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El mismo Documento de Aparecida nos dice que «debe asumirse la preocupación por la familia como uno de

los ejes transversales de toda la acción evangelizadora de la Iglesia. [Por lo mismo] en toda diócesis se
requiere una pastoral familiar intensa y vigorosa para proclamar el evangelio de la familia, promover la
cultura de la vida y trabajar para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados.» (n. 435).

Invito a usted a que el día de hoy cultivemos con acciones concretas la convocación del Papa Benedicto XVI,
para que la familia sea «escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida
humana nace y se acoge generosa y responsablemente». Este es nuestro gozo, ésta es nuestra
responsabilidad.

+Rodrigo Aguilar Martínez , Obispo de Tehuacán

Hechos 2, 1-4 (viene el Espíritu Santo). Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos
en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó
toda la casa donde estaban,
y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
concedía que se expresaran.

Rom. 5, 8-17 ( el Espíritu nos conduce ). Pero Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo
murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos.
Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más razón ahora
su vida será nuestra plenitud. No sólo eso: nos sentiremos seguros de Dios gracias a Cristo Jesús, nuestro
Señor, por medio del cual hemos obtenido la reconciliación.
Pues bien, un solo hombre hizo entrar el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Después la muerte
se propagó a todos los hombres, ya que todos pecaban. No había Ley todavía, pero el pecado ya estaba en
el mundo. Mientras no había Ley, no se podía inculpar al pecador, pero no obstante el pecado estaba en el
mundo.
Por eso, desde Adán hasta Moisés, la muerte tuvo poder, incluso sobre aquellos que no desobedecían
abiertamente como en el caso de Adán, siendo todo esto figura del que estaba viniendo.
Así fue la caída, pero el don de Dios no tiene comparación. Pues si todos mueren por la falta de uno solo, la
gracia de Dios se multiplica más todavía cuando este don gratuito pasa de un solo hombre, Jesucristo, a toda
una muchedumbre. No hay comparación entre el pecado de uno y el don de Dios en la hora presente. Pues
el juicio de un solo pecado terminó en condena, pero el perdón de muchos pecados termina en absolución.
Y si bien reinó la muerte por culpa de uno y debido a uno solo, con mucha mayor razón gracias a uno solo,
Jesucristo, todos aquellos que aprovechan el derroche de la gracia y el don de la “justicia” reinarán en la vida.

Romanos 12, 1-13 (La vida cristiana: tener en cuenta a los demás y el amor).
Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como un sacrificio
vivo y santo capaz de agradarle; este culto conviene a criaturas que tienen juicio.
No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación
interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es
perfecto.
La gracia que Dios me ha dado me autoriza a decirles a todos y cada uno de ustedes que no se entrometan
en cualquier cosa, sino que aspiren a lo que se debe buscar. Que cada uno actúe sabiamente según el
carisma que Dios le ha entregado.
Miren cuántas partes tiene nuestro cuerpo, y es uno, aunque las distintas
partes no desempeñan la misma función.
Así también nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo. Dependemos
unos de otros y tenemos carismas diferentes según el don que hemos
recibido.
Si eres profeta, transmite el conocimiento que se te da; si eres diácono,
cumple tu misión; si eres maestro, enseña; si eres predicador, sé capaz
de animar a los demás; si te corresponde dar, da con la mano abierta; si
eres dirigente, actúa con dedicación; si ayudas a los que sufren,
muéstrate sonriente.
La vida cristiana: el amor
Que el amor sea sincero.
Aborrezcan el mal y procuren todo lo bueno.
Que entre ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño,
y adelántense al otro en el respeto mutuo.
Sean diligentes y no flojos.
Sean fervorosos en el Espíritu y sirvan al Señor.
Tengan esperanza y sean alegres.
Sean pacientes en las pruebas y oren sin cesar.
Compartan con los hermanos necesitados, y sepan acoger a los que estén de paso.

Parroquia Sagrados Corazones “La Recoleta”


PROGRAMA DE ENCUENTRO DE PADRES

Año 8 – Número 5 2009


La familia en el
«Documento de Aparecida»

Uno de los temas fundamentales del «Documento de Aparecida», surgido de la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, es, sin duda, el de la familia en América Latina, llamado por Juan Pablo II, «el
continente de la esperanza».

Participante en la V Conferencia y responsable de la Conferencia del Episcopado Mexicano para la Familia, el


obispo de Tehuacán, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, analiza en las siguientes líneas, la presencia y el
futuro de la principal célula de la sociedad, a la luz del «Documento» de dicha Conferencia.

El tema de la familia en el «Documento de Aparecida». El tema de la familia aparece con amplitud en el


«Documento de Aparecida», lo cual manifiesta la importancia que el mismo episcopado da a la familia en la
pastoral, en concreto para cultivar la perspectiva de discípulos y misioneros de Cristo Jesús, a fin de que
nuestros pueblos en Él tengan vida.

En dicho Documento se dice, como se ha expresado en variadas circunstancias, que «una parte importante
de la población está afectada por difíciles condiciones de vida que amenazan directamente la institución
familiar» (n. 432). Efectivamente, la realidad que vive América Latina y que se menciona en el Documento, de
los números 33 a 100 –por ejemplo los cambios vertiginosos, el relativismo, la crisis de sentido, la
globalización con sus diferentes matices, la ideología de género, la informática, los avances en la ciencia y la
tecnología, todo lo referente a la ecología, la informática, el pluralismo religioso, por mencionar en este
momento algunos de ellos- son rasgos que afectan de diversas maneras a la familia.

En este sentido, tiene especial significado lo que el Papa puntualiza sobre la familia en su discurso inaugural y
que se cita en los números 114, 302 y 432: «La familia, ´patrimonio de la humanidad´, constituye uno de los
tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe,
palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y
responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos.»

El Papa nos menciona la realidad de la familia en los pueblos latinoamericanos y caribeños, como «uno de los
tesoros más importantes». Esto lo podemos constatar en los comentarios que hace buen número de Obispos
norteamericanos, en el sentido de que con frecuencia las familias hispanas han renovado la vida de muchas
parroquias.
Pero no se trata de echar sin más las campanas a vuelo, puesto que también hay muchos retos por afrontar
en relación a la familia. Nos viene a la mente lo que el Papa Juan Pablo II decía: «Familia, sé lo que eres». O
sea, familia, vive plenamente tu misión.

Por eso, con el Documento de Aparecida queremos reconocer a la familia como una «buena nueva», parte
fundamental del Evangelio de Cristo Jesús, Quien es la Buena Nueva por excelencia del amor que Dios Padre
nos tiene.

«Agradecemos a Cristo que nos revela que ´Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor´
(FC 11) y optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de ´Iglesia Doméstica´» (n.
115).

Dios ama nuestras familias, no obstante tantos conflictos y divisiones en nuestra historia familiar. La oración
en familia nos ayuda a superar muchos problemas, a sanar las heridas que nos hemos provocado y abre
caminos de esperanza. Por otro lado, muchos vacíos de hogar pueden ser atenuados por servicios que ofrece
la comunidad eclesial, que es familia de familias (cf. n. 119).

«En el seno de una familia la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios»
(n. 118). Los sacramentos que se reciben y provocan fiesta familiar, son ocasión privilegiada para la
formación en familia como discípulos misioneros de Cristo Jesús. Pero nos falta mucho por hacer para que la
familia sea «primera escuela de la fe» (cf. nn. 302 y 303). Esto lo podemos ir logrando con pequeños y
constantes pasos: por ejemplo ir enseñando a los pequeños las primeras oraciones; al ir a la iglesia, hablarles
del significado de los ritos y de las imágenes; especialmente que en familia se participe en la Eucaristía
dominical, también en familia orar antes de los alimentos y rezar el Rosario, para contemplar junto con la
Virgen María el misterio de Cristo Jesús. Recuerde usted que la familia que reza unida, permanece unida.

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