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El cuerpo y la literatura de mujeres

Rocío Silva Santisteban*

Cuestión previa

Esta presentación no es en rigor un resumen de mi tesis de maestría del mismo título, sino la
exposición de lo que personalmente considero su eje central. Por lo tanto, no voy a
profundizar en los análisis textuales, sino que voy a recuperar los aportes que me parecen
más sugestivos del marco teórico para, luego, plantear una aproximación al cuerpo en la
literatura de mujeres desde los textos revisados.

Introducción

Para comenzar es preciso señalar que esta investigación nace de una pregunta. Se trata de
una pregunta que se repite con mucha frecuencia en diversos textos, simposios, encuentros y
conferencias y, la mayoría de las veces, se encuentra de forma tácita pretendiendo
determinar búsquedas y horizontes desde los subtextos. Es, además, una pregunta con cierta
carga de ingenuidad y una vocación por las esencias. Esta pregunta es: ¿existe una literatura
femenina? Es decir, ¿existe una literatura femenina diferente y diferenciada de la literatura
“masculina” denominada por la tradición como literatura en general, neutra y pura? Esta, que
puede ser una pregunta ingenua, repito, es una pregunta válida y pertinente desde su propia
propuesta política. Es una manera de plantear una indagación mayor por el terreno de las
instauraciones históricas concebidas como validaciones con carácter universal. Es una
pregunta, cuyo tránsito y desarrollo supera cualquier respuesta categórica. En este sentido no
se busca la respuesta, sino que la pregunta puesta en el inicio, en el nacimiento de un trabajo,
es una llave cuya función es la de ser una primera piedra de otras preguntas.

Teniendo a esta pregunta como llave es que inicio una serie de indagaciones, esta vez
centradas en uno de los elementos menos trabajados en la tradición crítica y teórica
latinoamericana: el tema del cuerpo, es decir, de las representaciones del cuerpo en los
textos escritos por mujeres (y aquí quisiera dejar en claro que no hablo de “literatura
femenina” porque considero que es un calificativo que trae consigo muchos problemas de
variada dimensión).

En esta tesis indago en la vastedad de conocimientos y de símbolos para lo literario que es el


cuerpo y su relación con las autorrepresentaciones de la mujer, sobre todo, aquellas que
construyen un yo poético diferenciado del “masculino-neutral”. Asimismo me interesó
investigar cómo esta relación plantea una entrada diferente no sólo desde la temática (el
cuerpo como tema), sino incluso desde el plano de la expresión (el cuerpo como espacio
privilegiado desde donde surge la expresión). Es desde la óptica de la autoconstrucción del
cuerpo como elemento de autorrepresentación que centré el afinamiento de mi enfoque.

En este sentido he trabajado el tema del montaje del yo en los textos escritos por mujeres
concentrándome en las estrategias para organizar un discurso sobre el cuerpo. Desde esta
particular especialización es que acoté la pregunta inicial a otra más específica y, asimismo,
elaborada desde una entrada política menos ingenua. Esta pregunta —que es también la
“hipótesis de la tesis”— es la siguiente: ¿el cuerpo de la mujer y la construcción que hace de él
y de sí misma a partir del lenguaje, dota al propio lenguaje y a sus juegos (entendiendo el
término juegos del lenguaje como lo propone el filósofo Ludwig Wittgenstein, es decir, como
objetos de comparación que deben arrojar luz sobre las condiciones de nuestro lenguaje por
vía de semejanza y desemejanza) de alguna especificidad singular inscrita más acá de la
simbolización de lo femenino en el logos de la cultura occidental?
Esta pregunta es la que intento contestar en el transcurso de la investigación. En ella privilegié
cuatro discursos sobre el cuerpo en los textos de diversas autoras. Estos cuatro discursos, cuyos
contenidos describiré y analizaré en el momento que exponga el capítulo pertinente, fueron
escogidos en la medida que planteaban diversas huellas de lo corporal en el texto (ubicando el
término huella en el texto desde la propuesta derridiana). Previamente indagué en un aparato
teórico en formación como es la perspectiva de género, así como en las propuestas de críticas
literarias feministas. Asimismo, apelando a una entrada desde los multidisciplinario, revisé dos
postulados teóricos de la neuropsiquiatría y también de algunos autores que fortalecieron mi
propia propuesta deconstructiva (sobre todo Jacques Derrida y Michel Foucault).

Pasaré a describir someramente las partes centrales de cada capítulo.

El cuerpo en la filosofía occidental

En el primer capítulo titulado “Algunas lecturas del cuerpo: la perspectiva de género” y con la
finalidad de establecer rutas genealógicas me he limitado a aquellas hipótesis de lecturas de lo
corporal que se sitúan como antecesoras (antagónicas o no) de la perspectiva de género. Así
describo y analizo las propuestas de la interpretación que realiza la filosofía (desde un
neoplatónico como Plotino hasta los existencialistas) para pasar a revisar algunos conceptos
claves de Lacan y Foucault. Retomo del primero la propuesta del “ser como cuerpo” y más
adelante también apelo a su concepción de lo “real” como la instancia vívida fuera de la
construcción simbólica; del segundo (Foucault) me sostengo sobre todo en su referencia al
micropoder y al somato-poder, es decir, al modo cómo el juego del poder no consiste en reprimir
el deseo sino en crearlo. También, en esta sección, me detengo en los análisis del historiador
Thomas Lacqueur, sobre la construcción del sexo en la medida que está constreñido por el
género a propósito de sus investigaciones en la representación de los genitales femeninos en los
tratados anatómicos renacentistas. Finalmente, reviso a dos
autoras de la perspectiva de género. En primer lugar, me refiero a los postulados de Teresa de
Lauretis, semiota y crítica cultural italiana, profesora del área de Women’s Studies de la
Universidad de California - Santa Cruz. De Lauretis propone una idea clave que sirve como
elemento teórico recurrente en mi análisis: la idea de que la mujer constituye en la lógica
falogocéntrica un “trauma en potencia”, es decir, lo que está “fuera”, capaz de producir una
ruptura o desestabilización. En este sentido, también, sostiene que el género no es una
propiedad de los cuerpos sino un conjunto de efectos producidos sobre los cuerpos.

En segundo lugar, trabajo un concepto de la antropóloga mexicana Marta Lamas. Ella se refiere
al género, entendido como la construcción cultural de la diferencia sexual, desde dos imágenes:
lo llama filtro y armadura. Es un filtro en la medida que a través de él interpretamos el mundo y
una armadura porque constriñe nuestra vida (o también nos protege de lo indeterminado). En
definitiva, la conjunción de estas dos metáforas constituye la tensión entre cuerpo e identidad.
Para Lamas (siguiendo a Foucault), el cuerpo es una encarnación simbólica del sujeto (la ley
social incarnada/introyectada), en otras palabras, los hombres y mujeres construimos nuestra
identidad de género no sólo por el hecho físico que constituye el cuerpo sino sobre todo por su
acción simbólica.

La imagen del cuerpo y el esquema corporal

En el segundo capítulo examino, en un afán multidisciplinario como lo había mencionado, dos


conceptos de la neuropsiquiatría para entablar una relación entre el cuerpo, la percepción del
cuerpo propio y la construcción de un discurso sobre el cuerpo. Estos dos conceptos son el
esquema corporal y la imagen del cuerpo.

El esquema corporal es un factor constitutivo de la identidad personal y consiste en la forma


cómo percibimos nuestro cuerpo en las tres dimensiones de la realidad, cómo sentimos y
vivimos nuestras extremidades, nuestros brazos, nuestros órganos internos, nuestra espalda (a
la que nunca vemos) o nuestro rostro. La constitución de un esquema corporal —siempre
provisorio y dinámico— está basado en el aprendizaje y el desarrollo del sistema nervioso
central. En cambio, la imagen del cuerpo está armada sobre las vivencias de la encarnación
simbólica del sujeto, absorbidas (aprendidas) de forma inconsciente, es la síntesis de nuestras
experiencias emocionales. La imagen del cuerpo no tiene relación directa con la “forma
corporal”.

A partir de estos dos conceptos y considerando las diferencias corporales entre el hombre y la
mujer, propongo que la percepción de la mujer en relación con esta construcción simbólica es
centrípeta y que la del varón es centrífuga. No se trata por cierto de una sensibilidad “natural”
vinculada causalmente a la biología. Nada de eso. Lo que propongo es que se trata de una
percepción armada sobre la relación entre cuerpo, identidad y realidad cultural.

El objetivo de llegar a plantear una “percepción corporal centrípeta” en la mujer tiene como
finalidad proponer que el cuerpo de la mujer, centrípetamente, incluidos fluidos y sensaciones
inenarrables, constituye un punto de quiebre del organizado sistema simbólico falogocéntrico y
permite una entrada a eso (lo real lacaniano) que forma parte del mundo y no está registrado en
el logos occidental. Insisto, entonces, que a partir del cuerpo (su vivencia como constructo de la
identidad), la mujer puede dejar atrás el espacio asignado como falta, como vacío, como vuelta
del orden constitutivo de la cultura patriarcal para ya no minar desde las grietas ese orden, sino
construir en ese “otro lugar” (recuperado, resignado, liberado) una cultura que articule su lógica
desde el propio cuerpo como una suma de posibilidades inéditas.

Escribir como mujer

Teniendo como base esta propuesta cultural y deconstructuiva, en el tercer capítulo, me acerco
a diversas teorías y análisis de crítica literaria feminista para indagar precisamente en la
construcción del yo femenino. Es, entonces, en este capítulo que ingreso de lleno al campo de lo
literario y para abrir el análisis evoco a una de las autoras más representativas no sólo por su
producción ficcional sino también teórica. Me refiero a Virginia Woolf. Analizo a lo largo de sus
diversos escritos las contradicciones en torno a la búsqueda de la construcción de un yo textual
neutro. Me refiero específicamente a su propuesta del “yo andrógino”. En la tesis se documentan
las múltiples veces que Woolf niega su propia propuesta en los ensayos de interpretación de
novelas de otras escritoras inglesas (como George Eliot o Elizabeth Barret-Browning). Considero
que esta contradicción se basa en la necesidad que tienen muchas mujeres de borrar las marcas
genérico textuales y así “salir” del gueto subordinado de la literatura femenina y tener acceso a la
literatura trascendente, es decir, al poder de la palabra. Es por este motivo que ella esgrime el
argumento que escribir “femeninamente” es una carencia. Precisamente en uno de sus textos
contradictorios esta carencia es asumida desde otra posición política frente a la institución
literaria:

En primer lugar se da la palmaria y enorme diferencia entre la experiencia del


hombre y de la mujer. Pero la diferencia esencial no radica en que los hombres
escriban sobre batallas y las mujeres sobre el nacimiento de hijos, sino en que
cada sexo se describe a sí mismo (...) Por fin se nos plantea la consideración
del muy difícil asunto de la diferencia entre el parecer del hombre y el parecer
de la mujer en lo tocante a qué es más importante en un determinado tema. De
ahí surgen no sólo marcadas diferencias en la trama y los incidentes, sino
también infinitas diferencias en la selección, método y estilo (Wolf, Virginia. La
literatura y las mujeres. Lumen, 83-84)

Con estas palabras, Woolf ingresa a uno de los temas fundamentales de los análisis feministas:
la posición política genérica de cualquier texto. Siguiendo esta pista, analizamos las diversas
propuestas de lo que significaría escribir “como mujer” quedando claro el supuesto de que
muchas mujeres escriben como hombres o como los hombres quieren que escriban (tal vez
“femeninamente” en su acepción más peyorativa, es decir, con un estilo pomposo, “delicado”,
modoso, florido). En otros casos, las mujeres proponen una lectura/escritura “neutra”, pues en un
elaborado e intrincado juego de relaciones de dominación prefieren preservar su “yoidad” (su
identidad como escritores) pensando en los hombres y no en las mujeres como sus propios
iguales. Esta es una sutil estrategia de autosabotaje: se piensa que el poder de la palabra sólo
se genera desde el Otro-hombre. Quizá esto haya sido cierto durante la mayor parte del tiempo,
sobre todo, en el siglo XIX y parte del siglo XX, pero hoy ya no lo es más. Hoy en día, como lo
sostiene Susana Reisz, la escritura femenina y/o feminista plantea una relación de intersección
con el sistema dominante: en parte coincide con él y en parte lo desborda y lo supera.

Precisamente desde esta relación de tensión y con la finalidad de indagar las rutas de
construcción de un texto “de mujer”, analizamos la forma cómo una autora —el caso concreto de
Blanca Varela— trabaja el yo poético de sus poemas. Precisamente, Varela en su primer libro no
utiliza un yo lírico femenino sino masculino en una clara estrategia para evitar la subordinación
(utiliza el género gramatical masculino como neutral). Pero inevitablemente el libro Este puerto
existe lleva las huellas simbólicas del cuerpo de la autora. Incluso el mismo Octavio Paz,
prologador del texto, acusa un cambio entre el yo poético de los primeros poemas y el de los
últimos. Este cambio de proyecto poético se produce, según Paz, por la “revelación de la mujer”:
“a medida que se interna en sí misma pero al mismo tiempo que penetra el mundo exterior: la
mujer se revela y se apodera de su ser” (Paz, “Prólogo”. Varela, Blanca. Ese puerto existe.
México, Universidad Veracruzana, 1959, 7-8).

Se trata de la opción de marcar sus textos posteriores como engenerados. Es de esta manera
que el cuerpo “habla” a través del texto sin estar en el texto, a través de su huella. En este
sentido, si bien es cierto que escribir como mujer es una opción política porque permite
construir diversas variables de textualización desde múltiples ángulos, a pesar de que muchas
mujeres evitan señalizar sus textos desde la diferencia genérico-sexual, ellos llevarán las
huellas de sus cuerpos. Esta huella aparece en el momento menos previsto y bajo numerosas
formas de simbolización. La toma de una actitud política (política en el sentido de estar
vinculada al poder de la palabra) frente al texto en realidad está vinculada con la conciencia
de parte de la autora del “gesto de la escritura” como un gesto de alto rendimiento frente a las
estructuras tradicionales del poder.

Los textos

Precisamente con la finalidad de estudiar estos gestos y las estrategias de diversas autoras
latinoamericanas para construir “lo femenino/diferente” en sus textos de ficción y no ficción en
este capítulo titulado “Cuerpo y textualización” he revisado cuatro discursos sobre el cuerpo
en seis textos literarios.

Previamente, antes de entrar de lleno al análisis textual, planteo retomando las propuestas
ideológicas de considerar al cuerpo de la mujer como el locus de la opresión, que el cuerpo
puede ser considerado, asimismo, como el locus de la expresión. El término latino locus que
significa lugar (y también ocasión, oportunidad y principios de donde se sacan las pruebas) es
entendido, para establecer este concepto, como el espacio concreto e históricamente situado
a través del cual y en el cual se construye el género. Considero que como una forma de
empoderamiento y en la medida en que las mujeres han tomado conciencia de la
comprensión de su propia condición subordinada en términos sociales y políticos, es desde el
cuerpo que asumen una manera diferente de entender una realidad no opresiva
(alternativa/creativa). Es de esta manera que el cuerpo se constituye también en un locus de
la expresión (digamos que es factible que sea así).

Esto se puede entender mejor con el análisis de los cuatro discursos sobre el cuerpo que
siguen a continuación:
Discurso autocelebratorio
Se trata de la clásica relación entre el cuerpo de la mujer y la naturaleza descrito y propuesto
como una forma de autocelebrar la feminidad. Analizo dos libros: Desde la grama de Gioconda
Belli y La Estación de fiebre de Ana Istarú. En ambos libros, el cuerpo femenino se equipara a la
“arcaica diosa nutricia” y pretenden mostrar una reivindicación de estas características
asumiendo un espacio subordinado. En los versos de Belli: “todo mi cuerpo sea hamaca para el
tuyo/ y mi mente tu olla”, la mujer y su representación corporal son presentadas como una
cavidad funcional al cuerpo del varón, además celebra el asumir esta postura y la actuación de
su cuerpo de forma simétrica a la propia naturaleza. Se trata de un discurso totalmente sometido
a las propuestas patriarcales y falogocéntricas. Ana Instarú, en cambio, luego de dedicar en su
libro numerosos versos a la descripción y metaforización del falo del amante (Pene de
pana/pene flor del destinado mío/ empuñadura de sol) corre sus sentidos desde una deixis
lumínica a una deixis de la oscuridad/negritud problematizando su propia propuesta.

Se trata por cierto de dos discursos autocelebratorios bastante diferentes entre sí, aunque
coinciden en plantear una escritura femenina de acuerdo a los mandatos de la literatura
tradicional. En el caso de Belli, su planteamiento del cuerpo de la mujer es una representación
tradicional, pues lo femenino se constituye como tal en la medida que es el otro lado del
varón. En el caso de Istarú, nos encontramos ante una propuesta más compleja: en un primer
nivel insiste en la autocelebración, pero en el nivel más profundo se resiste a las marcas de la
felicidad erótica tradicional delimitándolas dentro del discurso de la resistencia frente a una
sociedad opresiva.

Discurso doliente del cuerpo de la mujer indígena


He analizado dos testimonios opuestos de indígenas latinoamericanas. Se trata de la biografía
Yo soy Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia narrada por la propia protagonista a la
antropóloga Elisabeth Burgos en París, y el texto “Asunta, mujer de Gregorio” adyacente a la
autobiografía de Gregorio Condori Mamani, recogida por los antropólogos Carmen Escalante y
Ricardo Valderrama. En ambos testimonios he rastreado las huellas corporales (entendiendo el
concepto huella desde una visión derrideana) y he podido constatar que se construye un cuerpo
femenino vinculado, en primer lugar, al cuerpo de la comunidad (en el testimonio de Menchú, por
ejemplo, las referencias a los cadáveres cercenados de los indígenas torturados perturban el
sentimiento de cohesión de la comunidad); y en segundo lugar, vinculado al espacio desde
donde se organiza la identidad como emulación del sufrimiento. Esta última representación es un
efecto de la ética mariana del sufrimiento difundida desde los rituales católicos tradicionales que
enfatizan la imagen de la mujer homóloga a la Virgen María (mater dolorosa/ mater admirabilis).

A pesar de que se trata de dos discursos mediatizados por la mano del antropólogo, si
consideramos que los testimonialistas han respetado los silencios de las testimoniantes,
podemos considerar que ambas jamás se refieren al placer sexual ni a las relaciones sexuales
como placenteras. Para ambas el acto sexual está vinculado a las torturas y a la violencia.

Por otro lado, estos dos testimonios muestran la versatilidad del discurso de la mujer dentro
del ámbito étnico y están enfrentados entre sí en la medida en que uno muestra la resignación
y el otro la rebelión. No obstante, en ambos testimonios, el cuerpo de la mujer es el espacio
del sacrificio así como de la opresión.

Discurso de la degradación corporal en los Ejercicios materiales de Blanca Varela


En este caso se revisa la cuestión de la mortalidad del cuerpo vinculada a la búsqueda de
trascendencia. En este libro, la autora recrea una proposición distinta del cuerpo femenino e
insiste en la materialidad y la carnalidad del sujeto mujer. Nos habla, además, desde un
movimiento centrípeto: hacia dentro de la piel “la vida arde” y es desde el espacio interior que
puede completarse esa identidad femenina que en el afuera es sólo un vacío en la
significación androcéntrica. De alguna manera, esta propuesta es una antítesis del discurso
autocelebratorio de Istarú y Belli, pues Varela considera al cuerpo sobre todo como el espacio
del escarnio, del quebranto y del menoscabo. Sólo a partir del reconocimiento del deterioro de
la carne se procura la trascedencia.

El cuerpo lacerado como metáfora/metonimia del cuerpo de la patria


Se trata de una visión del cuerpo femenino como instancia sacra, como condensación, lugar
donde se sufre y se perciben los traumas a los que se somete al país entero. Esta propuesta
tiene diversas manifestaciones, he escogido para analizar una de las más interesantes, en la
medida que la autora también plantea en su texto recursos estilísticos totalmente inusuales.
Me refiero a la novela Lumpérica de Diamela Eltit. En esta novela, Eltit, utilizando recursos
cinematográficos y vanguardistas, propone al cuerpo de la protagonista L.Iluminada,
siguiendo las formas crísticas, como el lugar del sacrificio: el elemento propiciatorio del ritual
de redención. Es por este motivo que debe padecer las humillaciones, torturas, flagelos y
padecimientos que se le exigen al sacrificado para salvar al cuerpo social que representa.
Dentro de su proyecto poético y político, Eltit asume que la marginalidad femenina debe entrar
al texto desde la propia estructura. Por eso usa técnicas como descentramientos, torsiones,
burlas, mentiras. La narración avanza en espiral, sinuosamente, pues siempre regresa y
divaga. Esta forma de asumir la técnica de la escritura es una manera de proponer que
debajo de la trama, de los personajes, del estilo, existe una manera de acercarse al hecho
literario desde la “diferenzia”, es decir, desde ese perturbador fenómeno que escapa de la
Razón. Esta forma otra de un logos femenino es una de las más preclaras propuestas de
enrumbar por el camino del cuerpo hacia una construcción simbólica que, usando el lenguaje,
esté más allá del lenguaje. Lo que hemos venido denominando el “otro lugar” que surge del
cuerpo de la mujer para perturbar el sistema lógico-racional tradicional y patriarcal.

En conclusión considero que la palabra de la mujer se constituye desde el cuerpo en una


estrategia de empoderamiento. El cuerpo es el lugar donde se recrean los discursos de poder,
pero también donde se producen, entendiendo el poder como una realidad discontinua,
desuniforme y heterogénea. El cuerpo de la mujer se presenta como locus (espacio simbólico)
donde el poder falogocéntrico se puede desestructurar para abrir un canal de nuevas formas
de expresión.

*Escritora y crítica

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