Si hablo de los cientos de maestros que tuve a lo largo de mi vida académica,
me es inevitable pensar en la mujer que en mis tiempos de bachiller, me dio la clase de literatura. La recuerdo mucho, porque era muy joven, algo descuidada en su aspecto, pero ese curso, fue la etapa en la que más leí y en la que me interesé más por el estudio de la historia de México. Hoy, yo también soy maestra de literatura de nivel bachillerato. Minerva, mi maestra, nunca nos dio una clase sobre historia de los clásicos. En esa época leí más de lo que me hubiera esperado, pero desconocía muchas cosas históricas que aprendí por necesidad y también por gusto más adelante. Con ella no utilizamos libro de texto pero fue absolutamente obligatorio leer los cuatro libros asignados, uno para cada mes, lecturas que me marcaron en esa época. Actualmente me esmero en explicar a mis alumnos la historia de la literatura, hablar desde las culturas más antiguas como Egipto, China, Babilonia, India. Detenerme a relacionar las películas hollywoodenses, con el libro de los muertos, porque he descubierto que si me la paso hablando sin tomar los referentes que ellos tienen, estarían absolutamente dormidos a los diez minutos. Los poemas de las principales figuras heroicas y religiosas, de las culturas y su aporte histórico al arte, incluso hasta abordar un poquito de historia de la Biblia. Después de toparme con muchas trabas porque cada vez, me ingenio nuevos métodos para que la lectura sea una práctica habitual de mis alumnos, me he inventado crear cartas especiales con una recomendación de acuerdo a sus gustos, de alguna obra literaria. Los resultados a veces son satisfactorios, otras no, pero ha funcionado mucho mejor que estandarizar el mismo libro para todos. Recuerdo a Minerva porque, aún sin ser buena explicando, sin tener la gran experiencia en teatro, tuvo la capacidad de encender esa chispa que detonó en dudas e inquietudes futuras. Ayer justamente, platicaba con otras amigas contemporáneas, que ellas también la recordaban como un golpe de aire que nos hizo oxigenar la cabeza. Sin duda los maestros que nos marcan por algo trágico o satisfactorio, nos hacen decir de nosotros: ‘eso era antes y esto fui después’. Entré a la universidad, y hubo personajes a los que recuerdo más que otros, en este caso mencionaré a los primeros que se me vengan a la mente, porque seguro me dejaron cosas importantes. Curiosa casualidad, dos de las maestras que recuerdo mucho, tiene el nombre de Minerva, que en su versión griega se relacionan con Atena, la Diosa de la sabiduría y la guerra, probablemente sus actitudes eran una especie de tributo a una de las pocas diosas, que se les tiene respeto en la historia y en los mitos. Mi primera maestra de Teoría política, también se llamaba Minerva, la mayoría de mis compañeros y yo sufrimos con ella, por las lecturas que rayaban en lo filosófico y político, desde Aristóteles, Platón, Engels, Marx, hasta la lectura de los principales periódicos y la escritura de ensayos y más ensayos. Alguna vez me pregunté ¿por qué me estresaba, por qué me esforzaba tanto, y nunca pude sacar un diez con ella? Tal parecía que nunca satisfacíamos sus exigencias, como dejando en claro que no éramos buenos estudiantes, y que debíamos rayar en la genialidad. Debimos hacerle caso, debimos aspirar a eso, la medianía en el conocimiento no es placentera cuando te das cuenta de tus muchas carencias, de tu perpetuo principio socrático, ‘yo sólo sé que no sé nada’. El segundo fue el maestro de periodismo. Un tipo bien plantado en su experiencia, en su puntualidad, en su pragmatismo, siempre repitiendo a más de la mitad del grupo que éramos casos perdidos, que debíamos dedicarnos a otra cosa. En verdad que era terrorífico verlo, soportar sus críticas ácidas, su indolencia, su inquebrantable franqueza. Hasta recuerdo que me hizo llorar, sí, llorar (debo admitir que soy una sentimentalona barata), pero si algo detestaba en ese entonces era ir mal en una materia, no me importaba número, pero lo que me importaba era haber herido mi orgullo, mi capacidad escribana. Todavía recuerdo su ejercicio de nota informativa… ‘traumatismo cráneo encefálico, con fractura de tibia y peroné, de fulanito de tal…’, después del terrorismo en su clase, dije que nunca sería periodista, que nunca, nunca, escribiría notas. Hoy publico en revistas, en periódicos, suplementos, tengo un blog en Internet, y no he podido evitar mi vena periodística, mi acérrima crítica a transcribir voces y juicios de otro que tiene ‘autoridad o legitimidad’ de opinar. Ismael Ríos, actualmente trabaja para el ‘Gober precioso’, nos dijo que éramos el peor grupo en nivel académico, que tuvo en sus veinte años de dar clases en la Ibero. Al concluir el semestre sólo invitó a unos cuantos para realizar nuestras prácticas en TV Azteca Oaxaca, yo y Miriam, la niña genio, a la que paradójicamente invitó a trabajar con él en Puebla.
2. La buena imagen y la ruletería docente
La política es un área que me ha gustado. El curso de comunicación política,
fue crucial para el grupo de irresponsables universitarios que éramos. Nos tocó hacer un cuarto de guerra, donde simularíamos ser equipo encargado de la comunicación institucional del gobernador del estado, en ese entonces, José Murat. Hasta el séptimo semestre, nuestra organización fue absolutamente individualista, fue en esa práctica donde nos dimos cuenta de la importancia de la unión y el apoyo mutuo. Aprendimos a decir en quien no confiábamos, en quien si, y qué debíamos hacer para que todos los compañeros trabajaran de igual forma. Si bien los modelos escolares, los trabajos individuales, son efectivos, pero cuando tenemos que depender de otros, siempre habrá conflictos en el plano personal que serán inevitables. Mi experiencia me ha dicho que los trabajos donde el grado de responsabilidad es alto, siempre existen más posibilidades de conflicto entre los alumnos. Por ejemplo, en los proyectos de video, donde las jornadas de trabajo son mortales, si no se planifica hasta el control del café y los recesos, la realización del proyecto audiovisual, en lugar de ser una experiencia enriquecedora será toda una tortura. Monserrat, la catedrática de la materia, desde el inicio planteó su forma de trabajo: lecturas, ensayos y exposiciones (¡vaya, qué original!). La diferencia de esto es que, todo lo aprendido teóricamente, fue llevado a la práctica en un ejercicio donde todos tuvimos que involucrarnos, todos estábamos en riesgo, nos sentíamos en riesgo, aunque la maestra era adorable, no se iba a tentar el corazón para mandarnos a extraordinario, fue intolerante con las inasistencias y retardos, y aprendimos a ser menos impuntuales. Los maestros que más recordamos, no son solamente por los conocimientos que nos dejaron, sino por las dudas que nunca pudimos resolver. No los olvidamos porque parte de su legado fue en la construcción de actitudes diferentes u opuestas a la nuestras. Recuerdo a Ismael Ríos y a la segunda Minerva, por su puntualidad y su rigidez. Las actitudes morales y éticas de un docente, son altamente valoradas por un alumno, porque el estigma de la ‘buena imagen institucional’, sigue siendo un aspecto muy importante en la academia, deberíamos de no casarnos con esta postura, porque otro personaje que rompe con estas dos imágenes de maestros que vengo comentando, es la de Pinotzin, apodo moderno-náhuatl de otro catedrático de Ciencia política. Me da risa recordarlo, porque su tinte izquierdoso y punk, lo hizo llegar un día a clases con un extrañísimo look, se rapó el cabello de los lados y su melena superior con un poco de gel hubiera quedado perfecto para picos rockeros. Se llamaba Emmanuel, era egresado de la UNAM, y según su currículum nos daba la perspectiva de un perfil totalmente revolucionario. Al ver la resistencia de nuestro grupo a las lecturas y el problema por la falta de un método autodidacta, su preocupación fue tal, que hizo un paréntesis para incluir en su programa lecturas sobre Paulo Freire y el constructivismo en la educación, donde era necesario apropiarnos de nuestra palabra. El ejemplo donde Freire va Guinea Bissau, a alfabetizar a la gente por medio de la apropiación de su palabra, fue algo que me pareció fascinante. ‘La pedagogía dominante es la pedagogía de las clases dominantes. Los métodos de opresión no pueden, contradictoriamente, servir a la liberación del oprimido. En esas sociedades, gobernadas por intereses de grupos, clases nacionales dominantes, “la educación como práctica de la libertad” postula necesariamente una pedagogía del oprimido. No pedagogía para él, sino de él.’ (Freire, 1970). La universidad de la que soy hija, y en la que ahora trabajo (UNIVAS), ciertamente me abrió un panorama muy básico de un mundo laboral, cada vez más competitivo. Probablemente, ninguna de las escuelas regionales en Oaxaca y en el resto del país, sean los mejores centros de enseñanza y ni siquiera podemos equipararnos con las escuelas públicas como la UNAM en un 1%, y no quiero hacer comparación en materia de infraestructura, sino que todas las escuelas regionales no se han sentado a ofrecer un proyecto educativo sustentable, se han establecido como empresas que aceptan alumnos de todos los colores, olores y sabores, lo que representa una gran ventaja a la diversidad y a ofrecer posibilidades de estudiar una carrera; pero por otra parte pertenecer a una escuela que genera sus propios ingresos cuya fuente primaria, son las cuotas de los alumnos, resulta un problema que les ha conferido poder para permanecer en la institución, donde se opta por la condescendencia y benevolencia en las calificaciones aprobatorias, el peor de los males en las escuelas. El segundo factor que constituye una traba para ofrecer un nivel académico es justamente lo que menciona Cabero (1998), se debe mejorar la contratación, la formación, la situación social, las condiciones de trabajo personal, para hacer del catedrático un ser competente en el conocimiento de sus materias y en las formas para comunicárselas a sus alumnos, donde se fomenten las habilidades investigadoras, gestión y administración. Pino, fue uno de los maestros que relacionó los modelos marxistas con los roles de trabajo en los docentes, opinaba que los maestros deberían de ser de tiempo completo como en la UNAM, pues ello permite, hacer de la labor docente un ejercicio minucioso y detallado. Se nos paga por hora clase, pero no se nos paga el tiempo que ocupamos en la planeación de los programas, la revisión de trabajos, o la elaboración de herramientas didácticas que ayuden a hacer del aprendizaje un acto holístico, arduo, e inolvidable. Los roles de trabajo de los que somos participes, nos hacen maestros ‘ruleteros’ pues muchos trabajamos en más de dos escuelas; sin quererlo nuestro rendimiento se ve mermado y se queda en una horrenda medianía, por una rutina de la necesidad y tiempos. Pino, tenía un posgrado, vestía con ropa de tinte hippie, usaba gafas oscuras y nunca negó su vena punk. Había ayudado a la construcción de escuelas en comunidades del estado, e invitó a Heinz Dietrich a la escuela para presentar el libro ‘El socialismo del siglo XXI’. Un politólogo alemán, docente de la UAM y coautor de un libro con Noam Chomsky. La obra propone un nuevo proyecto histórico, donde se crítica que el capitalismo y el socialismo, no han sido las alternativas viables para el mundo en materia, política, social, económica y ecológica. Nunca me aburrí en las materias políticas, porque siempre el enfoque fue radicalmente distinto con cada maestro. Recordarlos, me hizo pensar que sus actitudes, sus errores, su esmero, su rigor, me formaron y también formaron mi ejercicio docente.
3. Entre lo público y lo privado
Casi al final de la carrera, me replantee cursar una carrera relacionada con la
educación. Así que ingresé al Instituto de Ciencias de la Educación de la UABJO. En el 2001 concursé con unos cuantos miles para ingresar a la facultad de Filosofía y letras en la UNAM, de 120 reactivos alcancé 53, no fui seleccionada. En 2005 al salir de la UNIVAS, de 5000 aspirantes fuimos seleccionados120. Nunca me he sentido más orgullosa, porque temía seriamente haber olvidado mis conocimientos básicos de preparatoria. Mi corta estancia en el instituto, me abrió otras posibilidades, ver como funcionaba una escuela de forma más plural, un ambiente en donde los estudiantes fueron elegidos por su preparación académica y además ser actores decisivos en la toma de decisiones de la escuela, cosa que nunca he visto en una escuela privada. La diversidad me pareció fascinante, la mayoría de mis compañeros eran mujeres, provenientes de otras comunidades del estado con una radical diversidad cultural y económica. El ambiente en los primeros años de la carrera, siempre es positivo y competitivo. Muchas de mis compañeras de esa generación, estudian sus últimos semestres en la UNAM, algunos tuvieron la oportunidad de irse un año a España. Comprendí que las ventajas de estudiar en una escuela pública, son mucho mejores si se saben aprovechar. Desafortunadamente los canceres terminales, han hecho de la UABJO un enjambre de conflictos burocráticos. Pero su comunidad universitaria no tiene la culpa, porque es nuestra única posibilidad de educación superior gratuita.
4. El legado de un maestro
Mi forma de trabajo docente, ha sido moldeada por mi experiencia influida por
mis antiguos maestros, pero también a mi capacidad para adaptarme a las necesidades de mis alumnos. Cumplir con los requerimientos de las instituciones educativas, recintos en los que está devaluada nuestra labor. Por otro lado, compartir mis experiencias con otros maestros me ha servido, y es en éste aspecto donde he crecido más. Doy clases a nivel bachillerato desde hacer tres años. En la preparatoria donde actualmente laboro, he conocido también a uno de mis grandes maestros. Sergio Calleja, con un semblante del sabio con una edad incalculable. Durante los 20 años de existencia de la escuela, es a él a quien más recuerdan los alumnos. El 24 de abril, un día después del día internacional del libro, llegué a la escuela, y la recepcionista con un poco de indiferencia me dijo: ‘Ah, hoy falleció el maestro Calleja’, me desplomé en dos segundos. A veces duele más la muerte de una persona, porque se ha llevado un gran legado que dejará de compartir con los vivos. El Maestro Calleja era uno de esos seres sabios. Hubo una ocasión en que sin conocer su estado de salud, le pregunté como estaba, y él respondió que sobreponiéndose del susto de haber perdido la vista, porque hacía pocos días no había podido leer. El maestro fue un hombre amable, siempre bromista, una cualidad que se aprecia en los genios y en las mentes lúcidas; a parte de ser un docente con una vocación firme, se detenía a hablar y crear lazos con algunos de sus alumnos. Todas las generaciones que tuvieron clase con él, todo el tiempo se quejaron de que debían correrlo, nadie aguantó su disciplina. Cualidad por la que fue intocable. Hubo muchos casos, que pasados los años, fueron esos mismos alumnos los que reconocieron su labor, los que dijeron que fue él su mejor maestro en su bachillerato. Me tocó heredar algo de su legado, algo que me pareció invaluable. Una de mis alumnas me prestó el material que el maestro les había proporcionado. Estos eran scritos que él mismo había hecho a máquina, fotocopias con escritos reflexivos sobre la actitud que debe tener el alumno que realmente quiere aprender, sobre cómo facilitar la habilidad lectora, la forma de hacer mapas conceptuales… Todas esas herramientas, él las había ideado con el fin de cambiar la actitud apática y deficiente de los adolescentes a esa edad. El maestro ya era jubilado, sólo impartía la clase de Historia de México a un solo grupo, y por el tiempo que disponía dedicaba gran parte de su tiempo a revisar las fichas de trabajo, la ortografía, los trabajos individuales de sus alumnos. Cuando revisé todo este material, me di cuenta de cuan chiquita y minúscula era mi vocación, pero me sentí afortunada de ser una de las personas más allegadas a este maestro. Él nunca me dio clases, pero sus ojos de viejo lobo de mar, fueron clarividentes para notar incluso mis estados de ánimo, porque siempre fue asertivo con los consejos me que daba. Este tipo de maestros son los que te marcan, los que no sólo nos enseñan ciertos datos, fechas, teorías, leyes, para ser competentes en el trabajo, sino con los que aprendes que la plenitud de la vida y el conocimiento, deben ser aspiraciones constantes en el ser humano.
‘La ignorancia no es sinónimo de no saber, sino de no querer saber’.
Juan José Arreola.
Bibliografía
CABERO Julio. Usos de las tecnologías de la información y la comunicación en
el perfeccionamiento del profesor universitario. Agenda Académica 1998, volumen I, 5, 143-158.
FREIRE Paulo. Pedagogía del oprimido. Editorial siglo XXI, México 2000