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Vivir

de
la
Eucaristía

Bajo el modelo y la protección de


María Inmaculada
y el Siervo de Dios
Juan Pablo II
Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre

Sean santos como es Santo el Padre que está en el cielo1.

La voluntad de Dios es que sean santos2.

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la
creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el
amor3.

Con estas palabras y tantas otras, el Espíritu de Dios nos impulsa a la santidad.
Parafraseando al apóstol que grita “La Caridad de Cristo nos urge”4, podemos sentirnos
interpelados de la misma manera: “La santidad de Cristo nos urge”.

La Iglesia necesita una profunda renovación, una gran transformación, un fuerte impulso
de santidad, una nueva generación de santos. Una Vida Nueva. Una comunidad con el
fervor de la primera. Un Espíritu que nos permita respirar la santidad de Dios.

Es posible hoy?

El Espíritu Santo ha suscitado, ya desde el siglo pasado, una corriente de Gracia que se
ha manifestado en distintos momentos, lugares y estados de vida: un renovado FERVOR
EUCARISTICO.

La Eucaristía no es un carisma más en la Iglesia. La Eucaristía hace la Iglesia5. Ella es


fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia6. Contiene todo el tesoro espiritual de la
Iglesia7. La Eucaristía es Jesús.

Y Jesús nos da el Espíritu Santo: el Espíritu de santidad.

Juntos en la Eucaristía renovamos Pentecostés: en comunión con María recibimos el


Espíritu de Jesús.

El Reino de los Cielos ya está entre ustedes8, anunciaba Jesús con su sola Presencia. Al
reinar la Eucaristía el Reino de Dios está entre nosotros. Y así como los demonios no
soportaban la Presencia de Cristo9, del Reino; así tampoco la Presencia de la Eucaristía,
del Santo de Dios, puede cohabitar con el pecado. Esta corriente de gracia suele
encontrar, misteriosamente, cierto rechazo, cierta resistencia, e incluso cierto
cuestionamiento peyorativo. El maligno no soporta la Presencia del Santo de Dios y con
muchas sutilezas querrá evitar el Reinado de la Eucaristía que anticipa la plenitud del
1
Mt. 5,48
2
1 Tes. 4,3
3
Ef. 1,3-4
4
2 Cor. 5,14
5
Cfr. Ecclesia de Eucaristía cap. II
6
Sacrosanctum Concilium 10
7
Presbyterum Ordinis 5
8
Cfr. Mt. 4,17
9
Cfr. Mc. 5,6-10
Reino de Dios entre nosotros. Es que la Eucaristía nos permite, gracias al Espíritu que
recibimos, ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre. En la Eucaristía le
pertenecemos a Dios y Él (si vale la expresión) nos pertenece; así como el Hijo es todo
del Padre y el Padre todo del Hijo en la comunión del Espíritu Santo. En la Eucaristía
participamos de la misma comunión. La santidad de Dios habita en nosotros.

La Eucaristía HACE SANTOS.

Es posible en esta generación frágil hablar de la santidad y vivirla?

SÍ!!! Es posible. Así como en un hospital a un enfermo lo que se le pide es recibir. No se le


pide en primer lugar hacer. Así la Eucaristía le permite a esta generación que vive en
debilidad, recibir la santidad de Dios. No se nos pide en primer lugar tal o cual virtud, tal o
cual acción, tal o cual palabra o gesto. Sino antes que nada recibir.

Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos
Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó primero10.

El Espíritu santo suscita un caminito11 de santidad a través de un renovado FERVOR


EUCARÍSTICO. A través de la celebración y adoración diaria de la Eucaristía el reino de
Dios está entre nosotros. No hace falta que otros lo vean o valoren. De todas maneras es
fecundo. El Reino es como la pequeña porción de levadura que fermenta toda la masa, es
la pequeña semilla de grano de mostaza que llega a ser la más grande de las hortalizas12.

Un camino de santidad accesible apara todos. TODOS pueden celebrar y adorar la


Eucaristía. NADIE está excluído. Por más débil que sea, en cualquier estado en que se
encuentre. LA SANTIDAD de Cristo en la EUCARISTÍA nos santifica. Y nos hace
santificadores. No por nuestra santidad sino por la santidad del Espíritu que nos habita.

Un camino de santidad humilde y grande a la vez: celebrar y adorar todos los días la
Eucaristía. Un compromiso de ser como la LAMPARA ENCENDIDA del sagrario. Todos
los días un signo vivo de la Presencia Viva. Presentes ante el PRESENTE.

Es un llamado a formar una fraternidad eucarística: sacerdotes, religiosos y religiosas,


laicos y familias, que sientan el llamado a santificarse y a santificar mediante un acto de fe
y amor a la Eucaristía todos los días: en la celebración de la Misa y la adoración al
santísimo (expuesto o reservado en el sagrario). Y así vivir de la Eucaristía13, esto es: orar
y evangelizar con la Eucaristía, pensar y amar como la Eucaristía.

La fidelidad de Jesús en la Eucaristía nos invita a esta sencilla fidelidad que trata de vivir
la primacía de la gracia14 y la escuela de comunión15 a la que nos invita nuestro amado
Juan Pablo II en Novo Milenio Ineunte. Un camino de santidad para el nuevo milenio.

10
1 Jn. 4,9-10
11
Expresión utilizada para describir el camino de la infancia espiritual que inspiró a Santa Teresita de
Lisieux
12
Cfr. Mt. 13,31-32
13
Ecclesia de Eucaristía 1
14
Novo millenio Ineunte 38
15
Novo millenio Ineunte 43
Abrazados por el Inmaculado Corazón de María, en el espíritu del Magnificat16, viviremos
consagrados al Corazón Eucarístico de Jesús, hasta que Dios sea todo en todos17.
Así encarnaremos la santidad a la cual somos llamados por el bautismo.
Así anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven Señor Jesús18.
Fiesta de Pentecostés del año 2009

16
Cfr. Lc. 1,46-55
17
1 Cor. 15,28
18
Ver Plegaria Eucarística
Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre...

... en la vocación laical

Es ante todo un llamado a la santidad. Sean santos como es Santo el Padre que está en
el cielo.

El concilio vaticano II ha sido inspirado por el Espíritu Santo para renovar este llamado
evangélico que está dirigido a todos los bautizados19. No solo a los sacerdotes o
consagrados. Sino que es un llamado a los hijos del Padre celestial, es decir a todos los
bautizados.

“La santidad no es un lujo de pocos sino un deber de todos”, nos decía la Madre Teresa
de Calcuta.

De manera concreta el laico vive este llamado en medio del mundo haciendo presente el
Reino de Dios en las realidades temporales: la familia, el estudio, el trabajo, los amigos,
los distintos ámbitos sociales en que se desarrolla su vida.

Sin embargo para instaurar el Reino de Dios primero lo tiene que tener en su corazón. El
Reino de Dios que predicaba Jesús era una invitación a la conversión20, y esto se tiene
que dar ante todo en el propio corazón.

Tiene que ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre. Jesús predicaba el Reino de
Dios diciendo que ese Reino ya está entre nosotros. Cómo? En su Persona. En su
Persona que le pertenece del todo al Padre ya estaba su Reino entre nosotros.

De la misma manera el laico anuncia el Reino de Dios en el mundo, santifica el mundo, si


ese Reino primero habita en él, si él es santo.

¿Con qué santidad? no con la suya propia sino con la de Cristo. Tendrá que recibir a
Cristo para recibir su santidad. Vivir un renovado fervor eucarístico es una invitación a
dejarse santificar por Cristo.

Eso significa en concreto darle el primer lugar a Dios en la propia vida, para que así
podamos ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre.

¿El modo?: realizando cada día un acto de fe y de amor a Jesús Eucaristía, mediante la
celebración de la misa y adorándolo durante una hora o durante el tiempo que cada uno
decidirá junto a su director espiritual, según sus posibilidades.

Ciertamente que los compromisos que el laico asume en el mundo de hoy, algunas veces
le puede impedir tener el horario disponible en el que se celebra la Misa o se expone el
Santísimo Sacramento. Sin embargo esto no le debe impedir darle a Dios el primer lugar
cada día por medio de este camino eucarístico.

19
Cfr. Lumen Gentium 11
20
Cfr. Mc. 1,15
Y por eso es que todos los días, si se encuentra imposibilitado de celebrar la Misa y de
hacer adoración o visitar el sagrario, puede hacer un acto de comunión espiritual
dirigiendo su acto de fe y amor hacia el sagrario más cercano que se encuentre. Acto de
fe y amor que puede ir acompañado del rezo del santo Rosario, de la meditación del
Evangelio del día, o de alguna piadosa oración en honor a Jesús eucaristía.

Así, dando cada día a Dios el primer lugar en la oración, irá poco a poco teniendo el
primer lugar en el corazón, y finalmente en toda su vida.

Además, en orden a vivir el Espíritu de Pentecostés donde los apóstoles estaban en


oración unánime y perseverante junto a María21, todos los que sientan alguna afinidad y
amistad humana, y se sientan invitados a vivir la santidad por medio de este sencillo
caminito, podrán fortalecerse, rezando unos por otros cada día y congregándose una vez
al mes para realizar una hora de adoración al santísimo en comunión con María.

Así el Espíritu de Pentecostés, generará entre nosotros, el espíritu de fraternidad que


robusteció a los apóstoles en su misión.

Es una invitación que no implica ningún nuevo compromiso. No se trata de que los laicos
se alejen de sus compromisos cotidianos ni de sus respectivas comunidades eclesiales en
las que ya se encuentren.

Simplemente es una invitación que debe resonar en lo más hondo del corazón, para que
el Espíritu Santo renueve nuestra fidelidad cotidiana, y así podamos responder al llamado
bautismal: “la santidad de Cristo nos urge”.

Que Jesús sea adorado y María sea amada.

21
Cfr. Hech. 1,14
Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre

...en la vocación sacerdotal

El sacerdote está llamdo a irradiar ala santidad de Jesús. Es un hombre tomado de entre
los hombres al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios22.

De manera que en el sacerdote los hombres buscan a ese hombre que les de a Dios.
Pero nadie da lo que no tiene. Jesús debe vivir en él para que los hombres se encuentren
con Jesús.

Los sacerdotes estamos llamados a santificarnos santificando a los hombres. Y esto solo
es osible si el sacerdote le permite a Jesús vivir Su Vida en la de él. ¿De qué sirve un
sacerdote que no dé a Jesús? Los hombres buscan a Jesús en el sacerdote y lo deben
encontrar.

Deben encontrar en el sacerdote el amor del Corazón de Jesús23, el Buen Pastor. Esta es
la espiritualidad del sacerdote: vivir la Caridad Pastoral24, es decir dejar vivir a Jesús en él,
para que Jesús, el Buen Pastor manifieste y derrame su amor redentor a los hombres,
porque sólo Jesús es Redemptor Hominis25.

La máxima manifestación de Amor de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, es el misterio


Pascual: su pasión, muerte y resurrección. En este acto de Amor, el Padre ha “agotado”
(entiéndase bien), la manera de manifestar y donar su Amor. Es la suprema manifestación
y donación de Amor del Padre que se nos regala en Jesús. Ahí más que en otro momento
contemplamos que Cristo es todo del adre y así es capaz de manifestarnos y donarnos
todo el Amor que hay en el Padre.

Esta es la Caridad del Buen Pastor que tiene que vivir cada sacerdote. Reviviendo
sacramentalmente el misterio pascual el sacerdote será todo de Dios como Cristo es todo
del Padre.

De manera que lo más hondo de la espiritualidad sacerdotal será actualizar la pasión,


muerte y resurrección de Jesús en la celebración de la Misa diaria. Actualizarla
sacramentalmente es la manera más eficaz de manifestar y donar a los hombres el Amor
Redentor de Jesús.

Un día en la vida del sacerdote sin la celebración de la Misa es desperdiciar el mayor


caudal de Gracia que Dios ha puesto en sus manos y que puede brotar como una fuente
de Agua Viva par renovar, transformar y santificar a toda la Iglesia.

El sacerdote más que nadie, entonces, está llamado a ser todo de Dios como Cristo es
todo del Padre, para ser canal, instrumento, sacramento vivo para los hombres, bajo el
influjo permanente del Espíritu Santo que brota de la Eucaristía.

22
Heb. 5,1-4
23
Expresión utilizada por el santo Cura de Ars
24
Cfr. Pastores Dabo Vobis 21
25
Nombre de la primera carta Encíclica de Juan Pablo II
Así la celebración de la Eucaristía estará en el centro de su vida cada día. Y revivirá este
misterio, este influjo del Espíritu de santidad, esta pertenencia total a Dios en la hora
santa de adoración al Santísimo Sacramento, de manera de poder ir tomando la forma de
Jesús Buen Pastor.

De esta manera todas las acciones ministeriales que lleve a cabo tendrán la forma y la
autoridad26 de Jesús vivo en él. No serán simplemente sus acciones humanas, sino más
aún, serán las acciones de Jesús Buen Pastor que quiere seguir amando y salvando a los
hombres a través de él.

Con la celebración diaria de la Eucaristía y la hora de adoración comenzará a darle la


iniciativa y la primacía a la gracia de Dios en su vida y en su ministerio.

La comunión presbiterial es un signo vivo de esta comunión eucarística. La comunión


presbiterial es un elemento fundamental en la teología sobre el presbiterio en el concilio
vaticano II27. Sin embargo hay que reconocer nuestros límites humanos para encarnarla
permanentemente.

Formar una fraternidad eucarística con aquellos que sientan este caminito eucarístico
como una clara voz interior que los invita a santificarse y a santificar será una manera
concreta de vivir esa comunión presbiterial. Congregándose una vez al mes en una hora
de adoración al Santísimo Sacramento, los miembros de la fraternidad eucarística
comenzarán a vivir dicha comunión presbiterial con quienes tiene afinidad espiritual y
amistad humana.

Poniéndose en manos de María, de una manera especial en dicha adoración mensual,


revivirán la fuerza de Pentecostés y posiblemente se acrecienten los sentimientos de
comunión con todo el resto del presbiterio como ocurrió con los apóstoles en aquel
cenáculo.

Por lo tanto no es una fraternidad par aislar a los presbíteros, sino todo lo contrario. La
adoración al santísimo rezando por la santidad de todos los sacerdotes y la comunión con
María Santísima, la acrecentará sensiblemente.

Esta adoración al Santísimo Sacramento hará revivir en sus propias personas, la


adoración que el mismo Jesucristo, Sumo Eterno Sacerdote, tributa al Padre. Así, aquí y
ahora, en este momento y por medio de estos sacerdotes, Jesucristo sigue intercediendo
ante el Padre por todos los hombres.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre a través de este caminito eucarístico,
implica en la vida del Sacerdote amar y hacer amar a Jesús Eucaristía, orar y evangelizar
con la Eucaristía, pensar y amar como la Eucaristía, invitando a sus fieles a vivirlo.

Que lo que él vive los fieles se sientan invitados a vivirlo, sobre todo en las familias,
iglesia doméstica que tendrá que redescubrir que familia que reza unida permanece
unida28. A los matrimonios jóvenes, de manera particular, se los invitará a celebrar la
Eucaristía de cada domingo junto a sus hijos.
26
Cfr. Mc. 1,22
27
Cfr. Presbyterorum ordinis 8
28
Cfr. Familiaris Consortio 55-62
Que Jesús sea adorado y María sea amada.
Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre...

... en la Vocación religiosa

Yo te desposaré para siempre... en el amor y la misericordia; te desposaré en la


fidelidad29. La vida consagrada es un signo del desposorio de Cristo con su Iglesia. Un
anticipo del Banquete del Reino de los cielos. Felices los invitados al Banquete celestial.30

Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón31. La vida consagrada es una


relación vital, íntima, personal, entre el alma y Dios. Un amor fuerte como la muerte32 que
es capaz de invitar a una persona a vivir en pobreza, obediencia y castidad. A vivir or el
Amado, con el Amado, por el Amado. A vivir por Cristo, con Él y en Él33. A vivir como el
Amado.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre en la vida consagrada es descubrirse de
tal manera amada que uno se siente llamada a amarlo con un amor total, exclusivo,
personal.

Y como toda relación esponsal exige la Presencia del Amado. Por eso este caminito
eucarístico será una manera de ahondar esa relación de amor personal.

Sentirse invitada todos los días a consagrarse a la Eucaristía mediante un acto de Fe y


Amor al Amado Fiel, Presente, en el Sacramento hará crecer sensiblemente la propia
consagración religiosa.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre en la vida consagrada mediante la
celebración diaria de la Eucaristía y un acto de adoración al Santísimo Sacramento
expuesto o reservado en el sagrario; sin cambiar en nada el propio carisma y según las
propias constituciones lo establezcan o permitan.

Bajo una fidelidad absoluta a la propia congregación y movidas en el espíritu de


obediencia a dicho carisma y a la superiora de la comunidad, sabiendo vivir el abandono
confiado a lo que cada día se le permita, cada consagrada que se sienta invitada a este
caminito, si no le es posible celebrar la Eucaristía o adorarlo, podrá realizar dicho acto de
Fe y Amor a Jesús sacramentado mediante una comunión espiritual dirigida al sagrario
más cercano que se encuentre, al modo que lo pueden vivir los llamados a la vocación
laical.

Así vivirá cada uno de los días de su vida consagrada a semejanza de los templos que se
construyen orientados a oriente, a Jerusalén. Cada día vivirá orientada hacia el sagrario,
hacia el sol naciente, hacia Jesús, hacia el Esposo Amado, Presente, por ella, con ella,
para ella.

29
Os. 2,21-22
30
Cfr. Misal Romano
31
Os. 2,16
32
Ct. 8,6
33
Cfr. Misal Romano
Allí está El, día y noche permaneciendo Fiel para volver a desposarle en Amor y Fidelidad
a lo largo del desierto de la peregrinación, mientras su amada aguarda el Banquete de las
Bodas del Cordero34.

Celebrar y adorar la Eucaristía será para la consagrada aprender del Esposo divino lo que
significa ser pobre, obediente y casto.

Allí está Él.

Pobre en la apariencia del pan y del vino.

Obediente a la voz del sacerdote cada vez que pronuncia las palabras de la consagración.

Casto en su entrega gratuita, generosa, universal. Olvidado de sí mismo, de su condición


divina35, para venir, anonadándose, a cada uno de nosotros. No sólo a algunos sino a
todos.

Vivir la vida consagrada orientada a la Eucaristía será la mejor escuela ara aprender los
sentimientos de Cristo Jesús.36

La consagrada así comprenderá que no sólo está llamada a ser un signo, a ser lámpara
encendida. Sino que está llamada a dejarse transformar por el Amado, llamada a ser
también incienso que se quema en su Presencia.

Suba el Señor a Ti mi oración como incienso.37 Esa es la vida religiosa; una vida
consumida, entregada, que se quema como incienso en la Presencia del Santísimo
Sacramento. Así la Iglesia, la casa se impregna con la fragancia del perfume 38 de su
amor.

No implica nada nuevo en su propia consagración, ni un nuevo aspecto del carisma de su


congregación.

Simplemente sentirse invitada a despertar un renovado Fervor Eucarístico mediante un


acto de Fe y de Amor a Jesús Eucaristía cada día, con el deseo de vivir la maternidad
espiritual adoptando en ese acto de Fe y de Amor diario a cada uno de los laicos y
sacerdotes que sienten la misma invitación en su corazón. Esta será la manera de vivir la
fraternidad eucarística, que en nada disminuirá la propia vida comunitaria. Al contrario,
María Santísima y Jesús Eucaristía, poco a poco, la irán transformando para crecer en el
espíritu de comunidad para con sus hermanas.

Así el Espíritu Santo que se nos regala en la Eucaristía y que la ha consagrado para ser
toda de Dios como Cristo es todo del Padre, la sntificará cada vez más y la convertirá en
un signo del Resucitado que grita con su vida: El Maestro ha resucitado.

Que Jesús sea adorado y María sea amada.

34
Cfr. Apoc. 19
35
Flp. 2,6
36
Flp. 2,5
37
Sl.140,2
38
Cfr. Jn 12,3
... En el espíritu del Magnificat

Contemplemos detenidamente los frutos que, despacito y misteriosamente, hará germinar


en nuestra vida esta decisión de darle el primer lugar a Dios por medio de este renovado
fervor eucarístico.
El camino eucarístico hará en nosotros lo que nosotros no podemos con nuestras solas
fuerzas humanas. Por obra y gracia del Espíritu Santo que se derrama desde la Eucaristía
podremos vivir el espíritu del Magnificat.
El fruto de este caminito será encarnar el espíritu del Evangelio en nuestra vida. Este es el
espíritu de María Santísima. Ella es la que nos ayuda a encarnar en nuestra vida la
Palabra de Dios que se encarnó en Ella.
El Magnificat es la síntesis del Evangelio. Por eso la Palabra de Dios que se proclama en
la Misa diaria será el alimento principal nuestro de cada día, leído y meditado en algún
momento de la jornada. Y este ya será el primer fruto de este caminito.
Pero además y poco a poco, con el acompañamiento y la pedagogía de María
empezaremos a vivir la Palabra de Dios:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi


Salvador, porque miró con Bondad la pequeñez de su servidora...
... por medio del acto de fe y amor diario a Jesús eucaristía daremos a Dios la alabanza
que merece recibir en cada jornada. Al estar centrados en nosotros mismos, en nuestras
miserias, en nuestra pequeñez, en nuestros problemas, lo que más nos cuesta dar a Dios
es la alabanza y la acción de gracias que lo glorifican y que a su vez nos hace gozarnos
en su grandeza que se manifiesta en nuestra debilidad39. Mediante este camino diremos
cada día junto a María: mi alma canta la grandeza del Señor.40

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho


en mí grandes cosas, Su Nombre es Santo! ...
... nos sentiremos impulsados a amar a María Santísima por medio del rezo del santo
Rosario. María es Madre, María es Maestra, María es Reina. ella nos tomará de la mano
para conducirnos a Jesús. Por eso tomaremos la iniciativa, todos los días, de comenzar la
jornada poniendo el Rosario en el bolsillo y de a poco pasará a estar en la mano; y de
estar en la mano pasará, finalmente, a estar en el corazón.

Su Misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen...


... descubriremos que el llamado sean santos como el Padre celestial de ustedes es Santo
equivale a decir Sean misericordiosos, como el Padre celestial de ustedes es
Misericordioso41. Por medio de la confesión mensual empezaremos a gustar de la
Misericordia de Dios que nos hará más misericordiosos con los demás. El perdón
frecuente que recibimos del buen Dios nos invitará a perdonar frecuentemente a los otros,
sobre todo en la vida familiar y comunitaria.

Desplegó la fuerza de su Brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los


poderosos de su trono y elevó a los humildes...
... del Cristo manso y humilde de corazón42 que vive en la Eucaristía aprenderemos a
amar la humildad. Sabiendo que Dios resiste a los soberbios pero da su gracia a los

39
Cfr. 2 Cor. 12,9
40
Lc. 1,46
41
Lc. 6,36
42
Mt. 11,29
humildes43. Conscientes que el Reino es de aquellos que son como niños44. Así
creceremos en la actitud de abandono y la confianza en la Providencia de Dios que todo
lo gobierna para nuestro bien45. Entonces aceptaremos las humillaciones y purificaciones
que ocurran en nuestra vida, esperando el abrazo de María que nos pondrá en algún
momento en los brazos de Dios, quien Paternalmente, sacará Bien del mal.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías...
... al recibir la compasión de Dios que se nos regala en la Eucaristía, descubriremos que
estamos llamados a ser compasivos, sobre todo con las almas del purgatorio, con los
pobres, los enfermos y todos los que sufren de alguna manera; viendo en ellos al mismo
Cristo46 que hemos celebrado y adorado en el Santísimo Sacramento.

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su Misericordia...


...al fortalecerse el don de la Fe en la Eucaristía, iremos a toda prisa47 a dar a Jesús a los
demás, a anunciar su Evangelio. Insistiendo, de manera especial, en el Bautismo a los
recién nacidos y en la catequesis a los niños y a los jóvenes. A todos, contaremos lo que
hemos visto y oído.48

Como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y de su descendencia


para siempre...
... la Eucaristía hace la Iglesia. Por eso despertará en nosotros un profundo amor filial a la
Iglesia, nuestra Madre. Dios será nuestro Padre y la Iglesia será nuestra Casa. Así nos
sentiremos impulsados a rezar y a amar por el Papa, recibiendo con docilidad sus
enseñanzas y transmitiéndolas a los demás, conscientes que son las mismas enseñanzas
que Jesús quiere que recibamos y transmitamos.
Así viviendo y amando la Iglesia peregrina esperamos con confianza algún día vivir y
gozar para siempre de la celestial donde Cristo será todo en todos.
Amén.

43
1 Pe. 5,5
44
Cfr. Mt. 18,1-4
45
Cfr. Mt. 6,25-33
46
Cfr. Mt. 25,31-46
47
Expresión característica usada por la Madre Teresa de Calcuta
48
Cfr. Hech. 4,20

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