You are on page 1of 15

Historiografía de la locura.

El péndulo de la historia
Dr. Alfredo Aroca* - Universidad Libre de Bruselas, Bélgica

Introducción
Este artículo se referirá al espacio social de la locura y a sus movimientos, en Chile desde
la Colonia hasta el siglo XXI.

La nueva historia, desarrollada por la Escuela de los Anales, ha roto con la tradición de la
historia lineal. Con la historia de los acontecimientos. Con la historia de los grandes
personajes. La Escuela de los Anales pone, también, en relieve a los pequeños personajes
con la historia desde abajo. El tiempo de la historia se ha precisado con la historia
económica y social y ha permitido diferenciar tiempos cortos, medianos y largos. La longue
durée, propuesta en 1958, por Braudel y desarrollada por autores como Ariès, Vovelle y
muchos otros ha facilitado la elaboración de una historiografía que va más allá del evento y
permite la comprensión de los tiempos seculares. La psiquiatría, joven disciplina de la
medicina, se ha mantenido en acción durante los últimos tres siglos desde, el que se ha
definido como acto fundador, el retiro de las cadenas a los locos por parte de Phillipe Pinel,
a fines del siglo XVIII.

Intentaremos en lo que sigue, referirnos a la psiquiatría en Chile, teniendo en cuenta el


movimiento desarrollado en el tiempo largo, “la longue durée”. Esto nos permitirá observar
los movimientos en la historia de la locura, en los últimos siglos. Por otra parte,
abordaremos la locura desde su propio movimiento (intrínseco) en los espacios que se le
asignan. Decimos espacios, porque ellos son múltiples, pero los diferenciaremos en espacio
interno, intramuros o institucional y espacio externo o extramuros.

Gross, F. propone una caracterización de los espacios de la locura a partir de la geometría.


Así en el Renacimiento el espacio está fragmentado, en la época clásica está dividido y en
la época moderna está lleno1.

Intentaremos describir, concomitantemente, la manera como las clases sociales enfrentaron


el problema de la locura y la ocupación espacial que hicieron durante el siglo XIX en Chile.
Terminaremos con el desarrollo de la psiquiatría chilena durante el siglo XX hasta la
actualidad, proponiendo una mirada crítica acerca de la psiquiatría y de su avenir.

Los eventos, anecdóticos, están en el relato solo para ilustrar la narrativa. Sin embargo, son
representativos de las series de las que han sido extraídos y por lo tanto son significativos.
Esta presentación, se basa en cinco años de investigación acerca de historia de la locura en
Chile. El trabajo de archivo nos ha permitido constituir series.

Algunos autores han propuesto divisiones para estudiar mejor la historia de la psiquiatría.
Así tenemos a Bernard Hart, quien en 1912 hace una división cronológica y designa cuatro
periodos para la historia de la psiquiatría europea: demoníaco, político, fisiológico y
psicológico2

White, H., dice en su obra “El contenido de la Forma, narrativa, discurso y


representación histórica”, a propósito de los trabajos de Foucault, que el discurso sobre
la locura” en Occidente se ha desarrollado en cuatro etapas: 1) en el siglo XVI, se despoja a
la locura de su carácter de santidad. 2) durante los siglos XVII y XVIII, la época clásica, la
locura es la sinrazón que se enfrenta a la razón y se la encierra en el Hospital General. 3) el
siglo XIX, libera a los locos de sus cadenas y les da la calidad de enfermos, encerrándolos
en el asilo especial donde serán tratados, entre otros con el tratamiento moral. 4) En el siglo
XX aparece en escena el psicoanálisis, con la neurosis- enfermedad3.

La historiografía chilena de la locura se ha centrado en el espacio interior, en el intramuros


que constituye la Casa de orates. Los periodos de la historia de la Casa se confunden con
los de la locura, probablemente porque fue prácticamente un establecimiento único en Chile
durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX.

Garafulic, J. propone una división en cuatro etapas: 1) prepsiquiátrica, desde la Colonia


hasta los primeros años de la República; 2) médico-filantrópica, que incluye la creación de
la Casa de Orates; 3) predomino del criterio psiquiátrico y 4) expansión psiquiátrica,
etapa en que el autor consideraba se estaba aún transitando (en 1957 cuando se escribió el
artículo)4

Escobar, E. distingue tres periodos para los primeros cien años de vida de la Casa de
Orates: 1) periodo fundacional (1852-1891); 2) Periodo de desarrollo institucional
(1891-1931) y periodo de consolidación institucional (1931-1952)5.

En Europa, durante la Edad Media, los locos eran excluidos mediante la expulsión fuera de
los muros de la ciudad. Eran puestos, fuera de los límites que encerraban un espacio
relativamente seguro. Y aquí, ya se perfila el primer movimiento. Se pone en el límite, se
pone fuera. No he encontrado antecedentes chilenos, pero la expulsión de la ciudad de
pequeños delincuentes, hace presumir que en algún tiempo, también se haya expulsado a
los locos, de los límites, sin muros, de las ciudades coloniales chilenas, con prohibición de
volver.

La aparición, a fines del siglo XV, de la Narrenschift de Brandt es uno de los pocos
testimonios existentes (literario) del transporte de locos, por vía marítima, desde los centros
urbanos hasta otras ciudades. Para Michel Foucault, podría ser que “esas naves que
atormentaban la imaginación en los inicios del Renacimiento, pudieron ser naves de
peregrinación altamente simbólicas de locos en busca de la razón”6. Los ríos de Renania,
en dirección de Gheel y el Rin, hacia el Jura y Besançon, habrían sido testigos del paso de
estas naves.

Y aquí, tenemos un primer movimiento. Se trata de sacar de la ciudad, de las calles, del
espacio público, estos elementos poco gratos para la autoridad, los locos, en un movimiento
que podríamos llamar centrífugo. Del gran espacio de la calle, a espacios alejados de la
ciudad, fuera de la ciudad, fuera del país. Algunos considerados sagrados y de
peregrinación como Gheel, en Bélgica.

En Chile, los locos recorrieron los caminos y calles de las ciudades coloniales. La atención
de alienados durante la Colonia no parece haber sido una gran preocupación de las
autoridades. Los médicos contaban con pocos conocimientos acerca de la locura y los
espacios institucionales especializados no existen. Los espacios de la locura son
compartidos con delincuentes, desertores, prostitutas, borrachos, etc. Se clasificaba a los
locos en 3 grupos: furiosos, deprimidos y tranquilos. A los furiosos, se los amansaba
mediante ayunos, palos y duchas frías. De no resultar, se los instalaba en el cepo. Como
última medida, se les fijaba a un muro, mediante una cadena corta. Los deprimidos, eran
cuidados en su domicilio y se les aislaba en una habitación separada del resto de la familia
y se les ocultaba de sus relaciones sociales. Los tranquilos, alternaban con la familia y las
amistades, pues no constituían peligro7. Esto es lo que nos enseña Enrique Laval, médico
que hace grandes aportes a la Historia de la Medicina Chilena, durante el pasado siglo. Sin
embargo, en lo que nos comunica no hace una diferenciación social.

Esta, no parece haber sido una actitud uniforme de las familias ante la locura, pues, los que
tenían recursos enviaban a sus enfermos a Lima, por vía marítima, a las Loquerías de San
Andrés. La Narrenschift chilena, remonta el gran océano en dirección de Lima. En
dirección a la exclusión del espacio familiar, en dirección, quizás, al olvido. Este
movimiento centrifugo, se verifica en Chile, durante la Colonia, pero ligado a un grupo
social. El grupo que tiene más éxito social: la oligarquía y el grupo de los comerciantes
exitosos de la ciudad.

Un segundo movimiento, se prepara con la creación del asilo y del Hospital General.
En Europa, se inicia con la creación del asilo en el siglo XVII, lo que Foucault llamó el
gran encierro. Este proceso tiene dirección hacia el centro, es centrípeto. En Chile
comienza en la segunda mitad del siglo XIX.

En el año 1852 se crea la Casa de locos de Yungay, en la ciudad de Santiago, en un


antiguo cuartel militar, para solucionar el problema de la locura en Chile. Numerosos locos
vagan por las calles de la naciente República, solo se les encierra cuando hacen desordenes.
Espacios de la locura son entonces los hospicios, hospitales, cárceles, etc. además de la vía
pública.

¿Pero para solucionar el problema de que grupo social? ¿Y como?

Ese mismo año, un articulo de El Mercurio decía que: “las familias se ven en la
necesidad, si tienen algún pariente con la razón trastocada, de enviarlo fuera del país
a costa de mil sacrificios, de mil sufrimientos”8. Evidentemente, se refiere a los locos de
familias con poder económico.

Según las estadísticas disponibles, la composición social de los internados durante toda la
segunda mitad del siglo XIX en la Casa de orates, no se puede afirmar que los grupos
sociales más privilegiados hayan enviado a sus familiares a internarse en ella, desde sus
inicios. En cambio los pobres ocupan todo el espacio de la Casa de orates. Este, era un
establecimiento destinado a hacer caridad con los pobres. Solo a fines del siglo XIX, con la
creación de servicios con pensión y pagados, se los ve figurar en las estadísticas.

¿De dónde venían los locos que se internaban? De todo Chile


¿Qué espacios ocupaban? La calle principalmente. La calle, espacio social. Espacio de
todos.

Son innumerables los casos de locos recogidos por la policía. En Valparaíso, calles como
Prat, San Francisco, Blanco son lugares de vagabundaje y recogida. Los casos de locura,
relatados por la prensa, constituyen series que es posible estudiar. Sus delirios son menos
importantes, sus diagnósticos poco relevantes, cuando es posible hacerlos. Importa obtener,
del estudio de las series, las prácticas que los diferentes grupos sociales tienen a través del
tiempo. La gran mayoría de los casos de locura relatados por la prensa se refieren a
personas pobres.

Contrariamente, los casos de personas de mayores recursos son escasísimos. Locos de esta
condición social, por cierto existen, recordemos que la locura es una condición que
atraviesa todos los grupos sociales en todo tiempo y lugar. Pero, no se los encuentra en la
calle.

Citemos algunos ejemplos extraídos de la prensa:

Originalidades:

A las tres de la tarde de ayer cruzaba las calles principales de Valparaíso, un loco
conducido por un gendarme, y que, a imitación de nuestros buenos patagónicos, parecía no
cuidarse mucho de las atónitas miradas de la multitud; iba desnudo como los primeros
patriarcas y cortejado más que una música en noche de retreta. Aún no habíamos acabado
de saborear este cuadro cuando en el Almendral tuvimos el placer de encontrarnos con otro
loco de la misma clase, pero con opuesta manía. Al primero le amaneció el día caluroso; el
otro había viajado por Groenlandia y venia tapado con tres o cuatro mantas de arpillera
¿qué hace la policía que no recoge a estos originales?9

Idiotas:

Una de esas pérfidas dementes que el vulgo gusta aplaudir, ha cometido un escandaloso
atentado, ultrajando la decencia y la moral ante un concurso de gentes, y ofendiendo del
modo más atrevido e indecente una respetable familia. La libertad en las calles de estas
desgraciadas criaturas es una amenaza indirecta contra el recato y delicadeza de las familias
y un espectáculo de inútil conmiseración para el pueblo. Importa, pues, a la seguridad y
moralidad publicas que tales personas no salgan del recinto de un hospital u hospicio, para
ahorrar una desgracia a las familias y prevenir escándalos perniciosos 10.

Un mes después, se abriría la Casa de locos de Yungay

El proceso, iniciado por el Ministro Portales en los años 30 del siglo XIX, llamado
disciplinamiento, incluiría la Penitenciaría, la Casa de Orates, el perfeccionamiento de la
aduana, etc. Y estaba basada en el mantenimiento del orden y la disciplina. Es en este
contexto, que comienza la recogida de los locos a partir de 1852 a un cuartel militar
desafectado y en ruinas.
Según el Censo de la República de 1854 existían en Chile11:

Locos 81
Jorobados 26
Mancos 172
Quebrados 288
Sordos 343
Sordomudos 36
Tuertos 619
Tullidos 419
Impedidos 647

Sorprendentes estadísticas las que nos revela el Censo de 1854. Los locos aparecen en
primer lugar. La tasa de prevalencia de locura en la población chilena sería de 5.6/100.000
habitantes. Se trata, de una tasa baja para la época si se considera que el alcoholismo, tan
frecuente, era uno de los mayores proveedores de pacientes de la Casa de Locos. Dónde, en
que lugar, se censaron esos 81 locos. No lo sabemos. Solo una parte de ellos, estaba
internado en la Casa de locos, alrededor de 50. Entonces, podemos decir que, esos 81 locos
estaban en parte en el espacio interno de la Casa y en parte en el espacio externo,
extramuros. Estamos, con toda seguridad, frente a una subestimación del problema.

Los locos pobres eran un espectáculo en sí. Un espectáculo callejero. La actitud de la


población, iba de la conmiseración a la burla. Los aplausos, que les prodigaban a los locos,
dan cuenta de una actitud de entretención frente a sus payasadas, de parte de los habitantes
de Valparaíso. Para el diario El Mercurio se trata de ultraje a la moral y a las buenas
costumbres. Recordemos palabras del Elogio de la locura. Ya en 1511, Erasmo de
Rótterdam hacía decir a la locura:

“digan de mí los humanos cuanto quieran, lo cierto es que no soy tan insensata como los
oigo decir, incluso a muchos que son tontos y ridículos, pues nadie tiene la gran virtud
que yo para regocijar a hombres y dioses”12.

Los dichos de El Mercurio, nos permiten darnos cuenta de cómo veía, la población, a los
locos circulantes por las calles de las ciudades. Los locos eran calificados de originales,
pérfidos, escandalosos, desgraciadas criaturas, amenaza contra el recato y las buenas
costumbres, desordenados, inmorales, etc. En esta adjetivación de la conducta del otro
como loco, muestra el Diario, lo que no se debe hacer y no se debe ser, muestra lo anormal.
Desde el punto de vista social, legitima la normalidad de los otros y desde allí el diario
funciona como un elemento más del sistema de disciplinamiento de la sin razón y de
educación de los cuerdos. Los locos pobres serán recogidos por la policía y enviados por
los jueces a la Casa de locos.

Un caso, el de Carmen Marín, porteña pobre, llama la atención en 1857, de las autoridades
eclesiásticas y de los médicos. Para algunos médicos está endemoniada, para otros está
enferma. Este caso, nos permite darnos cuenta que en ese año, en Chile, había
conocimientos contradictorios acerca de la locura. Para algunos es una enfermedad no
natural: Benito García Fernández, médico español de muchos pergaminos dice, “el cuadro
(clínico) de la Carmen Marín a ninguno se parece tanto como al de una enfermedad
demoníaca” y su conclusión después de examinarla varias veces es “la Carmen Marín es
endemoniada”. Para otros es una enfermedad natural, Manuel Antonio Carmona la califica
de “histérico confirmado, convulsivo y en tercer grado”. Para él no está endemoniada y
califica a su estado, desde el punto “médico-teológico”: “una rara manifestación de su
alma”13.

Como vemos, los tiempos de la locura no son homogéneos. Los cambios se producen
paulatinamente y en un mismo momento y lugar una paciente es calificada como
endemoniada (periodo prepsiquiátrico de Garafulic) y por otro médico como enferma
histérica (periodo médico). Los tiempos se sobreponen unos con otros. Otro buen ejemplo,
es la abolición de las cadenas por Pinel. Es un acto fundador, pero las cadenas siguieron en
uso después de él. Por lo tanto, aquí también los tiempos se superpusieron.

Pero ¿donde estaban los locos de “buena familia”, en esta segunda mitad del siglo XIX, si
no aparecían por las calles de las ciudades?

¿Qué espacios ocupaban?

Otro espacio social. Siguen en sus casas, en los fundos, resguardados de la mirada de los
otros. En el espacio familiar. Existen archivos que contienen procesos judiciales destinados
a declarar incompetentes a muchos locos. Tenían por finalidad, desheredarlos, por
incapaces de manejar la fortuna familiar. Es cuando vemos aparecer a los locos de “las
honorables familias”.

Estamos, entonces, frente a actitudes diferentes de dos grupos sociales.

Tal vez podríamos entender mejor ahora las estadísticas que arroja el censo de 1854. El
bajo número de locos puede deberse seguramente a las metodologías que se utilizaron en
ese Censo. Pero, sin duda lo que esta en juego es la existencia de los locos. Ese otro, loco
de la calle, existe. La mirada de los otros, puede tocarlo. El espacio de todos, la calle, se
revela como el espacio de la locura. Los locos de familias bien, por el contrario, parecen no
existir en el espacio familiar. No pueden ser vistos. Son escondidos, incluso y sobretodo, de
la mirada de los otros, de las amistades y de las relaciones sociales. La mirada de los otros,
estigmatizaría a la familia entera. Estamos ante un hecho cultural, que los chilenos
conocemos bien: lo que no se ve, no existe, no ha ocurrido, en el espacio social de las
apariencias. Los locos pobres, serán recogidos por la policía y enviados por los jueces a la
Casa de locos, los otros, serán recluidos por sus propias familias y negados.

De cómo los locos pobres, ocupan el espacio, tiene que ver, también, con una cuestión
socioeconómica.

Una tentativa de explicación de la actitud de las familias pobres, para dejar en la calle y a
veces en el abandono, a sus locos, no pasa, necesariamente, por la dificultad de su manejo.
Podría deberse al espacio del que disponen para habitar. En 1870, El Mercurio publicaba
que las casas se hacían insuficientes para contener el exorbitante número de moradores.
Efectivamente, se vivía hacinado. Un loco en medio de ese hacinamiento, debe haber sido
invisible, insoportable. Estamos en el tiempo del conventillo, la población inmigrante
abunda. Valparaíso, puerto principal, será el lugar de enganche para trabajar en las
salitreras del norte, para partir a la búsqueda del oro en California. Marinos bretones y
genoveses se quedan a probar suerte en esta tierra de oportunidades. Otros marinos se
enamoran y desertan para dormir con su amada. Un crisol de nacionalidades convive en los
conventillos de la ciudad.

Se vive hacinado, en el cerro, ocupando las quebradas. Por eso, muchas familias pobres,
denunciaban a sus locos y los entregaban para ser enviados al encierro del otro lado del río
Mapocho, al espacio del olvido. Veamos un ejemplo.

Un vecino peligroso
Tenemos que llamar la atención del señor comisario de policía de la primera sección hacia
el hecho de que en la calle de San Francisco reside un individuo llamado J.R. (alias el
capitán); cuya conducta es un continuo sacrificio para todo el vecindario. Borracho
consuetudinario, no hay inmoralidad que no cometa públicamente; de tal manera que las
señoras y las jóvenes temen hasta asomarse a las puertas de sus casas porque son ultrajadas
por dicho individuo con el lenguaje más soez. El personal de la primera comisaría –
oficiales y guardianes- no ignora esto, pero nunca ha puesto remedio al mal, pues nos
consta que todo lo celebran como gracia del loco. Y esas gracias del loco han llegado ya al
grado máximo, pues el sábado ultimo en la tarde le pego fuego a su casa habitación, la que
no ardió gracias a que llego a tiempo para evitarlo su propia mujer. La casa no se incendio
anteayer pero de un momento a otro esto sucederá, pues el loco prometió incendiarla en la
primera oportunidad, que nosotros creemos muy próximo, si la policía no toma las medidas.
Con la casa del loco arderían muchas que sirven de moradas a cuarenta o más familias 14.

¿Cuál es la actitud de la prensa, que responde a los intereses de los grupos de poder?

Invariablemente, la prensa solicita que los locos (habría que decir locos pobres) sean
recogidos del espacio publico por la policía, recluidos en sus cuarteles y pide que se les
traslade a la Casa de locos (Casa de orates). Se trata, de limpiar de locos el espacio público.
En esto, la prensa, invariablemente, reclama su recogida, como también lo hace con la
basura en tiempos de epidemias y con los perros callejeros, cuando muerden a alguien.

La Prensa, se instala, desde su creación en Chile, en la función de conciencia crítica de la


sociedad. En ejemplos de un enorme concretismo, la prensa se transforma en juez,
condenando al otro, el loco. Condenando su manera de ver el mundo y los vicios que
supuestamente la producen, el alcohol, las prostitutas, la holgazanería. Pero también,
frecuentemente, se burla y ataca a aquellos que practican la medicina popular, los médicos
y médicas, tan arraigados, en una población que cuenta con escasos médicos y en los que
no cree.

Aunque de tanto en tanto, la prensa también, denuncia hechos que afectan a los locos.
Denuncia los abusos cometidos por la policía.
Hemos nombrado dos espacios: el cuartel de policía y la Casa de locos de Yungay. Demos
una mirada a esos dos espacios de reclusión con lo que sigue
1858
A la Junta Directiva de la Casa de locos

23 de febrero de 1858

El Intendente de Santiago con fecha 18 del presente ha dicho a este Ministerio lo que sigue:
“en la inspección personal que hice de la casa de locos de esta capital reconocí lo ruinoso
de aquel establecimiento y me fue sensible, señor ministro, ver no solo amagada de
momento en momento, la existencia de los desgraciados que allí se albergan por lo
notoriamente ruinoso del edificio sino también la ninguna capacidad de este para el
considerable número que en él existen. El informe que hoy mismo me ha suministrado el
referido administrador sobre la recepción de una loca que ha sido remitida del
departamento de Rancagua, es un comprobante de este último aserto, pues en tal informe se
expresa que la localidad destinada a mujeres se halla ocupada por treinta ycinco personas,
siendo que escasamente bastaría para contener veinte. Pero si los asilados solo sufrieran las
incomodidades inherentes a la estrechez, el mal sería un tanto soportable; mas deja de serlo
desde que a estas se agregan los constantes temores de verse a cada rato sepultado bajo el
techo o paredes de su mismo albergue i en el cual se les obliga a permanecer no obstante el
peligro inminente que los amenaza.

Jerónimo Urmeneta

La Casa de locos de Yungay amenazaba con caer sobre las locas, pero se cifraban
esperanzas sobre ella para encerrar a los locos que hacían escándalo en las calles y en los
campos de la República. Fuera de Santiago, la realidad era diferente, pero no menos cruda y
sobretodo cruel.

El 4 de enero de 1859, El diario El Comercio de Valparaíso titulaba:

Casa de locos, refiriéndose a las condiciones en que se encerraba a los locos en Valparaíso.
Y no es el único caso que denuncia. Otros casos habían sido y seguirán siendo denunciados
por la prensa. Definitivamente, ni la cárcel, ni el cuartel de policía reúnen las condiciones
para contener a los locos. Ya se hablaba de la necesidad de abrir otras casas de locos en
provincias.

“En uno de estos días, pasando por el cuartel de policía, nos llamo la atención el ruido
sordo de una cadena que se arrastraba por el suelo y los gritos descompasados
Que daba un hombre, al parecer privado de su razón. Entramos al cuartel y tratamos de
indagar el origen de esos gritos. Se nos dijo que era un pobre loco que había perdido el
juicio, a causa de entregarse con exceso a la bebida, y que había sido conducido al cuartel
por andar causando desordenes en la calle; que estando ahí, suelto y libre de prisiones,
fue necesario colocarlo en la barra, de cabeza, en donde se enfureció, dando gritos
desesperados, rompiendo sus vestidos, y arrastrando por el suelo la barra que
despedazaba su cuello. Esto es una crueldad que estamos seguros que el Sr. Comandante
Niño no ha tenido la menor noticia, porque su buen corazón se habría indignado de tanta
inhumanidad. Este infeliz se encuentra ahora en la cárcel pública de esta ciudad, a donde
ha sido trasladado por orden del Sr. Intendente. Aprovechamos esta oportunidad para
llamar la atención de la autoridad a fin de que se trate de fundar una casa de locos en este
puerto, y que mientras tanto, se envíen a estos infelices a la de la capital”.

Los cuarteles policiales, fueron el espacio intermedio, en que la locura fue contenida
temporalmente, antes de la construcción de la Casa y también durante su funcionamiento
hasta avanzado el siglo XX. Este espacio es circunstancialmente un espacio más de la
locura, espacio que encuentra un significado en la necesidad de contener la locura de
alguna manera. La manera fuerte, ella significó daño físico y hasta la muerte para algunos
locos.

¿Por qué nunca se construyó en el siglo XIX otro lugar para contener a los locos, aparte de
la Casa de orates?

La Casa de orates fue prácticamente un lugar único en Chile durante el siglo XIX, fuera del
Manicomio de Concepción que funcionó durante algunos años antes de ser cerrado
Se mantuvo como espacio único, sin embargo, hubo mejoras constantes durante el resto del
Siglo XIX. Ampliaciones con organización del espacio, con patios separados. Teatro.
Cultivo de la tierra para la rehabilitación de pacientes. Y un espacio destinado a la
internación de pacientes con más recursos, un pensionado pagado, con biblioteca, juegos,
mejores habitaciones, que permitió que la naciente burguesía chilena se atreviera a ocupar
también el espacio destinado en sus orígenes a los pobres, internando allí a sus familiares
enfermos.

El espacio del cuartel policial, como el de la cárcel, es compartido por los reos, los locos,
los borrachos, las prostitutas. Se va creando así una amalgama de marginalidad social del
que el loco no podía salir bien parado. Con tal compañía, no se verá convertido
efectivamente en enfermo que en el siglo XX. Con esa compañía, solo podía salir
estigmatizado como violento y sin remedio. Sus guardianes, los carceleros y la policía no
gozaban de mucho prestigio. Reclutados entre los sin trabajo, podían ser muy violentos y
desertaban con facilidad. Los juicios por deserción son innumerables. No era una policía
profesional. La policía, acusada muchas veces de abusos por la prensa, es considerada por
ella “necesaria e inevitable” para que “siga y observe al conspirador, al vago, al
incendiario, al ladrón; que cuide del aseo y limpieza de las calles y plazas; que reprima los
desordenes; que vele por la honestidad publica”. Aquí no se incluye al loco. No se le
nombra. Está implícito en esa enumeración, puesto que a la hora de trasladarlo ira
encadenado a alguno de ellos.

En 1860, el Presidente de la República entrega a la Junta directiva de la Casa de locos,


3000 pesos, destinados a construir varios departamentos “para darle la comodidad que
exige la asistencia de los asilados y establecer entre ellos la clasificación conveniente”

A partir de este momento, se comienza a clasificar a los locos y se organiza el espacio de


reclusión en función de la nosología de Pinel. La capilla al centro y cuatro patios.
Podríamos hacer nuestro lo dicho por Foucault “la preocupación de curación y aquel de la
exclusión se encontraban. Se encerraba en el espacio sagrado del milagro”
Pero, no todos los locos de la calle eran locos pobres. Y, no todos los pobres eran
abandonados. Seguramente, que muchas familias mantenían relaciones de afecto con sus
hijos locos. Sin embargo, encontramos a muchos en la calle. Las series estudiadas muestran
una gran mayoría de locos pobres errantes contra muy pocos locos de “buena familia”. El
siguiente caso es excepcional.

Ocurrió en Febrero de 1864 y fue titulada: “Una de palos” por el diario La Patria
“Ayer en plena calle se encontraron el clérigo Robles y un señor Castillo, vecino de
Aconcagua, que está en esta de paseo y que no se halla en pleno juicio. El señor Castillo se
ofendió de que se le quitara la vereda, alzó su bastón, le dio un golpe al clérigo y lo trajo
aturdido al suelo. Acudió la policía, el loco se resistió; pero al fin fue conducido a la
intendencia a la sala del señor intendente Aldunate. Allí se conoció luego que el agresor
era un loco; pero el clérigo exigió que se le condujera a prisión. El loco volvió a resistirse;
se hizo aproximar un coche; se le metió a dentro entre tres policiales y se le condujo a su
destino. Mientras esto pasaba, gran cantidad de personas de toda condición se había
agrupado en la plazoleta, atraída por la publicidad del hecho, por la circunstancia de ser
el clérigo robles el agredido, y porque en un principio se corrió equivocadamente que la
incidencia provenía de distinta causa, y el agresor era un hombre cuerdo”.

Y algunos días más tarde, nos enteramos por el mismo periódico, del desenlace de esta
historia.

Partida
“Hoy, parte para la Casa de orates junto con otros dos mas locos que se han remitido de
provincias, el desventurado don N. Castillo, que en mala hora tuvo la mala idea de
ponerse a altercar con el presbítero Robles en la calle pública. La broma le ha costado
bien caro pero Castillo dice que se vengará de todos los clérigos matando cien por día y
concluyendo con todos ellos en el término de un mes. Cada loco con su tema”.

Como podemos ver, en este caso, aquí, el espacio social revela códigos diferentes a los de
los locos pobres. Los otros, para el Señor Castillo, son aquellos que no tienen su condición
social y por lo tanto deben dejarle circular libremente por la vereda. A pesar de su locura,
Castillo, conserva su dignidad y exige se le respeten sus privilegios. Sin embargo, también
en su delirio, Castillo, no mide las consecuencias de golpear a otro privilegiado de la época:
un sacerdote católico. Y no cualquiera, pues el presbítero Robles es quien pronunció 12
años antes la homilía de la inauguración de la Casa de Locos de Yungay. Es conducido
delante del Intendente, la máxima autoridad de la provincia, algo impensable para un loco
pobre. Castillo no es un loco vagabundo, se encuentra de paso en Valparaíso cuando la
locura lo alcanza.

Por su lado la cárcel sigue, durante toda la segunda mitad del siglo XIX, acogiendo locos
pobres y desordenados, alcohólicos consuetudinarios y suicidas, desesperados por la
pobreza y las penas de amor.

Movimiento general de reos de 1895


Cárcel de Valparaíso15
Existencia en 1 de enero de 1895 4 513
Entrados en 1895 2 7446
Salidos 2 9414
Existencia en 1 de enero de 1 896 4545

Estado intelectual de los reos


Locos 167
Ebrios 1 0461 1552
Sanos 1 5334 2076
Total 2 5811 3635

Suicidas 858

El fenómeno de la errancia del loco atravesó los siglos. De ciudad en ciudad, de pueblo
en pueblo, de camino en camino. De la Stultifera navis, con sus locos convertidos en
perpetuos pasajeros, a la Institución siquiátrica moderna, el loco siempre parece estar en
movimiento, su cuerpo y su mente. El Quijote de la Mancha es el mejor ejemplo literario.
En Chile, el caso de Carmen Marín es claro. Nacida en una pobre familia de Valparaíso,
donde la madre y el hermano, intentaban mejorarla de su locura propinándole golpes; según
el informe de 1857 del médico español Benito Fernández, Carmen intentó suicidarse, pasó
algunos días en el Hospital de Valparaíso, “se fue a Santiago; vivió en la calle de las
Ramadas y en Yungay; fue a Francisco del Monte, a Valparaíso, nuevamente a
Santiago, a San Borja donde ha estado un año; a la Casa central de las Hermanas de la
Caridad; vuelta al hospital y después al hospicio donde la tenemos ahora”16. Y la locura
no la abandona nunca. Que extraordinaria movilidad para una época en que los
desplazamientos no eran fáciles. Cuantos lugares ocupados por la Marín que muestran
claramente que el espacio de la locura en 1857 no es solo el de la Casa de Locos. ¿Que
necesidad tenía Carmen, enferma, de ir de un lado a otro?

El loco errante, nunca tratado en la Institución siquiátrica, es cada vez más escaso, pero
hasta los años 70 del siglo XX, aún podíamos verlos en movimiento en las calles de
Valparaíso. Figura conocida de la ciudad, cada generación puede testimoniar de su
presencia. El loco de la calle parecía responder al dicho “cada loco con su tema”. Hoy se
los ve excepcionalmente errando por las calles. Era un fenómeno social ligado a
características propias a la locura, a la pobreza y a la falta de fármacos efectivos

Cada generación puede recordar a más de un loco de la calle. Tal vez el que todos podrían
rememorar es el llamado “hombre del saco”. Aquel loco errante, que llevaba todas sus
pocas pertenencias en un saco; el cuerpo sucio y maloliente; patipelado, desplazándose
lenta o rápidamente acompasado por los ladridos de los perros. El pensamiento y el
lenguaje devastado por la locura, el loco del saco, a veces emitía gritos guturales para
espantar a los perros o a los adolescentes que le lanzaban piedras. Nunca se le escuchaba
hablar. Los niños le temían, porque se decía que se llevaba en el saco a los que se portaban
mal, no se comían todo, o no se tomaban el bendito aceite de bacalao. Mediante el
imaginario y el habla, el hombre del saco, señor de la calle, atravesaba los muros de la casa
hacia el espacio privado, para venir a “educar mediante el terror a los niños porteños”. El
Viejo de Pascua, su contraparte “buena”, venía en diciembre a premiar las buenas acciones
con algún juguete, después de bajar por la inexistente chimenea de la casa. Así, transcurría
el año, con las esporádicas pasadas del viejo del saco y del loco del saco. Uno traía regalos
en su saco y el otro podía llevar a los niños a vagar por el mundo en su saco. El hombre del
saco, mito casi universal, marca el inicio de la educación de ciudadanos intolerantes,
prestos para rechazar al otro, al diferente. El hombre del saco sirvió a la educación de
muchas generaciones para aprender a detectar el estigma del otro. Nos pone en contacto
con nuestros miedos, al otro: loco; al otro: pobre. El hombre del saco actual ya no carga con
sus pertenencias al hombro. Ha perdido fuerza como mito. Tal vez, porque el hombre del
saco actual, perdió el objeto del miedo. Su saco. Tal vez, no era el hombre solo el productor
del miedo. Era la representación completa: hombre y saco lo que inducía al temor. La
desaparición del saco convirtió a este hombre loco, objeto de todos los miedos, en un
hombre pobre. El hombre del saco, versión moderna, empuja un carro de supermercado. El
carro es un objeto conocido por las nuevas generaciones. El hombre del carro de
supermercado representa a un marginal que recorre las calles, como lo hace el cartonero,
con el que se lo puede confundir.

“y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza”, dice una canción a Valparaíso.

La movilidad parece estar ligada a la locura, forma parte de ella. Los altos muros de la
Institución siquiátrica, nunca pudieron evitar las fugas. Numerosos testimonios de
pacientes, hablan de su deseo de estar en el espacio exterior.

“Sr. Urrejola” escribe Benjamín Astudillo, un paciente internado en la Casa de orates en


1916, “me hallo muy pobre de salud y desearía que Ud. hiciera todo lo posible para
sacarme cuanto antes de esta”17.

Al interior del espacio institucional, el movimiento de los pacientes es continuo y


estereotipado. Está allí presente para testimoniar de una cierta rebeldía frente al encierro. Ni
la camisa de fuerza, ni los neurolépticos han podido cambiar la movilidad intrínseca a la
locura. La idea de la fuga acecha, mientras tanto la acatisia reemplaza la necesidad de
errancia.

En el espacio exterior, los locos vagando por las calles, ocupan el centro de la ciudad, o su
parte más pobre, donde pueden entregarse con más libertad a sus comportamientos bizarros,
diferentes al del otro, cuerdo. Faris y Dunham, en un estudio de 1969, encontraron un
patrón de distribución de locos que respondía a la centralidad y a la concentricidad18. En un
estudio personal de 1999, encontré el mismo patrón de centralidad y concentricidad, pero
en torno al Instituto Psiquiátrico de Santiago19.

La antropología, en una tentativa de explicación de la centralidad, avanza dos hipótesis: la


de Dunham en 1965, hipótesis de la producción (el centro urbano produce esquizofrenia
mediante factores ambientales desconocidos o por la pobreza y la desorganización social
asociada). La hipótesis de la orientación, de Freeman y Alpert en 1986 en que los
esquizofrénicos tienden a habitar el centro, debido a su movilidad dentro de la estructura
social o gracias a su tendencia al retraimiento que pueden practicar mejor en estas áreas de
la ciudad 20.

Hacia finales del siglo XIX, el Hospital Psiquiátrico de Santiago, estaba convertido en lo
que Goffman llamó Institución total. El trabajo de los enfermos, abastecía de pan a todos
los hospitales de Santiago, después de verduras, carne, escobas, materiales de construcción,
etc. Existía ya, la idea del autofinanciamiento. El sueño actual, de todo Director de hospital
llevado a cabo en el siglo XIX gracias al trabajo de los enfermos. El espacio interno hecho
autónomo, solo locos que entran y locos que salen mejorados al espacio externo. Un sueño.

El siglo XIX de la psiquiatría chilena, fue francés sin ninguna duda. La formación de dos
neuropsiquiatras con Charcot, en París, en la última década del siglo, fue un aporte
significativo a la naciente psiquiatría chilena. Los dos becados traen consigo al país la
electroterapia, la idea etiológica degenerativa de la locura, el tratamiento de la histeria,
entre otros. A fines del siglo XIX la psiquiatría comienza a tener algunas bases científicas.

El siglo XX tendrá una gran influencia de la psiquiatría de habla alemana. Entra en escena
el psicoanálisis. Luego, el viaje de otro becado a Rusia permitirá ingresar, al cerrado
espacio de la Institución psiquiátrica, el conductismo. La creación de sectores al interior de
la Institución psiquiátrica, permitirá desarrollar una especialización creciente. Aumenta el
número de médicos y disminuye el de las camas. A pesar de ello, nunca pudo el
Establecimiento Psiquiátrico (llámese casa, manicomio, hospital o instituto) contener a
todos los locos del país. Se crearon otros espacios destinados a contener a la locura.
Hospitales psiquiátricos en Chillán, Concepción, Antofagasta, Nueva Imperial, Valparaíso,
Putaendo, entre otros. El uso de neurolépticos permitió cerrar progresivamente los sectores
de pacientes crónicos. El número de camas continúa disminuyendo. El hospital de Nueva
Imperial fue cerrado, otros seguirán, o se convertirán en pequeñas unidades de pacientes
agudos en camas de corta estadía. Crece una red de establecimientos cercanos a la
comunidad: casa club, hospital diurno, unidad de terapia ocupacional, taller protegido,
unidad de salud mental, etc. El espacio que permaneció cerrado y protegido por altos muros
comienza a perder importancia y se abre iniciando el tercer movimiento. Es un movimiento
centrífugo. El péndulo de la historia comienza a moverse en el sentido contrario.

Es en la segunda mitad del siglo XX que comienza a prepararse este movimiento. Se inicia
en Italia, en los años 60, con el cierre de los establecimientos psiquiátricos. En medio de un
movimiento antipsiquiátrico con claras connotaciones políticas. Su figura Franco Basaglia.
Italia cierra el espacio psiquiátrico

En Alemania en 1970, los pacientes y algunos médicos forman el Colectivo socialista de


pacientes, ocupan la Clínica universitaria de Heilderberg y proponen un manifiesto basado
en la lucha de clases y una Universidad popular. La agitación como unidad de trabajo
terapéutico, científico y político 21. En algunos lugares de Alemania y Francia, lugar donde
se desarrollaron nuestros modelos seculares tiembla la Institución psiquiátrica. Algunos
actores terminaron en la cárcel, en Heilderberg por ejemplo. El movimiento antipsiquiátrico
tuvo sus defensores en Chile. El quiebre institucional, iniciado por la intervención militar
de 1973, atravesó todo el país. El movimiento antipsiquiátrico, esperanza de un cambio en
la suerte de los enfermos mentales, murió en el huevo.
Después, en Chile, se mira hacia otra parte. Hacia Estados Unidos. Entra a la escena, la
psicopatología ateórica de los DSM con sus esquemas diagnósticos.

Actualmente, el DSM un instrumento pensado para estandardizar las investigaciones en


psiquiatría, se lo utiliza más bien para el trabajo clínico, constituyéndose de alguna manera
en la negación de la clínica, y aunque se basa, someramente, en la psiquiatría clásica el
resultado final puede ser la desaparición de ésta. Las nuevas generaciones de psiquíatras,
van a ir perdiendo paulatinamente el patrimonio, no tangible, del conocimiento adquirido
durante siglo y medio por sus predecesores. Se está perdiendo la memoria histórica
psiquiátrica. Estamos entrando en un mecanicismo, que puede tener consecuencias
insospechadas. La psiquiatría, ya es practicada de manera empírica por cirujanos,
ginecólogos, internistas y sobre todo por médicos generales. El mercado rigiendo los
intercambios, los pacientes llegan al psiquiatra, a veces después de meses, de tentativas
fallidas de tratamiento. El DSM IV, es el milagro que permitiría convertir al sapo en
príncipe.

La multiplicación de establecimientos, que se da actualmente en la institucionalidad


siquiátrica y el uso de fármacos que permiten mantener a los pacientes fuera del gran
hospital psiquiátrico, tiene ventajas y desventajas.

Entre las ventajas, podemos citar algunas: la cercanía de las unidades de atención, al
domicilio de los pacientes urbanos, al menos; la disminución de la posibilidad de ver
severamente estigmatizados a los pacientes; la mayor aceptación de los enfermos mentales
por parte de sus familias; el mantenimiento de los pacientes junto a sus familias la mayor
parte del tiempo; el cierre de los grandes hospitales herederos de una psiquiatría represiva
del siglo XVIII; el aprendizaje, ojalá, de un oficio que permitirá finalmente, la integración
del Otro, loco, a la sociedad de todos.

Entre las desventajas, están: la tendencia a la dispersión de recursos; a la atomización del


espacio, si no se logra una buena coordinación de las iniciativas; las descompensaciones de
pacientes por falta de atención oportuna; la falta de recursos humanos preparados para está
la naciente institucionalización destinada a reemplazar la antigua; la dificultad para formar
a los futuros psiquiatras en espacios nuevos.

Los tres movimientos, que hemos descrito: centrífugo en relación a la ciudad, centrípeto
hacia el espacio interno de la Institución psiquiátrica y de nuevo centrífugo hacia el espacio
externo pueden comprenderse solo en la larga duración. Desde la edad media hasta el siglo
XXI.

El primer movimiento comprende el periodo colonial y termina en 1852 con la apertura de


la Casa de Locos de Yungay. El segundo movimiento podría situarse tentativamente entre
1852 y 1990 con el retorno a la democracia. El tercer movimiento está en curso. Como se
dijo anteriormente los periodos se superponen y actualmente subsiste en parte una
institucionalidad basada en el asilo junto a una reformada donde la atención abierta
predomina.
Hacia donde nos llevará el péndulo de la historia, solo el tiempo lo dirá. Probablemente,
porque el tiempo necesario para un cambio de dirección, será tan lento que se necesitara de
otro siglo para verlo. Necesariamente nos llevará, lo podemos esperar, hacia una mayor
aceptación del Otro, hacia una mayor humanización de la atención psiquiátrica.

You might also like