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Convergencia y concentración
Hace dos décadas, referirse a la convergencia podía parecer una quimera: los medios de
comunicación, las telecomunicaciones y la informática, habían mostrado en el siglo XX
un desarrollo separado, autónomo. Cada medio tenía su propia lógica de funcionamiento,
si bien se comenzaba a apreciar una naciente confluencia en las rutinas productivas
(cuando se incorporaban en las redacciones de los periódicos las computadoras,
integrando tareas de redacción, diseño y composición, y afectando así oficios y saberes).
La puja entre los principales grupos del país (Telefónica y Clarín) por el triple play, y la
dinámica de actuación global de buena parte de los actores infocomunicacionales, sitúa
el plano de la convergencia en un espacio no sólo tecnológico, sino también económico y
reglamentario. Y este plano afecta la percepción acerca de la autonomía de los medios y
conduce a la crucial pregunta sobre la concentración de la propiedad.
¿Puede afirmarse que los medios y que el conjunto de las actividades de comunicación
mantienen márgenes significativos de autonomía respecto de los poderes fácticos,
formales e informales (lo que incluye pero no se agota en el Estado), cuando su
estructura de propiedad revela altos niveles de concentración? ¿Es inocua esa
concentración en un contexto que se caracteriza por los limitados accesos de los
ciudadanos a los bienes y servicios de la información?
El problema de la concentración
Lo anterior se combina con el sesgo informativo: los medios no suelen informar con
ecuanimidad cuando empresas del mismo grupo lanzan un producto al mercado, del
mismo modo que tampoco son desinteresadas las coberturas noticiosas cuando son los
competidores (en algún mercado) los que generan el lanzamiento.
En los países centrales existen reglas de protección y promoción del pluralismo que
incentivan la existencia de diversas voces. Sectores empresarios (de diferentes escalas y
tamaños), comunitarios, civiles, cooperativos, sindicales, públicos no-gubernamentales...
este conjunto diverso y heterogéneo respalda la generación de alteridad frente a la
existencia de grandes y poderosos grupos. También hay reglas que obligan a los
grandes grupos a incorporar cuotas de contenidos independientes, federales, de
protección a las minorías. La Convención de la UNESCO sobre diversidad cultural
refuerza estas direcciones, que no han sido exploradas, salvo excepciones, en la región
latinoamericana.
Grandes grupos
Los grandes grupos de comunicación que actúan en la Argentina han explotado las
singulares características de toda la región: ausencia de políticas estatales de servicio
público y falta de controles antimonopólicos. Capitalizando estas condiciones, los
grandes grupos regionales aceleraron los procesos de concentración desde hace dos
décadas a punto tal que las principales corporaciones son de facto los dueños de las
unidades de producción, comercialización y distribución de más del 80% de los
contenidos que reciben los ciudadanos.
Una organización de los grupos en función del sector en que originaron sus actividades
permite discernir dos grandes conjuntos: por un lado, los que provienen del campo de las
telecomunicaciones, como Telefónica (España) o Telmex (México); por otro lado, los
grupos cuyos comienzos se registran en los medios de comunicación tradicionales como
la televisión (Televisa de México; Globo de Brasil; Cisneros de Venezuela) o la prensa
escrita (Clarín de la Argentina; Prisa de España; Edwards/Mercurio de Chile). La
separación en esos dos conjuntos es útil para comprender algunas de las tensiones que
se producen entre ellos. Los grupos predominantes en el sector de telecomunicaciones
cuentan en su haber con un mayor poder económico, el control de las redes de
distribución y con las infraestructuras que resultan estratégicas para la diseminación de
los datos y contenidos del resto de las actividades convergentes. Pero es precisamente
esa cultura de las telecomunicaciones la que en ocasiones obstaculiza (por razones
reglamentarias, por características de los mercados) su inserción en las industrias
culturales abocadas a la producción de contenidos.
Argentina
En la Argentina existen numerosos títulos periodísticos, pero son muy pocos los grupos
con verdadera influencia masiva y con capacidad económica para orientar los dos
aspectos que distinguen su accionar: la articulación de la agenda pública y la absorción
de la pauta publicitaria. En la Argentina se editaban cerca de 180 diarios en el 2004.
Pero el mercado de la prensa está signado por el protagonismo de Clarín, que concentra
el 31% de la circulación de periódicos, es decir que cada tres diarios que se venden en la
Argentina, uno es Clarín. La diferencia entre la circulación de Clarín (410.000 ejemplares
diarios) y su inmediato competidor, La Nación (185.000 ejemplares diarios), robustece la
centralidad del primero a la hora de erigirse como referencia para la construcción de la
agenda pública.
Tomando en cuenta la influencia de las cuatro primeras empresas en cada uno de los
mercados, resulta que el promedio de concentración de la Argentina es muy elevado:
representa el 84% por parte de los primeros 4 operadores, en el caso de la facturación, y
el 83% en el caso del dominio de mercado. Los porcentajes demuestran la consolidación
de una situación estructural: las industrias infocomunicacionales se hallan fuertemente
controladas por las primeras cuatro firmas. Esta situación se agrava al contemplar los
grupos a los que esas firmas pertenecen: generalmente se trata de los mismos dueños
que están ramificados en todas las hileras productivas en casi la totalidad de las
industrias consideradas, como lo ejemplifican los casos de Clarín y Telefónica, que se
destacan como grupos dominantes.
En tanto, el promedio de concentración del primer operador era del 35% en el 2004. Ello
significa que un tercio del mercado es controlado por el primer operador, lo cual tiene un
correlato en el escenario de diversidad de contenidos y pluralismo, en este caso
restringido por la existencia de una voz dominante, con alta centralidad (manifiesta en
las industrias de prensa escrita, radio y televisión, y en telecomunicaciones).
La tendencia entre los indicadores de concentración del año 2000 y los del 2004
confirma un aumento que profundiza la participación de menos actores en condiciones
cada vez más dominantes: de un promedio del 78% para los primeros 4 operadores por
dominio de mercado en el año 2000 se pasa a un promedio de 83% en el 2004.
Los indicadores provistos por el presente estudio deben analizarse, pues, a la luz de la
identificación del carácter multimedia y conglomeral de la concentración del sector en
pocos grupos infocomunicacionales que suelen tener predominancia no ya en una sola
actividad (por ejemplo prensa escrita), sino en el cruce de sus propiedades en varias
actividades (industrias) en simultáneo. De este modo, uno de los principales operadores
telefónicos (Telefónica) detenta en el país la licencia de uno de los dos canales de
televisión que domina tanto en audiencia como en facturación publicitaria al mismo
tiempo que el editor del principal periódico (Clarín) controla más de la mitad de los
abonos a en el redituable mercado de televisión por cable y es socio del Estado en la
producción del insumo crítico del mercado editorial (en Papel Prensa), entre otros
diversos intereses. El predominio de estos grupos exhibe niveles que constituyen
barreras de entrada para competidores incluso en los casos en que estos son fuertes
operadores comerciales.
En las primeras líneas de este artículo se resaltó la peculiar adhesión que concita en
América latina la prenoción del funcionamiento “autónomo” de los medios respecto de
los poderes fácticos: como se trata, precisamente, de una prenoción, es que la
constatación de los niveles de concentración conduce a advertir sobre la inevitable
tendencia de los medios controlados por pocos grupos a validar y representar su propio
interés como el interés general.
Para avanzar en soluciones superadoras del proceso de concentración se requiere una
amplia conciencia acerca de sus efectos, que erosionan el espacio público y limitan la
deliberación diversa.