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EL CAMBIANTE KARMA

por Daisaku Ikeda


Tr adu c i do p or E du ardo C i an c ag l i n i d e “ Unl o c k i n g t h e
m ys t e r i es o f bi r t h an d d ea t h : B u dd hi s m i n t h e c on t em por ar y
wor l d” , M a cD on al d & C o . , Londres , 1 988 , págs . 32 a 38 .

En 1984 se publicó un artículo periodístico en EE.UU. acerca de la


conmovedora historia de una pareja de ancianos de Connecticut que finalmente
habían llegado a la conclusión de que a su hija de 42 años, quien había
sobrevivido por décadas por medio de un respirador artificial, debía permitírsele
finalmente morir. Cuando contaba con tan sólo 17 años de edad, había contraído
una enfermedad incurable denominada “esclerosis cerebro-espinal múltiple” y,
desde entonces, había quedado postrada en cama. Alrededor de tres meses antes
de que su s padres tomaran la triste decisión, ella había caído en coma profundo,
y un grupo de expertos médicos había diagnosticado que ya nunca se recuperaría
de él.
Su s padres fueron entonces a los tribunales a solicitar que se le otorgara a
su hija el “derecho a morir”, y les fue así dada la autorización de desconectar el
respirador que a ella le permitía sobrevivir de manera artificial. Actuando así,
ellos sintieron que le habían permitido a su propia hija -a quien habían cuidado
por un cuarto de siglo- morir con dignidad.
¡Que inenarrable pena y agonía deben haber experimentado estos padres
al tomar tan tremenda decisión! Cuando leí esta historia, me sentí mudo testigo
del sufrimiento kármico de toda la humanidad: algo que la medicina no puede
curar ni la ley disfrazar. En términos budistas, el mal incurable de la hija podría
clasificarse como una “enfermedad resultante del karma acumulado en
existencias previas”.
“Karma” significa acción; también es el término genérico con que se
designan los efectos que resultan de nuestras acciones: los actos que llevamos a
cabo, las palabras que pronunciamos y los pensamientos que generamos. Cada
una de estas acciones físicas, verbales y mentales producen un efecto latente en
nuestras vidas: cada una es una causa que puede producir un efecto u otro en
una fecha posterior. De esta manera, el concepto de karma encierra tanto el
efecto como la causa de la variedad de cosas que pensamos, hablamos y
actuamos en nuestras vidas cotidianas -tanto las buenas como las malas,
superficiales o profundas, livianas o pesadas. El budismo considera que el karma
posee diversos aspectos y, consecuentemente, lo divide en una cantidad de
categorías, de las cuales las principales podrían ser el karma positivo, el karma
negativo, el karma presente, el karma pasado, el karma mutable, el karma
inmutable, el karma a manifestarse en la vida presente, el karma a manifestarse
en la próxima existencia y el karma a manifestarse en una existencia del futuro
remoto. Analicemos brevemente estas diferentes categorías de karma:
El término “karma positivo” o “buen karma” alude a las acciones que se
llevan a cabo como producto de nuestras buenas intenciones, bondad y
compasión. Por el contrario, cuando hablamos de “karma negativo” o “mal
karma” nos referimos a las acciones provenientes de los deseos mundanos tales
como la avaricia, la ira o la estupidez. La obra denominada “Tesoro de análisis
de la Ley” así como también otros tratados de la tradición budista dividen el mal
karma en diez actos malos: las tres malas acciones de matar, robar y tener
relaciones sexuales ilícitas; las cuatro malas acciones verbales de mentir, adular,
difamar e hipocresía; y las tres malas acciones mentales de avaricia, ira y
estupidez (o el albergar visiones erróneas). El “karma presente” es aquél que
uno ha realizado y cuyos efectos aparecerán a lo largo de nuestra vida presente.
El “karma pasado” es el karma formado en existencias previas. El “karma
inmutable” es el que produce un resultado fijo, mientras que el “karma mutable”
carece de un resultado absolutamente fijo, y cuyo efecto no necesariamente
aparece en un momento determinable.
Más aún, el karma formado en esta vida puede, a su vez, ser clasificado
en tres clases según el período en que se manifieste su retribución kármica. El
“karma a ser manifestado en la vida presente” es, obviamente, aquél que
emergerá durante nuestro presente período vital. Análogamente sucede con el
“karma a ser manifestado en la próxima existencia” y con el “karma a
manifestarse en una existencia futura”.
Como ya hemos destacado, el budismo considera todas nuestras acciones
en términos de la relación “causa y efecto”. Por ejemplo, algunas personas
estudian con ahínco y, como consecuencia de ello, aprueban sus exámenes
exitosamente. Otras personas llevan a cabo acciones que benefician a la
comunidad y, como resultado, reciben medallas y condecoraciones. Por el
contrario, existen personas que se solazan en una manera descuidada de vivir y,
de esta manera, arruinan su salud. En todos estos ejemplos dados, podemos
apreciar cómo funciona la ley causal, y podríamos calificar también a estos
ejemplos como “karma presente”, es decir karma relativamente liviano y
superficial.
Por el contrario, es casi imposible que nosotros seres humanos
percibamos aquellas causas kármicas que se hallan grabadas en las
profundidades de nuestra vida, en nuestra conciencia alaya. No obstante, el
budismo -partiendo de la base de que la vida continua existiendo eternamente a
lo largo del pasado, presente y futuro- enfatiza la severidad de la ley de
causalidad que gobierna las causas y efectos kármicos que se encuentran
almacenados en las profundidades de la vida.
No existirán problemas si el karma que uno forma es bueno o, más aún, si
el karma de uno es leve o superficial. Pero muchos karmas son tan pesados y se
encuentran tan profundamente arraigados en las profundidades de la vida
(conciencia alaya) que uno no puede alterarlo tan fácilmente. Por ejemplo,
supongamos que alguien deliberadamente hace a otra persona extremadamente
infeliz o hasta provoca su muerte. El culpable podrá rebuscárselas para
escaparse de su castigo o, por el contrario, arrepentido, puede ser arrestado y
enfrentar su deuda con la ley. En cualquier caso, la persona ha formado mal
karma. Este karma negativo sin falta conducirá, según la severa ley de
causalidad, a un sufrimiento kármico de extrema miseria que está más allá de
nuestro poder de erradicarlo
Hemos afirmado varias veces que el budismo enseña que la vida continúa
existiendo eternamente a lo largo del pasado, presente y futuro. Esto es
importante a lo largo de tener en cuenta la existencia del mal karma acumulado
en vidas anteriores. El karma pasado reside dentro de nuestra conciencia alaya
y, cuando es activado por alguno de los innumerables estímulos de nuestra vida
cotidiana, cobra forma y substancia e influencia nuestra vida estrictamente
según su impulso básico.
Las escrituras budistas explican que la Ley de Causalidad trabaja en la
vida de los seres humanos desde innumerables puntos de vista. Por ejemplo, el
“Sutra de la Contemplación del suelo de la Mente” afirma:
“Si quiere comprender las causas del pasado, contemple los
resultados que éstas manifestaron en el presente. Y si desea saber
qué resultados serán manifestados en el futuro, observe las
causas que existen en el presente”.
De modo parecido, el Parinirvana Sutra afirma:
“Hombres de fe devota: ya que ustedes han cometido incontables
faltas y acumulado un pesado karma negativo en el pasado,
deberán esperar la retribución que corresponde a todo lo hecho.
Quizás tengan que ser difamados, maldecidos con un aspecto
desagradable, pobremente vestidos y alimentados; tal vez busquen
riquezas en vano, nazcan en una familia indigente o herética, o
sean perseguidos por su soberano”.
A la luz de la doctrina de la causalidad kármica, la visión de que la
felicidad o infelicidad de una persona es provocada ya sea por otras personas o
por el medio ambiente es superficial. Algunas personas creen que nuestros
destinos individuales son predeterminados por un ser superior, pero esta
concepción niega la libertad del individuo. El budismo, por el contrario, enseña
que la causa funda mental de la propia felicidad o infelicidad no yace más que
dentro de uno mismo.
Y si budismo enseña que el karma acumulado en vidas pasadas modela
nuestro presente, esto podría llevarnos a hacernos una pregunta fundamental:
¿Es inútil esforzarse, entonces, por mejorarnos a nosotros mismos?
Afortunadamente, la respuesta es “no” ya que nuestras acciones presentes
modelarán nuestro futuro. El concepto de karma no tiene nada que ver con el
concepto occidental de determinismo. Por el contrario, el budismo enuncia la
Ley que nos posibilita percibir el significado de nuestro propio karma individual
y, utilizando los sufrimientos y angustias derivados del mal karma a manera de
salvavidas, logramos transformarnos no sólo a nosotros mismos sino también a
la sociedad y el mundo como un todo.
Hablando en términos generales, los animales no son creativos, pero los
seres humanos sí lo somos: ésta es una de las diferencias fundamentales entre el
reino animal y la humanidad. Entonces, el hecho de que hayamos nacido como
seres humanos indica que poseemos el potencial para alterar el curso de nuestras
vidas, no importa cuán restringidos estemos por causa de nuestro mal karma,
siempre que lo reemplacemos con buen karma: esta es la esencia de la libertad
humana.
El budismo afirma que el sufrimiento humano -que el mero esfuerzo del
individuo no puede eliminar de la existencia- en el fondo proviene de causas
kármicas que, en sí mismas, son el resultado de los deseos mundanos. Pero el
budismo, además expresa claramente cómo la vida de una persona se encuentra
dotada con un “yo” puro y poderoso capaz de canalizar los deseos para que
trabajen a favor del bien y la felicidad de uno mismo. Este principio constituye
una de las numerosas enseñanzas derivadas del Sutra del Loto, pero es sólo en
las enseñanzas de Nichiren Daishonin que se revela esta doctrina desde un punto
de vista práctico. De este modo, practicando el budismo del Daishonin somos
capaces de llevar a cabo principios budistas tales como “deseos mundanos son
iluminación” y “la oscuridad fundamental es iluminación fundamental” y, de esta
manera, cambiar nuestro karma para nuestro bien. •

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