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Y algo más
A Cristina y Angélica
Álbum
Es inútil
buscar a tu enemigo en el infierno
suyo y de esta ciudad, allí donde la
música agoniza
larga, ruidosamente en el silencio
y beber en su vaso para verte
con su mirada azul, roja de odio,
el vino que refleja su secreta agonía,
la que en su corazón en ruinas danza
a la luz de una luna tan desnuda como
ella
con la misma afrentosa lascivia de la
luna
que no se muestra al sol, pero acepta su
fuego,
esa virgen tatuada
por los siete pecados capitales
no eres tú o eres otra;
alguien, quizá yo mismo, entonces toca
mi frente y me despierto como el fuego en
la noche,
en toda mi pureza,
con tu nombre verídico en los labios.
La pieza oscura
símbolo de inocencia y de
precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en
a dientes y uñas o
para una muchacha
dulces como una primera efusión de su
sangre.
Y así empezó a girar la vieja
volara,
entre una y otra generación, en un abrir
de ojos brillantes y un
cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los
tiernos,
la rueda dio unas vueltas en falso como
y en su contrasentido.
Por un momento reinó la confusión en el
tiempo. Y yo mordí,
largamente en el cuello a mi
prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo
el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a
desmentirnos
con las orejas rojas.
Angel vencedor de
Paulina, mi hermana; yo de
hacía estornudar--olor a
naftalina en la pelusa del
fruto--.
Esas eran nuestras armas victoriosas y
de vergüenza, sin
conseguir formularnos otro
reproche
que el de haber postulado a un éxito tan
fácil.
La rueda daba ya unas vueltas perfectas,
como en la época de su
aparición en el mito, como en
medievales;
el tiempo volaba en la buena dirección.
cuyo tic-tac se
enardecía por romper tanto
silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos
objeto desbordante
y la vida-símbolo de la rueda-se
adelantaba a pasar
tempestuosamente haciendo girar
la rueda a velocidad
acelerada, como en una molienda
de tiempo, tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas,
empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del
Alguien se precipitó a
encender la luz, más rápido que
el pensamiento de las
personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la
claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a
los sempiternos
cazadores de niños. Cuando
a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas--los
sangre.
entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente
veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al
presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre.
EL HOMBRE Y SU SUEÑO
(cuento)
En algún punto de la ciudad, de esta ciudad demasiado grande para que dos seres que
se amen se encuentren si se han perdido de vista alguna vez, un hombre de mi edad vela,
mientras todos duermen. Su vigilia no tiene nada de común con la vigilia a la que nos condena
la súbita desaparición de nuestra amada, la angustia que precede a un día de decisiones
irrevocables o la persistencia de un pensamiento que se resiste a tomar forma. No es tampoco
el efecto de una digestión trabajosa, ni del desorden físico que sucede a un largo período de
disipaciones. Es una vigilia no registrada hasta ahora en los anales médicos; una enfermedad
incurable; una espléndida llaga destinada a no cicatrizar.
-El sueño -me dijo un día mi amigo- es nuestro doble: una especie de hermano gemelo
al que, de no mediar un acto de voluntad sobrehumana, permaneceremos unidos durante toda
nuestra vida. Hasta ahora, nadie, que yo sepa, ha intentado desprenderse de él. La operación
es más que peligrosa, y los dolores que sin duda provoca, o son superiores a nuestra
capacidad para soportarlos, o las ventajas que aquélla nos ofrece, si es llevada a cabo
felizmente, no alcanzan a compensarnos de ellos.
-Si es así -murmuré, pues mi facilidad de palabra en ese entonces era escasa-, ¿qué
motivos tienes, no ya para desear esa separación que consideras imposible, sino para
detenerte en un pensamiento tan superfluo; tú, que eres por naturaleza inclinado a la acción,
que nunca te has propuesto nada que no pudieses realizar en el acto?
En los labios de mi amigo se dibujó una sonrisa a la vez dulce y amarga, no exenta de
cierto misterio turbador.
-Escucha -me dijo, extendiendo ambos brazos sobre la mesa, las palmas de las manos
vueltas hacia mí-. Sabes de más que un carácter como el mío no cambia de la noche a la
mañana.
Estas dos últimas palabras me estremecieron visiblemente.
-¿Entonces?
-Cada 1111 años, un hombre, entre millones de semejantes suyos, puede intentar
disociarse de su propio sueño, sea asimilándolo a su vigilia, sea dotándolo de los atributos
necesarios para que la naturaleza lo confunda con uno de sus hijos. Ese hombre del que hablo
es el único capaz de exponer objetivamente las ventajas de la vigilia absoluta. Te hablaré de
dichas ventajas...
-Amigo mío -le dije, con una voz turbada por la emoción-. A no dudar, tu inteligencia es
infinitamente superior a la mía. Igual cosa puede decirse de tu cultura científica y humanística;
mientras tú dominas más lenguas muertas y vivas de las que puedo enumerar, yo apenas logro
expresarme en mi lengua materna. No en vano has enceguecido sobre los libros cuando yo
vagaba de un lado para otro entre las cuatro paredes de esta habitación o en los suburbios de
esta ciudad maldita. Con todo, me atreveré, para tu bien, a formular la opinión en que tengo las
palabras que has dicho y las que estás por decir. Amigo mío, te extravías. El hilo demasiado
extenso y fino de tu pensamiento, debe ser cortado antes de que te conduzca a regiones de las
que no regresarás. Recuerda que nuestros deseos deben estar en proporción a nuestra
capacidad para saciarlos, y que, si se extralimitan, nos conducen a la rima. No te sientas
llamado a desempeñar un papel que ignoras si otro, antes que tú, ha desempeñado.
Las últimas frases de mi discurso fueron dichas en alta voz, de una manera delirante.
Ya serenado, posé mi vista en el rostro de mi compañero, esperando sorprender en él una
expresión aprobatoria o, al menos, inquieta.
Ayer tuve ocasión de recordar un suceso ocurrido hace algunos años y al que mi
memoria fuera infiel. Le he pedido a un copista, que se divierte en sus ratos de ocio con mi
facilidad para asociar palabras, que lo anote en un trocito de pergamino, y me he propuesto
hacérmelo leer cada vez que empiece a olvidárseme. Es posible que esté por fin en posesión
de la verdad; aunque no veo el beneficio que ella pueda reportarme. Mi amigo me ha
abandonado por una razón demasiado sencilla para que yo la hubiese descubierto. En una
oportunidad me adelanté a sus deseos, realizándolos por mi cuenta y riesgo. Deseaba
demostrarle que sus sentimientos respecto de cierta muchacha no debían ser sino de una
naturaleza puramente animal. Yo estaba seguro de que ella no merecía otra cosa. El no era de
mi opinión; aunque no nos explayamos sobre nuestras diferencias, él por pudor y yo por temor
de malquistármelo, ambos las conocíamos de sobra. Es más, la mucha cautela con que
procedí a sus espaldas no impidió, ésa fue al menos mi impresión, que él siguiera el desarrollo
de una tesis que luego no tuve el ánimo de desarrollarle oralmente. Triunfé, sin embargo, en
esa oportunidad, cuando creía haberlo echado todo a rodar. Mi amigo olvidó su pasión al
comprobar que el objeto de ella estaba muy por debajo de la idea que se había formado a su
respecto. La muchacha se me entregó sin conocerme y en circunstancias que la delataron
como a un monstruo de obscenidad.
La escena revivió en mí con fuerza al divisar a mi amante de unos minutos entre las
columnas que sustentan la entrada del templo. Del interior de éste emergía una de esas
procesiones que nos atraen la burla de los paganos: "Un ejército de viejas para le defensa de
Dios". Los ecos de un cántico desgarrador llegaban hasta mí, mezclados al griterío de una
muchedumbre electrizada por el resplandor de las antorchas. No era de noche; sin embargo,
como desde hace algunos días un inexplicable malestar me impide entregarme a mis
ocupaciones habituales, vagaba yo al acecho de una oportunidad de distraer mis pensamientos
y la encontré en la figura de esa muchacha que a primera vista me resultó difícil distinguir de
sus compañeras, como ella jóvenes y vestidas, según lo exigía la ocasión, de rigurosa púrpura;
las manos enlazadas, formando un ángulo en el regazo, y el rostro piadosamente inclinado, me
hicieron pensar en la inmensurable riqueza de hipocresía que se esconde en cada mujer.
Imposible distinguir, respecto de ella, dónde termina la realidad y empieza la ficción. Sólo yo
era capaz, en ese momento, de no caer en la trampa de la apariencia y reconstituir la desnudez
de una cortesana bajo los hábitos de una virgen entregada al éxtasis religioso.
Me acerqué más a ella, pues mis ojos debilitados por la falta de sueño podían
engañarme. Por otra parte, debo reconocerlo, su hermosura volvió, como antaño, a turbar mis
sentidos. Comprendí, a pesar mío, que en mi relación con ella el mero deseo sexual no había
dejado de jugar un papel de importancia. Acaso el propósito de desengañar a mi amigo -me
dije- haya sido la justificación de un acto menos generoso en su fundamento. Recordé, con un
progresivo sentimiento de culpabilidad, los preliminares de una escena de la que no me pude
sustraer como mero espectador y testigo, y a la que una fuerza ciega terminara por
arrastrarme, recompensándome en goces lo que había perdido en dignidad moral.
El silencio con que respondió a mis palabras era el efecto de un desprecio tan
profundo, que le impedía devolvérmelas. Puede que mi voz no llegase hasta ella, interceptada
por el rumor de la procesión e impotente para sobreponérsele. De hecho mi compañera siguió
su marcha sin que en su rostro se alterase un rasgo. Fue entonces cuando caí en la cuenta de
que mi imaginación excesiva había podido jugarme una mala pasada. Acaso nunca poseí yo a
esa muchacha, digno modelo de los artistas de la corte. En mi juventud resolvía con tal
facilidad las situaciones en que me hallaba, que hoy en día sospecho no todas fueron
igualmente reales.
Esta mañana desperté en una posición absurda. El sueño se vengó de mi obsesión por
vencerlo, sorprendiéndome en el momento en que me dirigía al lecho. No estaba totalmente de
pie, pero el gesto de mi mano sobre el respaldo de la silla indicaba a las claras mi intención de
sustituir a ésta por aquél. En compensación, creo que nunca he estado más próximo al triunfo.
Hay un punto en que el instinto y la razón, el sentimiento y el pensamiento, el sueño y la vigilia
se asocian en un abrazo radiante. Mi vida no ha sido sino un largo y penoso intento de
encontrarlo. Quienes como yo comprenden que sólo la exacerbación de la conciencia nos
permitirá atravesar inmunes esta época de pesadillas aprobarán el sentido y el giro de mi
aventura. Estas líneas son el primer testimonio "escrito" de ellas. Las redacté en el instante,
llamado en lenguaje profano, del despertar. Ignoro si al término del sueño o al principio de la
vigilia o, como lo espero, entre ambos estados. Hecho que podré comprobar cuando pueda
hallarlas y releerlas; pues, lamentablemente y misteriosamente, se han extraviado en una
habitación en la que eran lo único visible.
Tigre de Pascua
Hace veinte años yo era profesor de inglés. A mi hermano, el Tigre -de filosofía-, lo
mataron a culatazos en el 73. Luego tuve un taxi; ahora nada. Con esto lo digo todo.
¡Tigre, a cada cual de acuerdo con sus necesidades! ¿Tan poco necesitados
estábamos nosotros?
Las experiencias me sirven para ordenar una cosa, una imagen, un pensamiento, serán
las que se llaman vitales. En la de sobrevivir, no se capitaliza. Puro trabajo. Se parte una y otra
vez de cero. Por eso hay quienes prefieren a la sobrevida, una vida peligrosa. Así, antes, el
Tigre -héroe de elección- y, ahora, los cogoteros. Son demasiados, por otro lado, quienes
mendigan. Y trabajamos los cesantes encubiertos. Por dignidad o por debilidad, según como se
mire la cosa. Pero la cesantía encubierta es el disfraz de la mendicidad. En suma, mendigos
somos casi todos. Hasta los aficionados al cogoteo que quitan en lugar de pedir, pero sin
profesionalismo.
Desde aquí veo a unos y otros ir y venir. Todos los caminos llevan al Paseo Ahumada,
nuestra Roma. Aquí (por donde alguna vez tendrá que pasar el Papa) se cumple eso de que
siempre hay Pascua en diciembre. Nos entregaron la calle para vigilarnos mejor. Que no se
diga que no hay trabajo para todos en las fiestas de guardar, carajo. No hay tigre, hermano,
que se resista a la tentación de parecer un gato si le permiten olfatear, en las calles de Bagdad,
las puertas de todas las carnicerías.
Entre los que venden cualquier cosa -cuchillos a cien pesos- reconocí, denantes, a los
hermanos Cárcamo. Me perdonaron la vida una noche. No sé si por caridad o por desprecio.
¡Hijos de puta! Desde entonces me miran, fijamente, sin verme. Me niegan con esa mirada
vacía el derecho territorial sobre el suelo que cubro con mis pies. ¡Tanto fue lo que tuve que
deshonrarme, Tigre, para no morir como tú, con gloria!
Está también la gente de paz como esa familia gorda de apellido Soto, como la
pensión. Malos, pero muchos. Ocupan una buena lonja del Paseo. Para no tener que correr,
compran productos "naturales", lejos de Santiago. Si se los requisan no tienen que pagárselos
a los distribuidores. Por lo demás, los pacos no le codician una piedra pómez, un mojón de
luche, un cachorro o una de esas muñecas horribles que ellos mismos tejen en su media agua.
Hasta tienen un permiso municipal. A lo menos el Soto viejo que reparte la mercadería entre los
suyos o la reingresa a la casa matriz en caso de peligro. Están también los payasos Cuevas. Y
cuatro locas que reproducen una escena de la ópera Carmen, haciendo fonomímica. Todo está,
literalmente, botado en las calles. Un mosquerío de gente que entra y sale de las tiendas,
transfigurado, en las tardes, por las luces de colores. País de mierda. Los reflejos
condicionados de la oferta y la demanda. Comprar y vender basura.
En este cuadro los viejos de Pascua, que se repiten menesterosamente en la calle...
sin comentarios. Con trineos hechos de catres de guagua y de restos de bicicletas. Con ciervos
de sacos harineros, enarbolando unos cuernos que parecen racimos de manos llenas de
sabañones. Los que no son viejos de verdad merecerían serlo por lo desbaratados que están,
con sus barbas y pelucas de algodón. Algunos a medio filo. Con una guagua en brazos o un
cabro chico en las rodillas. Mientras el socio les toma una polaroid caída, de cuando en vez.
Sé, por los otros, que olemos mal. A viejo curado, de población. Tú, Tigre, no ibas a oler
nunca así, mientras te mataban.
Así es que, en recuerdo tuyo, me estoy quitando toda esta mierda de encima. Hasta las
barbas, que son de verdad. Arranquen a perderse, cabros del carajo. Y usted, señora ¿no ha
visto nunca a un mendigo de Pascua, todo desnudo?
¡Vengan a ver a un gato, señoras y señores, que tira para tigre! ¡Vengan a ver a un
tigre al que van a reventar estos cobardes, a culatazos!
Desde la trivial infidelidad de mi madre a Dios -alharaca de la Biblia (libro que aquí todo
el mundo manosea) con el hombre único -no había otro a su lado y no era de palo-, descreo de
todo. Salvo del amor imposible y, lógicamente, del crimen. Roo este hueso, el único objeto que
conservo de mi pasado: el célebre hueso maxilar inferior de un asno que me fue devuelto, con
la recomendación implícita de emplearlo otra vez, a la salida de la cárcel.
Está sobre mis libros, en la mesita de luz, en el escritorio que recogí de la calle, en una
silla de basura, en mi cama de tres patas, en el inodoro. Lo llevo colgado del cinto cuando bajo
al drugstore o voy al Olimphia. A mi padre lo tengo grabado entre ceja y ceja, en medio de la
frente. Retrato en forma de cicatriz. Cicatriz en forma de coño de su madre.
El viejo murió, según espero, de muerte natural. Un cataclismo para quien nunca
parece haberse resignado a no ser inmortal. Me perdí ese misterio, ese espectáculo. Ella me
habría impedido disfrutarlo, dócil a la voluntad (ahora rota o nula) del agonizante que me había
arrojado a un exilio en segundo grado: no ya del Paraíso sino de sus extramuros. Y al trabajo.
En las fotografías recientes que me envía, más bellas que las de Avedón, no
desmerece, en el tiempo, de los retratos que le hizo en distintas épocas Hans Memling.
En el reverso de esas postales leo, releo, repito a ciegas: "Ven, mi corazón te llama".
Tu madre que te quiere. O "Esta noche vi llover, vi gente correr y no estabas tú". Tu madre que
te quiere. O "Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud...etcétera". Tu madre que te
quiere.
Puedo sostener que el deseo no necesita de la excitación. Por mi parte podría caer
fácilmente, si es que no me encuentro ya en el fondo de ese pozo, en el incesto platónico.
Quisiera parirla, amamantarla, educarla. Sólo esas serenidades podrían elevarse por
encima de los placeres malditos, pero me están vedadas. Porque no soy el Andrógino Perfecto
sino un vulgar asesino. Gastado por esos placeres ya no podría, lisa y llanamente, conocerla
en el sentido bíblico de la palabra. O eso sólo sería un episodio decepcionante. Porque la
emoción que me colma cuando toco, constantemente, los recuerdos, letras, retratos o
fotografías de esa joven, es metafísica.
Esto es, más o menos, lo que me ocurre. Al filo de esta ocurrencia, la tentación de
reunirme con ese fantasma, de materializarlo, salvando así la distancia que me separa de Ella
-vive en una isla del Caribe-, es total.
Ultima astucia de la serpiente: "Puedes vivir toda tu vida con tu madre. Es lo que hace
un hijo soltero de buen corazón y costumbres sanas".
Pero yo, Caín González de la Sota, no me muevo de aquí. Aunque atraído por ella
como la polilla por la luz, mi ser prefiere a su proximidad un estado de constante
desfallecimiento, de evaporación. Ni tan cerca que te quemes. Congelado.
No hice mi master en Nueva York, perdí el doctorado, la Academia. Desistí, por quiebra
moral, de los negocios: Importadora de Frutos Tropicales de Caín y Abel and Company. Me fui
empobreciendo hasta la miseria, acepté el werfare. Envejezco de una manera ruin. No he
publicado nunca un libro. Mis hijos no quieren saber nada de mí.
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte -la niña
Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación
cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojalá previamente de sí mismo
su presupuesto
......................................................................................... / desconocido
el lenguaje humano
Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma
ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgástrico de esa creatura
en medio del gran silencio, él, el gnomo de la selva negra del amanecer
de vuelta a su anticasa
nos da la suya
al niño de su teta
a la desaparición
y muere él mismo
saldado el doloroso
ESTACIÓN TERMINAL
Tú y yo lo conocíamos,
no tenía el deseo de morir ni la necesidad, ni el deber
de morir,
era como nosotros o mejor que nosotros:
un hombre entre los hombres, alguien que día a día hizo
lo suyo:
reflejar el mundo,
amar a la mujer, intimar con el hombre,
dar cuerda a su reloj,
transfigurar el mundo.
Cámara de
tortura
Su ayuda es mi sueldo
Su sueldo es la cuadratura de mí círculo,
que saco con los dedos para mantener su agilidad
Su calculadora es mi mano a la que le falta un dedo con el que me prevengo de los errores de
cálculo
Su limosna es el capital con que me pongo cuando se la pido
En una barraca, cerca de Nueva York, el martillero liquidó el saldo de su negocio -un stock de
fotografías antiguas-
ofreciéndolas a gritos
........................... en medio de la risotada de todos:
"Antepasados instantáneos", por unos centavos
Esos antepasados eran los míos, pues aunque los adquirí a vil precio no tardaron, sin duda, en
obligarme a la emoción
......................................................ante el puente de Brooklyn
como si Manhattan, que se enorgullece
............................................................ de volatilizar el pasado
conservándolo en el modo de la instigación a desafiarlo
fuera mi ciudad natal y yo el hijo de esos antiguos vecinos de los que la voz gutural hace
irrisión, y el martillo.
La isla dispone de fantasmas artificiales con que llenar los huecos de la contra-historia
Ellos ocupan en la memoria, con la naturalidad que ésta se perite en relación a la nada
el lugar de los verdaderos ausentes: caras que vi en las bouffoneries del Soho
.......................................directement angeliques: esas muchachas caídas de la luna a la nieve
vestidas de pierrot y sus acompañantes andróginos
fueron y no fueron mis amigos de juventud
Se congelan lágrimas que son de frío
pero que memorizan, asimismo, a John Lennon
Reconozco la nieve de antaño, que cae
sobre Blecker Street en este día acrónico
mientras se hace de noche a la velocidad simultánea del vuelo de un murciélago
y pasan películas de mi tiempo en mi barrio.
Lo que me ata a la ciudad es todavía más irreal que ese beso blanco, que connota glamour,
escrito en la luz centelleante
( el placer del ojo en el paraíso de la visión artificial )
Haciendo el reconocimiento de cómo es lo que no es
......................hic el nunc, en el Blecker Cinema
Esta ciudad no existe para mí y yo no existo para ella
allí, en ese punto en que los tiempos convergen bajo la especie de la Duración
Existe para mí, en cambio, en la medida en que logro destemporizarla
.............................desalojarla
por unos contrasegundos, de la convención que marca el reloj
con sus pasitos de gato en la rutina del living
Trabajo que Hércules no se soñaba
..................................................................en franca competencia con la Meditación
Trascendental
Si yo lo consiguiera, sentiría apoyarse desaprensivamente en mi brazo ( el de Cary Grant ) la
mano enguantada
pronta a desaparecer, de una muerta:
..................................................................Irene Dunne
-frisson nouveau- y entre la pantalla y la media luz de la sala
( borrado ya del tiempo el día de mi partida:
...........................................................................dos de enero de mil novecientos ochenta y uno )
Se tocarían ( no ) como para cualesquiera de los espectadores
-gatos descongelados en el invierno de Nueva York-
pasado, presente y futuro
en una unidad de medida que reúna esos tiempos incompatibles para ellos y para mí, pero no
para ellos: los veros vecinos de Washington Square.
A diferencia mía ellos permanecerán, de hecho, en la ciudad, con el aval de sus antepasados
............................................a quienes, a lo mejor, pusieron en subasta por unos centavos
y que yo mismo adquirí en una barraca.
El Vaciadero
..............................................a la cara
Es la escenografía de esta
en el marco de un socavón.
de la mesita de noche
La fermentación de las aguas del tiempo que se enroscan alrededor del detritus
como si no volara, entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de
ojos opacos
la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda
.....................................................................desmentirnos
Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir formularnos otro
reproche
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas espumosas más rápidas en la
proximidad de la rueda
..............................................................y la vida
-símbolo de la rueda-
..............................................................................................tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido de golpe, presa de dulce,
de empalagoso pánico como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad, la
crueldad
del corazón en el fruto del amor, la corrupción del fruto y luego... el carozo
................sangriento,
..............................afiebrado
................................................y seco.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de niños. Cuando
ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas
..................................................................................naufragio.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de rodillas
nombres
Hotel Lucero
y la que me detuvo
Pero del éxito de la poesía de Teillier, aunque oficial, no son ya un índice, los prólogos,
los espaldarazos, los premios literarios, las críticas elogiosas y las entrevistas capciosas y
amablemente malignas con que los escritores periodistizados creen, en el mejor de los casos,
halagar la vanidad de los autores jóvenes y contribuir a su nombradía. Este poeta ha llegado al
punto de madurez en que su desarrollo debe pasar, hasta cierto punto, inadvertido bajo una
trama de excelencias formales, continuar, al favor de la oscuridad, en una zona de la
experiencia y de la expresión sobre las cuales sólo a él le cabe recapacitar. Se ha adelantado
en el terreno de esas carreras literarias marginándose en los parajes aislados, donde el poeta,
como diría Reverdy, descubre que toda expresión para ser expresada debe ser transformada,
allí donde la poesía es un acto de comunión con la existencia, tan urgente y costoso, que la
palabra llega al límite de su poder de concentración expresiva transformándose en "un poco de
aire". "Y me despido de estos poemas: -palabras, palabras- un poco de aire movido por los
labios -palabras- para ocultar quizá lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar".
Tenemos la presunción de adivinar que el poeta atraviesa, lo reconozca o no, por una
etapa de crisis expresiva provocada por las cualidades mismas que caracterizan tanto sus
textos como los de otros escritores dotados de su generación. Justo en el momento en que ha
llegado y por esta razón misma, a develar en una forma ajustadísima, de fácil y grata
aprehensión una cierta zona de su experiencia, sin implicaciones intelectuales ni aditamentos
retóricos. Unos pasos más en este terreno y caería acaso en el virtuosismo, en el abuso de su
propio lenguaje, en el amaneramiento, peligro que no han sabido evitar, grosso modo, los
grandes de nuestra poesía.
Contra estos excesos un cierto grupo de nuevos escritores chilenos está prevenido por
la naturaleza misma de su vocación literaria, de su objetivo estilístico. La innovación rilkeana a
la experiencia, a la recapitulación de la experiencia, a los recursos que es preciso acumular y
olvidar y convertir en nosotros mismos, previa la elevación de "la primera palabra de un verso",
ha sido recogida, de otra manera, pero en sentido semejante -guardando las distancias- por
este grupo de poetas realistas, si no se entiende por realismo un modo pedestre y programático
de imitación de lo real y de exaltación de determinados valores vitales. Quisiéramos recordar
aquí un regocijante y conmovedor aforismo kafkiano, según el cual no se está seguro de otro
terreno firme que el que se alcanza a cubrir con la planta de los pies. Y la "fórmula" menos
lejana y más elocuente de esta actitud literaria nos la ofreció, en casa, un poeta que la sigue
impugnando cuántas veces lo cree necesario: "Hablo de cosas que existen, Dios me libre de
inventar cosas cuando estoy cantando" (2)
Teillier evita la explicación de sus sentimientos y en este plano -si se nos permite una
incongruencia que creemos aparente- borrada la presencia del sujeto que reaparece allí como
un objeto más de observación desapasionada, su poesía recupera la altitud vital amenazada
por la sombra del árbol de la memoria. "Atardecer en automóvil", "Un año, otro año" y los
pequeños poemas incluidos en la Sección II del libro, son ejemplos notables de poesía objetiva.
(1) : Publicación de la Sociedad de Escritores de Chile, dirigida entonces por Enrique Lihn y
Jorge Teillier. (Germán Marín)
(2) : Véase Pablo Neruda en "Estatuto del vino", Segunda residencia en la tierra. (G.M.)
Leer a Kafka
El lector cubano de El proceso dispone de varios de los textos esclarecedores con que
la crítica literaria marxista ha situado, en estos últimos años, la obra de Kafka, rescatándola del
"sociologismo y esquematismo vulgares" en que la hundieron los teóricos de un realismo
-socialista mal entendido. Este público puede consultar las obras de Roger Garaudy, Ernst
Fischer y del profesor alemán Helmut Richter, del que trae la edición cubana de El proceso un
magnífico ensayo. Todos ellos participaron en el "Encuentro de Franz Kafka" celebrado en
Liblice, una reunión de los especialistas de Kafka procedentes de los países socialistas y de los
partidos comunistas de Austria (Fischer) y Francia (Garaudy) en 1963.
La conclusión a que se llegó en esa oportunidad puede expresarse así: Kafka no fue ni
un revolucionario ni un autor de vanguardia decadente, nihilista, tesis ésta que expuso en el
encuentro el profesor Luckács, para el cual sólo cuenta "la conciencia de la totalidad de la
sociedad en su dinamismo, en su orientación y en sus etapas más importantes" como aporte
positivo de un escritor a la transformación del mundo. La actitud general fue en cambio no sólo
la de celebrar la indisputable genialidad del autor de El proceso, sino la de presentar la obra de
Kafka -como lo hace Richter- bajo la especie de "un testimonio desesperado de la absoluta
deshumanización del mundo histórico que le tocó vivir".
II
"¿Qué tengo de común con los judíos? -se preguntaba. Apenas tengo nada en común
conmigo mismo; debería ocultarme, contento de poder respirar". Pero a la vez son reiteradas
las referencias que hace a la necesidad de explicar sus rasgos individuales y su carácter
literario por su condición judía, y la caracterización que hace de "la situación de inseguridad de
los judíos, a los que sólo se les permite poseer lo que aferran en la mano o entre los dientes"
es idéntica a la que hiciera de sí mismo, con el agravante de que es el suyo un caso de
aislamiento dentro del aislamiento, pues se segregó espiritualmente de su comunidad desde el
punto de vista de la religión en la que no creía y desde el punto de vista de su antipatía por el
capitalismo en cuya órbita giraba esa comunidad.
Como Kafka, el señor K (K. de Kafka) busca una verdad -el Tribunal Supremo- que no
se encuentra en parte alguna. Y si Kafka se sentía incapaz de combatir al mundo para
cambiarlo, asumiendo, en cambio, "poderosamente la negatividad de mi tiempo" (Kafka inicia El
proceso en 1914, en la atmósfera de crimen ritual -escribía Rosa de Luxemburgo- en el que el
agente de policía, en la calle es el único representante de la dignidad humana) el señor K, por
su parte, es la encarnación de la impotencia misma del individuo ante un tribunal cuyas leyes
nadie conoce, ni los acusados ni los funcionaros de la "justicia", tribunal que lo condena a
muerte por un delito igualmente miserioso o desconocido.
Palabras como éstas son las que parece tener inmediatamente presente el profesor
Georg Luckács cuando afirma que Kafka "es la figura clásica de esta actitud inerte de miedo
pánico y ciego a la realidad". Sólo que el proceso que le sigue Luckács a Kafka no tuvo éxito en
el encuentro de Praga cuyo espíritu fue -así se lo definió en la sesión inaugural- el de honrar en
Kafka al hombre que en el caos luchaba por la grandeza del hombre, por la ley verdadera de la
vida. Kafka asumió el caos en la nostalgia indecible de un orden humano, nunca demasiado
humano.
Diego Maquieira
El poeta que mejor se deja leer en lo que todos tenemos -dadas las circunstancias- de barrocos
o tenebristas, de rotos y rayados, es y no muchos otros, quizá ningún otro, este don Diego de
Maquieira, amigo del fulano Diego de Velázquez. El más corto de sus poemas. La Tirana Hit,
dice: Me rayé, pero el disco es cultura. ¿De dónde sale este Tirana que menudea en los
poemas de Maquieira, como un esperpento ("Aún soy la vieja que se los tiró a todos/ Aún soy
de una ordinariez feroz".) Sabemos de las fiestas de la Tirana, y muy bien, lo que significa la
palabra tiranía. En la tradición literaria de la desesperación, tenemos el virtuosismo y la
carcajada de Quevedo, para no hablar de Góngora. Una poesía que es el reverso ornamental
de la muerte, parte inseparable de la muerte. En la tradición local, si se trata de las afinidades
entre el infierno y el lenguaje, tenemos, ciertamente un lugar horrible -el locus horridus-; y la
poesía popular, que es de un realismo desconsolador; pero de lengua contenida y fina. Nicanor
Parra ha sabido usarla siempre, haciendo de la cautela, un dardo. Aquí hay un poeta, que ha
aprendido y desaprendido esta lección, dejando pasar a la escritura casi todas las formas que
adopta en Chile el lenguaje para responder a la degradación de la vida y costumbres en
términos de ojo por sujeto y diente por predicado. Si se quedara en eso, en una jerga de pato
malo, precaria pero contundente como un buen chute, un chopazo o una patada en las canillas,
tendríamos sólo el mejor de los poetas colegiales; es decir, a alguien suficientemente feroz,
como para representarnos en el Chile de hoy. Pero Maquieira sabe mucho. Ha leído bien y de
lo mejor. A Eliot, a Kavafis, a mundo y medio. Por lo mismo su poesía, aunque parezca hablada
o vociferada es archiescrita, un refrito muy cuidadoso de sí mismo, una economía y no un
despilfarro del Chicago verbal. Los efectos de rayadura son parte de la escritura y están tan
trabajados como los horrores del barroco. Una confusión de nombres o pronombres, pequeñas
anomalías en el régimen de las frases, en las combinaciones de palabras -un paso de baile
entre el lenguaje- constativo al imperativo, y la rayadura se pone genial.
(En la revista Apsi, Santiago., año IX, número 137, del 21 de febrero al 5 de marzo de 1984)
Esta nota quiere llamar la atención sobre La Tirana de Diego Maquieira -poema,
Edición Tempus Tacendi-, una señal de asombro previo al análisis de los textos, que dejo para
una segunda vuelta. El libro demoró ocho años en nacer (1975-83); salió a la luz, previamente,
por retazos (Cal y otras revistas), luego como Selección de La Tirana,en junio del año pasado,
edición de 60 ejemplares "para las grandes minorías de mi barrio", ahora, no más
estruendosamente, bajo un sello cuya única función es la de filiar este libro singular. Todavía
una edición incompleta, quizás no selectiva, pues el autor, hombre ludens, decidió ofrecer a La
Tirana como los huevos, en dos docenas de poemas, instalando entre una y otra El gallinero,
interpósito conjunto de textos"engallados". Un libro singular, que se inserta a conciencia en una
antigua tradición de modernidad, incluyendo a la vanguardia, pero sin ningún alarde rupturista:
ingenuidad que autor tan avisado y diestro no se permite. Catulo es un antiguo moderno no
ajeno a La Tirana, poema dramático y epigramático.
Paso a un antecedente significativo. Para que el niño Diego aprendiera inglés, sus
padres no le hablaban en español mientras vivieron cuatro años en Nueva York. Recuperó su
lengua materna en Lima, donde sus compañeros de colegio no le hicieron muy fácil esta tarea:
lo hacían responsable de la política exterior de "la Estados Unidos": llegó, años después,
hablando en peruano a Chile, una variante de nuestro idioma que le suena afeminado a los
ilotas chilenos, en el patio de los colegios. En ambos casos, la respuesta de Maquieira fue
violenta, se apoyó en la solidaridad con los marginales, en la mafia escolar. Su lenguaje poético
es igualmente violento, por así decirlo: traducción del habla neoyorquino, por una parte y, por la
otra, asimilación creativa del lenguaje chilensis, son mención especial en las jergas de lolos y
playboys. Lima, la horrible (es el título de un libro de Salazar Bondy, peruano) queda excluida
de la dicción; se hace notar negativamente, por su exclusión del lenguaje y bajo la especie de
la "Inquisición de Lima" o toledana, blanco del humor negro del libro. La Tirana traspone el
referente Inquisisción, se refiere a ella, emblematizándola con el personaje que lleva ese
nombre -femenino de tirano-; personaje emblema, pues, fetiche y caricatura feroz en que se
inscribe, por lo demás, la instancia del mestizaje y sus desafueros.
Dije que la dicción coloquial del autor asume las jergas locales en el modo del
mestizaje, con ambivalencia. La dicción oral no es sólo herencia de la poesía inglesa moderna:
al lado de T. S. Eliot está Kavafis, uno de los autores admirados traducidos (del inglés) por
Maquieira. Lenguaje hablado, lenguaje directo de una poesía en segunda persona en la que
hablan varios personajes -a veces simultáneamente-, teatralidad, son factores que hacen
sistema con un concepto antiguo y moderno del autor como comentarista, parafraseador,
traductor y lo que se dio luego en llamar "plagiario". Un renegado de la propia "personalidad
literaria" un usurpador de la del otro. Maquieira trabaja, en tal sentido, haciendo suyos textos
encontrados (Kavafis lo hacía así; en Latinoamérica, Cardenal): uno del inquisidor toledano
Fidel Fita, otro del padre Diego Rosales y, por lo menos, dos versiones de guiones de Kubrick.
También se apropia de poetas como Emanuel Carnevali, chilenizándolos al traducirlos y
firmarlos. Así se tocan los (falsos) extremos de lo local y lo universal se demuestra la falacia del
"ser nacional" o, por último, se perpetra un atentado contra las nociones de lo original y de los
orígenes. El texto es un intertexto -el resultado de una relación de los textos con los textos-; la
poesía, como decía Ducasse, debe ser hecha por todos.(2) Imperativo que o excusa, de
ninguna manera, descuido o relajo por parte del operador literario; lo obliga, muy por el
contrario, a un control óptimo ante la mesa de comando. Si bien los sujetos, las máscaras que
hablan en los poemas de Maquieira con "rayados" polimorfos que cambian de sexo y provocan
a la sintaxis, quien escribe esos textos es un poeta culto, con cierta pasta de erudito;
cualidades compatibles con las del humorista sangriento.
(1) Ha sido, además, actriz secundaria en películas de Federico Fellini. Desde 1990, es dirigente del neofacista
Movimiento Social Italiano. (Gonzalo Millán)
(2) La frase completa es: "La poesía debe ser hecha por todos. No por uno. ¡Pobre Hugo! ¡Pobre Racine! ¡Pobre
Coppée! ¡Pobre Corneille! ¡Pobre Boileau! ¡PObre Scarron! Tics, tics, y tics. Véase Conde de Lautréamont, Poesías.
Prefacio a un libro futuro, Bs. Aires, Poseidón, 1945, trad. de Braulio Arenas. (G.M.)
Ensayo
Dicha toma de posesión no se refiere obviamente a un objeto inerte, exterior a ella, del
que pudiera hacerse cargo el sujeto de una manera pasiva. Actualizar una tradición en el plano
de un lenguaje no significa de ningún modo, pues, el retorno idéntico de lo mismo sino su
reaparición bajo el signo de la Alteridad; y esto es todo lo que en el campo de la creación
(poética) puede admitirse como instancia conservadora: creación y poesía no admiten un
mayor divorcio etimológico.
Estos son, en parte, los trabajos que garantizan la Residencia en la Tierra de un poeta,
vale decir, en la tierra, una y otra vez incógnita, de la escritura, sobre la cual cada nuevo
ocupante debe extenderse a la aventura para instaurar su propio orden surgido de un doble e
imperioso movimiento de solidaridad y desolidarización con los antiguos ocupantes de la
poesía. Es la soledad de una palabra en una Lengua que no le ofrece el amparo de una
institución establecida de una sola vez y para siempre, por todos y para todos, sino que, para el
recién llegado, el rastro de otras experiencias de la palabra en el lenguaje, a las cuales se
siente ligado en su soledad por una común anarquía.
Desde este punto de vista tampoco resulta sorprendente el hecho tantas veces reiterado
por la palabra poética al nivel de la explicación temática misma –no sólo como configuración o
expresión sino también como fábula; por ejemplo, en “El habitante y su esperanza”- de que esa
palabra declare –desdoblándose en esta toma de conciencia de sí misma- su complicidad con
“la gente intranquila e insatisfecha, sean éstos artistas o criminales”.
La palabra poética es una experiencia del lenguaje que lo pone a prueba negativamente.
Surge como una resistencia de la “monstruosidad” a “la medida común del lenguaje” y a las
pretensiones totalizadoras del sistema sígnico prevaleciente o dominante en una sociedad
dada.
Frente al discurso de dicho sistema que reprime a la palabra imponiéndosele como una
falsa conciencia, y por virtud de la palabra poética, el deseo que estaría en la base de la
constitución de los signos, vuelve a panetrar en el lenguaje que así encarnado toma la
densidad de un cuerpo verbal. Para llegar a esta materialización, la palabra poética asume “el
terror de los signos inciertos”, aquellos contra los cuales “en toda sociedad” –Roland Barthes-
se desarrollan técnicas destinadas a fijar la cadena flotante de los significados”. Estos signos
inciertos lo son, pero no de una vaguedad significativa; significan la resistencia a la congelación
de los significados en virtud de la cual se instaura el verdadero terror no vivido que implica la
falsa conciencia de la realidad como producto de las técnicas sociales y represivas de
significación.
Nathalie
a lo largo de Francia.
Me hago literatura.
en tránsito
sabiendas
saldo de su negocio
Esos antepasados eran los míos, pues aunque los adquirí a vil precio
en relación a la nada
del Soho
del celuloide.
imaginario
reloj
para ellos y para mí, pero no para ellos: los veros vecinos de
Washington Square.
recuerdo
Porque la realidad estará allí donde ese parásito del ser se pasée
gozando de su inanidad
mitad de su alma
Manhattan
Me he desaparecido;
se ocultaba, lo oculta,
A Franci (fragmento)
sigue un nombre incompleto uno de los que ustedes usan me perdonarás que le agregue una
s.
Apuraré mi regreso
y tú serás mi ruina.
a envidiar
a los muertos.
Vigilantes y vigilados
Vigilantes y vigilados
Perseguidos y perseguidores
Poseedores y desposeídos
Agredidos y agresores
Degolladores y degollados
Allanados y allanadores
En mi adolescencia era lugar común hablar de Lihn y de Teillier como de dos opciones
enfrentadas. Los muchachos sensibles, los que no querían envejecer (o los que querían
envejecer de inmediato), preferían a Teillier. Los que estaban dispuestos a discutir la cuestión
preferían a Lihn. No era esta la única de sus virtudes.
Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo
cuestiona todo. Esa voz, sin embargo, no sale del infierno,
ni de las profecías milenaristas, ni siquiera de un ego
profético, sino que es la voz del ciudadano ilustrado, un
ciudadano que espera llegar a la modernidad o que es
resignadamente moderno. Un ciudadano que ha aprendido
la lección de Parra, su maestro y compañero de
travesuras, y que en ocasiones nos ofrece una visión
latinoamericana refulgente y original. Todo el fulgor, sin
embargo, en Lihn está tamizado por un ejercicio constante
de la inteligencia.
¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se
hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos, aunque
sólo sea por las almas puras, por los príncipes idiotas y por los alegres analfabetos que el país
produjo con extraña generosidad y que aún hoy, según cuentan los viajeros, sigue produciendo,
aunque en cantidades más limitadas. Bajo cierta luz, Lihn también podría ser un príncipe idiota
y un alegre analfabeto.
En el ejercicio de la poesía, a la que siempre le fue fiel, sólo hay un poeta en lengua
española que se le pueda comparar, Jaime Gil de Biedma, aunque el abanico de registros de
Lihn es mucho más amplio. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e incluso del
libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más libre. En la narrativa no alcanzó las cotas
de Donoso o de Edwards, aunque siempre quedará la sospecha de que en el fondo, como por
los demás todos los grandes poetas de ese país, juzgaba el arte de crear ficciones como algo
innecesario, algo que no le iba a salvar la vida. Sus cuentos, sin embargo, siguen vivos, como
sigue viva “La orquesta de cristal”, libro mítico por inencontrable y al cual no me atrevo a llamar
novela, aun pese a saber que si hay que llamarlo de alguna manera es la palabra novela la que
más se acerca a ese libro misterioso. De hecho, hay dos prosistas en la generación del
cincuenta que están por descubrir: Lihn y Giaconi.