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Gregorio Cabello Porras

DEL ESTILO ELEVADO Y GRAVE (O DE LA ÉPICA EN PROSA AL


ROMANCE Y A LA NOVELA)
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11. DEL ESTILO ELEVADO Y GRAVE (O DE LA ÉPICA EN PROSA AL ROMANCE Y A LA
NOVELA)

En este apartado hay que tomar como punto de partida varios factores.

11.1. LA CLASIFICACIÓN DE LOS ESTILOS SEGÚN EL OBJETO IMITADO POR LA POESÍA EN LA


DOCTRINA NEOARISTOTÉLICA VIGENTE EN EL SIGLO DE ORO
Este punto ya tuvimos ocasión de analizarlo cuando expliqué en clase, a
principios de curso, los fundamentos de la poética neoaristotélica como el código
vigente y «académico» al que debían atenerse los escritores del Siglo de Oro para que
sus obras adquirieran una valoración «oficial» que las legitimara como verdadera
«poesía», frente a aquellos que se deslizaban a formas de expresión más propias de la
historia y de otras disciplinas, o a aquellos que buscaban ante todo agradar al vulgo con
una «subliteratura» indigna de las bellas letras. Recordad que ejemplifiqué la doctrina
vigente con el Discurso sobre la poética que el poeta granadino Soto de Rojas
pronunció ante una Academia de notables, por linaje y por intelecto, en una fase
temprana de su vida en la que gozaba por igual de la amistad y admiración de los cada
vez más irreconciliables Lope y Góngora. En los preliminares a su primera obra impresa
encontraremos unidas a las dos grandes figuras: Lope firma el prólogo y Góngora le
dedica uno de sus sonetos más conocidos. Esto hacía de su discurso teórico una muestra
ejemplar de lo que podría ser una doctrina «aceptable» y «equidistante» de los bandos
literarios, cada vez más enconados en sus disputas.
En tal ocasión, Soto de Rojas se refería al estilo en los siguientes términos:

Entendidas, pues, las causas, subiectos y accidentes de la poesía, donde claro se


ve que su esencia es la imitación con narración de cosas, en parte verdaderas y
en parte fingidas, conviene saber que la imitación consiste en la ficción de las
personas o cosas que imitamos.
Esto se hace en dos maneras (según las dos partes en que se divide la
poesía, por razón de sus objetos) que son, o cosas altas y graves, o cosas bajas y
humildes; aunque tal vez son mixtas, de donde nace la tragicomedia y
semejantes escritos. Y si no son mixtas, la que mira las graves y altas se divide
en dos especies. En Aepopeya, que es la heroica; y en Trágica, que es
representación de cosas o personas graves.
En el Heroico se ponen igual los sucesos de personas generosas, los
hechos de hombres humildes, siendo tales que por su valor merezcan la igualdad
de los héroes. Éste se tenga por estilo más alto, por más lleno de gravedad y
elegancia, pues forzosamente se forma de todos los estilos. Mas conviene que
sea con tal temperamento que apenas se decienda el poeta (cuando vuelva a
aquel punto) de la gravedad de su estilo: antes siga tal moderación que no
parezca duro por ir muy puesto en el rigor de gravedad, ni lánguido, por
allanarse con extremo, sin el decoro necesario a la pompa y majestad de cosas
tan altas y memorables.
Tragedia, como dice Arist[óteles]. «Es imitación no de hombres, mas de
sus acciones y vidas felices, con fines miserables».
Y si porque explicándose más abajo (después de haber dicho que se ha
de escrebir con palabras suaves, declara que ha de ser en verso medido) hubiere
quien diga que aunque en la difinición genérica de poesía no dice que sea en
verso, que es necesario escribirse en él, pues en alguna de sus especies se
demuestra y esto sacando por conclusión, que no son accidentes los versos y su
medida, respondo que lo que conviene al género, conviene a todas las especies,
pero no lo que alguna de las especies, conviene al género.
La parte de poesía que mira a las bajas y humildes se divide en dos
diferencias: Cómica y Ditirámbica.
La Cómica, si es representación de personas ordinarias, es comedia. Si
de personas ínfimas pastoriles es égloga o pastoral. En estas partes debe el poeta
guardar el decoro a las acciones y lenguaje de los que introduce, más bien de lo
que hoy se hace, que aunque es verdad que el imita no imita al más rudo pastor,
tampoco imita en lo bucólico agudos filósofos, ni doctísimos teólogos.
La Ditirámbica es una suerte de poema donde con sátiras, o
composiciones líricas, a imitación de los bacanales, decían lo que querían en
versos yambos , que, por ser más cortos y no sujetos a los preceptos que
essotros, son más claros y más propios (aunque lo son por naturaleza) deste
género de poema, pero, en todos, guardando su propia y específica imitación.
De aquí se puede inferir cuantos latinos, castellanos y toscanos quedan
por no observar lo que es esencial en la poesía, indignos del nombre de poetas.
Debajo deste nombre «ditirambo» poetan los que en sonetos, canciones,
tercetos, liras, madrigales, sestinas, villanescas, redondillas, endechas,
romances, villancicos y las demás composiciones que se usan, imitan por vía de
cuento sus pensamientos, hablando elllas mismas1.

1.2. DE CÓMO ENCAJAR LOS NUEVOS GÉNEROS EN UN CÓDIGO POÉTICO QUE NO LOS
CONTEMPLABAN CÓMO TALES.
Ya en la explicación que os di en clasé resalté el hecho de que a los seguidores
del código estético «oficial» se les presentaba un difícil problema: encajar en esa
preceptiva teórica lo que constituía el fenómeno literario tan complejo que había venido
desarrollándose a lo largo del siglo XVI y que, ya en la primera década del XVII,
amenazaba seriamente la integridad de esos presupuestos estéticos. Tres son los
aspectos que deben ser destacados, y que ya apunté en clase:
a) El hecho de que el teatro nacional, una vez que los intentos de que fructificase
un tetaro trágico conforme a lo reglamentado en la poética fracasasen, se
configurase como una mezcla de los dos estilos que, en puridad, no admitían la
práctica de una satura o contaminatio: la tragedia y la comedia. Soto de Rojas,
buen amigo de Lope de Vega, se hace eco de la realidad coetánea de los
escenarios, y admite en su discurso esa posibilidad mixta de la «tragicomedia».
Lope completará la teorización de esta nueva práctica y el alejamiento de la
preceptiva neoaristotélica con su propio discurso ante una academia, el Arte
nuevo de hacer comedias en este tiempo.
b) El problema de que la lírica, entendida como expresión de un yo poético a través
de un lenguaje que debe ser distinto del lenguaje cotidiano, tampoco había
tenido cabida en la reglamentación poética de Aristóteles y se había convertido
en un polémico sujeto de discusión entre sus comentaristas. Se trataba de dar
legitimidad teórica a un lenguaje poético basado en la noción de «concepto»,
como operación del entendimiento humano capaz de poner en contacto dos
realidades distintas para dar a luz por vía del ingenio una imagen nueva que
declare la capacidad del escritor para practicar la imitatio de los modelos
clásicos y modernos, la magnitud de su erudición poética, y su habilidad para
crear relaciones complejas, no necesariamente oscuras, entre los dos términos
reales sobre los que se forja la imagen poética por medio de procedimientos que
van desde la analogía hasta la contraposición. A ello dedicará Baltasar Gracián
su imprescindible tratado para cualquier acercamiento a la lírica áurea Agudeza y
arte de ingenio. Y el propio Soto lo recoge en ese compartimento último, el más
bajo y humilde, casi indigno de figurar al lado de los grandes géneros
consagrados por la tradición, que dedica a la poesía «ditirámbica»

1
PEDRO SOTO DE ROJAS, «Discurso sobre la poética», en Poesías Completas (Desengaño de amor en
rimas; Los fragmentos de Adonis; Los rayos del Faetón; Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos
para pocos), ed. G. Cabello Porras, Sevilla, Fundación José Manuel Lara (en prensa).
c) Y queda, por último, pero no en impotancia o incidencia, el hecho de que la
poética neoaristotélica no podía ignorar lo que ya era un fenómeno de masas: la
existencia de una prosa de ficción, que abarcaba un campo muy diverso de
estilos y temas, cuyos límites desbordaban los terrenos de lo estrictamente
literario para devenir un fenómeno social, ideológico e, incluso, mercantil.
Recordemos el esbozo panorámico con el que inicia su estudio fundamental
sobre la teoría de la novela E. C. Riley:

Durante el siglo XVI y comienzos del XVII no hubo teorías de la novela en un


sentido estricto. Es decir, las que había n existían de una manera independiente.
Las observaciones teóricas acerca de la prosa novelística que pueden encontrarse
a veces en escritos de carácter crítico o moral, en obras de teatro, novelas,
prólogos del autor, etc., eran casi todas adaptaciones de tratados de Poética, los
cuales, a su vez, contenían una fuerte dosis de teoría retórica. La novela tomó
posesión de una teoría que en lo esencial se hallaba ya hecha y el ajuste no
resultó todo lo bien que era de desear. Era el género más moderno, pues apenas
existió en la Antigüedad, y su prestigio no era muy grande. La insistencia con
que los moralistas del siglo XVI deploraban la lectura de novelas, sobre todo en
el caso de que las lectoras fueran doncellas, da testimonio de la popularidad del
género, pero la desestima oficial en que eran tenidas y la escasez de modelos
antiguos explican suficientemente la falta de atención crítica dada al arte de la
novela. Se pueden encontrar comentarios dispersos acerca de las novelas de
caballerías, las novelle italianas, las novelas pastoriles y bizantinas; los manuales
para la educación del cortesano contienen indicaciones sobre cómo contar un
buen cuento cuandose está en compañía de gentes educadas; pero la prosa
novelística, a diferencia de la poesía y el teatro, no llegó a merecer un tratado
particular y propio2.

1.3. DE CÓMO ENCAJAR LA NOVELA EN EL ESQUEMA GENÉRICO DE ARISTÓTELES Y SUS


COMENTARISTAS
La solución al problema la esboza Soto de Rojas en el inicio de su discurso,
desde el mismo momento en que sitúa a Heliodoro, y por tanto a su novela sobre los
amores de Teágenes y Cariclea, entre los poetas, aunque escriba en prosa, frente a
aquellos que deben ser considerados simplemente historiadores, aunque escriban en
verso, como es el caso de Lucano con su Farsalia o Lucrecio y su De la naturaleza de
las cosas. Y la va a precisar aún más al definir el género épico o heroico en términos en
los que claramente se admitiría una épica en prosa, cuyo estilo sería el «más alto», «por
más lleno de gravedad y elegancia». Y en un paso de mayor trascendencia, al afirmar
que «forzosamente se forma de todos los estilos», está dando cabida o admitiendo la
presencia de todos los elementos narrativos de ficción que han ido configurando la
evolución desde los romaces hasta los primeros esbozos de constitución de la novela
moderna (cuando Soto lee su discurso el Guzmán, en sus dos partes, y el Quijote de
1605 ya eran un asunto de «mayorías» en lo que respecta a la recepción estética y
sociológica). Es decir, que al admitir la presencia simultánea de todos los estilos en la
trama y urdimbre sobre la que se vertebra la prosa novelística se abre la vía para que el
estilo elevado que E. C. Riley califica como propio de los romances se abra a lo que F.
Lázaro Carreter calificará como «heroglosia» constitutiva del Quijote de 16053. Antes
de diseñar el proceso con un poco más de detenimiento, sólo me cabe advertir que, tal

2
E. C. RILEY, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1981, pp. 15-16 (la cursiva es mía).
3
F. LÁZARO CARRETER, «La prosa del Quijote», en A. EGIDO, ed., Lecciones cervantinas, Zaragoza, Caja
de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y La Rioja, 1985, pp. 113-129. Una versión ampliada
del texto figura como «Estudio preliminar» de la edición del Quijote en Barcelona, Crítica o Barcelona,
Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, ambas existentes en los fondos de la Biblioteca.
como formula su premisa E. C. Riley, se presta al equívoco de que pensemos en un
estilo grave y elevado con autoconciencia de ese grado. De hecho, los análisis más
detallados muestran cómo los autores de estos romances (caballeresco, sentimental,
celestinesco, pastoril, morisco) hacían uso de ese tono elevado y grave con una cierta
conciencia no falta de ironía, de parodia, a veces autoparodia, y de crítica, al entrar en
los límites de la escritura en segundo grado, de los propios géneros a los que se
amoldan. Así Calisto y Melibea dialogan en un estilo más ajustado a los cánones
establecidos por el romance sentimental que a una expresión sincera de sentimientos.
Para el receptor, que puede contrastar el lenguaje real de la calle, a través de la
Celestina y los criados, con el lenguaje impostado y libresco de los amantes, es como si
alguien en la actualidad oyera a unos amantes dialogar y expresarse con el mismo tipo
de lenguaje, estilo y gestualidad que encontramos en la novela rosa, la fotonovela, los
seriales radiofónicos o los culebrones sudamericanos. Ese destino es con el que se
topará el lenguaje de los libros de caballerías, no ya en la parodia / pastiche del Quijote,
sino incluso, mucho antes, en las páginas de Tirante el Blanco.

1.3.1. DE LA IMITACIÓN COMO FORMA SUSTANCIAL DE LA POESÍA A LA ÉPICA EN PROSA Y


EL ROMANCE
Remito aquí a la clara exposición del proceso que lleva a cabo J. Lara Garrido a
propósito de El peregrino en su patria de Lope de Vega, donde plantea las condiciones
del «romance» como épica en prosa:

En La dama boba y a propósito de Heliodoro, cualificado como «poeta divino»,


se nos ofrecen en sintética formulación las dos cuestiones centrales que en la
teoría poética del XVI inscribieron en su campo argumental al romance griego:
«también hay poesía / en prosa» y «hay dos prosas diferentes: / poética e
historial». No se trata de definiciones exentas y aforismáticas, sino que implican
una articulada cooptación en la serie de las lecturas neoaristotélicas sobre la
Poética y en la batallona polémica de los romanzi. Cooptación determinada en
última instancia por el modelo teórico que las culminaba y clausuraba: los
Discorsi de T. Tasso, donde Lope sanciona su creación ambiciosa de un
romance cristiano que responde al concepto de épica en prosa: El Peregino en su
patria (1604).
La doctrina aristotélica de que la esencia de la poesía estriba en la imitación y no
en que esté escrita en verso propició la pronta integración de la narrativa griega,
recién descubierta por el humanismo, en una casilla vacía de la propia Poética,
haciendo posible el refrendo clásico de un nuevo romance. También al unísono
surgieron matizaciones de las que se hará eco el Pinciano al afirmar que «la
ánima de la poesía es la fábula. Pero aunque el metro no sea esencial a la poesía,
sólo la imitación con metro es poesía perfecta, la imitación sin metro es poesía
imperfecta». Ya J. C. Escalígero, el primero en proponer como modelo de
dispositio para los poetas épicos a Heliodoro, había insistido en que la poesía
debía ser imitación en verso, y todavía Díaz de Ribas planea en el mismo
horizonte teórico cuando aduce para justificar la epicidad de las Soledades que
corresponde «la materia a aquel género de que constaría la Historia etiópica si
se redujera a verso». En contradictorio sincretismo doctrinal, el comentarista
gongorino se autoriza con un texto de los Discorsi tassianos, donde de forma
implícita se incluían los romances griegos en la épica sin el requisito del cambio
formal, pues –y la consecuencia es de Lope- «la esencia de la poesía no es el
verso, como se ve en Heliodoro»4.

4
J. LARA GARRIDO, «Estructura y poética de género en la narrativa (El Peregrino en su patria de Lope de
Vega como romance)», Del Siglo de Oro (métodos y relecciones), Madrid, Universidad Europea-CEES
Ediciones, 1997, pp. 401-404.
1.3.2. DE LA ÉPICA EN PROSA / ROMANCE A LA CREACIÓN DE LA NOVELA MODERNA
De una multiplicidad de estilos, voces, y gradaciones que van desde lo grave a
lo humilde o llano, presentes en toda la producción literaria en prosa de ficción anterior
a la elaboración de las Novelas ejemplares y al Quijote de 1605, Cervantes aprende a
articularlos y a desarrolarlos hasta su planitud, superando lo que hasta el Renacimiento
no habían sido sino géneros y estillos fragmentarios. De este proceso da cuenta A.
Blecua. Lean el pasaje desde la perspectiva del punto que estamos tratando: el del estilo
elevado frente a un estilo más cercano al vulgo o la plebe:

Había aprendido Cervantes el arte de la novela corta, además de en las


colecciones italianas, en la Diana (1559) de Montemayor –que tanto admiró y
que tanto influyó en toda su obra- y en la novela griega, en particular, en la
Historia etiópica de Heliodoro…y, naturalmente, en el Lazarillo. De hecho, en
la Galatea y en la primera parte del Quijote se inserta en un marco narrativo
pastoril o caballeresco una colección dilatada de novelas. Los lectores de la
primera parte del Quijote así lo advirtieron: la acción de Don Quijote y Sancho,
a partir de su llegada a Sierra Morena –el mundo pastoril- casi desaparece para
servir de excusa a la introducción de casos amorosos ejemplares. La historia del
Capitán cautivo y tanto más El curioso impertinente son novelas en el sentido
que la voz tenía en su tiempo. No gustó el público de esas incrustaciones
narrativas y eso que Cervantes no hacía, en el caso de ambas, más que seguir el
modelo de la Diana con el Abindarráez y el Guzmán de Alfarache. A causa de
esta crítica negativa, en la segunda parte del Quijote «no quiso introducir
novelas sueltas ni pegadizas», y prefirió reunir en un volumen sin marco
narrativo algunos de esos relatos breves que tanto le divertían como escritor5.

El Quijote de 1615 representa, en lo que respecta a esta asimilación de géneros y


estilos, «una voluntad de creación artística nueva y compleja», donde adquieren un
sentido histórico-estético nuevo la diversidad de «miembros» articulados en el
«cuerpo» de la novela. J. Lara Garrido expone concisamente esta consecución,
siguiendo de cerca las tesis de E. Orozco Díaz y F. Lázaro Carreter:

En el discurso narrativo son los héroes quienes sostienen «LA PRIMERA NOVELA
POLIFÓNICA DEL MUNDO», encontrándose con «GÉNEROS Y TEMAS LITERARIOS,
CON FORMAS ARTÍSTICAS: A TRAVÉS DE ELLOS VIAJAN, POLEMIZANDO CON ELLOS
Y DEJANDO OÍR SUS LENGUAJES». Esta convivencia, intencionalmente
«desintegrada» de multitud de registros, conforma la «heterología», soporte de
la modernidad del Quijote que Orozco comenta con atinadas observaciones. Las
diferentes formas del discurso y el dialogar como elemento estructural, el
material folklórico y los versos intercalados, el refrán y las cartas, se entretejían
en la «tela de varios y hermosos lazos» de la novela de 1605. Cervantes daría
paso en 1615, con un profundo cambio de orientación estética y técnica
compositiva, a la «mixtura, una mezcla en la que ya no podemos desprender
esos bellos lazos porque desgarraríamos el tejido del todo»6.

Y aquí, partiendo de conceptos como polifonía, dialogismo, convivencia de


registros distintos, heterología, habitar y hablar los lenguajes de los distintos géneros
literarios por los que van transitando los personajes es donde tienen cabida las lecturas
que puedan realizarse de los romances y de las primeras formas modernas de la novela
desde la óptica teorizada por M. Bajtin, por una parte, y desde las formas de
intertextualidad, metaliteratura o literatura en segundo grado por G. Genette, conceptos

5
A. BLECUA, «Las Novelas ejemplares», en AA. VV., Miguel de Cervantes. La invención poética de la
novela moderna, núm. monográfico de Anthropos, 98-99 (1989), p. 74.
6
J. LARA GARRIDO, «Introducción» a E. Orozco Díaz, Cervantes y la novela del Barroco, Granada,
Universidad de Granada, 1992, p. 35.
matizados enriquecidos en los últimos años por la crítica italiana a partir de la noción
de «riscrittura» de los géneros en el Renacimiento, el Manierismo y el Barroco7.

7
Os remito, aunque supongo que son obras ya conocidas por vosotros desde la disciplina de la teoría
literaria, a M. BAJTIN, Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989; y a G. GENETTE,
Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Madrid, Taurus, 1989. De la producción italiana, casi
desconocida, y no traducida, en España, os destaco una obra imprescindible: G. MAZZACURATI y M.
PLAISANCE, eds., Scritture di scritture. Testi, generi, modelli nel Rinascimento, Roma, Bulzoni, 1987.

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