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com/ 29 – IV – 2004
Extracto
Enrique de Diego
Días de infamia. Del 11 M al 14 M
A continuación reproducimos las pp. 49 y ss. de la primera parte de "Días de infamia. Del 11 M al 14 M",
libro del que es autor Enrique de Diego. Está publicado por LibrosLibres y saldrá a la venta en breve.
No hay precedentes en la historia de la democracia de una situación tan extraña como la vivida
en España entre el 11 y 14 de marzo. La democracia no es el sistema por el que se elige a los
mejores. Tal planteamiento carece de sentido, pues quienes, entre nosotros, se tuvieran por
tales, serían, desde luego, los peores. Tampoco las urnas dictaminan la verdad o aseguran el
acierto.
Es la eliminación de la violencia del debate político, lo que define a las democracias y las
convierte en el menos malo de los sistemas ideados por el hombre. Según Karl R. Popper, "un
Estado es políticamente libre si sus instituciones políticas hacen prácticamente posible a sus
ciudadanos llevar a cabo un cambio de gobierno sin derramamiento de sangre, en caso de que
la mayoría desee semejante cambio de gobierno. O más brevemente: somos libres si podemos
librarnos de nuestros soberanos sin derramamiento de sangre".
Es ingenuo negar el hecho de que los terroristas querían, con su acción, desalojar al Partido
Popular del poder para provocar un cambio en la política exterior, eliminando de la escena
política a uno de los más firmes aliados de los Estados Unidos, con el inminente resultado de la
repatriación de las tropas destinadas en Irak. La pregunta que el principal responsable de la
masacre, Jamal Zougam, realizó al llegar a la Audiencia Nacional, tras cinco días de
incomunicación, no deja de ser significativa: "¿Quién ha ganado las elecciones?". Los
terroristas buscaban un cambio de gobierno y éste se produjo. Eso no es una conjetura, es un
hecho. Cuanto menos, en términos subjetivos, los terroristas pueden considerar conseguido el
objetivo.
Hasta el 14 de marzo, los atentados terroristas producían los efectos contrarios a los buscados
por sus autores. El 14 M ha truncado esa norma. Mal precedente. Previsible que los atentados
terroristas se prodiguen de ahora en adelante en períodos electorales, como una forma de
provocar cambios de gobierno. Actualización moderna de la secta de los asesinos del señor de
la Montaña, que causó estragos en el Oriente Medio de los siglos XII y XIII.
Es obvio que los terroristas, residentes en España, conocían bien la división del electorado
nacional sobre la postura en Irak, la ausencia de consenso, y la postura programática del
partido socialista. En la hipótesis de una nación con unidad de criterio quizás el atentado se
hubiera producido igual, pero con otro sentido, y es dudoso que tres días antes de las
elecciones, aunque pueda conjeturarse la influencia en la señalización de la fecha de su
carácter simbólico en relación con el 11 S. Aunque, entonces, ¿por qué en el medio año y no en
el aniversario como tal?
Los titulares de los periódicos, y los comentarios de los analistas, coincidieron en un término
descriptivo: "Vuelco electoral". ¿Respecto al 2000 o respecto a antes del atentado? ¿Podemos
tener algún elemento de laboratorio en el que podamos detectar las pautas de conducta del
cuerpo electoral antes del atentado, más allá de suposiciones establecidas en encuestas y
estados de ánimo de los dirigentes?
Sí, tenemos un elemento: el voto por correo. En las elecciones del año 2000, los resultados del
voto por correo y los globales fueron, en líneas generales, coincidentes. "Por contra, en los
comicios del pasado 14 de marzo, ese mismo voto ha demostrado cómo el vuelco electoral se
produjo por el atentado terrorista cometido en Madrid tres días antes de los comicios" (La
Razón, 21-3-2004, estudio de los resultados electorales realizado por CELESTE-TEL).
El primer efecto fue una movilización general que resultó beneficiosa para el PSOE. Tres
millones y medio de abstencionistas en el año 2000 decidieron variar de postura y acudir a
votar. Según un estudio sociológico, más de dos millones decidieron votar por el PSOE,
850.000 por otras candidaturas y sólo 86.000 lo hicieron por el Partido Popular. Uno de los
sectores en los que se edificó la victoria socialista fue el segmento de jóvenes y nuevos
votantes. El 34% de los que depositaron su voto por primera vez lo hicieron por el PSOE, el
25% apostó por otras formaciones y sólo el 9% lo hizo por el PP. Ese público estaba muy
sensibilizado –adoctrinado por sus docentes– sobre la guerra de Irak.
Según el estudio citado, el trasvase de votos de antiguos votantes del PP hacia el PSOE fue de
más de 600.000. Los datos globables inducen a pensar que fue superior a esa cifra. Entre un
millón y un millón y medio. El PSOE ganó tres millones de votos, pasando de 7.918.000 a
10.909.000, mientras el PP descendió de 10.321.000 a 9.630.000. Ninguna de las encuestas
previas había detectado movimiento alguno de trasvase de votos del PP hacia el PSOE. En
todas ellas, el grado mayor de satisfacción y de fidelidad se daba entre los votantes del PP.
Lo que hizo el electorado fue un silogismo bastante razonable: Al Qaeda ha hecho el atentado,
por el apoyo de Aznar a Bush, castigemos a Aznar por ello. Según Enrique Curiel, "el derrotado
no ha sido Mariano Rajoy, ha sido José María Aznar". En efecto, a la postre, Rajoy terminó
siendo el gran ausente en las elecciones del 14 de marzo, polarizadas en la cuestión Irak por
mor del atentado. Las elecciones las decidió Irak, y por ende el atentado. Sortear esa evidencia
parece ejercicio estéril, esfuerzo ímprobo de propaganda.
Porque ese silogismo atravesó a lomos de la ola toda España. Y entrañaba otras lecturas muy
humanas: ¡viajemos seguros en nuestros trenes! Y menos edificantes: ¡dejemos de ser objetivo
terrorista! De un terrorismo indiscriminado, que no selecciona sus víctimas, que no exime. Ese
factor de miedo resulta tan descorazonador que no es difícil prever una contumaz proscripción,
un esfuerzo adicional para borrar sus pistas. Es la sublimación patriotera a la que recurre
Manuel Martín Ferrand: "Sería tanto como atribuirle (al pueblo español) una dosis de cobardía
que ha negado en su conducta colectiva a lo largo de la Historia. Nosotros tendemos a
crecernos con el castigo, afrontarlo con gallardía e, incluso, contumacia". La grandilocuencia
tiene poco recorrido. También fueron españoles los que recibieron a Fernando VII, tras su
cobarde retiro en Bayona, al grito de "¡vivan las cadenas!" y escenificaba su disposición sumisa
desembridando los machos de la carroza real para ocupar ellos el lugar de las bestias de
carga.
No basta con decir que no se bajará la cerviz ni se hincará la rodilla ante los terroristas, hay
que hacerlo. La libertad tiene un precio y hay que estar dispuesto a pagarlo, más allá de la
retórica. Estamos generando un nuevo complejo de culpa: la negación de toda relación entre el
atentado y el resultado electoral. No es preciso, para ello, recurrir a Numancia.
Es más bien un juicio de intenciones. Sobre todo, una calumnia. Esa indignación de la izquierda
existió, fue parte de la gigantesca ola, inundó los móviles, desbordó por los micrófonos de la
cadena Ser, y rompió en las caceroladas ante Génova y las sedes del PP. La cuestión es si
estuvo justificada. Incluso si fue pura, sí se debió en exclusiva a la santa indignación contra la
mentira. A los resultados me remito, lo menos que se puede decir de Acebes es que no
benefició a los intereses de su partido. Aunque ese finalismo también resulta injusto. En
propiedad, Acebes es el menos maniobrero de los políticos del PP, y de los que menos del
conjunto de la clase política. Puede decirse que lo demostró en los días de infamia que van del
11 al 14 de marzo.