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“Adiós princesa...

“Querido Jimy, no me esperes en casa. Esta noche no. Déjame estar tranquila una
temporada. De verdad, lo necesito. No te lo tomes a mal. Te sigo queriendo igual que
siempre, lo que ocurre es que estoy pasando una crisis existencial y necesito clarificar
mi mente. Eso es todo. Pronto volveré y reanudaremos la relación con más ilusión.
Pero ahora déjame, necesito un tiempo de reflexión, una especie de minivacaciones
mentales. He juntado todos los días que me debían y he conseguido dos semanas de
libranza. Las aprovecharé para largarme fuera, donde sea .Necesito evadirme y no
pensar más en esta rutina que me está matando y toda la sarta de preocupaciones
insignificantes que me tienen agobiada últimamente. Me dan igual las goteras de la
escalera, y ya retomaré las citas con los médicos que tenía para pasar mi “ITV” anual.
Cuando vuelva , volveré a organizarme y sacaré tiempo para hacer todo lo que tengo
pendiente, pero ahora por favor, discúlpame y permíteme que desaparezca.”

De pronto me sentí en un punto en medio de la nada. Mi vida consistía en continuar con


los pasos trazados que mi rutina me imponía cada día. Me sentía como si me encontrara
en un momento de flaqueza, en un péndulo entre lo que había sido mi pasado y un
futuro incierto. Lo increíble, es que nunca me había parado a pensar qué estaba
haciendo. Me levantaba cada mañana para ir al hospital y luego volvía a casa. Mi
trabajo de auxiliar administrativa en contacto con historias de enfermos nunca me había
llegado a tocar la fibra. Leía sus historias clínicas y codificaba las altas y sus bajas
definitivas, es decir, sus muertes a las que llamamos “éxitus”, de forma sistemática y sin
pararme a pensar lo que significaban. No era consciente de los cánceres, las
depresiones y otras desgracias que diezmaban la felicidad de cientos de familias como
si fuera un campo de minas. Si alguna vez había un caso curioso, lo comentábamos
entre las compañeras. Algún niño muerto, alguna negligencia y todas esas cosas que a
las personas nos gusta comentar como evitables creando la necesidad de que haya
siempre algún culpable .

Nunca me había planteado que alguna vez me pudiera tocar a mí o a algún ser cercano.
La vida me ha resultado siempre tan fácil que parecía como si nada pudiera fallar ya a
esas alturas. Mi hermano vive felizmente con su segunda esposa y el hijo hiperactivo de
ésta y mi hermana menor sigue soltera sin atisbos de querer comprometerse nunca. La
única que parece llevar una vida estable y feliz soy yo, hasta que ahora, por arte de
magia, descubro que la ausencia de problemas no es sinónimo de felicidad.

Reconozco que tardé en conocer a Jimy. Acababa de cumplir yo treinta y cuatro años,
cuando vino a darnos un curso de codificación desde los Estados Unidos. Nada más
verle por primera vez sentí que las rodillas me temblaban y pronto traduje esa
sensación como que era el hombre de mi vida, por lo que luché para que se quedara en
España. Me costó tres viajes transoceánicos y muchas conferencias, hasta que al final
conseguí que se viniera con una oferta de trabajo bajo el brazo. Necesitaban un nuevo
informático en el hospital y entre mis compañeras y yo le postulamos como el mejor y
único informático capaz de ocupar ese puesto, pese a que aún no hablaba del todo bien
el castellano. Todavía pienso alguna vez que de no ser por esa vacante, no hubiéramos
dormido juntos ni compartido hipoteca. Pero el caso es que vino todo rodado y en
menos de un año, ya formaba parte de la plantilla.

Pronto nos casamos, y nos vinimos a vivir a Carabanchel. A él le encanta España


porque es la antítesis de Ohio, donde creció. Dice que España le reconforta y
especialmente Madrid con sus calles estrechas y el ambiente que se respira, siempre
iluminado y siempre con gente , aunque anochezca tan pronto en invierno.
Confieso que con él conocí lo que es ser plenamente feliz y en ningún momento pude
imaginar que por arte de magia precisamente esa felicidad se volatilizaría sin avisar y
tan deprisa. Siempre había asumido que mi vida era de lo más convencional y que
incluso me gustaba, pero de pronto ahora siento como un ligero desprecio hacia mí por
ver mi pasado tan vulgar y soso…

Pero la vida es así y una mañana te miras en el espejo y no te reconoces. Te preguntas


quién es ese rostro que se parece al tuyo pero que tan ajeno ha estado de tus verdaderos
sueños, los cuales, los has subestimado de manera que se encargara el tiempo o
cualquiera en alcanzarlos menos tú. Ese rostro ajado y con un mapa incipiente de
arrugas aflojando los carrillos, el pelo a mechas ocultando las primeras canas que
asoman de raíz y la firma del acné desaparecido y muerto desde hace años. Ese rostro
cuya mueca , es la misma mueca con la que sonreías cuando te percatabas de que
existías hacía lustros al acicalarte para salir a la calle. Ahora lo del maquillaje no es un
ritual sino una necesidad, vital para salir al mundo sintiéndote segura, como el que se
pone una escafandra .Nadie te reconocería con la cara lavada, y los que lo harían se
quedarían boquiabiertos de verte cómo eres en realidad, con la piel moteada y blanca y
esos ojos apagados sin la sombra y la raya que los hace grandes y seductores….

Cuando ocurrió lo que voy a relatar necesitaba hacer un alto en el camino. Estaba
aburrida de no parar de hacer cosas todo el día y tener la sensación de no aprovechar el
tiempo. No había nada que me llenase ni me dijera que había sido un día estupendo por
esto o por aquello, pareciéndose todos entre sí, como una sublime cadencia de
obligaciones . Mi relación con Jimy iba haciendo aguas y ya hasta hacer el amor se
convirtió en una especie de sensación de que había que hacerlo por que sí, sin darle un
respiro a nuestra imaginación para que por lo menos se transformara en deseo.

Por eso me dejé llevar por la intuición de que necesitaba parar para reflexionar sobre mi
vida solicitando en personal estos días que me correspondían y me saqué un billete para
Sevilla, ya que era una ciudad que siempre había deseado visitar. Pensé en ella, porque
no estaba lejos en el tiempo si me iba en ave o en avión, pudiendo regresar de inmediato
ante cualquier eventualidad que surgiera de pronto. La finalidad, aunque parezca
mentira, era irme de buenas y no crear una tragedia griega, por lo que si Jimy hubiera
puesto el grito en el cielo, o me hubiera amenazado con hacer alguna locura, yo habría
vuelto sin lugar a dudas posponiendo mis vacaciones mentales para otro momento.

La primera parada fue Ciudad real, donde se produjo un intercambio de pasajeros…Un


fugaz trasiego hizo que el joven que iba a mi lado se bajara y en su lugar subió una
japonesita…Era joven y guapa, pero lo que más me gustaba era que fuera japonesa,
pues como suele ser habitual, el ave iba a tope, y la proximidad de los asientos favorecía
el que se desencadenara una conversación con el pasajero vecino ante el mínimo
acontecimiento .Y la verdad, yo no estaba muy animada para pegar hebra. De pronto,
el tren frenó bruscamente nada más arrancar a escasos metros de la ciudad manchega, y
fui yo, la que adormecida, dio un cabezazo sin querer a la nipona. Ella correspondió
con un alarido y yo desperté bruscamente. Atormentada por el incidente y tras pedirle
disculpas, le ofrecí comprar una lata de algún refresco para ponérsela donde el chichón,
pero ella, que hablaba un perfecto castellano, insistió en que no era necesario riéndose
de verme tan apurada. Tenía las uñas largas y rojas haciéndole juego con el carmín de
los labios .El flequillo a media frente y una larga y fina cola de caballo. Era muy guapa.
Del chichón pasamos a otros temas y le pregunté cómo se llamaba, ya que todavía
quedaba más de la mitad del viaje, y aquélla joven me pareció tan simpática que decidí
romper el hielo para sentirnos cómodas el resto del trayecto. Se llamaba Yomiko y se
dirigía a Sevilla para dar una charla en unas Jornadas de Emergencias y Catástrofes,
sobre el atentado que tuvo lugar hacía años en el metro de Tokio. Yo, que había leído
algo sobre ello, le interrogué para que me contara más de lo sucedido….

-“Se trataba de gas sarín,,,y fue un infierno”, me comenzó a explicar. “Yo trabajaba en
el servicio de coordinación de emergencias de la ciudad,,,y aún lo recuerdo con
angustia…Cierto es, que si no llegamos a estar tan preparados para este tipo de sucesos,
hubiera sido una catástrofe todavía peor de la que resultó .Los servicios de urgencia de
los hospitales se pusieron en alerta rápidamente, y cada unidad sacó sus equipos de
descontaminación para utilizarlos. Era la primera vez que se empleaban en un escenario
real en muchos años, ya que hasta entonces sólo los sacamos para los simulacros. Los
heridos que iban llegando a los hospitales fueron atendidos por profesionales
protegidos para evitar que también ellos fueran contaminados. Como suele ocurrir, al
principio hubo mucha confusión sobre la naturaleza del gas que se trataba .Además, y
para mayor desgracia, muchos otros fueron asistidos por personal no protegido
correctamente, lo cual aumentó considerablemente el número de víctimas….”

Permaneció Yomiko un buen rato describiéndome aquél atentado terrorista mientras yo


trataba de imaginarme aquellas caras deformes tiradas por el suelo, esperando a que
alguien las ayudase…La sensación de que no pudieran respirar y su agonía sobre los
andenes me trasladó por un momento a lo que pudo ser aquél infierno estremeciéndome
por dentro.

Sumida en este relato y sin apenas percibir el transcurso del tiempo, un timbrazo
proveniente de los altavoces nos dio la bienvenida a la estación de Santa Justa. El viaje
había sido francamente interesante al lado de semejante compañera. Así, que nos
despedimos muy amablemente dándole las gracias por aquél rato tan entretenido que me
había hecho pasar y cuanto me había trasmitido de aquella realidad apocalíptica ajena a
mi rutinaria y tediosa vida .

Pero no habían pasado ni unos minutos cuando volvimos a coincidir en la cola del taxi
afuera del vestíbulo de la estación. Esta vez, yo estaba delante de ella. De nuevo
entablamos conversación y volví a fijarme en los rasgos tan bonitos que tenía. No era
muy baja para ser de por allá y tenía unos dientes perfectos que trataba de ocultar con
tres dedos de su mano derecha cada vez que sonreía, alineándosele los ojos con su boca
y juntándosele el color carmín de la laca de uñas con el del lápiz de labios. Parecía una
modelo anunciando uno de esos de maquillajes…
Me tocó el turno para coger un taxi y me preguntó adónde iba. Como todavía no lo
había decidido, pues ni siquiera aquélla mañana sabía que acabaría durmiendo en
Sevilla, aposté sobre seguro diciéndole que al Hotel Hesperia ( total, siempre hay un
Hesperia en cualquier ciudad que se precie)

-¡Qué casualidad¡ exclamó ella encantada. ¡Yo también voy al mismo! ¿ quieres que
vayamos juntas? Me preguntó…

Y yo, que ya había metido las maletas en el maletero del coche, asentí sin poder
reaccionar : “¡Vamos si quieres!”

Una vez en el hotel tramitamos nuestras habitaciones por separado, pues la de ella ya la
tenían preparada. Así que se separó para seguir obediente a un botones que la conduciría
a su habitación. Yo , que tuve que actuar para que no se me notara que todo aquello
surgió de improviso , me cogí otra en otra planta resoplando por lo cara que me parecía,
pero deseando llegar a la habitación para por fin relajarme y pensar con claridad.
Cuando llegué , me tumbé en la cama tal cual accedí por la puerta. Observé que la
lámpara tenía la forma de un racimo de uvas y no era ni grande ni pequeña, pintada con
los colores del otoño, el cual comenzaba a invadirlo todo al otro lado de la ventana. Las
hojas ocres y amarillas , las aceras húmedas, las nubes plomizas, el cielo gris …todo
parecía estar impregnado por el emparrado de aquella lámpara…

Me senté en el escritorio a ojear la guía turística de Sevilla, sintiéndome desubicada por


las fotos alegres, de trajes tradicionales y productos gastronómicos, así como una
colección de vinos y souvenirs que según atestiguaba la guía estaban a precio de oferta,
pero que a mí me parecían carísimos .El fino, el tablao, la peineta, los faralaes, que si
Triana, la Giralda , el pescaíto,,,¿es que no habría una Sevilla misteriosa y profunda
para los que no nos interesaba el turismo de pandereta?.

Así que salí de la habitación , con el pelo aún mojado de la ducha y las yemas de mis
dedos arrugadas. A pesar de que me había propuesto desconectar el teléfono quise dar
señales de vida y le escribí un mensaje a Jimy diciéndole que me encontraba bien, que
me perdonara y que ya le llamaría….

Cuando bajé al vestíbulo del hotel , allí estaba Yomiko. Andaba preguntándole al de
recepción algún sitio para cenar pues era la primera vez que pisaba tierra andaluza. La
miré desde lejos, y comprobé que todavía estaba más perdida que yo, así que decidí
acercarme y ofrecerme para llevarla a algún sitio cercano. La verdad , es que no me
apetecía estar sola. Además, algo tenía esa mujer que me caía francamente bien y me
apetecía estar en su compañía. Así que salimos juntas del hotel dispuestas a conocer
Sevilla de noche y compartir otro rato en nuestras vidas ajenas pero tan cercanas ese día.

Actué de cicerone pues me rellené todos los bolsillos con planos e informaciones varias
de Sevilla que cogí de la habitación. Llegamos cerca de la Torre del Oro y desde ahí
paseamos cerca de la plaza de toros, haciendo escala frente a la Puerta del Príncipe y
leer en voz alta las anécdotas que las guías contaban de notables toreros que habían
salido a hombros por ella. De nuevo callejeamos hasta llegar al barrio de Santa Cruz.
Anduvimos bastante, pero la noche era tibia con pocas estrellas y apetecible para pasear,
por lo que no nos importó.
Cuando apretó el hambre, buscamos sitios de tapas típicos para empezar con el fino y
otros suculentos bocados recomendados por los expertos, como la sangre frita, los
boquerones, el pescaíto y otras por el estilo. Entre vino y vino y alguna copa después,
nos metimos en las dos de la mañana bailando sevillanas en un garito apto sólo para los
que no sabían bailarlas bien, y en el que sudábamos como pollos. Aquélla situación la
veía a esas horas de la noche, como una especie de escena cómica protagonizada por
dos personas que nos habíamos despertado aquélla mañana sin conocernos y que horas
después parecíamos amigas del alma. Mi cabeza aturdida intentaba controlar la risa
histérica que me provocaba cualquier anécdota y mi cuerpo exudaba alcohol por todos
los poros de mi piel, amén de decir que todos los miembros de la cadena alimentaria se
descomponían lentamente en mi estómago.

Lo poco que recuerdo ahora, es que me imaginaba las caras que pondrían mis
compañeras de hospital si se enteraran qué es lo que estaba haciendo y dónde,
provocándome aún más la risa, hasta que de pronto sentí cómo me daba vueltas todo,
obligándome a salir a tomar un poco el aire. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan
mal, descaradamente borracha y descontrolada, por lo que salí a la calle a apoyarme en
una farola y respirar hondo. Inmediatamente sentí una náusea gorda que me volteó el
estómago y empecé a vomitar, una y otra vez durante largo rato. Respiré unas cuantas
bocanadas de aire fresco y volví a revivir de nuevo. Cuando me dirigí de nuevo hacia la
puerta, la vi sonriéndole a un italiano con el rubor de la mano tapándole la boca.
Mostrando de nuevo las uñas y sus labios a juego. Se lo estaba pasando bomba, por eso
la propuse que se quedara pero que yo me marcharía, a lo cual se negó rotundamente
pues según insistía ella era mi amiga. Y aunque intenté persuadirla para que no lo
hiciera jamás cambiaría de opinión, así que volvimos a coger un taxi y nos dirigimos al
hotel a altas horas de la madrugada. Cuando nos fuimos a despedir, yo la noté extraña.
Insistía en acompañarme hasta la puerta de la habitación y no pude negarme. Creí que
su insistencia se debía a mi estado de salud, por lo que la hacía ver que ya me
encontraba bien, y que lo único que me pasaba es que estaba cansada. Con el vómito no
sólo arrojé todo cuanto había comido y bebido aquélla noche ( creo que fue el vómito
más caro de mi vida), sino que además, desapareció aquél aturdimiento que me tenía
mareada por la borrachera. Pero cualquier explicación resultaba en vano, pues
cogiéndome de la mano, fue ella la que me llevó hasta la puerta de mi habitación.
Cuando llegamos a la 203, que era donde me alojaba, abrí con la tarjeta empujándola
fuertemente con mi cuerpo para evitar que por el peso se volviera a cerrar. Tal fue mi
maniobra, que por el pequeño resquicio que dejó la puerta entreabierta, Yomiko se coló
sibilina, sin haberme apenas dado yo cuenta .

Una vez dentro, y sin darme tiempo si quiera a conectar la luz, me arrinconó contra la
pared, dándome un beso a traición sin poder yo reaccionar ni hacer nada. Me metió la
lengua hasta el fondo como rebuscando algo, mientras su mano impaciente me buscaba
los pechos bajo la blusa .La metió debajo del sujetador arrancándomelo hacia arriba sin
poder dar tregua a desabrochármelo, dejándome de pronto con la boca ocupada, las
tetas fuera y las piernas entreabiertas en ademán de sostenerme por la fuerza con la que
me besaba . Así permanecimos un largo rato. Con su lengua hurgando en mi boca y su
mano, que ahora había cambiado el objeto de deseo, soltando el botón de mis vaqueros.
Arremetida contra la pared, me enfrentaba a un verdadero asalto donde la oscuridad y la
ignorancia me impidieron reaccionar. Mientras me besaba ( porque realmente en ese
momento yo sólo fui sujeto pasivo sin participar en nada), volvieron a pasar delante de
mí los rostros de mis compañeras de trabajo y la cara que pondrían si se enteraran que
me había enrollado con una chica. Y lejos de sentir vergüenza u otro sentimiento que
me infravalorara, sentía cómo el deseo de Yomiko se me iba contagiando como lo hace
la risa, sintiéndome de pronto yo también nerviosa y con ganas de hacer algo. A ella, le
faltaban lenguas para chuparme los ojos, la nariz y mi boca, y manos para manosearme
y tocarme todo al mismo tiempo. Me buscaba bajo la blusa y el pantalón y yo sólo pude
colaborar con algún gesto tímido para que continuara haciendo lo que se había
propuesto. No quería que cesara de explorarme , pero debía concentrarme en lo que
estaba ocurriendo y pensar si realmente aquello me gustaba. Permanecer allí de pie, sin
saber qué hacer pero agarrada a esa chica super sensual y a su sabor, el de su boca , así
como el olor de su piel, me pareció la escena más erótica de todas cuantas recordaba
en mi vida sexual, no sólo con Jimy. Además, la novedad de sensaciones me excitaba
cada vez más, provocando en Yomiko a su vez, una mayor excitación que se la notaba
cada vez que emitía algún gemido como cuando alguien está probando algo realmente
exquisito. Solo que esta vez, ese algo rico era mi boca y toda yo.
De pronto, paró de golpe y me miró a los ojos con ternura pero sin bajar la mirada. Sin
pronunciar palabra volvió a regalarme unos cuantos besos, ahora suaves y superficiales
sobre mis labios sellados y sutilmente se separó de mí vistiéndose otra vez.

-Siento si te he … , me susurró de modo que más que oírla pude oler su aliento.

Yo bajé los brazos y la rodeé contra mi pecho dándola un beso en la cabeza como el que
se le da a los hijos , y que tantas veces me lo había hecho a mí Jimy. Mi
comportamiento torpe me avergonzaba un poco, pues no estaba a su altura y tratando de
disculparme ante ella, la respondí en voz baja: “No te preocupes Yomiko, no te
preocupes,,,,es que estoy un poco aturdida hoy,,,,perdóname tú a mí…”.

Al día siguiente, decidí ir a verla exponer su charla en las jornadas .La cabeza me dolía
horrores y sentía un acorchamiento generalizado en todo el cuerpo. Era su última noche
en Sevilla y culminaría con lo que llamaban cena de confraternización y que no era más
que una cena en la que los comensales serían todos los congresistas, visitantes y
ponentes al mismo tiempo….

Tuvo lugar en un hotel de lujo y la entrada se hacía con invitación personalizada, lo cual
no fue problema para mí, porque Yomiko empleó sus influencias como ponente para
que me dejaran pasar, alegando que éramos compañeras en la Dirección General de
Emergencias de Madrid . Ninguna de las dos comentamos lo sucedido la noche anterior,
aunque era evidente que a ninguna nos había molestado. Durante la cena no me pude
sentar a su lado ya que tenía asignado un puesto en la mesa de ponentes, quedándome
yo en una mesa del montón rodeada de militares y personal del Samur de Madrid. Mi
compañero de mesa era un hombre de menos de unos cincuenta años que decía llamarse
Paco y trabajaba en el servicio de admisión en el Puerta de Hierro. Como nuestros
trabajos tenían muchas cosas en común nos fue fácil empatizar intercambiando batallas
del día a día que pese a lo drásticas que nos parecieron en su momento, ahora no eran
sino anécdotas cómicas entre copa y copa, que nos provocaban verdaderos ataques de
risa al recordarlas.
Terminada la cena y su sobremesa, decidimos dividirnos en grupos y salir a disfrutar de
la noche Sevillana. Visitamos varios locales de copas, entrando y saliendo sin más de
algunos y quedándonos en otros a tomar algo y bailar un rato. Aunque ninguno nos
conocíamos antes de la cena, parecía como si de pronto todos fuéramos amigos de toda
la vida por la camaradería y la confianza con la que nos tratábamos. A lo largo de la
noche, Paco y yo no nos separamos ni un solo momento, pues entre otras cosas éramos
los únicos que íbamos sin pareja ni apenas conocidos, quedándonos colgados cada vez
que uno de los dos desaparecía . Y cuando cambiábamos de local, procurábamos no
separarnos del grueso del grupo para no despistarnos y no quedarnos los dos aislados en
aquélla ciudad desconocida para ambos. De vez en cuando, buscaba a Yomiko con mi
mirada para asegurarme que seguía allí y ella a su vez hacía lo mismo, encontrándonos
alguna vez en un cruce de miradas cómplices entre la muchedumbre y el humo de los
locales. Parecía un juego de control, en el que yo vigilaba la posición de Yomiko y
Yomiko me vigilaba a mí, al tiempo que Paco y yo nos vigilábamos mutuamente y
hacíamos lo mismo con el grupo para que no se escapara. Era un auténtico juego de
estrategia.

No recuerdo la hora exacta que era cuando por fin nos establecimos todos en un pub
para quedarnos largo rato. Era uno de esos antros en los que se te ven los dientes y la
conjuntiva de los ojos verde fosforito, y tienes que aproximar tu boca hasta casi tocar la
oreja de tu interlocutor para que te pueda oír. Paco empezó a piropearme y a tirarme los
tejos, porque estaba claro que esa noche quería terminarla conmigo donde fuera pero
ligeros de ropa. Varias veces se abalanzó sobre mí para decirme alguna cosa al oído
entre el estruendoso sonido de fondo, para volver a apartarse y sonreír con sus dientes
blancos fluorescentes. Y así unas cuantas veces. Yo le seguía el juego, aun sin
enterarme muy bien de lo que me estaba contando ya que estaba más pendiente de
vigilar a Yomiko. Le pregunté si estaba casado, para lo cual tuve que acercarme tanto a
él que mis labios llegaron a rozarle su pabellón auricular. Paco contestó poniéndose de
pronto serio y mirándome con cara de circunstancia, al tiempo que me confesaba que se
acababa de separar. Le hice una mueca como indicándole que lo sentía y le invité con la
mirada a que siguiera contándome. Entonces volvió a mí y en pocas palabras me dijo
que su mujer le había sido infiel durante tres años con otro hombre hasta que lo
descubrió. Le miré otra vez para confirmar que lo había entendido y con otro gesto le
indiqué que lo sentía. Entonces él continuó desfogándose. Les había pillado en su propia
cama un fin de semana que tuvo que ausentarse por un problema familiar, y cuando
regresó, se los encontró. Su mujer trabajaba en el mismo hospital que yo, pero no le
ponía cara .”La muy zorra” dijo con un tono medio burlesco medio amargo “ Llevaba
tres años, tirándose al informático del hospital. Un yanki que había venido hacía no
mucho, para casarse con una pobrecilla.”

Y dicho esto, se apartó para mostrarme de nuevo la mejor de sus sonrisas . Con sus
dientes blanco España y su caspa brillante espolvoreada sobre los hombros, liquidaba el
último trago del whisky con coca cola al tiempo que dio por finalizada su explicación,
esperando ahora mi respuesta. Pero yo no pude reaccionar tras sus palabras. Su última
frase me dejó petrificada en aquélla sala de baile, donde de pronto oía más mis latidos
golpeándome el pecho, que la estridente música alrededor . Sentí congelarse mi sonrisa
no pudiéndola reprimir un rostro iracundo que era el mío, ardiendo por la furia de lo que
acababa de oír. Y al tiempo que observaba a Paco sonriéndome acercándose y
alejándose de mí, sentí que aquélla frase me había dilapidado por dentro, por haberme
reconocido en ella. ¿Sabría Paco que “esa pobrecilla” era yo y me estaba gastando una
broma pesada?. ¿Acaso había algún otro informático yanki en mi hospital? ¿Debía hacer
como que no me afectaba y seguir sonriéndole o todo lo contrario montar en cólera y
llamarle embustero?. Todas estas preguntas comenzaron a invadirme la mente ofuscada
por el ruido, el alcohol y aquélla situación que más bien me parecía un sueño a que la
estuviera viviendo. Paco seguía con su empeño en cazarme esa noche, y entre halagos,
volvió a invitarme a otra copa, pero antes de contestarle intenté sacarle más información
para corroborar lo que ya me había delatado. Un escalofrío me atravesó de arriba abajo
y sentí cómo me temblaban las rodillas, de la misma manera que el primer día que
conocí al susodicho que ahora me estaba poniendo los cuernos. Le seguí el juego para
que me diera más datos y no me quedara ni el mínimo resquicio de duda; El pelo, el
aspecto físico, el nombre, todo coincidía con mi Jimy, convirtiéndome a mí, en “la
pobrecilla” que se había casado con ese hombre despreciable y que si las cuentas no
fallaban sólo me había sido fiel tres meses después del matrimonio. Me sentía morir. No
podía ser cierto. De pronto me dejó de hacer gracia aquella situación y necesitaba
retirarme…Ya había sido suficiente tortura .El interrogatorio, los detalles con pelos y
señales, todo absolutamente todo, coincidían con las supuestas ausencias y excusas que
me había ido poniendo en nuestra escueta vida matrimonial….

Le dije a Paco que me sentía mal y me quería marchar. Él se empeñó en acompañarme


pero le rogué que no lo hiciera. A cambio eso sí, de intercambiarnos los teléfonos y
darnos un beso con lengua de despedida como la antesala de lo que en una próxima cita
podría ocurrir. Sólo así se quedó tranquilo, y dejó de insistir en venirse conmigo.
Entonces me acerqué a Yomiko y le dije que me marchaba. “Me han dado una mala
noticia y me quiero ir al hotel” le dije, pero al igual que la noche anterior, lo dejó todo
para acompañarme…

Regresamos al hotel sin mediar apenas unas palabras. Yo le resumí lo que me había
pasado y ella respetó mi silencio , cogiéndome únicamente de la mano.

Cuando llegamos al ascensor del hotel apretó el botón de su planta y de la mía. Estaba
claro que esa noche iba a respetar mi estado tan ruinoso, pero ahora era precisamente a
mí a la que no le apetecía estar sola y tampoco estaba dispuesta a derramar ni una sola
lágrima, ni a compadecerme de lo desgraciada que era en aquel momento de mi vida.
.Jimy no se lo merecía. Así que fui yo la que esa noche la acompañé a su habitación.
Mientras abría su puerta con la tarjeta la agarré de la cintura por detrás y la di un beso
en el cuello. Me sentía tan torpe que incluso ahora al recordarlo me da vergüenza,
porque jamás se lo había hecho a una mujer y jamás pensé que aquello me iba a
despertar un deseo tan poderoso. Su olor, el calor y la suavidad que irradiaban la piel de
su cuello mientras mis pechos se estrujaban en su espalda y mis labios eran acariciados
por su cabello, me dispararon unas ganas de continuar sin reparos lo que la noche
anterior dejamos aparcado, así que levemente la empujé hacia el interior ansiosa ahora
por encontrarla en la oscuridad de su habitación con verdadero frenesí e impaciencia.

Pero al atravesar esa puerta, atravesé una barrera en mi vida que me conduciría a un
camino sin retorno y a un lugar al que jamás me propuse llegar y en el que en cambio
ahora me sentía atrapada por un sentimiento incontrolable. Sabía que Yomiko partiría al
día siguiente y nuestra aventura no duraría más que aquellos dos días.
Una vez en el interior de aquella habitación a oscuras tan parecida a la mía, comencé a
abandonarme a las circunstancias de un mundo absolutamente desconocido por mí, pero
tanto más deseado a medida que avanzaba por él. La exploraba suavemente con la
torpeza del que no ha explorado jamás un cuerpo afín al suyo. Sus pechos , redondos y
apretados bajo un sujetador de copa lisa blanca y suave, brotaban con fuerza marcando
un canal estrecho, por el que no calaban mis besos. Ella se dio cuenta de mi involuntaria
timidez de seguir avanzando en el camino del deseo y me ayudó desvistiéndose poco a
poco, al tiempo que también a mí me iba desvistiendo. Primero la blusa sedosa que se
resbalaba en su piel, después la falda ajustada y cuyos botones se hallaban en la parte de
atrás y por último las medias, quedándose únicamente provista de un tanga de encaje
blanco que hacía juego con el sujetador. Se tumbó en la cama y se soltó la coleta. Tan
sólo una estrecha franja de luz proveniente de la calle me permitía adivinar sus labios y
uñas carmesí. Su sonrisa la alternaba con movimientos labiales y linguales que
demostraban lo caliente que se iba poniendo, lamiéndose el carmín como si acabase de
comer algo y sacando la lengua de su boca abierta. Sus pechos fueron desprendidos del
sujetador que los apretaba, quedando liberados como dos manzanas sueltas,
rápidamente deglutidas por mi boca en un intento de metérmelos enteros uno a uno y
después de dibujar la anatomía de cada uno de ellos con la punta de mi lengua. Yo iba
recorriéndola suavemente al tiempo que también me iba acelerando. Notaba mi fluido
escaparse por mi pubis, pringando mi oscura braga con un líquido lechoso, parecido al
que expulsamos las mujeres cuando ovulamos. Ella se contorneaba por el placer y yo la
seguía en una danza común en la penumbra, sumidas en un duelo de locura y excitación.
Aquello no era normal. No me podía estar ocurriendo a mí, pensaba brevemente entre
lametazo y lametazo. Yomiko no era un hombre y en cambio, me hacía sentirme
auténticamente salvaje cuanto más me la comía. Mi cuerpo se iba trasformando en otro
cuerpo parecido al mío, hinchándose mis senos, inflamándose mi pubis y mis labios no
cesaban de buscar, hurgar y jugar con cualquier accidente geográfico que se encontrara
en mi camino exploratorio hacia Yomiko. Todo parecía tan normal y tan sabroso que
era imposible parar. Yomiko se iba poniendo nerviosa y comenzaba a dejar de ser
pasiva para buscarme también ella con sus dedos .Parecía el ritual de dos ninfas sobre
aquélla colcha atigrada pintada a rayas por el amarillo farola con el que la luz de la
calle invadía aquélla estancia. Jamás en la vida sentí un olor tan agradable y dulce…
Ahora lo recuerdo , y me estremezco de recordar la sensación tan apasionada que me
producía el tener mi nariz contra su clítoris, punta con punta y notar cómo su vagina se
abría y cerraba deshaciéndose como una boca. Jugaba a mordisquearla una y otra vez
sin llegar a hacerla daño, como el que quiere comerse un pastel a pequeños bocados
para que no se gaste nunca. Hasta que no pude más y ante sus repliegues y alaridos de
placer, la desprotegí del tanga sin contemplaciones. Pensaba en mí y procuraba hacerla
todo lo que me hubiera gustado que me hicieran a mí, porque en el fondo, me
imaginaba mi pubis y mi clítoris y mi vagina y era como si todo aquello que le estaba
haciendo a Yomiko, me lo estuviese haciendo a mí misma. Por eso, cuando la veía
doblarse de placer, yo sentía lo mismo y cuando ella se moría yo lo hacía con ella.

Aquella noche la pasamos juntas quedándonos dormidas abrazadas después de amarnos.


Caímos en un sueño profundo en el que prolongamos nuestro deseo, ella soñando
conmigo y yo soñando con ella, hasta que retornamos a la vigilia a la mañana siguiente
con la claridad de la noche atravesando la persiana .Fue entonces cuando descubrí que
Yomiko tenía sus genitales tatuados con los restos aún de unos grandes hematomas,
ahora ya deslucidos a tonos ocres y amarillos por pertenecer a un tiempo pasado pero no
muy lejano. La oscuridad de la noche no me los dejó ver y ahora, terroríficamente se
mostraban ante mí, como los restos verdosos y amarillentos de lo que podían haber sido
unos golpes en su parte más íntima.
Ella se tapó rápidamente y se levantó al aseo. Cuando salió ya estaba vestida y
preparada para marcharse. Pero lo que habían visto mis ojos y sobre todo después de
aquella noche, no me podía pasar inadvertido. La pregunté angustiada por esos
cardenales y ella me esquivó la pregunta con su prisa, pues iba a perder el tren de vuelta
a Madrid…

-”Cuéntame qué te ha pasado Yomiko, por favor” le rogué.

-“Déjalo, es problema mío, no me puedes ayudar, pero gracias igualmente” contestó sin
dilación.

La pregunté si estaba casada y me lo afirmó fría como un témpano. Insistió en que se le


hacía tarde y me pidió si no me importaba quedarme sola en la habitación. Aunque
sabía que yo disponía de todo el tiempo del mundo, no me dejó acompañarla a la
estación.

Así que me levanté como un rayo y la miré a los ojos. Ella permaneció de pie enhiesta
sosteniendo su troley y sin decir nada. La Yomiko a la que había hecho el amor hacía
unas horas había desaparecido por completo, quedando tan sólo un espectro frío y serio
de la dulce princesa nipona. La dije que era la primera vez que había estado con una
mujer y que había sido maravilloso. Ella sabía mi situación con Jimy, y sonrió, esta vez
sin taparse la boca con sus tres dedos, regresando de nuevo a la Yomiko que yo conocí
y mostrando una sonrisa cálida y sus ojos misteriosos más achinados que nunca.
Volvieron a ser los suyos, dejando atrás la mirada esquiva y fría con la que hacía tan
sólo unos momentos pretendía despedirse..

-“Te llamaré”, me dijo antes de cerrar la puerta,,,,y desapareció

Me quedé plantada sentada al borde de su cama con la camisa desabrochada y pensando


dónde ir o qué hacer. Sentía vértigo de pensar en la vuelta aún lejana, pues todavía me
quedaban unos cuantos días de vacaciones ,por lo que decidí marcharme de Sevilla
hacia cualquier otro lugar. Ya no me apetecía estar allí sin Yomiko , así que recogí mi
equipaje y me fui yo también rumbo a ninguna parte a la estación de autobuses.

Cuando llegué al vestíbulo plagado de oficinas acristaladas y después de consultar


horarios y combinaciones, decidí partir a Granada, ciudad también desconocida por mí
y que tanto anhelaba visitar desde hacía años.

Llegué al mediodía de un Sábado del mes de Noviembre. Justo cuando apenas había
gente por la calle y las tiendas permanecían cerradas. Tiré hacia la Gran Vía de Colón
y me dirigí hacia el centro de la ciudad. Allí me aconsejaron que por la hora, lo único
donde poder tomar algo serían las teterías de la calle Elvira, por lo que como no
quedaba muy lejos, seguí caminando. Al llegar a las proximidades, le pregunté a una
mujer que descargaba de una furgoneta unos paquetes envueltos en papel de estraza, que
por la forma, parecían como si fueran bandejas de pasteles o algo similar…Iba y venía
dejando la puerta trasera de su coche abierta, por lo que decidí esperarla a la vuelta.
-“Es ésta la calle que buscas. ¿ Preguntas por algún sitio en particular?”

.Aquella mujer superaba los cuarenta y su aspecto desaliñado y rústico , le marcaban


los rasgos de su cara. Sus pómulos prominentes, una intensa mirada azul claro y su pelo
castaño y encrespado , dejaba entrever las raíces oscuras sembradas de canas. Iba sin
maquillar, y aun así tenía una belleza natural intrínseca que irradiaba por los cuatro
costados. Llevaba vaqueros y una chaqueta calada caoba que la hacía juego con la
melena.

-” Pues la verdad es que no”,”¿me puedes recomendar algún sitio para comer?” le
pregunté.

-“Pues mira, en ésta primera tetería de la derecha, no sólo estarás más cómoda, pues los
asientos son de madera, sino que además te puedes tomar un cuerno de gacela, o algún
dátil relleno con toda confianza, pues los hice yo misma ayer…” Y dicho esto, cerró con
su cadera el portón y se metió en la que me había aconsejado llevando entre sus manos
una bandeja grande.

“¿Puedo ayudarte?” la pregunté a la vuelta .

Y con cara de agradecimiento asintió rogándome por favor que volviera a abrir la puerta
y cogiera la última que le quedaba para el reparto. Dicho y hecho, la seguí con el
paquete blanco que desprendía aroma a canela.

-”¿Qué son?” la seguí con mi voz a su paso apresurado,,,Pero no me oyó y siguió hacia
delante…..

Una vez dentro, la vi conversar con un hombre joven de aspecto árabe con barba oscura
y chilaba. Sacó de la caja unos cuantos euros y se los metió en un sobre. Ella me miró y
decidió acompañarme , no sin antes pedirle al hombre fornido y alto, un té pakistaní
para las dos con unos pastelitos de nueces y otros rellenos de higos .

-¿Conoces Granada? , me preguntó una vez que ya se puso cómoda y tranquila a mi


lado, en una mesita diminuta de madera damasquinada

-No. Es la primera vez que vengo. Acabo de aterrizar como quien dice hace media hora.
Y tú, ¿eres de aquí?

Estuvimos conversando lo que da de sí un té pakistaní, otro saharahui y por último , el


clásico té verde…Se llamaba Lucía. Me contó que estaba separada y vivía en una casa
de pueblo en las Alpujarras. Una vez por semana , venía a la ciudad a repartir pastas
árabes que se vendían como si fuesen hechas por propias manos musulmanas, al igual
que el té, que ella misma cultivaba, recolectaba y preparaba , en la huerta de su casa, de
la misma categoría o incluso superior que el mismo té de Ceilán…”Aquí, la gente no
distingue, y a mí me da de comer”, bromeaba….

Aquella tarde, insistió en que tenía que acompañarla y ser su invitada. Congeniamos
muy bien y la confesé que la intención de mi viaje no era otro sino dejar pasar el tiempo
hasta que volviese en unos días a Madrid. La conté lo que me había pasado con mi
marido y cómo me enteré, y ella no paraba de sonreír y reír de manera sencilla sin
intención de hacer daño.

En el camino hacia su casa, comenzó a sonarme el móvil que lo tenía dentro del bolso
en el asiento de atrás. Tal fue mi ansia por cogerlo pensando en que pudiera ser
Yomiko, que cuando por fin lo alcancé, el aparato calló, porque quien fuera el que
llamaba desistió y colgó. Esto hizo que lo soltara de mala manera por el arrebato de no
haber llegado a tiempo. Lucía que conducía en silencio, salió de su ensimismamiento y
rompiendo el hielo me dijo:

- “Parece que esperas que te llame alguien y sospecho que no es tu marido”.

Mi cara se encendió afirmando su comentario y en vista de que la llamada perdida era


no identificada, hizo que me sintiera contrariada y nerviosa.

-Bueno, en realidad en Sevilla conocí a alguien especial, me justifiqué .Y sin más, le


relaté por encima mi aventura con Yomiko y la desazón que me carcomía por dentro
desde que me despedí de ella.

Ella escuchó en silencio hasta el final sin desviar la atención de la carretera. De vez en
cuando se giraba y sonreía con las bolsas de sus ojos arrugándolas sutilmente. Era ya
noche cerrada y muy pocos coches se cruzaban con nosotros. Paramos en Lanjarón a
cenar algo ; unas migas alpujarreñas con algo de vino. Parecíamos por arte de magia dos
amigas de mucho tiempo. No doy crédito a lo fácil que resulta entablar amistad con
alguien. Nos empeñamos en vivir un mundo a solas, cuando basta con salir a la calle y
dejarse llevar por el corazón. Toda mi vida y especialmente los años que había vivido
con Jimy, me había resultado arduo difícil entablar relaciones tan fáciles y rápidas como
últimamente. Pienso que se debía a que mi corazón y mi mente permanecían cerrados
por la desconfianza. Ahora, que no tenía nada que perder, era cuando las cosas surgían
sin forzarlas y las personas se ponían en mi camino…

Cuando llegamos a su casa, era bastante tarde y estábamos cansadas. La oscuridad sin
luna de la noche, me impidió vislumbrar nada, por lo que sólo me acuerdo de los
ladridos de dos perros inmensos que se abalanzaron contra la verja ansiosos por darnos
la bienvenida y del aroma penetrante a tierra mojada y a romero….

A la mañana siguiente cuando nos despertamos, el sol deslumbraba los cristales todavía
empañados por la escarcha. El cielo estaba limpio y no quedaba ni rastro de nubes.
Vivía en una casa próxima a Pampaneira, que era el pueblo situado más abajo de los tres
que componen el Valle del Poqueira ,y cuyos otros dos se llaman Bubión y Capileira.
Los tres zigzaguean la falda del Veleta y reciben de él las nieves que convierten en un
río que da nombre al valle. Su casa estaba próxima a la carretera y parecía más bien un
apero de labranza…Además, el mobiliario lo constituían utensilios empleados antaño
por aquéllas tierras, ahora convertidos en muebles utilitarios conservando el resplandor
de su artesanía. Era acogedora y bonita y en la parte de atrás se extendía un pequeño
huerto donde cultivaba el té que luego lo secaba en manojos en un pequeño cobertizo,
hecho por ella misma, para luego venderlo en las teterías….
-“Hoy te voy a llevar a un sitio muy especial. Te va a gustar” me dijo al tiempo que
apartaba la cafetera del fogón y el pan humeaba en el grill impregnándolo todo con
olor a pueblo.

-¿Adónde? pregunté curiosa

-“Ya lo verás,” pero te va a venir muy bien por el momento por el que estás pasando…

Después de desayunar y coger algunas brevas y granadas para el camino, partimos en su


furgoneta por una carretera muy empinada cuesta arriba, hasta llegar a un pequeño
letrero que rezaba la leyenda de : Oselin .

- “¿Qué es Oselin?”repliqué….Y ella , con su voz quebrada por los baches, me lo trató
de explicar…

“Oselin, es el nombre de un centro budista que lleva aquí algún tiempo. Hace años,
vivía aquí un lama llamado Lama Yeshe, que era muy amigo de una pareja que le
ayudaba en su vida cotidiana y en las labores del templo. Antes de morir, partió para
Estados Unidos pero advirtió que cuando muriese, se reencarnaría en algún lugar amigo
en Occidente. Así pues, cuando se murió y después de muchas investigaciones se
descubrió que el hijo que recién acababa de tener esta pareja amiga del lama en vida, no
era sino la reencarnación del mismísimo lama. Y se le llamó al niño Osel que significa
“templo de luz” o algo así y ahora está en la India, con el Dalai Lama y el resto de los
Lamas reencarnados preparándose para la vida monástica. Y nos ha dejado este
maravilloso lugar que aunque parezca mentira lo visita mucha gente.”

Cuando llegamos, lo primero que se veía era una especie de monumento con forma de
tetera gigante rodeada de banderas multicolores. El silencio era sepulcral tan sólo
difamado por el sonido del viento en su batir de ramas y el leve tintineo de una
campanilla en uno de los extremos de las banderolas.

-Psssiii, me indicó con un dedo en sus labios sellados para indicarme que debíamos
guardar silencio. Aquí hay que hablar en voz baja continuó explicándome al tiempo que
me agarró del brazo para conducirme donde la tetera. ”Se llama estupa y tiene los restos
mortales del Lama Yeshe ” .Rodéala siguiendo las agujas del reloj y procura no pensar
en nada….

E intentando obedecerla, comencé a bordear aquél monumento con los párpados


apretados y mi mente luchando por evitar cualquier figura o pensamiento, pero cuando
iba por la mitad Yomiko interrumpió mi transitorio pensamiento en blanco para invadir
mi mente. Recordaba sus cardenales y un tremendo dolor me desgarraba por dentro
como si fuera a mí a quien se los hubieran hecho. Aunque ella rehusó hablar del tema,
no me cabía la menor duda de que era la firma de su marido. En cualquier caso, no me
podía imaginar que alguien hubiera herido su sonrisa de fresa , su cuerpo frágil y suave
y su piel fina , blanca y deliciosa. De pronto me invadió una gran ansiedad y un
sentimiento de tristeza me embargó recordándome su despedida fría después de aquélla
noche tan mágica . Mis ojos rompieron en lágrimas y mis manos ocultaron mi rostro
para no ser descubierta por Lucía.
-”Ánimo,” susurró ella cobijándome los hombros bajo su brazo. Aún te queda la mitad
del camino.

Entonces abrí los ojos y miré a mi alrededor. La montaña plagada de helicrisos


desprendía un olor parecido al curry que me hizo regresar a la realidad…Me sentía
absolutamente hechizada por alguien de la que poco más sabía que su nombre, que
estaba casada y que posiblemente, sufría malos tratos.

-“ Yo soy la cornuda y ella la apaleada” le bromeé a Lucía, aceptando la mano que me


ofrecía para levantarme.

Estuve todo el día pensando en si escribirla un mensaje por el móvil o llamarla.


Finalmente y tras librar auténticas luchas encarnizadas entre mi mente y mi corazón,
ganó la segunda opción, debiendo ahora encontrar el momento adecuado para que me
pudiera coger el teléfono. Por la mañana sería prácticamente imposible, pues estaría en
el trabajo y no podría atenderme. Al mediodía, tampoco me parecía buen momento,
porque estaría comiendo. Y por la tarde, ¿qué haría por la tarde?, quizás estuviera en
alguna reunión o incluso en casa, con ….el ogro con el que convivía…Por la noche, ni
me lo planteé. Sin decidirme por un momento del día, era éste el que iba trascurriendo
de forma veloz. Así que opté por la opción de escribirla algún mensaje que luego
borraba sin llegar a enviarlo. Al fin, aprovechando que Lucía estaba distraída con uno
de los monjes del templo, decidí que ése era el momento perfecto y le envié: “Hola
princesa, ¿qué tal estás? . Te echo de menos”.

Confirmé dos o tres veces, que lo había trasmitido bien y volví a mi vida presente. Una
sensación de liberación me decía que yo ya había movido ficha y que ahora
simplemente debía esperar. Pero no aparecía atisbo de respuesta ni ninguna otra señal en
la pantalla de mi móvil.

La noche se iba comiendo la luz y teníamos que volver. Las pequeñas bombillas
desnudas que indicaban la salida del centro, temblaban por el viento esparciendo un
manojo de sombras temblorosas entre los nogales que las rodeaban.

Lucía me cogió por el hombro de manera fraternal y sonriéndome me preguntó si me


había llamado o sabía algo de ella, lo cual negué con la cabeza, retornando de nuevo
ambas amigas a su casa.

Antes de acostarme volví a comprobar si tenía algún mensaje. Pero no había ninguna
novedad en esa pantallita minúscula, por lo que opté por apagar el teléfono y así
esquivar la ansiedad que me devoraba por estar pendiente de él.

A la mañana siguiente, cuando preparaba el café y las tostadas ,el recién encendido
aparato vibró sobre la encimera. Por fin Yomiko daba señales de vida..Según la hora
que marcaba, fue enviado la noche anterior , pasadas las doce :”Hola cielo, yo también
pienso en ti. Perdona mi despedida. Ya te explicaré. ¿Estarás en Sevilla este fin de
semana? ¡Podríamos vernos!. ¡Besos!”. Mi corazón comenzó a galopar notando los
latidos salirse por mi boca. Mi cara comenzó a arder y las manos temblorosas no
acertaban a dar los pequeños botoncitos del móvil para visualizar aquél mensaje varias
veces. Estábamos a Miércoles y quedaban tan sólo dos días para el fin de semana.
“¡Dios mío y yo al otro extremo de Andalucía”, pensé angustiada. Tenía que hacer algo
para volver como fuese a Sevilla antes del Sábado.

Llegó el Viernes y seguí sin tener noticias de ella. La desazón me trituraba por dentro:
“ ¿Se habrá echado para atrás y el deseo que en mí se ha magnificado, en ella se ha
desvanecido? ; ¿ O es que no ha podido engañar a su verdugo?; ¿Habrá sido
descubierta tal vez por éste y nuevamente apaleada? . ¡Oh Dios! , cualquier cosa menos
pensar que alguien le ponía las manos encima. Aunque hice todo lo posible para volver
allí antes del fin de semana, me sentía verdaderamente incapaz de llamarla por temor a
que al escuchar mi voz se le enfriara el deseo y quisiera cancelar nuestro encuentro. Por
eso, mi forma de comunicarme con ella era a través de mensajes. El tiempo apremiaba y
mis pensamientos iban evolucionando con el tiempo, madurando lo que por ella sentía ;
“ El amor , simplemente es un billete de ida, nunca un billete cerrado”. Me repetía a mí
misma una y otra vez, preparándome para lo que pudiera ocurrir y dando por hecho
cualquier salida a nuestra relación. Sólo de esta manera lograría concentrarme en el
presente.

Por lo que llegado el día, me despedí de Lucía. Su divorcio, enterrado en el pasado,


cicatrizó bien en esta mujer fuerte de mirada cristalina. Ahora parecía feliz en su mundo
entretenido y autosuficiente, donde pasaba el tiempo alejada de todo como una ermitaña
entre magnolias y jacintos.

Cuando llegué de nuevo a Sevilla recibí otro mensaje…”Llego en el ave de las 19;30”
decía.”Un beso”. Y de nuevo, mi corazón se aceleró hasta el punto de estallar por la
ansiedad que me resquebrajaba el pecho apurándome la respiración agolpada, al tiempo
que subía las escaleras de Santa Justa, camino del cuarto de baño para confirmar mi
aspecto físico agradable y cuidadoso. Tan sólo quedaban dos horas para poder abrazar la
figura humana que me había tenido obsesionada toda aquélla semana y demostrarme a
mí misma que no había sido un sueño.

Mientras apuraba una coca cola en una cafetería de la estación para acortar la espera,
recibí una llamada de Jimy. Al principio se mostró un poco agresivo, calmándose al
poco rato para preguntarme con tono derrotista dónde me hallaba y si me encontraba
bien. No quise mencionarle nada de lo que ya sabía, ni tampoco me mostré arisca,
precisamente porque ahora no era el tema que más me importaba. Simplemente le pedí
que me perdonase ,para no tener que darle ninguna explicación y alegando una falsa
depresión como excusa, le prometí volver en cuanto me encontrase mejor

Cuando llegó el tren la vi descender a lo lejos. Llevaba el mismo traje blanco de falda y
chaqueta que cuando la conocí. Nada más verme sonrió y una vez llegado a donde la
esperaba se paró frente a mí tapándose de nuevo la boca con sus tres dedos en señal de
un falso pudor, que rápidamente solucionamos con un beso en los labios. La ayudé a
llevar la troley y caminamos en un semiabrazo.

Al llegar al hotel comentamos por lo alto lo más significativo de aquélla semana.Una


puerta gemela de la que nos vio separarnos, se cerró y de nuevo comenzamos a
comernos….Pensé en el deseo tan atroz que me había impedido conciliar el sueño las
noches pasadas e hizo que me convirtiera en un todo entre el universo y su saliva…Mis
ojos no veían y mis manos dejaron de ser dueñas de mí. Toda yo me volví a encrespar,
y mi mente se nubló, volviéndome ciega de repente por volver a saborear ese néctar tan
delicioso a almendras amargas que sabía su boca. Su piel blanca y delicada olía a
vainilla y su pubis , esta vez ya sin restos de señales, parecía un delicioso bocado
húmedo.

No sé cuántas horas estuvimos, pues la noche no da pistas sobre el tiempo….Pero nos


desvelamos saciadas de sexo y comenzamos a charlar. Yo saqué de mi bolsa unas
granadas que traje y unas nueces y eso fue lo único que nos alimentó el estómago…

No le gustaba hablar de su vida, aunque lo hacía a trazos. Me explicó que vino de Japón
casada con un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores hacía ya cinco años. Se
enamoró de él y decidió venirse a España. Para ella , era un reto venirse aquí ella sola y
dejar allí a su hermano del alma, menor que ella y a sus padres, aunque la consolaba
saber que no quedarían con problemas económicos pues su padre era el secretario del
embajador de España en Japón…Cuando vino todo era normal. Hasta que su marido
comenzó a instigarla y mostrarse agresivo. Tenía celos de todos cuantos rodeaban a
Yomiko, hasta el extremo de poner un detective privado que la espiara cuando iba a la
compra o a la peluquería. Fue tal el acoso que intentó separarse en dos ocasiones, ambas
precedidas y seguidas por sendas palizas.Ella lo ocultó por temor al rechazo en una
cultura que todavía no conocía bien ni tampoco sus leyes. Hasta que una noche apareció
borracho y comenzó a pegarla sin mediar palabra. La agarró de un brazo hasta
retorcérselo , teniendo que acudir después a un Hospital. Gracias a ésto y a que el
médico que la atendió alertó a la policía sobre un posible caso de malos tratos, Yomiko
respiró unos días tranquila, ya que retuvieron a su marido en el calabozo y en espera de
juicio se tramitó una provisional orden de alejamiento .Pero aún así y pese haber estado
un tiempo sin tener noticias de él, se le acercó de nuevo apenas un mes después. Lloraba
como un chiquillo suplicándola clemencia, pues según decía, todo lo había hecho por
amor a Yomiko. Se puso de rodillas y la besó los pies en la misma puerta de la calle
violando la orden de alejamiento. Después la rogó que le diera otra oportunidad porque
todo había ocurrido por culpa de los celos, pero alegó que ya estaba curado y tan sólo
pretendía en este mundo hacer feliz a su princesa. Yomiko se lo creyó y acabó llorando
con él al tiempo que le abrazaba. Poco después y aún un poco perpleja por la rapidez en
el cambio de actitud de su marido, Yomiko fue violada otra vez mientras recibía golpes
físicos e injurias.

Fue entonces cuando decidió nuevamente denunciarle y se abrieron diligencias que le


metieron en la cárcel de manera preventiva

-”Ahora mismo está en la cárcel, pero no me fío. Ni de la justicia ni de él. Estoy tan
asustada que no quiero volver a casa, pues en cualquier momento podría volver y
matarme. Ya me ha amenazado varias veces, y estoy seguro de que lo intentará….

Esa noche Yomiko cayó rendida en mis brazos con su coleta deshecha y el canturreo de
su respiración que iba y venía. Yomiko se abandonó en la misma habitación de hotel
donde se entregó al placer por primera vez conmigo hacía una semana.

A los dos días, regresamos juntas a Madrid. Jimy llamó por cuarta vez en tres días
preguntándome siempre las mismas cosas: si iba a volver , que qué tenía pensado hacer
etc,,, más bien para planificarse él que como intento de reconciliación. Estaba claro que
después de conocer a Yomiko, sería incapaz de incorporarme a mi vida de antes como si
nada. Por lo que fue inevitable tomar una decisión con respecto a Jimy y Yomiko. Con
respecto a Jimy, no sólo lo tenía claro sino que además dependía única y
exclusivamente de mí. Pero con Yomiko, que era lo que realmente me interesaba, no era
yo la que debía decidirlo sino ella. Y mientras lo hacía la pedí permiso para quedarme
en su casa los últimos días que me quedaban de vacaciones. Ella se alegró por mi
compañía pues se sentía protegida , aunque me dio a entender, que después y en
función de cómo fuese esa semana, tendríamos que hablar de si seguir o no con la
relación ,a lo cual yo accedí con el mismo alivio, que el reo lo haría al concederle una
semana más de vida.

Vivía en una casa grande cerca del hospital Puerta de Hierro con cuatro habitaciones y
otros tantos cuartos de baño. El motivo de aquélla compra, fue en su día los planes de
tener familia, aunque poco a poco la realidad la persuadió quedándose Yomiko sola
con su marido. Compartimos una semana como si fuéramos recién casadas. Fue una
auténtica luna de miel, en la que poco a poco nos íbamos conociendo desde la tarde
hasta la mañana siguiente, cuando mi amada volvía de nuevo al trabajo. Mientras, yo
hacía las labores de la casa y algo de compra. Poco a poco fui explorando el templo de
esta princesa, a través de las pocas fotografías que aún quedaban esparcidas y algún que
otro recuerdo de los viajes pasados .Los días pasaban demasiado rápido para mí, y
mientras se acercaba el tiempo de expiación , ya que tampoco sabía si mi presencia en
aquélla casa perduraría más allá del siguiente Lunes. Vivía en un charco de indecisión,
del que no empecé a preocuparme hasta el sábado anterior a mi partida. Volví a casa
aprovechando la ausencia de Jimy, pues sabía que estaría en clase de capoeira y eso le
entretendría toda la mañana. Nada más atravesar la puerta de la que había sido mi casa ,
sentí una bofetada que me hizo tomar conciencia de a lo que había ido y presurosa me
dispuse a meter todo cuanto pude en la maleta. No me llevé adornos, ni fotos, ni
electrodomésticos, ni nada , que no fuera imprescindible. Algo de ropa y mis enseres
personales, que me permitieran volver al trabajo . Me sentía tránsfuga de mi propia casa
y de los recuerdos que aún permanecían entre esas cuatro paredes. Lo único que sabía
era que no debía pensar y sí actuar, pues sino me daba prisa me encontraría con Jimy y
todavía no estaba preparada a enfrentarme a él. Por eso, sin doblar ni una sola prenda,
las metí todas a presión en una maleta grande y salí despavorida….

Cuando llegué a casa de Yomiko, me recibió sin mucho entusiasmo. Al ver que llegaba
con mi equipaje no la debió agradar y con su gesto desganado, adiviné que quizás me
había precipitado en trasladar mis pertenencias a su casa. Parecía todo tan rápido y sin
preámbulos, que sin quererlo mataba la magia del amor que había florecido entre
nosotras. La pedí perdón porque no quería entorpecerla. Perdón, porque me hubiera
gustado que todo hubiese ido más despacio y sobre todo, porque no había sido invitada
a vivir en aquél lugar, que con una maleta y unas prisas, lo tomé como mío….

Ella se acercó sutilmente con otra cara diferente a la suya habitual. De nuevo había
mudado su expresión de princesa onírica, por esposa apaleada que sólo desea
tranquilidad y no la sobrecarga de otra persona en su casa. Me rogó que no la deshiciera
y confesándome que me amaba, me pidió paciencia, hasta que al final comprendí que en
el fondo, me estaba pidiendo que la dejara sola. Así que con las mismas me di media
vuelta y me puse a buscar un improvisado hogar donde pasar por lo menos aquella
noche.

Después de algunas en algún hostal, acabé alquilándome un ático cercano a la calle


Leganitos, en pleno centro de Madrid. La realidad es que era un cuchitril de treinta
metros cuadrados, que daba a un patio de luces con olor perpetuo a col cocida y que
salvo media hora de sol al mediodía, el resto tenía que encender la luz para poder ver
con claridad….Era acogedor porque lo tenía todo a mano; la lavadora, la pila , la cocina
el tendedero, el sofá-cama, la televisión y una repisa desnuda de contrachapado. Todo
ello, en un salón alfombrado de moqueta con lamparones, semejante a la consulta de un
dentista y un pequeño cuarto de baño desde el que costaba adivinar, si el sonido de la
cisterna era el propio o el de los vecinos….

Pero a mí me daba igual, porque mi mente no estaba en ese apartamento. Me hubiese


dado igual haber acabado ahí o en una mansión, pues aunque mi cuerpo seguía los pasos
cotidianos de metro- trabajo- casa, era mi imaginación la que se desvivía por estar al
lado de mi amiga. Los días pasaron y su poca accesibilidad me carcomía por dentro. La
llamaba al móvil y no contestaba, o lo hacía con mensajes parcos y escuetos, sin darme
pistas de si estaba bien o mal, si se sentía amenazada o enamorada, o de qué tenía
pensado que sucediera entre nosotras….

Jimy dejó de insistir la primera semana de mi huída, pues le había dejado el campo
libre. Venirse a España con trabajo, piso, amante y esposa, es una lotería que no le toca
todos los días a cualquiera. Por eso, el hecho de tenerme que sacrificar, no le supuso
mucho esfuerzo, ya que además ahora su amada también se había separado de aquél
hombre, Paco, que conocí en las jornadas de Sevilla.

Una noche, cuando estaba a punto de acostarme, apurando el último minuto de vigilia,
entre programas del corazón y un gin tonic, oí ruidos en el descansillo. Me asusté, pues
más que voces, se trataban de golpes en la puerta del ascensor como si alguien
estuviera luchando por cerrarla .Bajé el sonido de la televisión pero no lograba adivinar
de qué se trataba. Era una finca antigua y aunque había numerosos estudios como el
mío con gente joven , había habido algún que otro robo las semanas pasadas. Por eso
me asusté al sentir que alguien andaba fuera. Me levanté de un brinco y me acerqué a la
mirilla por si pudiera ver algo, pero justo en ese momento, se apagó la luz y no vi nada.
Al fin sonó el timbre de mi piso. Era la una de la madrugada y evidentemente no
esperaba a nadie. Mi pulso se disparó y de nuevo me temblaron las rodillas. No sabía si
abrir o no. Quien fuese, no daba al botón de la luz y eso me estremeció. Así que sin
dudarlo, pregunté quién era

-”Soy Yomiko”.se oyó tenue en la oscuridad…

Tal era la emoción-miedo que me embargó que dudé en abrir, pues aquello me parecía
todo demasiado sospechoso. Finalmente abrí la puerta y allí estaba, desaliñada y con
ropa de andar por casa. Portaba una maleta gigante que era la que le impedía cerrar bien
la puerta del ascensor y darle al interruptor de la luz. Me miró temblorosa y asustada.
Intentó sonreír, aunque esta vez no pudiera taparse la boca con sus tres dedos pues tenía
ambas manos ocupadas.

Mi corazón se infló y unas enormes ganas de llorar de emoción hicieron que me lanzara
a sus brazos ayudándola con el equipaje.

-”Ha vuelto”,,,me dijo nerviosa y angustiada.”Le han debido soltar y nadie me ha dicho
nada”, “ A lo mejor ha contratado a alguien para que me mate”Lloraba incontrolable”
No puedo seguir en esa casa, tengo miedo de que algún día venga a por mí, me confesó
rogándome de paso, que la permitiera alojarse conmigo unos días.

-“Esta es tu casa, cielo. Aquí estarás resguardada y protegida. No permitiré que nadie te
haga daño”. Y mientras, la abrazaba de la manera más cálida con la que jamás he
abrazado a nadie, en una bufanda de calor humano y buenas palabras. Su cabeza en mi
regazo y un llanto perpetuo inconsolable, hicieron que yo también acabara
emocionada….Lo único que podía decirla era que no se preocupara, porque allí no
llegaría nadie y que estaría dispuesta a matar a quien se le acercara con malas
intenciones.

“Yomiko fue la mujer asesinada por su marido el pasado 12 de Abril en pleno centro de
Madrid. Fue acuchillada 5 veces delante de unos niños que jugaban en un parque
cercano. Pese a las numerosas órdenes de alejamiento, su marido, al fin, lo consiguió”

ANITA WOLF.

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