Professional Documents
Culture Documents
No hay ningún ámbito de nuestro ser que provoque sentimientos más variados que el de la
sexualidad. Este módulo se dirige a quienes buscamos, en lo personal, en la relación con
los demás y en la vida misma, el sentido de la sexualidad humana. Es cierto que existe
una gran cantidad de interrogantes; las respuestas son, desde luego, aquéllas que nos
hemos contestado ante las preguntas que la propia sexualidad y la de los otros nos
plantean. No creemos haber agotado todas las interrogantes respecto a nuestra
sexualidad; si el lector formula otras, uno de los objetivos principales de este trabajo se
habrá cumplido.
La sexualidad es mucho más que la práctica sexual, aún cuando en el sentido común
solemos utilizar la palabra sexualidad para hablar de el “tener sexo”. Aclaremos entonces
a qué nos referimos con la palabra “sexualidad”:
• el dominio biológico
• el dominio interaccional-social
• el dominio cultural
• el dominio psicológico
El dominio biológico
El concepto de función sexual dice relación con aquel mecanismo fisiológico que hace que
nuestro cuerpo reaccione frente a cierta estimulación real o imaginada, con procesos de
excitación característicos para cada sexo y relacionados con la activación genital.
El dominio interaccional-social
A partir de las diferencias corporales que nos hacen hombres o mujeres, y a través de las
vivencias personales y la interacción con los demás en un contexto social determinado,
vamos conformando nuestro autoconcepto y una visión del mundo particular en función del
sexo al que se pertenece.
Así, nuestra sexualidad tiene que ver también con cómo se es hombre y cómo se es mujer
dentro de la sociedad a la que pertenecemos, o más bien cómo debemos comportarnos
para ser reconocidos como tales. Esta serie de ideas dan origen al género, uno de los
aspectos centrales de este dominio.
Este dominio integra todos aquellos aspectos reales y simbólicos que mujeres y hombres,
colocamos en la interacción con otros. No necesariamente debe entenderse bajo el matiz
de la seducción, ya que en cualquier interacción hombre-hombre, mujer-mujer, mujer-
hombre, existen reglas definidas e incorporadas que nos dicen cómo debe ser nuestra
conducta en estas situaciones, independiente de la finalidad de esa interacción (de
trabajo, de amistad, de seducción, etc).
Por ejemplo, no es permitido, para gran parte de la sociedad chilena, que una mujer asista
a su trabajo con una blusa transparente; no es bien visto que un varón sea mantenido
económicamente por su mujer. En la esfera del comportamiento sexual propiamente tal,
“las normas sociales” dicen que un hombre debe ser experimentado o por lo menos
mostrarse como un hombre con experiencia sexual. Al contrario una mujer, en la intimidad
sexual, debe aparecer como ingenua y pasiva, aún cuando esté preparada para ser una
amante iniciadora y creativa. Debemos señalar, sin embargo, que esto ha comenzado a
cambiar en las nuevas generaciones, producto obviamente de las transformaciones
culturales que han producido cambios también a nivel de los roles de género.
Por ello es que decimos que la sexualidad es también social en la medida que estos
papeles o roles asignados a hombres y mujeres que ponemos en juego en cada una de
nuestras interacciones son influenciados por factores culturales, políticos, ambientales,
económicos, religiosos, así como por las costumbres, leyes, clase social y etnia, entre
otros. Esta característica es la que posibilita que el significado y valor de la sexualidad y de
todo lo relacionado a ella, pueda sufrir cambios conforme se modifica también la cultura.
Demás está decir entonces, que el género (cómo se es hombre y cómo se es mujer) es
aprendido y cambia a través del tiempo.
El dominio cultural
El dominio cultural de la sexualidad tiene que ver con el valor y significado que una
sociedad o cultura otorga a la sexualidad y por ende con los que generalmente sus
miembros le otorgan a la misma. Esto es, por ejemplo, si esa cultura es capaz de aceptar
el desarrollo sexual de sus integrantes como proceso de crecimiento o si, por el contrario,
lo devalúa, restringe o reordena a partir de una serie de mandatos culturales en torno a la
sexualidad. El tipo de arte de una cultura, el poder de la religión, el valor de los estudios
acerca de la sexualidad para las políticas públicas, la agilidad de proyectos de ley o su
obstaculización (programas de educación sexual), son otros ejemplos que nos hablan del
valor que una sociedad determinada otorga a la sexualidad.
Cada sociedad y cada grupo cultural estructura la experiencia sexual de sus integrantes de
acuerdo a una serie de normas que “dan permiso” o “prohíben”, reglas explícitas y/o
tácitas a través de las cuales las personas interpretan y comprenden su vivencia sexual.
Es este dominio el que otorga el marco general desde el cual la sexualidad humana se
interpreta, se valida o se limita para los miembros de una determinada sociedad. La
sexualidad humana se diferencia de la de especies inferiores, siendo no sólo una
herramienta reproductiva sino fundamentalmente un vehículo para experimentar placer
sexual. Aquí introduciremos un concepto distintivo de nuestra sexualidad: el erotismo.
Octavio Paz hace una bella definición de este aspecto al decir que el erotismo es
“sexualidad transfigurada”, es ceremonia, es representación. En este sentido, la
sexualidad humana no es mero acto sexual, su fin no es la reproducción sino el placer en
sí mismo.
Nuestro erotismo no parece estar regulado por estos mecanismos, que en los seres
inferiores anuncian la ovulación; es decir, el momento en el que el apareamiento tendría
mayores posibilidades de resultar en una concepción de un nuevo ser. Por el contrario, la
ovulación en el ser humano está oculta; no hay anuncios visuales, químicos (olfativos) ni
de ningún otro tipo sensorial que la anuncie, con la posible excepción de los cambios en la
viscosidad del moco cervical en la mujer. Para contrarrestar esta aparente desventaja
reproductiva, la conducta copulatoria del macho y hembra humanos desarrolló una
El placer sexual es una experiencia única en la vida. Si bien es cierto que la mayoría
asocia la experiencia placentera erótica con el deseo por otra persona, esto no siempre es
así, especialmente durante las etapas de nuestra vida en las que descubrimos el erotismo.
Para experimentarlo necesitamos que nuestro cuerpo esté sano; es decir, que no existan
interferencias de tipo biológico con los mecanismos fisiológicos del erotismo, pero también
necesitamos de un marco cultural social que avale esta hermosa experiencia.
El dominio Psicológico
El dominio psicológico nos permite mirar la sexualidad desde aquellos procesos simbólicos
y comportamentales que caracterizan la vivencia sexual. En este sentido, la sexualidad
también tiene que ver con aquella convicción de pertenecer a uno u otro sexo así como
con la más básica percepción que tenemos de nosotros mismos y del otro. El dominio
psicológico de la sexualidad incorpora los demás dominios ya analizados, pero ahora
desde el espacio subjetivo, desde cada sujeto. En este sentido, se vincula a la
conformación de identidad sexual y a la orientación sexual, es decir, hacia quién o quiénes
se dirige el impulso sexual para su satisfacción.
Lo que casi todos los seres humanos experimentamos se puede denominar mejor como
afectividad, que no es más que el ser capaces de “afectarnos con”. La primera experiencia
de “afectarse con” alguna otra persona que tenemos los seres humanos es física, se llama
cordón umbilical, lo tenemos todos durante más o menos ocho meses de vida intrauterina
y nos une a la mujer que nos lleva en su vientre. Al nacer el nuevo ser humano necesita el
cuidado de otros seres humanos durante mucho tiempo o se muere. Entre las personas
La sexualidad es una vivencia subjetiva, determinada tanto por factores biológicos como
socioculturales. Es parte integral de la vida humana y eje del desarrollo. Las
determinaciones biológicas, otorgan las bases en lo individual sobre las cuales actúan
determinaciones socioculturales, es decir, significados colectivos y compartidos que
proveen de un contexto desde el cual se comprenderá y se significará la vivencia sexual
de los miembros en diversas culturas.
Todos estos componentes de nuestra sexualidad están presentes en nuestro ser desde
que nacemos, e incluso antes. Desde luego, la forma en la que están presentes no es la
misma en l@s niñ@s que en l@s adult@s, de hecho suele no ser la misma entre distintos
seres humanos adultos. Entonces, ¿Cómo es que estos componentes deben
desarrollarse?
Algunos autores consideran que no es conveniente que los que estudian y escriben sobre
la sexualidad expresen sus propios valores, ya que la definición de éstos es un asunto
personal, y nadie debe imponerlos a otros. Estamos de acuerdo con que la imposición de
valores es muy reprobable, pero no es posible siquiera extraernos de opinar sobre ellos
cuando hablamos, sentimos, escribimos, educamos o ayudamos a otros en sus problemas
alrededor de la sexualidad. Los sistemas de valores, es decir, el conjunto de cosas que
pensamos que deben ser, que consideramos que son buenas, acompañadas del conjunto
de aquéllas que pensamos que no deben ser, que son malas, están siempre presentes.
Si bien no es nuestro objetivo generar una propuesta normativa, emanada de una moral
concreta respecto de la sexualidad, consideramos oportuno señalar algunas condiciones
que posibilitan una sexualidad gratificante, positiva y saludable.
Creemos que los seres humanos tienen derecho de buscar el bienestar, y éste no puede
conseguirse si la sexualidad está problematizada. Empecemos por decir que el bienestar
sexual expresado como salud sexual es deseable para poder contar con bienestar general.
Un problema sexual aparece cuando alguna de las partes de la sexualidad se expresa en
forma no deseable o cuando no permitimos que se exprese. Es conveniente recordar que
ningún acto de voluntad humana puede ponernos o quitarnos las cosas básicas con las
que nacemos, y nacemos con nuestra sexualidad potencial. Lo que sí puede ocurrir es que
otros seres humanos actúen, de manera que la expresión de nuestra sexualidad se
dificulte; es decir que se reprima nuestra sexualidad.
No basta con la expresión plena y libre de la sexualidad, hay dos condiciones más: la
congruencia y la armonía. Para que la vivencia sexual sea congruente se necesita que la
“dirección” en la que se expresa sea compatible con otras formas de expresión sexual y
otras formas de expresión humana, así como con el propio sistema de valores sexuales.
No hay congruencia por ejemplo, cuando un sujeto realiza una práctica sexual reprochable
para su propio sistema de valores, lo que genera insatisfacción y hace desagradable la
experiencia sexual vivida. Dicho de otra forma, cuando todos los componentes de la
sexualidad funcionan en la misma dirección, la característica de la congruencia está
presente.
Para que la congruencia sea posible, se requiere otra característica que por su importancia
es considerada un valor fundamental: la integridad. La integridad en sexualidad se
manifiesta cuando se ha gestado un proceso por el cual los diversos dominios de la
sexualidad se hacen presentes en las vivencias de la persona. Por ejemplo, es posible que
el erotismo se desarrolle muy plenamente haciendo a un sujeto (o a un grupo humano)
muy diestro en las artes eróticas, pero de poco sirve para el bienestar individual y social el
ejercicio de erotismo desbordado que ignora las implicaciones sociales o las
consecuencias de las posibilidades acciones. La sexualidad debe integrarse a la
complejidad del ser humano total: una sexualidad no integrada en el individuo ocasiona
generalmente malestares y/o problemas. Este carácter necesariamente social hace
aparecer un quinto valor en nuestro sistema: la responsabilidad.
No es posible que una vida plena y una comunidad sexualmente sana se formen con
personas que no saben o no pueden hacer frente a las consecuencias de sus actos y
omisiones en las expresiones de sus potencialidades sexuales.
La responsabilidad es aquí el valor social por excelencia, que hace que la vivencia de la
sexualidad sana esté siempre en función de las consecuencias previstas o posibles de la
expresión en conductas de nuestra sexualidad. Pero ser responsables no sólo se traduce
en un compromiso con los otros, sino también e igualmente importante, en un compromiso
con uno mismo en términos de autocuidado y gestión del riesgo.
La sexualidad, por lo tanto, debe ser desarrollada en forma plena, libre, congruente y
armónica con el resto de nuestras cualidades humanas. Éste es, desde luego, un modelo
ideal de desarrollo; en un sentido estricto es muy difícil que alguno de nosotros viva su
sexualidad así. Sin embargo, constituye el desafío para cada uno de nosotros y para todos
en una sociedad que camina hacia una valoración positiva de la sexualidad como aspecto
escencial de nuestra naturaleza.
Bibliografía:
Family Care International. Acción para el Siglo XXI. Salud y Derechos Reproductivos para
Todos. Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, 1994.
McCary J. L., McCary S. P., Sexualidad Humana. Editorial El Manual Moderno S.A.
México, D.F, México, Cuarta Edición.