You are on page 1of 21

Alejandra Palacios Banchero

Psicóloga Clínica y Comunitaria


alepsicon@yahoo.com

¡Perdí mi corazón!
Que alguien me explique
por qué me siento así...

El Despecho

Se acabó…
Se terminó…
¿Ahora qué…?
Todos hemos sentido en algún momento que hemos encontrado “nuestra
media naranja”, el "amor de nuestra vida" y hemos deseado que la relación
con esa persona que sentimos tan especial, dure también para siempre. Pero
la experiencia y las estadísticas demuestran que el amor eterno es más una
excepción que una regla.
A lo largo de nuestras vidas tendremos que enfrentarnos con alguna que
otra crisis sentimental y siempre ayuda saber que no somos lo únicos y que
es normal pasarlo mal en esta situación.
Cuando una relación se acaba, por mucho que nos empeñemos en disimular
nuestros sentimientos, el dolor que nos produce la herida, a cualquier edad,
puede ser una de las experiencias más duras, más difíciles que podamos
pasar.
Tristeza, apatía, cambios de comportamiento, frustración, culpa, rencor.
Todos tenemos ciertos sentimientos y emociones relacionados con la
ruptura. Sería preocupante no tenerlos. Son vivencias de desamor o shock
sentimental que la gente suele llamar DESPECHO.
El despecho es inevitable. Su intensidad y duración pueden variar de
acuerdo a la duración del vínculo, las causas que provocaron el alejamiento,
el apego de cada uno y las consecuencias de la ruptura y de la forma en que
se percibe y se vive el fin de la relación.
Al inicio, la crisis es la más grave, porque no se han desarrollado
todavía los mecanismos necesarios para hacer frente a la situación. Aunque
hay diferencias individuales, al comienzo son las emociones las que nos
dominan y vivimos la ruptura con gran tristeza y culpa. Luego sentimos
rencor y es al “otro” al que vemos culpable. Culparnos o culpar al otro son
dos estados que pueden irse alternando mientras no vemos la realidad tal
como es.

Si en medio de la adversidad
persevera el corazón con serenidad,
con gozo y con paz,
esto es amor.

Sta. Teresa de Jesús

El despecho es como
el dolor de una herida
que tiene que cicatrizar.

En el DESPECHO, los sentimientos y emociones que conllevan las


rupturas al igual que las circunstancias que las rodean son muy semejantes a
las que se experimentan con la pérdida de un ser querido. Por muy doloroso
que sea, es un fenómeno normal con una evolución y sus fases. Es un período
denominado DUELO, en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz
de nuevo sin la persona amada.
Ante la pérdida sentimos que nuestro mundo, nuestra vida, se
transforma, ya nada es igual. Nuestros sentimientos tienden a determinar
nuestro humor, nuestras actitudes y nuestras decisiones. Nos sentimos
inmersos en un laberinto de confusión y angustia que pareciera no tener fin.
Hay momentos en que nos sentimos mejor, pero llegan otros momentos en
que vuelve la angustia y la tristeza.
Podemos sentir aturdimiento, represión, soledad, frustración, pánico,
rabia, culpa, alivio, apatía, intranquilidad, cambios de humor, paralizamos
nuestras actividades, desarrollamos la esperanza de una reconciliación o de
una satisfacción. Sentimos desorganización y desesperación por la pérdida
sufrida.
Tenemos síntomas de estrés como fatiga, insomnio, dolor de cabeza,
pesadillas, problemas en el estómago, sensación de un nudo en la garganta.
Desinterés, falta de concentración, no se para de hacer algo, apatía,
imágenes que de pronto vienen a la mente sin quererlo, sin que nos demos
cuenta y crean intranquilidad y angustia. Tenemos la sensación de oír o ver
al ser amado sin que éste esté presente, sin quererlo, sin desearlo.
Con el paso del tiempo las emociones se tranquilizan y vemos las cosas
de una manera mas realista. Vamos sintiéndonos más independientes, menos
tristes, menos resentidos, menos culpables y vamos encontrando nuevas
formas de disfrutar.
El duelo por la pérdida no se puede resistir. Es un proceso que va
elaborándose poco a poco y no es fácil ni inmediato, ni tampoco es igual para
todas las personas. Hay que asimilarlo, comprenderlo, aprender a superarlo.
Es como el dolor de una herida abierta que tenemos que soportar, que
necesita lavarse y curar para que comience a cicatrizar.
No es fácil atravesarlo, pero es importante saber que como toda
vivencia dolorosa, algún día pasará y será sólo un recuerdo, una cicatriz que
probablemente molestará de vez en cuando,
Recuperarnos depende de nosotros mismos. Solo requiere de tiempo,
energías y voluntad para resolverlo. Con el tiempo y la confianza que
tengamos en nuestros recursos para salir adelante, aprendiendo a vivir sin
la persona amada y abriéndonos a nuevas relaciones, poco a poco, la herida
se irá cerrando.
Nos podemos demorar algún tiempo y esto depende de nuestra
personalidad, de la intensidad y calidad de nuestros sentimientos, de las
circunstancias que nos llevaron a la ruptura, del apoyo y comprensión que
encontramos en amigos y en familiares, del poder comunicar nuestros
pensamientos, nuestras ideas y sentimientos a los demás con libertad y
confianza y sin temores. De poder afrontar y resolver los problemas que
suceden al mismo tiempo y que podrían empeorar nuestra situación.
De enfrentar la realidad con autonomía, con libertad, aceptando
nuestros errores y dificultades, sin idealizar a la persona, sin idealizar
nuestra relación. Viéndonos a nosotros mismos tal como somos, sin afeites,
sin poses.
Retomando nuestra vida, aceptándonos tal como somos, con nuestros
defectos, con nuestras virtudes. Queriéndonos a nosotros mismos y
abriéndonos a las oportunidades con fe y esperanza en el futuro,
Perdonando y olvidando sin rencor, sin pena, sin culpa, volveremos a amar y a
ser amados.

Enfrenta la realidad.
Busca soluciones.
Toma decisiones.
Así irás colocando la cura que necesitas
para que tu herida cicatrice.

El estrés que nos causa


el despecho…

Los seres humanos necesitamos dar y recibir amor y apoyo emocional


para poder desarrollarnos en forma saludable y provechosa, por ello
requerimos de la unión y la compañía de una pareja y de la familia.
La ruptura de una relación amorosa es causa de tensión y malestar. El
impacto emocional que esta situación causa en el individuo crea un estrés de
grandes proporciones con reacciones emocionales, físicas y de
comportamiento que son esperadas y son parte de un proceso al que
llamamos duelo.
Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, problemas,
demandas, peligros y situaciones que consideramos inesperadas,
sorpresivas, adversas o dolorosas, viene determinada por una aptitud innata
de lucha o huida, cuando los estímulos que nos llegan son interpretados como
amenazantes o estresantes. Como reacción a esta percepción, se produce en
nuestro cuerpo un estado de gran tensión nerviosa.
La reacción inicial (shock) ante una situación estresante es responder
con temor, con un fuerte disgusto, frustración o con la determinación de
luchar contra él. Los siguientes son los síntomas más evidentes cuando nos
sentimos amenazados o estresados:
Las pupilas se agrandan para mejorar la visión; el oído se agudiza; los
músculos se tensan para responder al desafío; la sangre es bombeada al
cerebro para aumentar la llegada de oxigeno a las células y favorecer los
procesos mentales; las frecuencias cardiaca y respiratoria aumentan; la
sangre se desvía preferentemente hacia la cabeza y el tronco, las
extremidades y sobre todo a las manos y los pies, los que se perciben fríos
y sudorosos.
Ante estos síntomas, la persona tiende a responder con más temor y
frustración o a luchar contra los síntomas. Esto le crea mayor tensión y
mayor malestar y sobreviene en agotamiento.
Si no se libera al organismo de estos cambios ocurridos durante la fase
de reconocimiento y consideración de la amenaza, el estrés se transforma
en una reacción prolongada e intensa y se entra en un estado de estrés
crónico que puede desencadenar serios problemas físicos y psicológicos.
El impacto emocional causado por la ruptura y la pérdida, genera en
nosotros una serie de emociones y reacciones que van desde la fatiga
prolongada y el agotamiento hasta dolores de cabeza, gastritis, úlceras,
etc., pudiendo ocasionar incluso trastornos psicológicos.
Cuando uno se siente estresado y añade aun más estrés, los centros
reguladores del cerebro tienden a hiper-reaccionar ocasionando desgaste
físico, crisis del llanto, y potencialmente depresión.
El estrés crónico puede producir: Aumento de la susceptibilidad a los
resfríos; riesgo de problemas cardiacos, presión arterial alta, diabetes,
asma, ulceras, colitis y cáncer; aumento del azúcar en sangre, colesterol y
liberación de ácidos grasos en la sangre; aumentan los niveles de
corticoides; disminuye el riego sanguíneo periférico, disminuye el sistema
digestivo.
Con frecuencia el estrés se asocia a trastornos psicológicos como la
ansiedad y la depresión. También produce incapacidad para tomar
decisiones, sensación de confusión, incapacidad para concentrarse,
dificultad para dirigir la atención, desorientación, olvidos frecuentes,
bloqueos mentales entre otros.
Debemos prevenir entonces, el agotamiento y la enfermedad que nos
podría causar el estrés ante una ruptura, una sepración.
En esos momentos tan críticos, no te alarmes, no te desesperes, no
aumentes más tensión a tu organismo. Acepta las reacciones y cambios que
estas experimentando. Son reacciones normales de tu organismo a una
situación que sientes amenazante --“sobrevivir al fin de una relación”.
Tranquilízate, son reacciones pasajeras que con tiempo y descanso irán
desapareciendo.
Relájate. Mantén una conversación interna contigo mismo. Dile a cada
músculo, a cada parte de tu cuerpo que se relajen. Recuéstate, cierra los
ojos y toma un breve descanso. Ten paciencia y espera unos cuantos días
para que tu organismo se recupere y los síntomas desaparezcan.

La amargura tiene el poder de destruirnos.


Aquel que vive amargado no se lleva bien
ni siquiera consigo mismo.
Aquel que está lleno de rabia y de ira
no se perdona ni a sí mismo y
menos perdona a los demás.

Paso a paso
voy elaborando mi duelo
y me voy sintiendo mejor

La ruptura de una relación sentimental es un proceso doloroso que


produce en nosotros reacciones a nivel físico, emocional, mental, espiritual y
social. Tiene su inicio y su fin y es vivido de manera similar en todos
nosotros.
Este proceso, llamado duelo, pasa por diferentes fases o etapas que
necesariamente tienen que fluir para superar todas esas emociones,
sensaciones y reacciones que nos causa el despecho.
Schock, negación, pena, tristeza, adjudicación de la culpa, resignación,
reconstrucción y resolución, son fases de este proceso que detallamos a
continuación:
1. Fase de insensibilidad o shock. Negación, parálisis
Cuando sobreviene la ruptura, nos paralizamos. La mente bloquea la
realidad y tenemos la impresión de que no es verdad lo que nos está
sucediendo. Se tiene la sensación y el pensamiento de que todo es un sueño
o una pesadilla y se desea despertar.
Uno siente que no puede o no quiere aceptar la ruptura y nos
desentendemos de la situación por un breve período de tiempo — pueden
ser horas o semanas — con algunas interrupciones o con episodios de
tristeza o cólera.
En este estado, incapaces de manejar adecuadamente nuestras
emociones por el dolor que nos causa la herida, nos sentimos
desorientados. Podemos reaccionar inadecuadamente a las situaciones,
mostrarnos impacientes y poco tolerantes, tener explosiones de carácter,
llanto o aislamos o alejamos de la vida social.
Nuestras emociones se manifiestan sin contacto real con lo que nos
rodea y no se está en condiciones de tomar decisiones importantes.
Vivimos, nos movemos, seguimos nuestra rutina diaria, nuestro estilo de vida
en forma automática, pero con ansiedad y temor.
2. Fase de anhelo y búsqueda de la persona amada. Protesta, ilusión
y esperanza.
Al cabo de un tiempo, empezamos a enfrentar la realidad, aunque sea
por momentos, pero no la aceptamos pues el desconcierto es profundo.
Anhelamos que la persona vuelva y nos negamos a aceptar que la
ruptura o la pérdida durarán. “Esto no me está sucediendo… va a volver… se
le va a pasar… es solo una rabieta… es mentira… ya volverá…”, son
pensamientos que surgen como mecanismo de autoprotección.
Es una fase de protesta en la que se puede realizar esfuerzos intensos
por mantener contacto con el ser amado. Buscamos formas y acciones para
restablecer la relación, y nos sentimos ansiosos, esperanzados. Sentimos
anhelo, incredulidad no queremos aceptar la realidad.
Enfrentar la realidad no es fácil, nos lleva algún tiempo e implica no sólo la
aceptación razonable del hecho, sino también su aceptación emocional.
Podemos ser intelectualmente conscientes de la ruptura mucho antes que
las emociones nos permitan aceptar plenamente que ésta ocurrió.
3. Fase de Frustración y desamparo. Enojo y culpa.
Comienza cuando la negación comienza a decaer y vamos aceptando que
la ruptura ocurrió y que no podemos hacer nada para recuperar lo perdido.
Al empezar a afrontar la realidad, surge también la culpa. Se
recuerda, con resentimiento, las cosas que se hicieron con el ser amado
cuando aún estaban juntos. Se idealiza el pasado y se culpa y responsabiliza
a uno mismo, al otro, a las circunstancias, a otras personas, por faltas,
asuntos no terminados o errores que se cometieron. Nos sentimos
enojados, molestos con nosotros mismos, con el otro y con los demás. Todo
nos fastidia, todo nos molesta.
No todas las personas expresan el enojo o la rabia de la misma manera.
Algunos podrán expresar sus emociones a personas de su confianza y así
lograr manejar adecuadamente sus emociones, otros se sumirán en la
tristeza, la depresión y hasta la desesperación, otros podrán reaccionar sin
control y violencia, otros podrán reprimirla y manifestar síntomas más
graves de estrés.
Si el enojo no se ventila y se expresa verbalmente, la culpa puede
obstruir la expresión del enojo y transformarse en ira reprimida con
consecuencias en la salud física y mental de la persona, perjudicando
además sus relaciones con otras personas.
4. Fase de desorganización desesperanza y desespero. Conciencia
de pérdida y soledad.
Durante esta fase, el dolor que se sufre es el más profundo. La
persona encuentra difícil funcionar en su medio sin el otro y comienza a
sentir una gran desorganización
El impacto de la ruptura se torna en una realidad constante. El
sentimiento de pérdida se apodera del ánimo del despechado. La realidad
llega a ser abrumadora y se acentúa cada vez que los detalles cotidianos
traen el recuerdo de la persona amada. Algo está ausente, algo falta... El
enfrentamiento con la realidad nos crea sentimientos de pérdida y de
soledad.
Durante esta fase, sentimos que es difícil vivir, actuar como lo
hacíamos antes, funcionar en nuestro medio sin la otra persona y
comenzamos a sentir una gran desorganización.
Nos sentimos enfermos, confundidos, culpables por la ruptura o las
circunstancias por las que sucedió la separación. Nos sentimos incapaces de
funcionar como lo hacíamos antes.
Soñamos con la persona amada, presentamos olvidos frecuentes, nos
sentimos amargados, frustrados, reaccionamos con hostilidad. Nos aislamos,
tratamos de evitar cosas, lugares, personas que nos hagan recordar a la
otra persona. Presentamos trastornos del sueño, trastornos en la
alimentación. Podemos presentar crisis de llanto, malestar corporal,
depresión. Nada nos emociona, nada nos gusta, nada nos conmueve.
Vivimos además una gran variedad de emociones: tristeza, rabia, odio,
culpa, ansiedad, impotencia, miedo e inclusive alivio o tranquilidad o deseos
de venganza, de hacer algo para que la otra persona sienta lo que estamos
sintiendo. Sentimos celos, desconfianza, inseguridad, faltos de valor,
sentimientos de inferioridad. Nuestra autoestima baja y no sentimos que
no somos nada ni nadie. Pensamos que no podremos vivir sin la otra persona.
Es el enojo que surge por el sentimiento de frustración y desamparo que nos
está causando el despecho.
Esta fase es peligrosa para el que sufre. Anhela llenar el vacío que
siente. Se olvidan las faltas o defectos de la persona amada y se le
atribuyen cualidades excepcionales. El peligro se da cuando el doliente
transfiere esas cualidades a otra persona o cree que nunca encontrará otra
persona como la que perdió.
Es necesario hacer fluir sanamente el dolor de la ruptura
enfrentándola tal como se da, para así recobrarnos de la pérdida y de la
soledad sin paralizarnos, sin reemplazar, sin generalizar, evadir o luchar
contra el proceso.
5. Fase de conducta reorganizada. Alivio y restablecimiento.
A medida que vamos fortaleciéndonos y restableciéndonos de la
pérdida, volvemos a darle sentido a nuestra vida, vemos el futuro con más
confianza y seguridad en nosotros mismos, gozamos más el presente. El
recuerdo de la persona y de la ruptura se va haciendo menos doloroso.
Esta etapa se va desarrollando lentamente, mientras vamos
aprendiendo a manejar nuestros sentimientos y emociones. Vamos sintiendo
alivio al ir deshaciéndonos de la culpa y del enojo y vemos la ruptura, la
situación tal como sucedió en realidad.
Empezamos a organizar nuestra vida, a sentirnos más cómodos
viviendo, moviéndonos sin la otra persona --¡estamos viviendo nuestra vida
sin el otro y seguimos viviendo!--. Con esto no estamos renunciando al
recuerdo, estamos colocando a la persona en el lugar adecuado en nuestra
memoria. Enfrentamos la realidad y continuamos viviendo de manera eficaz
en este mundo.
El duelo, aunque nos disguste, debemos vivirlo. Es como la herida que si
no se lava, se cura o se sana a medias va a presentar complicaciones y
problemas en el futuro. Debemos dejar que el proceso fluya.
Nunca borraremos de nuestra memoria a la persona que ha estado
cerca de nosotros, de nuestra historia. Se trata de encontrarle un lugar
adecuado en nuestros sentimientos y abrirnos hacia los otros, hacia un
mundo lleno de oportunidades y esperanzas.
La ruptura, la separación, el duelo, no se supera, uno se recupera y esto
molesta de vez en cuando, como lo hace cualquier herida. Sin embargo
habremos aprendido de la experiencia. A vivir sin la angustia, sin la culpa, sin
el enojo, con nuestra realidad, nuestra personalidad, nuestros recursos,
nuestro sentido de la vida, para nuevamente amar y ser amados.
SEÑOR:
Enséñame a aceptar las cosas que no puedo cambiar.
Dame valor para cambiar aquellas que puedo y
sabiduría para aceptar la diferencia.
Alcoholicos Anónimos (A A)

Cuando el dolor
no se procesa...

Ante la ruptura de una relación es imprescindible normalizar nuestra


vida lo antes posible y evitar desarrollar pautas de conducta destructivas
que el común de la gente emplea como paliativo para mitigar su pena.
Se intenta escapar del dolor aferrándonos a fantasías que poco o nada
tienen que ver con la realidad y posponemos el momento en que tendremos
que enfrentemos a esa “profunda sensación de fracaso e insuficiencia” y al
“sentido de pérdida”, que es parte del proceso que tenemos que vivir.
Ilusionarnos o tener fantasías es hasta cierto punto normal y su
contenido variará según cual haya sido nuestro papel tanto durante la
relación, como en la ruptura: rechazado o rechazador.
Nuestra mente muchas veces nos juega malas pasadas y construimos
una imagen de nosotros mismo y de la otra persona que no se ajusta a los
hechos, a las circunstancias, a la vida que lleváramos con esa persona y a los
motivos de la ruptura. La idealizamos, la desmerecemos, culpamos a otros de
la situación, nos culpamos a nosotros mismos y con esa culpa vivimos
infelices añorando algo que ya se perdió y que probablemente nunca se
recupere.
Muchos toman posturas extremas a la hora de asignar culpas. Unos se
asumen culpables de todo, de lo que se ha hecho y de lo que les han hecho o
han dejado de hacer. Otros no asumen responsabilidades y consideran que
toda la culpa la tiene el otro, asumiendo ser una pobre víctima de las
circunstancias. Se suele además descalificar a la otra persona pensando que
así podrás recuperarse de la crisis que estás atravesando.
Engañarnos a nosotros mismo y utilizar cualquier mecanismo que nos
aleje de e la realidad retrasará nuestro proceso de “curación”, ya que si
bien en un momento podremos “consolarnos” con este tipo de engaño, en
nuestro interior siempre se revelará la parte de nosotros que conoce la
verdad.
Si pensamos que la soledad, el alcohol o las drogas, huir a otro lugar,
consolarnos con relación accidentales, nos pueden aliviar, estamos muy
equivocados. No nos ayudarán, nos enfermaremos y tendremos mayores
problemas.
El alcohol y las drogas nos alejan de la realidad, nos hunden y nos
enferman. La soledad deprime, nos aparta de otras personas que nos
quieren y se preocupan de nosotros y también enferma.
Tampoco servirá confiar en personas inadecuadas, charlatanes, gente
de poca confianza, pues no nos aportarán protección, apoyo o soluciones. Es
preferible hablar de nuestro dolor, de nuestros sentimientos con personas
de confianza que nos apoyen y nos comprendan
Entablar una nueva relación prematuramente, sin haber resuelto el
duelo no es saludable ni para ti ni para la otra persona. “Un clavo no saca a
otro clavo”, Es probable que cada vez que te sientas “enamorado” en
realidad estarás “necesitado”. En lugar de enfrentar el dolor, estarás
buscando a una persona que te cuide o te acompañe para que el tiempo pase
más rápido y no estar solo, pero no a una pareja.
No es tampoco una solución aislarse, huir y dejarlo todo. El dolor lo
llevamos por dentro, nos seguirá a donde vayamos y eso nadie lo puede
cambiar.
Hay personas que insistentemente se mantienen apegados al pasado sin
darse oportunidad para construir un futuro. Encuentran la ruptura, tan
dolorosa que hacen un pacto consigo mismos para no volver a querer, no
volver a sentir no volver a amar. Cierran puertas, no se dan oportunidad
para superar su dolor y establecer una relación que le proporcione amor,
compañía, protección, apoyo tan necesario para una vida sana, para una vida
tranquila y feliz. El amar a otras personas y continuar viviendo no significa
querer menos o no querer de verdad.
Algunos se torturan escuchando música o contemplando objetos,
lugares que insistentemente le hacen recordar a la otra persona, sin darse
oportunidad para afrontar la realidad y vivir su dolor con dignidad.
No llames si no quieren escucharte, no busques si no te quieren
encontrar. Esto prolonga tu dolor, lo convierte en obsesión, baja tu
autoestima y hace que tu vida y la del otro sean un infierno
Otros reaccionan imponiéndose, tratando por todos los medios de
lograr que se reanude la relación. La violencia, el chantaje, la manipulación,
no conduce a nada. Nos hace vivir un infierno, nos trae graves problemas.
Este comportamiento genera odio, resentimiento, enfermedad.
Estacionarse en una de las fases del duelo significa detener el proceso
y seguir sufriendo, Deja que el despecho se elabore. No te detengas, deja
que fluya y trabaja en tus emociones y sentimientos en cada etapa.
Desarrolla las técnicas necesarias para manejar mejor tus emociones
Cuando el duelo no se resuelve positivamente, se vuelve crónico y no
nos recuperamos. Lo que distingue el duelo normal del anormal, es la
intensidad y duración de las reacciones en el tiempo. En el duelo anormal el
proceso queda bloqueado y el dolor no es elaborado.
Si los sentimientos de fracaso e insuficiencia se apoderan de nosotros,
es importante recordar que somos responsables de nuestra propia conducta
y que no podemos cambiar la conducta de la pareja, a menos que ésta quiera.
Tu única preocupación deberán ser los cambios que tu necesitas hacer en tu
vida.
El amor no se obliga. Es más saludable vivir nuestro duelo, nuestro
despecho y salir adelante sin rencor, sin culpa. Perdonando y olvidando.
Viviendo y dejando vivir.

Hay que ver lo positivo del fracaso.


Tómalo como un aprendizaje.
“No hay mal que por bien no venga”.
Piensa que aunque sientas que se te cierran las puertas,
siempre habrá alguna
que tarde o temprano se abrirá para ti
e incluso con mejores oportunidades.
Qué hacer para soportar...
para superar tanta angustia,
tanto dolor!!!
No todas las personas reaccionan igual ante la ruptura amorosa. Pensar
que nuestro mundo se ha vuelto confuso e inseguro, que tenemos
sentimientos y emociones encontradas, que sentimos rabia, cólera y tristeza
a la vez, es normal en estas circunstancias.
Deja que tus emociones fluyan, acéptalas, son propias del duelo. La
rabia, la cólera, la tristeza, el desconcierto, la impotencia, son emociones
naturales que así como aparecen también se agotan y desaparecen. Todos la
sufrimos. Son parte de nuestro dolor. Si te opones a ellas van a aparecer
con más intensidad y el dolor será más agudo, no lo podrás soportar y
enfermarás.
Siente tus emociones como algo desagradable que tiene que suceder.
Acéptalas como parte de tu dolor, vívelas, verás que en el futuro te
rendirán muchos beneficios.
Ante la emoción de rabia, de cólera, vívela, siéntela, pero sin hacerte
daño ni hacer daño al otro o a otros. No hagas al otro o a otros recipiente
de tu cólera, no tienes derecho aún sí el comportamiento de esa persona te
haya afectado profundamente. No es necesario.
No des paso a la ira, si estas muy cargado de rabia, de rencor, golpea
un colchón o un cojín, un muñeco, grita, insulta con todas tus fuerzas,
siempre y cuando estés a solas y no lo hagas para herir o agredir a alguien
No tienes derecho a hacerlo.
La violencia, la manipulación el querer imponer una situación o dirigir tu
rencor, tu hostilidad hacia otras personas inocentes, crea problemas, causa
tristeza y dolor en quien no lo merece. Terminas solo, frustrado, con un
dolor más intenso, más insoportable … la tristeza y la cólera permanecerán
sin superarse y la culpa se incrementará por tu actuación.
Comparte tu dolor con libertad y amor. Pon tu confianza en familiares,
en amigos de confianza, en personas que te escuchen, te comprendan y te
apoyen.
Disimular nuestro dolor no es bueno. No permite la comunicación con
otros que nos pueden acompañar y aliviar nuestro dolor.
Revive la experiencia de la ruptura, de la separación, de tu despecho,
esto facilitará tu recuperación. Duelo que no se habla es duelo que no
cicatriza.
Acércate a las personas en plan de amistad, no te aísles aunque ese sea
tu deseo. Busca a la gente, no esperes que ellos te busquen a ti. Recobra o
crea un círculo social y mantente ocupado en actividades que requieran
esfuerzo físico.
No dudes en utilizar formas paras descargar tu angustia, tu estrés,
con ejercicios físicos, relajación, imaginería, pasatiempos, deportes.
Recupera las actividades que antes te agradaban y habías dejado por tu
relación. El fin es reconstruirse, volver a vivir con plenitud.
Para facilitar el proceso de duelo, no busques a tu ex pareja, rompe
contacto con ella, al menos por un tiempo. No dejes que los demás te vengan
con comentarios o chismes. Esto te evitará interpretaciones de
pensamientos o actitudes que no conocemos y comportamiento que puede
que no se ajusten o que esté muy alejada de la realidad .
Recuerda que el duelo requiere de tiempo y esfuerzo, que depende de
la situación individual, del tipo de relación que mantuviste con esa persona,
de las circunstancias que rodean a la ruptura de la relación, de los rasgos de
personalidad de quien lo vive.
Cicatrizamos más fácilmente nuestra herida buscando información
acerca de lo que es y lo que se siente durante el proceso de duelo, cuánto
dura, qué factores modifican o alteran el proceso de cicatrización.
Recordando los hechos y circunstancias de la ruptura y nuestra vida
con la ex pareja podrán venir a nuestra memoria los detalles y las cosas que
realmente pasaron. Esto nos permitirá traer a nuestra memoria a la otra
persona, a la relación, sin culpa ni rabia.
Aunque es muy doloroso, esto permite una mayor descarga de angustia
y dolor. Es como la cura que se le hace a una herida abierta durante el
proceso de cicatrización.
Reconociendo y tratando cada uno de los componentes de nuestro dolor
y realizando actividades para superarlo, la herida se irá cerrando.
No pretendas no vivir o acelerar un proceso que tiene varias etapas y
que es propia de los seres humanos. De ti depende que el proceso se acelere
o se retrase.
Comienza a asumir el control de tu vida, realiza los cambios necesarios
para recuperarte, para recuperar tu realidad, para levantar tu autoestima,
tu personalidad, para darle un nuevo sentido a tu vida.
Observa las oportunidades que tienes en este momento, analiza la
situación y ve los pro y los contras de la situación,. Analiza y ve el lado
positivo, aprende de la experiencia, utiliza todos tus recursos biológicos,
psicológicos y ambientales para salir adelante con fe y esperanza en un
futuro mejor.
Busca tu bienestar físico y psicológico: esfuérzate por dormir bien,
comer y trabajar bien; mantener relaciones sociales saludables, dominar o
retomar alguna actividad o tarea que te haga sentir útil y bien , dale sentido
y pertenencia a tu vida, mantén el control de tu propio destino, siente
satisfacción de ti mismo y de tu propia existencia.
Recuperando nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra
alegría y buen humor y la confianza en el mundo, estaremos estableciendo
las bases para un futuro sano y seguro Queda la cicatriz que como toda
herida, molestará de vez en cuando.
No dudes en buscar ayuda profesional si crees que no puedes manejar
la situación o lo necesitas. En la terapia se brinda ayuda solidaria para
lograr una mejor comprensión y aceptación de nosotros mismos y cambiar
nuestras actitudes hacia nosotros, hacia los demás y hacia el mundo en
general.

El sentirse devaluado e indeseable


es en la mayoría de los casos,
la base de los problemas humanos”

C. Rogers

¡Neutraliza esa pesada


carga que es la culpa, el
rencor…!

El despecho es el shock, el dolor por la herida que nos causa la ruptura o


la separación del ser amado.
En toda situación adversa que causa pena y dolor, están presentes tres
elementos:
La herida o daño o perjuicio causado por la ruptura o separación.
La deuda, dolor o sentimientos (ira, frustración, amargura, odio, rencor,
culpa, despecho) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos
engancha emocionalmente al que nos causó la herida.
La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la
satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.
No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le
damos a los acontecimientos. Es el cómo percibimos, vemos, oímos y
sentimos la experiencia de la ruptura y la separación y cómo esta se grava
en nuestra memoria. El recuerdo ligado a las emociones que hacen que
emerjan todos esos sentimientos y que se reflejan en nuestras reacciones
corporales y en nuestra conducta es lo que nos hace sufrir y nos “engancha”
a la situación y a esa persona que es hoy la causa de tantos sentimientos
encontrados, pues unas veces la amamos y otras la odiamos, unas veces la
culpamos y otras nos culpamos.
De cómo percibimos los hechos depende de nuestra personalidad, de
nuestras experiencias, del control que tengamos sobre nuestras emociones,
de la forma como enfrentamos y resolvemos nuestros problemas y de la
decisión, voluntad y esfuerzo que realizamos para cambiar el recuerdo de la
experiencia vivida.
Buscar explicaciones, una satisfacción, reparación, o la reconciliación
inmediata es con frecuencia imposible --o se tarda demasiado o nunca se
logra--. La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos
convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas,
malhumoradas, temerosas, pesimistas, solitarias, obsesivas, culpables,
agresivas, conflictivas y enfermas, pues el recuerdo y las emociones
negativas y los sentimientos encontrados, nos causan problemas físicos y
psicológicos.
Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita
debemos primero olvidar y luego perdonar.
Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar
de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas.
El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden
cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir,
podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso
del olvido.
Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a
distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de
la otra persona, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse,
sin pena ni culpas, eliminando toda emoción anidada en nuestro recuerdo y
que ha determinado la forma como hemos percibido la experiencia, para así
estar en capacidad de perdonar.
Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones
ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor. Sin
embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al
ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida.
Perdonar es un proceso complejo que solo nosotros mismos podemos hacer.
Perdonar no es aceptar pasivamente la situación, dejar hacer a la otra
persona o culparnos por la situación.
Perdonar no es olvidar o negar la situación y dejar que el tiempo o Dios se
hagan cargo. Tampoco es culpar a otros, a las circunstancias o al destino.
Perdonar no es justificar, entender o explicar por qué la persona actúa o
actuó de esa manera.
Perdonar no es esperar por la restitución, por una satisfacción, por alguna
explicación a los motivos que tuvo la otra persona para dejar la relación.
Perdonar no es obligar al otro a que acepte tu perdón o decirle “te
perdono” para hacerlo sentir “humillado” . Tampoco es buscar u obligar a la
reconciliación.
Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos
a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo
que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin
culpas, sin odios ni rencores.
Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros,
todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de
venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor
frustración, mayor desesperanza.
Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos
impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades,
divisiones, partidismos, envidias.
Cuando no perdonamos, nuestras ideas y pensamientos se vuelven
destructivos, pesimistas, erróneos; perdemos la confianza y respeto por
nosotros mismos, desarrollamos conductas que crean mayores conflictos y
nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás, quedan
afectadas.
Cuando no perdonamos estamos permitiendo que nuestra salud, nuestro
crecimiento personal, nuestro desarrollo y nuestra vida, esté gobernada por
la decisión y la conducta de alguien que nos dejó y que decidió por la
separación.
Olvidar y perdonar nos permite en primer lugar, controlar nuestras
emociones y reacciones. Eleva la autoestima, nos da mayor seguridad y
confianza. Facilita la recuperación de la habilidad para aprender,
discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante situaciones futuras.
Aprendemos además, a actuar con madurez y sabiduría frente a la
adversidad.
Olvidar, perdonar y perdonarnos, aunque doloroso, es deshacernos de la
pesada carga de la culpabilidad, la amargura, la ira que nos embarga cuando
nos sentimos heridos. Es abrir caminos hacia la esperanza de nuevas
oportunidades. Es crecer y desarrollarnos como personas positivas, libres
para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.

Si no tenemos la capacidad de olvidar y perdonar


llevaremos una carga innecesaria
a lo largo de nuestras vidas-

Sugerencias que podrían


Ayudarte a sentirte mejor.

Saber qué es el proceso de duelo, conocer el estrés que surge ante


esta situación, reconocerlo y sobre todo, saber cómo está afectando
nuestro organismo, es el primer paso en su manejo y control.
Haz un inventario de los problemas y las cosas que te causan tensión y
estrés. Escríbelas y uno a uno, analízalos y busca alternativas para su
solución
Analiza tus pensamientos, tus ideas, tus emociones y tu
comportamiento. Vive de realidades. No te refugies en ideas o fantasías,
pues retrasas el proceso de duelo y te causa más angustia y depresión.
Deshecha los pensamientos y recuerdos intrusos. Cuando estos
aparezcan trata de distraer tu mente en alguna actividad que te distraiga.
No te exijas más de lo que puedas dar.
Cuide tu alimentación. El tabaco, café y alcohol potencian el estrés
Intenta dormir bien. Relájate con un baño de agua caliente, ejercicios
físicos, alguna actividad que te permita descargar tus tensiones.
Visita al médico para examinar tu estado de salud. No dudes de buscar
ayuda profesional si crees que lo necesitas.
Habla, di lo que sientes, lo que piensas, saca afuera todo lo que tienes
dentro, esa hostilidad que no te deja estar en paz contigo mismo ni con los
demás. Cuanto antes mejor. Aprenda a contar lo que te pasa. Duelo que no
se habla, duelo que no cicatriza.
Practica el optimismo.
Aprenda a decir que NO cuando algo no te gusta o no te conviene.
Ríe más. El humor es una de las mejores formas de alejar el estrés y
estimula la producción de una sustancia similar a las hormonas reductoras
del estrés que se liberan a través del ejercicio.
No seas perfeccionista. No dejes que tu anhelo de perfección y el
temor al fracaso te paralicen de ansiedad.
Controla tu malhumor. La gente que se disgusta en silencio corre aún
mayor riesgo.
Debes buscar tiempo para almorzar, recrearte y descansar.
No pospongas, cuando algo deba ser hecho, hazlo de inmediato.
No generalices. No hagas comparaciones inútiles. Toda persona, toda
situación es diferente por más similitudes que le quieras encontrar. La
memoria y la imaginación nos causan malas pasadas.
Te pueden sobrevenir sentimientos de inferioridad, sentir que no vales
nada y por ello sentirte inseguro, hostil, malhumorado, desesperanzado.
Levanta tu autoestima, reconoce tu valer. Tienes todo un futuro por
delante, no dejes que el dolor, el pesar te hundan en la tristeza y la
desolación.
Evita buscar culpables. Esto crea odio y resentimiento. Acepta la
realidad y los hechos tal como sucedieron.
Deja de sentirte culpable. El remordimiento y la culpa te crean
angustia y desesperación y no te conduce a nada. La culpa es una de las
emociones humanas más inútiles.
Tampoco guardes rencor. El rencor te amarga, te mortifica. Perdona y
olvida.
Domina tus deseos de venganza y elimínalos de tu mente. Afronta la
realidad, Fíjate metas y objetivos reales a corto plazo y utiliza todas tus
energías y recursos para alcanzarlos.
Vive en paz y deja vivir. Cada uno de nosotros somos dueños de nuestra
vida y de nuestro destino.
Escoge tus luchas cuidadosamente. Preocúpate de las cosas que puedes
controlar, no de aquellas que escapan de tus manos.
Se fiel a tus sueños y esperanzas.
Haz ejercicios, te conviene. Aprende a jugar, utiliza técnicas de
relajación, imaginería, meditación, convierte tus quehaceres en juegos.
Busca algún pasatiempo. Realiza alguna actividad que te guste.
Aprende algo nuevo. Intenta arreglar cosas en casa o construye algo
No te aísles. Comparte más tiempo con tus familiares, con tus amigos.
Ten presente que la soledad trae amargura y depresión.
Tu puedes mostrar a la persona que realmente eres, sin afeites, sin
irrealidades, sin engaños ni mentiras.
Tu puedes buscar formas para levantar tu autoestima, desarrollarte
como una persona adaptada, sana, capaz de dar y recibir afecto.
Tu eres capaz de todo lo que te propongas. Solo depende de ti , de que
lo hagas enfrentando la realidad con todas sus consecuencias y de los
esfuerzos que hagas por lograrlo.
Algunos rasgos positivos propios del bienestar psicológico que pueden
mejorar las capacidades y ayudar al bienestar y la salud de las personas son:
1. Dormir, comer y trabajar bien
2. Mantener relaciones sociales saludables
3. Dominar alguna actividad o tarea
4. Sentimiento de pertenencia y de sentido
5. Control sobre nuestro propio destino
6. Satisfacción de sí mismo y de la propia existencia.

La vida nos hace vivir situaciones de conflicto, dolor,


frustración, renuncia, duelo
pero también está llena de alegrías, proyectos,
esperanzas, ilusión, lucha y adaptación.
De nosotros depende el énfasis que le demos al dolor,
al conflicto, a la culpa, a la venganza, al desinterés, a la violencia,
a la pasividad y a la frustración,
o dedicar todas nuestras energías físicas, psicológicas,
espirituales, morales y
toda la entereza de la que somos capaces
para reconstruirnos con optimismo y fe y
desarrollarnos como personas saludables, felices,
capaces de dar y recibir amor.
con confianza, con libertad, sin limitaciones, sin culpas, sin
desesperanza., con oportunidades.

You might also like