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Dolce Inferno

Por Luxuria
PRÓLOGO
T oda Ciudad Sacra estaba revolucionada ese día. Las ondinas, pequeñas

hadas que vivían en los ríos de aguas más puras haciéndolas fluir, cantaban una canción
que alegraba el alma del que la escuchara. El sol mayor brillaba más radiante que nunca.
Decenas de dragones plateados revoloteaban por encima de los tejados y torres más
altas, mientras que sus alas iban trazando toda clase de dibujos. Quien mirase hacia
arriba ese día, vería un cielo tatuado con la más fina aguja y con tinta áurea y argéntea.

Sin embargo, el ambiente que se respiraba en el Rayo de Zeus era muy diferente. Rayo
de Zeus era el nombre que recibía el palacio que dominaba el último cielo: Majón, y en
el cuál se encontraba el lugar más sagrado de todo el Universo, Avarot, el trono de Dios.
Desde que existe la vida en la Tierra, el único que lo ha ocupado ha sido Metatrón, un
ángel bellísimo con diez alas que son atravesadas continuamente por miles de rayos de
luz que al atravesar el akasha (material del que están hechos los ángeles) se
descomponen en millones de diminutos arco iris.

Metatrón está rodeado por los seraphines, ángeles dotados de seis alas que según
muchos, son para protegerse de la luz que desprende su señor. El líder de este coro
celestial es Serafiel, el único que puede hablarle directamente a Metatrón.
Los ángeles, como seres puros y perfectos que son, no gozan del libre albedrío y tienen
unas leyes muy severas que cumplir. La que más ejecuciones les había costado era
aquella que prohibía amar o tener cualquier tipo de contacto físico con cualquier otro
ser. Eso es algo carnal; unos seres tan puros y espirituales no lo necesitaban. Aún así los
demonios se empeñaban en tentarlos y siempre caían muchos. Últimamente los
arcángeles pasaban esta norma por alto aludiendo que "ya tuvieron bastante con la
última batalla como para ocasionar más pérdidas", pero a Metatrón esto no le hacía
ninguna gracia.
<<Si pecan, ¿cómo pueden ser ángeles?>>
Y el evento que se iba a producir era la gota que colmaba el vaso: la boda de Mikael y
Zadquiel. Él, general del Ejército Azul, el ángel que derrotó a Lucifer; ella, también un
arcángel, líder del Rayo Violeta. Esa mujer siempre le había parecido muy rara: tenía
ideas muy parecidas a Lilith, además que se había materializado en un cuerpo que
tentaba a más de uno.
Metatrón ordenó que la espiasen pero ella los descubrió y exclamó muy ofendida que
ningún ser de ninguna galaxia lo suficientemente bueno para ella. Y ahí estaba
ahora:casándose con Mikael y proclamando que ese acto traería la salvación a los
ángeles curándoles de la Infección y esa cura era nada menos que el amor.
El amor consistía en apoyarse los unos a los otros, en impregnar el corazón de amor y
adoración hacia su dios, no en compartir el mismo lecho. Y después de ellos les
seguirían los demás. Y el amor los infectará a todos. ¡Qué desperdicio de akasha...!
Afortunadamente, los ángeles más antiguos pensaban como él. Pero a pesar de todo,
Mikael lo anunció y el pueblo le apoyó. ¿Qué podía hacer él? ¿Juzgarlos a todos?

()
La hora se acercaba. Todos los ciudadanos se habían ataviado con sus mejores galas.
Los más jóvenes exclamaban sorprendidos cuando miraban al cielo. Mikael esperaba en
el altar. Tendría que ser el hombre más feliz del mundo, pero por mucho que intentaba
disfrazar su preocupación con una sonrisa, no lograba sentirse mejor.

—Vendrá, ella te quiere — Raphael, el Médico del Cielo y amigo íntimo del novio
estaba junto a su compañero en el altar. Se había encargado de que todo fuese perfecto,
de que todos recordasen aquel día como el más espléndido de todos los tiempos, como
el día que marcaría el comienzo de una nueva era. Había tenido que discutir con los
demás, pero no le importaba; si así podía salvar a los ángeles haría lo que fuera para que
nada interfiriera.

Las campanas retumbaron. Comenzaba la cuenta atrás. Seis campanadas más y la novia
llegaría...
Mikael no pudo evitar recordar momentos pasados: cómo se habían conocido, cómo la
primera vez que ella puso atención en él exclamó por todo lo alto que no era más que un
aburrido engreído al que sólo le importaba el material del que estaba hecha una espada;
de cómo él había pensado que lo que tenía era envidia porque él era más fuerte...

Otra campanada

...De cómo se había sorprendido cuando regresaba cansado de una misión y la vio
entonando la más dulce y triste melodía: “Polvo de estrellas. Todos somos polvo de
estrellas..”. en el lago del Jardín, sin ninguna joya, ni armadura ni prenda que
anunciasen su cargo, sin que supiese que la estaba observando... De cómo se acercó a
hablar con ella y ella le tiró al agua; de lo que sintieron cuando se miraron a los ojos por
primera vez, cubiertos de de diminutas gotas de agua sagrada que atraían los rayos de la
luna sobre la túnica blanca de él y sobre la blanca piel de ella; de todo lo que vino
después...
Y otra vez el sonido de la campana les hacía vibrar los tímpanos; ya sólo quedaban
cuatro.

"No me separaré de ti hermana, nada ni nadie lo hará" Su hermana podía esperar...no


le iba a pasar nada si Zadquiel la dejaba sola un momento pero en cambio a él se le
agotaba el tiempo...

Tres campanadas

El órgano de la iglesia no cesaba pero Mikael no lo escuchaba.


—Voy a buscarla.
—¿Pero qué dic...?

Raphael no pudo terminar la frase. Y ante los ojos de todos aquellos ángeles tan
ilusionados, Mikael despegó sus seis alas y echó a volar rompiendo una vidriera que
representaba a Eva hablando con la serpiente. Los trozos de aquel cristal coloreado
brillaban como la sangre.

()
En Zevul, el corazón del equilibrio universal, sólo habitaban ruinas tras la batalla que se
liberó contra los demonios varios siglos atrás. Metatrón había ordenado que se quedasen
tal cual, sin limpiar la sangre que teñía la blanca piedra. Era el santuario de los héroes
del Cielo. En su día, esas ruinas habían presenciado la más grande batalla de todas, pero
ahora sólo quedaba el fantasma de la ciudad que había llegado a ser. Ahora sólo iban al
cuarto cielo los que querían rezar por algún ser querido que había sido víctima de un
fatal destino; no, que el destino les había otorgado el privilegio de poder entregar su
vida por su país, por su Dios. Ésa es la mentalidad que debía tener un ángel.

Un poco más alejado de las ruinas principales se extendía un bosque tan muerto como la
piedra, y entre aquel laberinto de árboles cristalizados había una pequeña cueva cuya
entrada había quedado camuflada de la vista de todos. En ese olvidado rincón del
Cosmos yacían dos mujeres: una no debería estar allí puesto que todos los ángeles la
esperaban entre vítores, pétalos blancos y rosados, y rodeada de un séquito de
querubines, no de humedad y oscuridad. De la otra apenas se reconocía la belleza de la
que había sido dueña unos días antes. Aullaba de dolor estremeciéndose y temblando
acurrucada en la zona más oscura de toda la cueva, donde a cada rayo de luz se le
denegaba el acceso. Donde había habido piel inmaculada y pura ahora sólo había carne
corrompida. Era más oscura que un cielo sin estrellas, más negra aún que la oscuridad
que dominaba la cueva. Y ya no era suave y tersa, sino que estaba cubierta de pequeñas
abruptaciones que bullían como el agua hirviendo y erupcionaban escupiendo un líquido
negro, tan envenenado como lo estaba el alma de esa pobre criatura. Esos eran los
efectos de la Infección. Zadquiel yacía junto a su pobre hermana.
—Tranquila, estoy contigo, a tu lado. No te dejaré sola
No había parado de repetir las mismas palabras desde la noche anterior, palabras que
quedaban sepultadas bajo los gritos de dolor de su hermana. Clavó los ojos en su mirada
para poder hacerlas llegar a su mente, pero topó con dos estrellas rojas que emitían un
brillo febril y de locura. Ése no era el ángel que había conocido.

Todos sabían lo que les esperaba a los infectados: en cuanto alguien se enterara,
clamaría su expulsión del Cielo, y eso era algo que Zadquiel se había temido desde que
la encontró así la noche anterior. Aquella cueva era el "escondite secreto" de las dos
hermanas, y cuando nadie sabía dónde estaba alguna de las dos, seguramente era allí
donde se encontraban. Y por ello habían permanecido ocultas en ese lugar: porque no
quería que la encontrasen, porque no quería que su hermana sucumbiera al odio y
destrucción que poseían a todos los demonios. No lo permitiría. Había encontrado la
solución, pero su hermana era más importante que una ceremonia. Sin ritual o no, su
amor por Mikael no iba a cambiar y esos sentimientos inundarían a Agneta arrastrando
consigo toda la corrupción de su cuerpo, limpiándole cada resquicio de su ser. Sin
embargo, si la dejaba sola...o la encontraban los ángeles o lo hacían los demonios,
aquellos seres que percibían la maldad dondequiera que se encontrara y corrían a
celebrarlo.

Zadquiel se vio obligada a interrumpir esos pensamientos. Una sensación desagradable


recorrió todo su cuerpo. Pudo observar a trasluz fragmentos de hielo que cubrían las
rocas que hace unos instantes estaban empapadas de humedad. La temperatura había
descendido bastante. Se le habían tensado y encrespado hasta las partes más íntimas de
su cuerpo. Y el miedo entró en ella arrasando con cada barrera que ella se había creado.
Este sentimiento sólo se producía cuando un demonio estaba cerca. Y tenía que ser muy
poderoso para que un arcángel como ella se sintiera así. Un halo de aire congelado se
clavó en su nuca produciendo que su cuerpo se estremeciera una vez más.
Zadquiel reunió todas sus fuerzas para poder volverse. Y allí estaban, brillando en la
oscuridad unas pupilas rojas que parecían tener un extraño magnetismo, como dos
agujeros negros absorbiendo la poca luz que lograba filtrarse al interior de la caverna.
La miraban con una extraña expresión entre odio y satisfacción.
Era horrible y terriblemente magnético a la vez. Mechones grisáceos brotaban
formando su enmarañada melena. Llevaba el torso al aire, pero estaba recubierto por
una capa de negras escamas que parecían soltar un extraño fluido negro. Sus brazos,
también cubiertos por escamas, eran más largos de lo normal. Uno de ellos sujetaba un
bastón negro que acababa en una calavera. Zadquiel tenía la impresión de que la
observaban desde esas cuencas vacías. Los ángeles más entrenados podían ver el
interior de aquellos terribles seres, su verdadera esencia. Le había reconocido (Mikael
no solía hablar muy bien de él...)
Los demonios, para estos casos, enviaban a Belial, que era el encargado de reclutar a los
Infectados, y los ángeles le dejaban pasar sólo a él y a dos de sus siervos para que se
llevaran al desgraciado. La cosa pintaba muy mal. Se había esperado a Belial, pero no a
Belcebú. Además, no aprecía estar solo puesto que podía notar la presencia de más ojos
rojos acechando desde la oscuridad. Se maldijo así misma por haberse descuidado y
permitirle que se acercara tanto.
—¿Y a qué se debe el honor la presencia del Señor de las moscas— intentaba con
todas sus fuerzas que su voz sonase firme—en las ruinas de una batalla en la que fue
derrotado?
Belcebú, El señor de las moscas. Así es como llamaban al segundo del Infierno debido
a que, en los templos en los que le rendían culto, la carne de los sacrificios se dejaba
podrir, atrayendo innumerables moscas.
—Déjate de ironías. Esto es un asunto serio — Su voz era muy profunda, clavándose
el eco de cada palabra en su cabeza—. Hemos venido a llevarnos lo que nos pertenece
—y dirigió la mirada hacia su hermana.
—Por encima de mi cadáver —Estaba preparada, había venido armada para proteger a
Agnis de lo que hiciera falta.
—Ya que te gusta jugar—le dedicó una sonrisa que desconcertaba a cualquiera—te
propongo un juego: yo apuesto a que tu hermana se viene con nosotros— decenas de
susurros se escucharon por todos lados— y...—Belcebú siguió hablando—…y si gano,
tú te unes a nosotros.
—Pues yo apuesto a que alguien va a perder algo más que sus órganos masculinos.
No había terminado de decir esto cuando se había materializado en su mano un puñal
que no parecía estar hecho de un material normal, cuya empuñadura estaba adornada
por un rosal que se abrazaba al mango, como si fuese una boa, rodeando a su presa.
<< Con un demonio no se puede perder el tiempo >>
Él estaba dispuesto a escucharla sin hacer nada, pero ella no iba a esperar más, tenía
que reaccionar cuanto antes. Se abalanzó contra él, clavándole el puñal que estaba
hecho de akasha, el único material que puede dañar a un demonio. Sintió como la hoja
penetraba en el pecho del demonio, limpiamente, sin ningún esfuerzo.
<< Esas escamas no parecen servirle de nada >>
Una extraña fuerza estaba atrayendo su mano hacia el interior de su enemigo.
—¿Pero qué...?
Donde le había clavado el cuchillo se había abierto una especie de vórtice que la atrajo
hacia su interior. El vórtice se cerró, quedando su mano atrapada dentro de él. Belcebú
levantó el brazo que tenía libre y dirigió unas afiladas garras negras, también
impregnadas de aquel extraño fluido, hacia ella. Zadquiel fue rápida y se desmaterializó,
produciendo una luz tan brillante que Belcebú emitió un grito y corrió a taparse sus
dañados ojos.
Los ángeles podían desmaterializarse cuando quisieran, pero el cambio de un estado a
otro les solía dejar muy cansados. Sólo alguien muy experto podía utilizar este
movimiento satisfactoriamente en un combate.
Tenía que aprovechar ahora que Belcebú estaba distraído. Ya había vuelto a dirigir su
puñal hacia él, cuando tuvo que pararse de repente. Tenía la mano impregnada del
líquido negro, y éste parecía estar vivo porque se hacía más consistente, estrujándole la
mano. No pudo evitar soltar un grito de dolor. Él parecía haberse recompuesto y sus
magnéticas pupilas volvían a brillar. Tenía que quitarse esa cosa como fuera. Miró a su
alrededor, y vio el río subterráneo que atravesaba la cueva.

<< Agua sagrada, ¡eso es! >> —Desplegó sus alas y se lanzó lo más deprisa que podía
hacia el agua. Muchos demonios salían a detenerla, pero se deshizo de todos ellos. De
su cuerpo emitió una luz violeta muy brillante que los chamuscó a todos. Se sumergió
en el río y para su alivio, esa cosa empezaba a disolverse. Miró a su alrededor en busca
de Belcebú, pero no le vio por ningún lado. Estaba empapada, helada de frío y agotada.
Ese último ataque había consumido más energía de lo que debía. Su hermana no le
preocupaba porque se había encargado de hacerla un escudo mágico pero si ella se
quedaba sin energía no podría mantenerlo. Varios gritos provinieron de donde estaba
Agneta. Se alegró de que funcionara.

<< ¿En qué piens…? >> Unas garras habían surgido del interior del lago y se cernían
sobre su cuello.
—¿Pero cómo...?—alcanzó a decir—. Este agua es... — Dirigió la vista hacia abajo y
vio como el agua se estaba volviendo negra y viscosa. Belcebú emergió a la superficie
sin soltarla.
<<¿Por qué tendrá los brazos tan largos?>>
La obligó a mirarle a los ojos. Allí estaban los dos, cara a cara. Empapados. Diminutas
gotas de agua resbalaban por su afilado rostro, mientras que ella no podía dejar de
temblar. Su corazón latía más deprisa de lo normal, pero aquella sensación no se parecía
en absoluto a lo que había sentido aquella noche, bajo la luz de la luna. El tacto de
Mikael era delicado y cálido mientras que, las oscuras garras del Señor de las moscas, la
oprimían con fuerza. Pero su mirada era tan magnética... Sentía como algo oscuro
intentaba penetrar en su mente, pero debía resistirse. Tenía que concentrarse en recordar
aquellos momentos que había pasado con él y en todos los que les quedaba por vivir...en
sus abrazos...en su boca... Pero esa mirada era demasiado atrayente y todo en su mente
se volvía negro.
<<Mikael...Mikael...Mik...>>
—Belcebú, aparta esas garras envenenadas de su delicado y jugoso cuello.
Una voz aterciopelada resonó por toda la galería. Desafortunadamente, Zadquiel
hubiese podido reconocerla en cualquier parte. Era una voz que aún le atormentaba en
sus pesadillas. Pudo percibir como de entre las sombras, alguien se acercaba lentamente
pero con pasó ágil hacia donde se encontraban ellos.
—¿Y quién ha dicho que te la puedas quedar?
—Digamos que…es mi presa especial — sonrió con malicia dejando entrever unos
puntiagudos colmillos—. Desde que anoche me enteré de que te ibas a casar decidí no
cenar para estar ahora más sediento.
Al ángel se le estaban escurriendo todas sus fuerzas. La estaba devorando con esa
mirada suya de desquiciado. Podía sentir como se relamía con sus ideas de gula y
lujuria.
—Mira que olvidaros de invitar a vuestros hermanos — no sonó muy bien el tono con
que pronunció esa última palabra. Su voz se tornaba más ronca a medida que hablaba y
Zadquiel temblaba de ira.
—¿Cómo osas a hablarme así después de lo de Philipp?
—¿De lo del viejo Parcelso? Si le hice un favor...
—Así que ya os conocíais— interrumpió Belcebú. Zadquiel se percató de que la había
soltado. Tenía que estar temblando y jadeando, pero en lugar de eso una furia y un
deseo de venganza inconcebible se habían apoderado de ella.
—Tuvimos un intercambio de opiniones varios siglos atrás...
—Te derroté, Nosferatus.
—La cuestión reside en quién perdió más aquel día.
—Maldito...
En la palma de su mano derecha había aparecido un símbolo que brillaba con una luz
violeta. Se dispuso a golpearle con ella, pero Belcebú la detuvo con sus largos brazos.
Nosferatus se acercó más a ella y extendió una mano que parecía estar esculpida en
mármol. La agarró con delicadeza de la barbilla y le susurró al oído con la voz más
sugerente, fría y estremecedora que jamás había escuchado:
—Y ese día juré que bebería de ti hasta que mi sed quedase aplacada.
El ángel no pudo evitar que un escalofrío recorriese todo su cuerpo. Y volvió a
estremecerse y volvió a sentir mucho frío. Su mirada felina bicolor, su perfecto e
impenetrable rostro, esos terribles colmillos amarfilados y hasta su fino cabello
plateado. Todo en él era desconcertantemente perfecto y estremecedor. Nosferatus, El
Vampiro. Aquel que no podía saciar sus ansias, que nada podía calmar su sed. Lo había
probado todo, desde la sangre, la energía vital de vigorosas muchachas e incluso, sus
almas.
—Si me hubiese enterado antes habría asistido a la despedida de soltero de Mikael. Te
lo habría tenido vigilado— le dedicó una afilada sonrisa.
Mientras hablaban la había acorralado contra la piedra.
—No te demores demasiado—proclamó Belcebú—. La infectada necesita que la
atendamos— y dicho esto empezó a dirigirse hacia Agneta.

()
—Señor Metatrón, los demonios han venido hasta aquí. Según los informes se
encuentra en las afueras de Vilon lo que parece el ejército entero de algún noble.
—¡Ya era hora! Me extrañaba que no hicieran nada después de la aberración que se iba
a cometer hoy.
—Señor, los guardias están nerviosos. ¿Avisamos al Ejército Azul?
—El único que puede hacer eso es Mikael que para eso es su ejército. Envía un comité
de recibimiento y que conduzcan aquí al general.
—Se hará lo que nuestro Dios ordene — Serafiel no estaba muy convencido de esas
palabras. Metatrón siempre había sido muy estrafalario con sus órdenes. Exhaló un
suspiro. No servía de nada pensar así, sabía que no le quedaba más remedio que
acatarlas.

()
Nosferatus empujó contra la pared al arcángel y con la otra mano, comenzó a acariciarle
el cabello. Siguió descendiendo por la mejilla con sus dedos serpenteantes hasta llegar
al cuello. Su tacto era incluso más frío que la pared contra la que se estaba clavando los
huesos de la espalda.
—No hace falta que seas tan brusco conmigo.
Empezó a levantar el brazo izquierdo. El vampiro iba a detenerla, pero decidió esperar
a ver qué hacía. Dirigió su grácil mano hasta el broche que lucía en medio del escote y
que mantenía sujeta la tela de su túnica. Era un broche plateado que tenía la misma
forma que el sello que había hecho aparecer antes en su otra mano. Y con apenas un
movimiento de los dedos se lo quitó, permitiendo que el lino blanco de su vestido
resbalase por su piel.
—Siempre consigues sorprenderme. No me cabe duda que no eres como las demás.
—Si vas a hacerlo igualmente, házmelo bien. Quiero que mis últimos momentos
merezcan la pena —dirigió una mirada decidida hacia su hermana—. Lo siento, Agnis.
He sido una idiota. Te he hecho sufrir innecesariamente.
—¿Qué estás tramando?
—Soy un ángel, no soy tan rastrera como vosotros. Simplemente, soy realista. Agnis
estará mejor con vosotros y prefiero que me seduzcas tú a que El Señor de las moscas
me manche con ese líquido asqueroso que suelta.
Nosferatus repasó con sus ojos azules y amarillos el cuerpo desnudo del ángel. Dejó
escapar una sonrisa aprobadora.
—Sin nada que te las sujeten están más caídas.
—Es lo que tiene que sean naturales, que la gravedad les afecta.
El vampiro dejó de presionarla contra la pared y la atrajo hacia sí. Ella sintió como le
acariciaba todo el cuerpo mientras sus labios de porcelana besaban su piel. Lo hacía
muy lentamente, como si primero estuviera deleitándose con su aroma; primero por el
lóbulo de la oreja y después bajando poco a poco por todo su cuello.
—Es una pena que dispongamos de poco tiempo…
Zadquiel escuchó a lo lejos el repiquetear de unas campanas y sabía perfectamente que
era la séptima vez que resonaban de aquella manera.
<< Ahora tendría que estar en el altar... >>
Hundió sus dedos en la cabellera plateada de su depredador. De repente éste se detuvo.
Ella sintió como un líquido frío y espeso caía por su cuello.
Apartó el cuerpo inerte y se sorprendió cuando vio que le salía de su boca la punta de
una espada flamante que desprendía flamígeros rayos. La famosa espada de Mikael,
cuyas heridas no podían curarse, había atravesado desde la nuca la cabeza del vampiro.
—No se te puede dejar sola ni un momento.
—¡Pero si lo tenía todo controlado! ¿No has visto como los dos babeaban por mí?
—Ya me he dado cuenta —le dirigió una mirada de reproche a su prometida—. Anda,
ponte esto —cubrió sus delicados y desnudos hombros con su túnica dorada.
—¡Ya es demasiado tarde!—bramó Belcebú —. Agneta ya es una de las nuestras.
El cuerpo de la criatura empezó a levantarse muy lentamente. Parecía un zombi
saliendo de su tumba. Cuando se hubo incorporado del todo abrió sus ojos. Zadquiel no
pudo evitar que se le escapase un grito de horror. Ésos ya no eran los preciosos ojos
azules que le habían inspirado cariño, ternura y coraje. Ahora eran un conjunto de venas
rojas sobre un fondo totalmente blanco. Todos los demás demonios también estaban
amenazantes y preparados para abalanzarse sobre ellos en cualquier momento. Estaban
rodeados.
—Pensaba que no querrías saber nada más de mí después de haberte dejado tirado en
el altar.
—Soy incapaz de enfadarme contigo —le dirigió una esperanzadora sonrisa—.
Salvaremos a Agnis.
—Mik...
—Lo sé. Yo también te quiero.
Zadquiel se lanzó contra un demonio que estaba apuntando con su hacha hacia la
espalda de Mikael.
—Quería advertirte de que tuvieras cuidado detrás de ti, creído.
No pudo evitar mirarla con esos ojos esmeralda, como el color de la esperanza,
impregnados de una ternura y un cariño infinito que solían derretir al ángel del perdón.
¿Por qué había tenido que pasar todo esto?
Los demonios se lanzaron como alimañas hacia ellos. Sabían que hasta ahora no habían
estado yendo en serio, pero el juego se había acabado. Ahora comenzaba la verdadera
pelea. El enemigo era más numeroso, pero aún así no eran rivales para Mikael y su
espada, que juntos eran implacables y Zadquiel era muy rápida y una vez hubo
recuperado su daga plateada, era letal. No podrían con ellos, con su amor.

()
En Maón había cundido el pánico. Se había dado la alarma de que los demonios habían
invadido los tres cielos más bajos y se dirigían hacia allí. El cuerno de Raphael no
paraba de resonar con fuerza para que todos los habitantes se pudiesen enterar.

—Señor, la situación es más grave de lo que pensábamos. Han aniquilado el comité de


recibimiento que enviamos. El ejército de Astaroth está arrasando con todo y también el
de Belcebú, aunque a él no le hemos visto por ninguna parte —Serafiel hablaba firme,
pero Metatrón tras tanto tiempo tratando con él, pudo apreciar el matiz nervioso de su
tono—. Según nuestros informes ya han llegado hasta Shejakim y se cree que algunos
incluso a Zevul. Los dragones que estaban en el espectáculo están avizores y el Ejército
Azul ya está actuando por su cuenta, pero no sabemos dónde está Mikael ni tampoco
Zadquiel, y la baja de Uriel todavía no la hemos cubierto...
—Serafiel, ¿Has dicho que dos ejércitos de sesenta y seis legiones con seiscientos
sesenta y seis demonios cada una están atacándonos?
—Señor, ¿No me ha entendido?
Metatrón suspiró.
—Si los derrotamos, habremos acabado con dos peces gordos del Infierno.
—Por supuesto, pero a este paso van a ser ellos los que acaben con nosotros. No
podemos permitirnos otro Zevul...
—Tranquilízate. La última vez lo más lejos que fueron capaces de llegar fue a Zevul.
Te aseguro que de allí no van a pasar— Se levantó del trono. Sus diez alas no habían
perdido su esplendor—. Me voy a la Sala del Infinito.
—Su divinidad, ya es demasiado tarde para una barrera.
La Sala del Infinito se encontraba en la zona superior de la torre más alta del Rayo de
Zeus.
—Ordena a los que se hayan quedado en Majón que se desmaterialicen y al resto...deja
que sigan disfrutando de la fiesta— La sonrisa que puso hizo estremecer al seraphín.
—De inmediato, su clarividencia.
—Voy a exterminar a esos malditos demonios de una vez y nada podrá detenerme.

Raphael estaba muy preocupado. ¿Qué se suponía que estaban haciendo en Majón? ¿Es
que no iban a ayudar?
<< Metatrón, maldito traidor >>
—No sigas pensando de esa forma, compañero.
—¡Chamuel!

Un ángel de cabellos rosados y ondeantes acababa de aparecer. Chamuel, el arcángel del


Rayo Rosa, defensor del amor.
—¡Tú tenías que haber sido el principal defensor de esta ceremonia!—le reprochó su
amigo.
—Defiendo el amor por encima de todo...pero el espiritual, no el pasional; ése siempre
acaba apagándose. No quiero discutir más contigo sobre esto y menos en un momento
así.
Se apartó de una forma muy peculiar unos cabellos más oscuros que le caían sobre su
gentil rostro. Su expresión era muy amable y sus almendrados ojos inspiraban confianza
y tranquilidad. En su mano se materializó un gran arco muy hermoso, con muchos
grabados en oro.
—Porque amo esta ciudad no voy a permitir que sea destruida simplemente por
detener una boda. Vayamos a defender la entrada a Maón, los guardias no aguantarán
mucho.
—Chamuel, tengo heridos que curar. ¿Puedes aguantar tú solo un momento? Prometo
regresar para ayudarte.
Su compañero asintió y Raphael se lo agradeció. Sin perder el tiempo desplegó sus alas
y se perdió entre el caos de la batalla.

()
Toda Ciudad Sacra estaba en guerra. El ruido que producían las armas al chocarse y
gritos de dolor interrumpían la tranquilidad que se solía respirar. La sangre cubría el
mármol blanco y los bosques ardían. Veintenas de dragones plateados se enfrentaban en
el aire contra unas criaturas cubiertas de escamas negras y con afilados cuernos. Eran
terroríficas y por donde pasaban iban sembrando oscuridad. Astaroth iba a lomos del
más feroz de todos.
El aliento de la bestia era pestilente y envenenaba el aire, y su rugido dañaba los oídos
de los que le escuchaban, haciéndoles revivir los peores momentos de sus vidas. Debajo
de ellos toda la vegetación se marchitaba. La melena carmesí y ondulada del duque del
infierno se mezclaba con el odio que se respiraba en el ambiente cada vez que su
criatura batía con furia sus membranosas alas. Ningún ángel había sido rival para él y
Belcebú y Nosferatus estaban tardando demasiado.

<< Mejor así >>— pensaba. Así tendría una escusa para poder conquistar todo el país.
Se estremeció de placer al verse sentado en el trono de Dios mientras todos los ángeles
le suplicaban perdón. Esta imagen siempre le consolaba y pronto podría hacerse
realidad. Pronto todos entenderían su sufrimiento, la injusticia de la que había sido
víctima.
Lo que no le terminaba de encajar era que ningún seraphín había salido a detenerle. No
podía ser tan fácil cumplir su venganza. Una lluvia infinita de flechas chocaban como
estrellas fugaces sobre su montura, pero todas rebotaban. Ni siquiera el akasha era
suficiente para atravesar las duras escamas.

<< Tendré que felicitar a Samael, ha hecho un increíble trabajo con esta criatura >>
Algo le sorprendió. A lo lejos pudo percibir una onda de luz expansiva que se acercaba
hacia ellos. La onda les llegó, cegándolos a todos por un momento, pero nada más
ocurrió. Astaroth perdió el equilibrio por un momento.
Sorprendido, miró alrededor suyo, pero todos parecían estar igual de sorprendidos que
él. Y de pronto, la noche se alzó sobre ellos. Todo quedó sumido en la oscuridad. Varios
metros más abajo el combate se había detenido. Los ángeles miraron acusadores a sus
enemigos, pero ellos parecían igual de confusos. Los más irracionales lo vieron como
un hecho favorable y aprovecharon para contraatacar de nuevo.
—Amo Astaroth, algo están tramando. Deberíamos retirarnos a tiempo.
Sabía que a su amo esa idea no le hacía ninguna gracia y tenía miedo de que se
enfureciera con él. Su señor miró hacia arriba y él hizo lo mismo. Los astros habían
formado un triángulo. Los dos soles formaban dos vértices y la punta del triángulo era
la luna. En aquella constelación la luna era de mayor tamaño que los soles y desde la
perspectiva en la que se encontraban, la luna impedía que los rayos de sol llegasen hasta
ellos produciendo un efecto parecido a un eclipse.
—Lo sé Aamon...pero estamos demasiado adentrados, no nos dará tiempo a salir de
aquí, y ni siquiera sabemos si lo que pretenden es asustarnos. Tendremos que saber
afrontarlo.
Desde el aire pudieron observar como muchos hastíos de luz procedentes de todas
partes cruzaban el cielo. Todas parecían compartir la misma dirección
<< Se dirigen hacia Avarot >>
Los ángeles empezaban a caer desmayados. En el corazón del Edén, en la torre más alta
del Rayo de Zeus, se estaba concentrando toda aquella luz.

()
En Zevul, en una cueva oscura ajena de todos esos fenómenos, se estaba llevando a
cabo otra batalla. La pareja de ángeles estaba empezando a cansarse, sin embargo,
Belcebú no había movido un dedo todavía. Mikael se estaba encargando solo de las
criaturas de garras afiladas que no cesaban de surgir de la oscuridad, mientras que
Zadquiel trataba de defenderse de los ataques de su hermana como podía.

<< Está en desventaja. Nunca será capaz de hacerla daño >>— pensaba Mikael.
—¡Eres un cobarde!—bramó el guerrero—. Lo único que haces es dar órdenes a tus
esbirros.
—En el amor y la guerra todo vale, pero claro, como vosotros de pasiones no
entendéis...
En ese momento se escuchó un grito de Zadquiel.
—¡Zad!
Mikael remató a dos enemigos y acudió en su auxilio, pero su contrincante le detuvo el
paso.
—Es mejor que resuelvan entre ellas sus diferencias. Agneta se ha adaptado muy bien
al poder de la oscuridad, ¿no crees?
—Comparado con Lucifer tú no eres nada.
—Esa comparación ofende... Para empezar, yo no tengo la misma debilidad que él.
“Ella no tiene la culpa de nada”
Esas palabras retumbaron en la mente del arcángel, pero se percató a tiempo de que
Belcebú apuntaba con su macabro bastón hacia él. De los ojos de la calavera empezó a
salir un extraño humo negro que parecía perseguirle.
<< Lo siento, Zad. Confío en ti >>
De sus alas áureas empezaron a caer muchas plumas. Parecía una lluvia dorada.
—Podría hacer un plumero con ellas.
Antes de que terminase la frase, las plumas empezaron a arder. Primero emitieron una
pequeña chispa azul, pero ésta se convirtió en una poderosa llama azulada. Las llamas
empezaron a consumir los cadáveres que se apilaban el suelo. Un fuego normal no
hubiese ardido con la humedad del ambiente, pero ése no era un fuego cualquiera. Las
lenguas azules se extendieron por toda la galería. Tendría que ser rápido para que no se
consumiera también el oxígeno.
Esto hizo que Zadquiel y su hermana quedaran separadas del resto del campo de batalla,
acorraladas por un lado por las llamas y por la piedra, a sus espaldas. El ángel se
encontraba rodeada por un grupo de seres que habían surgido de las rocas tras la
llamada de la voz de Agneta.
Zadquiel los pulverizó a todos con un rayo púrpura, pero la caída volvió a cantar.
Entonó una melodía muy extraña, como había hecho hace unos instantes. Las partículas
de piedra se reagruparon de nuevo formando unas estalagmitas muy afiladas que
apuntaban hacia su rival. El arcángel logró apartarse a tiempo, con lo que colisionaron
unas con otras.
Pero Agnis seguía cantando. Cada nota se volvía más amarga, conduciéndolas hasta su
objetivo. Zadquiel ahora no tenía salida. Pensó en romper la pared, pero eso provocaría
un derrumbamiento y Mikael estaba dentro. La melodía se volvió muy aguda y las
estacas se abalanzaron contra ella.
Cuando Zadquiel abrió los ojos no se lo creía: de algún modo había conseguido evitar
que le diesen en algún órgano importante. Aún así, una de ellas le había atravesado el
hombro, haciendo que de él borbotase la sangre, y también sentía un intenso dolor en el
tobillo.
—¿Qué se siente, querida hermana? ¿Sientes la desesperación que siento yo? — su
voz sonaba tan amarga como su canción.
—Resiste un poco más...Te salvaré...— apenas alcanzaba a decir.
—Tienes razón en una cosa que dijiste antes, ¿sabes? Que has sido una idiota. Pero no
puedo perdonarte.
Zadquiel soltó unas lágrimas, pero no por el dolor de sus heridas, sino por el que le
causaban esas palabras.
—Con todo el daño que me has causado y pretendes salvarme. Nunca podrás ser feliz
con Mikael y Dios me ha escuchado...
—¿Pero qué estás diciendo? El amor te...
—El amor me destruyó. Supongo que Mikael no te lo ha contado...al igual que tú no le
has contado lo de Philipp.
Zadquiel no podía creer que lo que estaba escuchando fuese verdad.
Al otro lado de la cueva Mikael estaba llevando un duelo contra Belcebú, pero el
segundo ardía en un halo azul. Las escamas le protegían, mas estaban empezando a
derretirse y pronto el fuego consumiría su alma.
<< Sólo tengo que resistir un poco más >>
Los golpes del demonio eran fuertes, sin embargo, había perdido sus habilidades más
molestas. No pudo evitar pensar en su amada. La buscó con la mirada, pero el incendio
que había provocado no le permitía verla. De repente, un miedo irracional se apoderó de
él, y sus pensamientos se oscurecieron. La cabeza le pesaba mucho. Sentía como algo
negro se había apoderado de su mente y le hacía sentir terriblemente pesado. El bastón
de Belcebú le atravesó el pecho.
—¿Apostamos quién muere antes?
Hizo caso omiso de las palabras de su oponente. Pensó en inmaterializarse, pero estaba
demasiado cansado. Consiguió partir el bastón en dos y así pudo sacárselo. Aún así
Belcebú seguía teniendo la parte de la calavera. El pecho del ángel de fuego empezó a
oscurecerse por donde tenía la herida.
<< Materia oscura >>
Alzó la mirada hacia Belcebú, pero éste ya no tenía la misma forma que antes. Sus
escamas se habían fundido cubriéndole de un líquido espeso y oscuro que empezaba a
consumirse bajo los efectos de las llamas. Y de pronto, todo el fuego se extinguió.
Mikael recogió sus alas y se posó lentamente sobre el suelo. Belcebú también hizo lo
mismo. Cuando las llamas cesaron, Zadquiel pudo ver al hombre que amaba herido
sobre la fría y dura piedra, y él pudo verla atrapada contra la pared con enormes agujas
de piedra atravesándola.
—¡Mik, detrás de ti!
El ángel se volvió haciendo caso del aviso y se encontró con el vampiro que se erguía
con unas membranosas alas de murciélago extendidas de par en par.
—Tu espada no es más poderosa que mi pacto con la muerte—rió Nosferatus.
—¿No lo entendéis? —dijo Belcebú con voz cansada—. Ni siquiera los vuestros os
apoyan. Los ángeles tenéis prohibido amar. Un mensajero de Metatrón nos informó de
vuestra boda. Y cuando llegamos las puertas estaban abiertas, los guardias apenas
opusieron resistencia...
—Nuestro señor también necesita ser salvado—murmuró Zadquiel.
Mikael había comprendido que sólo le quedaba una opción.
—Cariño, te prometí que salvaríamos a Agnis —Y dicho esto, comenzó a brillar.
—¡No! ¡Detente! Mikael, mi vida, por favor no sigas —la expresión de Zadquiel había
cambiado totalmente, ahora estaba aterrorizada.
—La apuesta consistía en que Agneta se venía a nuestro lado—les recordó el diablo—.
Habéis perdido, no sirve de nada lo que vas a hacer, idiota.
—Pero por favor, pararle...si muere...nada de esto tendría sentido... ¡Y vosotros
moriréis también!
—Se te ha olvidado que soy inmortal...
—Te equivocas— Zadquiel le enseñó la palma de su mano derecha. Donde antes un
símbolo había brillado, ahora sólo quedaba marcado el contorno—. Te lo puse cuando
me ibas a morder, pero con el dolor que te había causado la espada no lo notaste.
Nosferatus se tocó la nuca y retiró la mano sobresaltado, se había quemado.
—Tus días están contados, siete concretamente —soltó una mirada triunfante hacia su
prometido—. ¿Ves cómo lo tenía todo controlado?
Belcebú asintió finalmente.
—¿Y cómo le paramos?
—Yo puedo detenerlo.
Belcebú le echó una mirada amenazante a Agneta y ésta, resentida, chasqueó los dedos,
haciendo que la piedra que la mantenía sujeta se desvaneciese.
—Zad, voy a acabar con ellos y nuestro amor seguirá intacto. Podrás curar a Agnis...
La joven se acercó hasta él.
—Imbécil, eres un imbécil—la voz le temblaba—. Los demonios están afuera, hay una
estrella que proteger —Mikael entornó los ojos al comprender el significado de esas
palabras.
—Pero tienes que hacer un pacto con nosotros. Y date prisa, antes de que el chiflado
de tu novio se inmole —Zadquiel tendió una mano ensangrentada. Belcebú le clavó lo
que le quedaba de su bastón.
—¡Júralo!—exclamó Nosferatus.
—Juro que iré con vosotros si puedo estar con mi hermana y si mis seres más queridos
no sufren ningún daño.
A Belcebú no pareció hacerle mucha gracia esas palabras, pero Nosferatus le besó la
mano apareciendo una rosa negra sobre la blanca piel.
—Ahora, detenle.
Zadquiel se arrodilló junto a su amado. Le acarició con todo el cariño y la dulzura que
pudo.
—Zad, si te vas con ellos será peor que mi muerte...
—Maldita sea tu costumbre de hacerte el héroe.
Se miraron a los ojos, sumergiéndose en la mirada del otro porque eran conscientes que
ésta sería la última vez.
—Perdóname por haberte dejado tirado en el altar.
—Perdóname tú por haberte fallado.
Zadquiel no lo pudo soportar más. Se liberó de todas las lágrimas que la habían estado
oprimiendo desde la noche anterior.

()
<<Vais a contemplar todos como la luz lo cubre todo, como la luz es más poderosa que
la oscuridad >>
Metatrón brillaba más intensamente que nunca. Estaba absorbiendo toda la luz que
había en los Siete Cielos y en toda la galaxia. Crearía la explosión más maravillosa e
increíble del mundo. Por unos instantes, toda la constelación en la que se encontraban se
convertiría en un sol.

()
Mikael rodeó con sus brazos y sus alas al ángel por el que estaba dispuesto a darlo todo.
Se entregaron en un último abrazo donde se dieron todo lo que no se habían podido dar.
Sus cuerpos se fusionaron en un solo ser.

()
Que la luz tenía que estar proporcionada con los niveles de oscuridad eran sólo eran
mentiras. Ahora les demostraría a todos el verdadero poder de la luz.
<<Un poco más...>>

()
Los dos ángeles seguían abrazados. No querían separarse porque nunca más iban a
poder sentir el calor de sus cuerpos.
Polvo de estrellas. Todos somos polvo de estrellas. La triste melodía los envolvió a
todos. Finalmente, ella logó reunir el coraje suficiente y le golpeó afectivamente con la
yema de sus dedos. A Mikael comenzó a nublársele la vista.
—Adiós, mi vida.
—Zad...
Pero Mikael estaba perdiendo el conocimiento. Lo único que veía era como su querida
Zad le daba la espalda. Como la mujer con la que había compartido los momentos más
maravillosos de su vida se iba con otros dos hombres. Como el vampiro que la había
estado acariciando deliberadamente le ponía sus garras encima y, finalmente, como
Agnis le dedicaba una sonrisa envenenada.
—No sabes la suerte qu...
Belcebú nunca llegó a terminar esa frase. Un haz de luz lo cubrió todo de repente. Era
muy intensa, cegadora, abrasadora. Y Las Pléyades estallaron en infinitos fragmentos
luminosos llenándolo todo de luz.

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