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Virgil Nemoianu

Eugen Dorcescu llegado a la madurez

Desde hace mucho tiempo comparto la opinión minoritaria que la literatura


rumana moderna, la literatura de los últimos 200 años, tiene como
fundamento un substrato religioso. Brevemente, mi explicación es la
siguiente. Las presiones de una modernización demasiado precipitada e
inorgánica entra en conflicto (después del año 1800 o más o menos en aquel
período) con una tradición un tanto holgazana y sin ninguna intensidad
creadora, cuyas formas ya no se acordaban con las del siempre ejemplar
Oeste en su incesante transformación. En estas condiciones, los escritores
guardan para ellos mismos y en sus estructuras interiores (a veces de manera
inconsciente) valores e imágenes de un pasado real y/o imaginario. Pero la
superficie anhela ser “aceptable” en una nueva era. De esta forma, como
consecuencia se constituyen mundos funcionales un tanto extraños, pero con
cierto interés.
Pero hay, por supuesto, escritores rumanos que no quieren hacer este tipo de
acrobacias estéticas, abordando de manera clara y abierta una temática
religiosa. Estos son, evidentemente, entre los más insignificantes escritores
de la historia de la literatura rumana: prosistas, dramaturgos, poetas,
ensayistas, del pasado y del presente. Pero, ahora no es ni el tiempo ni el
momento adecuado para nombrarles.
Pero Eugen Dorcescu, originario de Timisoara, es uno de ellos. Sus
volúmenes toman, a veces, su inspiración directamente de unos textos
bíblicos, otras veces, de la lírica subjetiva en toda su profundidad, y se
atreven conceder una dimensión religiosa al hombre junto con sus
ansiedades o sus goces líricos presentes, de manera inevitable, en toda la
poesía del mundo.
Con el riesgo de repetirme, tengo que señalar que Dorcescu debe ser
considerado como uno de los más importantes y valiosos poetas actuales de
la literatura rumana, de hecho, uno de los relativamente pocos poetas
verdaderos que han escrito en las últimas dos décadas en esta zona situada
entre el Danubio y las Cárpatos.
No quiero entrar en unos análisis demasiado detallados. Me contentaré con
mencionar dos ángulos de lectura. El primero viene de la tradición local. Por
lo menos en este volumen (probablemente un análisis más atento nos podría
confirmar lo mismo para los volúmenes anteriores), Eugen Dorcescu
demuestra ser el continuador actual de Ioan Alexandru, muerto antes de
tiempo. Digo esto basándome en la orientación general de las poesías
incluidas en el volumen, en las imágenes y en los temas escogidos, pero
también en macro-temas amplios que coinciden claramente con los de Ioan
Alexandru, sobre todo en su libro “Desierto”.
El segundo ángulo es de carácter cosmopolita. Personalmente no conozco
poetas o poetisas de Rumania que puedan acercarse con tanta claridad y sin
ningún miedo al discurso literario de un poeta tan valioso y universal como
T.S. Elliot. Tanto el Elliot pesimista y satírico de su juventud como el Elliot
tierno-triste, con luces de una esperanza consoladora en su madurez y en su
vejez, se encuentran en los versos de Eugen Dorcescu. ¿Intención?
¿Coincidencia? De todas formas, esta transposición de un poeta universal en
la lengua literaria de otra literatura es un acontecimiento digno de
admiración. Tenemos, por lo tanto, dos otras razones para alabar a Eugen
Dorcescu y para agradecerle.

Virgil Nemoianu, agosto 2007, Bethesda, MD

(Trad. Corina Jurcul)

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