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Nothing of him that doth fade

But doth suffer a sea-change

Into something rich and strange

-William Shakespeare,

La tempestad, Acto I, Esc. II

-¡Qué pena! Este también es un

hombre como los demás.

-Ludwig van Beethoven

Buscando un héroe: mito y realidad

Una anécdota

Podría contar la verdad, pero ello dista de ser mi objetivo, por lo tanto lo contare
así: estaba yo intentando elucubrar alguna idea para comenzar a llenar la hoja cuando
me sucedió algo extraño: harto ya de la aridez de mis pensamientos comencé a revisar
mi biblioteca en busca de algún solaz. Mis dedos tropezaron con un libro dedicado a
tratar vida y obra del periodista Bernardo Neustadt. Lo abrí y empecé a hojearlo. Me
detuve, cerré el libro y observe la cubierta. Mis ojos se deslumbraron con el nombre:
“El hombre que se invento a si mismo”. No pude evitar sonreírme ante la ironía de mis
neuróticos devaneos. Fue en ese preciso instante cuando la totalidad del ensayo apareció
ante mi. No es que después no haya sufrido mutaciones a lo largo del camino, pero fue
el nacimiento de una idea que aquí les presento:

Introducción

No deja de ser una obviedad el hecho que uno, cuando cuenta la historia de su
vida, se inventa como personaje de un relato. Digo personaje porque persona no pasa
de ser un concepto objetivo que, al llevarse a la práctica, a la vida real, se ve convertido
-¿rebajado?- a personaje. El caso antes mencionado de Neustadt es paradigmático ya
que, a partir de aquí, me propondré reflexionar acerca de la construcción de la identidad
en el relato de una historia de vida. Mi hipótesis de trabajo es la siguiente: siempre se
tiene presente al otro, al lector, al momento de relatar lo que nos sucedió. Es decir, la
manera en la que nos presentamos tiene que ver mucho con los posibles lectores que
estarán del otro lado; la construcción de la identidad se hace en función a este hecho. Y
para hacerlo utilizamos estructuras que, sin querer introducirme en los escabrosos
terrenos de la psicología, me atrevería decir que son inconscientes: estructuras que nos
permite convertirnos en los héroes de nuestro propio cuento.
Para hacer todo lo antedicho recurriré al análisis de una entrevista realizada a
Manuel, a quien le pedí en su momento que me contara la historia de su vida. A esta
entrevista le aplicaré los planteos teóricos de Paul Ricoeur acerca de la interrelación que
se establece entre sus propios conceptos: Mimésis I –lo prenarrativo-, Mimésis II –
configuración de la trama-, y Mimésis III –acto de lectura (refiguración)-. Esta
interrelación se ve plasmada en la Mimésis II, cuando se constituye la trama mediando
“entre acontecimientos individuales y la historia que los conforma como un todo (…)
integrando elementos heterogéneos, de los cuales el más significativo es el o los
episodios discordantes.”[1] Pero todo eso se hace en función de lo anterior, lo que autor
trae consigo al momento de relatar, lo prenarrativo. A esto se lo llama inteligencia
narrativa, ya que “el que narra (…) está familiarizado con las reglas de construcción de
la trama”.[2] Y al construir esa trama para otro, para un lector que –como ya señale-
siempre se tiene en cuenta, se está contando con que “el que comprende una historia
demuestra que comprende a la vez el lenguaje del hacer de la acción y la tradición
cultural de la tipología de las tramas.”[3] Ahora, teniendo ya el marco teórico que
caracterizará esta reflexión pasare a introducir al personaje que me acompañara a lo
largo de estas páginas, Manuel:

Construyendo una vida

Manuel nació en diciembre de 1956 en Lanús (pcia. de Bs. As.), pero una
enfermedad que lo perseguiría hasta las 12 años –la anemia provocada por una epidemia
de diarrea estival- hizo que sus padres se vieran obligados a mudarse al barrio de La
Boca (en la Capital Federal) para así estar cerca del hospital en donde trataban a su hijo.
A los 14 años, a causa del infarto que sufrió el padre, y aún no del todo recuperado de su
enfermedad, Manuel debe salir a trabajar para mantener al resto de su familia. Hizo de
todo: fue tornero, trabajo en oficinas, fue empleado de seguridad, gastronómico y hasta
revisto en la filas de la Prefectura. Con el padre ya recuperado y trabajando nuevamente,
a los 22 años se caso, y producto de ese matrimonio nacieron 2 hijos. A los 25 años, por
su condición de prefecto, participo en la guerra de Malvinas, acaecida durante 1982,
primero a bordo de una lancha patrullera que vigilaba las costas de las islas y luego
como apoyo logístico en el continente –Comodoro Rivadavia-. Tiempo después de
regresar, indemne físicamente, se separa de su primera esposa. Hoy en día, con sus 46
años, esta casado en segundas nupcias y estudia derecho en la universidad de Lomas de
Zamora (pcia. de Bs. As.).

Deconstrucción

Al analizar esta entrevista pensé en aquello que uno trae consigo al momento de
“armar” su vida, aquellas estructuras –inconscientes, si se quiere- que ponemos en
práctica para que nuestra identidad resulte inteligible para el que está del otro lado, para
el lector. Así pues, cuando el narrador, y aquí estoy siguiendo a Ricoeur, “configura” el
relato –mimésis II- lo hace pensando en el momento en que será “descifrado” –
refigurado, mimésis III- por el lector. Entonces, y es ahí donde entra en juego lo
prenarrativo –mimésis I-, el narrador utiliza estructuras que sean comprensibles para el
lector y que a la vez él maneje con soltura.
El relato debe ser comprensible para el lector, porque su sentido no se constituye
como tal hasta que es leído por alguién, es decir que “el recorrido de la mimésis alcanza
su cumplimiento en el oyente o en el lector.”[4] Y, a mi parecer, Manuel encontró ese
lugar común entre autor y lector en el “mito del héroe”, forma clásica de organizar los
relatos cinematográficos. Acerca de este lugar común al que hago referencia, viene a
colación lo dicho por el sociólogo francés Pierre Bourdieu:

“el discurso que producimos es una ‘resultante’ de la competencia del locutor y del mercado en
el cual se encuentra su discurso; el discurso depende en parte (…) de las condiciones de
recepción.”[5]

El mito del héroe

Todos, en algún momento, nos hemos planteado la posibilidad de ser héroes. Si


hay algo que caracteriza a la sociedad actual es su casi enfermiza necesidad de buscar
notoriedad, fama, de salir de lo que se considera una achatada vida gris. No debe
sorprender que el entrevistado utilice la antes mencionada estructura para contar su
historia de vida, ya que es la forma en que se nos cuentan las historias desde que
nacimos: todas las películas de Hollywood están pensando en el mito del héroe en algún
momento. Veamos como funciona:

“El héroe de la película no nace héroe. Nace siendo un tipo nimio, vulgar. Más bien
temeroso y sojuzgado. Y si es casi un cero a la izquierda, mejor. Luego, un elemento llamado:
ELEMENTO CATALIZADOR (puede ser un personaje o una situación) pone en movimiento a la
historia y lo enfrenta a una cuestion que debe resolver. Aquí tiene la posibilidad de
transformarse en un héroe.

Generalmente ese cero a la izquierda (o no tanto) no asume su decisión por propia


voluntad sino debido a circunstancias que lo llevan a convertirse en un héroe. Muchas veces
encuentran el valor que necesitan apoyándose en una subtrama o un personaje secundario.

En algún punto de la historia (siempre antes del clímax) nuestro héroe suele tocar
fondo. Eso quiere decir que parece no querer más. Está herido o lastimado o simplemente el
miedo lo puede. Está dispuesto a bajarse del caballo. Entonces vuelve a necesitar de la
subtrama o el personaje secundario para que reavive sus energías. Con nuevas pilas o
baterías recargadas, nuestro personaje se lanza a enfrentar los últimos obstáculos y la última
batalla. Nosotros, los espectadores, lo festejamos con creces, pues estábamos esperando esta
oportunidad. Y finalmente nuestro personaje vence. O quizás no.”[6]

Ahora, teniendo en cuenta el mito del héroe recién presentado, veamos un relato
de la entrevista a Manuel:

“Manuel: -Eran mi papá, mi mamá y mi hermana. (…) Yo nací en diciembre del ’56, eso sería
fines del ’57. (…) El cambio de lugar fue por la proximidad a los médicos para que me
atendieran a mi. (…) En (el) verano del ’57, si hay alguna persona mayor que se acuerde (…),
se va a acordar que hubo una gran epidemia de diarrea estival en todo el país y a mi me
salvaron de casualidad. Les agarro a miles de criaturas pero a mi me salvaron (…) en la Casa
Cuna, el médico que me salvo se llamaba el Dr. Turró, creo. Y bueno, seguido a eso, que fue
muy fuerte lo que me agarro, estuve anémico hasta los doce, trece años. Tenía que darme
todos los años, desde abril hasta septiembre, que mi vieja lloraba por mi, ella era la que me
aplicaba inyecciones, un día vitamina A y el otro día aceite de hígado de bacalao, en ese
tiempo no existía el suero indoloro. Y ahí fue, después de eso, más o menos a los catorce años
(…), que mi viejo me influyo para que empezará a hacer deporte, por una necesidad física tenía
que hacer algo para fortalecer el cuerpo, ¿no?, por una parte debido a la enfermedad y todo
nunca tenía ganas de comer, no tenía fuerzas, y no quería comer, yo creo que (…) la única vez
que mi papá me pego fue porque no quería comer, jamás me levanto la mano mi viejo…, yo lo
entiendo de grande, la impotencia de verme enfermo y yo no quería comer. (…) Mi viejo (…)
me traía lo que yo quería para comer. Tal es así que supónete que en esa época (…) estaba la
malta de la cerveza, sin alcohol y dulce, y mi viejo compraba los cajones de veinticuatro
botellitas (…), y se venía con las botellitas con tal de que yo (…) tomara y comiera lo que sea.
Y bueno, si me gustaba el huevo batido, todos los días me batía huevos, y si me gustaba esto
me lo compraba, me lo hacía, lo que sea, con tal de que comiera.

Sebastián: -¿Hasta que edad estuviste así?

Manuel: - Hasta los doce, trece años, poniéndome inyecciones todos los días. (…) No podía
comer nada, no tenía ganas de nada (…), no podía correr mucho porque me hacia mal, no
podía llorar mucho porque me hacia mal (…), me daban todos los gustos, tenía que cuidarme
de todo. Gracias a Dios con el deporte desde los 14 años levante.”

Manuel nace sin características especiales que lo destaquen. Luego la


enfermedad lo pone al filo de la muerte. Ese es el elemento catalizador. Y ahí entran los
personajes secundarios: el padre y la madre. Aunque no se convierta en héroe supera la
enfermedad, es un héroe con minúsculas.

Aquí tenemos otro ejemplo:

“Sebastián: - ¿A qué edad empezaste a trabajar?

Manuel:- Empecé a los catorce, después del infarto de mi viejo, ya entraba en la secundaria, no
pude seguir estudiando y tuve que ir a laburar. Siendo como era un nene mimado, que había
estado enfermo y todo, empecé a trabajar en una tornería con catorce años. Y de ahí en más
no deje más de laburar. Me acuerdo… claro, y yo cualquier cosita me lastimaba y trabajaba con
el torno, con las agujereadoras… y en esa fábrica se hacián los pernos, los que van en los
elásticos de los coches, donde llevan la grasa. Y vivía con las manos tajeadas, en invierno
terminaba con las manos así (me muestra las manos en forma de garra) por los tajos que tenía,
llegaba a casa y mi vieja me hacía masajes. En la tornería estuve casi dos años, después
estuve cambiando de distintos trabajos. Lo que menos hice fue lo que hacen todos los chicos,
que es cadetería.”

En conflicto aquí es el primer trabajo, el escollo: lo duro de la tarea a realizar y la


fragilidad de nuestro personaje, el personaje secundario que lo ayuda a vencer: la
madre, el desenlace: pudo seguir trabajando.

Manuel, entonces, tiene tan imbuidas en su ser estas formas cinematográficas que
las utiliza naturalmente al relatar. Pero también es una forma de constituirse en el héroe
de su propia historia: pretende que el otro, el lector, lo ponga en ese lugar, en el de –
como me señalo alguien cuando le referí la entrevista y este ensayo –“heroe urbano”,
que supera las ¿pequeñas? dificultades de la vida diaria.

Algunas consideraciones: pensando en la identidad de todos

Podemos decir que esta forma de relatar, en la cual el foco está puesto en la
resolución de un problema, atraviesa todos los relatos de nuestro tiempo. Se podría
argüir que hay infinidad de relatos que no siguen estas estructuras, lo que es correcto.
Pero aún en esos relatos la estructura esta presente en la mente del autor, aunque sea
para saber como romperla, para que el lector pueda apreciar esa ruptura: “El lector juega
con las coerciones, efectúa desviaciones, toma parte en el combate, entre la novela y la
antinovela.”[7]

Para qué hace todo esto el entrevistado –cualquier entrevistado-, para qué utiliza
estructuras “inconscientes” a la hora de relatar: en primer lugar, como ya señale, para
hacer inteligible el relato al lector al utilizar estructuras que le son comunes a ambos.
Por ejemplo: Manuel tenía perfectamente claro, porque me encargue de informárselo,
que la entrevista tenía como primeros consumidores a estudiantes –y profesores- de la
carrera de Ciencias de la Comunicación. Teniendo en cuenta esto, casi –y no digo “casi”
a la ligera- inconscientemente, al referirse a la ETA, no se ve en la necesidad de
explicar que está hablando de la organización terrorista independentista vasca. ¿Por
qué? Porque, a mi parecer, lo considera un dato periodístico que de seguro alumnos de
la antes nombrada carrera deberían conocer. Lo contrario ocurre cuando habla de la
epidemia de diarrea estival que afecto a los niños argentinos durante el año 1957. A este
hecho, sin importar que nosotros tal vez lo veamos de esa manera, no lo encuadra dentro
de lo periodístico, y por eso hace algunas aclaraciones. A lo sumo lo piensa como un
dato periodístico coyuntural y que no necesariamente forma parte del bagaje cultural de
un estudiante de periodismo.

Y en segundo lugar –pero primero en importancia- para construir su identidad. Es


decir, para constituirse como personajes de su propia historia, con determinadas marcas
identitarías, ciertas características, que él desea dejar establecidas acerca de si mismo.
Esto lo hace, parafraseando a Ricoeur, uniendo elementos heterogéneos que al ser
tomadas en su conjunto construyen su identidad: su enfermedad, su nueva pareja,
participar en la guerra de Malvinas –por citar algunos-. Todos acontecimientos dispersos
que “a medida que lo comuniquen al que los entrevista en una interacción dialógica,
estarán construyendo su identidad por medio de la narración.”[8] Construcción que esta
que tendrá que ver mucho no sólo con el sentido que le dará el lector a lo que lee -la
refiguración- sino también con lo que presume el entrevistado –el autor- acerca de la
refiguración que hará ese lector durante el acto de lectura:

“La construcción de la identidad también es una refiguración de las acciones de nuestra vida,
ya que en distintos momentos, según nuestro horizonte de mundo y el horizonte del mundo que
nos escucha, o en la intersección que sucede entre el horizonte de mundo que tuvimos en un
momento y el que tenemos ahora, podemos narrar esos hechos de nuestra vida de manera
diferente, podemos configurarles narrativamente en un orden diverso (y así nuevamente el
mundo de la acción es refigurado). Elegiríamos quizá tomar otros acontecimientos para
construir nuestra historia.”[9]

En el caso de Manuel puedo decir que, según creo, se “construye” como el héroe
de su propia historia. Un héroe “pequeño”, urbano, que se basto a si mismo desde muy
joven, que logro sobreponerse a las adversidades y triunfo a pesar de todo. En pocas
palabras, un self-made man, como él mismo se encarga de señalar al final de la
entrevista: “La voluntad es muy importante, vos viste que no nunca me caigo, nunca me
enfermo.”

Final
Cuando nacemos somos una página en blanco esperando a ser escrita, una masa
informe esperando a ser moldeada. Y es la vida, el destino, Dios, o como se prefiera, el
que nos hace los honores: simple put, lo que nos ocurre nos transforma. Y nosotros
siempre necesitamos/queremos pensarnos como héroes de nuestras propias historias. Y
por tanto buscamos héroes en la de los demás. Y nos decepcionamos cuando ello no
ocurre. Es por eso que el mito del héroe es la forma de contar por excelencia:
necesitamos sentir que todo lo que nos ocurre tiene algún sentido, que –oh, ironía de
ironías- no son acontecimientos dispersos que nos suceden desde que nacemos hasta
que morimos sin orden lógico. Necesitamos una estructura que nos guié. Y si hay algo
que he podido comprobar al construir este ensayo es que siempre la encontramos.

[1] Paul Ricoeur, citado en Gloria Pampillo, “La teoría narrativa de Paul Ricoeur”, en Una araña en el
zapato, Bs. As. Libros de la Araucaria, 2004.

[2] ibid.

[3] ibid.

[4] Op-cit 1

[5] Pierre Bourdieu; “Lo que quiere decir hablar”, en Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990.

[6] En Lito Espinosa y Roberto Montini, “El mito del héroe (paradigmas del cambio)”, en Había una
vez... como escribir un guión, Bs. As., Librería Técnica, 1997.

[7] Op-cit 1

[8] ibid.

[9] Op-cit 1

Este es un ensayo que escribir para la materia Taller de Expresión I en Noviembre 2004. Las citas
del comienzo me siguen pareciendo maravillosas. Para entender lo que me llevo a utilizarla, más
allá del significado obvio, recomiendo leer "La octava maravilla", una novela de Vlady Kociancich.

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