You are on page 1of 14

Mi cuerpo

Mi Nombre es Alexander Cold, nací en Jackson el día 26 de diciembre


del año 1929. Mi madre Elizabeth nos crío a mi hermano y a mí sola
después de la muerte prematura de mi padre.
Recuerdo a mi padre José Cold, era un hombre alto, fuerte, rudo y de
tez morena por su descendencia latina. También recuerdo bien el día en
que murió, poco antes de su cumpleaños treinta y tres. Pasamos la
mañana juntos como cualquier día en el campo, luego por la tarde fui a
la tienda del pueblo y para cuando llegue a casa, mi padre ya había
muerto. Con doce años no podía comprender como una simple
enfermedad, un simple ataque cardiaco podía haber matado a un
hombre tan fuerte como a él.
Mi vida estuvo fuertemente marcada por las batallas entre los
Confederados y los Libertadores, desde antes de la muerte de mi padre
soñaba con la gloria de la revolución, de honrar a mi pueblo, de
convertirlos en gente libre, así mi nombre quedaría para siempre
marcado en la historia. Sin embargos antes de mis propios sueños tenia
que preocuparme de mi madre y de mi hermano.
A los quince años deje a mi hermano Francisco en el colegio para
hombres Saint Justin para que así iniciara su enseñanza, el tenia gran
capacidad de conocimiento, además no quería que mi madre recibiera
los cuerpos de sus únicos dos hijos en ataúdes negros con la bandera de
los Libertadores, eso la destrozaría.
Sin embargo mi madre nunca tendría que enterrar a ninguno de sus
hijos.
A los dieciséis años me toco sepultar a mi madre murió de la única
manera que podría morir un ángel como ella, murió de la única manera
que yo podría esperar, murió en su cama mientras dormía placidamente
un día de verano.
Después de su muerte vendí todo lo que tenia, le mande el dinero
junto a una nota a Francisco, y tras mentirles descaradamente a los
reclutadores ingrese al ejercito revolucionario. Las ansias de poder me
consumieron poco a poco, quería más, quería ser un líder. Y estaba
seguro que lo lograría.
Siempre supe como manejar a las personas, como adaptarme a
ellas, y doblegarlas desde el interior, las podía convencer de tomar
decisiones que por cobardes jamás tomarían por si solos, y ellos me
escuchaban pues siempre yo tenia la razón.
Con mi talento o carisma, ascendí rápidamente por la escala de
mando, todo era perfecto. Por el momento.
A los diecisiete años ya era capitán del escuadrón de rescate y
evacuación, mucho más de lo que habían logrado hombres mayores que
yo, y sin ni siquiera conocer mi verdadera edad.
Pero mi vida cambio completamente una noche de invierno del año
1946, estaba junto a mi escuadrón evacuando un pueblo al sur de
llamado Villa Vieja antes que llegara Los Confederados. Era una noche
fría, típica del desierto, cuando mi escuadrón ingreso al pequeño pueblo.
Comenzamos a golpear las puertas de las casas, pero nadie salía. Le
pedí a George, mi soldado más fuerte, que abriera las puertas de las
casas más cercanas. Sabía que algo andaba mal.
Esa noche no había ningún alma en ese pueblo, registre por mi
mismo cada casa, no había indicios de pelea o que hubieran salido sin su
voluntad, nada, cada cosa estaba en su lugar. Definitivamente algo
andaba mal.
Caminamos por el medio del desierto rumbo al sur, por si alguien
había escapado hacia allá, pero si habían salido hacia días sin llevar
nada con ellos, seguramente todos estaban muertos.
Sin muchas esperanzas seguimos nuestro camino al sur, para
unirnos al resto del ejército y enfrentar a los Confederados. Sin embargo
algo me decía que tenía que volver a aquel pueblo. Le pedí al segundo al
mando que guiara al ejército de vuelta al campamento mientras yo
volvería al pueblo a buscar algunos víveres que nunca faltaban en medio
de la guerra. Fue entonces que la vi.
Recuerdo muy bien la casa en que la conocí por primera vez, estaba
pintada con cal, y su techo era de vigas y tejas color marrón, tenia dos
ventanas pequeñas en la parte del frente y una puerta estrecha también.
De las ventanas colgaban cortinas púrpuras de lino, y había pequeñas
plantas apoyadas en el grosor de la muralla.
Entre con cuidado para no mover nada, así cuando regresara al
campamento podría traer a los comandantes y tener esta evidencia.
Primero fui a la cocina a buscar alimentos, encontré papas, harina,
vino y leche. Después fui a las habitaciones a buscar paños, agua
ardiente, hilos y agujas, todo lo que pudiera llevar para la tienda de
heridos, entonces vi encima de una de las camas una gran sabana
blanca, eso se podría usar para vendar a algunos heridos, entonces oí un
ruido extraño, como una respiración entre cortada que provenía desde
debajo de la cama. Me arrodille presurosamente y con la poca luz que
había en el interior pude ver la silueta de una persona. Con mucho
cuidado tome uno de sus brazos y le arrastre al exterior. Era una
muchacha, no había rastros de sangre así que no estaba herida, acerque
mi rostro al suyo y pude sentir su respiración acompasada, busque una
vela la encendí y la acerque a la joven. Ella me miraba directamente,
aunque no era a mi quien veía, estaba como abstraída.
Rápidamente la lleva a mi caballo y luego fui a buscar las cosas que
había encontrado. A todo galope me dirigí al sur en busca de mi ejército.
En el camino me dedique a contemplarla, su rostro era blanco, delicado,
sus facciones suaves y redondas, sus labios carnosos y pequeños, sus
ojos almendrados, claros y con fuertes pestañas, su cabello caía por
encima de mi brazo, largo y ondulado, oscuro como aquella noche.

5
Llevaba puesto una camisa de dormir blanca que daba mas contraste
entre su cabello y su piel. No había indicios de sangre o de herida
alguna, no había nada, solo ella con sus ojos idos, era como si le
hubieran arrancado su alma.
Encontré a mi ejército la mañana siguiente, se sorprendieron al
verme con ella, creían que lo que le había pasado a aquel pequeño
pueblo ya me había alcanzado. Los médicos se apresuraron a quitármela
de los brazos y a llevarla a la tienda de primeros auxilios, mientras yo
informaba a mis supervisores de que era lo que había pasado, algunos
de los soldados estaban contentos de que regresara y mas aun de que
hubiera traído comida conmigo.
Después de que todo estuviera en orden, fui a la tienda de primeros
auxilios para que uno de los médicos me dijera que era lo que tenia. Ni
Edward ni Fran supieron explicar lo que tenia aquella joven, hablaban de
catatonía o algo parecido. Yo a penas la había visto pero sabía que algo
muy grande tenía que haber pasado para que alguien quedara de esa
forma.
Mi comandante envió a un grupo para que registrara las aldeas
cercanas al lugar, ellos volvieron tres días mas tarde sin ninguna
información. Yo había pasado esos tres días al lado de la hermosa
muchacha, ya empezaba a molestarme por no poder hacer nada para
ayudarla.
Hasta que la mañana del cuarto día vi como sus ojos me buscaban
en la penumbra, sus labios se abrieron y en un suave suspiro, pidió agua.
Su voz era melodiosa como un coro de campanas que mueve el
viento cansado de su inaudible voz. Con mi mano derecha lleve la
cantimplora a su boca, mientras que con mi mano izquierda enderezaba
su cabeza para que no se mojara, bebió buena parte del agua que
estaba almacenada.
Luego miro asustada a su alrededor, claro que debía estar asustada,
más que mal el último lugar en que estuvo fue una pequeña y acogedora
casa y ahora estaba en un atienda de primeros auxilios en medio del
desierto, a su lado solo había instrumentos quirúrgicos, paños y sabanas
blancas, y un hombre que jamás había visto ahora le daba agua y
tomaba de su mano.
-¿Dónde estoy?- fueron sus primeras palabras cargadas de un tinte
de histeria.
-Soy el capitán Alexander Cold de la campaña setecientos
trece, campaña de rescate y evacuación. Te encontré en un pueblo
abandonado te traje aquí- Trate de ser formal, aún cuando mi voz se
rompió a veces.
-Mi padre, ¿Dónde esta mi padre?- pregunto tratando de
incorporarse.
Mi primera reacción fue empujarla hacia atrás para que se quedara
tendida, luego llame a gritos a los médicos para que me ayudaran. Le

6
costo mucho comprender lo que le decíamos, no aceptaba el echo que
no hubiera nadie en el pueblo excepto por ella.
Mi comandante me llamo poco después de que la joven despertara,
aún cuando era esperable el por qué de su llamado me sorprendió que
me pidiera que interrogara a la joven, y aún más cuando uso las palabras
-por todos los medios necesarios-.
Esa misma tarde crucé el umbral de la tienda con miedo en el
corazón, ella llevaba su cabello negro recogido y vestía ropas militares,
se veía aun mas hermosa que con su delgado camisón blanco. Le dicho a
Edward y a Fran que su nombre era Amanda, que tenia diecisiete años, y
vivió junto a sus padres y sus hermanas en villa vieja, el pequeño pueblo
donde yo le había encontrado.
-Amanda- le dije, ella se giro en mi dirección no se si estaba
asustada por nuestro primer encuentro, o si bien estaba sorprendida de
que yo supiese su nombre. Con un geste le pedí a Fran y a Edgard que
saliesen, lo que estábamos apunto de conversar era algo completamente
clasificado, y nadie debía saberlo. -Mi nombre es Alexander,- ella
asintió una vez con la cabeza, me embargo un extraño sentimiento el
saber que ella me reconocía, -Amanda necesito que me hagas un
favor- le pedí mientras me sentaba en una silla cercana.
-¿Qué es lo que necesita?- me pregunto sonriendo.
-Necesito que me digas que fue lo que paso en villa vieja, ¿Qué
le paso a tu familia?- su cara se descompuso por un segundo, devia ser
muy difícil para ella hablar de algo así, yo lo habia visto muchas veces
era la llamada -culpa del sobreviviente- muchos de los mejores soldados
habian sido exiliados a nuestra compañía ya que se volvian locos de la
culpa que les produjo no haber podido salvar a sus compañeros de sus
inminentes muertes.
-Era un día como cualquier otro, pero a medio dia llegaron
unos cinco soldados Confederados montados a caballo, dejaron
sus cosas en un hostal en la calle principal y salieron dar vueltas a
pie por el pueblo. Mi padre estaba preocupado, el no era partidario
de la Confederados y creía que algo malo iba a suceder, mi madre
y mis hermanas le dijeron que se calmara, ellas no le creian, esa
noche poco después de que nos acostaramos llegaron a golpear la
puerta, yo dormia en una pieza junto con mis hermanas y en el
cuarto de al lado dormia mi padre y mi madre, mi padre se asomo
a nuestra habitación y nos dijo que nos quedasemos quietas y que
no hiciésemos ruido. Mi padre fue a abrir la puerta y desde el
exterior se sintio el vozarrón de un hombre que dijo que los
Confederados estaban cerca y que deviamos huir lo antes posible,
que no se nos ocurriera acarrear nada, solo fueramos con lo que
llevavamos encima, mi padre le reclamo y le dijo que no nos
podian hacer eso, que nos devian dar tiempo para que al menos

7
pudieramos sacar nuestron vienes mas presiados. En ese momento
se asomo a la puerta mi madre la cual andaba vestida solo con una
camisola, el soldado que estaba en la puerta tomo a mi madre del
cabello y la saco fuera de la casa, mi madre gritaba muy fuerte y
mis hermanas desesperadas salieron a auxiliarla, tratando de
atrapar al hombre y liberar a mi madre, yo me abia quedado
parada en medio de la habitación sin saber que hacer, mi corazón
gritaba que devia ir detrás de mi madre y mis hermanas, mi mente
me decia que devia quedarme exactamente donde estaba y no
hacer ruido. En ese momento mi padre entro a la habitación, me
tomo de los brazos y me dijo que me amaba, que siempre estaria
en mi corazón y que fuera feliz, luego me escondio debajo de la
cama y fue a la comoda donde saco una sabana blanca que
usabamos para recostarnos en el césped y la coloco sobre la cama.
Me dijo que me escondiera y no hiciera ruido, que el iria a buscar a
mis hermanas y a mi madre y cuando las encontrara volveria.
Luego de unos minutos de gritos de agonia y llantos se sintio un
gran silencio y luego del silencio muchos disparos, seguramente mi
padre, mi madre y mis hermanas habian muerto por alguna bala.
Mi padre nos queria a todas por igual pero no se por que le costaba
menos expresar su amor hacia mi que hacia las demas, pero el nos
amaba…- en ese momento su voz que se abia quebrado en varias
ocaciones se había silenciado por las lagriamas que ahora corrian por su
cara. Una pena que no me correspondia me invadio y la necesidad de
abrazarle y protegerla era mas fuerte que ninguna otra cosa. Ella se
acerco lentamente y se sento en una camilla que estaba a un lado de mi
silla. -No se cuanto tiempo paso pero de la nada comense a oir
unas pisadas, era la vos de un ombre quizas la misma del que se
habia llevado a mi madre, todos los músculos de mi cuerpo se
contrajeron y asta mi respiración se volvio mas acompasada y
silenciosa, los pasos y las voces eran de cerca de tres personas.
Hablaban en voz alta y sin preocuparse si alguien los podia
escuchar, al parecer estaban seguros de que habían eliminado a
todo el pueblo, su conversación me hizo deducir que ellos no eran
soldados de la Confederación sino simples ladrones que se habian
aprobechado de él miedo de la gente para robarles todo lo que
tenian y aun peor, nadie extrañaria a un pequeño pueblo alejado
de la civilización y menos en medio de una guerra. Registraron
todo jugaron aun nuestras cosas y se burlaron de nosotros. La
rabia me invadió queria asesinarlos, pero temia salir de mi
escondite, temia ignorar la ultima petición de mi padre. En ese
momento me sumi en un oscuridad infinita donde no habia
nadaquisas pasaron tres o cuatro dias hasta que tú me

8
encontraste, a mi me parecieron años; desperte aquí y tu estabas
a mi lado- sus labios enbosaron una sonrisa.
-Debes saber que nosotros nunca matariamos a nadie,
nosotros ibamos a evacuarlos y llebarlos al desierto donde estarían
a salvo de la guerra- la mire a los ojos cuando le dije esto, yo queria
que confiara en mí.
-Si lo se señor, ustedes no nos harian daño- me dijo, se levanto y
camino por la tienda, -Pero eso no cambiara lo que le paso a mi
padre o a mis hermanas- me dijo -Señor- acentuó.
-No me digas señor, apenas tengo diecisiete, o acaso parezco
mayor- le dije levantándome de mi silla.
-Pensé que dijiste que eras capitán- respondió mirándome -No
eres muy joven-.
-Estamos en medio de una guerra, ¿Crees que a los
reclutadores les importa si tienes quince o veintitrés?, mientras
puedas disparar y dar vuenos golpees, puedes llegar muy lejos- una
pequeña risita se escapo de sus labios. -Supongo que no debí decirte
que tenía diecisiete-.
-Si, supongo que no debiste decirme que tenias diecisiete
años- me respondió, -guardare tu secreto pero a cambio necesito un
favor-.
-¿Qué favor necesitas de mi?- le pregunte extrañado con la
petición.
-Necesito que me enseñes a luchar- un tinte de ira inundo su voz
al pronunciar estas palabras.
-¿Para que necesitas tu aprender a luchar? ¿No creo que
tengas tantos enemigos?- lo entendí todo cuando oí mis propias
palabras. -Quieres vengar a tu familia- ella me afirmo con un suave
movimiento de cabeza. -no puedes arriesgar tu vida por una
venganza, no creo que tu familia se allá sacrificado para que tu
murieras tratando de vengarlos-
-¿Tu tienes familia?- me pregunto.
-Ahora solo tengo a mi hermano, mis padres murieron ase
mucho- le explique.
-Entonces estas solo, al igual que yo solo nos tenemos a
nosotros y algo por que luchar- me quede absorto con su declaración.
-A mi no me queda nada, pero al menos estoy luchando para
liberar a una nación- ella movió la cabeza en señal de negación.
-Estoy cien por ciento segura de que tu serias el primero en
pensar en vengarte si un ser querido muere en manos de unos
miserables ladrones- objeto Amanda certera en cada una de sus
palabras.

9
-Quizás si, pero ¿acaso tu dejarías que alguien emprendiera
una misión suicida?- ella medito antes de responder.
-No seria una misión suicida si yo me quedara aquí y tú me
enseñases a luchar- algo en su mirada me decía que ella no se rendiría.
-¿Quieres quedarte aquí?- ella afirmó enérgicamente, yo
simplemente moví la cabeza de un lado al otro -una joven como tu no
se puede quedar en un campamento militar, y menos se le puede
entrenar para combate-.
-Bueno lo tendras que hacer a menos que quieras que se
enteren de que tienes diecisiete- respondio.
-¿Es una amenaza?- le pregunte.
-No, no es una amenaza es algo a si como un trueque- insinuo.
Me levante de la silla, le di la espalda y ocultando una sonrisa me
dirigí a ver a mis superiores a ponerlos al tanto de la situación.
Mis supervisores quedaron consternados con mi petición de que la
señorita Amanda se quedara en las instalaciones militares en que estaba
a cargo, me costo convencerlos, pero argumentando que las bases de la
moral y ética del todo soldado era ayudar a quien lo necesitase, pues en
ese caso dejar a aquella joven desprotegida y vulnerable en medio del
desierto y en una ciudad extraña sin nadie que la cuidase, era algo
absolutamente erróneo.
Amanda estaba encantada con la noticia de que podría permanecer
en la base ya aun mas feliz de que yo estuviese dispuesto a ayudarle con
su entrenamiento. Después de mucho pensarlo había admitido que si no
le enseñaba a luchar yo cualquiera de los otros tarados que había en el
escuadron estaria demaciado dispuesto a ayudarla, ademas mas que
mal yo era el jefe y como tal el mejor.
Me costaba enseñarle, verle como un objetivo como a un enemigo,
ella era tan delicada y vulnerable… pero tendria que prepararla para que
luchase con otros que no dudarian ni un segundo en aniquilarla.
Los dias pasaron lentos y pausados, pero cada día diferente al otro
cuando estaba con Amanda. No se en que momento sucedió, pero para
cuando la guerra nos había alcanzado yo estaba perdidamente
enamorado de mi Amanda, ella era todo para mí. Recuerdo claramente
cuando nos dimos nuestro primer beso. Era una noche fría y a nosotros
nos había tocado montar guardia juntos, era el periodo más difícil, entre
media noche y el amanecer. Nos habíamos sentado cerca de la fogata
para mitigar el frió. No había necesidad de hablar, ya no nos
incomodaban esos espacios silenciosos, ella apoyo su cabeza en mi
hombro y cerro los ojos, yo sentía su respiración entrecortada en mi
oído y supe que ya no podía dilatar el momento. Acaricie suavemente su
rostro con la mano y levante su barbilla. Amanda abrió los ojos que
estaban dilatados con la sorpresa.
-¿Qué esta haciendo?- me pregunto, mientras que sentía su
corazón latir a mil por hora.

10
-Algo que debí hacer la primera noche que te conocí- sentencie
y con un suspiro la bese suavemente en los labios, en una primera
instancia espere su rechazo pero ella lentamente me devolvió el beso,
fue algo breve pero muy, muy dulce.
Esa noche se nos paso rápida, entre caricias y besos, al acabar
nuestro turno nos dirigimos a nuestra tienda, que compartíamos con
otros diez soldados más, y dormimos uno al lado del otro tomados de las
manos.
Mis soldados que sabían de antelación mis sentimientos hacia
Amanda no les dijeron ni una sola palabra de nuestra relación a mis
superiores. Era cuestión de honor, en el campo de batalla poníamos
nuestras Vidal a cambio de nuestros compañeros, la confianza y el
respeto son base en cualquier pelotón de soldados. Sin embargo la
guerra nos habia alcanzado y debíamos ir al frente a luchar por nuestro
pueblo, y en el momento en que me toco preparar mi compañía. ¿Qué
aria con Amanda?, la colocaria en la retaguardia donde estaria menos
expuesta a sufrir ghraves daños, pero si algún enemigo llegara donde
ella yo no podria hacer nada para que estuviera segura. O la ubicaria
cerca de mi, donde reciviria el primer ataque pero al menos yo podria
hacer algo si ella era atacada por algún enemigo malintencionado, yo
podría estar allí para hacer algo. En ese instante entendí que debía
mantenerla a mi lado donde, si tenia que hacerlo moriría para
protegerla. Si al menos no podía mantenerla alejada de esta guerra, al
menos podría estar allí para salvarla.
El 26 de Noviembre de 1947 emprendimos camino a Santa Ana
donde nos encontraríamos con el regimiento del coronel O’ Connel y
así enfrentarnos a el ejercito Confederado en medio del desierto de
Aurora. El camino fue largo y duro, el calor era casi insoportable,
estábamos a amas de cien kilómetros del lugar y apenas teníamos agua
y comida, la raciones de mi escuadrón estaban repartidas
equilibradamente pero yo siempre me dejaba menos, para darle más a
Amanda, ella debía estar fuerte para la batalla, yo no lo necesitaba
tanto. Caminábamos asta el amanecer, descansábamos asta las nueve
de la mañana y dormíamos en tiendas asta las cuatro. La piel de Amanda
era sensible al sol, fue un tormento el primer día, se había quemado el
rostro y los brazos y le ardían tanto que apenas podía dormir. Yo me
quede despierto, cada cierto tiempo sacaba un poco de leche y con un
paño le pasaba por los brazos y la cara para refrescarla. Algunos de mis
soldados despertaban por el calor y se reían de lo que yo estaba
haciendo, ellos no entendían por lo que estaba pasando, ellos no amaba
a nadie hasta el delirio. Después de ese día le obligué a usar poleras
manga largas y un pedazo de tienda semi -transparente con la que se
cubriera el rostro. Los días siguientes no ocurrió nada fuera de lo
esperado, no mitigo el calor, ni el frió de la noche, ni el monótono
desierto.

11
Tres días después llegamos a Santa Ana el enemigo avanzaba
rápidamente y según los pronósticos ellos llegarían entre el medio día y
la tarde del día siguiente.
El comandante se sorprendió de que mi mano derecha fuera un
joven que había sobrevivido a un ataque de ladrones. Pero después de
verla entrenar y no tuvo ningún problema. Ese día por fin comimos algo
decente, bueno decente para la guerra, después ayudamos a hacer
barricadas y trincheras, por suerte no había lluvias que esparcieran
enfermedades.
Nos preparamos y dormimos bien esa noche tratando de estar lo
mejor posible para cuando llegaran los Confederados, comimos liviano y
salimos a esperar, éramos alrededor de diez compañías cada una con un
promedio de cuarenta y cinco hombres, y Amanda, era un numero
bueno, un numero favorable. Esperamos toda la tarde e hicimos turnos
por la noche, al día siguiente tampoco llegaron, sabíamos que trataban
de tomarnos por sorpresa así que hacíamos turno para todo, para
dormir, comer e incluso ir al baño.
Sin embargo cuando ellos llegaron nosotros estábamos preparados.
Amanda estaba a mi lado firme con un rifle en su mano, con su suave
mano en el gatillo preparada para disparar en el más mínimo instante de
duda del enemigo.
Se oyó el primer disparo por parte del enemigo. Y nosotros
comenzamos a disparar, luego de varios minutos de fuego cruzado el
enemigo salio de sus improvisadas trincheras, a primera vista parecía
que eran alrededor de trescientos hombres, nosotros le ganábamos por
una amplia mayoría. Salimos de las trincheras con más de trescientos
hombres, mientras los mejores francotiradores esperaban en la
retaguardia. Amanda se movía sutil mente detrás de George, el la
ocultaba con su enorme cuerpo, mientras ella disparaba a aquellos que
se acercaban. Cuando se le acabaron las balas me ubique delante de
ella, de tal forma que le cubría la mitad del cuerpo, sacamos nuestras
cuchillas y comenzamos el combate cuerpo a cuerpo yo hería a
cualquiera que se acercara y ella los aniquilaba. Sin embargo de la nada
salieron otros soldados y tuvimos que dispersarnos para cubrir más
terreno. Los Confederados habían colocado reservas al igual que
nosotros, pero yo no los dejaría pasar. Siempre pendiente de Amanda
me enfrasque en la lucha no se cuantos hombres mate, menos a cuantos
herí, al final, de la batalla lo único que me importaba era que Amanda y
yo habíamos sobrevividos y habíamos ganado nuestra primera batalla
juntos. No había rehenes y las bajas en mi compañía habían sido nulas,
era el orgullo de mi comandante y el héroe entre mis soldados. El único
problema era mi conciencia, con anterioridad solo había herido a mis
enemigos, nunca había matado de verdad a nadie, pero en esta batalla
veía a los posibles asesinos de mi Amanda y algo en mi interior me
obligaba a matarlos, pude ver los rostros de mis victimas cada vez que
cerraba los ojos. La conciencia de Amanda fue más difícil que la mía,

12
lloro en mis brazos casi toda la noche, sus ojos estaban rojos e
hinchados.
-Tranquila, tranquila todo va a estar bien, fue defensa propia,
tratábamos de salvar nuestras vida no de matar a aquellos
hombres- la consolaba acariciándole el cabello, aun llevábamos
nuestras ropas manchadas de sangre y tierra.
-Ese… ese es… el problema, yo… yo quería matarlos- me
respondió entre sollozos, era tan delicada, que me sentí culpable por su
sufrimiento.
-No digas eso por favor, es solo la culpa- le decía. En ese
momento me levante de la cama donde ella estaba recostada llorando,
me tomo por la manga de mi saco fuertemente.
-Por favor, no me dejes sola- me suplico. Aun detrás de la
hinchazón y el enrojecimiento pude ver sus ojos pardos mirándome.
-Yo jamás te dejare sola Amanda- le dije mientras me volvía a
sentar. -Ni aun cuando muera te dejare sola. Esta guerra es
momentánea, y como hoy nosotros sobreviviremos a todo, luego
de que todo acabe yo me quedare junto a ti, seres felices en algún
lugar- una sonrisa se extendió por sus labios, yo me acosté a su lado y le
abrasé por la espalda, ella exhausta de tanto llorar se quedo dormida.
Yo conté su respiración acompasada asta que también me quede
dormido, el agotamiento de la batalla y la culpa nos consumía a todos
incluso al mejor de los soldados.
Cuatro días después de la batalla mi compañía y yo nos dirigimos a
pie a Santa Rita a otra batalla contra el enemigo que cada vez estaba
ganando mas territorio. No se en que minuto pasamos de ser el
escuadrón de evacuación y rescate a ser guerreros a campo abierto, y
justo ahora que Amanda se había unido a nuestro equipo. Quizás fue por
nuestra demasiado grandiosa actuación en la última batalla, o por que
éramos una de las compañías más jóvenes pero sospechábamos que
algo andaba mal.
Las batallas en Santa Rita fueron igual de buenas que las de Santa
Ana sin bajas ni heridos, Amanda comenzó a superar la culpa cuando le
entrene para herir no para matar. Amanda era diestra con la cuchilla y el
rifle, pero débil en combate cuerpo a cuerpo, su unica ventaja era su
velocidad, era rápida para esquivar los puños de George. Después de
dos semanas nos tuvimos que mover de nuevo, nos desplazamos unos
doscientos treinta kilómetros a Amanecer donde pelearíamos. Amanecer
quedaba cerca de la playa, muchos de mis soldados e incluso yo jamás
habíamos visto el mar. Cuando llegamos a Amanecer nos dimos cuenta
que de esta no saldríamos tan bien parados, contándonos a nosotros
éramos alrededor de ciento cincuenta hombres y el enemigo llegaría con
alrededor de unos cien barcos.
Al llegar lo único que tuvimos que hacer fue esperar, esperar a que
el enemigo se presentara.

13
-Mis amigo…- me dirigí a mis soldados estando próximos a la gran
batalla -...Les llamo mis amigos y no mis soldados por una razón,
ustedes han puesto sus vidas en mis manos y yo e puesto la mía
en las suyas. Yo soy su líder por que ustedes siguen mis ordenes,
pero también soy su soldado por que velo por la seguridad de cada
uno de ustedes, se que la pelea que se nos aproxima es dura y
quizás no corramos con la misma suerte que en batallas anteriores,
quizás algunos caigan y otros salgan heridos, pero tengan en
cuenta que yo estaré allí, yo peleare junto a ustedes y tendré las
mismas posibilidades de caer que ustedes o quizás mas aun por
que estaré al pendiente de cada uno. Yo entrene a cada uno, cada
uno sabe lo mismo que yo, quizás el enemigo tenga igual
conocimiento, pero lo que importa es lo que tengamos en el
corazón, es preferible quedarse aquí en esta tienda que salir a
luchar con miedo en el corazón, amigos seamos feroces y seguros,
hagamos temblar a aquellos miserables que trataran de matarlos,
con una mirada haremos que salgan huyendo y triunfaremos, por
que esta en nuestro destino- luego de mi discurso tome a Amanda en
mis brazos y la abrasé, era el momento de decir adiós por si moríamos
en medio de la batalla.
-Alexander Cold, hay algo que debo decirte- me murmuro en el
oído Amanda. Le aparte lo suficiente para verla a los ojos. -Te amo- me
dijo mientras sus mejillas enrojecían.
-Yo también te amo mi Amanda- le dije encantado con escuchar
aquello salir de sus labios. Me acerque para besarla pero ella me corrió la
cara.
-No, te daré tu beso cuando volvamos de la batalla- respondió.
-A si tendrás una razón para volver-
-Tu eres la razón de mi existencia así que tu asegúrate de
volver o los dos acabaremos muertos- le respondí mientras le
acariciaba el cabello.
En ese momento se sintió una sirena, era la señal de que se
acercaba el enemigo. Tome el casco de Amanda y se lo coloque en la
cabeza y luego me coloque el mió. Con una mano sostuve la mano de
Amanda y con la otra mi rifle. Nos amontonamos en la zona franca y
observamos el avance de nuestro enemigo el cual se cubría con
improvisados escudos hechos de metal. Eran alrededor de trescientos
hombres los cuales se acercaban cautelosos por el desierto. De nuestra
guarida se escucho el primer disparo el cual penetro en escudo de
nuestro enemigo. Luego comenzó la balacera inicial, fue más prolongada
de lo que esperábamos, por lo cual las reservas de municiones bajaron
presurosamente. Mi escuadrón salio de los últimos al combate cuerpo a
cuerpo, como siempre Amanda iba a mi derecha, entre George y Yo,
pero después de unos minutos que resultaron ser segundos nos

14
dispersamos, no podía ver a Amanda o algunos de mis compañeros, todo
era sangre y puñales. De la nada un grito sobresalió del resto, un grito
de mujer, mi corazón se detuvo de angustia, y en mi mente se repetía -
…Que no sea Amanda, que no sea Amanda…- aun cuando sabia que
era ella.
Me dirigí dificultosamente en la dirección que provino aquel
desgarrador sonido. La imagen me sobre cogió, Amanda luchaba contra
dos soldados enemigos, que se habían empeñado en destruirla, la daga
de mi amada estaba cubierta de sangre y a su lado en el suelo yacían los
cuerpos de tres soldados, dos eran desconocidos, pero el tercero era
George, su cara estaba manchada de sangre y sus ojos miraban, sin ver,
el cielo. George estaba muerto e Amanda trataba de salvar su cuerpo.
Solo el instinto me obligo a moverme de nuevo, en mi mente aun se
cruzaban imágenes de Amanda herida, george muerto y sangre, mucha
sangre. Me abalance hacia uno de los soldados y le enterré mi daga en la
espalda, a la altura del estomago, eso no lo mataria pero si le impediría
pelear. El otro se había dado cuenta de mi intervención, al ver perpleja a
Amanda no dudo en atacarla, solo vasto un latido de mi corazón para
darme cuenta de que yo era débil, era débil en muchos sentidos, prefería
morir que soportar el dolor que me produciría la muerte de Amanda,
Prefería que ella viviera pues era mas fuerte que yo. Ella tenia toda una
vida por delante, sobreviviría a esta guerra, con el tiempo encontraría a
un hombre que la amase aun cuando fuera poco para ella, tendría hijos
una casita en algún pueblo, envejecería y algún día les contaría nuestra
historia a alguna de sus nietas.
Mi amor hacia ellas y la esperanza de una vida mejor sin mí a su
lado me llevaron a interponerme entre aquella daga y su corazón,
hiriendo el mío. La muerte no fue dolorosa, no vi un túnel, no pasar mi
vida delante de mis ojos, tampoco vino un ángel a buscarme,
simplemente desperté.

15
Siguiente entrega “Mi alma”

Desperté en un campo a las orillas de un lago, había gente allí, una


atmósfera pasiva me envolvía poco a poco, mi nariz sintió el suave
aroma de lilas, rosas y sol, el cielo celeste era infinito y una que otra
nube paseaba perezosamente por toda su extensión. Me levante
lentamente, todo se sentía suave, el césped debajo de mis pies se sentía
húmedo. Mire a mi alrededor algunas personas me miraron, otras
siguieron con sus actividades. De la nada apareció un hombre a mi
espalda.
-Bienvenido Lex- era un hombre alto, delgado, vestía unos
pantalones blancos y polera del mismo color, su rostro era amable y sus
ojos mostraban bondad, su piel era pálida como una hoja de papel,
aunque sus mejillas tenían un poco de color. -Me alegra que estés
aquí-
-¿Dónde estoy?- le pregunte, lo ultimo que recordaba era el frío
metal que traspasaba mi cuerpo.
-Estas en el cielo Lex- rió el hombre.
-¿Quién eres tu?- no seguí preguntando respecto a donde me
encontraba, seguro hallaría la manera de salir de aquí luego.
-Mi nombre es Gabriel- respondió el hombre, dio media vuelta y
comenzó a caminar, di por hecho que debía seguirlo.
-¿Cómo llegue aquí?- Pregunte tratando de conseguir más
información que me pudiera ayudar luego.
-Moriste, ¿Cómo mas podrías estar aquí?- el hombre nuevamente
rió.
-Pero yo mate gente, morí en una guerra- le respondí con ira por
sus burlas.
-No te enfades, no me estoy burlando de ti, solo creí que
estarías feliz de acabar tan rápido aquí arriba- me contesto
-Sacrificio personal-
-¿Qué?- pregunte sin saber a lo que se refería.

16
-Te interpusiste entre la muerte y el amor, evitaste que tu
Amanda muriera- me contestó.
-Entonces hice lo correcto, hice lo correcto al interponerme, al
evitar que ella muriese- yo sabia que ese era el destino de mi amor
vivir, o mejor dicho sobrevivir -Pero ¿Ella estará bien allí sola?-
-Ahora eso depende de sus propias decisiones, tú ya no puedes
hacer nada por ella, salvo mirar como le va- Gabriel me parecía un
hombre amable, y sus ojos irradiaban bondad, sin embargo esto no me
parecía lo correcto, yo debía poder hacer algo por mi Amanda.

17

You might also like