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“Échale la culpa al boogy”

Antonio OREJUDO, Babelia, 7 de julio de 2001

Fuente de la imagen: Autoayuda para lerdos, obra de shitgroup.es


La profusión de videntes y brujas, la esclavitud y el dominio de lo audiovisual

sobre la escritura son algunas manifestaciones de la cultura medieval que han

renacido en nuestros días. A ellas hay que unir también el éxito actual de los

llamados libros prácticos, y en particular de aquellos que se ofrecen como

guías para alcanzar la felicidad.

En la Edad Media abundaron los tratados sobre las actividades más

variadas. Al lado de la teoría poética había manuales para trinchar la carne,

métodos de escritura epistolar o tratados doctrinales de caballería que como

nuestros libros de superación personal ofrecían, mutatis mutandis, modelos de

comportamiento ejemplar. La diferencia es que los primeros, como todos los

libros didácticos de la Edad Media, ofrecían sus castigos, ejemplos y proverbios

a la nobleza, mientras que los vulgarizados libros de autoayuda son

consumidos por todo el mundo. Pero en ambos casos se trata de libros

normativos que ofrecen al lector reglas de conducta para la consecución de un

fin. En el caso de El conde Lucanor, por ejemplo, la finalidad es el salvamiento

de las almas y el mantenimiento de la honra; en el caso de Tus zonas

erróneas, el afán se llama felicidad, y hemos de suponer que el lector que

acude al libro de Wayn W. Dyer en busca de ayuda se encuentra, como el

conde inventado por don Juan Manuel, abrumado por las preguntas que poco a

poco va contestando su consejero Patronio, perplejo ante su conflictiva relación

con el mundo, sin saber qué hacer.

Con todo, la mayor afinidad entre los libros medievales de autoayuda para

nobles, príncipes y caballeros y estos modernos manuales de superación

personal para toda clase de estados es su idea de que el obstáculo que impide

el salvamiento del sujeto es su propia conducta. La idea implícita que recorre


estos libros es que la felicidad del hombre en este mundo se alcanza

modificando su comportamiento autodestructivo, pero nunca transformando el

mundo, que al parecer carece de zonas erróneas y es, en el buen sentido de la

palabra, inmejorable. Se trata de libros conformistas y muy conservadores, que

no cuestionan el orden establecido y que están situados ideológicamente en los

antípodas de las grandes narrativas revolucionarias del siglo XX. El éxito actual

de estos libros demuestra que la superación social ha sido sustituida por la

superación personal, que la promesa de la felicidad individual, tan evanescente

como la del salvamiento de las almas, ha ocupado el espacio que dejaron

vacantes las promesas incumplidas de un mundo socialmente más justo. El

hombre feliz que describen estos libros ha renunciado definitivamente a

mejorarlo: ha olvidado su pasado para no verse determinado por él, y evita

pensar en el futuro para acabar con las postergaciones, que causan ansiedad.

Al contrario de lo que sucedía en los análisis del marxismo y del anarquismo,

para los modernos libros de superación personal y para sus antepasados

medievales no existe la alienación ni la injusticia, no hay neurosis producida por

la falta de libertad ni por la opresión, no hay infelicidad causada por la

explotación laboral, por la marginación social, por la violencia institucional o

simplemente por la pobreza. El mundo es como es, y no hay posibilidad de

cambiarlo. Échale, como decía la canción de los Jackson Five, la culpa al

boogy.

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