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repetición y recuerdo, confrontando algunas obras de Sigmund Freud y de Kierkegaard. Una
vez mostrando la falsa dicotomía, enseguida mostraremos la necesidad que tiene el proceso
terapéutico psicoanalítico de asumir la afirmación de que hay represión del recuerdo por la
necesidad de repetición. Así pues, esta será la afirmación que sostendremos junto con Gilles
Deleuze: no hay repetición por represión del recuerdo, sino represión del recuerdo por la
necesidad de repetición, pues de otro modo la repetición estaría supeditada a la
representación.
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como si éste y aquélla no estuvieran en comunicación con un “presente vivido”.3 Aunque
repetición y recuerdo se opongan en cierto sentido, ambos constituyen una mutua relación,
pues como dice Sören Kierkegaard: «repetición y recuerdo constituyen el mismo
movimiento, pero en sentido contrario».4 Si bien Kierkegaard dice que el recuerdo hace
desgraciado al hombre, no considera una oposición plena entre ambos al tomar la desdicha y
el pretexto de su olvido como posibilidad de repetición. Más adelante sostiene que se repite
siempre algo que ya ha sido y que es lo que le confiere su carácter de novedad. Sin
repetición o sin recuerdo, «toda la vida se disuelve en un estrépito vano y vacío». 5 Así pues,
se puede afirmar que el recuerdo por lo general es doloroso porque suscita horribles
experiencias traumáticas, pero también lo es si la experiencia ha sido magnífica, porque el
recuerdo impide volver a vivir la experiencia tal cual fue la primera vez que se hizo.
3 Es decir, una presencia no plena, con retardo, en comunión con un origen desplazado o por venir. Cfr.
Derrida, Jacques (1967). “El suplemento de origen” en La voz y el fenómeno. Editorial Pretextos, España,
1995. Pág. 149.
4 Kierkegaard, Sören (1843). In vino veritas. La repetición. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1976. Pág. 130.
5 Ibídem. Págs. 131 y 161.
6 Ibídem. Pág. 141.
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dos de las cuales él tomará como imposibles, y una que será la llamada verdadera, a saber, la
repetición espiritual. Una de las repeticiones imposibles es la estética, porque supone una
primera vez que pretende volver el recuerdo en su plenitud, como repetición de lo mismo,
siendo que no pueden darse dos hechos de la misma manera; aquí Kierkegaard se encuentra
en la suposición de que la repetición estética se pretende plena y pura. Al final se afirma que
la repetición espiritual es repetición auténtica que libera a la eternidad porque es la
eternidad misma, que nos devuelve lo perdido («la gran ventaja del recuerdo es que
comienza con una pérdida»),7 que por su trascendencia agrega lo inédito o al menos abre su
posibilidad a la diferencia, surge del dolor y de la desesperación, pero que a pesar de ello no
reprime el recuerdo, sino que lo comprende y lo asimila.8 Efectivamente, esta es una
repetición que se encuentra entre la espera y el recuerdo. De esta manera el filósofo danés
nos comenta la genuina repetición cuando se entera que su amada se ha casado con otra
persona:
Con esto he vuelto a ser yo mismo. He aquí la repetición. Ahora comprendo todas las cosas y
la vida parece más bella que nunca. En cierto sentido esto también ha surgido en el horizonte
como una repentina tormenta, aunque es la magnanimidad de ella a la que debo agradecer
que descargara y lo arrancara todo de cuajo. [...] ¡Que la vida la premie y le multiplique todo
lo que le ha dado! ¡Que reciba de la vida lo que más desee, de la misma manera que yo he
recibido ya, gracias a su generosidad maravillosa, lo que más quiero en este mundo, es decir,
a mí mismo! [...] Todo ha terminado. Mi barquilla está de nuevo a flote y en un minuto podré
alcanzar la orilla en que reposen los anhelos fervientes de mi alma; [...] aquella misma orilla,
finalmente, en la que a cada instante se juega uno la vida, y a cada instante la pierde y la
reconquista.9
En este punto ya no nos situamos en una repetición que no sólo se comprende como la de
7 Ibídem. Pág. 139.
8 Ibídem. Págs. 274. ¿Acaso la repetición kierkegaardiana de la espiritualidad no nos muestra una repetición
estética entendida en otro sentido?
9 Ibídem. Págs. 273 y 275.
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los momentos más grandiosos de nuestra vida, sino que estamos suponiendo ya desde
Kierkegaard una repetición con fines terapéuticos. En efecto, podemos ver que la repetición,
ya sea una terapéutica o una estética, no surge necesariamente del placer, sino que va
acompañada de un dolor ineludible. Pero no es un dolor que surge del no poder reiterar con
plenitud un recuerdo grandioso como si fuera la primera vez, pues esto bien se sabe que es
imposible, ni tampoco lo es de un recuerdo traumático que sólo se puede reprimir mediante
la repetición. Hablamos de un dolor presuntamente “positivo”, quizás un dolor tolerado, que
nos proyecte al porvenir como diferencia o como desplazamiento de la primera vez, evitando
reprimir el pasado, asimilando las cicatrices y los tatuajes. ¿Es posible concluir que la
repetición espiritual, pensada en otro sentido que reiteración de lo mismo, sea solidaria con
la repetición curativa del psicoanálisis?
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10 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir y reelaborar” en Obras Completas Vol. XII. Editorial Amorrortu,
Buenos Aires, 1991. Pág. 152.
11 Ibídem. Págs. 152-153.
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De tal manera que la repetición es asemejada con la transferencia, en su relación estrecha
con el recuerdo. Si bien aquí se menciona el poder curativo de la repetición, en otra obra se
señala que en el tratamiento de la transferencia para la cura es preciso restringirle,
esforzando el máximo recuerdo y admitiendo la mínima repetición,12 esto es, bloqueando la
repetición que enferma, restringiendo la compulsión a repetir que se deriva de la represión
del recuerdo. Aquí encontramos la repetición patológica que niega el recuerdo y que su
noción no logró desarrollarse en la obra de psicología experimental de Kierkegaard, aunque
quizás el tremendo dolor que produce la imposibilidad de la supuesta repetición estética sea
ya la alusión a uno de los síntomas.
Curiosamente tenemos una doble repetición: una que enferma y otra que cura.
Creemos que aquí hay un problema. Freud afirma que se repite porque se reprime,
originando así la compulsión a repetir en una continua represión del recuerdo, sin embargo,
ya no es posible pensarla así cuando considera la repetición como transferencia. Ésta
repetición que salva tendría que liberarse de la represión, ser independiente teniendo un
movimiento propio, es decir, debería poder invertir el proceso: reprimir porque se repite,
puesto que se reprime todo lo que mediatiza la experiencia que sólo puedo volver a vivir
repitiendo. Escribe Deleuze que hay una necesidad del proyecto freudiano en reprimir por la
necesidad de repetición, puesto que Freud no se conforma con la simple cura como mnesia,
puesto que «es preciso ir a buscar el recuerdo ahí donde se encontraba, instalarse de golpe
en el pasado para realizar la conexión viviente entre el saber y la resistencia, la
representación y el bloqueo».13 Ya se decía con Freud que para vencer la resistencia era
preciso reelaborarla, pues no interesaba hacérsela saber al enfermo, sino intentar conseguir
con la repetición un estado de «abreacción», es decir, un estado en donde el displacer que
12 Freud, Sigmund (1920). “Más allá del principio del placer” en Obras Completas Vol. XVIII. Editorial
Amorrortu, Buenos Aires, 1991. Pág. 19.
13 Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición... Pág. 46.
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produce recordar entre en tolerancia con el principio de realidad.14 Así pues, repetir por una
necesidad misma del repetir, sin explicarla o justificarla mediante la represión del recuerdo,
es la repetición que cura que es llamada también transferencia.
Así pues, Freud afirma en Recordar, repetir y reelaborar que cuando el analizado
repite es que no recuerda nada de lo olvidado o de lo reprimido, y por ello lo actúa sin saber
lo que repite.15 Aquí no hay claramente intención de represión (al menos consciente), pues la
resistencia del «yo consciente» del que habla Freud es inconsciente en la cura,16 dicho de
otro modo, la subordinación de la repetición a la represión del recuerdo no es posible en el
acto verdadero de repetir, la repetición genuina es por ello independiente de tal represión.
Sólo así la repetición que cura vendría a ser un no saber que se sabe, o dicho de otro modo,
sólo cuando la repetición no se explica y no es causada por la represión del recuerdo. De lo
contrario la repetición patológica consistiría en un no saber por qué se repite, sería así una
repetición que se obstina por escapar y bloquear la representación; sin embargo, dicha
repetición surge por la representación de lo Mismo, es decir, en la monotonía de la cantidad.
Efectivamente, todo el tiempo la repetición que enferma se ha acechado y amenazado ella
misma, de tal manera que siempre ha tendido a lo peor y quizás por ello Freud haya
afirmado que la repetición tiende a empeorar.
14 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir,...”. Pág. 156 y 157. Sobre la tolerancia del displacer con el
principio de realidad: Cfr. Freud. Sigmund (1920). “Más allá del principio...”. Pág. 20.
15 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir,...”. Pág. 152.
16 Freud, Sigmund (1920). “Más allá del principio...”. Pág. 19.
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de la repetición como cantidad sin cualidad, en su obsesiva monotonía. En todo caso, como
hemos dicho, hay represión del recuerdo por una necesidad del repetir, y tal repetición es
aquella que reprime la representación de lo Mismo. No obstante, en la verdadera repetición
no hay oposición entre la cantidad y la cualidad, de ahí que en ella no haya oposición entre el
recuerdo y el porvenir; así pues, el recuerdo que la repetición reprime sería aquel que no
permite ningún desplazamiento o diferencia. Así pues, Derrida sostiene que Freud hablaba
ya de la cualidad del «abrirse-paso» o «facilitación» (Banhung), es decir, de la repetición
como diferencia, de la cantidad que no encuentra oposición con la cualidad. Aquí la
repetición ni siquiera puede pensarse como posterior a una presentación primera, tampoco
puede surgir del recuerdo reprimido, sino que mediante la repetición la vida se protege a sí
misma. No hay presencia plena, sino sólo hay huella impresa y, por ello, es en la primera vez
donde se encuentra ya desde siempre la posibilidad de repetición, la posibilidad de que la
huella pueda ser modificada, a saber: la «repetición originaria».17
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bien no hay en Kierkegaard una metáfora del aparato psíquico como inscripcionalidad, como
sí la hay en la Nota sobre la «pizarra mágica» de Freud, su pensamiento sería entonces un
ejemplo del movimiento de la repetición y de la huella impresa entendida como recuerdo,
puesto que del riesgo de su olvido o de su destrucción es donde nace la necesidad de repetir
o de reprimir los recuerdos plenos o enfermos, que no permiten el «abrirse-paso» para la
reserva, que siempre llevan consigo diferencia.
Concluimos con base en lo antedicho sobre Kierkegaard y Freud que tenemos dos
tipos de repetición y dos tipos de recuerdo. En primer lugar, existe una repetición que cura y
salva y otra que enferma y encadena. En segundo lugar, un recuerdo que reprime la
repetición, que hace derivarla como su consecuencia, y otro recuerdo que se toma como
pretexto de olvido y que encuentra su correlación con la fuerza de repetición que cura. La
repetición que cura reprime el recuerdo si la pretende causalizar o explicar, es decir,
recuerdo que no agrega algo inédito, que desgracia al hombre puesto que no le ofrece
novedad. Hay represión del recuerdo como representación de lo Mismo porque hay
necesidad de repetir con novedad. En cambio, hay otro recuerdo que no encuentra su
resistencia con la repetición, en donde pueden coexistir con base en un sólo movimiento
aunque en direcciones contrarias; es justo la propuesta, a saber: pensar la reelaboración que
consiste en la llamada «abreacción», es decir, en la conciencia del conflicto, en el recuerdo
que no se contrapone a ninguna repetición. Sólo de esta forma, con el recuerdo sano, la
repetición también es sana.
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trágica, segundo, tal repetición tiene un poder curativo, que nos salva y nos proyecta a un
porvenir.20 Así pues, ese movimiento no puede pensarse sin teatro. Así sucede con la
repetición kierkegaardiana, pues no puede pensarse sin el movimiento real y las máscaras.
Movimiento real porque le reprocha a Hegel el movimiento lógico-abstracto de la dialéctica,
según Kierkegaard ese sería una falso movimiento que lo regresaría a la representación. La
repetición kierkegaardiana está en contra de la representación, porque quiere poner la
metafísica en movimiento, en actividad.
De ahí que Deleuze afirme que Kierkegaard es un pensador que vive el problema de las
máscaras,22 puesto que quiere desplazar un origen presuntamente asignado. La máscara
viene a ser la manera en cómo se impugna la representación, porque se le desplaza al
disfrazarle. Así funciona el teatro, como dice Ana María Martinez de la Escalera: «diríamos
que lo que ocurre en escena no es absolutamente repetible [puesto que tiene un reverso de
diferencia], no posee un origen asignable».23
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personas y pasiones, como autentificar roles, seleccionar máscaras».24 Se trata de conseguir
que la repetición no encuentre su oposición con el recuerdo, y sólo podrá lograrlo
esmascarándolo, diferenciándolo de su origen presuntamente asignable, haciéndolo
inaccesible o insalvable. La repetición desnuda, entendida como representación de lo
Mismo, debe disfrazarse, vestirse, ponerse máscaras que le aseguren su diferencial, el
desplazamiento de un recuerdo como entidad presente.25
Si bien Deleuze sostiene que Freud no logró encaminar el análisis del inconsciente
hacia un verdadero teatro, porque no dejó de mantener la noción de repetición desnuda,26 la
interpretación que obtenemos de Derrida sobre la repetición freudiana no es la misma.
Hemos dicho que para Derrida la repetición freudiana no encuentra oposición entre cantidad
y cualidad, esto lo exime de cualquier atadura de una mera repetición desnuda que tiene
como correlato la representación de lo Mismo; así pues, encontramos un verdadero teatro
en la repetición que ha entendido Derrida del proyecto freudiano, es decir, una repetición
que no sólo es desnuda sino que también es una repetición enmascarada. Siguiendo éstas
últimas consideraciones, afirmamos que la repetición kierkegaardiana, no es tan diferente de
la freudiana.
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teatro está librado de la representación clásica, pero a su vez convertido en otra nueva
representación. Podemos afirmar, que la clausura de la representación es en realidad la
confirmación de la agonía metafísica, pero también del porvenir que se desarrolla en la
representación teatral de los movimientos, las máscaras, y los disfraces.
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teatro que pretende clausurar la representación; clausura que ya Derrida había escrito a
propósito de Artaud, de ahi que también mencionemos que no son tan diferentes nuestras
afirmaciones del «teatro de la fe» con lo que Derrida ha escrito sobre la clausura de la
representación con el «teatro de la crueldad». Así pues, la repetición terapéutica tiene un
movimiento similar a la repetición estética de la teatralidad; después de todo la repetición
estética a la que alude como imposible Kierkegaard sí es posible y siempre lo ha sido, pues
podemos afirmar que la repetición espiritual a todo momento ha sido teatral. La repetición
espiritual y la repetición estética siempre fueron lo mismo.
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Como conclusión podemos afirmar que la repetición que no esté supeditada a la represión
del recuerdo como su explicación, es aquella que logra formar parte de la terapia de la
transferencia. Hemos mostrado que dicha repetición no se encuentra al servicio de la
representación de lo Mismo, pero sí de una llamada representación teatral; es en este
sentido que repetición es una representación radicalizada, es decir, diferida o desplazada de
su origen asignado. Con esto afirmamos una vez más que con la representación la metafísica
se ha vuelto contra sí misma, desplazándose e “invirtiéndose” ella misma. Por otro lado,
mostramos mediante algunas consideraciones de Sören Kierkegaard, cómo la interpretación
derrideana de Sigmund Freud tampoco encontraba oposición con el porvenir y con la
diferencia. Así pues, dentro del proyecto freudiano, tanto el diferir y la modificación de las
huellas en el proceso terapéutico, así como la necesidad de una repetición teatral, son
movimientos necesarios.
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Bibliografía principal
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