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Representación teatral y repetición terapéutica

Marco Antonio Godínez Bustos

¿Cómo poseer un porvenir sin olvidar el pasado?


Gaston Bachelard. El psicoanálisis del fuego

En este trabajo pretendo abordar el problema de la representación en la repetición, y la


mediación de aquélla sobre ésta última. La repetición suele pensarse como representación
en el sentido de que se repite lo que vuelve de la memoria, es decir, se repiten las huellas
que previamente fueron inscritas. Si bien se sabe que toda repetición agrega algo inédito,
inesperado, y diferencia, no se podría pensar la repetición como una copia fidedigna de la
huella o la marca, no sólo porque es imposible con plenitud, sino porque la repetición
terminaría en una monotonía de la cantidad. La repetición no sería posible sin la diferencia
que la conforma, de tal manera que existe una necesidad de que la repetición no sea
representación, es decir, necesidad de procurar una cierta «cualidad». Quizás valga
considerar otro tipo de representación que sea solidaria con la diferencia, como creemos
que lo ha conseguido el «teatro de la fe»1 de Sören Kierkegaard. La puesta en escena de este
teatro no podría entenderse como representación plena en su mediación, porque se le
necesita comprender bajo la supuesta clausura de la representación. Al final, sostendremos
que es muy necesario asumir el pensamiento kierkegaardiano dentro de la interpretación
derrideana del proyecto freudiano. Nos parece interesante abordar en este trabajo a
Kierkegaard puesto que ha acompañado desde los inicios las reflexiones de Jacques Derrida.2

En el primer apartado, nos veremos en la necesidad de disolver la oposición entre


1 Gilles Deleuze afirma que Kierkegaard nos propone un «teatro de la fe» que se opone a la representación.
Cfr. Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición. Editorial Amorrortu, Argentina, 2002. Pág. 35.
2 Ferraris, Maurizio (2003). Introducción a Derrida. Editorial Amorrortu, Argentina, 2006. Pág. 26

1
repetición y recuerdo, confrontando algunas obras de Sigmund Freud y de Kierkegaard. Una
vez mostrando la falsa dicotomía, enseguida mostraremos la necesidad que tiene el proceso
terapéutico psicoanalítico de asumir la afirmación de que hay represión del recuerdo por la
necesidad de repetición. Así pues, esta será la afirmación que sostendremos junto con Gilles
Deleuze: no hay repetición por represión del recuerdo, sino represión del recuerdo por la
necesidad de repetición, pues de otro modo la repetición estaría supeditada a la
representación.

Finalmente, si la repetición kierkegaardiana nos propone un «teatro de la fe», de las


máscaras y de los disfraces, estudiaremos las consecuencias que lleva afirmarlo dentro del
psicoanálisis freudiano entendido por el pensamiento derrideano. Impugnaremos la clásica
noción de representación para afirmar, no una inversión, sino un momento en donde la
representación se vuelve contra sí misma en la puesta en escena de la teatralidad.

* * *

¿Quién no ha querido regresar los momentos más grandiosos de su vida? Como si


pudiéramos volverlos a vivir tal cual la primera vez que lo hicimos. No es posible regresar el
recuerdo plenamente como fue impreso, aunque tal vez es de ésta imposibilidad donde
surge la necesidad de intentarlo, de reservarlo como repetición y no como recuerdo. Si se
reservara lo que se repite como recuerdo, en su impronta de la primera vez, no añadiría
ninguna diferencia y, por tanto, no habría necesidad de repetirlo nuevamente; de manera
que se repite para seguir repitiendo. Tampoco se repite pensando en la cualidad, puesto que
no se sabe si lo que se repite producirá diferencia, de ahí que ésta se encuentre siempre en
el riesgo de ser lo “mismo” cuando se está en la actividad. Por lo regular la repetición se ha
entendido como monotonía, es decir, repetición como cantidad, sin cualidad (aquí ya
repetición de lo mismo suena a tautología), en su relación de dependencia con el recuerdo,

2
como si éste y aquélla no estuvieran en comunicación con un “presente vivido”.3 Aunque
repetición y recuerdo se opongan en cierto sentido, ambos constituyen una mutua relación,
pues como dice Sören Kierkegaard: «repetición y recuerdo constituyen el mismo
movimiento, pero en sentido contrario».4 Si bien Kierkegaard dice que el recuerdo hace
desgraciado al hombre, no considera una oposición plena entre ambos al tomar la desdicha y
el pretexto de su olvido como posibilidad de repetición. Más adelante sostiene que se repite
siempre algo que ya ha sido y que es lo que le confiere su carácter de novedad. Sin
repetición o sin recuerdo, «toda la vida se disuelve en un estrépito vano y vacío». 5 Así pues,
se puede afirmar que el recuerdo por lo general es doloroso porque suscita horribles
experiencias traumáticas, pero también lo es si la experiencia ha sido magnífica, porque el
recuerdo impide volver a vivir la experiencia tal cual fue la primera vez que se hizo.

La repetición no se puede reducir al recuerdo sin cualidad, sino que el recuerdo


necesita tener otro tratamiento para que no encuentre su oposición tajante con la repetición
y también para lograr proyectarse al porvenir o a la novedad. Más adelante, Kierkegaard
propone expresamente una forma del recuerdo que no está en oposición con lo que se
repite: «esta forma de recordar es cabalmente la proyección retroactiva de la eternidad en el
presente, en el supuesto de que el recuerdo sea sano». 6 A propósito con lo antedicho cabe
preguntarse qué es tener un recuerdo sano o un recuerdo enfermo en el pensamiento
kierkegaardiano, y qué nos estaría sugiriendo tal afirmación dentro de la posterior
terapéutica psicoanalítica desarrollada por Sigmund Freud. En todo caso, toda repetición no
sería posible sin dolor, y es sólo por tal sentimiento que es posible la novedad.

Durante toda la referida obra de Kierkegaard, se plantearán tres formas de repetición,

3 Es decir, una presencia no plena, con retardo, en comunión con un origen desplazado o por venir. Cfr.
Derrida, Jacques (1967). “El suplemento de origen” en La voz y el fenómeno. Editorial Pretextos, España,
1995. Pág. 149.
4 Kierkegaard, Sören (1843). In vino veritas. La repetición. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1976. Pág. 130.
5 Ibídem. Págs. 131 y 161.
6 Ibídem. Pág. 141.

3
dos de las cuales él tomará como imposibles, y una que será la llamada verdadera, a saber, la
repetición espiritual. Una de las repeticiones imposibles es la estética, porque supone una
primera vez que pretende volver el recuerdo en su plenitud, como repetición de lo mismo,
siendo que no pueden darse dos hechos de la misma manera; aquí Kierkegaard se encuentra
en la suposición de que la repetición estética se pretende plena y pura. Al final se afirma que
la repetición espiritual es repetición auténtica que libera a la eternidad porque es la
eternidad misma, que nos devuelve lo perdido («la gran ventaja del recuerdo es que
comienza con una pérdida»),7 que por su trascendencia agrega lo inédito o al menos abre su
posibilidad a la diferencia, surge del dolor y de la desesperación, pero que a pesar de ello no
reprime el recuerdo, sino que lo comprende y lo asimila.8 Efectivamente, esta es una
repetición que se encuentra entre la espera y el recuerdo. De esta manera el filósofo danés
nos comenta la genuina repetición cuando se entera que su amada se ha casado con otra
persona:

Con esto he vuelto a ser yo mismo. He aquí la repetición. Ahora comprendo todas las cosas y
la vida parece más bella que nunca. En cierto sentido esto también ha surgido en el horizonte
como una repentina tormenta, aunque es la magnanimidad de ella a la que debo agradecer
que descargara y lo arrancara todo de cuajo. [...] ¡Que la vida la premie y le multiplique todo
lo que le ha dado! ¡Que reciba de la vida lo que más desee, de la misma manera que yo he
recibido ya, gracias a su generosidad maravillosa, lo que más quiero en este mundo, es decir,
a mí mismo! [...] Todo ha terminado. Mi barquilla está de nuevo a flote y en un minuto podré
alcanzar la orilla en que reposen los anhelos fervientes de mi alma; [...] aquella misma orilla,
finalmente, en la que a cada instante se juega uno la vida, y a cada instante la pierde y la
reconquista.9

En este punto ya no nos situamos en una repetición que no sólo se comprende como la de
7 Ibídem. Pág. 139.
8 Ibídem. Págs. 274. ¿Acaso la repetición kierkegaardiana de la espiritualidad no nos muestra una repetición
estética entendida en otro sentido?
9 Ibídem. Págs. 273 y 275.

4
los momentos más grandiosos de nuestra vida, sino que estamos suponiendo ya desde
Kierkegaard una repetición con fines terapéuticos. En efecto, podemos ver que la repetición,
ya sea una terapéutica o una estética, no surge necesariamente del placer, sino que va
acompañada de un dolor ineludible. Pero no es un dolor que surge del no poder reiterar con
plenitud un recuerdo grandioso como si fuera la primera vez, pues esto bien se sabe que es
imposible, ni tampoco lo es de un recuerdo traumático que sólo se puede reprimir mediante
la repetición. Hablamos de un dolor presuntamente “positivo”, quizás un dolor tolerado, que
nos proyecte al porvenir como diferencia o como desplazamiento de la primera vez, evitando
reprimir el pasado, asimilando las cicatrices y los tatuajes. ¿Es posible concluir que la
repetición espiritual, pensada en otro sentido que reiteración de lo mismo, sea solidaria con
la repetición curativa del psicoanálisis?

* * *

En la obra de Sigmund Freud, en un primer momento, encontramos la oposición entre


repetición y recuerdo, en tanto que lo que se repite patológicamente es lo que no logra
recordarse porque ha sido reprimido u olvidado.10 En un segundo momento la repetición
tiene poder curativo si se le guía, dirige o reconduce hacia el recuerdo, siendo así no
encuentran su oposición cuando él advierte:

La transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del


pasado olvidado; [...] tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la
compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación
personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida
—p.ej., si durante la cura elige un objeto de amor, toma a su cargo una tarea, inicia una
empresa—11

10 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir y reelaborar” en Obras Completas Vol. XII. Editorial Amorrortu,
Buenos Aires, 1991. Pág. 152.
11 Ibídem. Págs. 152-153.

5
De tal manera que la repetición es asemejada con la transferencia, en su relación estrecha
con el recuerdo. Si bien aquí se menciona el poder curativo de la repetición, en otra obra se
señala que en el tratamiento de la transferencia para la cura es preciso restringirle,
esforzando el máximo recuerdo y admitiendo la mínima repetición,12 esto es, bloqueando la
repetición que enferma, restringiendo la compulsión a repetir que se deriva de la represión
del recuerdo. Aquí encontramos la repetición patológica que niega el recuerdo y que su
noción no logró desarrollarse en la obra de psicología experimental de Kierkegaard, aunque
quizás el tremendo dolor que produce la imposibilidad de la supuesta repetición estética sea
ya la alusión a uno de los síntomas.

Curiosamente tenemos una doble repetición: una que enferma y otra que cura.
Creemos que aquí hay un problema. Freud afirma que se repite porque se reprime,
originando así la compulsión a repetir en una continua represión del recuerdo, sin embargo,
ya no es posible pensarla así cuando considera la repetición como transferencia. Ésta
repetición que salva tendría que liberarse de la represión, ser independiente teniendo un
movimiento propio, es decir, debería poder invertir el proceso: reprimir porque se repite,
puesto que se reprime todo lo que mediatiza la experiencia que sólo puedo volver a vivir
repitiendo. Escribe Deleuze que hay una necesidad del proyecto freudiano en reprimir por la
necesidad de repetición, puesto que Freud no se conforma con la simple cura como mnesia,
puesto que «es preciso ir a buscar el recuerdo ahí donde se encontraba, instalarse de golpe
en el pasado para realizar la conexión viviente entre el saber y la resistencia, la
representación y el bloqueo».13 Ya se decía con Freud que para vencer la resistencia era
preciso reelaborarla, pues no interesaba hacérsela saber al enfermo, sino intentar conseguir
con la repetición un estado de «abreacción», es decir, un estado en donde el displacer que

12 Freud, Sigmund (1920). “Más allá del principio del placer” en Obras Completas Vol. XVIII. Editorial
Amorrortu, Buenos Aires, 1991. Pág. 19.
13 Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición... Pág. 46.

6
produce recordar entre en tolerancia con el principio de realidad.14 Así pues, repetir por una
necesidad misma del repetir, sin explicarla o justificarla mediante la represión del recuerdo,
es la repetición que cura que es llamada también transferencia.

Así pues, Freud afirma en Recordar, repetir y reelaborar que cuando el analizado
repite es que no recuerda nada de lo olvidado o de lo reprimido, y por ello lo actúa sin saber
lo que repite.15 Aquí no hay claramente intención de represión (al menos consciente), pues la
resistencia del «yo consciente» del que habla Freud es inconsciente en la cura,16 dicho de
otro modo, la subordinación de la repetición a la represión del recuerdo no es posible en el
acto verdadero de repetir, la repetición genuina es por ello independiente de tal represión.
Sólo así la repetición que cura vendría a ser un no saber que se sabe, o dicho de otro modo,
sólo cuando la repetición no se explica y no es causada por la represión del recuerdo. De lo
contrario la repetición patológica consistiría en un no saber por qué se repite, sería así una
repetición que se obstina por escapar y bloquear la representación; sin embargo, dicha
repetición surge por la representación de lo Mismo, es decir, en la monotonía de la cantidad.
Efectivamente, todo el tiempo la repetición que enferma se ha acechado y amenazado ella
misma, de tal manera que siempre ha tendido a lo peor y quizás por ello Freud haya
afirmado que la repetición tiende a empeorar.

Podría reprocharse en las afirmaciones efectuadas hasta el momento que reprimir el


recuerdo por la necesidad de repetición sería intentar encontrar una diferencia pura, en su
oposición con la rememoración, criticable por su ingenuidad de pertenecer a una presencia y
a una conciencia plenas. Diremos que se reprime un cierto recuerdo, es decir, uno que se
entiende como origen autoritario, como presencia plena, que no permite modificación
alguna porque es una huella consumada, inamovible, clausurada, que produce la compulsión

14 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir,...”. Pág. 156 y 157. Sobre la tolerancia del displacer con el
principio de realidad: Cfr. Freud. Sigmund (1920). “Más allá del principio...”. Pág. 20.
15 Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir,...”. Pág. 152.
16 Freud, Sigmund (1920). “Más allá del principio...”. Pág. 19.

7
de la repetición como cantidad sin cualidad, en su obsesiva monotonía. En todo caso, como
hemos dicho, hay represión del recuerdo por una necesidad del repetir, y tal repetición es
aquella que reprime la representación de lo Mismo. No obstante, en la verdadera repetición
no hay oposición entre la cantidad y la cualidad, de ahí que en ella no haya oposición entre el
recuerdo y el porvenir; así pues, el recuerdo que la repetición reprime sería aquel que no
permite ningún desplazamiento o diferencia. Así pues, Derrida sostiene que Freud hablaba
ya de la cualidad del «abrirse-paso» o «facilitación» (Banhung), es decir, de la repetición
como diferencia, de la cantidad que no encuentra oposición con la cualidad. Aquí la
repetición ni siquiera puede pensarse como posterior a una presentación primera, tampoco
puede surgir del recuerdo reprimido, sino que mediante la repetición la vida se protege a sí
misma. No hay presencia plena, sino sólo hay huella impresa y, por ello, es en la primera vez
donde se encuentra ya desde siempre la posibilidad de repetición, la posibilidad de que la
huella pueda ser modificada, a saber: la «repetición originaria».17

La noción de «repetición originaria» que configura la existencia, impidiendo su


presencia plena, se encuentra ya desde Kierkegaard cuando dice que el mundo no hubiera
empezado a existir «si el Dios del cielo no hubiera deseado la repetición», puesto que de lo
contrario Dios se hubiera quedado ya sea en la esperanza o se hubiera contentando en
conservar todas las cosas en su memoria. Desde luego que no eligió ninguna de las dos, sino
la repetición, dilucidando así lo que hemos venido llamando la auténtica repetición, es decir,
aquella que encuentra la conciliación entre el recuerdo y el porvenir. 18 No interesa rescatar
en modo alguno el carácter teologizante de la repetición kierkegaardiana, sino mostrar que
no hay plenitud porque desde los comienzos la repetición ya se encuentra en función.19 Si

17 Derrida, Jacques (1967). “Freud y la escena de la escritura” en La escritura y la diferencia. Editorial


Anthropos, España, 1989. Págs. 278-280 y 297.
18 Kierkegaard, Sören (1843). In vino veritas. La repetición... Pág. 133.
19 Cabe señalar una obra interesante de Peter Sloterdijk donde se afirma que el comenzar sólo es posible si ya
se ha comenzado, si ya se encuentra la vida tatuada o marcada, sólo así el comienzo es genuino si el origen
se encuentra desplazado. Cfr. Sloterdijk, Peter (1988). Venir al mundo, venir al lenguaje. Editorial Pre-textos,
España, 2006. Pág. 17.

8
bien no hay en Kierkegaard una metáfora del aparato psíquico como inscripcionalidad, como
sí la hay en la Nota sobre la «pizarra mágica» de Freud, su pensamiento sería entonces un
ejemplo del movimiento de la repetición y de la huella impresa entendida como recuerdo,
puesto que del riesgo de su olvido o de su destrucción es donde nace la necesidad de repetir
o de reprimir los recuerdos plenos o enfermos, que no permiten el «abrirse-paso» para la
reserva, que siempre llevan consigo diferencia.

Concluimos con base en lo antedicho sobre Kierkegaard y Freud que tenemos dos
tipos de repetición y dos tipos de recuerdo. En primer lugar, existe una repetición que cura y
salva y otra que enferma y encadena. En segundo lugar, un recuerdo que reprime la
repetición, que hace derivarla como su consecuencia, y otro recuerdo que se toma como
pretexto de olvido y que encuentra su correlación con la fuerza de repetición que cura. La
repetición que cura reprime el recuerdo si la pretende causalizar o explicar, es decir,
recuerdo que no agrega algo inédito, que desgracia al hombre puesto que no le ofrece
novedad. Hay represión del recuerdo como representación de lo Mismo porque hay
necesidad de repetir con novedad. En cambio, hay otro recuerdo que no encuentra su
resistencia con la repetición, en donde pueden coexistir con base en un sólo movimiento
aunque en direcciones contrarias; es justo la propuesta, a saber: pensar la reelaboración que
consiste en la llamada «abreacción», es decir, en la conciencia del conflicto, en el recuerdo
que no se contrapone a ninguna repetición. Sólo de esta forma, con el recuerdo sano, la
repetición también es sana.

* * *

Hay un poder demoniaco en la repetición, al mostrarnos la teatralidad de sus movimientos;


como un teatro del absurdo porque, primero, la repetición es obsesiva y completamente

9
trágica, segundo, tal repetición tiene un poder curativo, que nos salva y nos proyecta a un
porvenir.20 Así pues, ese movimiento no puede pensarse sin teatro. Así sucede con la
repetición kierkegaardiana, pues no puede pensarse sin el movimiento real y las máscaras.
Movimiento real porque le reprocha a Hegel el movimiento lógico-abstracto de la dialéctica,
según Kierkegaard ese sería una falso movimiento que lo regresaría a la representación. La
repetición kierkegaardiana está en contra de la representación, porque quiere poner la
metafísica en movimiento, en actividad.

No les basta —a Nietzsche y a Kierkegaard—, entonces, con proponer una nueva


representación del movimiento; la representación es ya mediación. Se trata, por el contrario,
de producir en la obra un movimiento capaz de conmover al espíritu fuera de toda
representación; se trata de hacer del movimiento mismo una obra, sin interposición. [...]
Inventan, en la filosofía, un equivalente increíble del teatro, y con ello, fundan ese teatro del
porvenir, al mismo tiempo que una filosofía nueva.21

De ahí que Deleuze afirme que Kierkegaard es un pensador que vive el problema de las
máscaras,22 puesto que quiere desplazar un origen presuntamente asignado. La máscara
viene a ser la manera en cómo se impugna la representación, porque se le desplaza al
disfrazarle. Así funciona el teatro, como dice Ana María Martinez de la Escalera: «diríamos
que lo que ocurre en escena no es absolutamente repetible [puesto que tiene un reverso de
diferencia], no posee un origen asignable».23

Así funciona también la terapia psicoanalítica freudiana, como un teatro, donde se


pretende seleccionar personajes que promuevan un desplazamiento al porvenir. «La
repetición en la transferencia tiene como función no tanto identificar acontecimientos,

20 Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición... Pág. 41.


21 Ibídem. Pág. 32
22 Ibíd.
23 Ducoing, Patricia (2001). “De una enfermedad a otra” en Lo otro, el teatro y los otros. Editorial UNAM,
México, 2003. Pág. 156.

10
personas y pasiones, como autentificar roles, seleccionar máscaras».24 Se trata de conseguir
que la repetición no encuentre su oposición con el recuerdo, y sólo podrá lograrlo
esmascarándolo, diferenciándolo de su origen presuntamente asignable, haciéndolo
inaccesible o insalvable. La repetición desnuda, entendida como representación de lo
Mismo, debe disfrazarse, vestirse, ponerse máscaras que le aseguren su diferencial, el
desplazamiento de un recuerdo como entidad presente.25

Si bien Deleuze sostiene que Freud no logró encaminar el análisis del inconsciente
hacia un verdadero teatro, porque no dejó de mantener la noción de repetición desnuda,26 la
interpretación que obtenemos de Derrida sobre la repetición freudiana no es la misma.
Hemos dicho que para Derrida la repetición freudiana no encuentra oposición entre cantidad
y cualidad, esto lo exime de cualquier atadura de una mera repetición desnuda que tiene
como correlato la representación de lo Mismo; así pues, encontramos un verdadero teatro
en la repetición que ha entendido Derrida del proyecto freudiano, es decir, una repetición
que no sólo es desnuda sino que también es una repetición enmascarada. Siguiendo éstas
últimas consideraciones, afirmamos que la repetición kierkegaardiana, no es tan diferente de
la freudiana.

Anteriormente, hemos afirmado que la cura de la repetición es un no saber que se


sabe, por ello en el teatro el personaje está excluido de ese saber al no saberlo. Deleuze ha
señalado muy bien el problema de que ese no saber que se sabe debe ser por fuerza
representado, es decir, debe formar parte de la representación pero que el personaje no
puede hacerlo, de ahí que lo último que quede es repetirlo, transformarlo en actos, en
movimientos. Es el saber que se encuentra representado en escena y es el actor o personaje
quien se encarga de repetirlo, desconociendo el motivo de su actividad; sólo de tal manera el

24 Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición... Pág. 47.


25 Ibídem. Pág. 54.
26 Ibídem. Pág. 44.

11
teatro está librado de la representación clásica, pero a su vez convertido en otra nueva
representación. Podemos afirmar, que la clausura de la representación es en realidad la
confirmación de la agonía metafísica, pero también del porvenir que se desarrolla en la
representación teatral de los movimientos, las máscaras, y los disfraces.

La clásica noción de representación dista de pertenecer a los movimientos de las


máscaras y los disfraces, pero el teatro nos ofrece otro tipo de representación que es
solidaria con el porvenir. Como hemos dicho, aquí representación teatral, en tanto
exposición (Darstellung), es la puesta en escena y su pretendida clausura es la confirmación
de una agonía de la metafísica; al estilo de un momento de la economía que debía suceder,
porque es inevitable y totalmente necesario.27 La repetición es asi una re-presentación que
se desplaza a sí misma y que configura su espacio donde se recrea la escena, pues sólo de
esa manera se salva de toda mediación, es así una auto-representación. Una representación
así entendida es una repetición que no deja de pertenecer a una diferencia, pero que no
concluye con una presencia pura y plena, sino por el contrario, es una representación que
entra en comunión con lo indeterminado del porvenir y un pasado que continuamente opera
en ella.

Es importante decir que no se trata de reconciliar el psicoanálisis y el teatro en un


psicodrama, como bien lo ha señalado Michel Foucault cuando dice que «Freud y Artaud se
ignoran y resuenan entre sí».28 En efecto, en el teatro de la crueldad de Antonin Artaud
encontramos un rechazo al psicoanálisis, al teatro psicológico o del inconsciente, 29 pero lo
cierto es que, como hemos afirmado, en todo teatro y en todo psicoanálisis podemos hablar
de disfraces y de máscaras, como es en el caso de Sören Kierkegaard. Son bastante
interesantes los movimientos que operan tanto en la terapia psicoanalítica, como en un

27 Derrida, Jacques. De la gramatología. Editorial XXI, México, 2008. Pág. 13.


28 Foucault, Michel. (1970). Theatrum Philosophicum. Editorial Anagrama, España, 1995. Pág. 15.
29 Derrida, Jacques (1967). “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación” en La escritura y la
diferencia. Editorial Anthropos, España, 1989. Pág. 332.

12
teatro que pretende clausurar la representación; clausura que ya Derrida había escrito a
propósito de Artaud, de ahi que también mencionemos que no son tan diferentes nuestras
afirmaciones del «teatro de la fe» con lo que Derrida ha escrito sobre la clausura de la
representación con el «teatro de la crueldad». Así pues, la repetición terapéutica tiene un
movimiento similar a la repetición estética de la teatralidad; después de todo la repetición
estética a la que alude como imposible Kierkegaard sí es posible y siempre lo ha sido, pues
podemos afirmar que la repetición espiritual a todo momento ha sido teatral. La repetición
espiritual y la repetición estética siempre fueron lo mismo.

* * *

Como conclusión podemos afirmar que la repetición que no esté supeditada a la represión
del recuerdo como su explicación, es aquella que logra formar parte de la terapia de la
transferencia. Hemos mostrado que dicha repetición no se encuentra al servicio de la
representación de lo Mismo, pero sí de una llamada representación teatral; es en este
sentido que repetición es una representación radicalizada, es decir, diferida o desplazada de
su origen asignado. Con esto afirmamos una vez más que con la representación la metafísica
se ha vuelto contra sí misma, desplazándose e “invirtiéndose” ella misma. Por otro lado,
mostramos mediante algunas consideraciones de Sören Kierkegaard, cómo la interpretación
derrideana de Sigmund Freud tampoco encontraba oposición con el porvenir y con la
diferencia. Así pues, dentro del proyecto freudiano, tanto el diferir y la modificación de las
huellas en el proceso terapéutico, así como la necesidad de una repetición teatral, son
movimientos necesarios.

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Bibliografía principal

Deleuze, Gilles (1968). Diferencia y repetición. Editorial Amorrortu, Argentina, 2002.


Derrida, Jacques (1967). La escritura y la diferencia. Editorial Anthropos, España, 1989.
_____________ (1967). La voz y el fenómeno. Editorial Pretextos, España, 1995.
Ducoing, Patricia (2001). Lo otro, el teatro y los otros. Editorial UNAM, México, 2003.
Ferraris, Maurizio (2003). Introducción a Derrida. Editorial Amorrortu, Argentina, 2006.
Foucault, Michel (1970). Theatrum Philosophicum. Editorial Anagrama, España, 1995.
Freud, Sigmund (1914). Obras Completas Vol. XII. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1991.
_____________(1920). Obras Completas Vol. XVIII. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1991
Kierkegaard, Sören (1843). In vino veritas. La repetición. Ediciones Guadarrama, Madrid,
1976.

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