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La Ley del Adulto Mayor: un paso de gigantes

Hugo Cardona Castillo


hucarcas@yahoo.com

Las decisiones de estado, decisiones fáciles no son. Precisamente por ello, el afán por la
escogencia de líderes, que idealmente debieran ser “estadistas”, para la toma de esas grandes
decisiones que hacen la diferencia para el desarrollo de los pueblos. Las grandes decisiones, las
que marcan la historia, no son aquellas obvias, aquellas sin costo, particularmente costo político.
Por el contrario, son generalmente aquellas en las que el estadista se juega su capital político en
pro de una causa que deja huella, y por la cual la historia, tarde o temprano, edifica la efigie del
reconocimiento duradero.

Un país que no cuida de sus ancianos y de sus niños está condenado a la miseria
reciclable. A la miseria material por supuesto, que quizá sea la menos preocupante en este caso,
pero también a la miseria espiritual, a la miseria social. Y nuestro país ha dado, recientemente,
estuvo muy cerca de dar un lamentable paso en esa dirección. Debe reconocerse que el congreso
se ha caracterizado por una labor que ha hecho mucho en favor de su propio desprestigio, sin
embargo, hay que reconocer también que al haber legislado en favor del adulto mayor, dio un paso
audaz en beneficio de aquellos que, a su manera y en su momento, hicieron su mejor esfuerzo
para la consecución de los objetivos de nación. Y por su puesto, hicieron ver muy mal al
presidente de turno, quien al vetar la iniciativa puso muy en entredicho su discurso en materia
social.

Escudarse en la magnitud financiera de la propuesta muestra una posición francamente


simplista para una decisión de estado de tremenda envergadura social. Ante todo porque las
magnitudes son siempre mejorables, es fácil entender que debe moderarse la velocidad del medio,
lo que no tenía elementos refutables era la dirección del planteamiento. Si la magnitud del pago
era para preocupar las finanzas del estado, podía replantearse la magnitud. Si la edad propuesta
para otorgar el beneficio era cuestionable, podía replantearse ese factor.

Pero fue un error, imperdonable para un gobernante, desaprovechar la oportunidad de


tomar una decisión de trascendencia histórica. Me consta que cuando el féretro del Doctor Juan
José Arévalo Bermejo pasó por la carretera hacia su pueblo natal, cientos de miles de
guatemaltecos salieron a despedir al único Estadista del que da cuenta Guatemala, muchos de
ellos, con sendos pañuelos y unas cuantas lágrimas rodándoles las mejillas, oreadas por el sol y
arrugadas por los años. Como todos sabemos, las decisiones del Doctor Arévalo fueron decisiones
visionarias, cuyo peso específico social sigue siendo factor dominante en la actualidad.
Por ello es de reconocer, cosa en la que a veces somos parcos los guatemaltecos, la
iniciativa del Diputado ponente de la Ley del Adulto Mayor, pero más importante aún, su
perseverancia porque la misma cobrara vigencia y se llevara a la práctica. Habrá dificultades para
su implementación plena, claro está, la práctica lo está demostrando, pero es un paso de gigantes
en un país como el nuestro.

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