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Capítulo Primero.

Los Fundamentos: La Base Romana y Bíblica.

1. La Iglesia Romana en el Imperio Romano.

Si bien cuando el Imperio Romano se encontraba gobernado por dos


capitales, Roma y Constantinopla, no presentaba los mismo grados de
uniformidad y fortaleza que en el pasado, la integridad, entendida como
institucionalidad y constitucionalidad, había sobrevivido. Es decir, la idea del
predominio de la ley era todavía un supuesto valido.

En base al predomino de la ley, la oficialización de la religión cristiana, en el siglo


V A.C., significó la consagración de la Iglesia de Roma como institución de
gobierno. El reconocimiento de una única religión otorgó unidad, en términos de
religión y de ideología, al Imperio. Así, el resultado de este proceso fue la legalidad
del dogma, o sea, se hizo institucional, en función de una estructura de derechos y
deberes, la relación entre Dios y los hombres.
La preponderancia de las leyes alcanzó también a la estructuración sobre la cual
se tradujo la Biblia del hebreo y el griego al latín. De esta forma, se acrecentó el
alcance y la influencia de los postulados bíblicos.

Como producto de este proceso, se comenzaron a robustecer las funciones y la


importancia del Papado. Las teorías que acompañaron el respaldo teórico de la
posición monárquica del papa prontamente se relacionaron con un carácter legal.
Se reconoció jurídicamente, de acuerdo con las tesis del papa León I, que el
máximo pontífice era el sucesor de los poderes y las funciones confiadas por
Jesucristo a Pedro. La sucesión hacia alusión a que el cargo, sobre la base de las
leyes romanas referentes a la herencia, era objetivo e independiente de la
persona, es decir, los poderes del papa eran exactamente los mismos que san
Pedro sin importar quien fuera el sucesor.
Se hacia la distinción explícita entre el cargo y la persona: la calificación personal
no importaría, lo único central era el cargo. Una vez que el papa era designado,
mediante un decreto legal, su condición era legítimamente obligatoria.
Una segunda consecuencia de los postulados de León I se conoció como potestas
jurisdictionis, lo que se refería a la capacidad del papa para promulgar leyes,
sancionando lo qué debía hacerse y lo qué no, aunque sólo en el terreno de lo
sacramental.

La iglesia, por su parte, no contaba con poderes propios (lo que se conocía como
ecclesia mihi comissa), sino que sólo obtenía atribuciones mediante la gestión del
papa. Según esta lógica, bajo la cual no existía ningún medio para privar de su
poder al papa, éste no podía ser juzgado por nadie, y por tanto no podía ser
depuesto. Así, se instauró la idea de que el papa era un Estado en si mismo,
porque contaba con el principio de soberanía. El papa, entonces, no podía ser
cuestionado, ya que, en función de su soberanía, era superior al resto.

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Los súbditos no podían juzgar sólo por el hecho de que no tenían nada que ver
con las funciones del papa, ni tampoco con la confianza que éste obtuvo para
alcanzar su puesto.
La implementación de la doctrina de san Pablo “lo que soy lo soy por la gracia de
Dios”, creó la idea de que el cristiano no tenia derecho a nada, y que lo llegará a
obtener era sólo por lo buena voluntad de Dios.

Dios había creado un orden celestial que debía emularse en la tierra. Esta idea de
orden se relacionó con jerarquía, en una lógica que visualizaba a Dios como el ser
supremo que representaba la unidad. La expresión de esta jerarquía en el mundo
terrenal se presentó como una derivación del poder desde este ser supremo,
haciendo una diferenciación de grados y rangos entre los distintos cargos, en
función de establecer una relación de dependencia de los puestos inferiores con
respecto a su directo superior.

2. Las Ideas Políticas de la Roma Imperial.

El Papado obtenía su poder en base a razonamientos abstractos de


fundamento religioso y bíblico amparados por la ley romana. Su “monarquía”
derivaba específicamente de los versículos de san Mateo: “y yo te digo a ti tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia (…). Yo te daré las llaves del
reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto
desatares en la tierra será desatados en los cielos”.
El poder imperial, en cambio, radicaba en el resultado de argumentaciones de tipo
históricas respaldas por elementos bíblicos. En este sentido, el monoteísmo que
caracteriza al cristianismo, reforzó la idea de que sólo debía existir un monarca
sobre la tierra, en función del supuesto de que sólo hay un Dios. La ideología
imperial era “un Dios, un Imperio, una Iglesia”.

El emperador, bajo esta lógica, se relacionó tanto con el poder real como el
sacerdotal. De esta forma, sus funciones, sus decretos, sus órdenes, y sus leyes
eran aceptados como si se tratara del mismo Dios quien las emite. Esto reflejaba
la calidad divina de las leyes y preceptos imperiales.
La superioridad del emperador se expresaba en que no debía rendir cuentas a
ningún mortal. Su función, según el principio de “la voluntad del príncipe”, se
centraba en mantener unificado el Imperio mediante la unidad de la fe.
El emperador, en términos reales y simbólicos, era el vicario del Pantocrátor
(Señor Omnipotente), al mismo tiempo que el Autocrátor (el Señor autónomo e
independiente de todo agente mortal).

Como conjugación del carácter dual del emperador, surgió el acto de la


coronación, mediante la cual se expresa, en términos simbólicos, el origen divino
del poder imperial, además de la designación del mismo emperador por Dios.

3. Surgimiento de las ideas Romanobíblicas.

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Paulatinamente las posiciones del Imperio y el Papado se hicieron
irreconciliables. Uno de los puntos de mayor tensión fue la definición de la entidad
bajo su mandato. Para el emperador, básicamente, el Imperio Romano se había
transformado al catolicismo. Mientras que para el papa esta misma unidad,
reflejada en la Iglesia, era el propio Imperio Romano.

En función del énfasis que el emperador cifraba en el carácter cristiano del


Imperio, el Papado comenzó a cuestionar las capacidades del poder civil para
lograr este objetivo. El centro de la disputa se relacionaba con la inteligibilidad del
cristianismo, o sea, quién se hallaba calificado para definir la doctrina, el propósito
y la finalidad de esta doctrina, el papa o el emperador. Se hallaba en litigio, en
definitiva, la última palabra con respecto a materias que afectasen de forma vital la
estructura del conjunto.
La Iglesia negó la autonomía del emperador sobre la base de que éste era sólo un
cristiano más sujeto a la ley papal. Además, el Papado defendió la idea de que el
poder del Imperio se limitaba sólo a la realización de los designios de Dios, es
decir, había recibido la “espada” para asegurar la aplicación del Cristianismo.
El fundamento central de la Iglesia, estructurado por el papa Gelasio I, radicaba en
que la autoridad de la institución católica era absoluta, o sea, no deben rendir
cuentas a nadie. Es más, los emperadores y reyes debían rendirles cuentas, ya
que su poder temporal había sido entregado por Dios. De lo anterior se desprende
que todo gobierno era una concesión de Dios. De esta forma, Gelasio invirtió el
principio de que los emperadores recibían directamente el poder de Dios,
ensalzando la influencia de la Iglesia como ente capaz de juzgar a lo emperadores
el día del Juicio Final.

Gelasio, además, instauró la noción de división del trabajo, estableciendo que no


existe dualidad entre el Imperio y la Iglesia. Al emperador correspondía todo lo
relacionado con las materias básicas y mundanas, mientras que el papa debía
encargarse de los ámbitos vinculados con lo divino. Bajo esta lógica, el gobierno
imperial no tenía derecho a emitir juicios acerca de la actuación del papa, quien se
encuentra por encima de todo control y jurisdicción terrenal.

Capítulo Segundo.
El Enfoque Occidental.

1.El Cesaroparismo Imperial.

El emperador Justiniano planteo, mediante la promulgación de una serie de


leyes, que el poder civil era supremo, ya que la condición de gobernante de éste
era, en base a la idea central del Cristianismo, de origen divino. Con respecto al
sacerdocio, se estableció que por el sólo hecho de ser romano el papa estaba bajo
la soberanía del emperador, y por tanto no podía poner en tela de juicio el accionar
del emperador.

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Ante esta situación desventajosa, el papa Gregorio I implementó su propia
estrategia política: de cierta forma, respetar la autoridad del emperador, y al mismo
tiempo construir, en lugares lejanos del alcance de Bizancio, futuros centros de
influencia. Así, se explica el fuerte predominio que la Iglesia ejerció en Europa
central durante la Edad Media.

El esfuerzo de Gregorio termino por unificar la región a través de ley romana.


Producto de este proceso las divisiones entre Occidente y Oriente se agudizaron.
El elemento que más contribuyo a que el Occidente se inclinara hacia Roma fue la
Biblia latina, ya que ésta contenía un número no menor de componentes de
dominación y gobierno.

2. Rey por la Gracia de Dios.

En base a los postulados de san Pablo (“no existe más poder que el de
Dios”, y “lo que soy, lo soy por lo gracia de Dios”), emergió la idea de gobierno
monárquico-teocrático que primo durante la Edad Media.

El título de rey por la gracia de Dios vino a destruir el principio que relacionaba al
monarca con su pueblo. Ya no serian los gobernados quien, de una u otra forma,
designaran al rey, sino que el poder descendería de los cielos, por la gracia de
Dios. Como bajo esta lógica el rey no tenía un derecho propio a gobernar,
tampoco el pueblo podía exigir al gobernante ningún acto determinado. La idea
central era que todo poder procedía de Dios a través del rey, quien, a su vez,
redistribuía este poder entre sus súbditos.
Como el rey era el vicario de Dios en la tierra, los gobernados no tenían derecho a
cuestionar sus órdenes: el rey estaba al margen y por encima del pueblo.

El ejerció de este tipo de dominación se basaba en la ley. A través de ésta, el rey


aseguraba el bienestar y la paz del reino que le había sido encomendado. Las
leyes, que regirían al pueblo, no eran elaboradas por ellos.

3. Fusión de las Ideas Romanas y Francas.

En la antigua Francia, de cierta forma, se acercaron, en el proceso en el


cual el gobernante era ungido por el papa, la Iglesia y el poder civil.
La ceremonia, cargada de simbolismo, centraba la atención en el hecho de que se
establecían lazos íntimos entre el rey y Dios. Este acto hacia visible cómo el rey
conseguía su potestad por la gracia divina.

Esto era en el fondo una estrategia del Papado que tenía dos objetivos. El primero
tenía relación con la exaltación de su función como representantes de lo divino en
la tierra, capaces de ser los intermediarios entre Dios y el rey. El segundo tiene
que ver con la elección de un determinado gobernante en función de conseguir un
potencial protector de la Iglesia romana.

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4. El Concepto de Europa.

La coronación del rey por parte del papa era un acto simbólico que
conllevaba dos nociones. En primer lugar, se entregaba al gobernante el cargo de
patricio. En segundo lugar, y en relación con la anterior, se establecía que el
emperador de los romanos debía ser romano, es decir, un seguidor de la Iglesia
romana. De esta forma, se garantizaba que sería Roma, y no Constantinopla, el
centro del Imperio, además, lo que es más importante, se salvaguardaba la
primacía de la Iglesia romana y del mismo Papado.

Con la consolidación de Europa como Occidente, mediante la designación de un


“emperador de los romanos”, la distancia entre esta región y Oriente se acrecentó.
Europa se perfiló, en base a la materialización de la cultura latinorromana en
términos religiosos, como una unidad distinta a Constantinopla, la cual desde este
momento ya no sería considerada europea.

Por otra parte, con el paso del tiempo, se redujo la tensión entre el Papado y el
emperador. La litúrgica ceremonia del ungimiento potenció y consolido la lógica del
“Rey por la gracia de Dios”. De esta forma, el rey quedaba resguardado por los
principios bíblicos, por lo que se hacia inaccesible para sus súbditos. Se
fomentaron simbolismos como el ungimiento y el trono para demostrar hasta qué
punto el rey se situaba a parte y por encima de la comunidad que Dios le había
encomendado.

A raíz de este resultado, la enorme influencia que alcanzó la Iglesia romana se


expresó en la preponderancia que su pensamiento político adquirió durante toda la
Edad Media.

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