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La concentración mediática

Para los autores, la estructura de las actividades de comunicación en las sociedades


contemporáneas constituye un nivel ineludible de referencia para analizar sus modos de
convivencia, sus conflictos y tensiones. Razones por las que el debate está pendiente en
América Latina.

Por Martín Becerra y Guillermo Mastrini *

La concentración mediática es uno de los agujeros negros de la democracia


latinoamericana. Un tabú que no se menciona, para no afectar algún interés importante.
La democracia latinoamericana tiene siempre otras urgencias que atender y por ello sus
políticos postergan el incómodo abordaje de la cuestión de los medios. Los sociólogos o
politólogos ensayan descripciones del país en las que, sintomáticamente, se evita
mencionar la incidencia de la estructura de los medios en la construcción de los lazos de
socialización y en el comportamiento de los distintos actores de la sociedad.

En buena parte de América latina se ha extendido la percepción de los medios de


comunicación como organizaciones autónomas frente al Estado, los partidos políticos o
los grupos de presión más poderosos. Esta percepción, solidaria con la concentración,
potencia el tabú sobre el sistema de medios. Esto ocurre en un momento histórico en el
que dicho sistema se ha convertido en uno de los mecanismos que troquelan la
organización social. Y en un contexto de convergencia con otras actividades de
información y comunicación, que en el presente trabajo se denominarán
“infocomunicacionales” (concepto que permite describir los procesos de convergencia
entre los sectores audiovisual, telecomunicaciones, industrias gráficas e informática).

La estructura de las actividades de comunicación en las sociedades contemporáneas


constituye un nivel ineludible de referencia para analizar sus modos de convivencia, sus
conflictos y tensiones. Estas actividades están, desde hace más de un siglo, intervenidas
por procesos industriales de producción, almacenamiento, circulación, consumo y
reproducción. En las últimas décadas la dirección general y las lógicas de funcionamiento
de estas industrias han asumido una orientación de tipo comercial y financiera.
Complementada por la convergencia tecnológica (y en algunos casos, reglamentaria) de
las industrias infocomunicacionales, la faz comercial-financiera ha venido respaldando la
progresiva concentración de los mercados.

Las páginas que se presentan a continuación sobre el tema de la concentración


adelantan el contenido de un libro de próxima aparición: Los dueños de la palabra.
Acceso, estructura y concentración de los medios en la América latina del Siglo XXI
(editorial Prometeo).

Convergencia y concentración

Hace dos décadas, referirse a la convergencia podía parecer una quimera: los medios de
comunicación, las telecomunicaciones y la informática, habían mostrado en el siglo XX
un desarrollo separado, autónomo. Cada medio tenía su propia lógica de funcionamiento,
si bien se comenzaba a apreciar una naciente confluencia en las rutinas productivas
(cuando se incorporaban en las redacciones de los periódicos las computadoras,
integrando tareas de redacción, diseño y composición, y afectando así oficios y saberes).

Hoy, cuando existen más de 46 millones de líneas de telefonía móvil en la Argentina, la


convergencia tecnológica, de servicios y mercados que es aludida por un sinfín de
productos y aplicaciones. Por ello, el presente trabajo refiere a los medios de
comunicación (diarios, radio, televisión abierta y televisión por cable), a las
telecomunicaciones (telefonía básica fija y telefonía móvil) y a internet. No es posible en
el siglo XXI aislar a los medios como objeto de estudio del resto de sectores
infocomunicacionales con los que están enhebrados.

La puja entre los principales grupos del país (Telefónica y Clarín) por el triple play, y la
dinámica de actuación global de buena parte de los actores infocomunicacionales, sitúa
el plano de la convergencia en un espacio no sólo tecnológico, sino también económico y
reglamentario. Y este plano afecta la percepción acerca de la autonomía de los medios y
conduce a la crucial pregunta sobre la concentración de la propiedad.

¿Puede afirmarse que los medios y que el conjunto de las actividades de comunicación
mantienen márgenes significativos de autonomía respecto de los poderes fácticos,
formales e informales (lo que incluye pero no se agota en el Estado), cuando su
estructura de propiedad revela altos niveles de concentración? ¿Es inocua esa
concentración en un contexto que se caracteriza por los limitados accesos de los
ciudadanos a los bienes y servicios de la información?

En el libro “Periodistas y Magnates” (Mastrini y Becerra, 2006), una investigación


impulsada por la ONG Instituto Prensa y Sociedad (www.ipys.org) se midieron por
primera vez los niveles de concentración de las industrias infocomunicacionales de
América latina comparando país por país y presentando un marco de teorías y
metodologías que avalaban el estudio. El presente trabajo se inscribe en el mencionado
estudio, que había investigado la situación del año 2000, justificando la elección de esa
fecha por su valor histórico y por la dificultad de hallar estadísticas confiables y datos
oficiales sobre el presente. Los mismos argumentos validan la elección del año 2004
como fecha para el presente trabajo.

En el sector infocomunicacional, la producción de tendencias sobre los primeros años del


siglo XXI permite intensificar las observaciones acerca de la evolución globalizada de una
América latina cuyos procesos de modernización tardía, de constitución nacional al
amparo de instituciones estatales y de sincretismo cultural-popular con la colaboración
de medios de comunicación audiovisuales (la radio y el cine primero, luego la televisión,
con el agregado actual de redes digitales), reclaman una mirada específica y
documentada.

El problema de la concentración

La concentración no conoce fronteras de actividad y en los últimos años, además, tiende


a superar las fronteras geográficas. Grandes grupos de comunicación y de industrias
convergentes operan en simultáneo en diferentes países y en distintos rubros. La
concentración es fruto de un proceso complejo que importa factores económicos,
políticos y tecnológicos. Conceptualmente, se diferencia la concentración de la
propiedad, que implica la centralización del capitales de una actividad económica en
pocas manos, por un lado, de la concentración de las audiencias o mercados, que
implica que la mayor parte de los usuarios finales de un medio de comunicación
confluyen en una misma opción de consumo, por el otro.

Puede definirse la concentración de la producción de acuerdo con la incidencia que


tienen las mayores empresas de una actividad económica en la cadena de valor de la
misma: a mayor presencia de una empresa, menor incidencia del resto. El principal
peligro es la tendencia de los mercados a configurar regímenes de oligopolio o de
monopolio, situación que se produce cuando no operan las reglas propias de la fase
competitiva y, en su lugar, unas pocas empresas de gran dimensión ocupan la totalidad
del mercado reduciendo las opciones disponibles.

La subordinación de un conjunto de actores en aras de la predominancia de unos pocos


produce un círculo que se retroalimenta incrementando la fortaleza de esos pocos y
reduciendo la significación del resto. La concentración puede promover incluso la
desaparición de actores pequeños o marginales.

En los medios de comunicación, la concentración conduce a una reducción de las fuentes


informativas (que genera menor pluralidad de emisores), a una relativa
homogeneización de los géneros y formatos de entretenimiento (que implica que se
estandarizan géneros y formatos, resignando diversidad de contenidos), a una
predominancia de estilos y temáticas y a la concomitante oclusión de temas y formatos
en los medios de comunicación y en el resto de las actividades culturales.

La concentración de medios tiende a la unificación de la línea editorial. Es difícil que en


un mismo grupo de comunicación se hallen divergencias profundas sobre temas que son
sensibles en la línea editorial. Cuando se trata de tomar partido por medidas importantes
es difícil que un mismo grupo albergue posiciones realmente diversas.

Lo anterior se combina con el sesgo informativo: los medios no suelen informar con
ecuanimidad cuando empresas del mismo grupo lanzan un producto al mercado, del
mismo modo que tampoco son desinteresadas las coberturas noticiosas cuando son los
competidores (en algún mercado) los que generan el lanzamiento.

La concentración, además, vincula negocios del espectáculo (estrellas exclusivas), del


deporte (adquisición de derechos televisivos), de la economía en general (inclusión de
entidades financieras y bancarias) y de la política (políticos devenidos en magnates de
medios, o socios de grupos mediáticos) con áreas informativas, lo que produce
repercusiones que alteran la pretendida “autonomía” de los medios.

Otro impacto de la concentración es el de la centralización geográfica de la producción


de contenidos e informaciones en los lugares sede de los principales grupos. Buenos
Aires en Argentina, San Pablo y Río en Brasil, Santiago en Chile, son ejemplos
contundentes. Este impacto también debilita el espacio público y empobrece la
disposición de distintas versiones sobre lo real por parte de las audiencias/lectores,
condenando a una subrepresentación a vastos sectores que habitan en el “interior”.

En los países centrales existen reglas de protección y promoción del pluralismo que
incentivan la existencia de diversas voces. Sectores empresarios (de diferentes escalas y
tamaños), comunitarios, civiles, cooperativos, sindicales, públicos no-gubernamentales...
este conjunto diverso y heterogéneo respalda la generación de alteridad frente a la
existencia de grandes y poderosos grupos. También hay reglas que obligan a los
grandes grupos a incorporar cuotas de contenidos independientes, federales, de
protección a las minorías. La Convención de la UNESCO sobre diversidad cultural
refuerza estas direcciones, que no han sido exploradas, salvo excepciones, en la región
latinoamericana.

La concentración, además, supone un ambiente de precarización del empleo: porque


desaparecen medios y porque los existentes tienden a fusionarse generándose
economías de escala y ahorro de costos laborales. Y además porque en un sistema de
medios muy concentrado, los periodistas tienen pocas alternativas de conseguir un buen
empleo si se enfrentan con alguno de los grandes grupos, dada la tendencia a la
cartelización del sector. El delicado tema de la autocensura en la profesión no debería
eludir la consideración de este aspecto.

Grandes grupos

Los grandes grupos de comunicación que actúan en la Argentina han explotado las
singulares características de toda la región: ausencia de políticas estatales de servicio
público y falta de controles antimonopólicos. Capitalizando estas condiciones, los
grandes grupos regionales aceleraron los procesos de concentración desde hace dos
décadas a punto tal que las principales corporaciones son de facto los dueños de las
unidades de producción, comercialización y distribución de más del 80% de los
contenidos que reciben los ciudadanos.

Una organización de los grupos en función del sector en que originaron sus actividades
permite discernir dos grandes conjuntos: por un lado, los que provienen del campo de las
telecomunicaciones, como Telefónica (España) o Telmex (México); por otro lado, los
grupos cuyos comienzos se registran en los medios de comunicación tradicionales como
la televisión (Televisa de México; Globo de Brasil; Cisneros de Venezuela) o la prensa
escrita (Clarín de la Argentina; Prisa de España; Edwards/Mercurio de Chile). La
separación en esos dos conjuntos es útil para comprender algunas de las tensiones que
se producen entre ellos. Los grupos predominantes en el sector de telecomunicaciones
cuentan en su haber con un mayor poder económico, el control de las redes de
distribución y con las infraestructuras que resultan estratégicas para la diseminación de
los datos y contenidos del resto de las actividades convergentes. Pero es precisamente
esa cultura de las telecomunicaciones la que en ocasiones obstaculiza (por razones
reglamentarias, por características de los mercados) su inserción en las industrias
culturales abocadas a la producción de contenidos.

Argentina

Una de las diferencias conceptuales básicas para comprender los alcances de la


concentración es la que se establece entre pluralidad y pluralismo: pluralidad alude al
número; pluralismo a la diversidad. Es incorrecto, por lo tanto, creer que la existencia de
numerosos diarios asegura el pluralismo, si estos pertenecen en su mayoría a un mismo
grupo editorial. Lo mismo es válido para el resto de los medios.

En la Argentina existen numerosos títulos periodísticos, pero son muy pocos los grupos
con verdadera influencia masiva y con capacidad económica para orientar los dos
aspectos que distinguen su accionar: la articulación de la agenda pública y la absorción
de la pauta publicitaria. En la Argentina se editaban cerca de 180 diarios en el 2004.
Pero el mercado de la prensa está signado por el protagonismo de Clarín, que concentra
el 31% de la circulación de periódicos, es decir que cada tres diarios que se venden en la
Argentina, uno es Clarín. La diferencia entre la circulación de Clarín (410.000 ejemplares
diarios) y su inmediato competidor, La Nación (185.000 ejemplares diarios), robustece la
centralidad del primero a la hora de erigirse como referencia para la construcción de la
agenda pública.

Análogamente, si bien existen en el interior del país numerosas cooperativas telefónicas,


el mercado de telecomunicaciones no presenta diversidad, toda vez que se halla
concentrado por el duopolio Telefónica/Telecom (que desde la participación accionaria de
Telefónica de España en Telecom Italia es casi un monopolio) en más del 95% de las
líneas en actividad.

Tomando en cuenta la influencia de las cuatro primeras empresas en cada uno de los
mercados, resulta que el promedio de concentración de la Argentina es muy elevado:
representa el 84% por parte de los primeros 4 operadores, en el caso de la facturación, y
el 83% en el caso del dominio de mercado. Los porcentajes demuestran la consolidación
de una situación estructural: las industrias infocomunicacionales se hallan fuertemente
controladas por las primeras cuatro firmas. Esta situación se agrava al contemplar los
grupos a los que esas firmas pertenecen: generalmente se trata de los mismos dueños
que están ramificados en todas las hileras productivas en casi la totalidad de las
industrias consideradas, como lo ejemplifican los casos de Clarín y Telefónica, que se
destacan como grupos dominantes.

En tanto, el promedio de concentración del primer operador era del 35% en el 2004. Ello
significa que un tercio del mercado es controlado por el primer operador, lo cual tiene un
correlato en el escenario de diversidad de contenidos y pluralismo, en este caso
restringido por la existencia de una voz dominante, con alta centralidad (manifiesta en
las industrias de prensa escrita, radio y televisión, y en telecomunicaciones).

La tendencia entre los indicadores de concentración del año 2000 y los del 2004
confirma un aumento que profundiza la participación de menos actores en condiciones
cada vez más dominantes: de un promedio del 78% para los primeros 4 operadores por
dominio de mercado en el año 2000 se pasa a un promedio de 83% en el 2004.

Tendencias, causas y efectos en el nuevo siglo

La influencia de las actividades industrializadas de comunicación en las sociedades


contemporáneas opera en dos movimientos: es estructurada por la tradición de cada
país, de cada región, y es simultáneamente estructurante de las condiciones políticas,
culturales y económicas toda vez que estas actividades infocomunicacionales permean
las concepciones del mundo que las sociedades construyen. En consecuencia, están
determinadas pero son, a la vez, determinantes. Se definen en términos históricos y al
mismo tiempo, construyen historia.

Los índices de concentración de la Argentina superan con creces los estándares


considerados aceptables: de acuerdo con Albarran y Dimmick (1996) se considera que la
concentración es alta al superar un promedio de 50% del control de un mercado por
parte de los cuatro primeros operadores y un 75% por los ocho primeros operadores.
Pero en el país, los cuatro primeros operadores exceden con mucho esos porcentajes. Es
más, estos cuatro primeros operadores (y en ocasiones dos de ellos) sobrepasan la
estimación de alta concentración estipulada para ocho empresas.
En el país, la participación de las cuatro principales empresas, en promedio, logra
controlar el 83% de los mercados (superando entonces los valores señalados por
Albarran y Dimmick tanto para cuatro como para ocho operadores). En consecuencia, el
resto de propuestas informativas y de entretenimientos se restringe a un promedio del
17% del mercado, siendo de este modo casi impracticable la verdadera competencia, en
el sentido de contraste de versiones sobre la realidad, de comparación de opiniones y
mensajes diferentes, en el ámbito de los medios.

Algunos procesos centrales concurren para posibilitar el panorama descripto: por un


lado, la Argentina arrastra una tradicional debilidad de los poderes públicos para
disponer reglas de juego ecuánimes que garanticen el acceso de los diferentes sectores
sociales, políticos y económicos a la titularidad de licencias (cuya administración,
legalmente, realiza el Estado) de radio y televisión.

Por otro lado, tampoco existen antecedentes de sistematización de los vínculos


económicos del Estado con los medios. La demanda de transparencia en el manejo de
los recursos públicos corre el serio riesgo de transformarse en retórica cuando sólo es
dirigida al estamento político pero se exime a los medios y al conjunto de las industrias
culturales de la misma exigencia.

Otro motivo que interviene en la singular estructuración infocomunicacional argentina es


la ausencia de servicio público audiovisual que, gestionado por entes públicos no
gubernamentales, se ha revelado durante décadas en otras latitudes (Europa, Canadá)
como un virtuoso reaseguro de pluralidad ante la lógica puramente lucrativa de los
operadores comerciales de medios.

Los indicadores provistos por el presente estudio deben analizarse, pues, a la luz de la
identificación del carácter multimedia y conglomeral de la concentración del sector en
pocos grupos infocomunicacionales que suelen tener predominancia no ya en una sola
actividad (por ejemplo prensa escrita), sino en el cruce de sus propiedades en varias
actividades (industrias) en simultáneo. De este modo, uno de los principales operadores
telefónicos (Telefónica) detenta en el país la licencia de uno de los dos canales de
televisión que domina tanto en audiencia como en facturación publicitaria al mismo
tiempo que el editor del principal periódico (Clarín) controla más de la mitad de los
abonos a en el redituable mercado de televisión por cable y es socio del Estado en la
producción del insumo crítico del mercado editorial (en Papel Prensa), entre otros
diversos intereses. El predominio de estos grupos exhibe niveles que constituyen
barreras de entrada para competidores incluso en los casos en que estos son fuertes
operadores comerciales.

Las tendencias constatadas no podrían ocurrir sin la concupiscencia de los estamentos


políticos gobernantes (se elude la referencia concreta a un gobierno en la convicción de
que este proceso supone una larga construcción histórica que involucra a diferentes
administraciones).

En las primeras líneas de este artículo se resaltó la peculiar adhesión que concita en
América latina la prenoción del funcionamiento “autónomo” de los medios respecto de
los poderes fácticos: como se trata, precisamente, de una prenoción, es que la
constatación de los niveles de concentración conduce a advertir sobre la inevitable
tendencia de los medios controlados por pocos grupos a validar y representar su propio
interés como el interés general.
Para avanzar en soluciones superadoras del proceso de concentración se requiere una
amplia conciencia acerca de sus efectos, que erosionan el espacio público y limitan la
deliberación diversa.

* M. Becerra: profesor de la U.N. de Quilmes, investigador del CONICET y consultor del


Instituto Prensa y Sociedad (IPYS).

* G. Mastrini: profesor de la UBA y de la U.N. de Quilmes y consultor del Instituto Prensa


y Sociedad (IPYS). y profesora titular de Finanzas en la UCA

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