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colombiana
Por: Cayetano Betancur Campuzano
–publicado en Revista de las Indias, No. 4, 1939, pp. 593-606–
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Ciertamente en Colombia no ha existido nunca una escuela
filosófica; no poseemos trabajadores consagrados a estas
disciplinas, y lo que ha habido es episódico y circunstancial.
Pero sin que sea necesario compartir un relativismo
filosófico, pues bastaría un relativismo sociológico del saber
filosófico, la filosofía en su historia ha sido siempre la expresión
de una vivencia contemporánea, de un grupo de problemas que
las comunidades culturales poseen en un momento dado y que
los filósofos toman para someterlos a reflexión.
Y en este campo no es menester que vayamos más atrás
de Kant. De este filósofo en adelante podemos empezar a
comparar problemáticas.
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Los problemas lógicos han quedado igualmente al margen de
nosotros. Hemos combatido el silogismo por mero espíritu
práctico o lo hemos defendido por pura afección sentimental. En
general, no hemos padecido la inutilidad del razonamiento
deductivo en nuestras exposiciones y para la demostración de
nuestras tesis. En consecuencia, no nos ha apremiado la
corriente, en otros tiempos reinante, del método inductivo, de las
generalizaciones pacientes tras una larga tarea de hipótesis y
experimentación. Y finalmente, también como corolario, vemos
con sorpresa el movimiento europeo, no sólo en el grupo de los
filósofos, sino en el de los científicos, insatisfechos del
inductivismo del siglo XIX, que regresa a la lógica tradicional,
conscientemente superada en todo lo que ella tenía de virtual
hostilidad al método inductivo.
Y lo dicho sólo se refiere a la vida de las ideas lógicas en
nuestro país. Que en cuanto al estudio teórico mismo, qué raro
es el que ha llegado, no ya a las muy agudas disquisiciones de
Husserl sobre la lógica del sin-sentido y la lógica del contra-
sentido, sino aun a las más ingenuas e inocentes, aunque no
escasas de finura de John Stuart Mill.
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No sentimos tampoco la urgencia metafísica. Por desgracia
prepondera el concepto vulgar de que metafísica es todo lo
ignorado, aunque no sea ignorable ni se deba ignorar. Pero en
círculos más elevados, el campo de la metafísica no es tenido
siempre como esa región de lo inexperimentable por principio, y
cuando se habla de metafísica se mezclan informemente en ella
lo naturalístico con lo místico.
Muy poco interesa distinguir entre los que conciben a Dios
como un mero ideal normativo, o los que lo tienen como un
valor de objetividad pero sin más realidad que la del valor, y,
finalmente, los que juzgan que es una existencia supratemporal.
La oposición entre alma y espíritu, tan largamente elaborada
por la filosofía hasta culminar en Luis Clagges, nos tiene sin
cuidado. Y así nos llenaría de admiración el que los filósofos
actuales ocupen largas páginas en mostrar cómo esa distinción
no es tan radical; cómo para muchos, ella no existe realmente...
Pasó sin que la viviéramos, la época en que se buscaba con
afán un fundamento inductivo para la metafísica. Y así apenas
entendemos aquí a los que, tras pregonar el fracaso de este
empeño, tratan de darle a la metafísica su objeto y su método
propios.
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En igual mezquindad se encuentra nuestra vida ética. Nos hacen
falta los grandes caracteres morales que, en crisis ante la
necesidad de buscar un fundamento a sus prácticas éticas,
empujan la reflexión, ya sea hacia una moral utilitaria y
relativista, ya hacia el absolutismo de una moral formal de tipo
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En el campo de las ideas psicológicas fundamentales no vivimos
mejor. Los psicólogos apenas distinguen entre el estudio
metafísico del alma y el experimental de lo psíquico. Y si esta
distinción es consciente, no saben de la profunda crisis sufrida
en nuestros días por esa ciencia con las nuevas doctrinas de la
estructura. En realidad, nuestros psicólogos no se dan cuenta de
que participan radicalmente del asociacionismo o mecanicismo
psicológico, y si en algún caso toman un fenómeno psíquico en
su totalidad y tratan de comprenderlo así, rechazando la idea de
que pueda estar compuesto de elementos simples, lo hacen sin
pensar que en esta forma trastornan todo el método
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En sociología apenas hemos llegado al material. El tránsito de
una sociología de contenido y causalista a una sociología formal
y descriptiva; el paso de Durkheim y Levy-Brüll a Simmel y von
Wiessen y de allí a la gran síntesis de Max Weber, se ignora
entre nosotros con la más jubilosa de las inconsciencias.
Sociólogos hay que hacen mera historia, en el sentido de
conocimiento de lo valioso concreto del pasado. Historiadores
existen que pretenden que sólo hay historia cuando se logran
encontrar las leyes abstractas del devenir, devenir que
desaparece justamente en lo abstracto de sus leyes.
Nuestro marxismo se encuentra en la etapa primitiva en que
se creía que toda la doctrina del autor del Capital se sintetizaba
en esta simpleza: que el fenómeno económico causa y determina
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Y si de aquí pasamos al derecho, a nuestra vida jurídica, nos
sorprende cómo en esto, en lo que debiéramos poseer una
actividad más intensa, estemos en semejante estancamiento.
En primer término, nuestra interpretación del derecho
positivo es sencilla e ingenua. Nuestro positivismo jurídico, si
existe, es informe y sin estilo: no pasa de ser esa idea
sonambúlica consistente en sostener que ser positivista en
derecho es no admitir más norma jurídica que la que está
materialmente en la ley.
La distinción de Gény entre lo construído y lo dado en el
derecho, carece de vigencia entre nosotros por una razón
primordial: porque carecemos de escuelas jurídicas de gran
conciencia que hayan hecho sobre el derecho positivo grandes
hipótesis de trabajo, grandes construcciones jurídicas. En estas
condiciones, por falta justamente de un gran conceptualismo
jurídico, tendremos que vivir en forma muy mediocre las
recientes tendencias europeas con las que se busca retornar a la
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Otros estudiarán e paralelismo de estos conceptos en la literatura, el
arte, las ciencias matemáticas, físicas y biológicas, campos en los
cuales no estamos a mayor altura de los que dejamos descritos.
Sí debemos insistir en que nuestras tesis sólo son válidas para los
grandes números, esto es, en el campo de los meros fenómenos
sociológicos culturales. No desconocemos, lo que sería insensato, que
existen entre nosotros quienes vivan en perenne sintonía de lo que
acontece en grupos culturales de mayor altitud. Pero ésos gozan de
una insularidad de dioses: no se les oye, ni tienen resonancia en las
grandes masas cultas.
Sería inepto y de una frescura que vendría a comprobar en mucho
lo que dejamos dicho, objetarnos en el sentido de que somos pueblos
jóvenes que no podemos poseer las grandes figuras que sólo producen
lo estados superiores de cultura milenaria. Aparte la necesidad de
distinguir en el concepto de juventud de los pueblos, quiero exresar
una vez más que no echo de menos al gran pensador, al gran político,
al jurista y al sociólogo geniales, sino al material humano con todas
sus inquietudes y problemas, que hacen posible el surgimiento de
aquellos hombres superiores, aunque de hecho muchas veces no
aparezcan.
Cf. C. Betancur, “Más allá de la realidad”, en: La Tradición, febrero de 1936, pp. 6-9. En este artículo,
preocupado también por la historia y el estado de la cultura colombiana, pero en su dimensión
política, el autor muestra cómo tanto la democracia moderna, como los gobiernos fuertes, son hijos
del racionalismo, y cómo en Colombia, no habiendo padecido nunca períodos racionalistas, y
sordos al ideal bolivariano de un gobierno fuerte, “tuvimos que rodar con nuestra democracia que
por no ser racionalista (...) es demagogia” (p. 8) [N. del E.].
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Tal vez la causa de todo esto sea entre nosotros la falta de honda
meditación filosófica. Porque, como se desprende de lo dicho, todo
aquello de que adolecemos, pertenece al campo de los primeros
principios en los órdenes del saber y de la acción.
En suma, lo que nos falta son las grandes crisis. Este concepto de
“crisis” como fundamental en la explicación de todos los grandes
acontecimientos de la historia, apenas ahora empieza a revelársenos.
Pero ya lo tenía escrito Nietzsche: “donde no hay caos no puede surgir
ninguna estrella”.
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