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¿Qué propósito tiene la vida humana?

Una condición activa que distingue de los objetos inanimados, a las plantas, los
animales, los humanos y los seres espirituales. Por lo general, los organismos
vivientes físicos poseen las facultades de desarrollarse, metabolizar, reaccionar
a estímulos externos y reproducirse. La vegetación tiene vida activa, pero no al
modo de un alma o un ser poseedor de ideas.
Las almas o seres vivos terrestres, tanto animales como humanos, se mueven y
actúan animados por su fuerza vital; la palabra alma es pues sinónimo de la
palabra ánima, que significa ser vivo o animado y en armonía con esto, en las
Escrituras se dice que alma humana no es inmortal, aunque Dios ofrece a los
hombres la posibilidad de una resurrección y de una vida perdurable.

Para que nuestra vida tenga un propósito de largo alcance, es fundamental


saber reconocer cual es la fuente de la vida, puesto que si la vida no fuese un
proyecto intencionado si no producto del azar, estaría desprovista de sentido,
no existiría un proyecto de futuro que fuese viable y la existencia de los seres
vivos carecería necesariamente de propósito.

El primer libro de las Escrituras, el del Génesis, comienza con estas palabras:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. (Génesis 1:1) En armonía con
esto, cuando Pablo fue llevado por los griegos al Areópago para que les
informase de lo que estaba predicando, reconoció al comienzo de su discurso,
cual era la fuente de la vida, diciendo: “…el Dios que hizo el mundo y todo lo
que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra... ...él es quien da a todos la vida,
el aliento y todas las cosas... puesto que por él vivimos, nos movemos y
existimos”. (Hechos de los Apóstoles 17:24-25, 28) Y también en último de los
libros de las Escrituras, se dice dirigiéndose a Dios: “Tú, oh SEÑOR, eres digno
de la gloria y del poder, porque tú creaste todas las cosas que existen y que
llegaron a existir por tu voluntad”. (Apocalipsis 4:11)

Un derrotero de vida en conflicto con los requisitos y las pautas establecidas por
Creador para alcanzar la felicidad, produce a la larga frustración, porque nos
priva de esperanza en el futuro, de la vida sin muerte que a través de la
resurrección, Dios garantiza mediante Cristo.
Este es en síntesis el mensaje y el propósito de las Escrituras. El apóstol Pablo
advierte: “… no os dejéis desviar, pues con Dios no se puede jugar y cada cual
recogerá según lo que haya sembrado. El que siembre para los deseos del
cuerpo, recogerá del cuerpo la corrupción (la muerte), mientras que el que
siembre para el espíritu, recogerá del espíritu la vida eterna.” (Gálatas 6:7-8)

A causa del pecado heredado y por tanto, congénito en los humanos, el hombre
no puede en la actualidad disfrutar de la vida que Dios le había destinado en un
principio. Por este motivo declara Pablo que “…la humanidad entera está
esperando ansiosamente la revelación de los hijos de Dios, porque no fue
sometida a la futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que
transgredió”. (Romanos 8:19-20)
Sin embargo, mientras esperamos la conclusión del designio de Dios para el
hombre, esforzándonos en acomodar nuestra personalidad a los principios
bíblicos y poniendo en primer lugar la voluntad de Dios, nuestras vidas van
adquiriendo un sentido que nos permite gozar de la mayor felicidad posible en
este mundo de injusticia.

El apóstol Pablo exhorta a los discípulos de Jesús, diciéndoles: “…manteneos


firmes e inamovibles, amados hermanos míos, teniendo siempre mucho que
hacer en la obra del Señor y siendo conscientes de que vuestra trabajo para
el Señor no es inútil”. (1Corintios 15:58)
Y Pedro les escribe: “Humillaos entonces bajo la poderosa mano de Dios para
que él os ensalce a su debido tiempo y confiadle todas vuestras preocupaciones,
porque él cuida de vosotros. Sed vigilantes y dueños de vosotros mismos,
puesto que vuestro adversario, el Diablo, se mueve en derredor vuestro como un
león rugiente que busca devorar a alguno. Vosotros resistidle permaneciendo
firmes en la fe, y pensad que también vuestros hermanos esparcidos por el
mundo están afligidos por los mismos sufrimientos. Y después de sufrir por un
breve tiempo, el mismo Dios que os ha llamado mediante su generoso don,
a participar unidos con Cristo en su gloria eterna, completará vuestro
adiestramiento y os hará firmes y fuertes”. (1Pedro 5:6-10)
Esta esperanza tiene un fundamento sólido, no conduce a una desilusión, y la
actividad que desarrollamos ahora en armonía con ella, nos permite vindicar y
santificar el nombre de Dios.

¿Fue creado el hombre para vivir unos cuantos años y luego desaparecer
al morir?

Dice la Escritura que “…cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín de


Edén para que lo cultivara y lo cuidara, le dio esta orden: ‘Puedes comer del
fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No
comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.’”
(Génesis 2:15-17) Dios no hablaba aquí de la muerte cómo de un suceso
normal e inevitable si no cómo de algo que derivaría del pecado, y exhortaba a
Adán a que la evitase.
Leemos: “…Dios el Señor, plantó un jardín en la región de Edén, en el oriente, y
puso allí al hombre que había formado. Había hecho crecer toda clase de
árboles hermosos que daban fruto bueno para comer. En medio del jardín puso
también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”.
(Génesis 2:8-9) Dice la Escritura que después del pecado de Adán, la pareja
humana fue expulsada del jardín y nunca llegó a comer del árbol de la vida; esto
significa que si Adán hubiese permanecido fiel a su Creador, hubiese con el
tiempo comido el fruto de aquel árbol, una cosa que simboliza que habría
demostrado merecer una vida perdurable.

La presencia de aquel árbol en Edén muestra que su perspectiva era la de


obtener una vida perdurable y Dios nunca cambia su propósito. El profeta Isaías
que llama a Dios el “Creador de los cielos y el Constructor y Creador de la
tierra”, dice que “no la ha formado para el caos, la ha creado para ser
habitada”. (Isaías 45: 18-19) Dios creó pues la tierra para que cumpliese un
determinado designio suyo, y dice por boca de Isaías: “Mi palabra se cumplirá
exactamente, y la palabra de mi boca no regresará a mí de vacío, sin que mi
designio se haya realizado y sin que lo que la motivó se haya cumplido”.
(Isaías 55: 11)
También el rey David, que era profeta, escribió: “Los justos poseerán la tierra y
habitarán en ella para siempre”. (Salmo 37:29) Y Jesús proclamó:
“Bienaventurados los apacibles, porque ellos poseerán la tierra en herencia”.
(Mateo 5:4)
Estas declaraciones muestran claramente que el propósito fundamental de Dios
con respecto a la Tierra y al hombre, es el mismo desde el principio de la
creación.

¿Sobre qué otra base puede alguno esperar algo más que su breve
existencia actual?
El apóstol Juan escribió: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida
eterna”. (Juan 3:16)
Hablando de este Hijo, Pablo dice: “…después de haber sido hecho perfecto,
llegó a ser el agente de la salvación eterna para todos los que le obedecen”.
(Hebreos 5:9)
Refiriéndose a este Hijo de Dios, Juan el Bautista dijo: “El que acepta su
testimonio certifica que Dios es veraz, porque aquel a quien Dios ha enviado
habla las palabras de Dios, que da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y
ha puesto todo en su mano; el que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que
rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, si no que la cólera de Dios permanece
sobre él”. (Juan 3:33-36)

¿Cómo podrán realizarse las perspectivas de una vida futura?

Cuando Pablo se presentó ante el procurador romano Félix para defenderse de


las falsas acusaciones de los judíos, le dijo: “…te confieso que según el Camino
que ellos llaman secta, doy culto al Dios de mis padres, creo en todo lo que se
encuentra en la Ley y está escrito en los Profetas, y tengo en Dios la misma
esperanza que éstos tienen, de que habrá una resurrección, tanto de los
justos como de los pecadores. Por eso yo también me esfuerzo por tener
constantemente una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres”. (Hechos
24:13-15)

Relata el apóstol Juan que tras la muerte de su amigo Lázaro, Jesús se dirigió a
su casa, y “…cuando Marta supo que había llegado Jesús, le salió al encuentro
mientras María se quedaba en la casa. Marta le dijo a Jesús: ‘Señor, si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto, pero aún ahora, yo sé que cuanto
pidas a Dios, Dios te lo concederá’. Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará’.
Marta le respondió: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día’.
Jesús le dijo: ‘Yo soy la resurrección; el que cree en mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que viva y crea en mí, no morirá jamás ¿Crees tú esto?’ Le dijo ella:
‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al
mundo…’” (Juan 11:20-27)

Ni Jesús ni sus apóstoles hablaron nunca de otra esperanza que no fuese la


prometida resurrección del último día. Esta es la única esperanza verdadera de
los seguidores de Cristo; pero además de la esperanza de resurrección para los
que mueran antes del día en que “Cristo, tras haberse ofrecido una sola vez,
para abolir por siempre los pecados de muchos”, vuelva “a manifestarse de
nuevo en una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los
que le esperan para ser salvados”, (Hebreos 9:28) dice con respecto a las
personas que en aquel momento vivan: “todo el que viva y crea en mí, no
morirá jamás”.

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