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2010
Por: MARÍA PAULINA ORTÍZ | 8:01 p.m. | 17 de Marzo del 2011
EL ABANDONO DE LA FAMILIA ES EL MAYOR PROBLEMA EDUCATIVO, DICE
HENRY ROMERO, DEL LICEO CAMPO DAVID.
Es, según las pruebas del Icfes del año pasado, el mejor colegio del país. Tiene los primeros
resultados nacionales en Física, en Química, y el 80 por ciento de sus bachilleres consiguen
cupo en la Universidad Nacional. El Liceo Campo David, un plantel del suroriente
bogotano, con 680 alumnos entre hombres y mujeres, ha encontrado fórmulas también
para no tener riñas en sus aulas ni registros de drogadicción. Su rector y fundador es
Henry Romero, cundinamarqués que trabajó 30 años como profesor en el sector oficial y
hace 25 creó este colegio.
Tiene muchos problemas. El primero, sin duda, es la ausencia de la familia en los procesos
formativos de los hijos. Las familias y los gobiernos le transfirieron a la escuela la
responsabilidad de formar a los jóvenes. Eso no debe ser así. Nuestra tarea es la
enseñanza, pero la crianza es de la familia. También está la violencia dentro y fuera de las
instituciones; el hecho de que la educación quedó en manos de los políticos (los cargos del
sector se dan al vaivén de intereses politiqueros); la falta de capacitación del cuerpo
docente, y la deficiencia académica de colegios que le otorgan más importancia a los fines
económicos que a la esencia propia de la educación.
Es evidente. Cuando un niño habla poco, lo dice todo sin pronunciar palabra. El maestro
esculca en el ánimo del niño y generalmente encuentra el problema en casa, en padres de
familia que dejan los niños solos. Año tras año es mayor la ausencia de los padres en los
procesos de enseñanza, es mayor el abandono afectivo, sobre todo de los papás. Menos mal
que en las casas todavía quedan las mamás. Es la gran ventaja de la especie humana: que
aún vive la mujer. Pero no hay duda de que el mayor problema de la escuela, por encima de
la violencia interinstitucional, es la familia. Y no hablo del Liceo, sino en general. Aquí la
situación es diferente. Aquí no tenemos un puño, no hemos tenido una niña en embarazo.
Va a sonar romántico, pero el buen educador tiene un aroma especial. En sus ojos se le ve
un empaque particular. Yo no me fijo en títulos, por ejemplo, porque lo que se cuelga en las
paredes es muestra de lo que menos se sabe, es solo un aplauso al ego. Y mis maestros son
muy apetecidos, le cuento. Me los sonsacan.
En los colegios a veces falla también esa relación clave entre alumno y
profesor...
En una buena escuela, la dignidad del maestro está en el mismo plano horizontal que la
dignidad de un alumno. Y el respeto es fundamental. Un alumno aprende y se forma del
ejemplo positivo, del maestro a quien aprecia y ama. Un buen maestro es el que entiende
que el primer derecho de un alumno es el de errar. A eso
va el joven al colegio: a aprender de sus errores.
Claro, y sin importar que la exigencia formativa se torne por momentos algo ácida. Con
seguridad, el joven o la joven agradecerá mañana esa sanción que un acto errado ameritó.
Nosotros en el Liceo tenemos una especie de pirámide para la sanción: debe ser oportuna,
constructiva y afectiva. Que sancionar a un niño también nos duela, así haya que hacerlo.
Si no, mañana podemos arrepentirnos. A muchos no les gusta la palabra disciplina, no les
parece "pedagógica". Pues busquemos un sinónimo, puede ser orden o marco de
convivencia. Pero sobreproteger a los hijos no significa amarlos. Alcahuetearles a los
alumnos no es educarlos.
Con frecuencia viajo por el país y trato de visitar escuelas rurales. Conozco varias de ellas
en las que a un solo profesor le toca responder por los cinco grados de primaria más los de
preescolar. Muchas están en total abandono. Diría que hay escuelas rurales que solo sirven
para cumplir datos estadísticos. Si los colegios privados tomáramos una escuela rural en el
país y la apadrináramos, la educación en el campo se transformaría.