Professional Documents
Culture Documents
La lectura de hoy es tomada de Lewis Sperry Chafer, para examinar el tema de:
INTRODUCCION
Estuvimos examinando el doble efecto del pecado del cristiano y vimos que el pecado
del cristiano afecta a dos esferas: (1) al mismo cristiano y (2) a Dios. No hay discusión
con respecto a la importancia relativa de estos dos resultados del pecado del cristiano.
Ya consideramos el efecto del pecado del cristiano sobre si mismo y pudimos ver que es
evidente que el perdón divino para el cristiano es de carácter familiar, esto es, no es la
clase de perdón que se recibe una sola vez como parte de la salvación (Col 2:13), sino el
perdón que se le concede al que ya es miembro permanente de la familia de Dios.
La unión vital con Dios, la cual se logra por medio de Cristo, nunca se ha quebrantado,
ni puede quebrantarse en la vida del cristiano de acuerdo a (Ro 8:1 “Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme
a la carne, sino conforme al Espíritu”). Esta renovación es para que el cristiano vuelva a
su comunión normal con Dios. No hay ninguna parte de la doctrina cristiana en la cual
pueda verse más claramente este carácter único y específico de la presente relación de
gracia del creyente cristiano con Dios, que en este perdón familiar.
(3) el remedio para el pecado, que son un arrepentimiento genuino del corazón,
expresado en la confesión y en la auto-disciplina; y
(4) una motivación para la acción correcta.
Se debe distinguir entre lo que motiva el comportamiento bajo la ley y bajo la gracia. El
principio motivador en la era de la gracia es diametralmente opuesto al principio
motivador del sistema de la ley. En la administración de la gracia, cualquier cosa se
hace en reconocimiento de que la posición y el mérito ya los logró Cristo, y se le
adjudican al cristiano. De esta manera el creyente genuino, agradecido, vive como es
digno de la vocación a que ha sido llamado como dice Ef 4:1
Según el motivo que la gracia presenta para la acción correcta, al creyente cristiano se le
pide que perdone a todos los que lo ofenden, así como Dios lo ha perdonado a él
completamente. Sobre este particular, leemos en Efesios 4:32: "Antes sed benignos
unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo." Y en Colosenses 3:3: "Soportándoos unos a otros, y
perdonándoos unos a otros, si alguno tuviera queja contra otro. De la manera que Cristo
os perdonó, así también hacedlo vosotros."
Comete un grave error la persona que, habiendo recibido el perdón de todas sus ofensas
una vez por todas, por medio de la fe y de la obra de Cristo, asume ante Dios la actitud
de que no está perdonada hasta que, por su propio bien, haya perdonado a todos los que
le han ofendido. Sin duda alguna, tanto Efesios 4:32 como Colosenses 3:13 no se
refieren al perdón familiar que puede repetirse muchas veces, sino al perdón que
acompaña a la salvación, el cual se concede una vez para siempre. Sin embargo, a
menudo se confunde el perdón del cual se nos habla en Mateo 6: 14, 15, que es una
explicación que da Cristo sobre una declaración que El mismo había dado en relación
con la oración del reino, con el perdón familiar. Sólo mencionaremos aquí tres de las
distinciones que deben observarse entre el perdón que corresponde al reino y el perdón-
familiar.
Cuando el cristiano fue salvo recibió el perdón por el hecho de creer; siendo salvo, él
recibe el perdón por el hecho de confesar a Dios su pecado. Tanto el confesar los
pecados como el creer son eficaces, y representan la obligación humana, que no es
compleja de ninguna manera, en sus respectivas esferas, sin necesidad de ningún ruego,
puesto que Cristo es "la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo" dice (l Jn. 2:2). No podría surgir
ninguna objeción contra la declaración de que el pasaje que se encuentra en 1 Juan 1:
1-2:2 es el principal pasaje de la Escritura que trata sobre el perdón familiar. Y hay un
hecho que dista mucho de ser accidental, y que sobrepasa en significado: que en este
pasaje, el hecho de pedir el perdón no constituye parte de la obligación del creyente
cristiano cuando se encuentra en necesidad de perdón. El pasaje no nos lo enseña, ni
mediante precepto, ni mediante ejemplo, ni siquiera por implicación.
En efecto, nadie puede por su propia cuenta ordenarle al espíritu de su propio corazón
que perdone, pues éste es rencoroso por naturaleza. La ternura de corazón y la
disposición a sufrir son características divinas que no se logran mediante el esfuerzo
humano, sino por la fe en el Espíritu que mora en el cristiano, cuyo poder y cuyo fruto
están a la disposición de aquellos que, habiendo confesado todo pecado conocido, entre
los cuales se incluye el rencor, reciben el poder para mantener toda clase de actitud
correcta hacia Dios.
Tercera: el lugar y la importancia que ocupa el mérito humano en Mateo 6: 14, 15, es
una indicación que sirve para demostramos que ese pasaje no se refiere al perdón
familiar de la gracia. El perdón del cual nos habla este pasaje precede al perdón divino y
lo determina, y por tanto, es de carácter meritorio; mientras que en 1 Juan 1:9 se nos
presenta una situación en la cual se abandona todo mérito supuesto, y se hace una
humilde confesión del pecado, y la gracia reina, basada, como tiene que estarlo, sobre la
propiciación que es en Cristo.
La confusión que puede surgir cuando no se distinguen las verdades que difieren, puede
ilustrarse con el caso de ciertos predicadores que, por una parte arguyen honestamente
que, según Mateo 6: 14, 15, ningún cristiano que no perdone podrá ser perdonado; y
por otra arguyen tan honestamente corno en el primer caso, que el cristiano no debe
perdonar a los que lo han ofendido hasta que éstos le hayan pedido el perdón. La lógica
de ésta posición es obvia: Si un cristiano sólo puede ser perdonado cuando perdona, y si
él no debe perdonar hasta que los que lo hayan ofendido le pidan el perdón, entonces él
no puede recibir el perdón de Dios por sus propios pecados hasta que todos los que lo
hayan ofendido a él se hayan arrepentido. Esta es en realidad una perspectiva bastante
ambigua, para decir poco.
La obligación del cristiano hacia su hermano en Cristo está en un plano tan elevado que
nadie pudiera esperar lograrlo mediante sus propios recursos; y esta dependencia de los
recursos propios es la esencia de la relación que depende de los méritos. ¿Quién pudiera
en realidad, mediante esfuerzos humanos, sin ninguna otra clase de ayuda, cumplir el
nuevo mandamiento de Cristo: "Que os améis unos a otros, como yo os he amado"?
(Jn.13:34; 15: 12).
La obligación de cada cristiano para con los demás cristianos se expresa en términos
como éstos:
"soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor" (Ef.4:2).
"Antes sed benignos unos con otros, misericordioso s, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" (Ef.4:32).
"Vestíos, pues, ... de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el
vínculo perfecto" (Co1.3:12-14).
Nos quedan todavía tres importantes porciones de las Escrituras que se refieren al hecho
de que Dios ha tratado siempre en forma específica y constantemente con las
profanaciones del pueblo con el cual hizo pacto.
(1) En Números 19:1-22 se nos informa sobre una ordenanza de la ley de Jehová, que
El proveyó para el sacrificio y la incineración de una vaca alazana, y especificó que las
cenizas de la vaca debían preservarse, y que, al mezclarlas con agua cuando la ocasión
así lo demandara, servirían para la purificación, mediante el rociamiento de esa mezcla
sobre cualquier israelita que estuviera inmundo. Estas cenizas de la vaca alazana, que se
preservaban en un vaso y que servían durante un largo período de tiempo para la
purificación, llegaron a ser símbolo de la limpieza perpetua que la sangre de Cristo le
garantiza al hijo de Dios (1 Jn.l:7 ,9).
(2) En Exodo 30:17-21 se nos presenta el informe sobre un mandamiento que Jehová le
dio a Moisés, con respecto a la fuente de bronce que, por decisión de Jehová, estaba en
la entrada del Lugar Santo, en la cual debían lavarse las manos y los pies los sacerdotes,
antes de cada servicio que fueran a realizar en el Lugar Santo. El sacerdote que no
cumpliera este estatuto merecía la pena de muerte. El sacerdote, aunque había nacido
para este oficio, aunque era de la casa de Aarón y de la tribu de Leví, y aunque había
sido completamente purificado ceremonialmente al ser introducido en el ministerio
sacerdotal, sin embargo, estaba obligado a observar el lavamiento ceremonial de sus
manos y de sus pies (los miembros del cuerpo que están en contacto con la profanación
del mundo) antes de cada servicio. El sacerdote del Antiguo Testamento es un símbolo
del creyente cristiano del Nuevo Testamento; y el constante lavamiento de los
sacerdotes en el Antiguo Testamento simboliza la constante purificación del creyente
cristiano en el Nuevo Testamento, el cual nació para esta posición mediante el nuevo
nacimiento y fue lavado una vez y para siempre mediante el lavamiento de la
regeneración (Tit 3:5 “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
(3) En Juan 13:1-17 encontramos el re1ato del lavamiento de los pies de los discípulos,
el cua1 lo cumplió Cristo. Cristo distingue e1 1avamiento que El estaba realizando
como un lavamiento parcial y muy diferente en realidad del lavamiento cabal al cual El
mismo se refiere en el versículo 10 de ese capítulo “El que está lavado, no necesita sino
lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos”.
Este lavamiento parcial implica que estos discípulos, con excepción de Judas a quien
Cristo despide de la compañía, estaban completamente lavados y ya no tenían necesidad
de lavamiento ulterior, a menos que fuera el lavamiento de los pies. De igual modo, este
lavamiento' parcial tenía como objetivo el mantenimiento de la comunión, tal como se
indica en las palabras: "Si no te 1avare, no tendrás parte conmigo" (en el versículo 8).
Se puede concluir, por tanto, que ha habido una purificación continua, además de la
purificación inicial que se cumple una vez y para siempre, la cual ha provisto y prescrito
Dios para su pueblo en todas las edades; y que, en la era presente, la única
responsabilidad humana en este sentido es la de un verdadero arrepentimiento o cambio
de pensamientos con su correspondiente manifestación externa, que es la confesión;
pero, por el lado divino, el perdón y la limpieza del cristiano sólo se hace posible por
medio de la sangre propiciatoria de Cristo.
De importancia mucho más profunda son los aspectos relacionados con el efecto que el
pecado del cristiano causa en Dios, que los efectos que causan en él mismo.
La Palabra de Dios no se presta a apoyar en ningún sentido la idea de que hay pecados
buenos y pecados malos, o de que Dios puede conceder alguna clase de perdón fuera de
la obra sustitutiva de Cristo. El pecado, aun en su forma más inofensiva, es sumamente
perverso ante los ojos de Dios y, si no fuera por la sangre eficaz de Cristo, esos
pecadillos tendrían el poder de separar al cristiano de Dios para siempre. Pero, puesto
que el sacrificio de Cristo por el pecado abarca todos los pecados, el poder del pecado
para separar al cristiano de Dios queda anulado, aunque, como ya lo vimos, el cristiano,
por causa de su pecado puede experimentar la trágica pérdida de su comunión con Dios,
el gozo celestial, la confianza y la paz.
Habiendo presentado el efecto del pecado del cristiano sobre sí mismo y habiendo
declarado cuál es la responsabilidad humana en el aprovechamiento del remedio, el
apóstol Juan continúa en (l Jn.2:1 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo”) presentando la verdad de que también hay remedio divino para el efecto del
pecado del cristiano en Dios; pero que esta curación está completamente separada de la
responsabilidad y de la cooperación humanas. Sólo Dios puede resolver sus propios
problemas relacionados con la situación que le crea el pecado del cristiano ante su
santidad y su autoridad. La salvación que El ofrece por medio de Cristo es eterna.
Esto significa que toda posibilidad de condenación que pudiera surgir ya ha sido
prevista y se han hecho las provisiones necesarias. El cristiano no puede cooperar en
ninguna forma en cuanto a la provisión de una base justa, ni para su salvación ni para su
seguridad. Un solo versículo, 1 Juan 2:1, presenta una amplitud de doctrinas
estrechamente relacionadas. El versículo dice:
"Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo."
Cinco aspectos que contribuyen a una misma verdad deben distinguirse en este
versículo:
Primero: "Hijitos míos". Mediante esta salutación queda en evidencia que el mensaje
sólo se dirige a los que son hijos de Dios. Se debe hacer hincapié en que la seguridad
que revela este pasaje, y la obra divina que se indica para esa seguridad, tienen que ver
sólo con los que han nacido de nuevo.
Segundo: " ... estas cosas os escribo para que no pequéis" - para que no estéis pecando.
Es probable que esto se refiera a las cosas que ya ha dicho como también a las que ha de
seguir diciendo. El Apóstol había previsto que el efecto de esta epístola fuera el de
disuadir a los verdaderos cristianos de la práctica del pecado. El Apóstol presenta aquí
la gran verdad de la seguridad eterna como un motivo para no pecar. En realidad,
cuando el creyente cristiano comprende perfectamente el hecho de la seguridad eterna
que hay en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo, siempre ha demostrado, en la experiencia
de su vida práctica, que sirve de impedimento al pecado.
Tercero: " ... si alguno hubiere pecado". Aquí no puede haber duda alguna sobre la
verdad de que el Apóstol se está refiriendo al mismo grupo limitado de los que son
salvos. La expresión "hijitos míos", que constituye la salutación, y el pronombre
"nosotros", implicado en la primera persona del plural del verbo "tenemos", son
suficiente evidencia de que estos beneficios son sólo para los salvos.
El hecho de que los cristianos pecan es patente. La fuente del pecado en el cristiano, es
la naturaleza de pecado, y la fuerza de esa tendencia puede verse en que el impulso a
pecar domina a menudo toda clase de restricción. Dios ha provisto tres grandes factores
que restringen la posibilidad de pecar en el cristiano:
1) Su Palabra (Sal.ll9:11 “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar
contra ti”),
2) El Espíritu Santo que mora en él (Gá 5:16 “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y
no satisfagáis los deseos de la carne”) y
3) la intercesión de Cristo (Lc 22:31-32 “31Dijo también el Señor: Simón, Simón,
he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; 32pero yo he rogado
por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”).
Pero también nos ha revelado Dios que cualquiera de sus hijos, si persiste, puede hacer
caso omiso de esas fuerzas restrictivas. Sin embargo, cuando la voluntad del creyente
cristiano está de acuerdo con la voluntad de Dios, estos mismos factores restringentes
son los que capacitan al cristiano para vivir según se lo indica Dios.
Cuarto: " ... abogado tenemos para con el Padre". La palabra “abogado”; se emplea
para designar tanto al Espíritu Santo (Jn 16:7 “Pero yo os digo la verdad: Os conviene
que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me
fuere, os lo enviaré”) como a Cristo (l Jn 2:1).
Cuando Cristo dijo que el Espíritu Santo es "otro" “abogado”, con esa declaración
estaba indicando que El mismo era un verdadero Ayudador para sus discípulos en ese
tiempo. Sin embargo, su actual ministerio en el cielo como “abogado”; ya ha tomado la
forma legal. Como Abogado, El expone la causa de otro ante el tribunal.
En Apocalipsis 12:10 se nos dice que Satanás no cesa día y noche de acusar a los
hermanos delante de Dios. La acusación que se presenta ante el tribunal es la de que el
hijo de Dios realmente ha cometido el pecado. Puesto que Dios es infinitamente santo,
tiene que actuar con absoluta justicia contra todos los que hayan cometido ofensas. El
acusador de los hermanos no presenta falsos cargos. Debe observarse que Cristo, como
Intercesor, considera y apoya al cristiano en atención a la debilidad, inmadurez e
ignorancia de éste; pero como Abogado, El se enfrenta a la más seria situación que
pudiera presentársele a un hijo en la casa de su Padre celestial. Como Abogado, El
defiende al creyente cristiano, aun cuando éste es acusado de pecados que realmente ha
cometido.
Quinto: " ... Jesucristo el justo". Es el título que recibe el Abogado por el cumplimiento
de esa función. Así se nos revela que el oficio que hace el Abogado no sólo salva al
ofensor de los santos juicios de Dios, sino que la defensa se hace sobre bases tan justas
que al Abogado, por el hecho de la defensa que cumple, se le da el título de "Jesucristo
el justo". Este título no tiene relación con el propio carácter santo de Cristo, pues en
este sentido El es justo en grado infinito; más bien tiene relación con la base justa en
que se afirma el Abogado para librar al ofensor. Esta liberación la cumple El, a pesar de
las inalterables demandas de la santidad de Dios y a pesar de que son ciertas las
acusaciones de Satanás.
Como Abogado en el cielo y a favor del cristiano que peca, Cristo presenta la defensa
basada en la evidencia de su propia muerte, y así prueba el hecho de que El sufrió el
castigo por ese pecado en la cruz. La remoción del castigo de sobre el creyente
cristiano, por el hecho de que el mismo Abogado ya sufrió ese castigo en la cruz, es una
transacción de justicia insuperable.
No hay ningún motivo que sea más efectivo para llamar al hijo de Dios a que abandone
el pecado, que aquel que resulta aunque sea de un conocimiento parcial de lo que él le
impone con su pecado a su Abogado en el cielo.
Se puede, por tanto, concluir que el remedio para el pecado del cristiano se basa en el
aspecto propiciatorio de la obra de Cristo que tiene en cuenta el pecado del cristiano; y
que, sobre esa base, el efecto del pecado del cristiano sobre sí mismo sólo puede ser
removido mediante la confesión del pecado; y que el efecto del pecado del cristiano en
Dios tiene su cura en la misma obra propiciatoria de Cristo, pero sin ninguna
contribución humana, puesto que Cristo, como Salvador, toma para sí no sólo la acción
de salvar a los pecadores, sino la de cuidar a los salvos.
Para terminar el estudio específico sobre el pecado personal del cristiano, podemos
volver a decir que el pecado es tan malo cuando lo comete el cristiano como cuando lo
hace el que no es salvo; que el cristiano peca contra una luz más grande, contra su
íntima relación con Dios, desde una posición más elevada, por estar en Cristo, y contra
una norma más elevada de vida, que no es otra que la de la ciudadanía celestial, la que
corresponde a la manifestación de Cristo en su carácter.
También se nos declara que el cristiano está más asediado que el que no es regenerado,
por el hecho de que él está empeñado en el conflicto contra el mundo, la carne y el
diablo.
También hemos señalado que el cristiano cuenta con una ayuda provista divinamente,
en la cual contribuyen la Palabra de Dios, la intercesión de Cristo y el Espíritu Santo
que mora en el creyente cristiano. Y, finalmente, el pecado del cristiano reacciona contra
él mismo, causándole daño espiritual, el cual sólo puede curarse mediante la confesión
del pecado a Dios; también reacciona contra Dios, el cual, por cuanto le es propicio al
pecador, por causa de la muerte de Cristo a favor del cristiano, continúa estimando al
cristiano como hijo suyo, según la gracia infinita que provee la justa satisfacción para
cada hecho pecaminoso.
Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus pecados, pero si
mueren con pecados no perdonados podrían estar perdidos para siempre.
Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Permitió que su Hijo amado
muriera a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a Cristo, Él nos perdona todos
los pecados cometidos o que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los
pecados del pasado otra vez y no necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida
no está perfectamente limpia. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en
forma continua, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán
perder nuestra salvación. En el creyente verdadero, aquel que sinceramente a puesto su
fe en Jesucristo, tiene una relación con Cristo segura.
Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al
máximo de nuestra comunión y gozo con Él.
Si Dios nos ha perdonado nuestros pecados por la muerte de Cristo, ¿por qué debemos
confesar nuestros pecados? Al admitir nuestro pecado y recibir la limpieza de Cristo:
(1) acordamos con Dios en que nuestro pecado es de veras pecado y que deseamos
abandonarlo,
(2) nos aseguramos de no ocultarle nuestros pecados, y en consecuencia no ocultarlos
de nosotros mismos, y
(3) reconocemos nuestra tendencia a pecar y nuestra dependencia de su poder para
vencer el pecado
A las personas que se sienten culpables y condenadas Juan les ofrece confianza. Ellas
saben que han pecado, y Satanás (llamado «acusador de nuestros hermanos» en
Apocalipsis 12.10) está exigiendo la pena de muerte. Cuando usted se sienta de esa
manera, no pierda la esperanza. El mejor abogado defensor del universo está a cargo de
su causa. Jesucristo, nuestro defensor, es el Hijo del Juez. Ya sufrió el castigo en su
lugar. Usted no debe intentarlo otra vez porque ya su nombre no está en la lista de los
acusados. Unido con Cristo, está tan seguro como Él. No tema pedirle que se haga cargo
de su caso; Él ya obtuvo la victoria (véanse Romanos 8.33, 34; Hebreos 7.24, 25)
Algunas veces tenemos dificultad para perdonar a alguien que nos ha ofendido.
¡Imagínese cuán difícil debe ser tener que decir a cada persona que estamos dispuestos a
perdonarla sin importar lo que hagan! Eso es lo que hizo Dios en la persona de
Jesucristo. Nadie, sin importar lo que haya hecho, está fuera de la esperanza del perdón.
Lo único que tenemos que hacer es volvernos a Jesucristo y entregarle nuestra vida