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i {| "i Pekar ha La causalidad psiquica | 7 cle Rene an ' 8 André Green ae: | g H Ry ab Sal | fea | © it 2 a 3 aaa i | | | | 1 1 | ji Ren ene en omen ety eee ee Neer est Cn Ro Rowe on miner enact ead causalidad psiquica. Entre naturaleza y cul- tura, donde el autor despliega, a lo largo de los tres grandes eapitulos en que se divide el tex- Poet erue etme Serenata eee tee cca er en ea Ferree Cera ctor on mayor parte de los puntos tedricos y clinicos POOR CeO SC Sn Peter Rene RO kl Pree etek Recon canis ee Oe eee oes POOR Cres eC sate EC aun oa nétiea, como también de lo que sera el equipa- Peer ent bce cca ‘Nada de esto se les pasa por alto a los lecto- res de A, Green, autor de quien podria decirse que hace'de la cliniea, ese «estar al pie del le- cho del enfermo» de la tradicion hipocratica, y de la pulsién (acechante, acechadora, pero tam- owen Rae tc Re ncca Pree gece eM ae Perot ober Si ya en 1995 el autor alertaba sobre el ries- Peau csc meee eco rctrerers teeter ar tet Poe emer rca masts Peete ee nectar ka Peete a ene me Peete eee oe Soren mad Pentre teeter Cuong ga el inconsciente, hoy mas que nunca, cuan- Ste er he eee ne Pett O ieee Cha nce area Peete ert oka ee es ee eee ee eee ect eet obeoee Ue koe Or rhea tae areas Bl Tista no aparte su mirada de la enfermedad Cer nay : (Viene de Ia primera solapa.) See Oe a SCS eos oe ron OR aS Peston ea nese eerste Ja locura. Vienen luego la cultura y sus inc eee et RCo eee cual «Guerra y destructividad> es un recorri- do, basado en Freud y su preocupacién por esta, de las respectivas posiciones e interpre- pee tes ctr a een ent Pei eons ake meen Psretenter ce em nung ene Settee Our ema dioses, los dioses en el origen y lo que Green Teeevrerten etter os ee eon te oma i eeu een St ee eee Pee eee ROBT en nee neta cién en la ribera del Atica. Como corolario, tras invitar al lector a pro- Pee ee psicoandlisis viviente, «ese que se escribe hoy, ee OR ace eee Pec mete Chom CnC a Pee eC Uno reese eerste ea ue) Bion, Winnicott, Artaud, Freud, Shakespea- Pee Cote ee cen enced ANDRE GREEN es ex presidente de la Sociedad PSU eee R Rae Co Ja Asociacién Psicoanalitica Internacional. Fue peeme eeeaerCe Cute Renta oe Srnec ets ae Cn ed oer Me oe Tey to Sus principales obras, entre las que podemos Pars Cre a ee a Pe eee ott Resa tivo, Bl lenguaje en el psicoandlisis, Las cade- nas de Eros y La diacronia en psicoandlisis, PURO Oe CR nce eu LL Reem ree CREM te wore Pee RAC Perce eco Obras de André Green en esta biblioteca Nareisismo de vida, narcisismo de muerte -Pulsién de muerte, narcisismo negativo, funeién desobjetalizanter, en La pulsién de muerte De locuras privadas “Desconocimiento del inconciente (ciencia y psicoandlisis)», en El inconciente y la ciencia La nueva clinica psicoanalitiea y la teorfa de Freud. Aspectos fandamentales de la locura privada lengua en el psicoandtisis Bi trabajo de lo negative [Las cadenas de Eros, Actualidad de lo sexual Bl tiempo fragmentado La diacronia en psicoandlisis Esta version ha sido traducida de Ia edicién francesa La causalité psyehique, Odile Jacob, 1995, con la conformidad de André Green, versién revisada y aumentada de la edicién original italiana Liauvenire della psicoanalisi e la causalita Psichica, Laterza, Roma-Bari, 1995. La causalidad psiquica Entre naturaleza yeultura & André Green. g Ve OR oN Z Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid Csofapas) OE! npr Lng [Bibliotecs de psiologia y psicanlisis Directoes: Jorge Colapinto y David Maldavsky Lavvenire dela psizoanalisi ela causalitapsichica, André Green © Gius, Laterza & Figi Spa, Roma-Bari, 1995 ‘Traduccion, Laura Lambert La reproduccin totallopareial de este libro en forma iéntiea o modiicada por cualquier medio mecinio,electrénico 0 informatie, incluyendo foto- ‘Copia, grabacin, digitalizacion o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola dere thos reservados. (© Taos ls derechot de Ia edicin en castellano reservados por Amorrorty editores S.A, Paraguay 1225, 7 piso (1057) Buenos Aires ‘weewamorvartueditores om ‘Amorrortu editores Espafa SL. (iSan Andrés, 28 28004 Madrid Queda hecho el depssito que proviene la ley n° 1.728 Industria argentina, Made in Argentina ISBN 950-515-1108, ISBN 88-420-4730-9, Roma-Bar,edicén original FIOBAZR Green, André ‘La causalided psiquies entre naturalezay eultura/ André Groen, Tred. - Buenos Aires : Amorrortu, 2006. 1204p. 29x14 em. (Biblioteca de Psicologia y Psieoans por Jorge Colapinto y David Maldavsky) ‘Traducido por: Laura Lambert ISBN 950-518-1108 1. Psicoandlisis. 1. Lambert, Laura, trad. 1. Ttulo ep 150.195 sis dvigida Impreso en los Talleres Graficos Color Bfe, Paso 192, Avellaneda, pro- vineia de Buenos Aire, on julio de 2005. ‘Tirada de esta ediién: 2.000 ejernplare. Indice general 104 108 us 121 125 136 Prefacio 1. La interpretacién natural del psiquismo De la tooria de la evolucién al darwinismo neural Antropoides y dntropos La memoria y el sistema «psi» Coneiencia. Inconsciente. Sueio Hormonas y afectos La cognicién: ciencias y tecnologia Por un naturalismo abierto Elogio de la clinica 2, La interpretacién cultural del psiquismo Realidad externa y realidad humana La causalidad socioantropolégica y la causalidad psiquica Punto de partida: el presente La civilizacion cuestionada Guerra y destructividad: la funcién desobjetalizante Preeariedad de la civilizacién: una vision retrospectiva El pensamiento estructuralista La estructura antes del estructuralismo El estructuralisino antropoldgico Antropologta estructural y psicoandlisis posfreudiano Acerca de Lévi-Strauss Categorias sociolégicas, categorias psicolégicas y niveles seménticos Las criticas internas « la antropologia 164 im 178 181 185 191 193 198 201 206 210 217 El Edipo por et lado del parricidio Més allé del estructuralismo Paréntesis: el retorno de la naturaleza La conviccién estructural El psicoandlisis entre la espada y la pared Pueblos y lenguas En el origen, Jos dioses Destino de lo religioso La arquipoesfa mitica La maraia de historias Observaciones para proseguir 8. Actual conferencia de introduccién al psicoanalisis Los fundamentos de una pretensién ‘Nuestra relacién con Freud ‘Consecuencias de un recentramiento: la reduecién GHay que guardar el aparato en el armario? Especulacion sobre las pulsiones El yo y el objeto Psique Lonegativo Lo cultural y el orden de los signos Especificidad de la causalidad psiquica De algunas herramientas te6ricas posfreudianas Apertura a la clinica Verdad historica y realidad psiquica De la representacién: especificidad de la concepeién psicoanalitica Conelusién Referencias Desde mis aios de formacién psiquitrica en el hospital Sainte-Anne, de Paris, me confronté con cuestiones que por entonces se llamaban organogénesis, sociogénesis ¥ psico- genesis de las enfermedades mentales. Todas ellas alimen- taron durante siglos los debates psiquisttricos, de los que participé yo mismo en mi época. Mas tarde, en mi recorrido de psicoanalista encontré en forma menos directa las mis- mas probleméticas, tal como la obra de Freud lo demuestra con total legitimidad. Los recientes progresos de la ciencia en el campo de la biologia, los logros del conocimiento, asi como el movimiento contempordneo de las ideas en las disci- plinas socioantropolégicas, me fueron Ilevando a examinar la discusién que todos ellos abrian con relacién al psicoané- lisis actual. En 4992, cuando la Fundacion Sigma-Tau me invité a pronunciar en Roma las Lezioni Italiane, tuve oportunidad de abordar los problemas relativos a la causalidad psiquica cn su doble dependencia de la causalidad natural y de la causalidad cultural. Desarrollé el contenido de las citadas conferencias en una obra titulada: «L’avvenire della psico- aanalisi e la causalita psichica», publicada en ediciones La- terza de Roma. ‘Agradezco a Lorena Preta y a Claudio Cavazza el céli- do apoyo que me brindaron a lo largo de esta apasionante aventura intelectual. La presente edicion ha sido corregida y aumentada. Vaya asimismo mi gratitud a Christelle Becant por su colaboracién en la realizacién del manuscrito. Prefacio «La gente sencillamente no quiere ser esclarecida. Por es0 no entiende ahora las cosas mas simples. Si algtin dia quiere ser esclarecida, entenderd las cosas més complicadass. Carta a C. G. Jung, Roma, 19 de septiembre de 1907 Hace justo cien aos, Breuer y Freud publicaban su Co- ‘municacién Preliminar, Sobre el mecanismo psiquice de fe- némenos histéricos», preludio a los Estudios sobre la histe- ria, Recordemos que las ideas de Freud, quien luego segui- ria camino solo, encontraron una fuerte oposicin en los circulos médicos y cientificos. No sé si alguna vez existié un periodo en el cual el psicoandlisis, aun pareciendo estar en expansién, se desarrollé sin despertar criticas virulentas. En cambio, bien sé, por haber sido testigo de ello durante cincuenta aos, que no se cejé en predecir su muerte cerca- nna, ya sea en nombre de ideologias en boga o de logros cien- tificos recientes que, esta vez sin la menor duda, le asesta- rian un golpe mortal. Uno tras otro, esos pronésticos fatales —que quizéi debe- ria Hamar anhelos de muerte— tuvieron amplia difusién. Bajo el estalinismo, las ideas de Pavlov sobre el condiciona- tmiento no tardarfan en dar por tierra con un analisis al que se identificaba con el capitalismo norteamericano, Mas ade- lante, el descubrimiento de los psicotrépicos gracias a qui- ioterapias dotadas de poderes précticamente ilimitados, ‘asf como al uso eon fines terapéuticos de psicodislépticos ‘sobre todo el LSD) que supuestamente favorecerian un surgimiento acelerado del inconsciente, habrian de volver superflua y obsoleta la cura psicoanalitica. Tiempo después, lw antipsiquiatria —que tomaba la posta de los movimien- n tos de psiquiatria institucional, en parte inspirados en el ‘enfoque psicoanalitico— se encargé de obligar a los analis- tas a abandonar sus mullidos sillones para bajar a la arena de los centros especializadas y acompanar a los psicéticos en eleurso de sus «viajes, ofreciéndoles los recursos de un psi- coandlisis mas apropiado, mas existencial, més cercano a Sartre. Frente a la ebullicion intelectual del estructuralis. mo en la década de 1960, una nueva concepeién del incons- ciente, mAs cuidadosa de la formalizacién y liberada de sus contenidos discutibles, tuvo por ambicién suplantar a la de Freud. Con mayo del 68 llegé el Antiedipo, cuyos flujos se proponian diluir la hegemonia del significante (Lacan), con- sagrando asi el retorno de Reich, que al fin tomaba revan- cha de Freud. A partir de ese momento surgieron en profi- sign las teorias sistémicas y las nuevas terapias: Gestalt, grito primal, encuentros grupales intensivos, haptonomfa, ete. Enseguida Ilegé el ecosistema, que apuntaba a ampliar las perspectivas demasiado humanas del psicoandlisis. Fi- nalmente, la filosofia légico-positivista, celebrada en los paf- ses anglosajones y descuidada por quienes habian manifes- tado excesivo interés en el pensamiento psicoanalitico, hizo una entrada tarda en escena —més vale tarde que nunca— decidida a conquistar su lugar en detrimento de aquel. Vol- vian a mencionarse las reservas de un Wittgenstein que, por asi decir, encontraba todo demasiado lindo para ser cier- toy digno de los mitos mas seductores, En la misma linea, se recordaban las objeciones expresadas por Popper en nombre de la logica del descubrimiento cientifico, consisten- tes en declarar al psicoandlisis, insusceptible de falsacién y carente, pues, de todo criterio de verdad. Pero posterior- mente, se llegé a afirmar, al contrario, que la falsacién le concernia absolutamente y que resultaba falso en muchos de sus puntos. A partir de ahi el psicoandlisis deberia ren- dirle cuentas a la ciencia, sin lo cual perderia todo derechoa ser tomado en consideracién.1 Grandes voces intelectuales ‘y otras menos conocidas? se unieron una y otra vez al con- 2 Vease André Green, «Méconnaissance de Vinoonscients, en Lincons ant ef fa science, Dorey, ed. Pars: Dunod, 191. (-Desconocimiento del {nconciente(cioncia y peicoanaliss), en R. Dorey, ed, Hl inconciente y la iencia, Buenos Aires: Amorrortu, 1983.) Citamos, entremezclados, a D. Andler, G. Bateson, JP. Changeux, N. Chomsky, J. Delay, G. Deleuze, H. By, M. Foucault, A. Granbaum, 2 cierto de los profetas de la muerte de Freud, quien aun asi no cesa de renacer de sus cenizas, demostrando, como es ha- bitual, que el gran rigor cientifico invocado por sus detracto- res no los dispensa de cometer imprudencias a la hora de pronunciarse con una liviandad més ligada a una aversion, de origen afectivo que a la raz6n, pidiendo ser creidos a pies juntillas pese a ignorar aquello de lo cual se atreven a ha- blar. Criticas igualmente perentorias apoyadas en conoci- mientos superficiales brotaron por todos lados: de parte de esos sabios que Althusser llamaba sfil6sofos espontaneos», de epistemologos, de representantes de las ciencias duras ode las ciencias humanas. Por supuesto, las recusaciones mas radiealizadas vinieron de los bidlogos, sobre todo los, «neuro». Hoy, la polémiea —digamos, pese a todo, el deba- te— prosigue, y aparecen nuevos socios que le dan un giro distinto a los cuestionamientos criticos lanzados contra el psicoandlisis. Se los puede reagrupar en dos titulos principales. El pri- ‘mero corresponde al orden de las ciencias naturales, den- tro de las cuales figuran en un lugar destacado las neuro- jencias, fortalecidas por sus recientes conquistas. Estas se vinculan la mayoria de las veces con la biologfa molecular y dependen por lo tanto del movimiento de ideas nacidas en la biologia general. Aparte de la neurobiologia, otras discipli- nas biol6gicas contribuyen a la discusién. Junto con las neu- rociencias debe considerarse a las jovenes ciencias cogniti- vas, La nueva teorizacién del psiquismo se construye segun diversos puntos de vista: los datos sobre el cerebro y la inte- ligencia artificial, surgidos de investigaciones basadas en la ‘computadora, que remiten a la teorfa de la informacion, y ‘1 cognitivismo. De ese encuentro que tiende a la «naturali- zacidn del pensamiento» se desprende una filosofia. Ahora bien, a grandes rasgos, estos diferentes enfoques dan prue- va de una reserva desconfiada, y a veces francamente suspi- M. Henry, A. Hobson, F. Jacob, M. Jouvel, J. Monod, C. Lévi-Strauss, 4 Rule, J-P Saree, J-P. Vernant, P. Wazlawick y otros "La portada de Time del 29 de noviembre de 1983 (n° 23, ol 142)exhibe lun rettato donde Freud aparece abatido, con aspecto de enciano asilado, ins trozos del rompeesberas correspondientes al crénco se dispersan al viento, como sila abra freudiana fuera wictima de uaa suerte de Alzheimer histdrice de evoluein fatal a corto plazo. Sobre el retrato, figura este titi lovels Freud dead? 13 caz, hacia el psicoandlisis, reserva que en el mejor de los ca- 0s llega a sacarlo del listado de las disciptinas dignas de in- terés y, en el peor, a condenarlo sin apelacién. No me parece posibie que el psicoanailisis adopte una actitud simétrica de ignorancia o de rechazo a priori con relacién a tal oposicién. No se podria imitar aquello que se reprueba. Para muchos psicoanalistas, la disciplina que practican no pertenece a la cia. Sin embargo, el respeto que ella inspira —aun si en cl capitulo de la exploracién del psiquismo hay mucho que decir sobre la denominacién de ciencia— obliga a comentar sus procedimientos, sus resultados y sus conclusiones. Si bien, a diferencia de Freud, ya no estamos tan seguros de que el psicoanélisis pertenezea a la ciencia, ello se debe, co- mo traté de demostrar, no a que se sitde «por encima» de ella, sino a que serfa deseable que la ciencia revisara sus fundamentos epistemol6gieos acerea del psiquismo, inade- cuados, en buena medida, para estudiarlo en su especifi- cidad.* El segundo tipo de criticas atafe al orden de la cultura, En efecto, una impugnacién para nada desdefiable y que, a diferencia de la anterior, puede invocar una tradicién relati vamente antigua acerca del psicoandlisis, es la que emana de Ia antropologia. La pretensién del primero de aleanzar un saber universal a través de coneeptos tales eomo el com- plejo de Edipo, encuentra muchos obstculos, sobre todo por Ja postura mental que impera actualmente entre los antro- pélogos. No todos son relativistas, pero sélo unos pocos afir- man ser universalistas. Las tesis psicoanaliticas se confron- tan con los eventuales «universales» postulados en antropo- Jogia. Jean Pouillon sostuvo un dia que el hombre era un «social polimorfor, ala manera del nifio calificado por Freud de «perverso polimorfo>, En Francia, la discusicn se situé basicamente en torno de las concepciones de C. Lé Strauss, las cuales, como sabemos, influyeron en Lacan. ‘Los tedricos de la cultura tienen serias cuestiones que plan- tearles a los psicoanalistas, si es que alguna vez se prestan a hacerlo. Porque, en la mayoria de los casos, los primeros ‘igmoran los trabajos de los segundos. Recientes excepciones, centre las cuales revistan antropélogos de la talla de M. Go- delier, B. Juillerat y F. Héritier, reactivan discusiones que *Véase A. Green, -Méconnsissance de 'inanscient.-Desconocimiento el inconcintes, art, it) 4 habfan quedado en punto muerto luego de que abortaran al- unos antiguos intentos. Es dificil, en efecto, deducir y establecer datos generales transculturales en el plano del significado, por lo impactan- te que resulta ser en cambio la variabilidad de los conteni- «los —o del modo en que se los procesa— en las diversas so- ciedades conocidas. Por su parte, y hoy mas que nunea, la historia debe tener en cuenta los periplos de las diferentes civilizaciones, el ritmo en que evolucionan y el juego varia- ble de los factores determinantes seguin las areas geografi- cas y los diversos periodos transitados. Es curioso que sea por el lado del saber fragmentario e incierto de la prehisto- ria donde los psicoanalistas encuentran interlocutores inte- resados. Lo importante es reconocer que, tanto en el sector de las ciencias humanas como en el de las naturales, una ‘bundante cosecha de fendmenos y de concepeiones despier- ta numerosos interrogantes que la tradicién psicoanalitiea yanno puede seguir desconociendo por mas tiempo. Mientras que el conocimiento del cerebro esta en pafales a la fecha de la muerte de Freud, las disciplinas socioantropolégicas, jentan ya un importante desarrollo que retiene su sn antes de que efectiie su memorable incursién en el terreno antropolégico, en 1913, con Totem y tabu. Bxiste un importante contencioso entre el psicoanlisis y estas disci- plinas que no sélo no ests agotado, sino que se mantiene inuy vivo, aun cuando se subraye el cardcter discutible del razonamiento freudiano. Este doble cuestionamiento, que abarea tanto el enfoque natural como el cultural, concierne al psicoandlisis no slo ‘como una nueva molienda del nature-nurture problem. El custado radical de los argumentos que se elevan contra la vvalidez del psicoandlisis pone en cuestién su existencia mis- ima y obliga a pensar en su porvenir. Porque siempre puede practicarse la politica del avestruz y conformarse con el po- co efecto que surten esas criticas que no parecen alterar se- riamente la existencia de los psicoanalistas; pero seria un rave error atenerse a ella, pues si los argumentos sosteni- ‘los tienen suficiente validez, cabe temer que, al final, reper- en el porvenir del psicoandlisis.® Me parecis que de- 16 bia abordar esta problemética dedicandome a demostrar que existe una causalidad psiquica especifica que no se pue- de reducir ni a la eausalidad presente en las ciencias natu- rales, nia aquella otra que pudiera desprenderse de las ciencias humanas socioantropolégicas. Por mi parte, estoy convencido de que el psiquismo hu- mano est bajo influencia de un doble determinismo, natu- ral y cultural. ¥ que emerge, como creacin original, en su especificidad (irrecusable) y su autonomia (relativa). Estos dos campos de exploracién deberian enriquecer nuestra reflexién sobre la causalidad psiquica y no sustituirse a ella, ‘Naturaleza y cultura siguen siendo los parémetros de tina elaboracién cuyos desafios son capitales para todo aquel que quiera sentar en forma rigurosa las bases del estudio del psiquismo. No habré de asombrarnos entonces encon- ‘rar aqui a ese viejo matrimonio del que tanto se ech6 mano en la década de 1960, el formado por estructura e historia y ‘que, segtin creo, no ha perdido nada de su actualidad. Estos interrogantes que atin no han recibido respuestas satisfac- torias deberian ser examinados siguiendo un nuevo paré- metro cuyo alcance general todavia no fue percibido. Me re- fiero al punto de vista clinico. Ya no habria que considerarlo segtin los limites de su cualidad médica y terapéutica, sino como fuente de un cuestionamiento fundamental. {El hom- bre no es acaso el animal enfermo? Para dejar bien marcada Ja originalidad del campo del que se ocupa el psicoandl la dltima parte de esta obra consistiré en una actual «nueva conferencia de introduccién al psicoandlisis», sesenta aiios después de aquellas que nos llegaron por mano de Freud. Esta abrira la posibilidad de actualizar ciertas problem ticas internas a la disciplina que también sufrieron las eriti- cas de diversos movimientos psicoanaliticos y que han sido fuente de apuestas fundamentales. Al menos tendra el mé- tito de hacer aparecer en el campo que les es propio, con to- das sus complicaciones y oscuridades, algunas de las cues- tiones con que se enfrenta el psicoanalisis actual. Aexivo, eoere un peligro ain mas grande: el de ser asimilado esas profe- siones que resistieron a todas as épocas por formar parte de un sistema de ereencias donde se asientan oicios cuyoespectro se extiende dosde la as trologia hasta el ocultisme. 16 1. La interpretacién natural del psiquismo Bs la impronta de sus afios de aprendizaje lo que expli- ct la fidelidad a las ciencias naturales mostrada por Freud ‘vlo largo de su vida, puesto que enlazé con ellas sus propios «lescubrimientos sobre la naturaleza de lo psiquico? Hasta «1 final, en sus escritos terminales, seguiré afirmando que |i psicologia es una rama de dichas ciencias.! ;Cuarenta unos alejado de cualquier laboratorio y consagrados a la rdctica psicoanalftiea, no deberian haber dado por tierra ‘con esas pocas temporadas en las cuales se entregé a la bio- logia? Sin desconocer la influencia decisiva de las formacio- ‘nes inieidticas en cualquier persona, me inclinaria més bien por una eleccién fundamental, precozmente establecida y resistente al paso de los afios, fandada en una conviccién in- «uebrantable y, por ende, anclada en el pensamiento de Freud, mucho mas alld de su efimera actividad en el campo biolégico, La correspondencia que mantuvo de joven con su ‘amigo Silberstein lo muestra, ya al comienzo de sus estu- tlios médieos, determinado a recelar de las ideas de su maes- {ro de filosofia, Brentano (aun cuando este criticaba a Her- hhart y alababa a Comte), y fuertemente inclinado, por su ‘leccion del materialismo y como darwinista convencido, a someter la filosoffa al método de las ciencias naturales. Fi- tulmente decidiré rechazar Ia idea del doctorado en filosofia ue le habia sugerido su profesor? Mas que la influencia bosterior de los pocos aftos en que fue bidlogo, es esa convie- '-Prycholagy too tsa natural sconce. What els can it Be? Véase Sorte ‘Hlementary Lessons in Peychounalysis, The Standard Edition ofthe Co lete Peychologieal Works of Sigmund Freud, Londres: Hogarth Press, 1907, vol. XCM, pg. 28, en adelante designada camo SE. [-Algunas lee ones elementales sobre psicoanalisiss, en Obras completes, Buen Ai rye Ammorrortu editares (AB), 24 vals, 197885, vol. XXIIL * Vase’, Freud, Letires de jeunesse (15.y 27 de maran de 1875), tradue- ‘ince C. Heim, Pars: Gallimard, -Connlssance de Tineanscient, 1990 Ww ‘in adquirida a horas tempranas la que explica y esclarece la permanencia de su orientacién primera y la constancia de su opinién. Sin embargo, durante el tiempo en que fue tinica yexclusivamente psicoanalista, nunca le hizo la menor con- cesion a la biologia, conformsndose con darle el carécter de hipétesis tiltima para dar cuenta de los fenémenos sobre los que provefa explicaciones extrafdas de su propia teoriza- cién, Fiel a si mismo, nunca dejé de afirmar tampoco que esa misma biologia en la cual haba depositado una confian- za nunca desmentida, era no obstante ineapaz.de explicar la actividad psiquica, atin cuando esta tiltima sélo pudiera en- tenderse incluida entre los fendmenos que caracterizan al viviente. Por otra parte, la psicologia, que persistia en iden- tificar lo psiquico con To consciente, de ningiin modo estaba, para él mas cerea de la verdad que cualquier filosofia del pa- sado o de su propio tiempo. Es del todo necesario distinguir claramente las diversas facetas del problema, Para Freud, la referencia bioldgica es irrecusable, Pertenece al orden de la eonvievién en el plano subjetivo y se encuentra ubieada en posicién axiomatica en ¢l plano te6rico, objetivo. Entre esa referencia reivindicada y el estado del saber de la época, persiste un vacio que no permite ninguna aplicacién directa de los datos de la biolo- ia capaz de dar cuenta del funcionamiento psfquico. Pero, yese es otro aspecto, Freud funda sus esperanzas en el por- venir, Hegando incluso a pensar que un dia la ciencia hard descubrimientos que, por su aleance general, volverdn inti- tiles muchas de las hipétesis del psicoandlisis. Esto, aunque ‘nunca ponga igual esperanza en Ia psicologia, por ejemplo. Por tiltimo, llega a sostener hipétesis cuyo empalme directo con Ia biologfa (el easo de la herencia de caracteres adquiri- dos) es contrario al saber de la eitada ciencia. Pero no por eso las abandonard, convencido eomo esti de que el progre- so cientifico le daria mds tarde la razén, En suma, Freud impugna el saber biolégico actual apelando a ese mismo sa- ber para que tiempo después le dé la razén, legando hasta pensar que algiin dia teorias salidas de la biologia podrian hacer caducar muchas de las concepeiones psicoanaliticas, Hoy, la pregunta podria formularse asi: «gHemos legado al momento en que la biologia cumple la prediccién, e incluso el anhelo de Freud, de que el saber cientifico vinculado al ‘mismo campo explorado por el psicoanalisis, lograria edifi- 18 car teorfas eapaces de reemplazar en forma ventajosa a las psicoanaliticas?». Mi suposieién es que Freud siempre res- ponderia por la negativa, He aquf otra manera de confrontar el estado actual del saber biolégico con la observacién realizada por Freud en 1938, cuando se hallaba a las puertas de su iiltima obra ina- cabada, el Esquema del psicoandtlisis, segtin el cual de nues- tra vida mental s6lo conocemos dos cosas: su érgano somé~ tico y el lugar de su actividad, el cerebro o el sistema nervio- 50, y por otro lado nuestros estados de conciencia como da- tos inmediatos. Todo lo que se mantiene entre ambos sigue siéndonos desconocido. La posicién de Freud, consistente en postular la existencia de lo psfquieo inconsciente entre co- rebro y conciencia, implica entonces que, dentro de lo que no es consciente, un continente importante es de naturaleza pstquica, y que eso que es inconsciente est también en rela- «i6n eon el cerebro. En lo relativo al concepto, Freud le deja, la voz cantante a la filosofia, que trata el tema constante- mente. El buscé imaginar las relaciones cerebro-conciencia en forma novedosa. Es el clasico bdy-mind problem, que tiene tras de sf una tradicidn relevante y ha acumulado gran cantidad de argumentos intercambiados durante un debate que de ese modo se ve reactivado. As{ se eonstituyé ‘una reserva especulativa en la que se abreva regularmente y que se va enriqueciendo segiin las épocas con referencias ‘que cambian con el correr del tiempo. Las controversias hicieron enfrentar muchas veces a biélogos y religiosos, a cereyentes defensores del espiritualismo y, por sobre todo, a lésofos que adoptaron actitudes diversas. Algunos se en- cargaron de demostrar la imposibilidad de reducir el pen- samiento filos6fico a nuestro conocimiento de la naturaleza; ‘otros, més escasos, intentaron edificar un sistema filos6fi- code inspiracin naturalista apoyado en un saber muy limi- ‘do, lo que daba a sus opiniones una tonalidad que no cesa- tha de ser metafisica, a despecho de sus propésitos. En nin- uno de estos casos hubo subordinacion lisa y Hana de la, filosofia a las ciencias naturales. De hecho, el body-mind problem tiene ante siuna tarea mucho més simple cuando su funcién es ligar directamente el cerebro y Ia conciencia sin intervencién de otros aspectos del psiquismo, Con la introduceién del inconsciente irrumpen ahora tres problemas, Su descripcién enteramente hipotética no 19 permite fandarse en ningxin dato inmediato, como es el ca- so de la conciencia, y, en el mejor de los casos, s6lo puede apoyarse en indicios que lo muestran activado mediante las denominadas «formaciones del inconsciente>. Ese aspecto hipotético refuerza el eardcter azaroso de la especulacién, ‘cuando se afronta la tarea de describir las relaciones cons- ciente-ineonsciente, las relaciones cerebro-inconsciente y finalmente las relaciones cerebro-conciencia con interven- cién, a nivel del guién que los une, del inconsciente. Es que el problema se desplaza entonces del lado de Ia naturaleza de los fen6menos inconscientes en su diferencia con los fenémenos conscientes: gest su organizacién mas cerca de Ia que evidencian los procesos cerebrales? En otros térmi- nos: las hipétesis desarrolladas a partir del conocimiento del cerebro se aplican eon mayor o menor pertinencia a los fenémenos inconscientes como también a los fenémenos conscientes? Si tenemos presente que estas posiciones fue- ron expuestas por Freud en momentos en que el incons- ciente no era para él otra cosa que una cualidad psiquica (luego de la reforma que condujo a la segunda tépica del aparato psiquieo) y que, de hecho, en ese guién deben ser in- cluidos el ello, el yo inconsciente y preconsciente y la parte no conseiente del supery6, se mide el giro inabordable que toma la cuestién. En realidad, para Freud, el verdadero in- tercesor entre cerebro y psiquismo es la postulacién del ello, Qué recubren estas distinciones si consentimos en sa- carlas de su encuadre metapsicologico? El estudio del cere- bbroes propio de un enfoque positivista; en forma opuesta, el estudio de la conciencia sélo puede ser subjetivo, La cues- tign planteada por el inconseiente(o por lo que toma su rele- vo en la teoria después de 1923) no puede definirse ni obje- tiva ni subjetivamente. El objetivismo no es lo apropiado puesto que el inconsciente, por definicién, nunca se vuelve objeto de un reconocimiento subjetivo. El subjetivismo tam- ‘poco puede serle aplieado en razén de que se encuentra es- trechamente ligado a la conciencia. La especificidad episte- ‘molégica del inconsciente —o del ello, del yo inconsciente y de la parte inconsciente del superyé— debe referirse, me- diante el pensamiento, a lo que la experiencia del precons- ciente permite conocer: el pasaje de un estado no subjetivo (por cuanto no es consciente) a un estado subjetivo (por el devenir consciente del preconsciente). En suma, estamos en 20 presencia de un vinculo importante que seria el de la pre- tensién de un saber no subjetivo —que por lo tanto presenta una forma de objetividad, reforzada por el hecho de que para su puesta en evidencia subjetiva es necesaria otra ac- cién (su devenir consciente)— y que puede ser reconocido posteriormente como subjetivo, Aqui encontramos una mo- dalidad singular de las relaciones entre enfoque objetivo (el del analista fuera de la subjetividad del analizante) y su re- conocimiento subjetivo posterior por parte del analizante solo, Eso es lo que se llama stoma de conciencia», y que im- plica la existencia objetiva del fenmeno antes de que se vuelva objeto de una toma de conciencia. Pero este ejemplo clara las cosas sélo en parte, ya que el preconsciente no re- cubre sino una porcién limitada del territorio del incons- ciente En realidad, la significacién de esta tiltima topica del ‘aparato psiquico introduce entre cerebro y conciencia la re- presentacién de las pulsiones en su calidad de ancladas en lo somatico «en una forma psiquica desconocida para no- sotros» (Freud) (abt ests el verdadero guién articulador: la pulsién definida como «concepto limiter entre lo psiquico y lo somatico); la del yo, en gran parte inconsciente; y por tilti- mo, como modo de representacién totalmente distinto por “ naturaleza, la del supery6, que implica una inscripeién dle la cultura en ese nivel. Este conjunto tan heterogéneo complica singularmente la concepcién que podemos hacer- nos de las relaciones cerebro-conciencia. Y el cuestiona- miento podria formularse entonces de la siguiente manera: {Qué hay entre cerebro y conciencia cuya descripcién ha- Inria de satisfacer los criterios del psiquismo (o de la vida. mental) y euyas relaciones con el sistema nervioso y con la ‘organizacién cerebral preservarian su vinculacién con la ac- tividad psfquica consciente?s. Sobre esta base pueden ser tlofinidas las condiciones de un didlogo entre ciencias na- turales y psicoandlisis. Pero se entiende asi que, habiendo ereibido las dificultades del problema, més de un investi- suulor perteneciente a Ins disciptinas fundadas en el conoci- miento de la naturaleza (incluida la flosofia) prefiera o bien esquivar la cuestién o bien cortar el nudo gordiano, alegan- «lo que el psicoandlisis no oftece suficientes garantias de va- lide. como para ser considerado un interlocutor aceptable la diseusién, 21 Se advierte que, sin siquiera plantear la cuestién del de- terminismo en las relaciones body-mind, la simple deserip- cin choca con problemas que la relacién directa cerebro- conciencia no conoce ¥ que, Hegado el caso, pueden resucitar In vieja teoria del paralelismo psicofisico (teoria nacida en ‘un momento en que el estado de la ciencia era tal que la in- formacién sumamente restringida sobre el cerebro permitia hacer ese tipo de hipétesis). Pero, como dice el buen sentido popular: «nada se pierde con probar». Por supuesto, toda continuacién del debate exigiria estar en condiciones de confirmar que el ello o el inconsciente pueden demostrar su. realidad, Si bien atin hoy es muy dificil llegar a ese resul- tado, se puede en cambio constatar que ninguna teorfa de reemplazo lega a sustituirlo. Queda claro a qué inconve- nientes desastrosos se exponen todos aquellos que no dan cuenta de lo que recubren estos conceptos. ‘Sin duda seria eminentemente deseable poder examinar el sentido que cobran esas propuestas a la luz de hechos nuevos descubiertos por la ciencia, limitando en esa forma la controversia. Pero, por desgracia, nada de eso es posi- ble. Hasta cuando el tema se presta a tal tipo de limitacién —pienso en el caso particular del suefio, que en principio puede ser objeto de un debate bien acotado—, es facil ver que, en un momento u otro, se esgrimen hip6tesis de alean- ce general que nos remiten a los problemas de fondo. ‘Ademas, en ese mismo capitulo inaugural del Esque- ‘ma, Freud concluye sus observaciones lamentando que la psicologia animal no haya tocado todavia esos problemas. Porque, efectivamente, {eémo no abordar, cuando se debate un tema como este, la relacién animal-hombre, mientras que la casi totalidad del material cientifico proviene del ani- ‘mal? Por via de consecuencia, {e6mo no plantear entonces la cuestién de la interferencia de la especificidad humana, no con los resultados de la ciencia, sino con la metodologia cientifica, que ignora esa especificidad porque sus medios no le permiten abordarla? Inversamente, basta esa especi- ficidad para recusar todo el saber concerniente al animal y, sital es el caso, c6mo explicar a influencia de la infraestruc- tra biolégica sobre el psiquismo® Se trata de una cuestién 8 Batre el momento en que fueron pronunciadas y la redacciin de estas conferencing, J. Laplanche, que seguia una dieccion ya antigua, denuncis 22. tunto més urgente cuanto que gran parte del psicoandlisis contemporéneo busca sacarse de encima la hipétesis consi- dorada por Freud como bioligica. Me refiero a la teoria de las pulsiones. Su relevo desde fuera del psicoandlisis, o in- cluso en el seno del psicoandlisis, gasegura una relacién cualquiera con la referencia biolégica, querida y asumida por Freud? O, dicho de otro modo, qué sector de la teoria psicoanalitica nueva se encarga de ese problema sin proce- der a su lisa y Hana evacuacién? Ahi es donde nos damos cuenta de que se hace indispensable volverse hacia los andes ejes tedricos del pensamiento biolégico de hoy, aun cuando en los hechos actuales su intervenciGn directa sea poco verificable. Tenemos seguridad de encontrar, entre los psicoanalis- tas, aliados favorables a un abordaje que tenga en cuenta la actualidad del cuestionamiento cerebro-psiquismo? No tengo ese convencimiento. Si existen, no han de ser muchos. Los que quieren acercar el psicoandlisis al saber cien se ubican en general del lado de la psicologia, la cual fue embargo constantemente recusada por Freud. Me iran que la nuestra difiere de la que él conocié. Estoy menos con- vveneido que quienes lo sostienen. En general, los psicoana- listas me parecen dar una imagen del psiquismo humano mais veridica que los demas. Yo mismo no seria psicoanalis- ta sino lo creyera ast, Pero la historia del psicoandlisis, sus dlisideneias, sus eismas, y ahora, la formacion en su seno de clanes en violenta oposieién, nos demuestra que tampoco ellos eseapan al desafio a la racionalidad que nos brinda el especticulo del mundo actual y a la preeminencia, incluso ‘en aquellos medios que se esfuerzan por conjurar sus efec- los, de las pasiones menos marcadas por la biisqueda de la verdad. {Habra que refugiarse en la idolatria a Freud y ver cen élal profeta anunciador de tiempos tenebrosos en los que sélo cabria esperar la realizacién de sus profecias? Una acti- tud de ese orden no tendria nada que ver con la perspectiva Le fourveiement biologisant de la sexualité chez Freud: (Synthélabo, Wi, [BL extravio Biologizante dela sesualidad en Preud, Buenos Aives Amorrort, 1998 Si bien la interpretacion que da del texto freudiano hued nr diseutida y abierta a la controversia, no seentiendeen cambio la ‘manera ca quo el autor da cuenta del sugar positive y ya no mitoligic de Iibologin en ol vorreno psiquico. 23. ‘que pone sus esperanzas en el conocimiento. Pero en cambio znos ensefia que no basta con que una verdad se devele para ‘que sea plenamente entendida y, una ver divulgada, escape a la degeneracién producida muchas veces por los mismos que la reconocieron. El trabajo eritico sigue siendo una ta- rea incesante. Esta vez, hay que dar pruchas de algo més que de coraje y Iucidez: se requiere una verdadera incorrup- tibilidad frente a In tentacién de las modas y a la insaciable necesidad de novedades a cualquier precio, que como sabe- ‘mos es una caracteristica de la libido. Hoy, esa tendencia se ha ido ampliando en forma desmesurada por obra de los me- dios de comunicacién de masas, que han procurado a la di- fusién formidables desarrollos. El mas expandido de los pla- cores, conocido desde siempre pero no siempre reconocido en sus verdaderas dimensiones, ha quedado en evidencia gracias a los nuevos medios disponibles: el placer de hablar de uno mismo. Pero estaria incompleto si no viniera acom- pafiado del de hacer callar a los demas: es decir, a todos aquellos cuya voz transmita una imagen del hombre en la que sea imposible reconocerse y que se considera inacepta- ble. Pero, zhabré que decir que los psicoanalistas le dan la espalda a la imagen del hombre que ofrece la ciencia, o que Jos cientificos son refractarios a la imagen que los psicoana- listas les presentan? Podremos responder a esta pregunta s6lo después de examinar los diversos sectores en que se confrontan esos distintos puntos de vista.* De la teoria de la evolucién al darwinismo neural Las convieciones evolucionistas de Freud han sido objeto de estudios recientes que suscitan discusiones.° Las cartas 4 No podremos retomar las cbservaciones goncrales que nos inspiran las ideas de Popper acerca dela lgicn del descubrimiento eientifico ¥ 1a cienlifiidad de! psicoanslisis. Remitimos al lector a nuestro articulo “Méconaiseance do inconscieats, en Linconsciant et la seience, op. cit [-Deseonoeimiente del ineonciente (cenciay pscoanlisiss, AU inconcionte -yla ciencia, op. cit.) ' Vease, por ejemplo, L. B. Ritvo, izscondant de Darwin sur Freud, tra- duccién de P Lacoste, Pais: Gallimard, «Connaissance de Tinconscient 992. 4 dirigidas a su amigo Silberstein demuestran que, joven es- tudiante de medicina de apenas dieeinueve afios, ya era evolucionista y darwiniano.® En el ambiente en que se mo- via, por lo general hostil a Darwin, se podia ser lo uno sin ser lo otro. Sin embargo, a esa edad Freud ya se declaraba materialista y ateo. Pero el problema es su oscilacién entre Lamarck y Darwin. Si bien es cierto que el estudio de Dar- win fue determinante para su orientacién cientifica, tam- bién lo es que en su obra las alusiones a este wltimo son es- casas y deben leerse entre lineas, por ms que cite a neo- darwinianos como Weissmann y Haeckel y trabaje algunas de las ideas de estos. La influencia de Lamarck en Freud es tuna cuestién todavia mas oscura. Si bien todo el mundo co- noce su ereencia en la transmisién hereditaria de los carac- teres adquiridos, con todo el nombre de Lamarck: no aparece nunea bajo su pluma, A comienzos de la Primera Guerra Mundial, el tiempo libre que le deja la disminucién de la clientela hace nacer en él el proyecto de escribir, en colabo- racién con Ferenczi, una obra sobre dicho autor. Lee la Filo- sofia Zootégica y, en su correspondencia con Ferenczi, decla- ra compartir el punto de vista de ciertos «psico-lamarckia- nos» contemporaneos.” Pero, terminada la holganza de los primeros tiempos bélicos, el proyecto es abandonado. Una carta a Abraham muestra la firmeza de sus convieciones de centonces. El reciente descubrimiento del manuscrito —de hecho un borrador— enviado a su eorresponsal, muestra que n0 habfa llegado mas que a un primer bosquejo al que daba po- ca importancia, En la carta del 28 de julio de 1915 que acompafia al envio del proyecto de capitulo originariamente destinado a ser incluido en los escritos metapsicoldgicos, es- cribe a Ferencai: «Tirelo 0 consérvelo»,® indicio indiscutible dil relativo valor que le otorgaba, hasta el punto de no ha- her guardado ninguna copia. Bste segundo «Provector es para mila prueba mas contundente de eso que llamé el «ro- mantieismo biolégico» de Freud, cuya connotacién ima- Véase S. Freud, Lettres de jeunesse 7 Vénee E. Jones, La vie et Vauvre de Sigmund Freud, traduccién de |. Flournoy. Paris: PUR, 1969, vl. 8, pigs. 952-7 Vga S. Freud, Vue ensemble es névroses de transfert treduceién de Matrick Lacoste (comentaries del traductor de Tlse Grubrich-Simiti, n descubrio, coments y edit el manuserito), Paris: Gallimard, 1989, 25 ginativa resulta todavia més acentuada por una reconstitu- cidn evolucionista que no carece de encanto. Esta tltima ayuda sin duda a conocer més a fondo el pensamiento pro- fundo de Freud, pero en nuestros dias cumpliria mejor su oficio como guién de alguna superproduccidn hollywooden- se sobre la prehistoria, Esto no impide que se puedan en- contrar aqui cantidad de ideas interesantes sobre las neuro- sis de transferencia referidas al contexto teérico de 1915. ‘Como signo de los tiempos, hoy es habitual que un traba- Jo consagrado a las relaciones del psiquismo y el cerebro aborde la cuestién remontandose previamente a la ereacién del universo, prosiga con la aparicién de la vida en la tierra yy recorra a buen paso la trayectoria evolutiva.? Cualquiera sea Ia profundidad del campo donde nos ubiquemos y la ex- tensién que alcance la exploracién realizada, el enigma cen- tral més oscuro no es el hombre ni tampoco el cerebro hu- mano, sino el psiquismo, ptidicamente no nombrado y con- fandido con lo anterior. Los datos acumnulados sobre ese tra- recto y la elarificacién de todas las etapas encontradas se- rein, al fin de cuentas, de poca ayuda al momento de plan- tearnos las cuestiones esenciales, es decir, aquellas que revelan su verdadero sentido: el de devolver al investigador asi mismo. No sélo como investigador, sino en todos los as- pectos del sujeto que es, en su investigacién y fuera de ella, como ser subjetivo y sin embargo capaz de alcanzar la obje- tividad. En realidad, se busca una alternativa fundada tini- camente en la raz6n a respuestas surgidas de la religién o de las religiones, como si ella reinara en forma indivisible sobre las conductas humanas. No se trata de oponer aqui al cenfoque parcial de la ciencia un holismo como el que ocupa a los fil6sofos, sino més bien de preocuparse por Ia compati- bilidad de las distintas facetas del psiquismo y la necesidad de articularlas. Un neurobidlogo reconoce sin ambages que: «El objeto iiltimo de este proyecto es muy ciertamente an- tropomérfico: el hombre quiere entenderse a si mismo y explicarlo todo, incluidos los procesos materiales (0, como algunos quieren seguir ereyendo, inmateriales) que consti- tuyen su conciencia».2° Bl sentido de dicha estrategia es adherir al postulado que se niega a considerar al hombre co- 9 Véase, por ejemplo, André Bourguignon, Lihomme imprévu, Paris PUE, 1989, 39, Danchin, Loeufet fa poute, Paris: Payard, 1983, pig. 299. 26 ‘nw una entidad aislada del mundo animal, con el fin de n0 cvder al prejuicio que haria de su caréeter tinico una razén suficiente para desvincularlo totalmente de sus ancestros nimales, Esta posicién se acerea a Ja adoptada por los de- fonsores religiosos de lo espiritual, dado que cae por su peso que s6lo el hombre poseeria un alma y un espiritu. En su- nt, la posicién evolucionista es bioldgica, sobre todo desde ‘que se demosteé que los genes son el soporte de la herenci ‘ histérica, ya que se remonta a los origenes de la vidas es ‘materialista, puesto que no hace intervenir ningén factor iferente por naturaleza a los elementos materiales obser- vvados en el animal; es obligatoriamente relativista en razon de que ningtin caracter guia la seleccién natural, y por ulti- no es monista, necesariamente. Sin embargo, dicha posi- ‘cin tampoco escapa a la dificultad de volver inteligibles las curacteristicas propias de lo humano, Suele recordarse que el hombre no tiene el privilegio de ingdn constituyente quimico, que sus neuronas emiten \curotransmisores que no le son particulares, que su céigo enético es el mismo de todos los seres vivos, ete. En resu- men, el hombre est hecho de la misma materia, aun ewan- «lo esa materia esté organizada en otra forma que la de los demas seres vivos de la serie animal. Estas comprobaciones envalentonan a quienes no temen ner reprochados de reduecionistas: «Pese a su gran variedad dle formas y a la diversidad de comportamientos que susten- lan, los diferentes sistemas nerviosos, desde el organi ino mas primitivo hasta el del hombre, presentan regulari- dudes anatémicas y funcionales notables.” Por eso no hay ningdn ineonveniente en dedicarse al estudio del grillo ‘ucexinico, el earacol de mar, el torpedo eléctricoo la serpiente Iningara, en vez de hablar del nino y del adulto normal o pa- Loligieo, agrega el autor, sin el menor guifio humoristico. Y rho es un easo aislado. S. Rose da muestras de idéntico triun- fialismo. Confrontado a problemas tan complejos como el de lu memoria, eseribe: ~Seguiré insistiendo en que los detalles hiiokgicos de lo que ocurre en el cerebro de un pollo cuando picotea maiz deben formar nuestra comprensién de la me- " M. Imbert, «Neurosciences et sciences cognitivess, en Intreductian suns seionces eonitives, D- Andler, ed, Paris: Gallimard, -Folion, 1992, vg 27 ‘maria tanto como la materia que explota el novelista».!2 Sin embargo, los fendmenos psicolégicos estén indudablemente ligados a la especie observada, y las caracteristicas de esta dependen de la seleccién natural. G. Edelman ama «pro- grama de Darwine a la determinacién de lo que debe saber- se para dar cuenta del espiritu humano en el curso de la evolucién. El autor sefiala la dependencia del comporta- miento respecto de las capacidades morfoldgicas en el senti- do més amplio, incluyendo los detalles microscépicos que in- tervienen en las funciones propias de los tejidos y érganos, y también del cerebro.}9 Esto nos lleva a evocar ia compara- cign entre los primates y el hombre, lo cual, sin que nadie lo esperara, nos sitta de plano en el paroxismo de la contra- iccién, Los primates son los animales més cereanos al hombre y el chimpacé es aquel cuyas eapacidades més se avecinan al humano. Esa proximidad descansa en el hecho de que el {99% de los genes son poseidos en comtin por el chimpacé y por el hombre. Muchos darian lo que no tienen con tal de co- nocer ese 1% eapaz de explicar una diferencia que un emi- nente neurélogo comparaba con la que separa a una bicicle- ta de un coche de Formula 1.24 La teoria de Darwin’® debia poner fin a las ilusiones de ms de uno. Con la hipstesis de la diferencia esencial entre el hombre y el animal perece también la de un evolucionis- ‘mo «verticalr que veria en el hombre la coronacién mas 0 ‘menos programada del origen tanto como de la inmutabili- dad de las especies. Luego fueron definitivamente condena- das otras ideas falsas, eomo la herencia de caracteres adqui- ridos (en la que Freud nunca dejé de ereer). Estamos citan- do los rasgos mas generales del darwinismo, aquellos que pueden tener eco en el psicoanalisis. Con frecuencia, ciertas teorias psicoanaliticas —incluida la freudiana— parecen desprender relentes de finalismo. Pero dicha tendencia es 1, Rose, The Maing of Memory. From Molecules to Mind, Londres y Nueva York: Bantam Press, 1992, pi, 308, 15.G. M. Edelman, Biologie de fa conscience, traduecion de A. Gerschen- fold, Paris: O. dlacob, 1992, pig 6. 1B, Lhermitte, eomunicacion personal 4 Eq todo lo concernionte a la teoria de Darwin somes deudores del trabajo de L. Guttieres-Groen, -Lathéorie de Darwin et son influenee sur la théorie paychanalytiquee (comunicacién persona. 28 profundamente ajena a la tooria darwinista. Por ejemplo, la islea de seleccidn de los mas aptos en funcién de criterios :laptativos fue utilizada por los representantes de algunas escuelas psicoanaliticas, como la ego psychology, para deplo- rarque Freud —a diferencia de Hartmann—no hubiera en- tendido la importancia del concepto de adaptacién.'® Pero ‘en ese caso se trata no sélo de una interpretacién tipicamen- te norteamericana (hartmanianna) del pensamiento de Freud, sino de una idea cientificamente inexacta. F. Jacob lemostré que el concepto de adaptacién debia ser interpre- tudo con prudencia y reserva.1” En efecto, una posicién asi -tal como ocurre con todo el pensamiento biolégico— est ertemente cargada desde el punto de vista ideoldgico. Per- mite pensar que el hombre debe su superioridad a sus sim- ples capacidades adaptativas y, més atin, tiende a mantener In idea de que las civilizaciones o los Estados en posicién do- minante «merecen» su supremacia y la justifican objetiva- mente. Se sostuvieron posturas parecidas acerca de las de- terminaciones del QI, punto de vista que fue denunciado por A. Jacquard.!® No falta mucho entonces para pensar ‘auc los individuos Tlegados a la cima del poder y del honor nia hacen sino confirmar la excelencia de su genoma. De ahi ‘ue encontremos bajo la puma de diversos neurobiélogos | afirmacion de que el cerebro logra representaciones cada wx mas «adecuadas» de la realidad, con lo cual pasan por nlto el rol de la afectividad en tales representaciones, hecho ‘que impide considerar a muchas de ellas como particular mente adecuadas sin que por eso pueda ubicdrselas junto ww las manifestaciones patolégicas. Aqui aparece la ideati- cucivin intelectualista de los modelos més frecuentemente ‘wloptados en neurobiologia, En forma concurrente, la sociobiologia de E. Wilson de- fiende la idea de la lucha intraespecifica en la transmisién «lel patrimonio genético. Esta tooria, que en su momento al- 125 cierto favor, fue objeto de criticas por parte de los an- troplogos.1® De hecho, su objetivo es preconizar un panbio- Veuse L. B. Ritvo, Lascendant de Darwin sur Freud, Paris: Gall sal 2 "WF Jacob, Le jeu des possbles, Paris: Fayard, 1991 A ducquard, Uhéritage defo libert, Pars: Seuil, 1986. "Yew en esta misma obra la argumentacidn de Marshall Sablins, en ‘ol ewpitul -La interpeetacin cultural del psiquismo», pg 174 y sigs 29 logismo, considerando que la sociobiologia trata de la infra- estructura de los fenémenos sociales y que los socioantropé- logos s6lo abordan la superestructura de ese orden de reali- dades.”9 ‘Ala inversa, Stephen Jay Gould, quien prolonga el pen- samiento de Darwin, sostiene que la seleecién opera en for- ma azarosa y que las especies sobrevivientes son aquellas ‘que gozaron de buenas condiciones, sin que de ello pueda desprenderse un modelo general de seleceién, Sin embargo, a nadie se le ocurre negar que esta tiltima se efectué con miras a favorecer Ia complejidad. En realidad, tal como lo precisa F. Jacob, la adaptacién no es un componente nece- sario de la evolueién, yen un organismo no todo tiene ne- cesariamente vocacién de ser vitil. Mejor conocides son los ‘mecanismos por los cuales se opera el cambio en el nivel mo- lecular, y que hacen intervenir la fragmentacién de genes de estructura y Ia presencia, en muchos ejemplares, de elementos transportables con propiedades de diseminacién y transferencia al genoma, procediendo asi a incesantes combinaciones y recombinaciones. Esas operaciones fa~ brican también io imitil. Pero cuando una estructura reve- la ser til, la presién selectiva ejercida por los cambios de comportamiento ocasiona ajustes bioquimicos o transfor- maciones moleculares. De hecho, el 1% que hace la diferen- cia entre el chimpaeé y el hombre tradueiria cambios en los genes de regulacién. Aqui juega la neotenia, el «retraso del desarrollo» segiin Bolk (citado también por Freud). Alarga- miento de la infancia y dependencia de los padres combinan sus efectos en el hombre y se abren a la influencia de la cul- tura merced a la transmisién de quienes erfan al nino. Por- que la presiGn selectiva opera sélo en el periodo de la vida anterior ala reproduccién. De paso se mide hasta qué punto es determinante la dimensi6n temporal y eémno la memoria, cn todas sus formas, se vuelve un componente esencial en Jo que hace a la especificidad humana. En realidad, dos di- ‘mensions se reparten los efectos de lo que luego seré el es- piritu: la representacién del presente y la complejizacién de Jas memorias. Por su parte, Freud ya habia opuesto los sis- temas percepcién y memoria, E, Mayr mostr6 el factor de progreso observable en las” ‘especies donde la epigénesis es favorecida por la longitud 2°B, Vile, Soibilao, Cambridge, MA: Harvard University Pres, 171. 30 lel periodo de dependencia de la erfa. Del mismo modo, las ‘ondiciones que determinan la necesidad de la lucha por la vie actin en direceién idéntica. Resumiendo: la longitud ‘del perfodo de influencia parental armaria mejor a los indi- vidos en su lucha por la vida cuando se hacen adultos. Pero Freud insistié muchas veees en el eardeter fundamental de In inmadurez del eachorro humano, si bien le agregé el pa- pel complementario y decisivo del apego a las figuras paren ules y de las fijaciones resultantes, asi como de los procesos dentificatorios. Ademas, 61 mismo habia adherido a las con- cepciones de Weissmann (diseipulo de Darwin) al defender In relativa independencia del germen y el soma, con lo cual rié el camino a una consideracién particular de la sexua- ombinacién de genes —es decir, a la mezela de la mitad de- los eromosomas de cada uno de los padres—, y no a la muitaciin, Bl terreno de la soleccion se extiende mas allé de Jos yenes —por lo tanto de la sexualidad— y engloba tanto nu seleccién somatica de la inmunidad como a la del siste- mu nervioso. Kstas relaciones levaron a defender Ia idea de mwcanismos de reconocimiento comunes alos tres sistemas: enctico, nervioso e inmunitario.”! La neurobiologia es asf considerada como la ciencia det reconocimiento, Edelman desarrolla la teoria dela seleccion de grupos neuronales (TSGN) para explicar el trabajo de euteyorizacion, El autor recusa todo modelo fundado en la ‘nulogia entre cerebro y computadora, ya que su teoria prescinde de cualquier referencia a una programacién pre- ‘eslublecida pero apela al concepto de reentrada, que ase- uur una funcién de sintesis recursiva. En cambio, la selec- ‘won es consecutiva a la actividad, y no lo contrario. Las ob- nerviciones de Edelman sobre el misterio de la categoriza- ‘won recuerdan los interrogantes del psicoandlisis: «;Cémo ‘posible que un animal que al principio se eonfronté con Fntiondo por reconoeimiento la puesta en correspondencia, adapta le oe elementos de un dito sico dado eon las noveda- 2 elementos de oto dmbit isco, mas o menos indepen- nde! primer ajuste habido en ausencia de toda instruceién previa 'M ¥uelman, pag. 100). Esta definicion se podré aplicar sin mayor ‘ult concepei dela relaeisn de objeto en la relacin madre-hie iw dunia nocesidad de isistie sobre la base comun eonstituida tf roconecimiento entre si mismo y no s mismo, 31 ‘un pequeiio nimero de “acontecimientos” o de “objetos”, pueda luego clasificar por categorias o reconover un mimero ilimitado de objetos nuevos (aun en contextos diferentes) se- mejantes o idénticos al reducido conjunto con que se con- front inicialmente?>, se pregunta.” {No puede hacerse agui un paralelo con el criterio que condujo a Freud a postu- lar la hipétesis de los fantasmas originarios, «categoriza- ores» de la experiencia del individuo? Desde luego, aqui no podria invocarse el fundamento filogenétieo, pero no vemos qué cosa impediria pensar en la posibilidad de que existan en el animal equivalentes de los IRM, mecanismos inna- tos de desencadenamiento (innate release mechanisms). Porque, volviendo a Edelman, podriamos preguntarnos sobre la nocién de «valor» que él destaca. {Qué «valores» rrigen para el hombre y cémo determinarlos? Curiosamente, muchos criticos acusaron a Freud de recurrir a un argu- mento ad hoc apelando a una filogénesis mitica, y también a Edelman lo pondrén en la picota por apelar a la teorfa de Ja evolucién, movilizada aqui en contextos recusados por ‘otros bidlogos. También se objets (Barlow y Crick) la hipste- sis de esa aplicacién del darwinismo, e ineluso se sugirié bautizarla irénicamente como «edelmanismo neural». La categorizacién, explica Edelman, se funda en valores, fenémeno de origen epigenético pero que resulta de la selec- cién de grupos neuronales nacidos de la experiencia. Sin ‘embargo, mutatis mutandi, en ausencia de valores previa- mente definidos, los sistemas sométicos de seleccién no con- vergen hacia sistemas precisos. Se entiende por qué —y tendremos ocasién de volver a este punto— las concepciones fundadas en Ia programacién (analogia con la computado- ra) pierden terreno y son reemplazadas por otras donde tie- nen preferencia los modelos sensoriomotores de actividad, hallando en el ejercicio mismo de la accién referencias que se harén estables. De todas maneras, aqui no se escapa a cierta circularidad que el razonamiento de Edelman parece no poder evitar. Por el momento, lo importante es el recono- cimiento de un sistema de valores que fundan la categor cién. Lo cual equivale a decir que, en el hombre, esta requie- ‘re por lo menos una reflexién avanzada donde intervengan 2% Una euestion de la misma naturalera fue evocada por N. Chomsky «a propésito del lenguaje, aunque entrasa respuestas de cardcler muy Aistinto. 32 falta elecciones que estan lejos de deducirse todas ellas sie una experimentacién convincente, y que ante todo deri- ‘wn de la interpretacién de los datos. No obstante, lo que cuenta en el presente es el esquema puesto por Edelman para deseribir la conciencia prima- in. ~Resumames: en el cerebro se desarrolla un proceso de “mutocategorizacién” conceptual. El cerebro construye au- tocategorias ajustando las categorias perceptivas pasa- dus a las sefiales provenientes de los sistemas de valores, proceso este que esté a eargo de sistemas corticales capaces de asegurar funciones conceptuales. Luego, dicho sistema de valores-categorias interactia, via conexiones reentran- tts, con las areas cerebrales encargadas de la categorizacién pereeptiva en curso de los acontecimientos y seftales prove- hhientes del mundo externo».2 Para Edelman, el cerebro es ‘ante todo un correlator. Esta explicacién ingeniosa y que posce buenas chances de verosimilitud, porta sin embargo In marea de todas las limitaciones propias de este tipo de eonceptualizaciin, No da lugar, porque no estd en su poder hucvrfo, a las representaciones, aplastadas aqui entre con- expios y percepeiones desde los primeros hasta los segun- los, y ciceversa, Si bien nos felicitamos de ver introdueirse In nocién de valor haciendo justicia a la complejidad, es la- entable la vaguedad que rodea a su contenido. Pero sin ‘eibsiryo es aqui donde el lugar que ocupan las pulsiones en Dnivoundlisis tiene algo que decirnos. Edelman se muestra ‘muy prudente a la hora de aplicar al espfritu teorias bioldgi- ‘ws, nor mas que esté totalmente convencido de la necesidad tte hueerlo, Otros autores de similar pensamiento no toman tutus precauciones. Vinculado a la corriente del darwinis- to neuronal —eonvertido sin restrieciones en «darwinismo stul»— por su teoria de la estabilizacién selectiva,24J.-P. Chungenx adopta una actitud resueltamente mecanicista y ‘xpunsionista que da cuenta en términos neurénicos de Io {que son cl entendimiento y la razin kantianos, la represen- “1 sentido, ete. {Son otros conceptos u otros valores? ntomia” de la seméntica se vuelve asi posible», no 21M. Rotman, pi 158. 2.4 Changeuxy A. Danchin, teorizada por Freud, que esta lejos de ser la caracteristica cesencial del sueio. Ahora bien, estos resultados nada dicen de lo eseneial del suetio para un analista, 0 sea, la relacién ddel suenio con el deseo, ni tampoco esclarecen en absoluto cl trabajo del sueio 0 su proceso dé formacién, La relacién centre contenido manifiesto y contenido latente, piedra an- gular de la teorizacién psicdanalitica, tampoco es tratada. Por eso la idea de que los conocimientos neurobiolégicos podrian dar cuenta, incluso sin demostrarlo, «de un modo de funcionamiento mental particular, diferente del consciente y asimilable al inconsciente descripto en psicoandlisis»,*® thos parece temeraria y apta para crear amalgamas que de- ben evitarse. Hara falta algo més para convencernos El caso del sueiio resulta paradigmético porque es uno de os raros puntos de contacto donde neurobiologta y psico- aandlisis se enfrentan directamente y pueden comparar sus ‘enfoques, hipétesis, descubrimientos y concepciones de la vida mental. En este caso preciso sélo podemos coneluir en li incapacidad de la neurobiologia para dar cuenta de aque- Ilo que el psicoandlisis —por més conjetural que sea— 1. Tassin,-Peuton trouver un lien entre Finconscient psychanaly~ tuyue of les connaissances actuelles en neurobiologie?s, en Neuro:psy, 19, 0 8, pag. 426 iid. pag. 432, Sefalamos que la bibliografia del autor no incluye La snterpevtacin dle los suetios de Freud, a7 aporta a la comprensién del psiquismo, Como es habitual, Jas comparaciones son posibles, siempre y cuando se proce- da a una excesiva esquematizacién de lo que describe el anélisis, Ellas dan testimonio de una real dificultad para restituir simplemente las ideas tebricas que sirven de hipé- tesis al psicoandlisis —como en todo lo tocante al incons- ciente—,*? mostrando la seria limitacién de los cientificos para entender de qué hablan los psicoanalistas, limitacion que no tiene un cardcter universal pues la intuicidn de los literatos sf lo consigue, al precio de algunos malentendidos ocasionales que no afectan a lo esencial. ‘A favor de ese tipo de «traduccién- se efectia el pasaje entre el inconsciente psicoanalitico y el inconsciente cogni- tivo. La critica de esos trabajos es la que puede hacérsele al cognitivismo en general y la retomaremos més adelante. En este caso, lo menos que puede decirse es que los autores lle- van a cabo una completa asimilacién entre lo no-consciente yy el inconsciente (freudiano). Interpretan el primero segzin ’su c6digo (nivel computacional), luego pasan sin transicién a la semantica; tratan de representaciones procedurales, episédicas y luego «implicitas»; separan con bastante arbi- trariedad jas operaciones modulares y centrales (Fodor), ete, Pasan entonees a figurar en el mismo rubro lapsus, actos fallidos y anosognosias 0 prosopagnosias. Por ultimo, se usa sin discernimiento la oposicicn afectivo-cognitivo, hhaciéndose caso omiso de la nocién de representacién in- consciente. {Es esta afectiva o cognitiva? Un minimo de coherencia conduce a guardar reserva respecto de algunas tentativas de acercamiento entre sinconsciente psicoanali- tico, inconsciente cognitivo y funcionamiento del sistema nervioso». El deseo triunfalista de los «objetivistas», que se esfuer- zan en convencernos de que sus luces estan hoy en condicio- nes de aclarar terrenos que hasta ese momento habian deja- do en manos de aficionados a especulaciones mas 0 menos inconsistentes, hoy los empuja a lanzar afirmaciones que remedan los decires de aquellos a quienes critiean: los neu- © Un ejemplo reciente: J, Weiss, -Les mécanimes inconscients de la pensées, Pour la science, n° 151, 1980, 50: Derouesne y H. Oppenkein-Gluckman, -Inconsciont psychanalyti- aque ot inconscient cognitif, an Encyclopaedia Universalis, artculo -Poy chologie,edicion 1988, pigs. 289-5 8 robiélogos estarfan «a la escucha de Ia neurona», ofdos y grabadores en ristre. En ocasiones es dificil saber, incluso leyendo los trabajos mas inventivos y mds abiertos a la ne- cesidad de atender al nivel de complejidad de los fenémenos estudiados, qué cosa se vineula con una exploracién del me- canismo cerebral secundariamente aplicable a tal o cual fe- némeno psiquico, 0 cual es el producto de una deseripeién procesada por reduccidn previa de los «estados mentales>, formulados de tal suerte que enseguida permitan una ex. ploracién ealibrada ad hoe y formada segtin los criterios ne- cesarios para satisfacer las exigencias de la empresa, y que supuestamente da cuenta de la actividad psiquica conside- ada. Tal como ya tuve ocasion de subrayar, el neurobidlogo quiere dar la impresién de que la «méquina» (entendido el término en el sentido de conjunto tebrico y téenico del uti- aje cientifico) se limita a verificar las hipdtesis concebidas por el investigador con toda independencia, mientras que la verdad es la opuesta. Es la maquina la que obliga al inves- tigador a confinarse en aquello que le resulta posible inves- tigar y que define los limites de lo que se debe pensar. La .51 En realidad, esta oposicién puede ser superada a través de una visién mas amplia, donde el cerebro sea consi- derado como una glandula multiple que libera neurohormo- nas y neurotransmisores de accin hormonal. Debe insistir- se, pues, en la complementariedad de los sistemas, que fa~ vorece un funcionamiento miiltiple. Ello, afin de lograr una concepeidn que dé plena cabida a la diversidad propia de las actividades psiquicas. Se entenderé que el proceder psico- analitico esté més particularmente interesado en un enfo- que de este orden, no sélo porque toca a la esfera afectiva (a la que es tentador reducirlo, abusivamente ademas), sino porque, en forma més especifica, involuera problemas fun- damentales tales como la diferencia de sexos a través de la dinamica hormonal. Los neurobi6logos tienen excesiva tendencia a separar el cerebro del resto del cuerpo con el pretexto del rol cumplido por Ia barrera encefilica, menos estanca de lo que se pretende, y minimizando también la re- presentacién, en su seno, de elementos salidos del sistema inmunitario, de lo que eae bajo el peso de las variedades ce- lulares (células gliales diferentes de las neuronas), y final- ‘mente del medio hormonal en que esta inmerso el encéfalo, La unificacién en tomo de la neurona responde a una estra- tegia tedrica que evita pensar las consecuencias de la co- existencia de estructuras cerebrales, filogenéticamente de distinta edad, y de las relaciones que se anudan entre siste- ‘mas con tareas separadas pero comparables, asi como de los problemas relativos a su intercomunicacién de sistema a sistema, entre afuera y adentro y de la parte con el todo. El estudio de las hormonas permite aprehender tna re- lacién importante: la que vincula el espacio cerebral con el 51 J.D. Vincent, Biologie dee passions, Paris: O. Jacob, 1986, pég. 40. [Nos remitimos a esta obra para toda informacion subsiguiente acerca de los humores. 50 ‘medio interno concerniente al resto del cuerpo. Hay dos y sélo dos vias de entrada y salida en el cerebro: la nerviosa y la humoral. Gracias a esta tiltima, el cuerpo como conjunto generalizado penetra en el cerebro. El medio interno se re- presenta en él. En suma, es como sila relaci6n figura (cere- bro}-fondo (medio interno) pudiera reflejarse en la figura misma. Por otra parte, la division en eétulas nerviosas y cé- lulas gliales demuestra la existencia de una secrecién de neurotransmisores, fuera de toda estructura sindptica, al modo de una accién no especifica y difusa. No nos sorpren- derd enterarnos de que esas secreciones hormonales afec- tan modalidades globales que involucran al conjunto del organismo, como en el caso del comportamiento mater- no. Aqu{ estamos en el terreno de vastas unidades que eon- ciernen a la regulacién de grandes funciones vinculadas con la supervivencia del individuo o de la especie. Una visién evolucionista permite saber que en ciertos organismos primitivos hay sustancias que a la vez son hormonas y neurotransmisores (aplisia). Las sustancias con funciones comunicativas estan presentes antes de la diferenciacién de los aparatos, Puede sostenerse que el sistema nervioso es de hecho neuroendocrino, dado que las sustancias secretadas aactan tanto en vecindad inmediata de su lugar de elabo- raciGn (sinapsis) —subdividido sin embargo en sistemas. ‘opuestos y complementarios (somatosensorial y neurovege- tativo— como a distancia (hormonas salidas de puntos re- partidos por todo el cuerpo que actian en sinergia y en an- tagonismo). Ulteriormente, la especializacién funcional lle- Ki a separarlos. Se entiende entonces que la nocién de codi- ficacién sea tan restrictiva, Es notable que las hormonas esteroides intervinientes en la sexualidad puedan incidir sobre el genoma. Las separaciones funcionales del corebro se reagrupan en grandes conjuntos (cerebro tritinico de 1 MacLean: reptiliano, paleomamaliano, neomamaliano) y se reparten en tres niveles: el de los comportamientos de su- pervivencia (automético), el de las motivaciones y emocio- es, y finalmente el denominado de la «inteligencia- (vincu- ldo con ta adaptabilidad).® Todavia falta admitir que esta limitacién valga también para el hombre. © Parece que est estructura tritnica fue reciontemente eiticada nose nde eémo podria nogarse la existencia de diferentes nivelos estrue ene separados. 51 Estos anzlisis permiten formular numerosas hipétesis sobre las «pasiones», La conjuncién del placer con et deseo ‘ya conciencia de la muerte definen la estructura espectfica del hombre, dice Jean-Didier Vincent. {No estamos aqu{ en presencia de fenémenos ligados a lo que Edelman llamard, ‘en una acepeién més ampli «categoria» y que él fragmenta en unidades discretas aun admitiendo su sintesis: «Crea- ‘mos un mundo y no sélo un entorno», afirma. Sin embargo, para entender bien las consecuencias de esta aseveracién, ces necesario dar todo su lugar a las concepeiones que resal- tan el fondo contra el cual aparecen las figuras. A esto se vincula la idea de estado central fluetuante,euyo surgimien- 1» a fallar el equilibrio se expresa en manifestaciones afec- tivas, Tal ruptura se produce contra un fondo de desequili- brio potencial permanente mis 0 menos corregido, lo cual relativiza sobre todo la significacién de la nocién de estimu- Jo. Al escribir que cel estado central —representacién del mundo—es una proyeccin fusionada de tres dimensiones: corporal, extracorporal y temporal»,5? J.-D. Vincent rein- serta al organismo en el espacio-tiempo y hace del no-s{ mis- mo un dato de base que ya no esta fuera del sujeto», como suele sostenerse en los trabajos neurobioldgicos centrados cen el aparato neuronal. Segtin dichos trabajos, el aparato neuronal s6lo podria conocer su funcionamiento por via de ‘un enfoque conexionista que, fuera de s{ mismo, sabe tiniea- mente lo que le ensefiarian las percepciones, através de las ‘cuales el citado aparato podria separar . En cambio, los datos aportados por J-D. Vincent conciernen tanto a la representacién como a la ac- cién aqu{ reunidas, pero sobre todo denuncian el artificio consistente en hablar de un organismo definido por fuera de dichas coordenadas. El psicoanalista tiene Ia satisfaccién de comprobar que 1 bi6logo de las pasiones llega a la conclusién de que el pla- cer es una necesidad fundamental del animal evolucionado. La dimensién de gratuidad que le confieren los humanos, sobre todo aquellos a quienes sus sublimaciones los levan a olvidar que tiene fundamentos en el euerpo, empuja a esos, teGricos a ocultar la necesidad absoluta de darle su lugar al, 8 JD, Vinoent, pig. 156 52 placer en sus construcciones sobre el psiquismo. El asce- tismo del método cientifico inctina a defender una idea del humano donde aparece la subestimacién sistemética del placer y de su poder movilizador. Esta infravaloracion se refuerza merced a la invoeacién del dominio de las repre- sentaciones que le estén vinculadas: el deseo dominado del ser superior. Es necesario acompafiarlo con una exaltacion, poco convineente, pero que es conveniente imponer para conjurar quién sabe qué peligro de descontrol. De abi surge la idea de una inteligencia que nada deberia a sus funda- mentos pulsionales.* De todas maneras, habra que refle- xionar sobre el hecho de que este lugar preponderante del placer —que los cientificos tienen dificultad para reconocer en toda su amplitud—es resultado de la evolucién de las es- pecies y de la selecci6n natural. La adaptacién no podria en- tenderse desde el dngulo estrecho de un utilitarismo obje- tivista que conduce a defender una idea de la ciencia pura y dura, adornada de virtudes que los cientificos estan lejos de ilustrar sin fallas. Se conocen experiencias de autoestimulacién en ratas, destinadas a obtener placer y que las llevan a la muerte (Olds), Apuntemos que las sustancias relacionadas con la quimica del placer —las catecolaminas— también intervie- nen en el metabolismo de las enfermedades mentales. La lo- calizacién anatémica de las estructuras cerebrales vincu- ladas con el placer (hipotalamo lateral) es una via de pasaje que «no contiene ninguna de las redes cableadas responsa- bles de los comportamientos»,®° asi como esta regidn cere- bral no guarda trazas de las experiencias pasadas y de los ‘mapas cognitivos disetiados por el aprendizaje. Es un -agui- jon sin objetivor (Panksepp), pero un aguijén imperioso que no sufre demora ni retencién, que procede a un tensiona- miento (JD. Vincent) disociado del objetivo y empuja aun Bg llamativo que el psicoandlisis norteamericano se haya mostrado proclive a seguir la misma via—unigndose en ese puntoa Piaget cuando Hartmann defendis a idea de un yo auténomo y de una esfera denomina- sl slibre de eonflietass. Apuntemtos que los psiconnalistas franceses se ‘nostraron muy refractarios a esta nueva .®° Moléculas pequeiias y macromo- léculas (formadas por combinatoria) edifican arquitecturas estables; se forman membranas moleculares constitutivas de la unidad celular, y aqu{ estamos, Ianzados a definir nuestra envoltura corporal constitutiva del limite del in- dividuo que somos. ;Habremos Hegado al fin del recorrido? ‘Todavia faltan los grupos humanos sociales que, también ellos, se delimitan a veces segtin fronteras que no siempre corresponden a los grupos étnicos y que cambian al compas de las guerras. La emergencia nace de la oposicion de estructuras «ines- peradas» que legan a la existencia como formas complejas y especifieas a partir de estructuras menos complejas. H, Atlan echa luz sobre el problema cuando examina las diferencias entre estado inicial y estado final, tratando de circunseribir los cambios registrados. Permaneciendo en el ‘mareo de la teorfa de la informacién, el autor se aboca a los problemas de creacién de significaciones y de emergencia de lo nuevo con relacién al determinismo, y por ultimo se ins- tala en el rol de observador, sogin los pastulados de la obje- lividad. sCémo hablar de aigo para lo cual carecemos de un lenguaje adecuado?,®" se pregunta el autor con la mayor Bid. pig. 249, "HL Allan, eLiémergence du nouvesu et du sens», en Théories de la omplesite, pgs. 115-90. pertinencia. La distincién de los diversos niveles permite hacer la hipétesis de cambios consistentes en una transfor ‘macién entre distincién y separacién en un nivel elemental, ¥ unificacién y reunién en un nivel més elevado, Queda asi escalonada una jerarquia estricta: ~ propiedades fisicas de los dtomos; — propiedades quimicas de las moléculas; = propiedades fisioldgicas (diferenciacién) de los orga- nismos; ~ propiedades psicolégicas del comportamiento animal y del espiritu humano; ~ propiedades sociol6gicas de los grupos humanos. Cada nivel aparece como una novedad con relacién al an- terior, Atlan apunta que «es imposible observar a la vez to- ddos los niveles con la misma precisiéry.®° Una teoria de las comunieaciones permite elaborar las relaciones entre pla hos. H. Atlan propone dos niveles de articulacién del len- ‘guaje: el primero, cerebro-lenguaje y, el segundo, lenguaje- pensamiento; pero asi se hace més dificil establecer cual- ‘quier relacién directa corebro-pensamiento, Quiz seanece- ftario proceder a formulaciones intermedias del mismo tipo para las relaciones entre lo fisiolégico y lo psfquico. El lenguaje permite aprehender (en su relacién con el | pensamiento) el surgimiento de las significaciones. Lo no icho es aqui el lugar de las significaciones creadas.®° Atlan ‘da aqui amplia cabida al inconsciente. Ala idea de un len- guaje lineal secuencial se opone la de un escalonamiento de | niveles de funcionamiento. i ‘No sélo la reflexién sobre el cerebro es capaz de desper- | tar nuestro interés. Muy por el contrario, ideas originales sobre los sistemas vivientes nos ofrecen también perspec- tivas que coinciden con puntos teéricos concernientes al psi- | coanalisis. Las teorizaciones fundadas en Ia inmunologia no | ‘son menos esclarecedoras que las provenientes de la neuro | biologia. Varela saca de esto conclusiones sobre la concep ‘ign del si mismo.!® Lo hace dividiendo el concepto en dos: SI tar amc hit etn ee a Ee eet ante Shin Na cee keer ee) 84 ‘uno esti ligado al sentimiento de identidad, el otro es un ‘modo de las relaciones con el mundo. Esta vision es comple- tada con otra dualidad: la de una perspectiva holistica glo- balista y la de una multiplicidad de «si mismos» locales vineulables por ejemplo con la célula, con el cuerpo en sus fandamentos inmunolégicos, con la sensoriomotricidad, con 1a dimensién sociolingiistica y, por tltimo, con la pluralidad constitutiva de lo social. Bs notoria la presencia en este au- tor de un pensamiento convergente con el de Atlan. Varela, se transforma en defensor de cierta autopoiesis, e insiste en la creatividad del sistema ubicado en las condiciones de un espacio-tiempo dado que favorece la emergencia. Esas son las ideas principales del pensamiento biol6gico moderno: el papel de la constitucién de limites (ln membrana encapsula Jas células), la funcién autorreferencial de la organizacién, la instalacién de la causalidad reciproca de reglas locales ue rigen las interacciones, etc, Aqui estamos frente a la do- ble tarea de los sistemas autopoiéticos: conservacién de su sidentidad» y eonservacién del acoplamiento entre la orga- nizacién y el mundo. En psicoandlisis, traduciriamos esto por lo que propuse lamar «articulacién de lo intrapsiquico y lo intersubjetivos. Sefialemos que también Varela prefiere hablar de «mundo y no tanto de «entorno», eonforme a su interés por la fenomenclogia. El autor manifiesta a la vez su preferencia (con relacién a la nocién de programa) por un constructivismo interactivo si mismo-mundo regido por la autopoiesis. Una de sus ideas de mayor fecundidad es aque- a que postula la existencia de un imaginario al que define ‘como el excedente de significancia adquirido por un sistema fisico en virtud de la perspectiva de accién global de la onga- nizacién. Llegamos asf a la idea de una -ecologia somatica» cuyo ejemplo son las inmunoglobulinas. La légica del sistema nervioso es la de un trabajo interneuronal que postula la in- disociabilidad del par sensitivo- (o perceptivo-) motor. La cognicién y el comportamiento aparecen ligados en forma discontinua y puntuados por modelos de accion. Aqui inter- viene la clausura operacional (en el sentido de la recursivi dud), El sf mismo cognitivo es una unidad perceptivo-motriz en el espacio; la perspectiva identitaria, tal como ya hemos «licho, se asocia con la de acoplamiento al mundo circundan- tw, También en Varela se observa una critica de la perspecti- 85 va computacional. El «objetivismo» es impugnado en forma comparable a través de la idea de excedente de significan- cia, que tiende un puento hacia la intencionalidad subje~ tivante, Sin embargo, la idea de un sistema central desapa- rece tras otra que postula una pluralidad de sistemas en conflicto (jsiempre las mismas menudencias!). «El cardeter ‘nico del si mismo cognitivo es esa falta constitutiva de sig- nificacién que debe ser llenada ante las permanentes per- turbaciones y los permanentes derrambes de la vida per- ceptivo-motriz, corrientes.!0! De esos datos, Varela extrae conclusiones sobre el sf mismo como persona, pasando luego un nivel de discusién filoséfica que denuncia, aqui como en biclogfa, las ilusiones sobre la funcién de un concepto central que recuerda las eriticas del psicoanslisis en ewanto ala identificacién de lo psiquico con lo consciente y Ia posi- cidn resultante respecto de la concepcién de un «yo central». La idea principal es la de una pluralidad de funciones que bran en pos de una dialéctica de la identidad y de una dia- léetica del conocimiento. Estas reflexiones son importantes para medir el alcance de una verdadera revolucion episte- ‘mol6gica en biologia, donde la inmunologia ocupa un lugar de primer plano. G. Gachelin lleva el andlisis hasta el punto de incluir en é! la critica de las mentalidades entre los cien- tificos.!2 Aqui estamos en pleno dilema: si bien esta claro que Varela procura construir puentes entre si mismo inmu- nolégico y s{ mismo «filos6fico-, Gachelin pone en guardia contra los deslizamientos semanticos que acompafian a esos razonamientos. El préstamo analégico bien podria no ser ‘més que un signo de comodidad intelectual. Esté claro que cierto mémero de nociones tales como reconocimiento del si ‘mismo y del no-s{ mismo tienen necesarios ecos en el psi- coanalista y sugieren una cadena ininterrumpida de con- ceptos que unen la biologia y el psiquismo, aun cuando la funcién de un mecanismo defensivo en andlisis no se com- ‘pare con la accién de un Tinfocito. .. ‘A través de estas cuestiones queda planteado el interro- gante acerca de la psicosomética, Si bien los psicoanalistas franceses las hicieron avanzar mucho alrededor de los tra- bbajos de P. Marty, todavia falta esclarecer su fundamento 101 pia, pag. 28. 1G. Gachelin, -Vie relationnelle et immunité», en J. MeDougal, ed, Corps et histoire, Paris: Las Belles Lotres, 1986, pégs. 45-98. 86 epistemolégico.1°° Lo importante es que el término y lo que él recubre sean objeto de un consenso que retina a psicoana- listas y bi6logos!* (desde la mds alta Antigtiedad los clini- os admiten la existencia de ese tipo de fendmenos). No me parece posible responder a estas cuestiones sin antes clari- fiear los diversos tipos de fenémenos somaticos (funcion les, de conversién, hipocondriacos, psicosomaticos propii mente dichos) y tampoco sin la ayuda de conceptos apropia- dos que incluyan en su definicién a las dos series. Ejemplo: la pulsién como «concepto limites entre lo psiquico y 10 s0- mético. Sin duda, el concepto de pulsién est hoy entre aquellos que despierian las mayores controversias entre los psico- analistas. Las razones para recusarlo vienen de distintos horizontes: de la clinica (por lo general, hoy se prefiere la idea de relacién de objeto), de la teoria (la metapsicolo- sia freudiana ya estarfa superada), de la ciencia (la pulsién es cientificamente inverificable). En nuestra opinién, el concepto de pulsién no tiene reemplazo, punto que volve- remos a tratar, Mas atin: es interesante comprobar que ma- tematicos como René Thom desarrollan conceptos que se le acercan bastante. La tentativa de Thom es definir, ba- sndose en la teoria de las catdstrofes, «un nticleo a priori Liltimo del ser biolégico, constitutive de su psiquismos, Por 209 Un grupo de trabajo organizado por Isabelle Billiard y Lucien Brams ‘on el titulo de «Payehanalyae et sciences du vivant» diseutis esas cues: tiones al large de todo un ao. El grape inclua en especial aJ-P. Tascin {neurebiologta),G. Gachelin, J. Stewart Gnmunologia), F. Varela (biologia xeneral), C, Jasmin (eancerologta),C. Dejours (psicosomiética), P.Pédi- ds, A, Green, A. Guedeney, JP. Thurin (psicoandlisis). Las discusiones ‘uparecieron en ediciones Eshel éon el nombre de Somatisation peyehana- Iya et seiences du vivant, 1994 "04.5; queremos estar en condiciones de decir, ala manera de un Galileo ‘embargo, la psicosomatica existe", no veo de qué jiente conclusién: debemos aceptar la necesidad de lina total reostructaracién,o en todo caso una extension radical de nues {ras categoria bioldgicas» (John Stowart, nota presentada al grupo citado ‘os nuestra nota anterior. Comunieacién personal). NS Véase R. Thom, Saillance ot prégnance-, en Linconseient et a seen +e.0p. cit. [Salienci y prognancia-,en BI inconcienteylacienciay op etl, ‘también Bsquisse d'une seméiophysique, Paris: Interéditions, 1988. Romito igualmente al lector aA. Green, «Fondements du psychisme clea Thom, Proud, Aristoles, en Passion des formes, y& René Thom, ENS. a. 1994 87 esa via el autor llega a la invencién de «saliencias» y «preg- nancias», idea, esta iltima, que evoca muchas de las carac- teristicas vinculadas con el concepto freudiano de pulsién. ‘Thom no teme aventurarse en senderos que para otros levarian directamente al vitalismo. «En una definicién de apariencia viciosa, dirfa que lo que caracteriza a la vida es el apego a la vida; hay algunas formas a las cuales les resul- ta relativamente indiferente desaparecer, y son las formas inertes; otras, al contrario, defienden su existencia con as- ‘tncia y habilidad (cualidades humanas a las que tal vez no sea ilusorio encontrarles definiciones combinatorias) y son Jas formas vivas».%9 Permitamonos agregar que algunas estan dispuestas a pagar con su vida la realizacién de sus deseos, llegando incluso a darse muerte ellas mismas: los seres humanos. Las conclusiones de Thom merecen ser citadas: «De he- cho, ereemos que la realidad macrosc6pica usual, la reali- dad de las comunicaciones interhumanas, es més importan- ‘te y mas fundamental que la descripcion de las entidades ‘iliimas (moléculas, atomos, fermiones y bosones, ete.) que descubre la fisica. El lenguaje parece ser més util que las teorizaciones matematicas construidas para dar cuenta de fenémenos sumamente fugitivos y tiltimos en nuestra vi- sién de la realidad».107 Blogio de la clinica Este panorama —en verdad muy restringido a pesar de su longitud— podria pasar por abstracto si no hubiera prue- bbas coneretas de la easi imposibilidad de comunicacién en- tre neurociencias —y con més raz6n todavia ciencias cogni- tivas— y psicoandlisis. El psiquiatra y psicoanalista Jac- ques Hochman y el neurobislogo Mare Jeannerod intenta- ron dialogar en una obra donde, uno después del otro, fue- ron desarrollando los puntos de vista que les dictaron sus respectivas experiencias y teorias. El resultado es muy 395 R, Thom, Modeler mathématigues de la morphogentse, Paris: UGE, 10/18, 1974, pig. 186, 30° R'Thom, sSeilance et prégnances,en Linconscient tla science, cit, pig. 79. [Salencia y pregeancas, ent inconciontey la eenci, op. sit, pa 814 88 interesante y a la vez muy instructivo, pues ambos autores uunen la competencia con la buena fe. El intento es mucho més digno de interés todavia por ser representativo de una discusin «a la francesa». Puesto que la mayor parte de la literatura sobre el tema es anglosajona, el muestrario no tiene desperdicio. Alo largo de la —altamente recomendable— lectura de dicha obra, se me fueron presentando las razones de tal incomunicabilidad. La alternancia de capitulos en los que cada autor responde al otro revela, en mi opinién, el meollo de la diferencia, Esta reside —al margen del debate sobre cuestiones de fondo— en la formulacién de aquello a que cada cual se refiere y que hace toda la diferencia entre los, dos enfoques. Consideremos un pasaje de Jeannerod: fa nocién que surge del modelo seleccionista es que existi- ia una relacion directa entre la actividad nerviosa y la for- ma en que se organiza el cerebro en el transcurso de la ma- duracién, {Puede intentarse generalizar dicha nocién mas alld del establecimiento de conexiones sindpticas? Se llega- ria entonces a postular que el individuo, por su propia acti- vidad, se construye a sf mismo (biologica y psiquicamente) a partir del material disponible al nacimiento, Esta hipstesis, de una autoorganizacién (en el sentido de autoseleccién) po- dria representar otra manera de encarar las relaciones en- tre biologia y psicologia. En el plano del funcionamiento sindptico, la actividad nerviosa reforzaria la eficacia de la transmisién. En el plano del comportamiento, la motricidad activa permitiria el aprendizaje, consolidaria la coordina- ciéa sensorio-motriz, estabilizaria las imagenes percepti- vvas. En los planos cognitivo y psiquico, la interrogacién por medio del lenguaje, la exploracién curiosa del entorno cons- truirian las relaciones intersubjetivas. Existiria una conti- nuidad en la autoorganizacién del individuo en todos los niveles de funcionamiento. La idea general de ese modelo de subjetividad serfa, finalmente, que no es el mundo el que nos invade y nos impone su ley, sino que somos nosotros quienes construimos nuestra propia representacidn del mundo y la confrontamos luego con la realidad, por medio ‘le una interaccién en eierto modo intencional con el entor- no. Asi se ve reforzada la posicién del individuo en el origen 89 del proceso selectivo, del sujeto como fuente de intenciona- Tidad>.108 ‘Ninguna de estas propuestas hace alusién a fenémenos que nos resulten ajenos. Ya hemos tenido ocasién de reen- contrar las ideas y los hechos aqui descriptos a lo largo de todo nuestro trabajo. Y sin embargo, en su conjunto, la im- presién emergente es la de una no-aceptabilidad seméntica para el psicoanalista, El enfoque sincrético neuro-bio-psico- filoséfico es posible sélo al precio de amalgamas que tinica- mente pueden generar un ser estéril (no interfecundo): uno detrés de otro van haciendo su entrada en la escena del texto la seleceién y la autoseleccién como organizacién, se- guidas paso a paso por los niveles sinaptico, comportamen- tal, «cognitivo y psiquicor (sera acaso que lo cognitive no cs psfquico?). En ese momento, las «relaciones intersubjeti- ‘vas» salen del texto como el diablo de la eaja donde se escon- de, Sin embargo, hasta ahi no habia habido mencién de nin- ‘gin sujeto. La continuidad autoorganizadora sélo se esta- Dlece teniendo en menos a la discontinuidad, como aquella que precede y sucede a la idea de sujeto. Llega por ultimo la idea de una representacién del mundo, pero qué mundo? {Hecho de qué, accesible por medio de qué? {Coordinacién Sensorio-motriz e imagenes perceptivas? {Ese es el mundo del que pueden nacer relaciones intersubjetivas? Y para ter- minar, {se nos ha ofrecido la explieacién de una , 0 ya no tiene na- Uda.qoe esperar en cuanto a contribuira la comprensin de los fendmencs culturales, 99 de la ex Union Soviétiea y de Europa central, esa misma evolucién, que habia sido interrumpida por el nazismo y el comunismo, se reanuda, aun cuando por el momento sus perspectivas futuras resulten inciertas. En cuanto al resto del mundo, el psicoandlisis no existe en Africa, en los pai ses de influencia islamica dominante, y tampoco en Medio Oriente, en razén de su total oposicién a las creencias impe- antes. Tiene muy escasa presencia en Japon e India, donde sélo est simbdlicamente representado por obra de la in- fluencia occidental, pese a todo muy restringida, y tampoco existe en el resto de Asia. Al cabo de unos sesenta aos, esta reparticién geogréfica dio nacimiento a un conjunto de mo- ‘vimientos analiticos que no escaparon a la impronta de las mentalidades propias del suelo que los vio erecer. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que hay un psicoandlisis europeo —a su vez muy poco homogéneo, donde se mani- fiestan las influencias dominantes de Londres y Paris—dis- tinto del que se ejeree en otras zonas del globo. Ademés, allende el Atléntico, importantes diferencias separan a los psicoandlisis de América del Norte y del Sur. Desde lue- 40, dentro de cada uno de los grupos regionales, ciertas par- ticiones redistribuyen esta clasificacién.? Sin embargo, a ‘grandes rasgos puede decirse que las divisiones geogréficas siguen siendo mareadas, y ahora crean importantes proble- ‘mas de comunicacién entre analistas. He aqui pruebas in- discutibles de la influencia de la cultura en el psicoandlisis, ‘mucho més faciles de certificar en los psicoanalistas que en los analizantes. La vocacién universalista del psicoanalisis freudiano no lo dispensa de prestar atencicn a lo que ocurre puertas adentro, antes de lanzar un mensaje general que termine jaqueado por las diferencias culturales registradas enel seno de la comunidad psicoanalitica. En suma, la épo- caen que la obra de Freud constituia el nico y comtin refe- rente del pensamiento psicoanalitico esta doblemente ago- tada: por un lado, en virtud de que las interpretaciones del psiquismo difieren sensiblemente segtin los autores y los movimientos psicoanaliticos de las diversas regiones del Pose a la comunidad linguistics, el pscoandliss inglés esta més lejos ‘que lo esperado del psicoandliss norteamericano, Pero en virtd de) fae ‘moso principio segin el cual el enemigo de mi enomigo es mi amigo, hay convergencias sorprendentes, no tanto a nivel Lerico como en una visa ‘comin sobre el plano de las poiticas institucional, 100 mundo, y también porque, tras la muerte de Freud, algunos de esos autores se impusieron y sus respectivos adeptos en- contraron que sostenfan ideas més adecuadas y exactas que Jas que guiaron las primeras intuiciones —por geniales que hayan sido— del inventor del psicoandlisis. Pero si bien Freud se negaba a que su descubrimiento fuera en modo al- guno privativo de la sociedad vienesa, cabe preguntarse si Jos aportes de sus sucesores no expresan la influencia de sus respectivas identidades nacionales, visto que estan lejos de acceder a una visién de conjunto que abarque un horizonte tan vasto como el de Freud. Un breve repaso permitira evaluar la importancia de la corriente «sociolégica» en Freud. Si exceptuamos sus traba- {os sobre arte, que también deberian contar entre las obras cculturales, podemos datar su orientacidn hacia estos temas allé por 1908, con su trabajo «La moral sexual “cultural” yla nerviosidad moderna». Es importante seialar que el inte- rés de Freud se vuelea, en primer lugar, a los fenémenos contempordneos. Esta inclinacién se confirma alrededor de 1912, con varios articulos breves sobre la relacién entre folklore, cuentos de hadas y suefios. Pero esté claro que es ‘en 1913, con Tétera y tabu, cuando el pensamiento freudia- no adquiere una densidad jamais alcanzada hasta entonces en ese terreno. El péndulo vuelve una vez més a las cireuns- tancias tragicas que dominan la actualidad en 1915 («De guerra y muerte. Temas de actualidad»). Bl conflicto arma- do le dara oportunidad de escribir sobre las neurosis de guerra, y a continuacién se verd a un Freud dotado de agu- do sentido social, ¢ incluso de determinados dones prote- ticos, puesto que todo el mundo reconoce que, ya en 1921, «Psicologia de las masas y andlisis del yo» prefigura el na- cionalsocialismo. Una pausa de seis afios separa a este en- sayo de El porvenir de una ilusién, seguido por El malestar en la cultura (1980), donde asoman en forma alternada la ‘esperanza y la angustia por el futuro. La amenaza de la destructividad vuelve a hacer su entrada con {Por qué la _guerra? (1933); pero en este caso no se trata de un interés espontaneo sino de su respuesta a Einstein quien, habiendo leido seguramente B! malestar, lo requirié en nombre de la SDN. Al final llega Moisés.y la retigién monoteista, obra que puede interpretarse como una parte de su testamento espi- ritual, en 1938, 101 Si quisiéramos reagrupar el contenido de los temas ‘tratados, podriamos distinguir: 1) la evaluacién global de la vida social presente y el rol que cumple en ella el destino de las pulsiones; 2) Ia deseripcién de ciertos fendmencs pparticulares de la vida colectiva en lo que atafie al papel de los lideres y las figuras paternas; 3) la guerra y sus causas; 4) las amenazas que pesan sobre el porvenir de la civil ‘cién debido a las pulsiones destructivas; 5) la investiga- cién y las hipétesis sobre los origenes (prehistoria e histo- ria); 6) los aspectos imaginarios de la psicologia de los pue- blos (Volkpsyehologie: «folklore», «cuentos de hadas~); 7) la religién No tengo ninguna duda de que la gran mutacién que consagra la entrada de la cultura en el determinismo pst- quico es la creacién del superyé en la segunda tépica del Sparato psiquico. De hecho, con relacién a la primera, cen- trada en la conciencia, la segunda tépica procede a diversas correeciones que no esta de mas recordar. Se decreta que ‘una importante fraccién del yo es inconsciente; las pulsio- znes son ahora parte integrante del aparato psiquico (hasta entonces sélo se admitia a sus representantes, pero no a las pulsiones mismas, «ancladas en lo somatico»). Mas auin: la “iltima teorfa de las pulsiones postula la existencia de un grupo central por cuyo intermedio se expresa la destruc ‘dn, les pulsiones de muerte a cuyo respecto no se ha sefia- Tado como corresponde que su terreno de eleccién ira situan- dose cada vez mas en la esfera social, si bien no en forma ex- luyente, Por siltimo, el superyé es una entidad teérica ab- solutamente nueva y sin precedentes que modifica en forma sustancial la idea anterior del aparato psiquico. Le son ad- judicados al superyé el sentimiento de culpa vinculado al ‘asesinato del padre y el origen de la religié ‘Como puede apreciarse, no es nada fécil reunir en un ‘conjunto claro y ccherente los diversos capitulos de una in~ terpretacién cultural del psiquismo. Tendremos que exami nar las perspectivas de la socioantropologia (con la impor tante reevaluaci6n operada por el estructuralismo), de la prehistoria y la historia, como también retomar la elasica ‘posicién entre estructura e historia. A lo largo de nuestro ‘ecorrido trataremos diferentes objetos de estudio, entre los ‘cuales figuran las producciones culturales referidas a mitos J dioses y también al Edipo, cuyo arraigo en la cultura no 102 siempre fue bien entendido. Para terminar, nos interrog remos acerea del actual malestar en la cultura, que después de Freud vio nacer formas de violencia extrema necesitadas de una urgente reflexidn. Todas estas cuestiones deberdin ser confrontadas con interpretaciones distintas de las que hace el psicoandlisis y provenientes de disciplinas con las cuales puede entablarse una fecunda discusion. De hecho, antes de iniciar este amplio debate deberemos precisar ciertos elementos previos. Vista en forma retros- pectiva, la obra de Freud parece reflejar un doble roman- ticismo. En efecto, en ella se percibe sin demasiada dificul- tad un romanticismo biolégico donde el inventor del psico- andlisis disefia una gran epopeya que va del protista al hombre —véase «Mas alla del principio de placer»—, bos- quejando un panorama de inspiracién evolucionista. Aun- que jams lo diga y se refiera siempre a Darwin, Freud ha- bria compartido el pensamiento de Lamarck a través de su adhesién a la idea de herencia de caracteres adquiridos. Similar inspiracién se haria visible en loatinente a la cultu- ra, coneebida desde ese mismo éngulo roméntico, ¢ inscrip- ta en la trayectoria que describe a una humanidad llevada, sin saberlo, por ur: «proceso civilizador» mitico. Asf se cons- truye ante nuestros ojos una leyenda grandiosa en la que se realizan las obras de sublimacién del género humano, aun cuando nada en la naturaleza del hombre lo predestine a esa tarea, ‘Hoy en dia, las grandes sintesis de ese tipo generan des- confianza o sospecha porque su vasto horizonte se despliega, en detrimento de la exactitud y la precisién que siempre ddan por tierra con eualquier generalizacién simplificadora Se tiene por imposible que un solo espiritu, por penetrante {que sea, pueda abarcar con la mirada un campo tan exten- x0, Cuando consideramos un deber recordar la amplitud de miras de Freud, no lo hacemos para darnos el Iujo de una Weltanschauung que é1 mismo habria desestimado. Si man- tenemos abierto el abanico de los puntos de encuentro entre socioantropologia y psicoandlisis, es porque algunos de los conceptos que desarrolla y que nacen de esa relacién tan- encial, parecen entenderse de veras sélo cuando se los reu- hea en’ese contexto tedrico. En ese momento importaré po- tw que el saber contemporsneo recuse elementos de esas mismas construcciones conceptuales, ya que se dard priori- 103 dad al hecho de que la construccién permite sacar a la luz el aleance ontolégico de los conceptos que ella misma invents. En cuanto a los puntos sujetos a caucidn esgrimidos por el propio Freud, no se tratara tanto de censurarlos como de saber si son capaces de recibir otra interpretacién, habida cuenta de que cumplen un papel tedrico imposible de supri- mir lisa y lanamente. En otros términos: exigen considerar més la funcién conceptual que vehieulan. El tiempo hizo inaceptable el contenido literal que les es propio, y no cabe obstinarse en defenderlo, pero sin resignarnos a sacrificar ‘el motivo de su postulacién. En esta reevaluacién convendré examinar a su vez en forma critica si los eonceptos sustittutes ofrecen una mejor validez para dar cuenta de lo deseripto por Freud o si, cuan- do tienden a impugnar lo legitimo de esa deseripcién, bas- tan para taponar la falta que crearon proponiendo aligerar la construecién freudiava de ramajes tan inexactos como imitiles. Realidad externa y realidad humana Hay algo en Jo cual se ha reparado poco: cuando opone realidad psiquica (interna) a realidad material (externa), Freud esta englobando en esa denominacidn todo el no-yo. Eso significa que no hace ninguna distincién entre realidad fisica (inerte y viva) y realidad social. Incluso puede decirse ‘que —visto por él— el entorno no merece que en su seno se distinga un mundo humano.? Puede que en este punto Freud muestre la misma negligencia que mostr6 con rela- ign al objeto en el establecimiento de la teoria, sobre todo en sus aplicaciones téenicas. Por més que se considere el ‘objeto individualmente en el marco de una relacién de a dos, ‘en su totalidad o en forma parcial, o incluso que con ese nombre genérico se agrupe el conjunto de todos aquellos con quienes se vincula el yo, a ojos de Freud s6lo importa el so- porte de la accién con la que ese yo debe enfrentarse, su ver- bb, por asi decir: la pulsién de la cual ademas él mismo esta ‘en parte constituido, Porque es a la pulsién —cuya instan- 5 Porque el superyé es uns instaneia intrapsfquica perteneciente por lo tanto la realidad det mundo interno. 104 cia es un ello para el cual el objeto es contingente y susti- tuible—a la que se le otorga preeminencia. Para Freud, s6lo ella merece atencién dadas las propiedades dindmicas, econémicas y tépicas que presenta. Hoy es casi inaceptable esa posicién, como justamente lo demuestra la importancia reciente de las referencias al concepto de objeto. Todo indi- ca que en un momento absolutamente capital, el objeto pri- mario, es decir, la madre, se distingue del entorno. Mejor ain: lo significa por entero, a punto tal que la investidura del no-yo de la realidad externa es connotada por la investi- dura del objeto primario calificado de bueno o malo, de favo- rable u hostil. Pero las cosas no terminan af: por momen- tos, el objeto primario sera sucesivamente uno y otro, arras- trando asi a Ja totalidad del mundo externo en la estela de ‘su connotacién positiva o negativa, No hay mundo externo del que deban esperarse beneficios, sino en coexistencia con ‘un objeto benéfico en el seno de un espacio, es decir, remi- tiendo a una estructura subjetiva que antes haya provedido ala divisién entre bueno y malo y distribuido sus proyeceio- nes sabre el mundo y sobre el objeto emergente de tales ope- raciones. ‘Cualesquiera sean las diferencias de apreciacién sobre sus modalidades de accién y sobre las diversas maneras de concebir su papel, ningiin analista actual sostendra en for- ‘ma absoluta la tesis de una contingencia del objeto. Por otra parte, si este es el caso del objeto correspondiente al modelo tomado de la perversién, Freud mismo, ewando trata la me- Tancolia (y por via de consecuencia propone una hipétesis sobre la fijacién del melancélico a las etapas libidinales més antiguas), habla de un objeto muy distinto cuyo cardcter se opone a los anteriores puesto que es todo menos contingente yy sustituible. Muy por el eontrario: lo que se subraya es el cardcter vital, tinieo e irreemplazable del objeto. Esto mere- ce una aclaracién debido a que sin duda se apoya en la dis- tincién —o indistincién— del objeto respecto del yo. Aqui se tornan impropios los calificativos usuales; el objeto no es ni pareial ni total, porque la referencia a la parcialidad, toma- daen el marco de la relacién narcisistica primaria, esta liga da a lo que todavia no conoce la unidad y se confunde con lo ‘que todavia no fue distinguido. ‘Todo lleva a creer que Freud opts por una solucién diseu- {ible al no querer distinguir entre realidad externa del mun- 105 do fisico y realidad externa social (humana), porque las re- laciones de esta tiltima con la realidad psfquica del mundo interno no eran facilmente definibles. No distinguirlas tal vez haya sido una negligencia, pero, desde el punto de vista teGrico, insistir en la diferencia podria haber comportado ‘muchos inconvenientes eapaces de llevarnos hacia una via psicologica. Hoy una distincién de ese orden parece necesa- ria, sobre todo porque los avances posteriores a Freud se ubican mayoritariamente en el rubro de las relaciones de objeto, que implican una posicién muy contraria a muchas de sus opiniones. La profundizacién de las relaciones triinsfero-contra- transferenciales, ya tratadas sucintamente por Freud, per- ‘mitié medir Ia amplitud de Ips intereambios con el otro: se mejante o diferente, e incldiso trascendente para algunos (Gran Otro de Lacan»). Aqui no hay nada subsumible ba- jo el capitulo de las relaciones con la realidad externa del ‘mundo fisico. Pero entonces la cuestién se invierte: gqué pensar de la realidad del mundo fisico? Muchas cosas: la relacién con la naturaleza, con sus leyes, con las manifestaciones del mun- do fisico, con las eategorias del espacioyy el tiempo, con nues- tra galaxia, con el universo, ete. Sélo que entonees tenemos que dar marcha atrés. Rs privilegio de una minoria, dice Freud, no ceder —con o sin interpésita divinidad—a la ten- tacién antropomérfica. Por ejemplo, no interpretar una catastrofe natural o una desgracia histérica (una derrota bélica, por caso) como un castigo divino. Aceptar la austera realidad de una explicacién en términos puramente mate- riales desprovistos de cualquier intencién sobrenatural, no estd al alcance de cualquiera. Del mismo modo, la proyee- ign «personalizante» de las divinidades socializa, por ast decir, la naturaleza adjudicéndole un alma, una voluntad y deseos en consonancia con los nuestros. Pensemos en el fa- vor de que hoy goza la astrologia, Puede decirse que la rea- lidad social invade por via de antropomorfismo. Pero aun ‘asi debemos especificar que se trata de una realidad més humana que social. Social, podria decirse, a imagen y seme- janza de los dioses del Olimpo, que forman un sociedad.con funciones especificas, alianzas, antagonismos, conflictos de intereses o de prestigio. Tal vez quepa decir lo mismo de ‘otros sistemas paganos. Pero, en su mayor parte, concep- 106 ciones como esas nacen de un imaginario humano que man- tiene relaciones complejas con lo social, y no de una dimen- sign verdaderamente social de la realidad asi creada. Lo importante no est ahi: lo importante esta en deter- minar qué es propiamente cultural en la seria» humana. Las relaciones entre innato y adquirido son un tema tradi cional de los debates biolégicos. Ahora bien, lo que debe su- brayarse en el estado actual de nuestros conocimientos es que resulta rigurosamente imposible establecer qué parte le corresponde a uno u otro en el hombre. Una vea instau- rada la primera relacién de un nifio con su progenitor —o para el easo con quien lo tenga a su cargo—en el ejerciciode Jas funciones mas «naturales», toda la cultura que porta el seriador» marea a partir de entonces la relacién entre el nifo y el adulto. Las costumbres modelan la naturaleza y al hacerlo le confieren el rostro que tendré a partir de al tes de que intervenga especificamente la mas minima concepcién etiquetada de cultural. Esto no sélo es insistir en Ja importancia de los factores culturales, sino ocuparse de ‘entender el papel estructurante y organizador de lo que yo amo el ofro semajante, denominacién que aleanza su pleno sentido incluso antes de que, aun vagamente, sea aprehen- dida la diferencia de soxos. Es mds: se sabe que en su origen. la diferencia entre el sy el otro se establece en forma harto nebulosa, Sin embargo, para que sea posible un fenémeno ‘como la sonrisa, la aprehensién de esa «mismidad» parece més que plausible. La proyeccién no es suficiente. La son- risa supone algo compartido. Se entiende entonces que si queremos instalar la idea de una «realidad social» situada en la base de una causalidad del mismo nombre, distinta de la biolégica, conviene buscar sus fundamentos en la rela- cién que determinaré las futuras relaciones sociales: menos las perceptibles en el funcionamiento grupal que las que ligan a los hombres entre si. Aqui no debemos limitarnos a la relacién entre dos, con lo cual estariamos dando pie a un reduccionismo de tintes sumamente engaiiosos. De entra- da, la unidad grupal es la unidad de la triangulacién, que de por si comprende necesariamente relaciones entre genera~ ciones diferentes y sexos diferentes. Esa doble diferencia constituye el fundamento del complejo de Edipo en su di- mensién antropolégica. 107 ‘La familia puede ser considerada como sociedad origina- ria o como matriz social simbélica; las probleméticas indivi- duales y grupales son en ella indisociables. Desde ese tronco ‘comtin que ella misma constituye, los factores de causalidad socioantropolégica se diversificardn hasta adquirir nuevas potencialidades. Ante todo nos interesa subrayar que la familia debe a su vez entenderse dentro del grupo del cual es parte integrante, Argumento inatacable en derecho, que rno obstante supone poner en segundo plano a los verdade- 10s organizadores de la estructura psiquica vista desde ese Angulo: la vectorizacién por el juego alternado de deseos e identificaciones —por otra parte extendidos mas all de la ‘matriz socioantropolégica— y que fija las ulteriores diree- ciones en que se «localiza» la experiencia cultural en la es- ‘tructura subjetal (Winnicott). Seré en vano oponerle aque- llas estructuras familiares diferentes que las sociedades sin escritura nos permiten observar o que las propias socieda- des contemporéneas han experimentado, como el caso de los kibutz, por ejemplo, Todo esto no pasa de ser un incentivo para la reflexién, ya que no se trata de oponer un tipo—his- ‘toricamente fechado y geograficamente localizado— como ‘modelo que imponga Su norma a los dems, sino de conside- rar al espacio familiar como crisol natural de determinacio- nes favorables a la constitucién del Edipo, tema al que vol- vveremos. La causalidad socioantropolégica y la causalidad psiquica Los estudiosos de las disciplinas sociales no dudan de la existencia de una causalidad especifica de ese campo, aun ‘cuando se observe un abanico de diferencias tan amplio co- mo el de las ciencias naturales. ¥ tanto es asi que, salvo el caso extremo del asalto que, en biclogfa, pone en entredicho 1a legitimidad del punto de vista antropologico (pienso aqui cn Ia sociobiologia de E. Wilson), nadie se preocupa por de- fender una posicién que parece caer de madura. Conviecio- nes compartidas en forma tan undnime equivaldrian, si por casualidad alguien estuviera tentado de hacerlo, a buscarle 108 Ja quinta pata al gato, Sin embargo, la historia de la socio- antropologia, tal como sucede en muchos otros campos, vio enfrentarse escuelas de pensamiento que interpretan de ‘manera opuesta la naturaleza de lo social, asi come las de- terminaciones que pesan sobre los fenémenos relativos a este campo, En ese aspecto, 1a socioantropologia puede invocar una antigua tradicién por haber producido teorfas consistentes que dieron lugar a nutridos debates. Como se ve, la situacién no es comparable a lo que ocurre en las neu- rociencias y en las ciencias cognitivas, que parecen ser la ‘manifestacién sintomatica de una fiebre eruptiva ode una sibita epidemia recientemente aparecida. Puestos en evidencia algunos hechos biolégicos, la si- ‘tuacién es ahora motivo de reflexién. Tales hechos biolégi- cos resaltaron los caracteres generales del reino animal, co- ‘mo son, entre otros, Ia identidad de los constituyentes quf- micocelulares y el c6digo genético tnico, ;Cémo no afectaria esto a la categoria de lo social, que conoce esa gran mutacin cen el hombre? Ante la unidad de lo viviente, hombre inclui- do, debemos enfrentramos a las diferencias biofisicas de los ‘grupos humanos,repartidos en la superficie de Ia tierra y, avin més, a gran ntimero de diferencias culturales, Acerca de las primeras, hoy sabemos que la idea de raza no resiste rningtin examen, més alla de la obstinada nostalgia de quie- nes querrfan fundar sus convicciones politicas sobre un ra- cismo que, habiendo probado su «realidad objetiva, inde- pendiente de toda propuesta politica, ya no se avergonzaria de s{ mismo, Queda el pluralismo cultural. Pero si queremos correlacionar «biolégicamente» naturaleza y cultura, forao- 80 ¢s reconocer que no existe ningtin paralelismo entre gru- pos humanos biofisicamente diferenciados y culturas que se correspondan con tales diferencias de naturaleza fisica. En caso de admitirse lo superfluo del razonamiento, debido a la inanidad que de por s{ demuestra el concepto de raza, nos hallariamos ante un misterio atin més espeso que debe dar cuenta de este simple hecho: hay un hombre, pero miltiples culturas euyo nimero supone wna gran variabilidad estruc- tural. Todavia falta entender las posibles causas de tal mul- tiplicidad y el sentido de sus expresiones arborescentes. Existen pocas razones para pensar que meras diferencias bioantropolégicas pudieran explicar, no s6lo la diversidad 109 de las formas culturales, sino la diversidad de las evolucio- nes histérieas.4 Agrandes rasgos, los bidlogos —o al menos aquellos que no estén animados por un soplo integrista— reconocen que en lacultura obra una causalidad distinta de la biolégica, si bien tienen pocas hipétesis que proponer acerca de la ar- ticulacién de ambas causalidades. Pensadores de vastas perspectivas, como Atlan y Varela, admiten la existencia de un nivel social humano distinto en la coronacién del edif- cio tedrico escalonado cuyos cimientos estan formados por ‘grupos moleculares. Pero si bien debemos felicitarnos por el lugar que asignan a las determinaciones culturales —que después de todo equivalen a restablecer la diferencia entre el hombre y el animal— ambos investigadores nos dejan con Jas ganas cuando se trata de fundamentar teéricamente este ultimo nivel. Estamos en una situacién problemética: por un lado, se reconoce la especificidad de un nivel huma- no determinada por una causalidad muy diferente de la que ‘opera en biclogia; pero, por el otro, las concepciones socio- antropolégicas con derecho de ciudadania entre los bidlogos xno muestran cémo podria pensarse la relacién de la causali- dad biologica con esa causalidad propiamente humana. Lle- .gamos entonces a un enigma: el que testimonia, sin explica- ciones, que la causalidad psiquica es més fécilmente acepta- da entre los bidlogos cuando se funda en datos colectivos y no individuales. Aqui podria pensarse que el fundamento plural del orden colectivo permite a los cientifices sentirse protegidos por un objetivismo de hecho contra una posible invasion de la subjetividad, principal enemiga de la cien- cia. Qué decir de esta actitud sino que demuestra estrechez de espiritu: ese sujeto que despierta nuestra desconfianza desaparece del individuo para reaparecer en el plano colec- tivo, porque basta con calar apenas en las descripciones de Jos fenémenos sociales para descubrir un orden de hechos (mitos, ritos,religiones, creencias, costumbres, ete.) que im- plica la existencia, en una forma u otra, de un modo de pen- samiento imposible de equiparar a los datos relativos al ob- jetivismo, aun cuando, para conocerlo mejor, permaneciéra- ‘mos en los Iimites de un pensamiento objetivo que reeurre “Bn piginas posteriores examinaremos los problemas planteados porla difusion de genes y delenguas. 110 al formalismo para salvaguardarse mejor del reproche sub- jetivista (Lévi-Strauss). Con relacién a este diltimo punto de vista —que tan s6lo posterga el problema— todavia falta explicar las relaciones entre esos aspectos del psiquismo colectivo y el modelado de los psiquismos individuales. En algiin momento habré que precisar dénde y c6mo se arrai- gan esas causalidades colectivas en individuos que compar- ten y se reconocen en tales premisas. No es arbitrario pen- sar que, para constituirse y mantenerse, las creencias gru- pales deban enraizarse en un fondo comun que los hombres, de un mismo conjunto social puedan compartir, aun hacién- dole suftir, por razones locales, todo un juego de variaciones, y transformaciones en sus ejes centrales. Aqui encontramos, ‘una nocién que algunos bidlogos usan en distinto sentido pero coincidente con el saussuriano: la nocién de «valor». Y es en este punto donde una palabra-valija, como es «simbo- lizacién», viene a estrellarse contra el muro de los hechos. Hechos que hacen saltar en pedazos la pretensién de hacer- le jugar una funcién ecuménica que le permitiria extender- se del c6digo genético a las conductas ceremoniales 0 a la cereacién de divinidades: es decir, a lo sagrado. Es bastante ccurioso ademas que una época como la nuestra, volcada so- bre todo a estudiar las diferencias, vea flaquear esa exigen- cia metodolégica por tender fragiles puentes analégicos en- tre la antropologia y, lamémoslo asi, las ciencias naturales. Esa mitologia que, en vez de «disolver», Lévi-Strauss hizo suya, es la fisicoquimica. ‘Volviendo a lo esencial, admitamos que la causalidad biolégica juega un rol muy limitado en la causalidad socio antropolégica. Esto significa que debera buscarse en la es- truetura humana la parte del hombre responsable del gran desarrollo que lo caracteriza. Y ya que el grupo es el am- biente donde se despliegan los efectos de dicha causalidad, sale a la luz que los fundamentos «atmicose de esos mismos efectos deben buscarse en el estudio de las relaciones entre individuos, asf fuesen miembros de un grupo, minimo exigi- ble para fundar el concepto del «otro semejante» que, por obra de la diferencia de sexos, funda a su ver, en forma radi- cal, la categoria del otro diferente. Como ademds en la con- cieneia de la muerte se reconoce un rasgo especificamente humano, esto remite a la dimensién de reparto segtin las ge- neraciones y, més alld de la estructura del presente, de rela- 1 cin con el antepasado, Entonces no nos sorprende encon- trar aqui categorias pertenecientes al psicoandlisis, como el complejo de Edipo, que tienen la rara virtud de ligar solida- riamente sus aspectos: doble diferencia de sexos y de gene- raciones. Asi es como la causalidad socioantropolégica de- vela dos de sus ees constitutives: el primero concieme a la necesaria divisién en categorias diferenciales; el segundo, a la relacién con el tiempo. Diferencia sexual y diferencia rracional artieulan aqui sus efectos. | GerlLos hochos sociales no son cosase, decia Durkheim. {Tan olvidado qued6 ese concepto como para que hoy de- bamos volver a ponerlo sobre el tapete, quiz4 por influencia de la sociobiologia de E. Wilson? En suma, se trata simple- mente de recordar que, entre otras cosas, la estructura hu- ‘mana se define por el hecho de requerir, a os efectos de to- mar forma y desarrollarse, contacto y relaciones con otros humanos, y esto desde el nacimiento hasta la plena partici- pacién en la sociedad adulta, Tal vez sea esa su principal diferencia —cualitativa y cuantitativa— respecto de las, demas especies vivientes. Este acontecimiento filogenético debe considerarse fundador de la causalidad psfquica, que sin embargo no se reduce totalmente a él. En cambio, un acontecimiento de esas caracteristicas no puede ser entera- mente abarcado por la causalidad biol6gica. Con relacin a esta ultima, los factores socioantropolégicos tienen la par- ticularidad de mostrarse con mayor grado de evidencia en la composicién de lo que determina a la causalidad psfquica, aun cuando la interpretacién de tales factores no tenga na- a de simple. En toxlo caso, s6lo el mixto indispensable que forman en el hombre puede llevar a decir que la causalidad psiquica es lo que emerge de las relaciones entre naturaleza y cultura. Aqui se anuda todo un conjunto de relaciones. Si bien la estructura humana implica, para aparecer y desa- rrollarse, interacciones entre humanos —entre las cuales la fase de dependencia prolongada del cachorro humano es 1a mediadora privilegiada en la adquisicién de propiedades gue, de otro mode, jams vera a a, como ese cao dal enguaje— importa subrayar que también gracias ala orga~ ‘atid intrapnguicn dl hombre ala dependencia de es- ta respecto de ciertos factores de la causalidad biolégica, esa epigénesis puede dar los resultados conocidos. Esto no se mita al lenguaje: también concieme a fijaciones primitivas 12 segtin el modelo de la impronta —pero con diferente meca- nismo— que sellan el destino de funciones tales como el apego. Simple ejemplo, més legible que otros pero que no conviene invocar sin ton ni son antes de haber calibrado lo que en verdad se busca demostrar mis alld de los hechos, explicita 0 implicitamente, por reenvio a un tipo de eausali- dad que no es la que caracteriza al psiquismo. Queda en claro la necesidad de conocer mejor los efectos de estructura, no totalmente censados hasta la fecha y don- de tal vez.es0 que Freud describié en el pasado como fantas- ‘mas originarios encuentre su lugar en el futuro; pero esto implica una nueva concepeién de la historicidad y, por ende, de la temporalidad como efectos de una «seleccién cultural Cuando habla de estructuras relacionadas con e50s fantas. mas que, segiin postula, serian objeto de transmisiGn here. ditaria, Froud esta proponiendo también una ontogénesis original. Dice que tienen . ¥ es més: confirman Ia | idea freudiana segiin la cual la verdad sélo se aleanza a tra- vés de sus deformaciones. En ese sentido, ningin otro expe- diente podria entrar en competencia con los medios masivos de comunicacién, ni siquiera la mitologia, dado que los mi- tos se dan por tales y no exigen ser creidos ni tenidos por reales. 4. Green, . A partir de ahi se produce la conversion forzada. En un segundo tiempo, el mandato es més breve pero de mayor severidad: «Ustedes no pueden vivir entre nosotros». De ahi al gueto no hay mas, que un paso, Por tiltimo: «Ustedes no pueden vivir». Es la Solucién Final." Hilberg muestra que el nazismo no in- venté nada, y que lo tinico que hizo para cumplir sus fines fae poner a punto una maquinaria formidablemente sofisti- cada. Si nos limitamos al examen de la causalidad histéri- ca, nos damos cuenta de que es imposible tener una vision lineal de las cosas. Quiere decir que Hitler no inventa el an- tisemitismo sino que le da un nuevo sentido, Radicaliza la idea del judo como agente diabélico, no le interesa para na- dalla idéa de pueblo deicida y la transforma en la de pueblo germanicida. En 1921, «Psicologia de las masas y andlisis| del yor anuncia lo que Hitler realizaria después de 1933 en su relacién con el pueblo alemén. Si queremos interpretar este tipo de mecanismos psicopatolégicos a la tuz del psico- andilisis, tal vez haga falta tomar en consideracion algunas otras hipétesis sobre la temporalidad. De ese modo, habria que interpretar una decisién de tanta importancia como resultado de un largo trabajo, una de cuyas partes se efee- ta en forma subterrénea durante afios. En el caso presente se trata de todo el itinerario que separa a las formulaciones incendiarias de Mein Kampf, en 1927, de la aplicacién del ‘exterminio de los judios europeos en 1941. Un buen ejemplo de aprés-coup, puesto que Hitler pasa al acto en medio de las peripecias de la Segunda Guerra Mundial, realizando de ‘esa manera los fantasmas expresados en su obra, escrita en funcién directa de las consecuencias de la derrota sufrida en Ja guerra del 14-18. En el libro, Hitler llora por el destino de los soldados gaseados en el frente, .. por culpa de los judios, ° Raul Hilberg, La destruction des juifed'Burope, Parts: Fayard, 1988 ‘edieién orginal, 1985), 129 a quienes desea ver expuestos a igual trato tras el fin de las hostilidades. Ademas, incluso una vez adoptada, la Solucién Final no encuentra en lo inmediato esa dimension que re- cién aleanzaré en forma secundaria. Primero se gasea a los Judios a pequefia escala en camiones itinerantes. Luego se ‘analizan los inconvenientes del método para que la «merca- deria», seguin la expresién empleada, se procese en forma mas eficiente y con rendimiento superior. Raul Hilberg di- Tucidé con notable precisién los mecanismos de algo que, en sentido psicoanalitico, podria llamarse una represién colec- tiva, pues si bien en el entorno del Fiihrer se disputaban el honor de ejecutarla Solucién Final, en contrapartida estaba prohibido hablar del tema o aludir simplemente a él. Con tal motivo se bloqueaban las fuentes de informacién y todos aquellos que estaban al tanto eran enrolados en una parti- cipacién activa que exigia acallar toda critica y obligaba a los ejecutores a descartar enalquier abordaje sentimental del problema. Por otra parte, una intensa empresa de su- gestién y racionalizacién debia justificar lo que se llevaba a cabo. Eva preciso eonvencerlos de que la tarea a ejecutar era no sélo un derecho sino también un deber. ‘Sin embargo, el examen de los detalles dio paso a discu- siones sobre la fecha y las modalidades de la Solucién Final. Autor de conocidas simpatias comunistas, Arno Mayer in- ! tenta acreditar una tesis opuesta a la de Hilberg, sostenien- do que fue el fracaso de la ofensiva soviética en la URSS lo que impuls6 a los nazis al genocidio judo. La existencia de numerosos elementos que parecen no corroborar en abso- Tuto esta opinién deja abierto el debate, pero lo que resulta, atin mas discutible es Ia idea de una eausalidad historica | ‘que habia ido creando Ios acontecimientos uno por vez. Esa visién de la sucesién de hechos va en sentido contrario de lo que permite entender Ia historia detallada de un periodo mis largo.l4 1 Véage A. Mayor, La solution fnate dans 'histoire, Prélogo de P. [Naquet, Pars: La Découverte, 1980 odicin orginal, 1988). Es conocido el rol de las eritica de ls revisioniatas que e alzan contra las pruebas ne- ‘gando su validez para decculpabiliarse. Llegado el case, ne vacilan en po- her otra vez en ireulacin of mito de judiostodopoderosoa y manipulado- rs de la opis publica. Have muy poco, Jean-Claude Pressac, que en un ‘Principio tuvo dudas pero fue impactado por las tsisrevisionstas, estudi6 130 {Por qué hacer figurar tales fenémenos en una discusién psicoanalitica? La primera raz6n es que parece imposible esclarecerlos sin recurrir a una concepcién de la causalidad sociohistérica que no apele a determinadas nociones psico- analiticas: aprés-coup, represién, renegacién, retorno de lo reprimido, destructividad radical, ete. Asf, una eausalidad de tipo socioantropoldgico que quisiera dejar de lado la di- mensién propiamente psiquica perderia mucho de su poder explicativo. Los factores proyectivos, bien conocidos tanto ‘en el antisemitismo como en todo racismo, cobran aqui una dimensién impresionante. El genocidio judo parece ser uno de los mejores ejemplos puestos a nuestra disposicién en el orden de los fenémenos colectivos para poner a prueba el concepto de pulsién de muerte. Ya Freud sostenfa que la agresividad concierne a la parte de la pulsién agresiva origi- nariamente orientada hacia el interior y luego desviada hacia el exterior. Sin lanzarnos a interpretaciones apresu- radas, est claro que era una solucién en muchos aspectos consoladora pensar que la desastrosa derrota de 1918 se de- bia a los judios, enemigos del pueblo alemén que sofiaban vampirizarlo y alimentarse de su cadaver, Mas que de una guerra civil ode una revolucién como las que conocié el pue- blo ruso, el nacional-socialismo preservaba Ia cohesién de Alemania designando en su seno al enemigo, ese otro a la ver semejante por ser alemiin, extranjero por ser judio, y a su vez origen de todos los males. No debe asombrarnos que Ja propaganda nazi haya comparado a los judfos con micro- bios malignos metidos en el cuerpo de la nacién alemana, El genocidio nos ofrece la posibilidad de reevaluar la pul- sign de muerte. En efecto, la formulacin de Freud no queda al abrigo de las criticas. Yo he propuesto entender la activi- dad psfquica que Freud ponia a cuenta de las pulsiones de vida o amor como expresidn de la funcién objetalizante. Tal actividad psiquica se dedica, ya sea a investir en forma sig- nificativa objetos como abjetos de amor, ya sea a transfor- mar algunas fimciones o actividades en objetos de igual es- tatuto. Tomemos un ejemplo simple como es la sublimacién: no s6lo los objetos de esta pasan a formar parte de la fancién largamente el easo para concluir sin ambigiedades en Iai ‘has tess, aunque minimizando el nimero de vitimas. 131 - el pensamiento de Lévi-Strauss, que se impondré en algunos aiios llevado por la oleada es- ‘tructuralista que desborda su obra, hecho del cual se queja- rr en su affin de permanocer exclusivamente y a fin de que Ja antropologia aleance por fin esa condicién, Elestructuralismo antropolégico A partir do entonces, con la obra de Lévi-Strauss el psi- coandlisis encuentra su interlocutor privilegiado, esperan- do renovar el dialogo, interrampido en el pasado, con la an- tropologia. Didlogo es una palabra inapropiada, ya que por mucho tiempo sera un simple monélogo. Cuando Lévi- ‘Strauss toma la pluma mucho mas tarde para precisar su posicién, seria verdaderamente excesivo pretender que lo anima algtin deseo de dialogar. En realidad, su respuesta a Jos psicoanalistas se entendié més bien como una total de- sestimacién. En eambio, Lacan”® menciona muchas veces a ‘Lévi-Strauss, dando la sensacién de buscar en él una cau- ign para sus propias ideas. Como es sabido, Jakobson sirve de nexo entre los dos hombres. Sin embargo, la referencia de Lévi-Strauss a la lingiifstica es mucho menos coercitiva que aquella a la que se cifie Lacan. Al final, la lingiifstica ‘terminaré llevando a este, por via del andlisis combinatorio, al proyecto de una matemstica del significante. Sus nume- rrosas invitaciones a hacer causa comtin con é| no encontra- ron eco en Lévi-Strauss, quien sélo después de muerto La- ‘ean abordaré el litigio que mantiene con el psicoandlisis —mds bien eon Freud, ademés—en La alfarera celosa. Ha- ‘ce poco se quiso mostrar que, pese a las menciones sobre la influencia de Freud en los inicios de la obra de Lévi-Strauss, Jas visiones del antropélogo estructuralista y del inventor 2% Anthropologie structural, Pars: Plon, 1958. 2% Lévi-Strauss aparece eitado diez veces en el indice de los Eseritos. ‘Nosotros mismos analizamos en 1963 lacontroversia entre Sartre y Lév Strauss, tl como esta expuesta en La pense sauvage (ap. IX, Histoire et ‘laloctique), en sLa psychanalyse devent opposition de histoire et dela structure, Critique, n° 194, pdgs. 649-62. Tempo despues debimos inter venir en el seminario de Lévi-Strauss; ease ~Atome de parenté et rel ‘ons eedipiennes, en Lidentits, Paris: Grasset, 196, pigs. 81-99, 138 del psicoanélisis son inconciliables y tratan de temas que seria un error ereer comunes.”” ‘Un punto crucial de las relaciones entre psicoandlisis y antropologia es el complejo de Edipo, acerca del cual no se reparé lo bastante en que constituye un tema repetitivo, lacerante, casi obsesivo en el pensamiento de Lévi-Strauss, aun cuando su terreno no sea la eivilizacién griega. Por otra parte, se notard la critica que hizo de ciertos puntos esencia- les de la teoria psicoanalitica al final de Bl hombre desnu- do. En particular, esta critica apunta al retorno de la no- ign de sujeto, del cual la teoria lacaniana no puede prescin- dir, mientras que Lévi-Strauss se guarda muy bien de re- currir a él. En otros términos: para el antropélogo, el uso que Lacan hace de la combinatoria est destinado, no a sus- tituir al sujeto, como en Ia mayoria de las disciplinas que se valen del estructuralismo, sino, al contrario, a reintrodu- cirlo. No obstante, tanto Lacan como Lévi-Strauss recu- sardn cualquier rol conceptual relativo al afecto, y de am- bos, no serd el médico quien parezca aceptar mejor una ex- plicacién fisiolégica del fenémeno, invocando para el caso nada menos que el metabolismo del &cido lactic. ‘Como dijimos, et Edipo es la manzana de la discordia en- tre psicoandlisis y antropologia. La prohibiciin del incesto como regla de reglas fue diversamente entendida por Lévi- Strauss en distintos momentos de su obra, Parece haber re- visado mas tarde su interpretacién primera de limite sepa- rador entre naturaleza y cultura, pero luego la considers desde un Angulo que la inscribe en una perspectiva objeti- vista, radicalizando de ese modo su pensamiento en una 1é- gica cientifica. Donde nada funciona, ni siquiera con los antropélogos adeptos a otras corrientes del pensamiento, como veremos mis adelante, es en la cuestién del parricidio. Se rompié todo», diria Labiche, autor reverenciado por Lévi-Strauss, Las entrevistas que este mantuvo con Didier Eribon” per- miten medir la distancia que separa el pensamiento del psi- coanalista del pensamiento del antropélogo. Salta a la vista 7 Alain Delriou, Lévi-Strauss, lecteur de Freud, Pacis: Point Hors ‘Ligne, 1998, Claude Livi Strauss, Lhomme nu, Paris: Plon, 1971. 9G. Lévi-Strauss, D, Eribon, De preset de loin, Paris: 0, Jacob, 1988. 139 Ja imperiosa exigencia objetivista y formalizante, en oca- siones extremada hasta la caricatura en ese tipo de estruc- turalismo, Cuando Lévi-Strauss constata que los celos con- ‘yugales pueden constituir un motor esencial —el primero, ice— de algunos relatos miticos, precisa, para esclarecer su tesis Si definimos los celos como un sentimiento resultante del deseo de retener una cosa 0 un ser que nos es arrancado, 0 bbien de poseer una cosa o un ser que no tenemos, puede de- cirse que los celos tienden a mantener oa crear un estado de ‘conjuncién cuando existe un estado del que surge una ame- naza de disyuncién» 3° Es llamativo el parentesco de estilo, si no de pensamien- to, entre las posturas de Lévi-Strauss y las de algunos neurobidlogos —tal como lo mostramos paginas atras a pro- pésito de una cita de M. Jeannerod— cuando la descripcién perteneciente al terreno especifico de un fenémeno psiquico es sustituida por otra, afanosa en dar una idea tan comple- ta como sea posible del fendmeno estudiado, traducida a ‘una lengua ficticia y expresada en términos biologica 0 logi- camente procesables. Como si nada fuera, la neolengua des- califica a su objeto para adecuarlo a sus propios objetivos, consistentes en acondicionarlo para poder manejarlo. Ast es ‘como, a los fines de un mejor acondicionamiento, los huevos pasan a ser ctibicos. La nueva descripcion pretende conte- ner todo lo que estaba incluido en la antigua gacaso el huevo no sigue siendo un huevo y ademés inmediatamente co- mestible, sin pérdida? Esta nueva descripcién estaria justi- ficada y presentaria la ventaja de ser compatible con un tra- tamiento que permite desarrollos «légicos> imposibles con la antigua. Lévi-Strauss quiere ignorar las diferencias entre celos normales y celos detirantes, asi como ignora la existen- cia de la logica afectiva descripta por Freud. Se ve que la ca- racterizacién de los rasgos celosos mediante el uso de con- Junciones y disyunciones escamotea lo més particular de es- ‘tos fenémenos: su cardcter apremiante, torturante, ildgico e invasor, que hace totalmente ineficaz cualquier persuasion basada en el razonamiento intelectual y puede Hevar al 0, Lévi Strauss, La potiere jolouse, Pars: Pon, 1986, pig. 229. 140 cerimen. Nos preguntamos qué luz aporta a los celos huma- nos una interpretacién de este orden, pues nadie negaré que de eso se trata en la fabula narrada por el mito. Ese es el tipo de bromas que gustan a Lévi-Strauss, lo mismo que la de encontrar el complejo de Edipo en una obra de vodevil (EU sombrero de paja de Italia).*" Ya en otra oportunidad hice notar que no era muy probable desencadenar un efecto ‘cémico cuando Edipo reaparece en escena una vez que le es revelada su condicion de parricida y de incestuoso, con el rostro ensangrentado y los ojos hundidos por su propia ma- no, «Signifiear no es otra cosa que establecer una relacién entre términos», dice nuestro hombre como buen saussuria- no, los términos en si mismos son indiferentes. Indiferente es también la diferencia entre el significante y el Chaman ‘como intercesor de un tipo singular de significancia. Seguin 41, establecer la relacién entre las propias acciones y la rea- lizacién, ignorada, del incesto y el parricidio, en sus funda- ‘mentos no difiere para nada de la operacién de permutar los términos de una ecuacién. No es que la paréfrasis invocada sea absolutamente falsa, pero cémo ignorar que defiende su justificacion mediante la lisa y lana supresién de los para metros que acompafian a ese afecto y cuya omisién arrui- na todo intento de comparacién. Veamos este paralelo: ‘una manipulacion matemétiea como la inferida por Lévi- ‘Strauss da cuenta de su necesidad a través de su eficacia y productividad en su propio terreno. Aplicada al de los celos, incluso reducida a ser apenas el motor de un mito, ese tipo de manipulacién carece de toda eficacia, ya que si tuviera alguna seria al precio de desfigurar lo que son los celos, lo ‘cual equivale a decir que la introduccién de estos en el mi- to ya no responde a ninguna necesidad y menos todavia al sas elemental affin de metaforizar la realidad. Pero no nos equivoquemos: el afecto no es la apuesta del debate, sino el punto limite donde cierto tipo de argumentacién roza el ab- surdo cuando el antropélogo toca tierra. ‘Ahi encontramos una inspiracién emparentada con, aquella que tiende a naturalizar el pensamiento. En la epis- temologia moderna, Ia referencia a la conciencia es severa- mente critieada como fuente de error y de ilusién, En ese punto hay acuerdo entre los enfoques natural y cultural del 5 Bid, page, 259-63. 41 psiquismo, Ese acuerdo se opone a la concepcién de causa- Tidad psiquica segin el psicoandlisis. Las vias se separan entonces en Io que hace a las relaciones que mantienen conciencia e inconsciente. En elaboraciones no psicoanali- ticas, ambas entidades se deslizan una hacia la otra sin nin- g1in conflict, como si la accién engafiosa 0 embaucadora de a conciencia jugara apenas un rol de méscara pero no tu- viera una funcién precisa respecto del nivel inconsciente que recubre. Conciencia e inconsciente se desenvuelven en forma paralela, de la misma manera que fenémenos psiqui- 0s y fisicoquimicos lo hacen segtin las vias de modelos com- patibles entre sf pero sin relacién directa. En este segundo caso, esta bien claro que el conflicto entre fenémenos psi- quicos (conscientes) y fenémenos biolégicos carece de rele- vancia. Lo psiquico no podria luchar contra lo fisicoquimico, ‘coma tampoco lo consciente podria oponerse a lo ineonscien- te, ya sea concebido al modo estructuralista (antropoldgico, linguistico, ec.), o neurobiolégico. Instil.es decir que, en la referencia a la computadora como modelo cerebral, esta posibilidad es atin menor, dada la homogeneidad del dispo- sitivo informético y su uniformidad sincrénica por oposicién ala heterogeneidad de las estructuras jerarquizadas y tem- poralmente escalonadas del sistema neuronal, segtin la di- versidad funcional producida por la evolucién y la filogéne- sis. En nombre de semejante desconocimiento puede soste- nese la omnipresencia de las estructuras y su equivalencia con un sistema constituido por cddigos plurales. Est claro ‘que la base del malentendido es la imposibilidad, para los sistemas de pensamiento recién citados —y que tienen en comin el hecho de ubicarse a distancia del psicoandlisis—, de un concepto como el de represién.® En ese punto es capi- tal subrayar a la vez el modo en que dicho concepto marca el verdadero punto de partida del pensamiento psicoanalitico en Freud, y c6mo, a lo largo de su obra, este nunca dejé de discutir su sentido y su funcién, lo cual muchas veces lo obli- 6 a diversificar sus aspectos. Por via de consecuencia, es- to permits diferenciar mejor las diversas categorias de los fenémenos psfquicos, posibilitando articular variedades y variaciones. Llevando atin més lejos las sospechas sobre la 52 Tal como por su parte lo entendié la helenista y pen ence Khan Ceomuniescién personal). sta Law. 142 coneiencia, Freud da la verdadera razén por la que debemos desconfiar de la fuente de conocimiento que esta constituye. La conciencia es no s6lo un pozo de inexactitudes, sino tam- bién una pantalla infranqueable para todo cuanto ella no pueda admitir por rechazo de significaciones y contenidos vividos como inaceptables. Ademés, denunciarla no tiene objeto, ya que esto expresaria en forma muy insuficiente los ‘motivos que tenemos para poner en duda aquello que nos ensefia, Al respecto, no podriamos satisfacernos con los di- versos argumentos desarrollados a partir de las ilusiones sensoriales, utilizados por generaciones y generaciones de fil6sofos para justificar la desconfianza de que estamos invi- tados a dar prueba respecto de ese medio de conocimiento. Noes sélo que nos engaia, sino que ademas es fuente de ex- travios, debido a que la racionalizacién sigue los objetivos combinados de la represign y el inconsciente. Cuando Lévi- ‘Strauss piensa que «la necesidad universal» obrante en el trabajo del sueito «es la de someter a una disciplina grama- tical términos surgidos en desorden»,.® hace suyas algunas ‘confusiones. El uso que se hace aqui dela palabra necesidad ‘es ambiguo, pese a que se lo deberia ver como un simple giro del lenguaje. En realidad, la expresién de Lévi-Strauss pro- bablemente pretenda aludir a una dificultad innata del funcionamiento del espfritu, Sin embargo, traténdose del suofio, estamos ante un easo donde necesidad y deseo en- tablan relaciones més comprometidas, Hay que tener en cuenta a la vez el rol que juega la necesidad arraigada en el cuerpo, la produccidn de deseo (desencadenado en ccasién del funcionamiento onirico) a que ella da lugar esperando hallar un placer no disponible, yla obligacién de censura, de muy distinto origen, respecto de lo que deja traslucir ese ‘psiquismo asiliberado. ;Se puede identificar, tomando el ca- 50 del trabajo del suefio, la censura sistémica (entre las ins- tancias de lo inconsciente, lo preconsciente y Io consciente) con la censura gramatical? Si quisiéramos comparar, no sin algunos problemas, trabajo del suefio y gramiitica —Lacan lo intent6, vanamente a mi criterio, postulando una bien improbable «gramaticalidad del ellor— serfa imposible olvi- dar la diferencia que los opone por completo. Mientras que la gramatica clarifica supuestamente la comunicacién del 5, Levi Strauss, La potiére jalouse, op i, pig 257. 43 pensamiento, el trabajo del suefio, en cambio, actia a la inversa: autoriza la comunicacién para hacerla lo mas os- cura posible, limiténdole al sofiante la eventual inteligibi- lidad de sus mensajes disfrazados y brindindole medios suplementarios como para extraviarlo ain mas (elabora- ign secundaria del suefio). Todavia falta agregar que el tra- bajo del suesio por sf mismo no resume toda la censura y que esta también existe en un aspecto conforme a su significa cién, consistente no sélo en disfrazar, sino también en su- primir, en tachar. Ahora bien, en el sistema lévi-straussiano nunca hay nada que represente la coercion de suprimir lo que sea, Ademas, aunque est ligado a la censura, el trabajo del suetio debe ser puesto en perspectiva con otras formas de trabajo psiquico con las cuales mantiene relaciones muy ricas en el marco de lo que lamé trabajo de lo negativo.# ‘Aqui vemos otra ver, una oposicién absolutamente capi- tal entre el psicoandlisis y la antropologia estructural. Po- dria pensarse que los bonitos andlisis de Lévi-Strauss se vinculan eon derecho al eoncepto de trabajo psiquico elabo- ado por el psicoandlisis. En realidad, no sélo el analisis de los tipos de trabajo tal como se efectvian en el sistema de Lé- | vi-Strauss y en la teoria psicoanalitica muestra que com- parten pocos rasgos en comtin: sobre todo hay otra diferen- ‘ia que los opone todavia en forma més profunda. Desde la perspectiva de la antropologia estructural, nada se dice de las comparaciones que cabria extraer del trabajo resultante | de la edificacién y la elaboracién de los sistemas de paren- ‘tesco, ni de aquel que obra en los mitos o en otras produccio- nes culturales. La teoria noda cuenta de sus diferencias, eje de los estudios antropolégicos aqui silenciado. ¥ tampoco detalla otras formas de trabajo de visible presencia en los niveles cultural, artistico 0 téenieo, por ejemplo. En cambio, el psicoanailisis no cesa de comparar los diferentes tipos de trabajo psiquico tales como se los ve en los diversos tipos de neurosis, entre las neurosis y demés entidades nosogréfi- ‘eas, 0, con mayor fineza, entre los diversos modos de trabajo de la psique: trabajo del suetio, trabajo de duelo, trabajo del Aelirio, ete, sin hablar de aquellos que distinguen lo obser- vable en la cura y fuera de ella. Una vez. més, el psicoanli- A. Green, Le travail du nigaif, Pars: Minuit, 1999, [Bl trabajo de to negativo, Buenos Aires: Amorrorta, 1995, 144 sis demuestra au affin de tener en cuenta la heterogeneidad y la diversidad del psiquismo. La interpretacién estruc- turalista busca un sistema de codificacién universal. Con el pretexto de rechazar una jerarquia que privilegiara un ¢6- Aigo por sobre los demas —por ejemplo, aquel que Lévi- Strauss vineula al psicoandlisis y bizarramente lama «psi- coorgénicor—, ese pluralismo parece querer salvar al siste- ma de alguna eleccin arbitraria que le diera ventaja a al- guno de ellos. Aqui, pluralismo es sindnimo de rechazo de ‘una eleccién que marque excesivamente la separacién entre naturaleza y cultura. De hecho, esta precaucién, lejos de frenar la objeciOn de una eleccién de otro tipo, esconde una posicion unicista. La pluralidad de cédigos reenvia en rea- lidad a un funcionamiento de idéntico trato para todos. En efecto, cada uno de los eédigos puede ser reducido a la ‘expresién de una lengua diferente. Sin embargo, sélo una teoria general del lenguaje daria cuenta de esto, superando asi la diversidad de cada lengua particular. Bsto puede ex- plicarse, sin duda, dentro de la unidad constituida por el pensamiento mitico en su referencia al lenguaje. Faltaria demostrar que el pensamiento mitico puede ser integra- ‘mente aclarado por él simple lenguaje, aderezado 0 no con. consideraciones sfisicoquimicass. Lo cual equivale a decir que para el hombre de las sociedades sin escritura, Ia rela- cién que mantiene con la flora, la fauna, los astros 0 los sen- timientos, es reductible, con justo derecho, a un modo de or- ganizacién psiquica de funcionamiento uniforme. Esta hi- pétesis menosprecia diferencias que sin embargo son la, guia del pensamiento estructuralista. En cuanto a la plura- dad de eédigos, la relacién del hombre con esas categorias muestra que se siente implicado en ellas en forma muy di- versa. Sien el pensamiento mitico se ejerce una unificacién, nuestra atencién no debe retener la que interviene para relacionar los diferentes c6digos, sino de preferencia la que los refiere en su totalidad a la dimensién imaginaria. Mi- rrandolo bien, la sola unidad capaz de ser invocada en forma absoluta es la que impera en el pensamiento del teérico, Unieamente para 61 todos los eédigos tienen igual valor, en- tre su intelecto, su pluma y su hoja en blanco. Ironias del destino, ese sujeto que parecfamos obligados a desalojar pa- ra siempre del pensamiento, vuelve a habitar el sistema te6rico totalmente a espaldas de su inventor. Porque, tanto 45 ‘como para limitarnos a la mera consideracién del objeto, lo que deberia reconocerse, con independencia de cualquier sujeto, es la heterogeneidad de los diversos elementos que el andlisis permite reconocer en su composicién. {Acaso no se ‘busca darle prioridad al estudio de esas diferencias? En su defecto, no sélo retorna el sujeto, sino ademas un sujeto idealista. Aun cuando el te6rico adhiriera a 1a existencia, independiente de él mismo, de su objeto de estudio —ipero cul, sieste lo incluye y lo absorbe!—, es el tratamiento que le hace sufrir lo que revela el idealismo subyacente en su proceder. Testigo de ello es la uniformizacién en torno de la nocién de eédigo. En efecto, la referencia a su pluralidad es ‘una preeaucién muy pobre si no se empieza por sefialar la, cespetificidad de cada uno de ellos antes de instrumentar un, ordenamiento articulado, fundado en la homogeneizacién. ‘Aqui también, como Lacan lo hizo en psicoandlisis, la refe- rencia a lo simbélico pretendié relegar a segundo plano lo imaginario. Con el correr del tiempo, se hizo palpable que esa sustitucién era problemética en Jo referido a una préc- tica del inconsciente. Si bien en antropologia no son tantas las dificultades que obligan a pereibir los atolladeros y li- mites de este tipo de teorizacién, en realidad los problemas ‘son los mismos. La eombinatoria significante de los mitos ‘ya no podra relegar a segundo plano esa dimensién imagi- naria que la sintaxis pudo imponerse al pretender eubrir el campo de la seméntica. En cuanto al peligro de referirse a ‘un imaginario «informe, el aporte de Freud consistié jus- tamente en darle una forma sin por eso confundirla con la de las estructuras formales del pensamiento secundario, ‘cuyo ejemplo mas acabado es el lenguaje. Ya subrayamos el interés que entradaria comparar los diferentes modos en que funcionan los componentes de la vida cultural, desde ; ‘una perspectiva que hiciera hincapié en la dificultad de tra- tarlos a todos de igual manera. Pero ahora nos parece que, | {incluso en el seno de un sistema circunscripto y delimitado comoes el de la mitologia, es necesario reenviar ala relacién que cada una de las categorias tratadas por los mitos man- tiene con su lugar comin: el hombre. No basta con querer disolverlo para conocerlo, cuando en realidad lo tinico que se hhace es opaearlo. Es notorio que la obra de Lévi-Strauss se edificé en su totalidad sobre las ruinas de la que realiag Lé&- vy-Bruhl. Pero eso no fue suficiente como para que desapa- 146 recieran las cuestiones planteadas por este tltimo, por més que sus respuestas hayan dejado de resultarnos hoy satis- factorias. A pesar de los postulados que afirman considerar s6lo las diferencias, el pensamiento estructural de Lévi- ‘Strauss opera sélo después de haber procedido a su homoge- neizacién, fundada en el ideal del significante del niimero 0 del étomo —pienso aqui en el parentesco— erigidos como valores absolutos. La extensién de los temas a abordar no permite la eri dotallada que merece lacbra de este autor. Ya intentames hhacerla en otra parte a propésito del mito. La interpreta- cin que 61 mismo da de su propia mirada parece estar suje- ta a caucidn. Por més que comentadores que le son favo- rables minimicen su insistente referencia al cerebro y su creencia en el determinismo fisicoquimico, o que pretendan, que tales opciones dejan intactos los descubrimientos antro- poldgicos del autor, {puede subestimarse en una diseiplina como esta el rol de esas «directivas para el espiritu»? El re- vindieado naturalismo lévi-straussiano es ambivalente Porque Lévi-Strauss hizo mucho para distinguir la familia biolégica del atomo de parentesco visto desde el éngulo s0- ciolégico, pero al fin de cuentas son las ciencias naturales Jas que para 61 tienen la clave del problema. Segiin su pro- pia confesidn, el objetivo de su empresa te6rica es reabsor- ber humanidades particulares dentro de una humanidad general, primer paso que anuneia otros «que ineumben alas ciencias exactas y naturales: reintegrar la cultura a la na- turaleza y finalmente la vida al eonjunto de sus condiciones fisicoquimicase. Para agregar en nota al pie: «La oposicién, entre naturaleza y cultura, sobre la cual hemos insistido en el pasado (, eapitulos 1 y 2) [se trata de los dos primeros ca- pitulos de Las estructuras elementales del parentesco), hoy ‘nos parece offecer tun valor sobre todo metodolégico».°8 Esa significativa toma de distancia se agravaré con el paso del tiempo, hasta concluir en un escepticismo genera- lizado al término del recorrido teérico. © Ente otros, en Le myths un bjt transition alle en Le ‘Tempe de a réfexin, 1980, n° 1, rtomada en La dliison, Pais Welles Lettres, 1991. tee v Paris es Ine Ut Sims, a pn snag ca. pS para toy 147 El apoyo que Lévi-Strauss tomaba en Marx y Freud al comenzar su obra no es objeto de ninguna desmentida, De todos modos, si bien estos autores lo hacen pensar —tal ‘como él lo confiesa—, debemos decir que les dispensa un trato peculiar. Resulta ser que Freud lo hace pensar porque Freud piensa como los mitos.*” De ahi a decir que el psico- anélisis salido del pensamiento freudiano hace pensar a Lévi-Strauss porque surge del andlisis de mitos, no hay més ‘que un paso, Antes habia sostenido que la interpretacién peicoanalitica del mito edipico era una versién nueva de este. El siguiente juicio resume el fondo del debate: «Se me reprocharé reducir la vida psfquica a un juego de abstracciones, reemplazar el alma humana con suis fiebres por una férmula aséptica. No niego las pulsiones, las emo- ciones ni la agitacién de la afectividad, pero no les otorgo primacia a esas fuerzas torrentosas: ellas irrumpen en una ‘escena ya construida, arquitecturada por coacciones men- tales».28 {Cudl es el sentido de esta formulacién? Su tinte irénico se trasluce en la alusi6n a las fiebres del alma humana que, peligro de contaminacién obliga, clama por una asepsia ‘mental. Lo mismo ocurre con la afectividad: la efervescencia de una sangre demasiado caliente debe disciplinar su curso tormentoso. Asi y todo, sus torrentes circulan por canales constrictores. Ahora bien, ja qué alude ela escena ya cons- truida y arquitecturada por eoacciones mentales> sobre la que se ejercen esas fuerzas? (A qué remite esa implicacién temporal? ¥ en qué argumentos se apoya Lévi-Strauss pa- ra afirmarla? ;Lévi-Strauss habla de filogénesis 0 de onto- sgénesis? {No es en el seno de las ciencias sociales donde se est mejor ubicado para afirmar lo contrario, hoy como ayer y aqui como en cualquier otro lugar? Lévi-Strauss no es el tipo de persona que se deja llevar a la confidencia facil, pero, con todo, se arriesga a relatar cé- ‘mo resulté ser un estructuralista nato. Su madre le cont6 que, siendo pequefio, cuando todavia no caminaba y mucho ‘menos lefa, un dia grité, desde el fondo del cochecito, que las 570, Lévi-Strauss, La potiore Jalouse, op. cit, ps. 249. 9d, pg, 254 148, tres primeras letras del cartel del carnicero [boueher] y del panadero [boulanger] debian significar -bou» porque en am- bos casos eran iguales. Demos gracias a la precocidad de ese bebito capaz de identificar una semejanza entre formas abs- tractas (las letras y silabas de la lengua) y la percepeién de formas comunes entre el cartel y la la boutique fbotica, gocio). Pero un anélisis asi se queda corto, Nuestro intérpr te de mitos, transformado en autointérprete de recuerdos infantiles contados por otros, parece olvidar que el carnicero Boucher] esta asociado a la carne como el panadero {bou- Janger\ al pan, y que la carne y el pan entran al cuerpo atra- ‘vés de un orificio denominado boca [bouche]. Este vocabjo consuena y resuena con aquellos que designan y nombran a Jos que dispensan y brindan al nifio esos alimentos por i terpésita madre. Esa misma boca es la que pronuncia las palabras dirigidas a esta, fuente originaria de todo alimen- to. Pero también a esa parte del cuerpo dedicaré el autor sus més bellas obras: Lo erudo y lo cocido, De la miel a las ceni- ‘2as, ELorigen de las maneras de mesa, los tres vokimenes de Mitoldgicas. Antropologia estructural y psicoandlisis posfreudiano Para examinar las relaciones de Claude Lévi-Strau: con el psicoandlisis hace falta proceder a desmembrarlas. ‘Muchas veces se confunde, cuando no se pasa sin transicién del uno al otro, a Freud y Lacan. Por eso es importante dif- renciarlos en la discusién, para no hacerle decir a Freud al- ‘g0 que le corresponda a Lacan. Por ejemplo, que los procesos primarios serian hechos de lenguaje.°® ¥ para no cargarle a Freud alguna critica dirigida a Lacan, o viceversa. En reali- dad, debe serialarse que, pese a mantener relaciones perso- nales con é1, Lévi-Strauss se interes6 poco y nada en el pen- samiento de Lacan. Un zarpazo mds 0 menos no basta para certificar un examen serio de sus ideas. En cambio, Lacan sf se apoyé en la obra de Lévi-Strauss para apuntalar la controversia que mantenia con sus adversarios, y ubiearse entre los artesanos de la renovacién del pensamiento en ciencias humanas, aun tomando distancia de ellos. Lacan Alain Delricu, Lévi-Straues, lecteur de Freud, pe. 18 49, tan pronto afirma su diferencia como busca apoyo en quie- nes considera sus aliados, pese a que ninguno de los que li- bran un combate similar al suyo parece caucionar esa auto- cooptacién. Sin embargo, en la pluma de Lévi-Strauss no es raro encontrar propuestas que pueden reflejar un parentes- co con ciertas tesis laeanianas, en la (muy laxa) medida en que las palabras de ambos presentan algunas oposiciones comunes. Asf, cuando Lévi-Strauss propone la imagen de ‘un inconsciente puramente continente y ajeno a sus propios contenidos, diciendo que «se limita a imponer leyes estruc- turales»® a elementos * ‘Los antropélogos contemporéneos se enfrentaron a dos posibles opciones: demoler la tesis freudiana conservando ‘unas pocas cosas, caso de Lévi-Strauss, 0 aceptarla parcial ‘mente proponiendo una interpretacién mas acorde con sus ppropias concepciones, caso de Godelier. En realidad, el desa- fio supera el mero debate sobre la realidad o la inexistencia ‘+ Véase al respecto, en oportunidad de la rociente aparicion dea nueva ‘traduceién de Totem y tabi, el relto de las peripecias en euyo transcurso Kroeber, tas haber hecho papillae texto de Freud, vuolveafios més tarde sabre sus critieas para relativizarlas debido a que habia encontrado al- fguien mis mondrquieo que él en Ia materia. Véase también A. Kroeber, ‘Totem et tabou", une peyehanalyse ethnologiques, 1920; Totem et tabou “pris coups, Revue Frangaie de Peychanalyse, 1993, LVI, pags. 733-81. 164 del asesinato del Padre primitivo. Como bien lo entendis Pierre Kaufmann,5 aqui lo que se cuestiona es la teoria de Ja cultura segin Freud. Aunque le haya evado muchos afios articular diferentes elementos de esa concepcién, 8° tomar4 como prueba el tiempo transcurrido entre el deseu- brimiento del complejo de Edipo, someramente expuesto en carta a Flies del 15 de octubre de 1897, y su descripeién completa, pero en pocas paginas, veintiséis afios después, en 1923, en El yo y el ello, Esa distancia es mucho més lla- mativa porque en el intervalo son muchas, aunque siempre fragmentarias, las anotaciones al respecto. Entre ambas fechas se sits la etapa capital de Tétem y tabii en 1913. Después el tema aparece como un jalén necesario, desvio ‘antropol6gico indispensable para ia descripeién del com- plejo de Edipo. Si a esto le agregamos que la ultima obra de Freud, Moisés y la religién monotetsta, vuelve una vez més sobre él tema del asesinato del Padre primitivo, se entiende Ja importancia que Freud adjudica a una idea basada ex- clusivamente en una interpretacién casi infundada, fruto de una simple especulacién: una novela, se dijo. No vol- veremos a preguntarnos si se trata de un acto realmente realizado, de una fantasfa o de una idea «en potencia». En ‘cambio, queda claro que los psicoanalistas reconocen a esa idea un poder organizador de alto poder para la psique. ‘Para entender c6mo se inscribe el Edipo en el psiquismo hu- mano habria que levantar malentendidos, hacer las distin- ciones de rigor, no sélo entre mito y tragedia, por ejemplo, en el contexto griego de su descripcién inagural, sino dentro del propio cuestionamiento psicoanalitico, entre el Edipo como fase de desarrollo libidinal, como estructura y como modelo.® Algunos psicoanalistas contempordneos procla- ‘man de buen grado la importancia de las denominadas fa- ses pregenitales, a las que también llaman preedipicas, pa- ra asentar la idea de que el acceso a la problemdtica edpi- a implicarfa la solucién espontnea de conflictos aiin més decisivos y anteriores a su aparicién, 1o cual explicaria el relativo desinterés de que es objeto el Edipo en nuestros dias, Una teorizacién tan apresurada, negligente y simplifi- ° Payehanalyse of théore dela culture, Pars: Deno, «Médiatior 91%, ‘8 Véase A. Green, Ostipe, Freud ot nous, en La déliaieon, Paris: Les Belles Lettres, 1991, 165 cadora demuestra un profundo desconocimiento de las rea- lidades clinicas més significativas. Porque es fail respon- der que cuando analizamos una fijacién més o menos exclu- sivamente materna, donde parece no haber parricidio, este se esconde tras la imagen de una madre que Ilevé a cabo, de ‘manera seereta, silenciosa y con una violencia sin contacto, cl asesinato del marido y del genitor. En otros términos: un parricidio delogado y disfrazado donde el sujeto estaria pri- vado de la posibilidad de fantasearlo, pero donde la culpa- bilidad por el anhelo de muerte se ejerce doblemente detras de su aparente ausencia. :Deberemos recordar, ante esas estructuras supuestamente sin Edipo atestiguado, que un Edipo no observable no es un Bdipo ausente sino un Edipo fuente de graves disfunciones que afectan a In causalidad psiquica? ‘Desde luego, la problematica edipica individual no podré responder a las preguntas que plantea su traslado al pla- no colectivo. Para Freud, psicologia individual y psicologia de masas se corresponden estrechamente. Hay en él todo un encadenamiento de factores que hablan de caracterfstieas biolégicamente determinadas, como hipétesis, y expresadas através de las huellas mnémicas filogenéticamente inscrip- tas, en relacién con las pulsiones. Estas empujan a actos, ya sean actuados o meramente fantaseados. En este tltimo ca- 0, el hecho de no realizarse hasta el final no desmiente el | poder de tales actos. Haya habido acto en la realidad ex- | tera o se trate de una produccién fantaseada que ingres6 | en la realidad ps{quica, tanto en el individuo como en el gru- pose instala un trabajo de lo negativo donde religién, moral | yy arte son resultado de una elaboracién. El conjunto cons- | tituye la materia prima del tefido cultural. Vemos que en | esa concepisn, historia y estructura son indisociables; no | se trata aqui de occidentalo-centrismo, puesto que el libreto de los hechos reales o fantaseados toca a las estructuras de la humanidad. Poco importa ademas la fecha exacta en que aparecié ese libreto, sélo cuenta el poder de convie- cién que pueden suscitar dichos conjuntos seméinticos. Por eso la denominacién de primordial, y no de primario, me parece ser un buen fundamento para designar esos seman- ‘temas situados en el cruce de lo individual y lo colectivo, en el de la naturaleza y Ia cultura, o inetuso de lo cultural y 10 social 166 Una frase de Totem y tabii resume la légica freudiana: «Las més antiguas e importantes prohibiciones tabiies son las dos leyes fundamentales del totemismo: no matar al ani- mal tétem y evitar el comercio sexual con los miembros del sexo opuesto del clan totémico. Deberta tratarse entonces de Jos mas antiguos e intensos deseos humanas».°! Como se ve, el parricidio adquiere sentido sélo con relacién al deseo se- xual, el cual incluye tanto su realizacién como su prohibi- cién. El parricidio tiene entonces por funcién levantar el interdicto para el pleno cumplimiento del deseo. Inversa- mente, el obstdculo no se erige sino para impedir en forma radical el acceso a los més poderosos o, para hablar como Freud, los mas antiguos e intensos deseos humanos. Por medio de una formula que se volvié célebre, Tylor ‘condensé el dilema en que se conjugan incesto y parricidio y Ja necesidad de ponerles freno: To marry out or to be killed out. Propuesta que coincide con las preocupaciones de Freud, quien por otra parte insiste en el tema de la ambiv: lencia para con el padre, ambivaleneia, por asi decir, in table. Sin embargo, no piensa igual acerca de los deseos rigidos a la madre, no sélo porque parece tomar en conside- racién tinicamente el caso del varén, sino porque el deseo incestuoso hacia la madre de algiin modo tendrfa una con- notacién directa, evidente, en definitiva natural. La amt valencia con respecto al padre no sélo responderia a ese for do de hostilidad persistente en las circunstancias més di- versas, sino al amor y la admiracién de los que aquel sigue siendo objeto, por més que se erija a través de la realizacién del deseo incestuoso. Podriamos decir que al padre se lo ama no a pesar de la prohibicidn, sino a causa de la prohibi- ign, y que ese amor es objeto de una fijacién cuyo relevo serd asumido por el superyé. Lo que el imperativo categéri- co kantiano no dice es que no basta con no hacerle al otro lo, ‘que no queremos que nos hagan a nosotros, sino, muy espe- cialmente, lo que mas querriamos hacer y no deseamos que se nos impida. En Freud, entonces, la cuestion de la ambi- valencia se hace constitutiva de todo sentimiento no deriva- do de un orden natural: «Esa hostilidad oculta en el ineons- ciente detrs de un amor tieno existe en casi todos los casos, 5 Las bastardills son mias. Totem et tabou, traducido por Maricléne Weber, Pais: Gallimard, 1993, 167 de ligazén afectiva intensa con una persona determinada; es el caso cldsico, el prototipo de la ambivalencia de los sen- ‘timientos humanos».° Freud considera a la ambivalencia como el fenémeno fundamental de nuestra vida afectiva y data su aparicién en el momento en que interviene el complejo paterno. En suma, y sobrepasando su marco ontogenético, le asigna gran extensién debido a que supuestamente ella da cuenta del caracter siempre mas 0 menos insatisfactorio de la reali- zacién de nuestros deseos; por lo tanto, se trata de una hips- tesis posterior destinada a aclarar las caracteristicas de la satisfaecién sexual nunca del todo colmada, cualquiera sea Ia respuesta que se dé a tales deseos, e incluso euando se responde a ellos aparentemente sin trabas. Pero hay otro aspecto que vincula incesto y parricidio. Ambos se conciben como formas de contacto extremas para gozar sin limites del objeto. Sin limites impuestos por un tereero con derecho al .goceilimitado del objeto, y tampoco sin limites fijados por el propio objeto de deseo. sta concepeién, que para algunos | puede estar sobrecargada de connotaciones afeetivas, no ex- | cluye que comporte también otra funcién: la de favorecer | ‘una combinatoria. En Tétem » tabii se lee: «Todos estos em- | pleos de la nocién [tétem] se interpenetran y una u otra de las significaciones puede desditvujarse de modo tal que, en ciertos casos, los tétems se han transformado casi en sim- ples nomenclaturas de divisiones tribales, mientras que en otros la representacién del linaje, e incluso la significacién | cultural del tétem, se halla en primer plano. .. La nocién de | tétem se vuelve determinante para la subdivisién y ongani- | zacién de la tribu»5° Como se ve, Freud précticamente no | objeté un punto de vista clasificador en el cual el espfritu ejerza sus propiedades, como sostiene Lévi-Strauss, sino que vela por establecer Ia cadena de acontecimientos que van desde los aspectos psiquicos dependientes de los basa- ‘mentos corporales del supery6, hasta los objetos necesarios ‘para satisfacer los deseos. Y si bien toma en consideracién, Ja fancién clasificatoria del totem que Lévi-Strauss tiene por primera en todos los sentidos del término, para él es re- sultado de una transformacidn, una suerte de esqueleto re- sidual que, desde luego, saca a la luz algunas de sus propie- hid. he. 164. % Bid. pag 296. 168 dades, sin por ello justificar que se las considere fundamen- tales. Ejemplo: las alusiones en que Freud compara ciertos aspectos de la vida psiquica de los «primitivos» con la neuro- sis obsesiva. Pero el pensamiento obsesivo es un clasificador descollante, y puede decirse que se extentia en esta labor debido a su propia obstinacién. Ningin clinico dudara de que la sistemética clasificatoria de los obsesives refleja otra cosa que la superestructura consciente de su organizacién psiquica. El enfoque analitico encontrara ahi formalizadas las defensas del obsesivo y buscar, por el lado de la vida pulsional (erdtica, agresiva, sAdico-anal), las claves de ese sistema aislado, tabicado, extensivo e intelectualizante. Las propiedades clasificatorias son cabalmente propiedades de Jo humano y se ejercen también respecto del mundo. El .°! Un contrapunto dialéctico, segxin Geertz, a las pretensiones de Ja inteligencia artificial. El autor opone dos enfoques del «pensamiento humano> (las comillas le pertenecen): «Uno, ‘unificador, que lo concibe como un proveso psicolégico Higado ala persona y gobernado por la ley, y otro, pluralista, que lo coneibe como un producto colective, codificado por la cultura y eonstruido por la historia: el pensamiento en la cabeza, el pensamiento en el mundo».6 Por nuestra parte, vamos a proponer un tereer término que es el objeto mismo del psico- andlisis: el nticleo del psiquismo en la interseccién de los ‘otros dos. Sin embargo, nos unimos al autor para marcar él rol preponderante dela interpretacién. Porque en ese punto ‘es donde se oponen el psicoandlisis y las disciplinas socio- antropologicas, Estas difieren en cuanto al campo de datos y el objeto del proceder interpretativo, més que sobre la cali- ficacion de la interpretacién que comparten en comin. El pensamiento contemporéneo sacé a la luz la clave de las ciencias humanas: lo simbélico, sobre el cual se plantean dos problemas. El primero concierne al contenido a darle a ‘ese concepto, que difiere considerablemente de una disci- plina aotray de un autor aotro. Sin embargo, una suerte de paz consensuada permite evitar vanas controversias. De ‘ahi el repliegue en una prudente politica de espera, como si cada uno de los sentidos dados admitiera implicitamente que, pese a las oposiciones encontradas por todas partes, una suerte de espacio en interseccién, mds intuivamente percibido que claramente concebido, permitiera la coexis- tencia de las diversas significaciones utilizadas. Y nadie se desespera por establecer relaciones que pudieran vincular- las. Pero las mayores divergencias vienen del segundo pro- blema: la relacién de lo simbélico con otros aspectos del pensamiento ola vida psiquica. El espectro se extiende dela ‘matematica al inconsciente psicoanalitieo. En el centro, el campo del lenguaje avanza sobre los otros dos. ©. Geert, Local Knowledge. Further Essoysin Interpretative Anthro: ology, Nueva York: Basie Books, 1985; traduecién do D. Pauline, Savoir focal, savoir global, Paris: PUF, 1986. © pd; trad, pg 21. 173 Recordemos ahora las observaciones de P. Smith y D. Sperber: Una teorfa de lo simbélico sélo puede construirse dis- ‘tinguiendo claramente las propiedades de las representa- ciones simbdlicas que hacen al dispositivo simbdlico mismo, de aquellas que hacen a su uso ideologico, »En particular, es concebible que el dispositivo simb6lico mismo sélo organice un saber sobre categorias y que el sa- ber sobre el mundo descubierto en las representaciones que este subtiende provenga, no de la estructura, sino de la ma- nera en que es implementada y en que remite a otros fac- tores».6% En efecto, muchas veees los anzlisis en términos simbé- licos no permiten distinguir la aplicacién del método, que, por ende, perteneceria a una légica artificial, de lo atribuide a la naturaleza misma del objeto y derivado, en titima ins- tancia, de una légica natural. Ademés, la arbitrariedad de Jas eategorias que en ocasiones se oculta tras una plurali- dad de e6digos, no escapa a la sensacin de que estos fueron elegidos sobre todo para defender una concepcién que de entrada seleccioné Jo que no iba a estudiar. Es por eso que, sin que entren en polémica con los puntos de vista anterio- res, tomar en consideracién pensamientos que reubiquen lo simbélico en un conjunto mas vasto que, entre otros, abar- que al psicoanalisis, da la impresin de un horizonte despe- jado que permite llevar la mirada més allé de sus limites. M. Sablins supera el pensamiento estructuralista apor- tandole matices, completéndolo, examinandolo al detalle, transformando completamente su alcance y liberandolo de esa tendencia naturatista que le quita interés. Sabemos de las controversias que despertaron las relaciones entre la estructura y la historia. Durante mucho tiempo se reproché alas interpretaciones estructuralistas el aspecto casi atem- poral que parecfan sostoner. La eoncisa férmula de Jean Pouillon, segxin Ia cual «la historia revela la estructura que la explica> es en realidad altamente problematica.®4 Supo- ne que previamente se hayan clarificado los mecanismos de revelaci6n y explicacién. Porque si la estructura vexplicay la p. Smith y D. Sperber, -Les mythologies de Dumésil, pg 585. % Jean Pouillon, «Présentation: un essai de definition, Prablame da structuralismes, Les Temps Modernes, 2, 1966, n° 246. Ks importante consultar el nimero entero. 14 historia, a la historia no le queda mAs que «actuarse» a cie- gas, desprovista de un sistema explicativo auténomo, cuan- do en realidad también podria afirmarse que la dimensién del despliegue histérico aclararia el modo de organizacién de la estructura, {Cémo excluir la intervencién de la histo- ria en la constitucién —y no sélo la revelacién— de estruc- ‘turas para dar cuenta de las ligazones y relaciones que se operan entre los elementos que las constituyen o que inter- vienen en la transformacién de una estructura a otra? {Po- demos guarecemnos en una explicacién surgida de una com- paracién con la naturaleza a la hora en que la causalidad natural est4 enteramente impregnada por la teoria de la evolucién? ‘Dedicandose a precisar algunas relaciones entre estruc- tura e historia, Sahlins demostré la necesidad de distinguir categorias «en reposo> y categorias «en trabajo», Resumien- do: hay una dindmica activa que cuestiona y conmueve esas categorias hasta en el sentido que se les atribuye observan- dolas en la préctica: a riesgo de ser desmentida por la reali- dad, planea una amenaza de divorcio entre sentido y refe- rencia. Este es un buen ejemplo de Ia forma en que el tra- bajo del espiritu es puesto a prueba por el funcionamiento efectivo de sus relaciones con el fragmento de realidad al cual es aplicado, Pues muchas veces, al leer ciertos trabajos estructuralistas, se tiene la impresién de que la materia que les sirve de ilustracién sélo sabe aprobar décilmente el tra- tamiento que se le dispensa. Del mismo modo, en Sahlins la concepcién de simbolo ensancha la perspectiva tradicional en que generalmente se lo incluye: «Un simbolo dado repre- senta un interés diferencial para sujetos diversos seguin el lugar que ocupa en Ia vida de estos. El interés y el sentido son los dos lados de una misma moneda, de un mismo signo, respectivamente ligados a personas y a otros signos».®° Se mide aqui toda la diferencia de esta perspectiva con los demas enfoques del simbolo. Este se define por el interés que suscita (la investidura) y que se manifiesta por una dis- tancia. Un simbolo lleva entonces la marca de una distin- ign que instituye su lugar privilegiado en la importancia ° Citado por G. Lenelud, «Le monde selon Sahlinss, Gradiva, 1981, ys, 49-62. Bate articulo os una excelente exposiién de las ideas del antropélog, 175 que adquiere con relacién a otros simbolos y a otros sujetos. Ese interés no es sélo diferencial, es también relativo y de- pende de los sujetos a los que involucra y del rol existencial que cumple para ellos. No es una cualidad menor de la defi- nicién de Sahlins subrayar el vinculo entre interés y sen- tido. El restablecimiento del significado y del sentido se efectiia en un contexto que toma en consideracién la preca- riedad del vinculo entre sentido y referencia cuando se po- nen a prueba las eategorias en su contacto con la realidad, El antropélogo insiste en el aspecto de valor afectivo (inte- 6s) del sentido, asi como en la diversidad de contextos sim- bélicos. Estamos lejos de cualquier idea de «pureza», que pa- rece dominar los trabajos de los cognitivistas. Nada de lo que dice Sahlins da muestras de proximidad con el pensa- miento psicoanalitico, pensamiento que por otra parte le es desconocido. Pero sus elaboraciones estin mas cerca del psicoandlisis que muchas otras. Se advierte el afin de de- volverle a la socioantropologia su cardcter vivo. Sablins no vela tanto por el relativismo cultural comio por defender una concepcién que realmente hiciera justicia, més alld de las relaciones entre estructura e historia, a la idea de que el es- pesor del simbolo ya no lo presenta como un concepto inte- gramente abstracto sino como un concepto de valor en la ‘existencia humana, La historia cesaria de ser una entidad ‘evocada en forma demasiado general, monolitica y homogé- nea. Mas bien se la deberia considerar subdividida en dife- rentes aspectos: «Los diferentes érdenes culturales tienen ‘su modo especifico de accién histérica, de conciencia histé- rica y de determinacién histérica».° La comparacién entre marxismo y estructuralismo —tema mayor en la década del sesenta— permite a su pensamiento ser incluido en ese con- texto, La tesis de Sahlins es que la significacién es la pro- Piedad especifica del objeto antropolégico. Sin embargo, es- ta propiedad exige ir més alld del terreno lingiistico. Aun acordandole a lo simbélico toda su importancia, el autor no descuida los aspectos materiales y econémicos. Asi como los psicoanalistas procuran cubrir la totalidad del campo que va de la pulsién al lenguaje, Sahlins siente idéntica obliga- © M. Sahin, Islands of Histor, Chicago: The University of Chicago Press, 1985; traduccién de J. Revel etal, Des les dans Phistoire, Pars. Gallimard Seuil, 1989. Somes deudores de B, Juillerat por habernos la- ‘mado la atencién acerca dela obra de este nutor. 176 cién de vincular los aspectos materiales y sociales. Se es- fuerza en comprender —en el sentido etimol6gico del tér- mino— la relacién del hombre con Ja naturaleza y con sus semejantes, sélo que no con el fin de mezelarlo todo sino de distinguir distintas finalidades. Recordar que inevitable- ‘mente cada uno de nosotros es devuelto a si mismo, es decir, Megado el caso, a hacer sociedad consigo mismo, es de buena practica. La insoslayable cuestién de las relaciones entre causalidad natural y causalidad cultural reactiva la refle- xién sobre las ideas de seleccién cultural y seleccién natu- ral. La primera precede a la segunda por seleccién de las series naturales pertinentes. Como puede verse, al autor no sele escapa ningtin cuestionamiento. .. salvo el relacionado con el psicoandilisis, el gran ausente del debate. Segiin Sah- lins, «la accién de la naturaleza se desarrolla sequin los tér~ inos de la cultura, es decir, en una forma que ya no es la suya propia sino que se reatiza como significacién» 5? Encontramos en esta obra el papel de las categorias. . Lenelud hizo notar que Sablins no define tanto eatego- rias reales como especulaciones imaginarias cuyo rol consis- te sobre todo en ser «buenas para pensar». Al tomar partido por el modelo lingiifstico, Sahlins parece adherir a las con- ‘cepciones de la pragmitica, que ha pasado a ser el nuevo pa- radigma de las ciencias humanas. Y Lenclud observa que en tun modelo de ese tipo —donde decir es hacer— ya no hay ninguna «distancia ontolégica entre representacién y ac- tividad, operaciones conceptuales y Ambitos de la priictica>, Ese modelo pragmiitico que instatira a la accién en posicién referencial y euyas prolongaciones pueden encontrarse por ellado de la causalidad natural, se efeetiia, como vimos, en detrimento del modelo fundado en la representacién, cuya declinacién arrastraria en su caida a la interpretacidn psi- coanalitica, Ahora bien, la concepcién psicoanalitica de re- presentacion es mucho més rica, mas diversa, més sutil que ‘su uso tradicional. Porque la representacién concierne a la pulsién, al objeto, al lenguaje, e incluso a la pereepeién.® Si bien la teoria de la representacién esta llena de tram- pas, una concepcidn que tiene en cuenta la heterogeneidad ©" M. Sablins, Culture and Practical Reason, 1916; tradwccién de inzaing, Au cerur des société, Paris: Gallimard, 1980, pag. 260 ‘A, Green, -La représentation de chose entre pulsion et langage, Po: ‘chanaiyse a I Universite, n° 12, 1981, pags. 957-72, 8 17 de los sistemas representativos, coexistentes sin embar- g0, oftece posibilidades de teorizacién donde armonizan profundidad y extensién. Esa concepeidn no se limi relacién con el mundo externo sino que busca la representa- ‘cin en la delegacién de mensajes corporales y se extiende, ramificada, hasta el pensamiento. Coneibiendo al lenguaje ‘como pereepcién de los procesos de pensamiento a través de Jas representaciones de palabra, esta teoria articula nume- ‘rosos campos que tradicionalmente se consideran por sepa- rrado y sin relacién entre sf Paréntesis: el retorno de la naturaleza En un movimiento pendular apto para muchas contra- dicciones que rara vez reciben una solucién definitiva, asis- timos no hace mucho al retorno de la naturaleza a la an- ‘tropologia. Kresber ya habia distinguido tres niveles: inonga- nico (physis), orgénico (viviente y psfquico) y superorgénico (social). Terminologia no inocente que pone lo social no s6lo por encima de lo viviente sino también de lo psiquico, ubica- do asf en posicién subalterna con respecto a este. Después de él, habré una estrategia de englobamiento. Esta nacera de los trabajos de alguien de gran competencia en materia de psiquismo, que no retrocedié ante el estudio de las esqui- zofrenias y describié las modalidades comunicativas entre cl psicético y su madre (doble vineulo). G. Bateson, quien, a diferencia de muchos antropélogos, no ignora el inconseien- te, defionde una teoria denominada «ecologia del espiritu» y propone a su vez una triparticién. Los tres parémetros descriptos son, primero, una filosofia natural animal; se- ‘gundo (y central desde todo punto de vista), 1a flosofia de la comunicacién y, tercero, una filosofia formal abstracta, Detras de esos diferentes planos es fécil encontrar un ni- vel animal, un nivel humano y un nivel formal (acaso su- prahumano?). El pensamiento de Bateson esta animado por ‘un afan actual, de tipo ético, en busca de «sabiduria», Adver- tido sin embargo de las malas pasadas que puede jugar el inconsciente, el autor sabe que esa sabiduria no puede apo- yarse en el buen sentido porque este mas bien empujarfa 178 —sin saberlo— del lado opuesto, y con las mejores intencio- nes, «Per sabiduria entiendo aqui tomar en cuenta nuestro comportamiento y el saber relativo a la totalidad del ser sis- ‘témico».® Bateson aboga entonces por un ensanchamien- to de la conciencia con cierta altura de miras, Aun asi nos reguntamos qué idea se hace del inconsciente en los tres niveles que propone. {No diluye su accién al considerarla con tan vastas perspectivas? Porque, zcomo abogar por el ‘ensanchamiento de la conciencia si antes no se eneara on forma prioritaria el obstéculo que se le opone? ;¥ cémo que- rer salvar el ecosistema cuando su destruecién no responde ala ignorancia ola negligencia sino al despliegue de pulsio- nos destructivas y a la explotacién sin limite de la naturale- za para saciar el apetito de lucro y el deseo de dominar y avasallar? Similar inspiracién puede encontrarse en Edgar Morin y su intento de reubicar al hombre en el marco del mundo natural y cultural. Aqui nos enfrentamos a una verdadera aporia. Porque, si bien parece teéricamente legftimo relati- vizar lo humano en el seno del mundo, es del hombre de quien parte todo conocimiento y toda cieneia. E} hombre no puede considerarse’a la vez como fuente de toda ciencia y co- ‘mo parte del sistema del mundo, sin plantear el problema de los obstaculos y los limites de la posicién objetiva. El retorno de la naturaleza puede cobrar las formas més radicales a través de la perspectiva bioantropolégica, que, aun reconociendo formalmente ciertas limites a las eiencias biolégicas, en tltima instancia abre paso a la transmisién genética. Desde luego, el hombre es reconocido en su situa- ign de animal cultural, pero a ojos de nuestros etno-neuro- bidlogos, ese reconocimiento, al fin de cuentas, cae bajo el peso del determinismo genético. Los sociobiélogos se valen de una imagen: la de una bolilla que, o bien corre cuesta ‘abajo por el plano sobre el que est, o bien se ve frenada por Ia curva ascendente que la hace volver a caer en el fondo. La teoria de la evolucién es Hevada aqui hasta los extre- ‘mos mas inesperados. Consciente del peligro que represen- ta semejante tendencia, Marshall Sahlins critieé la inva- © G, Bateson, Steps toan Beolgy of Mind, Nuova York: Chandler, 1972; {raduceién de F Drossoet al, Vers une éolagie de lesprit, Paris: Seuil vol 2, 1980, pag. 191. 179 sin aque procede el biclogismo.7° En su opinién, errores de razonamiento e ignorancia de los problemas antropol6gicos permiten sostener las tesis defendidas por E, Wilson. En. efecto, este se niega a tener en cuenta que las significacio- nes caracteristicas de la antropologia son producto de elabo- raciones realizadas en un plano especificamente social. La biologia se muestra incapaz de caracterizar las propieda- des culturales del comportamiento humano. ¥ Sablins ale- {ga una «crucial indeterminaciéne de los hechos sociales. Es- to recuerda esa carbitrariedad de lo social» defendida en el pasado por M. Mauss segiin el modelo saussuriano de la ar- bitrariedad del signo. ‘Aqui debemos denunciar una trampa. A través de una serie de inferencias que van de un plano a otro, los sociobié- logos sostienen que los comportamientos, los afectos, las representaciones y los pensamientos dependerian de la or- ganizacién biolégica. Ergo, adivinamos lo que sigue: las es- tructuras sociales en relacién con tales, datos estarfan bio- Iégicamente determinadas. ¥ volvemos a toparnos con el | ‘mismo cuestionamiento ambiguo alrededor de lo simbélico. B] manejo de los simbolos se aplica tanto a la matematica como a lo sagrado. Ahora bien, {se trata de la misma cosa? {Debemos ignorar los saltos mutativos entre causalidad ' bbiolégica y causalidad psiquica y entre esta ultima y la cau- { salidad social? Hay que distinguir la capacidad de proce- | sar simbolos, independientemente de toda relacién con lo conereto (simbolos mateméticos) y otro tipo de procesamien- | to simbélico que se definiria por su propiedad de transfor- | ‘mar lo concreto (cl arte, las creencias, ete). Este tiltimo as | pecto no goza de la misma «gratuidad» que el anterior. Ejer-| ce una presién cuyo producto es la simbolizacién, dado que: tiene por fuente a la realidad psfquica. Podria hablarse de la exigencia de trabajo impuesta a la abstraccién como com secuiencia de su ligazén con lo concreto, parafraseando asf la definicién freudiana de pulsién.”* i TM, Sahling, The Use and Abuse of Sociobiology. An Anthropologiead{ Critique of Sociobiology, 1976; traduceién de J-F. Roberts, Critique de la seciobilogi, Aspects anthropologiques, Paris: Gallimard, 1980 | ‘-esigence de travail poses au pyshiq en consdquence deat liaison avec le corporels(Pulsions et destins des pulsions) en Meta ‘peyehalogie, raduceién de J. Laplanche y JB. Pontalis, Paris: 1968, pie. 18. 180 ‘Sahlins afirma, pues, una autonomfa del orden cultural con respecto al orden natural. Seguin él, la cultura es una ‘expresiGn de la independencia del ser humano frente a la necesidad de emociones y motivaciones. Ahora bien, en vez, de hablar de independencia deberia decirse que la cultura tiene siempre més de una solucién para resolver el proble- ma que le plantean emociones y motivaciones. Porque no podrian descubrirse atributos simbdticos en las propiedades intrinsecas de las cosas que ellos mismos designan. ero, cuidado con las equivocaciones: la referencia de los sociobiélogos y otros a las emociones y representaciones, no deberia confundirse con el objeto de estudio de los psicoana- listas porque, en este combate, ellos estén junto a los antro- pélogos, Tal como vimos, a los psicoanalistas no les aleanza ‘on las explicaciones que reducen los hechos psiquicos a sus ‘mecanismos biolégicos subyacentes. Y si bien abogan por cierta autonomia de lo psiquico, también estn dispuestos a admitir otro tipo de autonomfa para lo cultural. El pase mé- gico consiste aqui en referirse a datos vinculados con lo psf quico para oponerlos a los que enfatiza lo cultural, a fin de producir, en un segundo tiempo, un cortocireuito que «expli- ‘quer lo psiquico como simple traduccion de lo biolégico. La conviccién estructural La larga argumentacién que dedicamos a Lévi-Strauss esta lejos de satisfacer completamente nuestra necesidad de claridad. Quedan todavia por explicar los poderosos fun- damentos de la adhesién a la posicién estructuralista, pero no podemos extendernos en detalle sobre los pormenores, de dicha opcién. A guisa de conclusién provisoria, algunas observaciones aclararan nuestras reflexiones. A poco de nacida, la antropologia descubrié la sistematicidad de cier- tos aspectos de la vida social. Una observacién de esta indo- le esta en el origen del estudio del parentesco, inaugurado por L. H. Morgan, El descubrimiento fue primero confirma- do por otros investigadores y luego completado por la reve- lacién de sistemas que no habjan sido estudiados por Mor- gan. Perpetua recuperadora, la ideologia no tardé en meter- se en la conversacién, alcanzando al propio Morgan, quien. 181 «sin embargo primero tuvo las mejores intenciones respec- to de esos queridos indios que habian suscitado sus reflexio- nes. No necesit6 mucho tiempo para convertirse en el adalid de una teoria racista segrin la cual la raza blanca represen- taba la culminacién del recorrido evolutivo, y eso pese a la exactitud con que habia descripto el sistema de parentesco ‘crow-omaha.”? Los hechos demostrarfan que también otros aspectos de la vida social podian interpretarse en forma de poner en evidencia uno o varios sistemas: las Mitoldgicas nacieron de esta inspiracién y el genio de Lévi-Strauss, a pesar de algunas oposiciones en orden disperso, logré impo- ner ampliamente sus puntos de vista. En paginas anterio- res hemos mostrado algunos motivos del desacuerdo que los psicoanalistas mantenfan con él, pero nunca pretendimos impugnar la vatider. de sus descubrimientos, En verdad, znos hemos limitado a sefialar nuestro disenso respecto de las conclusiones generales que é1 sacaba al extrapolar en. demasia Ia ensefianza de los hechos. En ese punto, el pensamiento de Lévi-Strauss, que se pretende ejemplar y de una cientificidad sin fallas, sobre- pasa un poco los limites de su rigor. Existe una comuni- dad cientifica de gran vastedad (;no es esa la marca misma del estilo cientifico y de las exigencias del método?) que —cuando se trata de conocer el psiquismo humano— pre- tende encontrar la salvacién s6lo en el austero y virtuoso desarrollo de una razén analitica (Kant retorna con toda su fuerza, y con él la razén, cuando no es préctica, es pura). La razén pura, esa que supuestamente da cuenta de la esencia de lo cognoscible en materia de psiquismo, sélo tiene reali- dad en el espiritu de sus adeptos. Y si de buscar garantes y cauciones se trata, no es cuestién de ponerse bajo el para- guas de alguien més cientifico que uno, Porque, si leyéra- ‘mos mejor a los autores que nos sirven de padrinos, veri ‘mos que sostienen ideas totalmente opuestas a las que que- remos promover. Asi R. Thom, en quien querria apoyarse ‘Lévi-Strauss, sittia la afectividad en el plano inicial de lo humano y de ningéin modo pretende que la actitud formali- zante del espiritu del hombre la «canalice».”¥ Al contrario, 7 Véase ML. Godelier, 1"Occident, miroir brisé. Une évaluation partielle de Yanthropologie sociale assortie de quelques perspecivess, Annales, septiembre-octbre 1998, n°6. "Th Vease ©. Lévi-Strauss, -Une petite énigme mythic-itéraire, Le temps dela réflexion, T, 1980, pags. 198-41, que trata de los cSlquidos y 182 ‘Thom opone la «saliencia», como expresién deo discontinuo (sobre el cual se apoya Lévi-Strauss), ala spregnancias, co- mo expresion de Jo continuo (y por ende, de la afectividad, agrega Thom). Este autor presenta la primera articulacién coherente y convincente de los dos registros de fenémenos que son objeto de nuestra reflexin. ‘Ahi est el problema: {eémo hacer coexistir fenémenos que exhiben estructuralmente un sistema con otros que no se pliegan al mismo tratamiento porque difieren en su orga- nizacién, lo cual no significa que no estén organizados? Este es un punto que hoy se plantea en disciptinas muy diversas, que van de la filosofia (P. Churchland, H. Putnam, R. Thom} al psicoandlisis, pasando por muchos intermediarios. Entre estos, la antropologia, la sociologia y la historia participan del debate. Lo menos que se puede decir es que esos campos del saber no siempre responden en el sentido deseado por Lévi-Strauss, No debe asombrarnos entonces que tanto el parentesco como los mitos se organicen en estructuras. :De- be negarse por lo tanto que el mito se arraigue en un pensa- miento que procesa datos venidos de un inconsciente, el tini- co en dar consistencia, sentido y organizacién a lo que esos datos expresan como deseos, creencias y anhelos, siguiendo 1 modelo de la omnipotencia del pensamiento? {Es contin- gente que el mito gravite en torno de temas como el sexo, la muerte dada o recibida y la diferencia de sexos y generacio- nes? {Qué obcecacién embarga a ciertos pensadores cuando Gefienden opiniones tan opuestas a cualquier examen im- parcial de los eampos en que son considerados los mais ex- pertos exploradores? Por desgracia, el psicoanalista nada puede hacer, y s6lo le queda desplegar lo que tiene el deber de decir, esperando que el tiempo le haga justieia, Peroni si- quiera eso es seguro, Aristareo de Samos espers cerea de veinte siglos antes de que se reconociera Ia justeza de sus ideas. No pretendemos que el psicoandlisis tenga respuesta ‘para todo y que diga la verdad de las verdades. Ni tampoco desarrolla su argumentacién desde In anatomin boténica hasta Ins ma- temitieas, eubriendose con la nutoridad del weminente matemtico:, En Esquisse dune séméiophysique obra publica aos después, R. Thom de- fenderd ol conepto de progancs, senialmente spoyado en a ae 183 ‘que hoy estemos en condiciones de proceder definitiva y ‘completamente a esa puesta en perspectiva tan necesaria ‘para pensar la psique. Pero consideramos que el ostracismo respecto del mundo de que habla el psicoandlisis, yla exclu- si6n, levada a cabo por la ciencia, del modo de pensamiento que le es propio, es signo de la fuerza inconmensurable de tuna renegacién que cobré aires dogmaticos bajo la batuta de las eminencias del saber oficial. ¥, desde luego, no podrfa- ‘mos responsabilizar al antropélogo de decisiones que no est en su poder controlar.” Alin dia se entender que el estructuralismo de Lévi-Strauss cumplié su parte en el desarrollo de concepciones que més tarde sostuvieron, enfoques netamente antipsicoanaliticos. Un hilo enlaza el pensamiento mas profundo del antropélogo con las ideas mecanicistas que se enorgullece de defender Jean-Pierre Changeux, autor de B! hombre neuronal, en tuna lucha ideo- ogiea que no tiene nada de la serenidad y la objetividad ‘consideradas de rigor entre nuestros virtuosos cientificos. ‘Se me podré decir que someto al autor de Bl pensamiento salvaje a un juicio injusto. Seria un error creerlo. En una vi- sin muy impersonal, considero que el pensamiento de Lé- ‘vi-Strauss es un sintoma de la cultura francesa de la segun- da mitad del siglo XX. Dejando totalmente de lado su res- ponsabilidad personal, evalio la obra ubicéndome en un punto de vista ideolégico y tomando en consideracién el con- junto estructurado de las posiciones teéricas defendidas en Ciencias humanas. En esta ocasién, sitio la sconviccién es- tructural» dentro de las ideas dominantes de nuestra época, viendo en ella una reaccién contra la historia y la dialéctica, Y también contra el psicoandlisis: Marx y Freud. En cuanto a Marx, se entiende: tantas de nuestras cabezas pensantes perdieron la bréjula —no es un reproche— que su arrepen- timiento cobré formas que las dispensan de toda autocrit ca, Después se cuestionaron los materialismos histérices y dialécticos que alimentaron las ilusiones de los més tena- ces. Bn fin, ;pero por qué Freud? jAh, Freud! Freud era otra 1 Qué pensar sin embargo de esto: , como organizacién de lo sagrado, Todo esto mani- fiesta la formidable potencia de lo imaginario, sin el cual lo simbolico no tendria nada que significar. Esta claro que los, 1itos y las creencias religiosas deben formar parte de cual- quier teorizacién sobre el psiquismo. ‘Tampoco podria silenciarse la ausencia de elementos re- lacionados con el tema del asesinato de la divinidad pater- na, Cronolégicamente, la madre esta primero, Pero no se puede postergar mas la pregunta por la disimetria en la re- presentacién de los sexos: la divinidad madre es figurada ‘como mujer, pero su contrapartida masculina es el toro, an- 93. Cauvin, pag. 1479. 198 tes que el hombre. La metaforizacién queda instalada desde el primer momento. Que el toro sea simbolo de potencia fali- ca parece claro. Pero {por qué razén tal potencia no tiene f- gura humana desde el principio? Cuando esta por fin se pre- senta —haciendo pareja con el toro bajo le forma del barbu- do—, prefigura un dios de Ia tormenta (desencadenamiento de elementos celestes) antes de seftalarse como divinidad paterna. {Seria indicio de esa metéfora paterna invocada por Lacan y por eso mismo de una interpretacién mucho ‘més simbéliea que en lo referido a la divinidad materna? En el caso de esta no falta metaforizacién, va que es caracteri- zada como «Reina de los animales». Pero con el toro-falo, 1a chumanidad> se borra detras de una potencia animal y se- xual que significa la vida, la fuerza, el poder reproductor y agresivo, todo a la vez, anunciando su sede celestial: el cam- po eubierto se va volviendo ms amplio, més indetermina- do, més alusivo. {Debemos ver ahf ya la manifestacién de ‘una angustia de castracién expresada por su contrario? Por mi parte, no temeria pensarlo, (Seria posible llegar a soste- ner que la figuracién paterna esta ausente —reemplazada or el toro— porque el padre ya estd muerto? Se puede pen- sarlo, aunque el acto asesino no sea testifieado por las re- presentaciones, como tampoco lo es la relacion sexual entre hhumanos, 0 s6lo lo sea excepcionalmente. A. Gibeault y R. Uhl propusieron interesantes reflexio- nes sobre las relaciones entre la simbolizacién y la repre- sentacién gréfica, prolongando de esa manera los trabajos, de Leroi-Gourhan. Es llamativo que, de entre todos los grandes pensadores de la década del sesenta, solo este ul timo haya dado muestras de alguna comprensién de las ideas psicoanaliticas.% No tuvo miedo de escribir que los te- mas surgidos del arte paleolitico solicitan en forma més di recta el aporte del psicoandlisis que la historia de las religio- nes.%8 La celebridad del prehistoriador, eontrariamente @ % También hay que sefalar, hecho tan excopeional como notable, la ‘claboracisn entre un grupo de prehistoriadores uno de psicosnalistas Pertenecientes a la Sociedad Psicoanalitica de Paris, Justo reparto de tareas:Iacanianos y estructuralistas por un lado, freudianos e histor dores por otro (ya hemos citade las opiniones de Braudel igualmente favorables al psicoandliss). % A. Leroi-Gourhan, Le fil du temps, Ethnologie et préhistoire, 1985: 1970, Pars: Fayard, 1983, pig, 361 197 otros, no fue mucho mas alld de los limites de su disciplina y es una léstima que tanto rigor y modestia hayan sido eclip- sados por plumas més provocadoras. Prolongando el pen- samiento del autor, otros prehistoriadores se preguntaron si las representaciones parietales no son los elementos de ‘un lenguaje. Més precisamente todavia, sino son elementos de la primera articulacién, de acuerdo con Ia distineién rea- lizada por André Martinet. Estos constituirfan Ia transmi- sién de una experiencia a través de una serie de unidades dotadas, cada una de ellas, de una forma y un sentido. Le- roi-Gourhan hablaba de un «mitograma> cuya estructura, diferiria de! pictograma, representando a los personajes «no estructurados linealmente que son los protagonistas de una ‘operacién mitol6gica» °* Desde ese punto de vista, la prehis- toria denuncia la actitud positivista que toma por base un punto de partida pictogréfico. Esta defiende la idea «de ‘una conquista repentina que representa tanto la aceptacion, de una pérdida —una discontinuidad entre el hombre y el mundo— como el reconocimiento de lo ya presente en una convencién social previamente instituida». Nos hallamos en los lindes de la representacién, en pleno trabajo de lo nega- tivo. Al principio estaria, no el fonema, sino el ritmo y tal vez hasta el ritmo pulsional. Que la actividad simbélica esté ligada a la muerte, su comin referencia a la ausencia lo atestigua. Duelo de la omnipotencia, reconocimiento de la derreliccidn, apertura a la temporalidad, a la significacién. Destino de lo religioso Un largo trecho separa lo religioso originario de lo reli- ‘gioso actual. No sera en pocas lineas como podremos abor- dar la amplitud de un problema como este, Tampoco corres- ponde dejarlo pasar, aunque més no sea en razén dela firme conviccién ateista de Freud, Hoy, ls tres grandes monoteis- ‘mos se reparten el planeta y estn fuertemente institucio- nalizados segtin las diferentes modalidades de cada uno de ellos. Pero su situaci6n registra profundas diferencias: el ju- © A. Gibeault y R. Uhl, ~Symbolisation et représentation graphique dans la préhietoires(comunicacin personal 198 daismo lucha por una supervivencia constantemente amo- nazada, el cristianismo, pese a su expansién en el tercer mundo, se encuentra mas bien en retroceso y el islam expe- rimenta un auge considerable. Este auge tiene incidencias politicas y los movimientos isl4micos parten a la conquista del poder. Sin embargo, cualquiera sea el lugar, el extremis- mo religioso, judi, cristiano o musulmén, muestra las mi mas caracteristicas: fanatismo, justificacién de cualquier crimen en nombre de la fe jurada, intolerancia, rechazo de soluciones democréticamente negociadas, ignorancia dela ley politica en beneficio de la ley religiosa, exclusivismo (s6lo hay un Dios verdadero, y es el mio, el tuyo es un falso dios), invocacién mesidnica, ignorancia del presente, intem- poralidad, ete. La aparente mayor tolerancia del cristianis- ‘mo encuentra su contrapartida en la infalibilidad papal. Si bien el pensamiento retigioso fue por mucho tiempo uun poderoso mévil de crecimiento espiritual, de lo que la cultura es altamente deudora, hoy el extremismo religioso, como el extremismo del pensamiento totalitario, es ante todo el agente todopoderoso de una prohibicién de pensar. Eso mismo que Freud ya denunciaba en El porvenir de una ilusién fae ampliqmente confirmado por los hechos. Los valores democraticos, por precarios y eriticables que sean —y vaya silo son—se ven seriamente amenazados por cl resurgimiento de los movimientos religiosos. A decir ver- dad, el cristianismo no es el més virulento, y en cambio el judaismo y el islamismo se muestran sumamente activos. Pero si comparamos el ntimero relativamente escaso de adeptos al judaismo, la masa de islamicos pasé a ser una fuente de preocupaciones en un contexto de subdesarrollo. La causalidad pafquiea no tiene ahi ninguna realidad: porque si bien la «psiquer remite al alma, para los creyen- tes el alma esté y no puede estar sino en manos de Dios. Par nuestra parte, abogamos por un alma «laica» que denomi- ‘amos como tal por oposicién a Ia maquinaria cerebral, péli- da earicatura de lo que es realmente el psiquismo. Esa psi- ‘que jamds podria ser confundida con el alma religiosa de esencia divina. A favor de tales amalgamas, los neurobidlo- ‘gos quieren relegar a sus adversarios al rango de espiritua- listas, echandoles la culpa, en intencién o en acto, de las ‘exacciones cometidas por el brazo armado de instituciones religiosas que no retroceden ante el asesinato de opositores 199 0 de infieles. En psicoandlisis, la categoria de lo religioso debe estudiarse como cualquier otra, con espititu de libre examen y de controversia.% E] fenémeno religioso més con- forme con las exigencias institucionales, como el que anima allas sectas, debe ser igualmente analizado. Porque. través de ese aspecto puede medirse la potencia ilimitada de las ‘lusiones, las creencias y la servidumbre voluntaria, tan ca- aa La Boétic. ‘Cuando el cientifico es a la vez creyente, tomamos con- ciencia de que la ciencia no protege de ninguna adhesién a Jo sobrenatural y de que el positivismo hace buena pareja ‘on el espiritualismo, La fe y la ciencia pueden garantizar- se mutuamente, aunque de aqui al fanatismo religioso hay mucha distancia, Pero no debe perderse de vista que en de- terminados momentos se esta obligado a elegir el campo de ‘accién, como ocurrié en el pasado cuando la ciencia y la poli- tica unian sus esfuerzos. Sabios coronados prefirieron fbu- las politicamente inspiradas a verdades cientificas. Algunos que estuvieron —o estn— cerea de los interesados prefie- ren todavia hoy olvidarlo. Lo religioso, sobre todo cuando es ‘monoteista, se basa en la autoridad. Entre los judios, el co- mentario de las Escrituras es infinito, pero la relacién de estas con la verdad no se plantea pues la revelacién es irre- versible. Se puede pensar cualquier cosa sobre la interpre- tacién de lo revelado, pero no cuestionar la revelacién mis- ma. Esa solidificacion de la espiritualidad es tan tenaz como jinexpugnable es el lugar del Padre. Entonces hoy, frente ala jimposibilidad de aceptar un mundo sin Dios, y no contando ‘con otro recurso que la inteligencia humana, se gira hacia ‘otros universos religiosos: el budismo, por ejemplo. Estas conclusiones no pueden sino hacernos reflexionar sobre lo que dice Freud en cuanto a la necesidad casi inven- cible de la proteccién y el amor del padre, necesidad nacida fen la infancia y que en ocasiones dura toda la vida. Pero también hay psicoanalistas ereyentes. .. 8 Véance los trabajos de Guy Rosca. 200 La arquipoesfa mitica En alguna otra oportunidad sostuve que el mito se} entender como un objeto transicional coleetivo.% Esto no ‘eoncierne sélo a la tradicién oral de las sociedades sin escri- tura, sino que también puede aplicarse a la mitologia escri- ta, Remontémonos al poema més antiguo, a la arquipoesta de la més vieja epopeya conocida. Dos tercios de ese poema ogaron hasta nosotros, donde se cuenta la historia del gran hombre que no queria morir.°7 Es una lectura prodigiosa. La obra fue escrita en Babilonia (el Irak actual) hace mas de treinta y cinco siglos, en el pais de los acadios, semitas del sur de la Mesopotamia. Estos fueron precedidos por los su- merios,y entre ambos pueblos fandaron una brillante civli- zacién, No es nuestro propésito analizar en detalle la histo- ria de Gilgamés, quinto rey de Uruk, ni tampoco volver a si ‘uar el universo de los dioses de quienes nacié y que son, en- tre otros, Anu e Inana, més eonocida por su denominacién, acadia de Istar. Por otra parte, los mesopotamicos, en espe- ial los sumerios, casi no hacian diferencias entre héroes y dioses. La divinizacién era conferida a los grandes hombres ‘una vez muertos. La leyenda no se construyé de un dia para el otro. Antes hubo relatos —hasta hoy se conocen cinco— que tratan cada uno de un aspecto particular de la vida del Ihéroe. En estos textos que datan del segundo cuarto del II? milenio, esto es, la antigua versién babilénica, se exponen abundantes hazafias heroicas segiin las leyes del género y algunos rasgos retienen la atencién del psicoanalista. La versién mAs reciente, denominada «ninivita», serfa contem- pordnea de los tiltimos siglos del II° milenio, siete u ocho si- los después de la primera, y contiene numerosos episodios ignorados por ella. Ya en los textos més antiguos sale a la uz la importancia de los suefios. En la mayoria de los casos, estos son interpretados por la madre del héroe, madre om- nisciente, como si sélo ella poseyera las claves del alma de su hijo, incluidos tanto los suefios de siniestro contenido °%A. Green, Le myther un objet transitionneleollectifs, Le femps de fa réflexion, T, 1980, retomado on La déliaison, Parts: Les Belles Lettres, 1992, pags. 147-79. 5 Lepopée de Gilgames; le grand homme gui ne voulait pas mourir: disponemos de la bellisima edicién y traduceién de Jean Boitéro, Paris: Gallimard, 1992. 201 ‘manifiesto como los que presagian éxito. La madre anuncia la llegada de un doble, el futuro Enkidu, parecido al héroe y designado primero como servidor de Gilgamés y luego como su amigo. Enkidu es el compinche del rey, de quien es una suerte de doble humano no «civilizado» y amante de los pla- cores de la vida. Entra en escena, por asi decir, haciéndole el ‘amor a una cortesana gracias a la cual se humaniza. Hasta ‘poco tiempo atrés solia mamar la leche de las bestias salva- jes. Una vez humanizado, empezarén a gustarle el pan y la, cerveza, productos de la cultura de los hombres. Seis dias, Y¥ siete noches, Enfhidu] excitado, Le hizo el amor Ala [felizP® Cosa notable, si bien el poema menciona varias veces 1a vagina sin necesidad de proceder a ninguna metaforizacién, el pene nunca es nombrado. Por su parte, Gilgamés es pre- sentado gozando del jus primae noctis. Resumiendo: Endi- kku tiene derecho tnicamente a la cortesana y Gilgamés a cualquier mujer casada, Parece bastante claro que Endiku representa al gemelo «arcaico», apenas humano, destinado ‘a servir a Gilgamés, que es rey, luego a transformarse en ‘su amigo inseparable, antes de morir primero que él y en su lugar, precediéndolo en esa inevitable partida que también le espera. Pero, antes de reconocerse, ambos héroes deben, siguiendo una logica legendaria, enfrentarse para que la supremacia del rey de Uruk quede demostrada y a partir de ese momento nazca su indisociable amistad. Es en ocasién de la muerte de Endiku cuando Gilgamés rehuisa, en un gesto de rebelién desesperada, la condicién de mortal a la ‘que sélo se resignard mucho més tarde: primera muerte que abre a una suerte de segundo nacimiento. La versién nini- vita permite descubrir muchos temas abordados por el psi coandlisis, pero en un tratamiento altamente poético. Gil- gamés triunfa sobre todos los hombres, seduce a todas las adolescentes («no deja un hijo a su padre ni una adolescente su madre»); es «el bifalo del tremendo cuernor. La trampa destinada a dominarlo es —tal como lo repetiran muchos Se trata dela denominada tabla de Filadelfia (44.50 (fragmentos anteriores la mitad del IP milena); pag. 222, 202, poemas posteriores— la seduccién sexual que emprende «La Feliz», cuyo fracaso acarrearé los celos de su horda que se le volverd hostil. Previsor, Gilgamés desbarata la manio- bra, En cambio, quien si sucumbira sera Enkidu. Eleazador que dirige la maniobra ordena a La Feliz: jDescuibrete el sexo, Para que él encuentre alli voluptuosidad Y no sin temor de apaciguarla! La leccién a extraer de esta aventura es clara: el placer sexual vacia el cuerpo masculino de su fuerza. Mientras que la madre interviene explicitamente en el poema —sobre todo interpretando los suetios del hijo—, el padre est préc- ticamente ausente. (También se supone que el «salvaje» En- kkidu no conocié al suyo.) Al padre debe buscdrselo detrs de disfraces simbélicos. Se lo puede reconocer en los rasgos de Humbaba, potencia aterrorizante. jSu grito es el Espanto ‘Su boca es de Fuego “Swaliento, la Muerte! Si bien no hay indicios que lo demuestren, el combate que opone a Humbaba y Gilgamés tiene la tonalidad de una guerra destinada a derrotar a la terrible potencia paterna. Yes muy posible, dado que ala victoria de Gilgamés le sigue sin solucién de continuidad la legada de Istar y el intento de seduccién por parte de la diosa, que es violentamente rechazada por el héroe en lo que puede considerarse uno de Jos ms hermosos momentos de la epopeya. Ella le promete todo y quiere todo de él. {Casate conmigo! jOfréceme tu voluptuosidad! 18é mi marido ‘que yo seré tu esposa! ‘Ese matrimonio haria de 61 un igual de los més grandes ante quienes todos se prosternarian. Gilgamés declinaré la oferta porque desconfia de la divina Istar. INi uno de tus amantes Que [siempre] hayas amado! iNi uno de tus favoritos [que] haya escapado [a tus trampas}! Siempre la misma historia: Istar ama, luego traiciona y rechaza. Pero se vengaré del rechazo hacia ella enviando al ‘Toro celestial, episodio ausente de los relatos anteriores. La misma impresién de terror que se desprendia de Humbaba lega ahora del Toro celestial que Annu manda a Gilgamés. Esta vez el simbolismo falico es casi indiscutible. Por otra parte, a partir de ese momento Humbaba y el Toro celestial ‘quedaran asociados para siempre. Harén falta los esfuerzos ‘combinados de Enkidu y Gilgamés para dar muerte al ani- mal divino. Gilgamés ofrece a su padre los cuernos del Toro, En ese gesto puede verse el sacrificio que da testimonio de a culpa por esa victoria sobre un animal simbélico paterno, sobre todo porque Gilgamés introduce los gigantescos cuer- nos de la bestia en el dormitorio del jefe de familia, una es- ppecie de eapilla consagrada a Lugulbanda, padre divinizado del rey de Uruk. ‘Después, y siguiendo una logica muy psicoanalitica, el re- lato cuenta la muerte de Enkidu tras el doble triunfo sobre Jos simbolos paternos. No hay duda de que la victoria sobre €l Toro celestial exige una reparacién més importante que el sacrificio del simbolo de la potencia féllica paterna (los cuernos del Toro). El que debe morir es el doble humano de Gilgamés. Es Hamativo que las mismas marcas de repara- cién sucedan a la muerte del Toro celestial y a la muerte de ‘Humbaba (construecién de una puerta del templo).®? Pero justamente Enkidu se quoja de que el don no lo haya prote- ‘ido casi nada y anhela la destruccién de la puerta del tem- plo. Esas palabras sacrilegas acarrean Ia intervencién de Gilgamés, quien, més conciliador, ya prevé lo peor. ‘Enkidu contimia dando libre curso a su engjo y maldice, entre otros, a la cortesana de vulva mugrienta; luego, tras 1 intervencién de! Dios Sol, que le hace aceptar su muerte, perdona. Suefia que muere golpeado por un hombre podero- so. Cae enfermo, reprocha a Gilgamés haberlo abandontado ° Jean Bottero reconoce el deseo inconfesado de los héroes por hacer- se perdonar la muerte de Humbaba; véase ibid, pig. 120, 1 y pg. LIT, mh 204 y muere. Gilgamés haré levantar una estatua de su amigo, de piedra y metales preciosos (después de todo, un doble del doble desaparecido). Gilgamés, que ha visto la muerte, la rechaza. Sélo se convenceré cuando el Barqueto le ensefie a aceptar su condicién de mortal comin y corriente, por més que siga reinando sobre Uruk. Este escueto recordatorio de los temas narrativos del poema, padre de todas las epopeyas, sacrifieé deliberada- mente esa sublime poesfa sin la cual no serfa més que un cuento como tantos otros. ;Para qué entonces esa evoca- cién? El objetivo es simple: mostrar que a partir del mo- mento en que adquiere forma, la poesia épiea aborda cierto nniimero de temas que, en forma mas o menos disfrazada, fueron aclarados por el psicoandlisis. Seria ridiculo, desde luego, negar Ia especificidad de la-cosmogonia babilénica, las particularidades de su panteén y su ética propia. Nohay mas que leer los comentarios de los eruditos para darse cuenta, ¥ sin duda el comparatismo es harto instructivo. ‘Tampoco podria invocarse una intemporalidad sin matices. Pero geémo no encontrar algunos datos miticos que sellan su constancia? El centro aparente del poema es la historia de una amistad casi gemelar.! Sin embargo, nose trata de sgemelos sino de una pareja jerdrquica. Uno de los términos de esa pareja es de origen semidivino, soberano, de gran no- bleza, y eapaz.de aprovechar toda ocasién de placer pero sa- biendo renunciar para no caer en las trampas de la sedue- cign divina; los dioses lo protegen, tiene un padre glorioso ¥, por supuesto, est dotado de una fuerza y un coraje sobre- hrumanos. El otro término apenas ha salido de la animali- dad; fue humanizado por la iniciacién sexual y el consumo de alimento cultivado; es inteligente pero de earacter levan- tisco, dispone de gran poder de combate, no puede resistirse allos placeres, sucumbe a la tentacidn; no conocié a su padre ni tiene proteccién divina. Resumiendo: un hombre excep- cional, tal vez, pero un hombre y se acabé. El rey de Uruk se negara a morir luego de haber visto los desastres que la muerte provocé en el cuerpo de Enkidu, En psicoanslisis diriamos que la leccién de Gilgamés es el reconocimiento de a castracién, el fin de la ilusién de omnipotencia, Entre los 100 B cardeter homosexual de esta amistad es nogado por Jean Bottéro, {quien sin duda no tiene en cuenta la signtieacién acordada por los psio- ‘analistas a esa calificaion. Porque aqui la homosexnalidad oe patente 208 hechos mas notables del poema, debe destacarse la negativa de Gilgamés a convertirse en el esposo de la madre de los dioses. El hérve debe renunciar a una unién que, simbélica- mente, podria tener una tonalidad transgresora. Del mismo modo, sus hazafias tienen una connotacién filica. Esta pue- de ser alusiva (la poda de cedros) o més clara: el triunfo sobre Humbaba y sobre el Toro celestial que estan explicita- mente asociados. Esas victorias exigen sacrificio y repara- cién, ¥ es Enkidu, el totalmente humano, el castigado por hhaberse inmiscuido en esas muertes que tal vez le corres- pondieran a Gilgamés solo, Los componentes —no ligados entre si— del complejo edipico no estan del todo ausentes del poema, aun cuando todavia esperen una puesta en pers- pectiva que dejan adivinar, e incluso anuncian. El simbolis- ‘mo final del diluvio es el castigo de una transgresién: la di- ~vulgacién de un seereto. Hace falta tiempo para escuchar el discurso mitico con ofdo psicoanalitico. Pero queriamos indicar esta presencia de la organizacién pulsional en la direecién del Edipo mu- cho antes de que el mito de Edipo hiciera su aparicién a ori- Tas del Atica, mucho antes de que naciera la tragedia, mu- cho antes de que un pueblo ideara lazos tan originales entre Ja. animalidad y la bestialidad que se mostraron utiles para esa civilizacién griega a la que tanto debe el psicoanslisis, ‘También debe medirse lo que perdemos negandonos a re- conocer aquello que sélo se deja aprehender a través del velo de la poesta, ast se trate de la mas arcaica. Nada més falso que creer que la antigtiedad de la epopeya la autorizaria ‘a beneficiarse con alguna transparencia del inconsciente, ‘transparencia que no existe en ningtin lado, ni siquiera en los pueblos situados més cerea de aquello que puede imagi- narse como la condicién humana més alejada en el tiempo. La maraiia de historias ¢Serd suficiente con referirse a los origenes para profun- dizar la causalidad histériea? No lo creo, aunque tampoco me siento capaz de ofrecer un cuadro claro de la forma en que esta opera en la causalidad psiquica, Mis observacio- nes, Hegado el caso, seran por lo tanto sumamente reduci- 206 das. Bn psicoandlisis no es tarea ficil desenredar la madeja de la historia de un individuo. Mas de una vez hice notar la extrema complejidad de la concepeién freudiana de tempo- ralidad. Su andlisis levaba a distinguir varios 6rdenes de factores a veces contradictorios. En efecto, si pensamos, por ejemplo, en la teoria del desarrollo libidinal, la intempora- lidad del inconsciente, la compulsién de repeticién, el apres- coup, los fantasmas originarios, reunir todos esos aspectos deseriptos por Freud en una concepeién unificada es una hazafia que todavia queda por cumplir. Y en parte es la ra- z6n por la cual los descendientes de Freud, ineapaces de lograr esa sintesis, se cifleron a lo més simple: el enfoque ontogenético de la perspectiva desarrollista, echada a per- der porlos denominados abordajes de «observacién directa». Habiendo ya subrayado los atolladeros, las insuficiencias y Jos desvios tedricos resultantes, nos dispensamos de volver ‘a ocuparnos del tema,10! El problema que traemos a consideracién es todavia més complicado, Consiste en preguntarnos de qué manera ar- ticular dos tipos de causalidad histérica: la correspondiente a la historia del individuo —directamente conectada con la de sus ascendientes y descendientes—y la de su grupo de pertenencia, y hasta la del mundo en el que vive. Digamos desde ya que, planteando el problema, debemos reconocer ‘que estamos lejos de su solucién, lo cual implica que debere- ‘mos esforzarnos en elarificar algunos puntos. Esta articula- cién de dos érdenes diferentes de desarrollo temporal supo- nea su vez reconocer que no hay concepcién homogeneizada del tiempo. El tiempo de mi historia no es el mismo de la gran Historia, suponiendo que se pueda apreciar el segun- do siguiendo una escala comtin a todos los historiadores. Mi historia esta en la Historia, pero s6lo tomo la medida de la Historia con relacién a una experiencia histériea que es la mia, Esto no quiere decir que someta la Historia a mi subje- tividad, sino que es con mi subjetividad —aun cuando no sélo ella entre en juego— como construyo mi concepcién de la Historia. ‘Mas justo seria escribir que me subo siempre a un tren ‘en marcha. Mi fecha de nacimiento es quiz4s el punto de origen de mi subjetividad, pero es una fecha que detiene el 10% André Green, «A propos de Yobservation du nourrscon (entrevista con P Geissann), Journal de aychanalyse de VEnfant 1° 12,1988, 207 curso del tiempo. Lo tinico seguro es que desde la primera ‘vez que mamé del pecho de mi madre o que tomé mi primer biber6n, toda la Historia entré en mi a través de mi madre, yy de mi padre, mis progenitores. Falta agregar, sin embar- 0, que, aun siendo asi, no sé nada, Sufro la Historia incluso antes de saber que existe y mucho antes de sentir que con- ‘tribuyo a hacerla al mismo tiempo que ella me hace a mi. La Historia, pues, nacerd en mi a posteriori. Entonces ‘me parece que lo importante es concebirla como una fuente de causalidad independiente de mf, que se libera de mi sub- Jetividad y la modela. En adelante se imbricardn dos histo- ins: Ja mia, 1a de los mfos, la que me supera rio arriba y rfo abajo pero que esta siempre acotada por los limites de mi horizonte. Y la otra, la grande, esa a la que accedo tiniea- mente a través de lo que la cultura me dice de ella y de lo que me hacen presenti los dias de mi vida. Pero todavia hay algo més: ninguna de esas dos historias estd hecha de un tejido liso, continuo, sin asperezas, En ca- da una de ellas discierno historias. En mi calidad de sujeto est la historia de mi deseo, 1a de mi yo, la de aquellos va- lores a los que me remito. También esté la forma en que mi historia personal se anuda al tiempo de los otros: mis ascen- dientes y mis descondientes, eso que he llamado el tiempo del Otro. Esta la construccién de mi vidy, mi neurosis de destino, la manera en que eventualmente me perpetiio @ través de las generaciones que me siguen, etc. As{es cémo, a ‘érmino, no puedo seguir disociando mi historia individual de la gran Historia, porque esta atraviesa mi vida sin que por ello ningain determinism estricto me obligue a ajustar mis reacciones a lo que esperan de ellas las circunstancias, Discernir los diferentes hilos de esa historia es asunto de un psicoandlisis. Pero volvamos a esa gran Historia que le- ‘go a conocer a través de la ciencia historic. ¢Cémo trans- curre el tiempo? Puesto que hoy se ha hecho usual recordar el momento en que aparece la vida, luego aquel que asiste a Ja llegada del hombre, més tarde la invencién de la escritu- ray, tanto como para detenernos en este punto, el de los pri- meros relatos épicos, esta breve enumeracién nos recuerda que un afio—es decir, el tiempo que dura una revolucién al- rededor del sol— no tenia antes el mismo sentido que tiene ahora. Que el promedio actual de vida difiera totalmente del que tuvo siglos atrais hace que el tiempo del vivir se aprecie 208 en otra forma. Antes, morir a corta edad era habitual, ape- nas un destino entre tantos otros. Hoy, este desenlace, aun sobreviniendo a una edad avanzada, en los paises desarro- Iados se considera casi un error imperdonable que se impu- ta a los guardianes que se supone velan eternamente por Ja vida. Por tarde que se muera, sera todavia muy pronto. Siempre se es potencialmente salvable. Pero salgamos de la esfera individual, siempre sujeta a ilusiones, proyecciones y demas. Pensemos en esa Grecia antigua de la que nos separan dos mil quinientos ais. Comparando ese tiempo con el nuestro, se observa una considerable distancia tecnolégica. En nada se asemeja la nuestra a la vida de los atenienses del siglo de Pericles. ¥ sin embargo, seguimos reflexionando sobre los escritos de Platén, Por referirnos a textos més aevesibles, a ninguno de nosotros le asombra demasiado emocionarse con las trage- dias de Esquilo, Séfocles y Euripides. Nos reconocemos en las estructuras mentales de los personajes de sus obras y siempre que los analizamos encontramos algo esclarecedor sobre nosotros mismos. Puede concluirse que el tiempo psi- quico no camina al mismo paso que el tiempo de la técnica y la ciencia. El proyecto marxista tenia por finalidad transfor- mar al hombre en unas pocas generaciones. En algunos pai- se6, la solucién fue quemar a Confucio. El resultado lo cono- cemos todos. Estas breves puntuaciones muestran la amplitud del trabajo que resta hacer para empezar a pensar la causali- dad histérica. Si bien la colaboraci6n entre prehistoriado- res y psicoanalistas parece fructifera para ambas partes, la de los historiadores y los psicoanalistas sigue estando en el mejor de los limbos. Sin embargo, algo esta claro. La idea de tuna finalidad histérica —promovida por el marxismo— que subtienda la de una historia «progresiva», es decir, orienta- da hacia el progreso, ya cumplié su tiempo. Porque esa es también la ensefianza de la gran Historia: que una nacién, ubicada entre las més cultas caiga en la barbarie y, peor atin, que determinadas corrientes sociales o determinados ‘grupos étnicos muestren aspirar todavia a ello, prueba que esa regresién humana ya no es interpretable como un acci- dente excepeional y definitivamente concluido. Del mismo modo, el hecho de que la revolucién que supuestamente pondria fin a Ia explotacién del hombre por el hombre haya 209 terminado como termin6, después de haber engendrado una forma de opresién muchas veces peor que Ja que se habia ropuesto combatir, no es tampoco mero resultado de cir- cunstancias desfavorables. Nada dicta la direcci6n del por- venir. Pero hay una conviccién que parece dificil de superar: aquella que demuestra que, tanto hoy como ayer, los gran- des depredadores de la especie humana se cuentan entre los propios hombres. La Historia es también el mito destinado a hacer olvidar esto, o, mejor todavia, a no pensar en ello, Por més que la madeja de la complejidad histérica no nos permita todavia coneebir con claridad las relaciones entre Ia historia personal, vista desde el Angulo del psicoandili- sis, y la historia portadora de una causalidad organizada en otra forma a escala colectiva, al menos habremos tenido ocasién de subrayar algunos hechos y algunos Fasgos que se remontan al pasado més remoto de la humanidad, con el ‘objeto de poner en evidencia lo que ya se muestra en él y lo ue se perenniza atin, mientras indagamos en la organiza~ cién nuclear del psiquismo humano. Observaciones para proseguir {Cémo coneluir? Es decir, edmo aprehender el presente? Con énimo de clarificacion, propongo distinguir cuatro nociones que retoman ideas ya emitidas: Io cultural es el conjunto organizado de rasgos distinti- vvos entre el animal y el hombre. Deben precisarse las conti- nuidades y discontinuidades entre naturaleza y cultura; las culturas son especificas de cada grupo ode cada so- ciedad, y suscitan un enfoque comparativo; las civilizaciones retinen culturas y pueblos segrin ‘agrupamientos geograficos ¢ histéricos operados bajo la di- reeeién de factores que atin deben determinarse en forma clara; — a civilizacién tiende a establecer relaciones humanas ‘que favorezcan el eros de las pulsiones de amor y de vida, oponiéndose al predominio de las pulsiones destructivas. La civilizacién se vincula con la funcién de los ideales. Es siem- pre susceptible de regresiones, consecutivas a crisis 0 acom- 210 pafiando fenémenos de dectinacién. Es un concepto te6rico de contenido revisable. Para definir las relaciones entre causalidad cultural y causalidad psiquica se necesitan puntos de referencia. Aun sin reducirse a ellos, 1a eausalidad cultural depende de la organizacién psiquica comtin. Es inevitable tener en cuen- ta.esa realidad. Aunque penséramos que modela al indivi- duo, la cultura no podria fundarse con independencia de la estructura psiquica de cada humano. Bs més, muchas veces Ja cultura constituird sus propios valores en contra de algu- nos aspectos del psiquismo individual. Cualquiera sea el costado por el que tomemos el proble- ‘ma, siempre vamos a tener que preguntarnos qué transfor- ma la cultura, quése da por tarea modificar, controlar, alen- tar, combatir, celebrar. ‘Estudiar la cultura permite ver algunos aspectos de la teoria psicoanalitica mejor iluminados por ella que por la clinica, Examinar otras culturas, a veces més que la nues- tra, nos hace observar el modo en que se integran social- mente formas particulares de la vida pulsional y darles sig- nificacién respecto de los valores grupales. ‘Una de las tareas de la sublimacién colectiva es promo- vver, por la via de los ideales, algunos destinos pulsionales que estarén en el origen de formaciones tales como la mito- logia, la religién, el derecho, las reglas matrimoniales, los intercambios econdmicos, el arte, etc. Es decir, todo aquello que constituye la esencia de la cultura. No obstante, si nos reocupamos por las relaciones entre causalidad cultural y causalidad psiquica, la reflexién evolucionaré en torno del concepto de significacién, Ambas causalidades tienen en co- min esta referencia. Pero cuando nos ubicamos en el terre- no de la psicopatologia, algunas estructuras que parecen mas dependientes que otras de la causalidad socioantro- polégica e histérica, sugieren la hipétesis de una verdadera red organizada segiin los mecanismos propios de los fen6- menos sociales, cuya articulacién hace surgir una enorme maquinaria que duplica el aparato neuronal, lo utiliza, lo subyuga y, legado el caso, lo desnaturaliza para favorecer sus fines. ¥ el aparato psiquico resultante de este acopla- miento se ve modificado. Quizé se haya entendido que pien- so en la droga y en la organizacién de la cadena que va de la 211 produccién al consumo, Estamos en presencia de un orga~ nismo completo al que nada se le resiste. Al fin de cuentas, a neo-necesidad de adiccién —algunos de cuyos aspectos estan biolégicamente determinados— barre a su paso con todo obstéculo para su satisfaccién. {Se puede objetar aquf la singularidad del fenémeno y prohibir que se saquen conclusiones generales? El ejemplo tlegido tiene la ventaja de iluminar més ffcilmente aspec- tos muchas veces ocultados o enmascarados. En realidad, si bien el andlisis de otros fendmenos no es tan revelador, las ‘estructuras develadas sf estan presentes, creo yo. ¢Y eémo ignorar la propaladora mediatica, 1a mezela de informacién y desinformacién que difunde, la comedia de la verdad que ‘propone, el afin de acallar siempre activo en los emprendi- ‘mientos mas provocadores que pretendidamente se dan por finalidad divalgar lo que se quiere esconder? ‘Todo indica aqui una funeién coordinada, activa, estrue- ‘turada, defendida, que funciona como un organismo conoce- dor, por cierto, de deterioros y resbalones, como todo orga nismo algo complejo, pero capaz también de recuperacio- nes y correeciones para mantener tanto su potencia como su ceficacia. De ese modo se asegura crecimiento y progresién, ‘ala vez que desbarata toda maniobra que atente contra su empresa sistemdtica. Este retorno sobre nosotros mismos en nada recusa nuestra reflexidn sobre las teorias socioantropologicas e his- térieas, No tiene sino la virtud de levarnos a lo esencial. La ‘complejidad de la maquinaria que procesa a la vez los fac- tores intervinientes en el enfoque socioantropolégico ¥ los, pertenecientes a la Historia, hace aparecer, al menos en mi ‘én, el nticleo duro en torno del cual se constituye el te~ ido social: la vida pulsional, siempre, y en formas que tan ‘pronto acrecientan los vinculos humanos como, por desgra~ Gia, se inclinan a diluirlos en provecho de quienes saben apoderarse del poder en funcién de sus intereses y de sus apetitos. ‘Sicl amor es el valor que rige la vida privada, la biisque- dda de poder domina Ia vida piblica, dandole al sadomaso- quismo infinitas posibilidades de desarrollo. El poder no po- dria ejercerse ni libre ni directamente, porque necesita una red de canalizaciones a través de la cual pasar disimulando sus objetivos, Al distribuir los efectos de su potencia logra 212 crear un ovillo inextricable de formaciones gracias a las cua- les se vuelve muy dificil hacerse una idea de los verdaderos agentes que mueven el tablero. La justicia demuestra que, cuando alguna de esas redes queda al desnudo, no siempre es sancionada, y que las que se llevan a conocimiento pabli- co son apenas una minorfa. «La pulsién, para qué?s, se preguntaba un grupo de psi- coanalistas. Para hacer eso, les respondo. Es decir, para ofrecer goce. {Estamos habilitados para sacar conclusiones de este vasto panorama del campo de las disciplinas socioantropo- logicas e histéricas? gestamos habilitados para precisar el sentido y el aleance de lo que perteneceria a una causalidad cultural desde la 6ptica del psicoandlisis? Nos da la sensa- ion de estar apenas en los balbuceos. Destle el punto de vista psicoanalitico, parece imposible ‘encarar el tipo de causalidad producido por la cultura sin plantear el problema de su relacién con la denominada cau- salidad natural o biolégica. Nada més discutible, sin embar- 40, que imaginar un fondo primitivo sostenido en un micleo bbiol6gico al que se sumaria lo cultural. Intenternos exami- nar las cosas en otra forma. Consideremos el campo histéri- ‘co-social como el terreno de los acontecimientos y de las ac- ciones humanas en las colectividades. En parte, los mueve ‘un determinismo coercitivo: el que hace depender la super- vivencia de la satisfaccién de algunas necesidades gracias, ala intervencién y el concurso de los demas seres humanos sobre el mundo externo. Durante las operaciones relativas a tales necesidades se entabla con lo real una relacin funda- daen el deseo productor de significaciones. Si bien es funda- mentalmente individual, la experiencia tiene su anclaje en formaciones colectivas, como si los hombres se reconocieran entre si por repartirse estos sistemas significativos. El cam- po histérico-social podria entonces coneebirse como la esfe- ra donde se despliega esta doble dimensién de las acciones humanas. A diferencia de Ia causalidad biol6gica, que ante todo se padece, diriamos que la causalidad cultural es sobre todo actuante. En otros términos: el hombre no sélo est bajo in- fluencia de una causalidad previa (como la que corresponde a la naturalera), sino que en ese terreno es creador de cau- salidad abierta, tal como lo deja entender el relativismo cul- 213 ‘tural. En cambio, nos parece discutible el punto de vista que hace del nivel social lo més elevado de la integracién huma~ na. En realidad, podria sostenerse que si bien la causalidad Diologica llega a la cima de la evolucién, en una perspective de desdoblamiento (reflexién), la causalidad antropolégica cumpliria més bien la proyeccién y refraccién de los valores grupales sobre el individuo. La causalidad antropolégica Soria entonces una de las polaridades de la causalidad pst- quica, dado que las relaciones establecidas entre ambas su- gieren la idea de un vaivén entre accién y reflexién, entre articipacién colectiva y reflujo solitario. ‘La proyeccién sobre el sujeto no implica sustraccién de la colectividad sino mas bien interiorizacién de los funda- mentos de la vida colectiva. De ahi la necesidad y el inte- 16s de considerar la realidad especificamente humana (en el seno de la realidad externa), base de las teorizaciones sabre Ia alteridad. Repitamoslo: sdlo la interiorizacién individual de dichos valores simbélicos confiere estos, en cada cultura considerada, estabilidad y permanencia. Esa interioriza- cién juega su rol en la conflietividad intrapsiquica y puede estar on el origen de conmociones que repereuten en el mun- do externo al cambiar los paradigmas culturales. {Bs ese retorno, transformado en interioridad, lo que a ‘ojos del psicoanalista constituye el revelador de la causa~ lidad psfquiea, que emerge, por un lado, de sus determina- ciones biolégicas y, por otro lado, de sus determinaciones culturales. El nivel propio de la causalidad cultural puede definirse deade un doble punto de vista: por una parte, accién y acon- teeimientos se inscriben en un tiempo que desborda el pro- sente hacia atras y hacia adelante y tiene una duracién de vida indeterminada; por otra parte, acciones y aconteci- mientos se asiontan en redes de las que son solidarios, redes (que se van modificando constantemente por accién de los ‘eambios que ellas soportan, absorben y reflejan. Aqui hay correspondencia entre los niveles psiquico y cultural, por- ‘que, en el psiquico, se constata el mismo tipo de determinis- mo: duracién histérica, inscripcidn en redes. Pero el espacio fen que se despliegan es distinto: externo en el nivel social, interno en el nivel psiquico. Tanto se trate de la satisfaccién de necesidades como de la satisfaccién de creencias y de- ‘eos, el campo hist6rico-social esté por entero en loreal yen 214 ¢l tiempo. En tal sentido, no siempre salen ganando las ‘mensiones del psiquismo individual. De ahi la necesidad de constituir un sistema que no conozea ninguna de esas limi- taciones: el inconsciente. Su contrapartida es la angustia. Alfin de cuentas, si debiéramos insistir en un solo aspec- to de la causalidad cultural, el acento tendria que recaer sobre su creativided. Pero esa creatividad no se expresa en. el vacio, Para existir necesita instrumentos que saca del Tenguaje y de los recursos de la psique: la imaginacién miti- cay la legislacién del supery6, productoras del sistema reli- i080, del arte, el derecho, etc., todos ellos campos espectfi- ‘camente culturales. En contrapartida, de esto resultaré la constitucidn de una «segunda naturaleza», de «otro mundo» ‘que casi nos haria olvidar las diferencias entre causalidad natural y causalidad cultural mediante la creacién de un tercer orden, 215 3. Actual conferencia de introduccién al psicoandllisis El estado actual del psicoandlisis impone a muchos psi- coanalistas la necesidad de una reformulacién general dela teorfa, por efecto de las presiones ejercidas desde distintas reas. Primero esta la evolucién de la préctica, que con su cosecha de ensefianzas extraidas de estas ultimas décadas obliga a repensar una gran cantidad de problemas. Luego el volumen del saber psicoanalitice por acumulacién de pun- tos de vista sobre diversas cuestiones, surgidos en ocasiones de cuerpos tesricos constituidos algunos de ellos en tiempos de Freud y desarrollados después de su muerte, Esto con relaci6n al seno mismo del psicoanélisis. Agreguémosle —puesto que en nombre de su originalidad el psicoandlisis no debe bregar por ninguna insularidad o extraterritoria- lidad respecto del saber general, todo aquello que la cien- cia y la reflexién contempordneas han venido producien- do. Todo esto es materia de reflexién para los psicoanalistas cutidadosos de la coherencia, el rigor y la exactitud, deseosos al mismo tiempo de perfeccionar su teoria sin renunciar a la esencia singular del pensamiento psicoanalitico. Por lo tanto, y sin inimo de ser exhaustivos, es de gran importan- cia reexaminar los conceptos freudianos més problematicos, situdndonos con relacién a ellos y procediendo a su eventual modificacién a través de una comparacién con aquello que deberia reemplazarlos segin los sucesores de Freud. El ob- jetivo de una puesta al dia, cuando no de un nuevo giro del psicoandlisis cuyo ejemplo nos llegé de manos de su inven- tor en 1920, si bien no puede cumplirse de buenas a prime- ras, ya podria ir despuntando. Desde luego, ello no cansis- tiria en optar a favor de uno u otro de los corpus tedricos posfreudianos, creados en funcidn de hipstesis distintas de aquellas en que Freud se apoyaba, sino en someter a exa- ‘men algunos pilares te6ricos que, con el tiempo, fueron des- pertando muchas critieas. Estas consideraciones explican el 217 ambicioso titulo del capitulo que acabamos de comenzar: cactual conferencia de introduccién al psicoandlisis», en alusién a la obra escrita por Freud en 1938 con el titulo de ‘Nuevas conferencias de introduccién al psicoandlisis. Es indudable que hoy la tarea nos resultaré més complicada de Jo que fue para él sesenta afios atrés. En todo caso, era no s6lo el ‘inico juez en la materia sino también el sinico habili- tado para justificar los afiadidos, abandonos 0 modificacio- nes relativos a la teoria preexistente, El psicoanalista que lance una mirada sobre la discipli- naa la que pertenece o esté alerta a los rumores del mundi- Ilo psicoanalitico més alld de su préctica singular, no podré sino advertir en esta comunidad un desasosiego del que hoy se hacen eco los congresos de la Asociacién Internacional de Psicoanélisis. Pero la cosa no es tan nueva como parece. Ya en 1975, el Comité de programacién del Congreso de Lon- dres me encargé la redaccién de un informe sobre cambios en la préctica y la teoria psicoanaliticas, texto hoy conocido con el nombre de «El analista, la simbolizacién y la ausencia en el encuadre analitico».! Por entonces subrayé —usando ‘una formula de M. Balint— el babelismo de la literatura psicoanalitica. No puede decirse que las cosas hayan me- Jorado mucho desde entonces. Fue tanta la dispersion del pensamiento psicoanalitico, que hay razones para pregun- tarse acerca de la unidad que continuaria fundandolo 0 sobre la legitimidad de hablar de psicoandlisis en singular. «Hay uno 0 varios psicoanalisis?» oimos decir en la voz de algunos responsables que se inquietan por el giro que co- bran los acontecimientos para luego partir ansiosos en bus- ca de un hipotético «campo comtin» (common ground) de nuestra disciplina, Una nueva actitud anima en nuestros dias a espiritus inspirados en un singular ecumenismo, tras haberse extenuado largamente en guerras sin cuartel de las que no surgieron ni vencedores ni vencidos, Cito dos ejemplos muy elocuentes. Dos afios después de Ja muerte de Freud en Londres se inieié en esa ciudad una {intensa controversia donde se enfrentaron los partidarios de M. Klein y os defensores de Ins visiones freudianas clasi- Bn. Green, La folie privée, Psychanalyse des cas limites, Parts: Gall ‘mard, 1990. (-El analista, la simbolizacién y la ausencia en el encuadre ‘ansliticor, en De locuras privadas, Buenos Aires: Amorrortu, 1990.) 218 cas, una de euyas mayores consecuencias fue haber favore- cido la apariciOn ulterior de un tercer grupo que adopté una, posicién independiente. Las actas del debate, publicadas no hace mucho, dieron lugar al documento més importante de la historia del psicoandlisis.? Hoy el kleinismo ha dejado de ser herético hasta en los Estados Unidos. Y hay otro ejemplo ain més presente en nuestra memoria como es la disiden- cia lacaniana. A partir de 1953, fecha de la primera escision producida en la Sociedad Psicoanalitica de Paris, el laca- nismo fue combatido en el seno de la API (aunque sin dis- cutirse la teoria lacaniana misma), bésicamente con argu- ‘mentos —por lo demés bien fundados— referidos a la for- macién de candidatos, a la técnica psicoanalitica, ete. El aspecto marcadamente francés de la controversia cobraria tiempo después giros internacionales, ya que las condenas, tanto de Kleinianos como de lacanianos, por sus tendencias, cisméticas no impidieron prosperar a unos y otros.® Si bien, ‘en menor grado, andlogas observaciones podrian hacerse con referencia a los partidarios de Bion, Winnicott, Kohut, etcétera. ‘Bien mirado, no puede decirse que las discusiones sobre el kleinismo ol Jacanismo hayan girado siempre a favor de los propulsores de las nuevas ideas. En todo caso, esa es la impresign que se desprende de las actas de Londres y de los debates parisinos. Nada de esto impidié en absoluto la pro- liferacién del Kleinismo en el movimiento internacional, ni el lacanismo por fuera de este. En uno y otro caso, parece que lo fructifero fue la posicién militante. “Hoy, ante la cantidad de psicoanalistas y la proliferacién de movimientos separatistas fraceionados 0 marginales, ya nadie se pregunta por la legitimidad del Kleinismo, el lacanismo u otras corrientes nacidas después como modos de pensamiento psicoanalitico. Quienes buscan arrimar la discusién a los temas que provocaron desacuerdos y contic- 2-The Freud Klein Controversies 1941-46, earl King y Riccardo Steiner, ‘eds, Londres: Routledge, 1981. 3 Este paralelo no significa en absoluto que ponga en el mismo plano Lleinisme y lacanismo. Este sltimo se separa del conjunto de los demas ‘movimientos psicoanalitics sobre todo por su Uenicay por las libertades ‘que ee toma con las normas por lo comin admitidas. Sin embargo, kleinis- tho y lacanisme comparten, lamentablemente, un mismo caraeter mi- tanto 219 tos radicales, ven que sus propésitos son tildados de polémi- os, como si hiciera falta denigrar o negar el fondo del deba- te atribuyéndolo al mero afin de pelear. En cuanto al fondo, ‘una actitud de esas caracteristicas parece esconder un gran escepticismo. Después de todo, no pensamos que todo sea cuestién de gustos. Pero, como todos sabemos, sobre gustos no hay nada escrito. .. En definitiva, todo da igual y ni siquiera es necesario separar lo bueno de lo malo, lo dere- cho de lo toreido, lo verdadero de lo falso y 1o aceptable de lo inaceptable. Los conflictos que llevaron al divorcio de los padres no les importan a los hijos, y mucho menos a los nie- tos. Nunca se sefialar lo sufieiente que ese «no quiero sa- berlo» que hace prosperar, crecer y embellecerse en la som- bra, amordaza a quienes insisten en examinar el problema. Para ellos, si se obstinaran en hacerles entender de dénde viene el problema, sélo obtendrian indiferencia. Al fin de ‘cuentas, esta actitud supuestamente liberal expresa una profunda y tenaz ambivalencia respecto del psicoandlisis. Llegamos asi a una gran heterogeneidad de précticas y teorias que concurren a crear un euadro preocupante. Eln- ternational Journal of Psychoanalysis convoca a analistas del mundo entero (y de todas las tendencias) para que ha- blen de su practica diaria y los retine en un mismo nime- ro con el fin de dar la imagen més acabada del estado del psicoanzlisis en el mundo.* Lo que se dice, un verdadero embrollo. "Tanto como para ir resumiendo, digamos que algunos movimientos se constituyeron en agrupaciones lo bastan- te bien estructuradas como para que la comunidad psico- analitica les diera una denominacién especifica. Las razo- nes que dieron lugar a dichos movimientos fueron muy di- versas. De algunas de ellas, fundadas en opciones diferen- tes a las freudianas, el tiempo saeé a la luz los puntos de desacuerdo con el pensamiento de Freud. Otras afiaden una ‘concepeién de la préctiea netamente distanciada de las re- glas consensuadas y compartidas por los analistas. La dis- cusin técnica —siempre abierta a controversias internas— tocé aqui un punto de ruptura con las condiciones bésicas 4 .Bifleen Clinical Aesounts of Clinial Payehoanalysse, The Interna tional Journal of Psychoanalysis vl. 72, 1991, 3" parte. 220 sobre las cuales, en su conjunto, analistas de muy diversas opiniones manifiestan un acuerdo que tiene la fuerza de un pacto implicito. Frente a movimientos que con el po cobraron aspecto de disidencias internas con posibilida- des cismaticas y de las que resultaron separaciones més 0 ‘menos consumadas, el saber oficial —me refiero al de la bu- rocracia psicoanalitiea—se esforzé en combatir a los nuevos separatistas sin proceder al amplio y necesario debate que en cambio sf hubo en Inglaterra. Después qued6 a la vis- ta que esta actitud no impedia al veredicto popular conce- der algunos favores a corrientes posfreudianas no siempre desinteresadas. E] resultado fue la multiplieacién de otros subsistemas, testimonio del desconcierto ante la necesidad de renovar el pensamiento de Freud. Para decirlo con todas Jas letras: el fracaso de los partidarios del anélisis «clasico» y algunas tentativas hasta cierto punto anarquicas de ag- giornamento tedrico, terminaron llevando confusion al pen- samiento de los analistas, cuyos leaders institucionales no fueron los menos daiiados. De hecho, seria imposible cerrar estos apuntes sin antes sefialar el miedo casi panico que inspira en la mayoria de los circulos psicoanaliticos, desde lo alto hasta la base de la pirdmide, debatir en profundidad Jos principales desafios de la teoria. Ese aspecto de extrema incertidumbre del pensamien- to psicoanalitico contemporéneo, aspecto a la vez historieo y colectivo, es el que me incita a retomar algunas de las prin- cipales contradicciones tedrieas presentes tanto en Freud ‘como en algunos de sus sucesores. Empresa tal vez vana, en todo caso arriesgada, fuertemente amenazada de caer en el fracaso, Pero tarea imperiosa para mi. Los fundamentos de una pretensién Hoy es frecuente oir decir que el psicoanélisis es el ejem- plo de un pensamiento totalizador y sistemético al cual el progreso del conocimiento no tardara en condenar definiti- vamente, si noen su contenido, al menos en sus ambiciones. Pero si examinamos al detaile los fundamentos de tal pre- tension —que no se puede considerar ausente del pensa- miento de Freud— no podemos menos que asombrarnos. 221 or difundida que esté en e] mundo, la préetica psicoanali- tica se ejerce en direccién a un miimero fnfimo de personas. ‘Dentro de la actividad psicoanalitica actual, salta a la vis- ‘ta que la proporcién del Ilamado psicoandlisis puro con re- lacién a sus formas modificadas podria no ser mayoritaria. ‘Mas atin: la cantidad de pacientes tratados por los psico- ‘analistas es irrisoria si se la compara con la de aquellos que reciben atencién psiquidtrica. Ademés, las tesis del psico- andlisis pretenden apticarse a dominios ubicados mucho ‘is allé de cualquier referencia terapéutica, pese a los es- fuerzos de algunos que querrian verlas limitadas al saber sungido de la practica. El psicoandlisis extiende su campo a ‘una importante franja de la cultura, quiero decir, al eampo de los conocimientos relativos a esta. Y aunque se niegue a convertirse en una Weltanschauung, tampoco puede decirse que renuncie a su deseo de ser una concepcién del hombre, ‘por mucho que a Freud le haya disgustado la idea. Sin em- bbargo, no deja de sorprender la desproporcién entre el pe- queno mimero de personas que por diversas razones man- tienen contacto con el psicoandlisis y la extensién de su in- fluencia moral, al menos en las sociedades occidentales. Nos proguntamos qué pudo haber justificado la comparacién con teorias de incidencias politicas como el marxismo, que ‘al menos por alguin tiempo cambiaron la faz del mundo. Se sostuvo que en ambos casos esas teorias parecian ofrecer ‘un sistema explicativo comparable con los propuestos en el pasado por las religiones: prometer felicidad a través de la Iiberacién del hombre de sus prisiones internas 0 de la rup- tura de las cadenas sociales. De hecho, el marxismo no eum- plié sus promesas. Y el psicoandlisis, aun en aquellos casos ‘en que escapé al triste destino de parecer estar sirviendo a Jos fines de una adaptacién social que rebaja la tarea que se propone cumplir, ya no suscita la desmesurada esperanza que se habia depositado en él. Los teéricos de la cultura casi ni lo mencionan y el entusiasmo de que fue objeto demostré haber sido coyuntural y efimero. Pero asi y todo, sigo cre- yendo en esas cualidades revolucionarias que todavia nos sigue costando tanto reconocerle. ‘Se puede medir esto por Ia persistente sordera de que el psicoandlisis sigue siendo objetoen Ia cultura, a pesar delas apariencias o los malentendidos que esté obligado a seguir ‘manteniendo. . . para ser escuchado. 222 ‘No podemos evitar preguntarnos por las fronteras efec- tivas de la actividad psicoanalitiea —ni siquiera hablo de su eficacia—, por la necesidad de delimitar el terreno donde se ejerce su método, ni tampoco, mas allé de ese territorio li- ‘itado, por la de examinar en qué se funda su vocacién de teorfa general. ‘También debe tenerse en cuenta la relacién de coexisten- cia que mantiene con otros sistemas tedricos, algunos de los cuales recortan la misma realidad, o con otros aspectos de esa realidad evideneiados con métodos diversos 0 basados en otros parémetros. ‘No obstante, ninguno de estos lamados al orden lesiona mi conviccién de que, pese a todos los argumentos que acabo de enumerar, el psicoandlisis tiene relacién con la verdad. {Pero de qué vale una conviccién frente a la obstinada nega- tiva a reconocerla? Aun admitiendo que, como toda verdad, también esta sea parcial y provisoria, sigo pensando que todavia no Hlegé el momento de declarar perimida la verdad que defiende el psicoandlisis. Aqu{ estoy entonces, obligado ‘a utilizar lo que él me enseé —Ia escisién— para confron- tar mi een él yen su potencial de verdad, que s¢ inevitable- mente limitado y efimero, con la dura prueba de la reali- dad de su rechazo. Me parece que la validez del psicoandl sis puede extraer argumentos de su acercamiento intensivo, profundo, paciente, duradero y escrupuloso, a cierto nuime- rode pacientes con estructuras de valor paradigmatico que muestran, en ciernes, lo que organizaciones psiquicas si- ‘tuuadas més alld de su influencia terapéutica manifiestan en forma mucho més explicita. Y reconoceremos sin embargo que el abordaje directo de estas estructuras inaccesibles a Ja investigacién psicoanalitica revela sin duda una comple- jidad de més alto nivel que aquella que dicha investigacion ‘es capaz de encarar. Pero también deberd reconocerse que ninguna otra teoria del psiquismo llega a la complejidad descripta por el psicoandlisis, por insuficiente que sea. Por que no hay nada que describan los trabajos psicoanaliticos que no encuentre su lugar en un universo que lo desborda ampliamente, tanto sea patolégico como normal. ‘Tal vez porque, como dice Borges, lo que le pasa a un hombre les pa- sa a todos los hombres, o porque, como dice Sartre, cada uno std hecho de todos los otros. 223 Sia pesar de todo sigo —es decir, a pesar de las criticas que se le hacen, de las conquistas del saber de estas tiltimas Aiécadas en otros terrenos, de los errores en el pensamiento de su creador y de los progresos nacidos de corrientes psico- analiticas no freudianas—, si sigo pensando que las preten- siones del psicoandlisis tal como Freud lo concebia no dejan de tener fundamento, ¢s porque toda mi experiencia, pro- fesional y personal, de ciudadano y de ser humano, todavia me permite reconocer la pertinencia de las tesis psicoana- \iticas y me invita a no olvidar el simple hecho de que la re- lacién de los hombres con la verdad est marcada por el deseo de no saber, por la voluntad salvaje de desconocer el psiquismo humano. Y que lo oculto —lo inconsciente, si se quiere—se arrima, no como tantas veces se dice, a los anhe- Jos, votos y deseos que son sus formas elaboradas, sino en iiltima instancia, al universo pulsional de la fuerza que as- pira al cumplimiento de sus realizaciones, pues la activi- ‘dad psiquica consiste en situarse y definirse en relacién con tse fondo primordial. Niel paso del tiempo ni ningiin nue- ‘yo conocimiento me parecen invalidar este descubrimiento ni tampoco incitarme a preferir mejores explicaciones. La ‘menor de las paradojas no es hoy que, al desconocimiento persistente de los te6ricos de Ia ciencia y la cpltura, se haya agregado el «cambio de camiseta de algunos psicoanalistas que marcan su inclinacién por otros horizontes teéricos en nombre de una pretendida adecuacién a la ciencia, o con vis- tas a favorecer tuna homogeneidad epistemoldgica que se pretende sabia, realista y razonable? ‘$6 que no dejardn de hacerme notar el cardcter religioso demi argumentaciin. Creyentes y astrélogos,e incluso sim- ples militantes de causas politicas, sostienen el mismo len- guaje. Pero los cientfficos también —aun cuando den una forma m4s acabada a sus palabras— estén animados por la misma conviecién. Agregaré por lo tanto que mi profesiGn de fe no se apoya en causas sobrenaturales y que, en lugar de invocar una realidad oculta, invita a examinar lo real con Jos medios de que hoy disponemos, confrontando nuestra mirada con aquella que nos ofrecen los diferentes sistemas explicativos disponibles, sobre todo en el campo atin oscuro del psiquismo. No es la no-cientificidad del argumento lo’ ‘que debe deplorarse, sino el hecho de que la ciencia haya es- tablecido sus criterios (de verificabilidad o de falsacién) pa- 224 ra desentenderse de la pertinencia de estos cuando su ob- jeto pasa a ser el funcionamiento psiquico no cientifico del hombre, o aquello en que se basa el razonamiento cientifico. ‘La cuestin seria relativamente simple si se limitara a apoyarse en ese solo factor. Pero existe otro, no de menor po- tencia, que se opone misteriosamente al anterior. Quiero hablar de un orden de datos referido a la cultura: aquel que Freud llamé con el titulo algo pomposo de «proceso eiviliza- dor» y cuya toma de conciencia lo obligé a crear la instancia del supery6. Asi como no estamos en condiciones de deter- minar el origen de las pulsiones o su fundamento biolégico, tampoco podemos establecer el fundamento socioantropol6- gico del proceso cultural. Es que el psiquismo nace del en- trecruzamiento de ambos. Por eso sostengo que con la obra de Freud se dio un paso irreversible hacia la verdad en lo concerniente a la organi- zacién psiquica del hombre. Y es més: creo que si bien mere- cerian reformularse a la luz de los nuevos conocimientos y completarse o bien modificarse, los postulados fundamen- tales en que se asienta la teoria freudiana siguen siendo, en <1 fondo, irreemplazables a la hora de considerar los proble- ‘mas epistemoldgicos en que se sustentan. Sigo pensando asimismo que la principal fuente de resistencia al psicoand- lisis —que dista de hallarse ausente aun entre los psicoana- listas—es la herida narcisistica que inflige ala imagen que ‘el hombre se hace de si mismo. Niel deseo de desconocer ni el rechazo a saber son para echar sélo a cuenta del trabajo de lo negativo: todavia falta salvar una imagen del hombre no demasiado alterada por revelaciones que puedan herir su orgullo, sin hablar del golpe que se asestaria a sus ilusio- nes y a su esperanza de una mejorfa que no deberia hacerse esperar indefinidamente. En este aspecto, si bien vivimos ‘en una era cientifica que relegé la religién al pasado, nos es- pera una sorpresa no menor: la de comprobar que lo nuevo y 16 viejo son cémplices en su negativa a escuchar el discur- 30 psicoanalitieo cuando no se presenta engalanado con en- cantos que permitan encontrar en él un consuelo estético. ‘Opuesto al psicoanalisis en casi todos sus puntos, el discur- so de la ciencia revela la mista idealidad que el de la reli- gin, El cientifico y el religioso se dan la mano para cerrar- Te la ruta al psicoanalista. Hombre neuronal u hombre de Dios, en todo caso no podria ser hombre pulsional, pese alas 225 :miltiples pruebas que la actualidad nos ofrece en los cuatro ‘puntos cardinales del globo, por no hablar de la mirada re- trospectiva que hoy lanzamos a la Historia. En definitiva, y sean cuales fueren los limites de su ac- ‘ci6n —ducdosa eficacia terapéutica o negativa a reconocer a Jos pensadores de su épaca— hoy la tarea del psicoanalista es tan apremiante como en tiempos de Freud: hacer conocer yy reconocer el psiquismo humano, Ensanchar y profundizar eleampo de la coneiencia, pero también diversificarlo, El ob- jetivo podré considerarse demasiado vasto y a la vez dema- ‘iado limitado. Sin embargo, ante la fuerza obstinada y casi insuperable del deseo de no saber, toda conquista, por mo- desta que sea, no s6lo sobre Ia ignorancia sino también 80- bre el desconocimiento, podria abundar en consecuencias cuyos efectos somos incapaces de prever. Permitaseme una ‘observacién aun a riesgo de que sea malinterpretada. Desde hhace mucho y antes que él, las religiones identificaron par- cialmente lo que el discurso del psicoanslisis desarrollaria ‘sobre bases no sélo morales sino también psicolégicas. Por supuesto, aun cuando estuviera deformado, ese reconoci- ‘miento (religioso) tenia como contrapartida el abandono de las ilusiones vehiculadas por la religién, que migraron ha- cia otras ideologias mas recientes (politicas). Hoy debemos darle a ese reconocimiento su forma exacta, neutra, laica y ‘sin contrapartida ilusoria, La tarea demanda gran eotaje porque implica contar nada mds que con nosotros mismos, privilegiar la exigencia de lucider y determinarnos sin otra consideracién que la que otorga al deseo de representacién la extensién més vasta, asigndndonos la labor de alejar ca- da vex. més sus limites. Nuestra relacién con Freud ‘No faltaré quien haga valer que, por muy loable que ha- ya sido mi inteneién de cuestionarla, la teoria freudiana se mantuvo inedlumne. Es una buena ocasién para mi de in- terrogarme sobre nuestra relacién con Freud. Por cierto, la «superacién» de Freud ya cayé de madura para quienes adhirieron a cualquiera de las eorrientes pos- freudianas. Pero aun cuando no haya constancia de esa 226 ‘adhesién, en la mayoria de los casos lo que hoy we eninefia re- lativiza mucho su aporte y son muy escasos, sobre tnlo fe- ra de Francia, los que siguen entregéndose a las delicinw de ‘esos comentarios exegéticos a los cuales somos tan aficiona~ ddos los franceses. Nuestra conviccién del genio freudiano ¥ de su perennidad no puede hacernos olvidar que ese genio se desarroll6 en una época que no es la nuestra, que st expe- riencia clinica fue muy distinta de la nuestra y que su in- vestidura limitada de la préctica nos obliga a relativizar sus ideas. Es imposible olvidar el horizonte conceptual de Freud, tan diferente del actual, visto el estado de la ciencia de entonces y la ideologia del tiempo en que vivi6. ;Cémo ex- pplicar entonces el empefio con que queremos modificar favo- Tablemente estructuras psicopatologicas que él juzgaba to- talmente refractarias ala accién terapéutica, yen cuyo and {isis consideraba vano gastar tanto tiempo y tanta energia? Noes fil contestar a esa pregunta. ‘Digamos que tal vez esperamos sacar de esas experien- cias personales algo que nos permita completar, enriquecer, t incluso ir més lejos del corpus te6rico de Freud, sin quene- ‘cesariamente eso signifique que lo consideremos prescripto. ‘Muy por el contrario: las nuevas ensefianzas podrian con currir al desarrollo de verdades y concepts ya vislumbra- os y delineados por len su momento, Si bien no puedo responder, de manera satisfactoria para mi, sobre el efecto de fascinacion que Frend ejerce s0- bre muchos de nosotros, creo en cambio entender, al menos en parte, el sentido de adhesién que despierta siempre en ‘mf su obra, al contrario de otros que hacen profesién de fe antifreudiana para darselas de modernos. De todas las solu- ‘iones propuestas por todos los sistemas tebricos posfreudia- nos y salidos de la posteridad de Freud, no veo ninguna que ‘asegure en forma coherente la representacién de los diver fs08 factores que juegan en la composicién de lo que se lama eGusalidad pstquica, ni que se esfuerce en presentar un cua- ldro articulado de ella. Siempre es posible criticar aislada- mente determinadas partes del corpus froudiano, proponer ‘en su lugar rectificaciones y acomodamientos, pero ademés, siempre dejaré que desear la imagen de un conjunto cohe- ente que dé cabida a las influencias que més probablemen- te intervienen en la canstitucién del psiquismo. Es el caso de la referencia a las ciencias naturales que tanto asombro 227 ‘produce en algunos euando las cito, pero cuya ausencia, por defecto, da nacimiento a concepciones caricaturescamen- te psicologizantes o filosofantes que ni por asomo llegan & confesarse tales. La restriccién a una visién centrada en la ‘mera historia individual se encuentra falseada. Se diluye asi la hipétesis freudiana que asigna un papel preeminente a factores cuya funcién organizativa se deja percibir de mo- do muy parcial en su distineién de otros mas accesibles. Ast ‘ocurre con la sexualidad, cuya importancia se mide poco y nada en lo que puede deducirse de ella a través de lo que da a ver, o cuyas relaciones con lo no-sexual son ininteligibles desde afuera. ¥ obsérvese la paradéjica importancia de la amnesia, que recubriré més tarde todo lo concerniente a ella, Se entiende que la tesis freudiana descanse exacta- mente en lo opuesto a una observacién continua, ya que es casi un criterio de verdad lo que aqui se manifiesta me- diante el testimonio del ulterior borramiento de lo sexual. Y como ya no transitamos aquellos tiempos en que se podia negar la existencia de una sexualidad infantil, lo que debe entenderse es esa imposibilidad de asirla a través de un en- foque directo 0, mds atin, el eardeter engaiioso de focalizar, fuera de ella, los aspectos que se dejan aprehender con ma- ‘yor facilidad, ya que estos s6lo cobran verdadero sentido en. la perspectiva del conflicto que marca su relacién con la se- ‘xualidad, Por interesante que sea, una concepcién multidi- mensional deja de ser psicoanalitica para ingresar“én las filas de la psicologia, tarea que, sin carecer de interés, en realidad persigue objetivos ajenos al psicoandlisis. Me pare- ce que el enfoque centrado de preferencia en el desarrollo, tanto desde el punto de vista de su evolucién intrinseea como del predominio de la dimensién vineular, evaltia in- correctamente en ambos easos las consecuencias de abando- nar la dimensién intrapsiquica como resultado de las trans- formaciones de la vida pulsional. Sien la cura de adultos, 1a pluralidad de los diversos sistemas de significacién en jue- g0, habida cuenta de la veetorizacién que implica el lengua- je, llevara a concluir en una hegemonia del significante, ello estaria menoscabando la heterogeneidad constitutiva del psiquismo humano, testimonio de lo cual son sus tan diver- sas producciones, y s6lo puede conducir a un punto muerto ena teoria, la clinica y la técnica. En tal sentido, ignorar 0 ‘minimizar el reconocimiento del papel cumplido por la refe- 228 rencia a un mundo cultural equivale a condenar al pensa- :miento psicoanalitico a una psicologizacién oa una vulgari- zacién que no puede sino resultarle dafina. Lean las obras de M. Klein, Bion, Winnicott, Hartmann, Kobut o Lacan —por no citar més que esas— y verdn que en ninguno de e508 autores encontraran el pleno reconocimiento del rol de los diversos components. A diferencia de la teoria freudia- na, ninguna de esas obras los presenta en una articulacion convineente. Ese es para mi el sentido del reto lanzado a la obra de Freud: el guante sera recogido por aquella teoria que lo- gre una representacién de conjunto y una articulacién com- parable. Porque es muy fécil radiar a muchas de ellas con diversos pretextos y privilegiar otras. Pensdndolo bien, su- primirlas por comodidad teérica plantea tantos mas proble- ‘mas que la oscuridad que las rodea, lo cual permite recono- cer la necesidad de clarificarlas sin renunciar a conservar- Jes el lugar que ocupan. {Rsto significa acaso retornar a po- siciones que merecieron la critica de las concepeiones glo- balizantes totalizadoras? Lo importante no es abarear un campo tan grande que el pensamiento no pueda eefiirlo, sino seguir haciendo presentes esas diversas dimensiones ¢ intentar comprender la intricacién de sus funciones a pro- pésito del fenémeno més local que se pueda imaginar y en los estudios més puntuales. Todo esto es reconocible en Freud hasta en su estilo, resultante de sus concepciones de fondo y del afén de mantener el mejor rumbo posible ante los vientos y corrientes opuestas que desvian el curso de su nave tedrica. Aunque tal ver se trate, ante todo de una cues- tidn de légica, @Por qué Freud triunf allf donde tantos otros fracasan? La respuesta no es fil y siempre pueden discutirse los ar- gumentos ofrecidos. Retomando una de sus expresiones, contestaré quees «a causa de la imparcialidad de su intelec- tof, apreciacién que, convengo, se presta a discusiones. Ser- ge Viderman intenté demostrar que se trata de una ilusién anclada en nuestro saber como esos frutos maduros que penden de los arboles y a los cuales apenas una habil sacu- dida o un oportuno soplido bastan para hacerlos eaer. Y sin embargo... . en las construcciones tedricas de los sucesores son tan potentes los preconceptas 0 prajuicios, que en com- paracidn su falta de imparcialidad es todavia mayor. Por 229 ‘eso, a falta de mejor informacién, y hasta que aparezcan ‘teorias mas acordes con las exigencias que el propio Freud se imponia, seguiré considerando que la obra freudiana sigue siendo hoy la que asegura en la mejor forma posible Ja representacién que nos hacemos de aquello de lo cual se cocupa el psicoandlisis. Desde luego, sin perjuicio de exa- minarla al detalle y de reformular sus conceptos. Pero aqui se juzgaré al albafil por la solidez del muro. Consecuencias de un recentramiento: la reduccién. La extensién del campo trabajado por Freud —concebido en su espiritu antes de que tomara forma en sus escritos— se tradujo por la construceién de una teoria del psiquismo que, como ya hemos dicho, le valié la critica de . A diferencia de lo que hoy ocurre, una franja no desdefable de la teoria freudiana descansaba en datos nacidos del psicoanslisis aplicado, denominacién concebida en su acepcién mas amplia. De ahi el trecho que va della bio- logia a la cultura; Freud, en efecto, se sentia como pez en el agua tanto en una como en otra, situacién a la cual ninguno de los autores posteriores podia aspirar. En razén de una serie de dificultades esta visién de con- junto no se pudo mantener. Pocos analistas tenfan la cultu- ray la amplitud de miras de Freud. La actitud indiferen- te, por no decir hostil, de algunas de las disciplinas que se sintieron colonizadas por el psicoandlisis desalenté répi- damente a sus émulos, entre otras cosas porque los desa- ciertos y negligencias de algunas plumas psicoanaliticas nos valieron a algunos de nosotros verdaderos azotes. Estas contribuciones carecfan de informacién suficiente sobre los terrenos abordados y practicaban interpretaciones deseo- medidas. Hubo que batirse en retirada y replegarse en or- den cerrado. Por otra parte, la evolucién de la concepeién del saber hacia terrenos cada vez més acotados —locales, como se dice hoy— Ilevé a los psicoanalistas, a usanza de los re- presentantes de otras disciplinas, a recentrarse tinicamente cen la préctica. La experiencia surgida directamente del en- ccuadre, eampo a todas luees privilegiado para abordar el in- 230 consciente, se legitimaba por entero en las competencias del analista. Francamente, si hoy retomaramos la famosa nicién del articulo enciclopédico de 1922 —el psicoandlisis como método de investigacién, come terapéutica de las neu- rosis y como conjunto de conocimientos tendientes a la cons- truccién de una teorfa— pocos analistas adheririan a los prineipios sustentados en esta descripeién. Sin legar a con- traponerle la poco atrayente formula de la Asociacién In- ternacional de Psicoandlisis (que lo presenta como «teoria de la personalidad»), una definicién conforme a la realidad de las cosas daria més 0 menos esto: «Psicoandlisis es el nombre de una téenica terapéutica reservada a determina- das categorias de pacientes que sufren desérdenes psfqui- os, y de la teoria sungida de la experiencia de esa técnica». Se podré chicanear con los términos, pero a grandes ras- 08 esta definicién corresponde en forma adecuada al pen- samiento actual. Tras el integrismo que profesaron por al- ‘in perfodo, hoy son pocos los Ineanianos que discuten que el psicoandlisis sea una terapéutica (ya nadie se atreve a decir que se trata simplemente de «conocerse a si mismo») ¥ el tiempo habré hecho justicia a la cita de Lacan donde afir- ‘maba que la euracién es un beneficio obtenido por afiadidu- ra, inexactamente atribuida a Freud. El fruto de todo esto es un recentramiento en la préctica psicoanalftica, ya que, en el mejor de los casos, el psicoand- lisis aplieado es visto con Ia indulgencia que se le otorga a ‘un inofensivo hobby practicado por algunos colegas un po- quito polarizados, un pasatiempo como cualquier otro que ni siquiera deberia tomarse demasiado en serio, Razonable en apariencia, el rocentramiento acarreé de hecho conse- ‘cuencias enojosas. Tuvo por efecto transformar la teoria del psiquismo ambicionada por Freud en una teorfa de la rela- cién: «relacién médico-paciente», como se dice en la facul- tad de medicina o, més doctamente, entre nosotros, «rela- cidn de objeto», «relacién transfero-contratransferencial> y, no hace mucho, «interpersonal 0 «intersubjetiva.° Esto ‘explica el gran giro que imprimieron al pensamiento psi- coanalitico algunos autores impregnados de pragmatismo anglosajén. Pragmatismo perfectamente identificable en 5 La més reciente de as teorfas que sos teorfainteractiva. sen estes puntos de vista esla 231 las Freud-Klein’s Controversies (Londres 1941 a 1945), don- de la teoria de la relacién de objeto busca destronar a la teo- ria freudiana edificada sobre la hipétesis de las pulsiones. El saber es extraido casi por entero de la experiencia de la cura, lo cual seria aceptable si a su vez no implicara una nueva manera de interpretarla en términos de transposi- cidn directa de la experiencia infantil en el marco de una concepcién extensiva de la transferencia. Como en la expe- riencia de la cura necesariamente siempre hay relacién en- tre paciente y analista, y dado que el nuevo objeto de conoci- :iento es el andlisis de estructuras clinicas més regresivas que la neurosis, supuestamente la transferencia repite la relacién madre-hijo y la situacién analitica no tiende sino a esta actualizacién. {Cémo podria ser entonces que en la in- fancia hubiera un estado donde esa relacién no existiera? Desde 1941, los kleinianos pretenden que para comprobar la legitimidad de sus posiciones tedricas es suficiente con re- mitirse a las observaciones de bebés realizadas por pedia- ‘tras y especialistas de nifios. A partir de ese momento se ob- serva un elaro retroceso de todo concepto no ligado al mode- lo infantil, a su vez ampliamente modificado por diversos métodos de conocimiento del nitio, que algunas veces poco tienen que ver con el psicoandlisis. Por ejemplo, la angustia areaica relacionada con las pulsiones destructivas reempla- za al paradigma de la realizacién alucinatoria del deseo. ‘Melanie Klein y sus discipulos (sobre todo S. Isaacs) inter- pretan la sexualidad como un intento de reparar la destruc- tividad originaria. Las probleméticas tan ricamente polisé- micas de Freud sobre la representacién o el tiempo, para ‘tenemos a estos dos ejemplos, se diluyen en un flujo de ‘nuevas ideas que buscan sacarse de encima complicaciones imitiles y enarbolan un accesodirecto a la experiencia, como si esta tuviera valor de evidencia y no dependiera de una interpretacién que aclare su sentido o de una concepeién a partir de la cual orientar la eseucha, ‘Asi, no s6lo caen tramos enteros de referencias extrate- rapéuticas del pensamiento freudiano —imaginemos tan sélo por un instante a Melanie Klein escribiendo Tétem y ta- bit. .. sino que ademas se pone en tela de juicio la legitimi- dad de eventuales referencias exteriores a la cura. No nega* ‘mos que haga falta apelar a disciplinas externas a la practi- a clinica para apuntalar el saber, pero esas disciplinas ya 232 no son en absoluto las que Freud tenia en mente cuando buscaba posibilidades con que alimentar la reflexién sobre l psicoandlisis. Freud disefé el programa de la institueién de forma- ci6n ideal. Comprendia la ensefanza de la biologia y la psiquiatria, pero también la historia de la eivilizacién y de las religiones, la mitologia y la literatura. Ahora bien, gen qué institucién se aplica ese programa? {Cudiles son hoy las materias sustitutas a transmitir? La observacién madre-be- bé, obligatoria en ciertos institutos, es lo que primero apare- ce. La historia de la civilizacién hace tiempo que dejé de re- querir la ateneién de los psicoanalistas: ahora es el turno de Ja etnopsiquiatria. La biologia de Freud da un paso atras ante el empuje de las ciencias cognitivas fundadas en la ‘eoria de la informacién. Pareceria que casi no hubiera dife- rencia entre sentido e informacién. Por razonable, pruden- te y serio que parezca frente a las especulaciones por mo- mentos temerarias de Freud, el recentramiento en la cura tuvo efectos reductores sobre la teoria, Ast fue como condujo a un psicoanélisis casi enteramente pensado a partir deuna direccién ontogenética de principios discutibles. Lo tinico seguro es que se renuncié a tratar los problemas que intere- saban a Freud: la reflexién sobre los vinculos de lo biolégico con lo psiquico, la ubicacién del hombre en Ja serie animal, Ia apertura hacia aquello que él ams «la vida del espiritu», el papel de la cultura. Inspirado en un psicologismo que se confunde con el conocimiento de lo psiquico, todo queds confinado entre los limites de la historia individual. Tan- tas veces critiqué el injustificado imperio ejercido por una concepeién esquematica de la temporalidad en detrimen- to de la perspectiva estructural, que considero innecesario volver sobre el tema. Pero esta claro que el recentramiento en la préctica, del que surge esa incipiente tercera tépica sefialada por mf ya én 19758 en fancién de referencias al self y al objeto, si bien posee las virtudes del realismo, también tiene sus limites y conduce a estrechar las perspectivas tedricas. Desde esa perspectiva vincular es facil caer en una ego psychology de separacién-individuacién que, por demasiado especulativa, 6 Vase “analyst, Ia symbolisation t Yabsence dans le cadre payehs nelytiques, articul ya citado. [El analist, la simbolizacién y la ausencia fenlencuadre analitien, at. ct) pronto resultaré inaceptable a los investigadores de la si- guiente generacion. La controversia dard nacimiento a los resultados, considerados més rigurosos, de la teorfa interac- tiva, basada en registros filmicos demostrativos de la exis- tencia del objeto desde el principio y de la «afinacién» entre el bebé y su madre. Esta novedosa actitud (D. Stern) se apo- ya alternativamente en una visién pragmética de la teoria (antiespeculativa) que privilegia la observacién (en desme- dro del interés por la representacién) dentro de una ptica fenomenolégica (mas que psicoanalitica). Ella ejerce una se- duccién manifiesta en quienes encuentran demasiado com- pleja o demasiado dificil la teorizacién psicoanalitica. Ade- mas, alguien vio alguna vez una pulsién en el divan? {Con- viene transformar en «aparato psiquico» a esa persona que viene a contarnos el drama de su vida? Menos preguntas se hhacen algunos sobre la relacién que existe entre la escucha psicoanalitiea y los cuentos de nifieras en la observacién de bebés. {Hay que guardar el aparato en el armario? La expresién aparato psiquico es un elaro testimonio de las opciones cientifieas y naturalistas de Freud. Sin embar- go, atin quedan por hacer algunas observaciones sobre las exigencias teéricas en que se basa esta hipétesis. Prime- 10, ln referencia @ una idea no unitaria del psiguisme, com uesto por partes de disfmil organizacién, lo cual exige dis- {cet las fancies qu le componeny define las reaco- nes existentes entre ellas, Esa necesidad destaca el cardcter radical de las formas que tendran los conflictos: ni homoge- neidad, ni relaciones pacificas, ni unidad. El aparato psf- quico de Freud, asf como la grilla de Bioit, son conceptos eu- ‘ya utilidad se verifica fuera de sesién, fuera de la cura, en @l ejercicio de un pensamiento teérico alejado de la précti- ca, en una distancia tebrico-préctica asumida (J.-L. Donnet) {que permite recordar ciertas verdades muchas veces olvi- dadas. Estas elaboraciones responden a una empresa de larificacion de datos provenientes de la préctica para cons truir un espacio teérico imaginario, es decir, una espaciali- zacién proyectada en el pensamiento y que impone distin- 234 ciones en quanto a la naturaleza de los sistemas y de las relaciones que los unen. Bien, todo eso se sabe. No hay nada mids engafioso que perseguir, en lo concerniente al psiquis- ‘mo, un objetivo que evitara acondicionar ese espacio tedrico, al margen de la necesaria distancia entre practica y teoria. De ese modo, el riesgo de psicologizacién se ve disminuido, si no evitado por completo. La idea de una teorfa como re- flejo de la préctica, de una préetica como reflejo de la teoria, ‘yen definitiva la idea de que toda concepeién saldrfa de una experiencia clinica abocada a traducir en forma de pensa- miento hechos desarrollados con exactitud y precisién, y que se atreviera a este objetivo, es una ilusién que ni siquie- ra percibe la ingenuidad que encierran sus propositos. Es que, en el punto donde estan las cosas, la metaforizacién —pues de ella se trata— no sélo es recomendable sino sen- cillamente inevitable, si no queremos caer en la trampa de volver a la versién fenomenolégica de una subjetividad de a dos en Ia que la conciencia retornaria subrepticiamente. ‘Nada seria tampoco més peligraso que esa manera de des- cribir lo que ocurre en el andiisis levandolo hacia formas de ‘comprensién casi inevitablemente encaminadas a cerrar el sentido sobre si mismo o, si no, a restringir la deriva aso- ciativa atentando contra su dinamismo y favoreciendo un modo de examen contrario a la esencia de la comunicacién, analitica, dadas la naturaleza y la manera parcial y movedi- za con que se nos revela el psiquismo. Ahi es donde se impo- nela ficcién de un aparato, ficcién que diferencia, individua- Tiza, hace entrar en conflicto y trabajar en sinergia y opo- sicién diversos campos del psiquismo, sorteando todas las trampas de la tentacién de quedar fijada en los fenémenos de la concienci Menos atencién se presta a las razones que Hevaron a Freud a cambiar de aparato, Ya tuve oportunidad de demos- trar que la primera tépica se edifica alrededor de una nocién Gmiin y referencial: la conciencia, puesto que las demas, instancias se definen con relacién a ella. Las representacio- nes de esas instancias son conscientes, preconscientes 0 inconscientes. ¥ hasta lo mds inconsciente queda unido —aungue sea negativamente—a la concieneia. De ahfel ca- rrécter mas directamente aplicable a la clinica de la primera t6pica, oen todo caso a sus aspectos mas intuitivamente ac- cesibles a la conciencia, lo cual no ocurre en el caso de la 235 segunda. También hice notar que la diferencia entre la pri- mera y la segunda t6pica consiste en que las pulsiones estén ausentes del primer modelo (una pulsién no es conseiente, ni preconsciente ni inconsciente y s6lo sus representantes pueden ser calificados asi),” mientras que son parte inte- grante del aparato de la segunda, a través del ello que las cobija. La definicién que da Freud en las Nuevas conféren- cias no hace mencién alguna de la representacién. Toda re- ferencia a la conciencia desaparece del aparato. Procedien- do en esa forma, Freud acenttia la heterogeneidad de este, ppuesto que ahora estén incluidas en él las raices biol6gicas del psiquismo, con el ello. En contraposicién, también figu- ran como constitutivas del aparato las dimensiones cultu- rales a las que remito el supery6. Aqui la conflictividad se exacerba, Mas atin: ese tipo de heterogeneidiad no puede sino favorecer la negatividad. Bl trabajo de lo negativo, ya presente con la primera tépica, cobra aqui formas mds ra~ dicales, Io cual deriva de la falta de una referencia unitaria simple y de las contradicciones relativas a diferencias de estructura entre las instancias. Como corolario, de ahi en adelante lo tinico que podré hacer el aparato es funcionar mal, Ni la mejor madre del mundo podria hacer nada: ya la cosa andaba mal con el in- consciente de la primera t6pica y ahora va peor con las ins- tancias todavia mas inconciliabies de la segunda. Los limi- tes formados por las representaciones inconscientes de la primera t6pica, siempre mas o menos deducibles, son repe- lidos por lo irrepresentable pulsional dela segunda y el con- flicto que acarrean més alld del yo, con las demandas del su- pery6. O, por decirlo en otros términos: las representacio- nes de cosa y de objeto de la primera tépica estén bajo de- pendencia del vinculo con Ia pulsién como representante ppsiquico de las excitaciones endosomatieas de la segunda; a~ los deseos de la primera topica les hacen lugar las mociones pulsionales dela segunda y, sucediendo al interdicto que su- puestamente asegura la autoconservacién de la primera, el 7 o en uno mismo. De tal suerte que existe una doble identidad espon- ‘ténea: la unidad de sf a sf y la unidad del sf y del otro que es la base de la diferencia. Esta operacién que llamaré «me- taforica», literalmente por transporte o transferencia, y con- sistente en atribuir al otro algo que dé sentido a aquello que es sentido sin ser percibido, es Ja que hace del otro un seme- Jante. No porque, como se dice tantas veces, el otro simple- mente dé un sentido, sino porque ese sentido aparece como complemento de lo que es experimentado, y que lo perfeccio- na, Noes el sentido que el otro da a lo que es miolo que para mi produce sentido: es mi sentido lo que encuentro afuera de mf porque no puedo percibirme, mientras que sf puedo percibir en el otro aquello que me es reenviado. Y sin em- argo, ese «afuera» es percibido como «adentro», sin que dicha dualidad pueda reducirse a una unidad englobante. Aunque se trate de dos expresiones distintas (por un lado estado interno y por el otro percepeién externa), se acta 80 bre el otro tal como lo haria un espejo. Digo que esta obran- do una metéfora, no sélo a causa de la referencia al trans- porte y a la transferencia, sino porque entre los términos comparados hay una distancia, asf como la hay entre lo que ‘ccurre en el sujeto y su complemento en el nivel del otro se- mejante. La metafora mantiene la distancia en el lazo que reunié el «afuera» y el «adentro». Mientras que el simbolo procede a reunir términos separados en la forma de un re- encuentro que permite recomponer la unidad quebrada de los fragmentos, la metéfora deja abierta la brecha: no puede colmarla, pese a que la figura que ella misma compone ten- ga un poder sugestivo quizé mayor que el simbolo mismo. Deahf la creacién de un campo capaz de recentrar esas figu- ras (Winnicott), Eso quiere decir que la biologia aaté conde- nada a la continuidad entre lo que observa y lo que descu- bre en el funcionamiento neuronal de un organismo dado, mientras que el psicoandlisis ya est en otro campo porque Jo que describe no podria hallarse enteramente contenido 245 en los Kimites del simple sujeto. El psiquismo salta por encima de las envolturas del sujeto para vincularse nece- Sariamente con otro, haciendo resaltar al mismo tiempo, por referencia a ese otro, la discontinuidad que habita al sux jeto y la creacién de un orden distinto del que se confina en Jos limites del individuo, abriendo la via a futuros despla- zamientos de consecuencias ilimitadas. De esa manera, entre esi» y «otron, y entre «si» y xsi mismo» (el si rele), esté operando una doble discontinuidad. ‘La especificidad de la posici6n psicoanalitica es esta- blecer una consustancialidad entre sentido y amor, condi- cién indispensable para la formacién de ese doble vinculo entre el «adentro» y el «afuera», donde se halla la diviso- ria de aguas entre sf y otro o entre si y si mismo, Si acaba- ‘mos de tomar como ejemplo la sonrisa fue porque la sonrisa es marea de amor. El sentido no se leeria de igual manera si ‘ala perplejidad del nifo le respondiera la perplejidad de la madre. En este caso no habria creacién de sentido sino que, al contrario, al potenciarse la angustia, se inducirfa el sin- sentido, Aun asf, subrayar la indisociabilidad del amor y el sentido es insistir en la necesidad del rodeo por el otro- semejante para reconocer la fuerza del lazo amoroso. Es s&- bido que el amor nace al satisfacerse la necesidad, ya sea su- ‘codiendo a esta 0 como consuelo por su insatisfaccién mo- menténea. En cuanto al rol del objeto —indebidamente contrapues- toa la pulsién, tal como veremos— conviene marear fuer- temonte su funcién reflexiva y subrayar el rodeo que él po- sibilita, Incluso es posible sostener que el reconocimiento de To que esté en sf inicamente puede efectuarse por su reflejo previo en el objeto que lo devuelve por «reflexién». Quiero sefalar algo que Freud no vio, al margen de la alusién al analista que hace en el modelo de la cura, y que Lacan en- trevi6 un poco mejor con el estadio del espejo, pero qué se apresuré a olvidar en beneficio del significante: me refiero ‘ala equivalencia fundamental psique-espejo. No debe con- fundirse el modelo éptico del telescopic de la primera tépica con el espejo. Debemos decir que la especulacién de Lacan ‘sobre las ilusiones de floreros invertidos no podrian legar muy lojos sosteniéndose en el recurso reflexivo de la rela- cién interhumana. En efecto, el amor es lo més propicio pa~ ra servir de paradigma a la reflexién porque, ademas de su 248 valor significativo, es lazo y demanda de reciprocidad. Tanto en su forma consumada como en sus primeros lineamien- tos, unoy otro son indisociables. Amar y ser amado son posi- ciones inseparables porque Ta reflexividad de ambos miem- bros de la pareja es constitutiva de su unidad, de su estruc- tura bifaz o de su interfaz. Eso oeurre porque, aqui, el amor est entre. Ese psiquismo al que estamos acostumbrados, a referimnos, apareceré cuando la relacién se interiorice, es decir, cuando entre si y si haya reflexién y se extienda a ‘otros sentimientos no necesariamente amorosos. Apartir de ‘ese momento el psiquismo estar en condiciones de produ- cir representacién. Se ve cun necesario fue el otro-seme- ante en la operacién que permiti6 constituir la representa- ‘cidn como analogon, 0 sea, como modalidad singular produ- ida por el otro-semejante. En ese caso, el psiquismo no es tanto de orden intersubjetivo como de orden intrapsiquico. Su linea directriz oscilara entre las dos orientaciones intra- psiquieas e intersubjetivas, ambas productoras de sentido yy creadoras de objetos, que elevan las relaciones anudadas por la actividad psiquica a un nivel de mayor complejidad por medio de esa bipolaridad dinmica, En las teorizaciones actuales se apela constantemente a la intersubjetividad, debido a que tiene la virtud de unir relacién de objeto e interaccién en oeasién de los intercam- bios madre-hijo. Ahora bien, en realidad lo importante es, aquello que acontece en ausencia del objeto, por ende, sin posibilidad de reflexién externa y mucho menos de inter- ‘aceién, y procedente de lo intrapsiquico. Lo intrapsfquico puede crear por sf mismo al otro-semejante de la represen- tacién con la finalidad de paliar las carencias y vicisitudes de Ia satisfaccién esperada, proveniente del exterior. Por lo tanto, no quedan dudas de que el juego psiquico no consiste en la oscilacién del otro-semejante de lo intrapsiquico con el otro-semejante de lo intersubjetivo, referencia a lo que co- minmente llamamos el adentro y el afuera. Bl otro seme- Jante «se hard cargo» con premura de la funcién de diferen- cia, entre otras cosas porque le esta sometido. Pero esta es tun arma de doble filo, porque en oportunidades enriquecer- la deja abierta otra posibilidad capaz de transformarla en catastrofe, cuando, carente de formaciones que absorban sus extravios, improcesables para la psique, el sistema de referencias amenaza lo esencial de la relacién de la estruc- 247 tura con la alteridad que la habita desde adentro o que la cuestiona desde afuera. Todas estas operaciones se cumplen sélo con ayuda de una fuerza de atraceién, de investidura, de investigacién, de apego: la pulsin. De abi que la pulsién no se oponga para nada a todo aquello con que se ha querido reemplazarla: relacién de objeto, nareisismo, objeto-fuente, interaccién y vaya a saber cudntas cosas més. La pulsién porta consigo voeacién de crear lazo con el objeto, lazo que se revela constituido en la falta de este o cuando se encuentra con 41, segtin modalidades diferentes en cada caso. Que des- pués se las arregle sustituyendo la meta o el objeto, o que también se sensibilice ante las respuestas de este ultimo, el hecho es que la pulsién sigue siendo la tinica conceptuali- zacién que permite entender la salida hacia otro lugar de tensiones que tienen por teatro al organismo. La pulsién ‘busca encontrarse eon «algor concebido como parte de si pero situado fuera de si, que debe ser reconocido e incorpo- rado (dos funciones que pueden disociarse pero que sin em- bargo remiten una a la otra). Ese encuentro permitiré que se realice una unidad temporaria, estado que serviré de mo- delo promovido a Ta funcién de ser reencontrado en futuras ‘experiencias de satisfaccién. El reconocimiento del otro-se~ mejanto responde a una expectativa que permite descubrir- se a s{ mismo. Ahi es donde resulta capital designar a la se- xualidad como funcién aparte en el viviente humano, de- Dido a que, de entre todas las funciones biol6gicas, s6lo ella subraya la incompletud del individuo y la plenitud reciente surgida de la satisfaccién donde se cumple la unién con el objeto. Individuo es porque no se lo puede dividir, pero eso no quiere decir que sea «Uno», ya que sélo lo seré verdadera- ‘mente cuando se acople con el otro-semejante, otro sexuado con quien se uniré para dividirse antes de dar nacimiento al en el sentido fen que el término implica induecién a actuar. Por ende, la represién debe oponerle a la potencia expresiva pulsional, tanto como a su exigencia de realizacién, una contrafuerza adversa La represidn no es asimilable, pues, a una simple actividad de negacién, sino que necesita ser considerada desde el dangulo de la contrainvestidura de la fuerza y dela investidura del sentido {Debe reexaminarse la naturaleza de esas mociones a reprimir o a suprimir? Cobran sentido sélo en funcién de la promaturacién en la organizacién psiquica humana. Por eso ya hablamos en estas mismas paginas de la necesidad de amor presente en los albores de la vida. Esa misma nece- sidad de amor a la que nunea seré posible responder en for- ~ ma perfectamente adecuada, esa misma necesidad de amor siempre a la espera de una satisfaccién absoluta y definitiva que puede ser causante de los mas devastadores desbordes afectivos. Por otra parte, si insistimos en los vinculos exis- tentes entre el amor y el placer, como también en el conilicto ligado al deseo de someter al objeto puesto al servicio de ese placer, ode inclinarse ante los efectos no concordantes de su propio deseo con sus exigencias de placer singulares, resul- ta tan pavoroso como inevitable imaginar las dificultades creadas por la situacién cuando se piensa que el psiquismo inconsciente puede reflotar ese pasado en apariencia supe- ado pero que vuelve a vivir en la forma del presente més gravoso, La importancia que el pensamiento psicoanalitico hha empezado a otorgar a la destructividad viene a compli- car la dinémica conflietiva y sin duda a invitarnos a la pru- dencia frente a todo aquelio que sea capaz de reactivarla. Porque la destructividad brota de una doble vertiente: est vinculada a la autoincitacién de la excitacién pulsional y con el freno que le impone la frustracién. Esta situacién, que amenaza desembocar en un caos desorganizador, exige una regulacién que la torne menos vulnerable a los avata- res de la esfera pulsional y al orden del inconsciente. Que el yo resultante se reparta entre las tareas contradictorias de un control (relative) de la actividad pulsional y de su satis- faccién més completa posible, que Ia intersubjetividad lo ponga en una red de relaciones de captura ligadas a efectos de identificacién especular, nos permite medir las tensiones opuestas inherentes a las Iabores con que se enfrenta este ‘yo. Probablemente sea en nombre de esa misma intersubje- tividad, convertida en instancia intrapsiquica, por lo que el suuperyé viene en socorro de esos mecanismos a la vez. yugu- ladores y protectores sin que jamds pueda trazarse una li- nea demareatoria lo suficientemente neta entre lo que es srazonable» limitar y aquello que para otra mirada pueda resultar una opresién intolerable. En este punto se me podra reprochar que repito dema- siado el pensamiento de Freud. Tengo plena conciencia de ello, Pero no lo hago ni por ortodoxia ni por sumision a la teorfa freudiana, sino porque me parece que este conjunto de hipétesis clementales representa un zécalo minimo del que es muy dificil prescindir si queremos definir los paré- ‘metros que constituyen la concepcién psicoanalitica del psi- quismo. Es posible que los adherentes a algunos subconjun- tos de la teoria psicoanalitica (kleinianos, lacanianos, ete.) 263 tengan diversas razones para discutir mis afirmaciones. La de entender, por ejemplo, que no di suficiente espacio a las angustias primitivas del bebé; o que no acentué debidamen- te el juego de interacciones entre madre e hijo; o que no va- loricé la relacién del sujeto con el significante, ete. Es impo- sible reunir todos estos enfoques divergentes en una tinica ‘concepeién. Ahora bien, ghay que hacerlo a cualquier pre- cio? Me importa precisar aquello que para mf es esencial, aceptando que para otros no To sea y que ubiquen en otro lugar aquello que les parece desempeftar ese rol. ‘Sin pretender transponer esas limitaciones, voy a con- cluir recordando algunas hipétesis, para m{ indispensables, surgidas de una reflexién basada en datos posfreudianos. De algunas herramientas tedricas posfreudianas En primer hugar, insisto en la necesidad de no perder nunca de vista la perspectiva de la triangulacién, Es decir ‘que, como todo ser humano nace de la unin de otros dos de quienes est separado por la diferencia generacional y que a su ver estén separados entre sf por la diferencia de sexos, esta doble diferencia esta en el origen de una definicién de la subjetividad en términos triangulares e implica superar ‘una perspectiva ontogenctica de esquema desarrollista que pricriza la relacién dual madre-hijo como fundamento del psiquismo. A cambio de ese modo de pensar, preferiria la terceridad defendida por C. S. Peirce, y cuyas aplicaciones al psicoandlisis me parecen ser innegablemente fecundas.!° Enel transcurso, no pudimos evitar encontrarnos con la palabra sujeto, sin duda uno de los puntos més importantes para caracterizar Ia causalidad psfquica con relacién a otras causalidades. No s6lo la de los neurobidlogos que la dejan de lado, sino también de algunos aspectos del pensamiento socioantropolégico de inspiracién estructuralista. Digamos solamente que si bien una nocién como esta sigue siendo ‘algo imprecisa en psicoanslisis, parece que aqui se abre un, 10Véase -Du tiers & la teredtés, en Le Prychanalyse, questions pour de ‘main, Monographie de la Société Peychanalytique de Paris, Paris: FUR, 1990. 264 ‘amplio debate. Como se sabe, Freud usa el término sujeto ‘en forma bastante vaga y sin verdadero soporte teérico, En cambio, en el pensamiento de Lacan el sujeto cumple un papel central. Si enumeréramos todos los términos que supuestamente complementan el concepto de yo, cuyas falencias son notorias, tal vez estuviera permitido invocar laexistencia de una linea «subjetalr (i, sf, persona, ete.) que haga pareja con la denominada fancién objetal. Pero por el momento limitémonos a sefialar que, en psicoandlisis, sub- jetalidad e intencionalidad van de la mano y seguramente también en otras disciplinas. Sujeto, intencionalidad y sen- tido estén vineulados entre sf, pero con ejes tebricos espect- ficos del psicoandlisis donde las dimensiones de amor y des- ‘tructividad tienen valor de referentes. La estructura psfquiea humana fundamental resulta de Ja conjuneién de dos puntos de vista que remiten el uno al ‘otro. Punto de vista intrapsiquico concerniente al conjunto de transformaciones nacidas de las interferencias naturales y culturales, como fundamento de la causalidad psiquica fen su especificidad. Por decirlo en otros términos: el psiquis- mo es producto de la transformacién de coacciones que to- dos conocemos debido a la forma en que estamos hechos, na- tural y culturalmente. Como complemento de esta perspec- tiva, para definir el psiquismo debemos considerar la di mensién intersubjetiva. Digo intersubjetiva y no intera ‘va interpersonal precisamente porque se trata de relacién entre sujetos. Acabamos de decir que esa relacién siempre debe encararse desde el punto de vista de la terceridad, pero ‘ahora es esencial dejar bien asentado que la perspectiva de In relacién entre un sujeto y su otro, el objeto (relacién ala cual conviene agregarle la del otro con un otro del objeto, que no es el sujeto) esté en el fundamento de un desarrollo de la causalidad psiquica vinculado al punto de vista intra- psiquico. Esto podria entenderse como punto de partida de Ja causalidad cultural, en tanto podemos considerar que to- do grupo empieza reuniendo a tres individuos, implicita 0 explicitamente, de modo tal que, més allé del sujeto, encon- traremos una pareja de otros, separados por la diferencia de sexos. En el fondo, es una manera de devolver la reflexién a las relaciones entre narcisismo y objetalidad. Sin embargo, relaciones intrapsiquicas y relaciones intersubjetivas estén ambas ubicadas bajo determinaciones conflictivas, y donde 265 <1 contlicto iltimo opone, si no pulsiones de vida y pulsiones de muerte, que estin sujetas a caucidn, al menos procesos de ligazén y desligazén o proyectos de creacién y destruc- ion, ‘Apertura a la clinica Habra podido notarse, 0 al menos asf espero, el foso ‘que separa a la causalidad natural de Ia causalidad psiqui- ca. Yi bien la causalidad cultural parece menos distante en cuanto a iluminar el psiquismo, serfan innegables las im- portantes diferencias que todavia siguen dividiendo a los psicoanalistas y a los antropélogos mas sensibles a las tesis psicoanalitieas. Porque, si hemos ubicado a la naturaleza y la cultura en las fronteras de la causalidad psfquica, no por ello consideramos equivalente y simétrico el peso de sus respectivas determinaciones. Y si bien estas restricciones todavia son dificiles de evaluar, de todas maneras debemos hacer notar que la medicién proveniente del orden cultu- ral, portadora de los valores ya citados —sujeto, intenciona- lidad, sentido— permite adivinar con mayor facilidad los efectos de su intervencién, mientras que, en lo relativo a la causalidad natural, pocos elementos —mas allé de las ase- veraciones de algunos neurobiélogos— permiten captar en forma convincente su accionar preciso. Para nosotros era importante abrir el juego de preguntas y dejar constancia de las respuestas, de unos y otros, a problemas que nos son comunes, todo ello sin olvidarnos de situar las especificida- des correspondientes. Ahora bien, gsabemos qué es la cau- salidad psfquica huego de un interrogante de tal magnitud? ‘Nada es menos seguro, pero no obstante convengamos en ‘que la interrogacién a su respecto se modifies. Es de esperar que seamos mas conscientes de los pardmetros a considerar, yy también mas conscientes de las importantes lagunas que nos resta colmar. Si el lector se convencié de lo que el psi- quismo no es ni podria ser como las disciplinas ajenas a él tratan de presentérselo para adecuarlo més a sus posibili- dades de anexarlo, habremos aleanzado parcialmente nues- tro objetivo, La contribueién del psicoandlisis al esclareci- miento de los problemas planteados por el psiquismo es hoy 266 insoslayable, y ningtin otro pensamiento puede aspirar a cubrir ese abanico de cuestiones y a la ver dar cuenta de él en forma tan detallada y coherente. Contrariamente a la afirmacién actual de que el psico- andlisis pertenece ya a la cultura y a la ciencia, seguiré sos- teniendo que una impresién de esa naturaleza tiene visos de espejismo, Freud sigue oliendo a azufre. Otros, después de él, supieron encontrar, mediante las correcciones hechas a la teoria freudiana, los acentos que encandilan y conven- cen al publico de los intelectuales y cientificos. Pero todo eso es flor de un dia. La concepeién del hombre desarrollada por ese médico de Viena tiene algo que hiere en lo mas profun- do a los pensadores de la cultura occidental, En cuanto a la ciencia, siempre anda en busca de pureza, de esa pureza cu- yo modo de expresién es el intelecto y que no armoniza con ‘otros aspectos del psiquismo, La ciencia es sin duda admi- rable en su esfuerzo de descentramiento subjetivo. Bl sujeto ‘cognoscente logra escindirse de su objeto de investigacion yy procede en é1 mismo a un desdoblamiento que le permite aplicar su poder reflexivo a un campo exterior al propio, dndose asi la posibilidad de utilizar para ello sélo los me- dios por los cuales verificar que el producto de su conoci ‘miento no se limita a su mera intervencién y que puede, con derecho, pasar a ser propiedad de cualquiera que reconozca la validez de su proceder. Al actuar de esa forma, el sujeto ‘cognoscente se separa de esa otra parte de la psique que jgnora Ia contingencia y transporta con ella, a todos lados, las exigencias de una voluntad inconsciente. Pero cuando el objeto de conocimiento es el sujeto mismo, el pleno reco- nocimiento de lo que él es exige un desdoblamiento de otra indole. Eso quiere decir que, en un primer momento, los dos, aspectos recién descriptos deben ser reunidos e incluidos en la investigacién. Aqui no se acepta ninguna seleccién so pena de falsear la imagen de la problematica en euestiGn, ‘que apunta a examinar las relaciones del conjunto psiquico considerado. Diferido, el desdoblamiento entraré en juego al ponerse en correlacién el poder de autoinvestigarse con el poder de investigar correspondiente a otro—el analista— que no se investigaria a sf mismo sino centrandose en dilu cidar el funcionamiento del sujeto que se dirige a él y las consecuencias que se ve obligado a sufrir por tal motivo. En- tonces si van a aparecer las huellas del funcionamiento an- 267 terior al descentramiento que el discurso de la subjetividad, autocentrado con mayor o menor fuerza, deja expresarse. Designando a Marx y a Freud como sus maestros, Clau- de Lévi-Strauss afirma haber aprendido de ellos que «la funcién préctica esencial de Ia conciencia es mentirse a si mismar. Admitamos que asi sea, 2pero por qué motivo? Si hay mentira, es para esconder 0 esconderse algo, pero de nuevo, Zqué cosa? Ahi esta lo que Lévi-Strauss se cuida mu- cho de dar a conocer. No basta con denunciar la mentira, porque a la mentira no siempre le responde la verdad. Una ‘mentira puede ocultar otra mentira, y esa mentira nueva no serd reconocida como tal. Su naturaleza embustera quedaré ‘oculta por la mascara de la ilusién, Destino este del que no escaparon ni los descendientes de Marx ni los de Freud. /Por lo tanto, en el origen de la eausalidad psiquica hay una verdad velada, deformada, en el mejor de los casos des- conocida y en tiltima instancia recubierta por una concep- cidn més grata de pensar, que se defendera con wias y dien- tes para no cederle espacio a eso que ella misma recubre. Entonces qué autoriza a reivindicar ese lugar para el psicoandlisis? El psicoandlisis es el descubrimiento de un médica, de un terapeuta que mir6 con nuevos ojos un mal que, poniéndolo en perspectiva, pudo ser interpretado como ‘un mal social: la histeria, aun euando sus formas actuales (ahora que las condiciones sociales han variado) revelen uuna relativa autonomia respecto del estado de la sociedad, De hecho, se trata de un mal ontolégieo. ¥ que sin duda no 8 el tinico, pero sf el que logré movilizar la atencién, al me- ‘nos en su momento. En époeas posteriores, fue reemplazado por otros males que plantean problemas no menos compli- cados: la droga, la violencia, el sida. Eso es lo que se va repi- tiendo, pero, en estos asuntos, los especialistas han perdido la brijula, No sélo no se ponen de acuerdo acerea de lo que conviene hacer, sino que muchas veces confiesan no saber qué pensar. Apuntemos de paso que los analistas distan de acudir a la cita, admitiendo sentirse desbordados. De todas maneras, y aun cuando fuerce los limites del modelo médico demostrando la inconveniencia de aplicarlo a fenémenos que son de su competencia, el origen terapéu- tico del psicoandlisis iba a tener consecuencias de conside- rable importancia. A partir de ese momento queds claro que hacia su entrada en epistemologia la mirada clinica, El fe- 268 némeno de la locura —con su espectro agitado por la his- teria—no podia quedar circunscripto a los limites del «asi- lo». Ya no se trataba de «locos» encerrados y de «cuerdos» en, libertad. Basta con pensar por un instante en el itinerario de M. Foucault: Historia de la locura, Nacimiento de la clf- nica, Las palabras y las cosas, Arquelogta del saber, Vigilar ‘y castigar, Historia de la sexualidad, para darnos cuenta de ‘que se trata de una obra programética. Que quien para mu- chos fue el fildsofo mas destacado de su época haya elegido ‘esos temas —al margen de las razones personales que pue- dan haber guiado su decisién— me parece un indicio de la entrada en epistemologia de la mirada clinica como for- ma fundamental de andlisis, con la locura como objeto de aplicacién privilegiado, hasta desembocar en el caso de segregacién més generalizado, cuyas relaciones se busca- ‘rén en el terreno de précticas discursivas donde anudan sus efectos sexualidad, represién e inconseiente. Y sin embargo, pese a la discrecién de sus declaraciones, la obra de Fou- cault revelard la hostilidad de su autor con respecto al psico- anélisis. B] también fue de aquellos que se empefiaron en promover un pensamiento sin ineonsciente ni resto. Aun reconociendo la verdad de los problemas planteados por el psicoandlisis, era indispensable encontrarles otras respues- tas a cualquier precio. En resumen, hubo mutacin de la clinica, promovida al ‘rango de concepto, defensa contra la locura en todos, y por uiltimo una oscura conciencia de que la atencién no es sélo para los senfermos». Cada cual se atiende como puede a tra- ‘v6’ de lo que hace. Asi analicemos sentados detras de un di- -vén, preseribamos antidotos, nos dediquemos al estudio de jégenes Laercio 0 al de los bosones y quarks, se trata siem- pre del mismo combate terapéutico, ignorado. El psicoans- lisis habia operado la gran mutacién mucho tiempo antes. A partir del concepto de inconsciente, la frontera entre nor- mal y patoldgico se iba haciendo cada vez més difusa. Cl- nica quiere decir «en la cabecera del enfermo». En el terre- no que nos interesa, clinica significa «en el divan del psico- analizantes. Transcurrida la hora, se abandona el divan, se vuelve al mundo y el eriterio de enfermedad deja de ser per- tinente, 269 ‘Verdad histérica y realidad psiquica Esa mirada clinica donde reconocemos la especificidad del psicoandlisis debe a su vez ser reconocida en forma mas precisa. Esa mirada conciemne a la idea que el psicoanalis- tase hace de la verdad. La verdad, para el psicoanalista, es plural. No diseminada o ilimitada en cuanto al nimero, sino plural, y plural por ser mas de una: historica y material. Esa distincién, que casi no fue tomada por la epistemologia, instituye e! lugar de la memoria en el enfoque de la verdad. Por rigurosa 0 exacta que sea la aprehensién de esa verdad, enel espacio psiquico llevara siempre sus huellas—a modo de lo que fue considerado como verdadero—, huellas que fueron recibidas y admitidas como tales en perfodos ante- riores dela historia del sujeto. En esto la historia individual sigue el mismo modelo que las sociedades. Pero en lugar de concebirlo a modo de jerarquia escalonada, es més conve- niente imaginar esas relaciones en términos de oposicidn. Es que las denominadas verdades histéricas no conciernen tanto al saber de épocas anteriores como a los modos de pen- samiento del aparato psiquico durante los primeros tramos de su recorrido. Esas verdades pertenecen a la historia por- que no desaparecen nunca los impactos de la realidad del ‘mismo nombre (histérica) que Freud lama también reali- dad psiquica (por oposicién a realidad material). El golpe de fuerza a que procedle Freud consistié en invertir el orden de los factores reconocides por Ia filosofia. Por lo comtin, segin las tesis de los filésofos, el acceso a la realidad externa o ma- terial debe asegurarse cueste lo que eueste. Lo imaginario que se yerga en su camino no obstaculizard por mucho tiem- po la adecuacién entre el pensamiento y lo real; al fin de cuentas seré superado y vencido hasta disiparse como nic~ bla matutina. Tanto la fuerza como la duracién de la resis- tencia que oponga serén valedoras del triunfo de la reali- dad. Mejor dicho: no hay més que una realidad y una ver- dad, Porque esos agentes que pretendfan enturbiarnos la visién, desaparecen como entidades distintas en cuanto la realidad da sus pruebas. No sélo se celebra una victoria del pensamiento, una victoria de la realidad sobre lo imagina- Tio, lo cual al menos tendria el mérito de reconocer la exis- tencia de dos adversaries en lucha: el triunfo de lo real y del ‘método que asegura el conocimiento de este vuelve mas tar- 270 de inexistente lo que no estaba en los conceptos relativos a su existencia. En adelante, Ia eoncepcién del psiquismo en, su conjunto se dispensaré de la més minima tarea de expli- car las relaciones entre lo real racional y toda otra forma de racionalidad, por no hablar de irracionalidad. Pero para Freud se trata de todo lo contrario: la tinica realidad en que creemos es esa realidad que 61 denomina psiquica, fundada histéricamente, nunea superada del todo ni tampoco defini- tivamente vencida. Esa realidad, por necesidad y en salva- guarda del individuo, es suplantada por la realidad externa. Pero todo indica que sigue estando a, esperando el mo- mento de tomarse revancha en cuanto se presente la oca- sién, porque nunea se abandonan por completo los anhelos de In infancia y cada uno de nosotros lleva a cuestas, sin sa- berlo, la totalidad de su historia, No es que no lo sepa, sino que no puede prever todas las circunstancias en que, aun a pesar suyo, saldré a la superficie, mucho mas en acto que ‘en pensamiento, la infancia herida. Porque la historia més profunda, esa que nunca se olvida, esa que nunca se supera, ‘es la historia de nuestros deseos, anclados en las pulsiones ¥ que impregnan nuestro pensamiento. Es visible que, para Freud, la diferencia no sélo reside en la reversién del orden, de preeminencias a favor de la realidad psiquica, sino tam- bién en el reconocimiento de la conflictiva coexistencia de dos realidades que tienen que reconocerse mutuamente y vivir juntas. La realidad psfquiea nunca hace desaparecer a su otro, ya que incluso en las patologias mas graves la reali- dad exierna nunca es definitivamente eliminada. A partir de ahi, una teoria del psiquismo, una teoria dela causalidad psiquica requiere que se estudien las relaciones entre reali- dad psiquica y realidad material. De hecho, y tal como ya vimos, la invitacién a reconocer esa coexistencia es desbordada por la sensacién de que pre- valece la realidad psiquica. Eso no quiere decir que vivamos en un mundo que pueda darse el Iujo de negar la realidad externa, en cuyo caso el costo seria inmenso y muy escasas las posibilidades de supervivencia, No es ese el caso. Pero si estamos obligados a comprobar que una parte de nuestro psiquismo es capaz de vivir cierta experiencia de realidad, de hecho irreal, sin el més minimo cuestionamiento acerca de su existencia. Bl suefio nos lo muestra noche tras noche. Abolidos toda duda y todo grado de certidumbre a favor de an nuestra total conviecién de que el mundo con que sofiamos existe, constatamos forzosamente que nuestra investidura de la realidad psiquica es plena, entera, mientras que el lu- ar que ocupa en nosotros la realidad externa puede ser ob- jeto de interrogantes y cuestionamientos de los cuales la, filosofia se ha hecho eco ampliamente. De lo anterior se concluira que la Hamada realidad psiquica es aquella en la que creemos totalmente por estar tefida de nuestros de- seos y nuestras expectativas, que encuentran en ella algu- na forma de satisfaccién, mientras que la realidad externa, en ocasiones opuesta a la realizacién de nuestros deseos, despierta en nosotros una ereencia muy relativa, pero sin embargo inevitable para asegurarnos la supervivencia. No basta entonces con hablar de coexistencia ni tampoco de an- tagonismo. De hecho, la reflexién sobre la causalidad psi- quica nos ensefia la profunda intricacién de ambas realida- des. No es que se confundan —como puede ocurrir en cier- tas condiciones patolégicas— sino que, aun estando sepa- radas, ninguna de ellas es enteramente impermeable a la otra, y eso por muy deseable que sea para nuestra comodi- dad espiritual mantener cada uno de estos dos sectores per- fectamente estancos a la influencia del otro. Tal como vi- ‘mos, 1a causalidad «naturals, que se armé de toda 1a Logica racional proveniente de Ia teorfa de la informacién, choes con el problema de los deseos, las creencias y los valores, y ‘muchos légicos no encontraron otra solucién que la renega~ cién —eliminativista— de la existencia de todos ellos. EL climinativismo no seria a su vez eliminado para dar cabida al reconocimiento de la realidad psiquica? En cuanto ala in- terpretacién cultural, ya vimos que la introduecién de una mentalidad objetivista, representada por el pensamiento estructuralista, se esforz6 en reducir los componentes even- tualmente relacionables con el inconsciente o la realidad psiquica, por medio de los ritos y mitos de las sociedades sin escritura. Y si bien es posible encontrar material de con- troversia para determinar si lacuna del tratamiento de lo imaginario es la sociedad o el individuo, deberd convenirse que, a través de cada uno de sus miembros, la comunidad humana se reconoce en las creaciones de ese imaginario, las, considera esenciales y hasta puede poner su vida en juego. con el fin de defenderlas. Ninguna grilla sistemética ni nin- ‘guna codificacién plural darén cuenta del hecho de que gra- 272 cias a ese sector la vida cobra sentido y nos apegamos a ella. La presunta lucidez del pensador estructuralista esconde su ceguera voluntaria y su incapacidad para explicar aque- lo que nos arrima a la vida haciéndonos sentir que la vida vale la pena de ser vivida. No oponemos aqui sentimiento y andlisis, sélo indieamos que el andlisis del sentimiento que se nos presenta es endeble frente a las elaboraciones pro- ‘puestas por el psicoandlisis, por conjetural que este sea. En as sociedades que conocen la escritura, el papel invasor —fruto de las teenologias més avanzadas— del reinado de Ia imagen y lo imaginario nos impulsa a hacer una reflexion comparabie. Ante la realidad comunicada, vehiculada, di fandida y en algunos casos impuesta, creemos estar miran- do el mundo, pese a que en realidad no hacemos sino sonar con los ojos abiertos, cuando se presume que ese mundo nos, ces mostrado para que lo percibamos. La aprehensién de la doble realidad psfquica y material ‘modifica la concepeién que nos hacemos de la verdad. Reali- dad psiquica, realidad del solo mundo interno, capaz de ha- cer abstraccién del afuera, realidad histérica, de una histo- ria jamés perimida que pesa con toda su fuerza sobre nues- tra forma de aprehender el mundo y cuyo conflicto con la realidad externa nunea llega a su fin, De esas dos realida- des se desprenden dos verdades homélogas, en las cuales la verdad se define como teorizacién de la realidad: verdad his- torica y verdad material. Es cierto que la idea de una ver- dad material puede parecer demasiado ambiciosa. Su sola funcién es oponerse a la verdad histérica y anunciar que la verdad material de hoy seré la verdad histérica de mafiana. ‘No simplemente a causa del progreso del conocimiento, sino ‘porque la marcha del saber no se hace sin un cortejo de ideo- logias que, o bien se suceden contradiciéndose, o bien se en- frentan simulténeamente. Tal vez no debamos dejar de pre- guntarnos, sin abandonar el campo del saber riguroso, qué cosa refleja el orden de lo inaceptable dentro de la ideologia actual. Puede que estos desarrollos no sean suficientes para aclarar por completo el sentido de la revolucién epistemol6- gsica realizada por Freud. Mientras que la tradicién filoséfi- ca més constante traté primero de interrogar las relacio- nes del pensamiento con las categorias del mundo, yen mu- chos casos consigo misma, en algunas de sus elaboraciones 273, Froud procedié a la inversa. En primer lugar, decidi6 inte- rrogar las relaciones de la actividad psfquiea con aquello de lo cual depende, es decir, el objeto 0 el otro, cuya relacidn se ubiea bajo el signo de la necesidad y del placer. La posicion ‘eapital ocupada por el placer hizo pasar a segundo plano esa demareacién con respecto a la filosofia tradicional. En efec- +o, Freud interroga ante todo la relacién con el otro, previa- mente ala relacién con el mundo ocon el pensamiento. Esto da cuenta del més formidable golpe de fuerza del pensa- :iento psicoanalitico, que consistié en postular la anteriori- dad del juicio de atribucién por sobre el juicio de existencia. Esté claro que una reversion de tal naturaleza era posible s6lo por la posicién inicial del otro instaurado en ese lugar ‘bueno o malo, antes de decidirse si es existente o inexisten- te, En cuanto a las consecuencias que pueden extraerse del 4 priori del juicio de existencia, que en definitiva puede ex- tenderse hasta la interrogacién sobre la supervivencia del sujeto, Freud, bien consciente de esto, delega las tareas de supervivencia en el objeto y en el otro que todavia no existe come tal. Esto no significa considerarlo inexistente en ese tiempo porque lo asf transmitido por él es la propiedad mas valiosa del humano, sin la cual no podria establecerse el jui- cio de atribucién: In investidura, soporte de toda actividad psiquiea fundada en el ejercicio de las pulsiones, concepto +radieal previo a toda teorizacién de lo psiquico. De la representacién: especificidad de la concepcién psicoanalitica Hemos venido esforzandonos por bosquejar el cuadro més elocuente posible de esta realidad psfquiea sin la cual ninguna teoria de la realidad supera las aporias del mundo sofiado u objetivado ocultando esa doblez que esta se impo- ne «sin duda ni grado en la certeza». Con el concepto de rea- lidad psiquica se est expresando el poderio del inconscien- te, al mismo tiempo que se reubica en su propio universo el fundamento de la subjetividad. Digo el fundamento, no la ~ totalidad del campo. Ese suelo es la base donde se edificasd la subjetividad para lanzarse a otras conquistas sin por ello 274 desaparecer jamais, cualesquiera sean las realizaciones que haya permitido aleanzar la evolucién individual o eoleetiva. De ese modo se conjugan las ideas relativas al sujeto y ala intencionalidad, a la realidad psiquica y a la verdad histé- rica, que sélo cobran sentido con relacién a la existencia del inconsciente y a la investidura de todo lo que tiene valor para el psiquismo. Una mirada retrospectiva sobre los ori- genes del psicoanélisis y su estado actual permitira ob- servar que, pese al alto niimero de cambios registrados, ber- dura ciorta constancia a través de las transformaciones y el paso del tiempo. En efecto, desde que fue inventado, el psi- coandlisis halla en la clinica situaciones tan heterogéneas como las que subyacen en la conversién histérica, el pensa- miento obsesivo y la proyeccién alucinatoria. En la primera, el psiquismo fluye hacia el euerpo, no sin antes haber efec- ‘tuado ese misterioso salto a lo somético en el cual la simbo- lizacién conserva sus derechos. En el transcurso de las abse- siones, ese pensamiento que resulta invadido se sexualiza y se divide contra si mismo por la aguda conciencia del caréec- ter patol6gico de los sintomas. Con las alucinaciones, la per- cepcién, el lenguaje y el pensamiento abren horizontes has- ta hoy insospechaidos por la filosofia y cuya riqueza deberé esperar un andlisis sostenido durante afios. Tenemos enton- ‘ces dos extremos del psiquismo: de un lado el cuerpo y del, ‘otro el pensamiento, capaces ambos de ser investidos y colo- \dos por fantasmas a su vez fuertemente cargados de bido sexual. Esto nos muestra claramente que desde el prin- ipio no debemos perder de vista las transformaciones de Ia libido si queremos entender el sentido inconsciente de los sintomas, como también la necesidad de volver a recorrer los desplazamientos de lo que pertenece a la esfera psicose- xual en eonstante migracién, para comprobar que en nin- gin caso puede asignarsele una residencia fija. Hoy, a mas de cincuenta afios de la muerte de Freud, los datos se han ‘modificado pero en su esencia la base del problema sigue siendo la misma. Si quisiéramos definir en pocas palabras In evolucién del psicoandlisis a partir de 1939, tal como se hhizo en muchas otras oportunidades, podriamos enfatizar la ‘evolucion de la teoria en diversas direcciones. De hecho, ha- bria que senalar el constante esfuerzo del psicoanalista ac- tual por extender el campo de la préctica psicoanalitica con 275 el fin de penetrar justamente ahi donde se detenia la mi da del psicoanalista de ayer: ante el umbral de ciertos terios. Por mi parte, destacaré dos terrenos favorecidos por el progreso de los conocimientos psicoanaliticos. El primero ‘corresponde a la denominada patologia psicosomatica. Esta ‘ver ya no se trata del terreno limitado de la conversién don- de, por via de fantasmas inconscientes, pueden encontrarse Jas estructuras de un cuerpo imaginario que libra su seereto través de la interpretacién, sino de un tipo de organiza- cidn mental de gran singularidad que fue descripta por la Escuela psicosomética de Paris conducida por Pierre Marty. ‘Aun siendo controvertida y criticada, dicha teorfa logré constituir una base de reflexién hoy insoslayable donde en el funcionamiento psfquico aparecen singularidades muy diferentes de las estructuras con que por lo comtin trabaja el psicoanalista. Entre el psiquismo y el soma se han venido a insertar entidades nuevas como lo son las neurosis del com- portamiento, y a desplegarse desordenes desconocidos de la vida psiquica (vida operatoria, depresin esencial, desorga- nizacién progresiva) que merecen la reflexién de todo aquel que quiera entender las relaciones entre la organizacién so- matica y lo que Marty denomina mentalizacién. De todas maneras, seitalemos que, para el autor, el fondo mismo de esta ultima estaba constituido por la actividad represen- tativ El otro gran terreno de extensién del psicoandlisis es el de la psicosis. Bs sabido que las exploraciones de Freud en esa direccién fueron escasas, pese a algunos textos funda- mentales que hoy han dejado de satisfacer plenamente nuestra curiosidad, Examinar los trabajos de los psicoana- listas por el lado de la psicosis obliga a admitir algunas re- servas. Nadie pretenderia confundir pacientes que han sido objeto de trabajos psicoanaliticos en ese campo con psic cos graves para quienes, por desgracia, hasta ahora no exis- te otro recurso que la artilleria pesada de la psiquiatria. Y eso, aun considerando ciertos trabajos de Harold Searles sobre experiencias terapéuticas extraordinarias en pa- cientes hospitalizados en instituciones y con perfil muy si- milar a los pacientes internados en hospitales psiquidtricos, ‘Sin embargo, pese a admitir diferencias entre la mayor par te de los que recibieron tratamiento analitico y loa asilados, 276 psicoanalistas como W. R. Bion, H. Rosenfeld, H. Searles, P.C, Racamier, abrieron brechas notables. La teorizacién de Bion, que prolonga las ideas de M. Klein y de Freud, se cen- tra en el papel que juega el pensamiento en las organizacio- nes psicéticas, Como se ve, sigue presente la misma bipola- rridad ya citada: por un lado el soma, y por otro el pensa- miento. Si aesto le agregamos los estudios sobre casos Ii te, donde Ia literatura esta dominada por los trabajos de Winnicott, se completa el cuadro recién descripto, El autor inglés subraya sus diferencias con el tipo de pensamiento psicoanalitico de los tiempos de Freud y con las concepcio- nes contemporaneas, donde la evolucién de las ideas va acompafada de cierta continuidad pese a las variaciones propias de cada teorfa, Se percibe entonces la importancia que ha de cobrar la simbolizacién, protagonista indiscutible del pensamiento de Winnieott y que encontramos con dis- tintas formas en otros autores (Lacan). ‘Vemos asi que la extensién del campo psicoanalitico enriquecié la teoria pero que, en cambio, la heterogeneidad ‘que aporté puede Hlevar a preguntarse cudl es el fundamen- to comin. Todo esto equivale a preguntarse cual es el cora- zn de la experiencia analitica y cémo concebir las rela- ciones existentes entre esa supuesta centralidad y sus pro- Jongamientos en diveras direcciones. Pero también significa examinar en forma indirecta la finalidad de la cura analiti- cay, mds allé, del psicoandlisis al margen del encuadre. En mi opinién, es alrededor de un feliz. encuentro entre 1 modelo del encuadre analitico y el propuesto por Freud para explicar la psicologia de los procesos onsricos, como puede imaginarse una satisfactoria adecuacién entre la in- dicacién de anslisis y el método destinado a abrirle cauce al trabajo analitieo. Ya mostré en otro lugar que esa situacién, ideal tendia a ocultar los problemas planteados por cierto numero de satelizaciones. Asi, hoy sabemos que en lo con cerniente al suefo existen en el durmiente tipos de activi- dad psiquica que no obedecen al modelo de este. Si bien el sueiio de angustia todavia puede reducirse a la érbita de lo que describis Freud, la pesadilla de ninguna manera puede entrar en el mismo caso. De igual modo, durante el reposo tienen lugar otros aspectos (suefio blanco, sonambulismo, terrores nocturnos, ete.) que distan de autorizar el mismo trabajo de elaboracién psiquica que aquel que interviene en 207 el sueio, lo cual no podria dejar intacto al conjunto de la es- ‘tructura psiquica. De ese modo se hace patente el paralelis- mo entre los desbordamientos del espacio onirieo y el ob- servado en estructuras no neuréticas y que exigen acondi- cionamientos apropiados del encuadre. Tampoco en estos ‘iltimos casos est dicho que sea imposible algiin tipo de tra- bajo analitico, por més que hiciera falta renuneiar a la pu- reza de la cura clasica, En aquellos casos donde el andiisis puede realizarse sin variar el encuadre, la técnica de la in- terpretacin introduce modes de pensamiento que dan es- pacio al destino de las pulsiones destructivas, las cuales estan lejos de limitarse a las expresiones ordinarias de la agtesividad. Interpretar no es solamente dar un sentido, también puede implicar contraponerse a la amenaza que pesa sobre el acto de significar y sobre el pensamiento que lo sustenta, ‘Sin embargo, me parece que nos hemos acercado al cora~ z6n de la experiencia psicoanalitica. La referencia al suenio nos remite a la estructura del inconsciente. Asi como Freud sostuvo que el inconsciente esté constituido tinicamente por representaciones de cosa o de objeto, por las primeras inves- tiduras, que en cierto modo son las tinicas verdaderas, de igual forma puede decirse que, de entre todas las formacio- nes del inconsciente, el sueiio tendria el privilegio de asegu- rrarnos un mejor contacto con este. Ya en paginas anteriores abordamos el tema, planteado por Lacan, de las relaciones entre el inconsciente y el lenguaje; este punto atin exige grandes elaboraciones, aunque es improbable que lleguen a confirmar la hipétesis lacaniana, por interesante que sea, Pasando ahora a la cuestién de la cura, no nos costaré mu- cho reconocer que si, en forma anloga, buscamos descubrir ceudl es su eorazén usando el filtro de la experiencia transfe- rencial, serfa tentador hacerle jugar ese rol al fantasma in- consciente. El universo comtin a suefios y fantasmas es el de la representacién. Sin embargo, de Bion en adelante enten- dimos la necesidad de superar el plano de los fantasmas —asf sean los mas arcaicos— para tomar la plena medida de los pensamientos (pensamientos y aparato de pensar los pensamientos), Ya antes que este autor, Freud habia soste- nido que la funcién del lenguaje era hacer perceptibles los procesos de pensamiento, ¥ es asi como entramos de lieno en el plano de las representaciones de palabra. Todo nos in- 278 vita a buscar del lado de la representacién el nécleo més profundo de la experiencia psicoanalitica, al mismo tiempo {que se nos invita a una doble operacién de agrupamiento del mundo de las representaciones para dar cuenta del psi- quismo y, en forma opuesta, por obra del polimorfismo de la actividad representativa, a examinar sus relaciones segtin, ‘una teorizacion que deberia rechazar todo recurso a alguna esencia homogeneizante. Un cuadro asi es dibujado en fili- ‘grana por la teoria de Freud, pero todavia no se han reunido los elementos que lo constituyen en una visién nica. Recordemos ademas que la pulsién es descripta como concepto limite, como representante pstquico de excitaciones nacidas en el interior del cuerpo que llegan al psiquismo, y como una exigencia de trabajo impuesta a lo psiquico ‘en razén de su vineulo con lo corporal. Esta definicién tan- tas veces comentada debe, una vez més, ser utilizada para seftalar en ella: Ia intervencién de la nocién de representante psiquico, ‘que implica un trabajo del organismo por el que se traduce en la esfera propia del psiquismo una excitacién endosomé- tica y/o una demanda emanada del cuerpo; — Ia alusién al Gardcter dindmico («que Hega al psiquis- ‘mo») de la excitacién y/o de la demanda; — el cardeter de presién ejercida por dicho representante en busca de una solucién, es decir, de una satisfaccién espe- ada por Ia excitacién corporal; Ia nocién de trabajo, que implica la transformacién que debe aportarsele al estado interno en desequilibrio a través de los canales de la demanda, a las condiciones que gobier- nan la realidad y que remiten a una doble biparticién: intra- psiquica ¢ intersubjetiva, apuntalada sobre un modelo que retinedos psiquismos, con relacidn al objeto que puede apor- tar la satisfaccién. Se ve que el concepto de representacién es casi sinénimo del concepto de psiquismo. El psiquismo es el espacio en el, cual puede advenir lo representable. Como acabamos de ver, lo alli representado esta constituido por los mensajes legados del estado del cuerpo en busca de una satisfaccién que exige un objeto. En este punto es necesario aportar un matiz: aunque Freud definié la pulsién como representante psfquico, tam- 279 bién hablaré en otro lugar del representante psiquico de la pulsion, Una innegable oscuridad rodea el empleo de es- ta doble expresion. Propongo considerar que, con la deno- minacion de representante psiquico de la pulsién, Freud alude a la manera en que se manifiesta una exigencia pul- sional que todavia no fue sentida con una clara represen- tacién-meta, sino en forma incoativa, a manera de tensién, de ruptura de equilibrio, signos, todos estos, de una con- ‘macién que anima a la psique bajo las especies de algo que en contextos mejor diferenciados se lamaré deseo, En re- sumidas cuentas, se trataria de lo que oscuramente percibi- ‘mos en forma de estado deseante, sin que dispongamos aqui de la misma claridad y sin que la idea de lo deseado se pre- sente con nitidez cuando se evoca al representante-repre- sentacién, término que por lo demds los ingleses traducen ‘como representante videieo». Con lo cual existe una sensible diferencia. ‘Ahora hay que tomar en consideracién otro parametro y ese pardmetro es la representacién de cosa o de objeto. En ‘ese caso se trata de la huella mnémica dejada por una expe- riencia de satisfaecién anterior (incluso un fantasma retro- activo de esa misma experiencia) y donde el objeto que apor- t6 la satisfaccién recibié su inscripeién correlativa a esa ex- periencia referencial pasando asi a estar representado en el psiquismo. En cualquier experiencia ulterior que exija una satisfaccién que se hace esperar, se apelard a esa represen- tacién de cosa o de objeto ineonsciente como recordatorio de ‘una solucién ya obtenida, Asi, puede distinguirse en la psique el representante psiquico de la pulsién como primer bosquejo de un sujeto, y Ia representacion de cosa o de objeto como aquel bosquejo correspondiente al objeto antes de ser conocido como tal en estado separado. La cooptacién entre representantes pstquicos de la pul- sin y representaciones inconscientes de cosa 0 de objeto es Jo que constituye la matriz de simbolizacién constitutiva del inconsciente. Mas adelante, y gracias a una ulterior elabo- rracidn, esa cooptacién podra escindirse en representante-re- presentacién (€] contenido ideico de los fildsofos) y afecto, ‘afecto desprovisto de cualidades en el ineonseiente y que en ‘ese nivel se manifiesta sobre todo como intensidad de inves- tidura. 280 Una vez arribados al campo de la conciencia, vemos en- contrarse en é1 otras dos formas de representaciGn: la repre- sentacién de cosa.o de objeto consciente, asociada a las repre- sentaciones de palabra que le corresponden. Sin embargo, ¥ tal como ya dijimos, en ese nivel existe un orden propio de las representaciones de palabra, segxin nos lo indica eual- quier reflexién sobre el lenguaje. Finalmente, en sus rela- ciones con lo real, los principales referentes a examinar son Ja percepeién y la accion, ‘Aparece entonces claramente ante nosotros que, dados sus dos aspectos consciente e inconsciente, la representa- ci6n de cosa juega un rol privilegiado entre pulsign y len- gua. El afecto por el lado de la pulsién, y el pensamiento por al lado del lenguaje, acreeientan las relaciones entre los ‘componentes e intensifican las capacidades elaborativas de estos. ‘Proponemos englobar desde el dngulo de la actividad representativa algunos elementos de esta descripcién en principio no clasicamente incluidos. As{ ocurre con el afecto consciente e inconsciente que sugerimos llamar represen: tante-afecto (de la pulsién). El afecto seria ese resto pulsio- nal que en sentido estricto la representacién no podria redu- cir. Igualmente estamos encaminados a hacer que tanto la percepcién come la accién ingresen en el mismo marco re presentativo con la denominacién de representantes de la realidad. La representacién de la realidad es un sistema complejo que hasta el momento no fue suficientemente es- tudiado por los psicoanalistas, Parece ser clara la necesidad de agregar a nuestras observaciones precedentes el rol del Juicio y la parte del lenguaje que interviene en el proceso. Sogiin puede apreciarse, cabe proponer un esquema coherente que permita considerar a la representacién co- ‘mo un proceso caracteristico del psiquismo, que a su vez da cuenta de las varindas formas en que este se presenta y se inscribe en estructuras diferenciadas. El aspecto esencial {que le confiere su valor conceptual es la innegable media: cin que implica su intervencién. ‘Ahora bien, Ze6mo dar cuenta de tales variaciones? Ese trabajo de elaboracién seria imposible si antes no supusié- ramos la existencia de zonas fronterizas, verdaderos espa- cios de elaboracién que separan territorios donde el trabajo 281 psiquico se efectia siguiendo normas diferentes. Los tres tipos de frontera que deben examinarse son: 1. La frontera somatopsfquica entre soma y psiquismo inconsciente. Es la que deben atravesar las excitaciones en- dosométicas para manifestarse psiquicamente: son las pul- siones. 2, La frontera del preconsciente que separa al psiquismo consciente del psiquismo inconsciente, La Escuela psicoso- matiea de Paris hizo un gran aporte mostréndonos la im- portancia de esta formacida cuyo funcionamiento perturba- do fue incriminado en aquellos estados donde se observan defectos de mentalizacién, quiero decir, una comunicacién deficiente entre inconsciente y consciente. 3, El paraexcitaciones, que constituye la frontera entre eladentro y el afuera, entre el yo y el no-yo, entre el indivi- duo y la realidad externa, Asi, puede considerarse que la to- talidad del psiquismo juega un papel de formacién-tapon. entre el soma yo real, y que la salvaguarda de la conciencia obliga a separarlo de un psiquismo inconsciente la mayor parte de las veces desconocido como tal y, en la medida deo posible, mantenido a distancia de los problemas que le toca resolver a la conciencia. Sin embargo, el paraexcitaciones no sélo es responsable de los errores ¢ ilusiones que puedan afectarla, ya que es también una de sus mas importantes fuentes de creatividad. Si ahora retornamos a la actividad psiquica inconscien- te, el lugar que asignamos al trabajo de la representacion nos obliga a considerar las regulaciones de las cuales ha de ser objeto en sus despliegues fantasmiéticos. Dejaremos de lado la intervencién de factores Hlegados de la realidad, y que Frend llamaba prueba de realidad, para atender sdlo a la regulacién de las producciones de lo imaginario. Aqui parece ser necesario invocar Ia existencia de cierto miimero de representaciones clave que Freud denominaba fantas- ‘mas originarios para dar cuenta de la forma en que se dis- ‘ribuia en el inconsciente 1a proliferacién lujuriosa de fan- tasmas. Tal vez convenga més hablar de una categorizacién localizada més bien en el preconsciente. Desde luego, hoy en~ fa ya no podemos seguir alinesindonos detras de esa teor zacién brindada por Freud, quien en esos fantasmas origi- 282 narios veia esquemas filogenéticos adquirides por herencia. Sin duda podria atribuirseles funciones de herencia social transmitida de generacién en generacién y perpetuadas de esa manera. Entre ¢s0s fantasmas originarios (seduccion, castracién, escona de relaciones sexuales entre los padres), Freud in- ‘luyé el complejo de Edipo. En nuestros dias, este tiltimo es foco de muchas controversias en cuyos detalles no vamos a entrar. Pero aun asi digamos que el complejo de Edipo, tal ‘como ahora se lo reconoce gracias a la influencia de Lacan, zo podria limitarse al perfodo de la historia infantil durante el cual se expresa en forma abierta. Es mejor tratarlo como tuna estructura, dado que el nifio entra en la vida en raz6n de haber nacido de padres cuya estructura personal tam- bién fue modelada por el propio complejo de Edipo de cada tuno de ellos, y que en particular comporta el deseo de hijo. Mas atin: el complejo de Edipo puede ser considerado un modelo, aquel por cuyo intermedio se expresan las conse- cuencias de relaciones nacidas de la doble diferencia entre ssexos y entre generaciones, tanto como entre deseo e iden- tiffcacion. Una mirada retrospectiva sobre las formas de represen- tacién nos revelaria que la actividad representativa es por- tadora de cualidades atinentes tanto a la diversidad como a Ia jerarquizaci6n, Esa diversidad hace que en el campo que le es propio se encuentren la representacién del cuerpo por referencia ala vida pulsional, la del mundo por representa- ibn de los objetos externos y de las consecuencias de inter- alizarlos, y por tiltimo la correspondiente «la relacién con el otro, otro semejante o diferente, por el hecho mismo del uso del Lenguaje que presupone su existencia. De ese modo, se hallan aqu{ reunidos tres érdenes diferentes cuyas formas heterogéneas exigen necesariamente una elaboracién de la psique y una posibilidad de poner en comunicacién di- ferentes modos de relacién del sujeto, Pero la necesidad de transformacién viene ante todo de ese fondo primero donde se arraiga la actividad psiquica, donde se establecen las vias de comunicacién entre el cuerpo y las primeras organi- zaciones sobre las cuales se edificarén las diferenciaciones psiquicas, gracias a los efectos combinados del desarrollo programado, la maduracién nacida de las interaceiones en- tre ese desarrollo y las relaciones de objeto, y por la ex- 283

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