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Fernando Sebastián, "¿Faltan vocaciones, o faltan respuestas?

",

Este domingo celebramos en la Iglesia católica el Día de oración por las vocaciones. Hay
muchas formas de entenderlo. La más fácil es dejar pasar esta fecha sin tenerla en
consideración. Seguramente será la mayoritaria.

Pero hay también otros riesgos, incluso entre las personas buenas dispuestas a escuchar la
llamada de la Iglesia. No cumplimos si nos limitamos a rezar unas Avemarías pidiendo por el
aumento de vocaciones. Con eso no podríamos quedarnos con la conciencia tranquila.

La primera eficacia de la oración recae sobre nosotros mismos. San Agustín dice que cuando
pedimos algo a Dios, la gracia principal que nos concede es crear en nosotros las
disposiciones para recibir sus dones y colaborar con ellos.

Cuando me comentan que no hay vocaciones, yo suelo invitar a reflexionar por qué ocurre lo
que ocurre. Decimos "no hay vocaciones", sería más exacto decir "que vocaciones sí hay,
porque Dios sigue llamando para todo aquello que la Iglesia y el mundo necesitan. Lo que no
hay son respuestas.

La voz de Dios se oye sólo cuando hay un cierto grado de silencio interior, es una voz íntima,
que resuena sólo a cierta profundidad de uno mismo. El que vive volcado sobre el exterior,
acaparado y seducido por las cosas exteriores no puede oír la llamada de Jesucristo. Si uno
no se pregunta para qué está en el mundo, qué es lo que de verdad vale la pena en la vida,
qué quiere Dios de mí, nunca llegará a percibir ni formular una respuesta. Donde no hay
pregunta tampoco llega la respuesta.

Por eso se puede decir que si no hay vocaciones es porque en un nivel más profundo no hay
sentido vocacional de la vida. Nuestros jóvenes no tienen tiempo para cuestionarse su propia
vida y preguntarse para qué están en este mundo, qué es de verdad vivir, qué es lo que
puede dar verdadero valor a su vida, lo que les puede llenar el corazón y darles la felicidad a
largo plazo.

Por eso es más exacto decir que no es que no haya vocaciones, lo que no hay es proyecto
realmente libre y personal de la propia vida. Se vive, impersonalmente, dejándose llevar, sin
tener el valor de salirse de la fila para pensar, proyectar y definir la propia vida.

Esto que ocurre mucho en lo humano, ocurre también en la dimensión cristiana de nuestra
vida. La mayoría de los cristianos son cristianos de seguir la corriente. Tenemos pocos
cristianos que hayan llegado al punto de decir como Pablo "Señor, qué quieres de mí". Y esta
es la actitud indispensable para poder escuchar la voz de Dios.

La respuesta a una vocación sentida en lo profundo de uno mismo y correspondida con


perseverancia es la condición para ser uno mismo, para vivir personalmente la propia vida.
Responder a la vocación personal es tanto como vivir con libertad la propia existencia. Y para
el cristiano, aceptar la propia vocación es intentar vivir libremente según el designio de Dios
sobre nosotros, integrarnos de verdad en la obra de Dios y de Cristo según nuestra forma
estrictamente personal de ser, ocupar nuestro puesto en la Iglesia y en el mundo, ese puesto
único para el cual Dios nos ha pensado y nos llama, por medio de Cristo y de su Iglesia.

Por eso, este Día de oración por las vocaciones, viene a recordarnos a los sacerdotes, a los
padres y educadores cristianos, que entre todos tenemos que ayudar a nuestros jóvenes
cristianos a llegar a este nivel ilusionado de fe y de amor a Jesucristo que les haga
preguntarse "qué quiere el Señor de mí", "dónde quiere Dios que me sitúe", "que necesita de
mí la Iglesia" "qué puedo hacer por el bien de mis hermanos". Y si es posible, llegar, como
Francisco de Javier, al "qué puedo hacer yo por Jesucristo".

Esta es la alerta interior que permite escuchar la voz de Dios, esta es la buena tierra en la
que crece la semilla de las vocaciones, de todas las vocaciones. A partir de ahí cada uno
vivirá su vida como respuesta a la llamada de Dios, respuesta en el matrimonio y en la vida
santa de un seglar apostólico, respuesta en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada.
Pero respuesta, seguimiento, obediencia, amor.

En este día de oración, oremos por las vocaciones. Pero no pidamos sólo por la vocación de
los demás. Pidamos a Dios que nos haga a nosotros instrumentos de esta presentación alta y
exigente de la vida cristiana como ofrenda y respuesta de amor, a Jesucristo, al Dios de la
salvación, a la Iglesia y a los hermanos. Que nos dé a nosotros ilusión juvenil y verdadero
entusiasmo cristiano y apostólico para poder transmitirlo. Que haga de nosotros verdaderos
colaboradores e instrumentos de las incesantes llamadas del Espíritu Santo.

La ayuda decisiva que nuestros jóvenes necesitan es una comunidad cristiana clara,
entusiasta, una comunidad de hermanos que rezan, que se quieren, que colaboran con
alegría y con confianza dentro de la acción misionera de la Iglesia, como sinceros discípulos
de Jesús y continuadores de sus buenas obras. "Anunciad lo que os he dicho, lo que habéis
visto y oído". Lo que vosotros vivís.

Este es el clima que hay que difundir en nuestra Iglesia y esta es la labor que tenemos que
hacer entre todos, padres, educadores, catequistas, sacerdotes, para que vuelvan a florecer
en nuestra Iglesia las vocaciones y las respuestas, respuestas de todas clases y en todos los
tonos, familias cristianas, apóstoles seglares, vírgenes consagradas, misioneros, sacerdotes.

Esto es lo que hemos de tener en el corazón cuando pedimos a Dios que nos bendiga con el
don de las vocaciones. Con este espíritu y en estos niveles tenemos que trabajar para abrir
los caminos a la gracia y los dones de Dios. Dios nos bendiga con muchas vocaciones, y para
eso que nos bendiga con muchos jóvenes fervorosos y generosos, y para eso que nos dé
santos apóstoles, en las familias, en los colegios, en las comunidades y en las parroquias.

+ Fernando Sebastián Aguilar


Arzobispo de Pamplona

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