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NÚMERO 60

Fotografía de Beatrice Velarde

Junio, el mes más intenso de Cusco


Inti Raymi, la tremenda celebración del sol en Cusco, heredada de los tiempos de los de los
incas, comparte el mes de junio con la celebración del Corpus Christi. Quien logra apartarse de
las multitudes y mezclarse con la población local, tiene asegurada, cuando menos, una
experiencia embriagadora.
Por Rolly Valdivia Chávez | diciembre 2006-enero 2007 | Tags: cusco, inti raymi, sol, corpus christi

Y ésta es la historia de un día que se perfilaba como opaco y tristón, de una jornada plúmbea y lluviosa en la que todo hacía
presumir que nada o nadie —ni siquiera aquel hombre cobrizo que proclamaba ser el hijo legítimo del Sol— sería capaz de
iluminar el horizonte marchito o colorear las brumas que aprisionan al cielo del Cusco.

El suceso es extraño y hasta cierto punto irónico, porque justo hoy se celebra el Inti Raymi o Fiesta del Sol, y es por eso que
toditos los cusqueños, y toditos los turistas venidos de medio mundo, esperan la brillante aparición del invitado principal,
oculto entre nubes obsesionadas de tormenta.

A pesar de los esfuerzos del inca de piel cobriza y su séquito imperial, el Inti Raymi es, por ahora, una fiesta sin sol pero, eso
sí, con una lluvia sorpresa.

“Mala suerte wayki (hermano)”, dice una voz entre el gentío con altas dosis de razón, ya que en los días previos al 24 de
junio, fecha de la esperada ceremonia, el llamado astro rey había calentado de lo lindo.

Y es que ese mismo sol que hoy no sale ni por el Este ni por el Oeste, no se había perdido ninguna de las actividades que los
cusqueños realizan en junio, el mes jubilar de la eterna capital del país de los incas.

Es propicio recordar en este momento cómo calentó en las vísperas, cuando los hombres y mujeres de la ciudad y el campo,
de las universidades y las escuelas, de las entidades públicas y privadas, tomaron la Plaza de Armas. Y se desató el jolgorio
con danzas de las punas, danzas de los valles, danzas del Perú milenario. Latidos ancestrales porque baila el pueblo, los
hijos de los Andes al son de las quenas y antaras, al tronar de los bombos y tambores.

El intenso desfile folclórico es una muestra de las danzas que se ejecutan en las celebraciones populares y religiosas de la
región. Todo es movimiento, pasión de altura que une y convoca a peruanos y extranjeros. Vibra el Cusco en la antesala
bailada o bailable del Inti Raymi, una fiesta de raíces prehispánicas que coincide con el solsticio de invierno y que habría
sido la principal conmemoración del Tawantinsuyo (el nombre del Estado inca).

Es bueno aclarar —para no dejar sombras respecto a la objetividad de este escriba— que lo dicho al final del párrafo anterior
no es una afirmación antojadiza surgida en el fragor del festejo; por el contrario, ésta tiene su sustento en los Comentarios
Reales de los Incas del célebre inca Garcilaso de la Vega (Cusco, 1539-Córdoba, España, 1616), el primer escritor mestizo del
Nuevo Mundo.

Según Garcilaso, el sol era el dios supremo y el “padre natural del primer inca Manco Cápac y de la coya Mama Ocllo Huaco
y de los reyes y de sus hijos descendientes”, como lo recuerda la profesora emérita de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, María del Carmen Martín Rubio, en un artículo publicado en el boletín del Museo de Arqueología y Antropología de
esa casa de estudios.

En su texto Inti Raymi: La Fiesta del Solsticio Inca, Martín Rubio refiere que según el cronista español Juan de Betanzos,
fue Pachacútec —el transformador del mundo— quien ordenó “una fiesta al Sol muy solemne, en la cual se hacían grandes
sacrificios para dar gracias por poder disponer de tierras de labor y por los maíces cosechados en ellas”.

De Betanzos escribió aquello en 1551, pero, al leerlo hoy y al ser partícipe de la algarabía de los centenares de danzantes que
hacen colapsar el centro histórico de una ciudad que siempre será histórica, se hace evidente que aquí, en el Cusco, se sigue
honrando al sol bendito y a la tierra pródiga. Se mantiene el fragor, la música de esas comparsas que rodean la plaza
cosechando aplausos y vítores, para luego llevarse su ritmo, su encanto y sus colores por callecitas empedradamente
estrechas o avenidas maquilladas de modernidad. Todo eso en las vísperas del 24, en las horas previas al día opaco y tristón
que empezamos a describir.
Otra información vital para comprender por qué junio es o debería ser sinónimo de la frase “ir al Cusco”, es la celebración
del Corpus Christi. Con tantos bailes, procesiones y rituales, el sexto mes del año se convierte en una imperdible lección de
historia, en una muestra del mestizaje cultural y el sincretismo religioso que cimientan al Perú.

Y es que en el junio cusqueño ni bien se termina con una fiesta se comienza con otra. Así no se pierde la costumbre, así se
honra a los santitos y virgencitas de las parroquias en el Corpus Christi —60 días después de la Semana Santa—; y se rinde
pleitesía al Sol, los apus (montañas protectoras) y la pachamama (madre tierra) en el Inti Raymi. De esa manera, nadie se
resiente.

El Corpus de la Ciudad Imperial es sobrecogedor por la cantidad de imágenes que salen en procesión. Al respecto, los
estudiosos dicen que antes de la llegada de las huestes ibéricas, las momias de los incas eran “paseadas” por las calles. Se
dice también que los sacerdotes católicos se valieron de esta costumbre y reemplazaron los cuerpos de los ex gobernantes
por imágenes de santos y vírgenes.

Los herederos de una de las grandes civilizaciones del mundo comparten su cosmovisión, y claro, también uno que otro
traguito, con los viajeros y turistas que escapan de los tours, para echarse a andar por calles y plazas impregnadas de
honesta fe y jolgorio. Una fe que puede vivirse si uno se une a una comparsa trepidante, cuando los santitos ya han vuelto a
sus templos y todos se preparan para el Inti Raymi.

LA ESPERA
No crean que me he olvidado de la jornada plúmbea y lluviosa que mencioné al inicio de esta crónica que ya empieza a
parecerse a cualquier cosa menos a una crónica. Lo que pasa es que en verdad uno trata, se esfuerza por escribir seriamente
sobre el Inti Raymi, desde su inicio en el Qoricancha hasta el final en Saqsaywaman, pero de pronto, en lo mejor de la
descripción, aparece en el texto que estoy en una de las naves de la Catedral, rodeado de las imágenes principales de las
iglesias cusqueñas.

Así es difícil ordenarse. Así dan ganas de tirar el texto a la basura para contemplar en respetuoso silencio a los santitos y
vírgenes del Corpus que se reúnen en la Catedral, o unirse a una de las comparsas provenientes de la provincia de
Paucartambo, la capital folclórica de la región. Pero no. Otra vez estoy en la víspera del Inti Raymi. En la Plaza Regocijo,
donde los bailarines descansan y brindan. Allí me entero y me invitan a la fiesta de la Virgen del Carmen de Paucartambo,
que se celebra en julio (15 al 17).

Pero ésa es otra historia y la dejamos ahí. De lo contrario no terminaríamos nunca. Así que prometo centrarme en los
detalles de la ceremonia del Inti Raymi, porque en opinión de los conocedores, la ausencia del astro será momentánea,
breve, apenas una anécdota que contar al final del día. Más temprano que tarde —pensaban los espectadores— los
candentes y poderosos rayos de la divinidad incaica condenarían a la evaporación absoluta a las gotas de esa lluvia frágil y
hasta ridícula que se atrevía a humedecer la pétrea piel urbana del Cusco en los instantes previos a la gran celebración.

Esperar era el mejor remedio para curar la congestión del cielo. Diez, quince, treinta minutos. Una hora. Nada. Mejor
protegerse de la lluvia, refugiarse bajo un alero o intentar comprar un impermeable “a un solcito, nada más y nada menos,
estimado caballerito. Anímese”… Se busca y no se encuentra. Es inútil, hoy no hay solcito ni en el cielo ni en la billetera.
Mala suerte señor caballerito.

Fiesta bajo la lluvia. Fiesta que se inicia tempranito en el Qoricancha (Recinto de Oro en español) o Templo del Sol. Y de
tanto sol esto ya empieza a parecerse a un trabalenguas, porque ahora todos esperamos la salida del sol y de su hijo, el Inca,
quien saldrá a saludar a su padre, es decir al Sol.

Lo que se preguntan los irreverentes es a quién saludará el Inca, si el taita inti (padre sol) no aparece por ningún lado; de
pronto, el sonoro ventarrón de los pututus (caracolas) y la aparición torrentosa de harawis (músicos), aqllas (mujer escogida
al servicio del Sol), guerreros y demás miembros del séquito real, incluida la qoya (esposa del Inca) copan las explanadas del
viejo templo.

La ceremonia empieza. Solemnidad, brillo y esplendor. El ritual del Inti Raymi se repite y perdura en las alturas de la
cordillera porque centenares de cusqueños reviven las costumbres de los hijos del Sol: ese hombre que aparece, señorial e
imponente, es o será por unas horas, un auténtico Inca, y su voz retumbará en la ciudad y en las montañas. Llegará hasta el
cielo.

Claro, un cielo sin sol. El soberano no pudo convocar a su dorado y lejano padre en el Qoricancha, quien tampoco se
presentó en la Plaza de Armas, donde el vistoso séquito continuó con los rituales.

Pero el hombre cetrino que representa al gobernante de los Andes no arredra en sus ímpetus. Se trata de Alfredo Incaroca
Concha, profesor de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, quien asegura con manifiesto orgullo y
conmovedor entusiasmo, ser un auténtico vástago del Sol.

Sus palabras podrían tomarse como un exceso artístico, pero encuentran asidero en una serie de documentos de la época
virreinal, entre ellos una carta de Carlos V que demuestra el linaje imperial de la familia del protagonista principal del Inti
Raymi.

El heredero simbólico de la mascaipacha (corona que simbolizaba el poder de los soberanos quechuas) sería descendiente
directo, directísimo, de la panaca real (familia) de Inca Roca, el sexto gobernante, quien embelleció el llamado ombligo del
mundo y ensanchó los límites del pujante imperio.

Don Alfredo saluda a su “padre” y conversa en quechua con los apus (montañas sagradas). Su voz portentosa y sus gestos
augustos no parecen ser el recurso histriónico de un genio de las tablas, sino los actos naturales de un ser acostumbrado a
ejercer el poder por mandato divino.

Quizá por esta razón, durante varios años ha sido el “Inca Oficial” de la Fiesta del Sol. Acompañado por medio centenar de
actores —casi todos cusqueños, casi todos andinos—, la ceremonia continúa con rigurosa solemnidad en la Plaza de Armas,
a la que el Inca llega en litera como en los buenos tiempos, se invoca con unción a los apus, para luego prolongar el ritual en
el Parque Arqueológico de Saqsaywaman, afuera de la ciudad.

¿Saldrá el sol?, se preguntan los policías que tratan de mantener el orden u ordenar el desorden en las calles del centro, los
taxistas que te llevan por menos de un dólar a cualquier rincón de la ciudad, los artesanos del barrio de San Blas y hasta los
turistas que leyeron en sus guías que en junio llueve casi nada, digamos nunca, en el Cusco imperial.

Lo cierto es que el astro rey, sea por olvido o por un repentino arranque de timidez, no participa de su fiesta, bonita, añeja,
condenada al olvido eterno por los extirpadores de idolatrías de la época colonial; rescatada para siempre en 1944, cuando
el entonces presidente de la República, Manuel Prado, presenció el “nuevo” Inti Raymi en Saqsaywaman.

Al respecto, Martín Rubio señala que los “primeros Intis Raymis tuvieron un sentido evocativo y turístico, pero desde 1965
se comenzaron a representar bajo la dirección de prestigiosos profesionales: arqueólogos, catedráticos y músicos, quienes
académicamente se asesoran con el estudio de crónicas, piezas arqueológicas y pinturas de la Escuela Cuzqueña”. El
resultado es una magnífica ceremonia en la que participan quinientos artistas, ataviados con trajes de gran colorido y
abalorios, semejantes a los de la antigua usanza.

Ya en el recinto arqueológico y ante miles de espectadores, el Inca vuelve a saludar al sol ausente. También lo hacen los
representantes de los cuatro suyos (regiones) del imperio. Luego, el mandatario ofrece chicha en vaso de oro a su padre y a
los apus y vierte un poco de su contenido a la pachamama, para que ella beba del líquido sagrado.

Posteriormente se enciende el fuego mediante un brazalete cóncavo de oro, conocido como chipana y se pronostica el futuro
en el corazón y los pulmones de una llama (de manera simbólica). Según las antiguas creencias, si los órganos estaban sanos
e intactos, el año venidero sería venturoso.

Así transcurrían los acontecimientos en un día festivo pero extrañamente opaco, hasta que aquel hombre cobrizo que
parecía incapaz de colorear la agonía de la tarde, abrió sus brazos como si quisiera abrazar al Cusco entero, al mundo
entero, al universo entero, mientras enhebraba un dulce collar de palabras en quechua.

Y en ese instante, el hombre, el Inca, el Hijo del Sol, se dirige a su padre perdido entre las nubes de la lluvia. Su voz telúrica
se torna penetrante, profunda, conmovedora y logra convencer o enternecer al dios huidizo que se olvida de la timidez para
brillar, pletórico y refulgente. En ese instante, todos lo adoran y alzan las manos agradeciendo su bienhechora presencia.

Ahora se impone el silencio. Silencio y luz, silencio y lluvia en una jornada que terminó de ser plúmbea para convertirse en
un relato increíble, fantástico, casi mágico, porque justo detrás del Inca y sus sacerdotes y amautas imperiales (maestros),
aparece la curva perfecta, hipnotizante, y asombrosa del arco iris.

Sol, lluvia y arco iris en un final inédito e inesperado, fuera de programa. Un plus para los turistas que ocupan varias
tribunitas armadas para la ocasión (el ingreso es pagado), una señal de buenos tiempos para los lugareños que atiborran
Saqsaywaman y miran al Inca con respeto, quizás hasta con veneración… y es que “sus palabras convencieron a Taita Inti,
¿no es cierto joven?”.

Ya no sé qué creer. Sólo observo en respetuoso silencio el final de la representación, el retiro del séquito imperial y de los
viajeros; claro, también el ingreso del pueblo cusqueño que ahora ocupa el escenario de la ceremonia, para danzar y beber,
para seguir festejando hasta el amanecer, hasta que el sol vuelva a salir. El Inti Raymi no termina, el Inti Raymi se reinicia…
¿recién empieza?

ÚLTIMAS RECOMENDACIONES
Para sentir el auténtico palpitar de la celebración, es bueno salir de las “tribunas para turistas” de Saqsaywaman y recorrer
los lugares de la fortaleza, donde se ubican los cusqueños.

Cuando la ceremonia “oficial” termina en Saqsaywaman, diversos grupos de danzas se apoderan del “escenario”; entonces,
la fiesta adquiere un cariz popular y espontáneo. Participar de esta explosión de alegría es una experiencia interesante.
Aunque no es recomendable quedarse “hasta las últimas consecuencias”?

MIENTRAS TANTO

BUMBA-MEU-BOIS
São Luís, Brasil
Del 13 al 30 de junio de 2007
www.ma.gov.br/turismo
En esta magnífica fiesta folclórica brasileña se hacen representaciones callejeras alegres y dramáticas de una leyenda que
involucra el ciclo vital del buey.

BLOOMSDAY
Dublín, Irlanda; 16 de junio de 2007;
www.jamesjoyce.ie,
www.dublintourist.com
El personaje principal de la novela Ulises de James Joyce recorre las calles de la ciudad en una “Odisea” urbana, y la
tradición ha dictado revivir este interesante recorrido.

DÍA DE LA MÚSICA
París, Francia; 21 de junio
http://fetedelamusique.culture.fr
Cada esquina, cada plaza y cada parada de metro se convierten cada año en el escenario informal de todo aquel que desee
tocar un instrumento y contribuir al estallido del verano en París.
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