fueron solemnes y en la iglesia de San
Francisco de Sales. Durante el régimen liberal se repatriaron sus restos embalsamados a
Guayaquil, y el 12 de julio de 1889 fueron enterrados en el cementerio de la ciudad, donde
permaneció hasta el 10 de abril de 1932. Al día siguiente de su exhumación se trasladaron a
Ambato, a donde llegaron el 12, para reposar desde entonces en su mausoleo. En 1895 se
publicó de manera póstuma en Francia Capítulos que se le olvidaron a Cervantes; y en
1902, Geometría Moral.
[editar] Obra
[editar] Influencias
Montalvo leyó todo cuanto entonces se podía leer acerca de Historia, Filosofía y Literaturas
Elénicas,[43] y citó en sus obras de manera directa o glosada a bastantes griegos de la
antigüedad.[44] Del mismo modo, aunque en menor grado, sentía admiración por la antigua
Roma. El teatro romano de Terencio, Plauto y Séneca sirvió, si no de inspiración, de
modelo, a los cinco dramas que escribió y que fueron recopilados en su Libro de las
pasiones: La Leprosa, Jara, El descomulgado, Granja y El dictador. En definitiva, lo
grecolatino llegó al escalón más alto de su saber, siendo el cimiento sólido de su formación
y el arma que esgrimió en sus enconadas polémicas.[45] Admiraba de Grecia a Sócrates, y de
Roma a Julio César, como ejemplo del soldado, y a Cicerón, por su oratoria.
Conocía buena parte de la literatura española, desde los romances hasta el romanticismo.
En más de una ocasión hizo críticas a varias obras literarias españolas y dedicó su ensayo
El buscapié a exaltarlas. Sentía especial admiración y respeto por Cervantes y consideraba
a su Don Quijote de la Mancha como lo más acabado en el mundo de las letras, al mismo
tiempo que despreciaba la continuación escrita por Avellaneda. Por otro lado, Montalvo
consideraba a las letras españolas contemporáneas a él (segunda mitad del siglo XIX) como
vagas e improductivas, impugando especialmente las malas traducciones de textos, aunque
supo apreciar a los intelectuales españoles de la época.[46]
Las letras francesas, antes y después de las guerras de la Independencia, tuvieron decisiva
influencia sobre los escritores hispanoamericanos. El romanticismo tanto español como
hispanoamericano tuvo sus simientes en Francia, y en América brotó primero y duró más.
Montalvo fue un ideólogo romántico del liberalismo;[47] sus modelos fueron Chateaubriand,
Rousseau y Victor Hugo,[48] mientras que por Lamartine sentía un profundo aprecio.
Asimismo admiraba a Montaigne y Montesquieu, quienes junto a Rousseau inspiraron su
pensamiento político. De Montaigne tomó no sólo la exaltación del hombre en su estado
natural, sino varios temas y la técnica literaria que usaba en sus ensayos. Muchas de las
ideas de Montalvo, sin ser necesariamente copiadas, son eco de El espíritu de las leyes de
Montesquieu, y Rousseau tuvo su influencia en el escritor ecuatoriano por sus ideas sobre
educación, gobierno, Estado, ciudadanía etc., expresadas en Emilio y El Contrato Social.[49]
[editar] Géneros
Si se comprende al ensayo como un género, y al periodismo una rama del ensayo, toda la
obra de Montalvo sería ensayística, con la excepción de su Libro de las pasiones,
compuesto de cinco dramas, y Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, que es una
novela. Según el profesor Antonio Sacoto Salamea, el ensayo es el "género en el cual como
tapiz Montalvo copia la cruenta lucha política de una época, nos da conceptos de la cultura
y la barbarie, pone de relieve los males que corrompen una sociedad y denuncia
inmisericorde los elementos causantes de esta estagnación".[53] Hay que notar, sin embargo,
que en la composición de sus ensayos son frecuentes las digresiones[54]
En cuanto a lo poético, no publicó ningún libro de poesías, pero sí hay algunas poesías
sueltas a través de sus escritos. Su poesía ha sido considerada como fría y llena de
reminiscencias y desde el punto de vista temático, carente de originalidad.[55] Respecto a los
dramas que escribió, sólo se conocen cinco, publicados después de su muerte bajo el título
de El libro de las pasiones. No fueron creaciones para ser representadas, aunque bien
pudieran montarse en escena; su preocupación más bien fue didáctica, pues sus obras
teatrales tenían un fondo moralista.[56]
[editar] Política
Montalvo era muy respetuoso de las leyes, pero le molestaba el hecho de que algunas
fueran injustas. En El Cosmopolita atacaba a los legisladores que creaban o derogaban
leyes a su conveniencia:
Un diputado tiene las mercaderías en camino para la aduana, proyecto de ley rebajando los
derechos anexos a esas mercaderías. A la nación le importa esa rebaja. Otro diputado es
dueño de una fábrica en que se elabora cierto artículo, proyecto de ley reduciendo la
pensión impuesta a ese artículo. A la República le importa por entonces aquella reducción.
[59]
También despreciaba la tiranía, a la que se refería, entre otras formas, como "el abuso
triunfante, soberbio, inquebrantable"[60] En su opinión, para que haya tiranía necesariamente
debía haber un pueblo dispuesto a soportarla, ya sea por timidez o apatía; así, el pueblo era
tan culpable del establecimiento de una tiranía como el mismo tirano. Su posición liberal le
llevó a oponerse a cualquier régimen que no haya sido elegido por sufragio, aunque llegó a
oponerse al voto popular si el país no gozaba de sus libertades.[61]
Respecto a los derechos de las personas, defendió en varias ocasiones los derechos de la
mujer. También defendió los derechos de los indígenas y los negros, más por su idea de
igualdad de todos los hombres ante Dios que por simpatía hacia ellos, pues probablemente
tenía prejuicios raciales.[62] Consciente de la gran responsabilidad que pesaba sobre los
intelectuales con respecto de los problemas sociales de los indígenas, afirma:
No, nosotros no hemos hecho este ser humillado, estropeado moralmente, abandonado de
Dios y la suerte; los españoles nos lo dejaron, como es y como será por los siglos de los
siglos.[63]
Montalvo en pocas ocasiones se refería a los militares. Pensaba que la historia y la guerra
son inseparables y se limitaba a discernir entre guerras justas e injustas. Asimismo, como
hombre de su época no permanecía insensible ante el aspecto heroico de las luchas y la
grandeza que hay en despreciar la propia vida en aras de un ideal.
[editar] Anticlericalismo
Hase visto en Quito un cabrón de Méndez subir al púlpito, quemarse las manos en un
mechero, meter en la boca una vela encendida, y probando con esto que la virtud de Dios
obraba en él, gritar que en ese instante el diablo estaba andando suelto por la iglesia, y
formar remolinos espantosos de plebe engañada y escarnecida. Y no ha habido policía que
baje a ese pícaro del pescuezo y le imponga un fuerte castigo corporal, ni gobierno que le
mande con grilletes a Guayaquil, a embarcarle en el primer buque ballenero que parezca. Al
mismo penitente embaidor se le había visto, cuando el terremoto de Imbabura, salir
azotándose por las calles de Quito, y gritando que por las maldades y falta de devoción de
la gente había ocurrido esa desgracia. Levantada ahí al punto una armazón de madera en la
plaza de la Catedral de Quito, subió allá el arlequín, y, desnudo por delante seis dedos abajo
el ombligo, forrada la espalda con un cuero de vaca debajo de un tul negro, se dio cinco mil
azotes, burlándose así de las cosas santas, del pueblo congregado, del siglo décimonono,
del Gobierno, y hasta de Sancho Panza, quien, al fin y al cabo, se dio siquiera cinco buenos
y pasaderos. En Bogotá, Caracas, Santiago, Lima, Buenos Aires, parecerán imposibles estas
escenas de nefanda barbarie, que se han visto repetir mil veces en Quito en las mayores
aflicciones públicas. Terremotos, lluvias de ceniza, cóleras furibundas de los volcanes, allí
están los frailes gachupines a quemarse las manos en el púlpito, a morder cabos de vela, a
ver el diablo con sus ojos, y decir que todo lo provocan y lo hacen los liberales.[66]
Continuó con su oposición al clero en sus Siete Tratados y en las citadas Las Catilinarias,
porque se sentía defraudado al ver que el clero no luchaba contra Veintemilla. Su obra más
furibunda fue Mercurial eclesiástica, escrita como respuesta a la condena del portavoz del
clero, Monseñor José Ignacio Ordóñez, a su obra. No obstante, se puede asegurar que en la
práctica Montalvo se llevó mejor con la autoridad eclesiástica que con los católicos
conservadores.[67] Un caso ilustrativo es su Contestación a la carta de un sacerdote católico
al señor redactor de El Cosmopolita, publicada en el número 3 de su revista. El citado
sacerdote era el nuncio apostólico, Monseñor Antonelli, quien con suma cortesía defendía
la necesidad del Concordato. Con la misma deferencia Montalvo en 25 páginas se expresa
con la mayor claridad acerca de lo que deben ser a su juicio las relaciones entre Iglesia y
Estado. Se declara partidario del Patronato, afirma que en caso de desacuerdo ha de primar
la razón de Estado, rechaza el Concordato firmado por García Moreno y termina
especificando que considera el cristianismo como la verdadera religión y aseverando:
"Nunca seré contrario sino de la superstición, el fanatismo y los abusos de los malos
sacerdotes". El nuncio le mandó una segunda carta de tono amistoso, defendiendo siempre
el punto de vista de la Iglesia pero sin condenar las posiciones personales del escritor.[68]