Professional Documents
Culture Documents
com)
Por absurdas que parezcan las amenazas de Chávez, su perfil sicológico indica que
nada se puede descartar.
Con Uribe, Chávez tiene una relación ambigua. Le dice amigo del alma y después lo
acusa de paramilitar, y de que a través de Colombia será invadido por los gringos.
Chávez no se ha dado cuenta de que ni Bush ni Obama van a atacarlo. Obama ya tiene
suficientes problemas con Irak y Afganistán como para abrir un tercer frente de guerra
Tres días después, el propio Chávez recogió velas al presentarse como un adalid de la
paz y la concordia con argumentos tan ridículos como los que había utilizado en la
declaración de guerra. Según él, Venezuela es un país pacífico asediado por los
gobiernos guerreristas de Colombia y Estados Unidos.
Estos bandazos de oratoria y esa conducta ciclotímica que ya son conocidas en Chávez
llevan a que muchos colombianos lleguen a la conclusión de que al Presidente de
Venezuela le falta una tuerca o que perro que ladra no muerde. Sin embargo, dada la
escalada verbal de los últimos tiempos, los graves incidentes en la fronteras, el
desplome del comercio y su pérdida de popularidad en casa, no hay que descartar del
todo que un perro que ladra tantas veces algún día muerda.
Líderes como Chávez, que tienen rasgos de megalomanía y paranoia, llegan a tomar
decisiones que no sólo van en contravía de lo racional y lo lógico, sino a veces de sus
propios intereses. Adolfo Hitler, cuando estaba ganándoles la guerra a Francia e
Inglaterra, decidió atacar a la Unión Soviética al abrir un segundo frente, cometiendo el
mismo error garrafal que Napoleón Bonaparte un siglo y medio atrás. Como si fuera
poco, cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor y Estados Unidos les declaró la
guerra, el dictador alemán, que no tenía velas en ese entierro, decidió declararle la
guerra unilateralmente a Estados Unidos, para aquel entonces la potencia militar más
poderosa del mundo. La consecuencia de esas dos barbaridades fue la destrucción de
Alemania cuatro años más tarde y su suicidio en el búnker de Berlín.
Ejemplos como los anteriores ilustran que cuando un hombre con poder está desfasado
de la realidad, lo impensable puede llegar a suceder.
Para hacer una interpretación sobre el riesgo que representa Chávez, es útil revisar los
análisis de su personalidad contenidos en biografías, perfiles y estudios que se han
publicado sobre él. Dos libros han intentado profundizar sobre el tema: Hugo Chávez
sin uniforme, de los periodistas venezolanos Cristina Marcano y Alberto Barrera, y El
poder y el delirio, del intelectual mexicano Enrique Krauze. También ha incursionado
en ese campo el periodista norteamericano Jon Lee Anderson con dos perfiles que
publicó en la prestigiosa revista The New Yorker sobre el controvertido líder
venezolano, y muchos otros artículos y ensayos.
En el prólogo del libro de Marcano y Barrera, el periodista Teodoro Petkoff dice que "a
lo largo de su fulgurante carrera, Chávez ha tenido a su favor la subestimación de que
ha sido objeto por parte de sus adversarios y enemigos". En efecto, muchos se han
equivocado con él. El presidente Rafael Caldera jamás imaginó que el mismo coronel
golpista al que le otorgó una amnistía en 1994 sería su sucesor en la Presidencia un
lustro después, y que le enviaría mensajes al otro día del triunfo electoral de que
desocupara el despacho presidencial. El mismo que en la ceremonia de posesión alzó la
mano para jurar que reformaría la "moribunda" Constitución sobre la que estaba
jurando.
No hay que subestimarlo, sugiere Petkoff. Por eso cuando Chávez les dice al Ejército y
al pueblo venezolano que se preparen para la guerra, muchos colombianos no saben si el
que habla es un loco pirómano que puede incendiar el vecindario o un peligroso
estratega que lleva años preparándose para cumplir su propia profecía bélica.
El revolucionario
Chávez empezó a obsesionarse con la revolución hace más de 30 años. En 1977, cuando
apenas era un joven teniente de 23 años, evocaba al Che Guevara en su diario personal y
describía la ansiedad que sentía por participar en una revolución: "Esta guerra es de
años (...) tengo que hacerlo. Aunque me cueste la vida. No importa. Para eso nací", dice
un fragmento publicado en Chávez sin uniforme. A finales de ese año vino la creación
del Ejército Bolivariano Revolucionario y el inicio de su vida conspirativa, que lo
llevaría a una fuerte alianza con Douglas Bravo, jefe guerrillero del movimiento
Bandera Roja. Una mezcla de insurgentes y militares que resulta extraña en Colombia,
pero no en otros países de América Latina.
Si bien hace poco llamó gorilas a los militares que apuntaron con sus rifles a la cabeza
del presidente Manuel Zelaya y lo despojaron del poder en Honduras, él mismo hizo de
gorila en 1992, cuando organizó el golpe para sacar a Carlos Andrés Pérez del Palacio
de Miraflores.
Sobre lo que pasó esa noche en Caracas hay muchas sombras y dudas. Nadie sabe por
qué Chávez no llegó a tomarse el Palacio de gobierno y se rindió sin dar pelea. Quizá
para no inmolarse. O quizá porque, como dicen sus adversarios, otro rasgo de su
personalidad es la cobardía. Aunque fracasó, estaba convencido de que el único camino
para tomar el poder eran las armas. Fue, según sus biógrafos, la influencia del viejo
líder comunista Luis Miquilena lo que lo llevó por el camino electoral.
En ese sentido muchos creen que Venezuela estaría cumpliendo el papel de Cuba en los
años 60: un lugar para exportar la revolución. O en lo que se convirtió la Libia de
Gadaffi en África en los 70 y 80: el sitio donde se armaron y entrenaron grupos rebeldes
de la más diversa estirpe.
Hugo Chávez ya ha hecho una revolución en Venezuela. Su socialismo del siglo XXI ya
está en el poder. La elite gobernante fue remplazada por una nueva clase dirigente cuyo
epicentro es el propio caudillo.
Su obsesión por Bolívar se sumó a la fascinación por Fidel Castro. Chávez ha retomado
las anacrónicas banderas de la Guerra Fría, ha construido una eficaz retórica anti-
imperialista, y ha montado a su gobierno sobre la idea de que la revolución bolivariana
será atacada desde afuera. Bien sea mediante su propio asesinato o mediante una
invasión, asimilando así su destino al de todos los venezolanos. En virtud del miedo que
infunde el enemigo extranjero, se postula como perpetuo salvador de la patria.
El juego doble
Pero, más allá de su visión mesiánica del poder, Chávez se debate entre dos polos. La
ambigüedad, la incoherencia y la disociación son inherentes a su forma de gobierno.
Con frecuencia sus palabras y sus actos van en sentidos contrarios. Mientras le gritaba
"¡pendejo!" a George W. Bush, lo tildaba de criminal de guerra y le aseguraba que
primero saldría él de la Casa Blanca, que Chávez de Miraflores, pagaba 1,2 millones de
dólares a una firma de lobby para mejorar su imagen en Washington.
Más allá de su espíritu camorrero, los cambios intempestivos de ánimo hacen parte de
su siquis. El general retirado Alberto Rojas Muller, jefe de la campaña de Chávez en
1998, citado por Marcano y Barrera, dice que "es un individuo que vive estados de
ánimo oscilantes entre momentos de extrema euforia y momentos de decaimiento". Esa
ambigüedad y los cambios repentinos de ánimo han sido la constante en su relación con
Uribe. Puede pasar de llamarlo paramilitar y pedir que se muevan sus tanques a la
frontera, a abrazarlo, como ocurrió en la cumbre de la OEA en Santo Domingo el año
pasado; llamarlo amigo del alma y ufanarse de la química que hay entre los dos.
Esta suerte de bipolaridad es mucho más común de lo que se cree en los hombres que
ejercen el poder, que con frecuencia exultan vanidad y narcisismo. Edmundo Chirinos,
ex terapeuta de Chávez, citado por Jon Lee Anderson en su artículo El revolucionario,
dice que el Presidente de Venezuela tiene una sicología similar a la de Simón Bolívar:
"Es de mal genio y difícil cuando se siente frustrado" (...) "Tiene tendencia a la vanidad.
Denota un irrestricto autoritarismo y predispone a la gente en su contra". No obstante,
Chirinos certifica en este reportaje que Chávez está completamente sano y es una
persona completamente normal. "Aparte de su poder, no es distinto de usted o de mí",
dijo.
Paranoia política
Como buen caudillo, Chávez siempre ha sido un poco paranoico. Cuando era candidato
a la Presidencia, su escolta tuvo que ser reforzada. Se sabe que el servicio secreto de
Cuba es quien se encarga, finalmente, de su seguridad. Ante la idea de que van a
asesinarlo, ha dicho: "¡No se les ocurra, no por mí, sino por lo que puede pasar en
Venezuela". Él pronostica que su muerte desencadenaría, como la de Jorge Eliécer
Gaitán, 50 años de guerra. La semana pasada en su controvertida alocución de Aló
Presidente dobló la cifra y dijo que la guerra con el imperio sería de 100 años. .
Su paranoia se disparó aun más después del 11 de abril de 2002, cuando se fraguó un
golpe en su contra que lo tuvo durante 48 horas fuera del poder, y en el que participaron
algunos de sus más conocidos. Los golpistas querían que renunciara, pero que no
abandonara el país. Por una jugada del destino, los militares entendieron en cuestión de
horas que Pedro Carmona y el grupo de empresarios que se apoderaron de la
Presidencia no contarían con el apoyo popular que tenía Chávez y decidieron restituirle
su lealtad a éste. Uno de los militares que fueron clave en el regreso de Chávez fue Raúl
Isaías Baudel, quien años después, ya distanciado del chavismo, hizo una campaña que
resultó definitiva para atajar la reelección indefinida del caudillo. Hoy Baudel está en la
cárcel y se le considera un preso político. Chávez está convencido de que los gringos
estaban detrás de la conspiración de aquel abril. Desde entonces su hipótesis es que la
CIA está buscando su caída.
El líder venezolano parece ignorar que Estados Unidos ha abierto dos frentes de batalla,
en Afganistán e Irak, que ahora no sabe cómo cerrar. Y que realmente Venezuela, y en
general América Latina, está en el último renglón de las preocupaciones de la potencia
del norte. Si esto era verdad con Bush, lo es aún más con Obama. Y pensar que las
bases de los gringos en Colombia son para vigilarlo o atacarlo es ignorar que bien
pueden hacerlo desde Curazao, donde tienen otra base más cercana, o desde Miami, que
está justo al frente de sus playas.
Por eso quizá Chávez ha tomado decisiones tan extrañas como desarmar a la Policía en
los cinco estados gobernados por la oposición. Uno de los más afectados es Táchira, que
vive una situación de violencia sin precedentes, y cuyo gobernador, César Pérez Vivas,
se ha convertido en el blanco de los epítetos y señalamientos del Presidente. Allí la
autoridad tuvo que volver al bolillo.
Colombia, sin embargo, terminó por darle a Chávez el pretexto que necesitaba para
ponerse en pie de guerra. A medida que se diluye su proyecto expansionista, que se le
complica el panorama interno y que se le enreda la gobernabilidad, invoca la guerra
como su destino inexorable. Quizá porque no está preparado para perder en las urnas.
Ni para abandonar el poder.
Esta semana el diario El País advirtió en un editorial que Chávez esta vez "se pasó de la
raya". Brasil suspendió el debate sobre el ingreso de Venezuela a Mercosur a raíz de las
imprudentes declaratorias de guerra de Chávez. En Caracas y otras ciudades hubo
inmediatas manifestaciones de rechazo a la hostil retórica del Presidente. No obstante, el
viernes varios tanques de guerra y carros blindados se estaban movilizando a la frontera.
Y ese mismo día les reiteró a los militares que se preparen para una eventual batalla.
Mucha gente en Venezuela, en Colombia y en otras latitudes del continente se ha
acostumbrado a oír los altisonantes vituperios de Chávez, sus continuas provocaciones
que luego son dosificadas por él mismo con un aparente bálsamo de reconciliación.
Algunos creen que son actuaciones irracionales, típicas de un loco. Otros, que es una
calculada estrategia de engaño a sus electores. Pero Chávez no es un loco. El "fulgor
mesiánico" que se apoderó de él, según su ex amante Herma Marksman, hace parte de
su proyecto político. Es su concepto de poder. Es el camino que le trazó desde muy
temprano a su revolución.
La diferencia entre sus vociferaciones del pasado y las más recientes se explica por la
situación interna que está enfrentando Chávez. Su poder está declinando. Pero, con su
compleja y sorprendente personalidad, Chávez podría buscar convertirse en un héroe
redentor y ratificar así, que es amado por su pueblo. Revivir el mito de la revolución
asediada por enemigos, que encarnan Bolívar y Fidel. La doble necesidad de heroísmo y
martirio, que señala Krauze. Y un conflicto con Colombia, por irracional que parezca, le
puede ayudar a construir ese destino. Ese anhelado lugar en la historia. ¿Será capaz de
propiciar un incidente para lograrlo? No es descartable. Nadie tampoco creyó en su
momento que el general Galtieri en Argentina se atreviera a declararle la guerra a Gran
Bretaña en 1982. "En los anales del populismo autoritario de la región cualquier cosa
puede pasar", advirtió el editorial del Washington Post el jueves pasado. Eso es lo que
algunos piensan en Colombia. Y nadie que lo conozca se atrevería a decir que esto no
ocurrirá.