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Javier Gallardo
La política es, entre otras cosas, una actividad consistente en la práctica de dar y
pedir razones. Y una buena razón política es una razón justificativa del empleo legítimo
del poder político en una determinada dirección. Ahora bien, ¿podemos discernir de
alguna manera cuál es una buena razón para adoptar una decisión política, de efectos
vinculantes o coercitivos para todos los miembros de la sociedad? Sólo podemos
saberlo, y este es el argumento central de este texto, mediante una deliberación demo-
política, centrada en el intercambio y el contraste público de argumentos, testimonios e
informaciones desde iguales posiciones de habla. Para ser más exactos, a falta de una
fuente acreditadora de la corrección epistémica y normativa de las razones políticas
justificativas de un determinado curso de acción común, independiente de las prácticas
históricas de las comunidades políticas y de lo que estas validan, de hecho o de derecho,
como justificaciones públicamente aceptables, la deliberación vendría a funcionar como
la instancia crítica y evaluativa de las razones predominantes o abiertamente disputadas
en el seno de cada comunidad política.
Ciertamente, por política y por democrática, esto es, por estar abierta a los más
disímiles pareceres públicos y no desfavorecer a ninguna de las alternativas en juego, la
deliberación no tiene por objetivo establecer la verdad de un estado del mundo, ni
tampoco consagrar razones inobjetables para todas las partes, caras aspiraciones, como
es sabido, de las teorías políticas fundacionistas, por un lado, y de la tradición
contractualista o de las éticas universalistas, por otro, sin olvidar las corrientes
constitucionalistas, tendientes a exigir costosas erogaciones justificativas o consensuales
a las demandas de un uso mayoritario del poder político en una determinada dirección.
Con todo, la deliberación política puede contribuir al buen discernimiento público de las
mejores razones para decidir en conjunto, evitando de esta manera el extremo opuesto
de las estrategias de justificación decisionistas, tendientes a librar las actuaciones
colectivas al terreno de una indecibilidad normativa o a contingentes luchas de poder.
Así pues, aun cuando en el mundo político no sea posible manejarse con certezas
absolutas, ni con razones induvitativas para todas las partes, algo inalcanzable, por
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
cierto, para cualquier sistema de justificación, incluso en los dominios epistémicos o
científicos, de todas formas, se pueden dar algunas creencias y valoraciones por
razonablemente justificadas para adoptar una decisión colectiva, tras una apropiada
deliberación. Téngase en cuenta que los ciudadanos y sus agentes, puestos a adoptar
decisiones comunes, no buscan certidumbres inobjetables, ni un saber seguro,
independiente de su contexto de acción y de sus dilemas prácticos, sino una razonable
seguridad en la justificación de sus posiciones y elecciones públicas. 1 Incluso, pese a
que la actividad política reposa, de una manera o de otra, en presupuestos ontológicos,
siendo indisociable de alguna lectura empírica o causal de las realidades comunes,
tiende a desarrollar su racionalidad justificativa, su acciones y experimentaciones
públicas en una realidad instituida o instituyente, por lo que, para decirlo en un léxico
pragmatista, en el mundo político la verdad se hace más que se encuentra (Lynch 2005),
sin tener que justificarse, necesariamente, en base a un lenguaje proposicional,
asertórico o apodíctico.2
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
partes, capaces de concitar unanimidades de dudosa vocación democrática, no por ello
tienen que librarse a un decisionismo arbitrario o contingente, animado por el choque
inconmensurable de valores e intereses auto-referidos, blindados a las objeciones
recíprocas o al razonamiento común, ni fundarse tampoco en auto-justificaciones
contextualizadas, cerradas a un contraste crítico y normativo, a un “careo adecuado”
entre las justificaciones más acreditadas y las más heterodoxas, con independencia de su
poder numérico o de negociación, de su origen intra o extra muros. Una genuina
deliberación demo-política, esto es, el contraste equitativo y recíprocamente dirigido de
razones y argumentaciones públicas orientadas a una decisión común, igualmente
sensible al habla inclusiva o disruptiva, y a los discursos más disciplinados o selectivos,
vendría a funcionar como una instancia crítica y evaluativa, encargada de cotejar la
validez de los discursos justificativos, sus dotaciones de verdad, de corrección
normativa y pertinencia política, sean estas de proyección universal o dependientes del
contexto, aproximando los lenguajes adversativos o disputativos a razonables niveles de
racionalidad, objetividad y discernimiento práctico, maximizando el control y el juicio
crítico de los afectados por las decisiones de autoridad, habilitando, en suma, el pleno
ejercicio del poder de acción común de los ciudadanos en contextos de pluralismo y
desacuerdo.3
Justificar es dar una buena razón de algo. Y la base de toda justificación racional
consiste en poder dar o pedir razones. Ahora bien, las empresas justificacionistas,
tendientes a testear (o a certificar, podría también decirse), las razones adecuadas sobre
la verdad de una creencia o la validez de una acción, no gozan de gran predicamento en
el terreno político, y más allá de este, habida cuenta de las falencias teóricas y prácticas
exhibidas por la tradición epistemológica y por las grandes corrientes del pensamiento
moral. De hecho, el acto mismo de justificar algo revela un desacuerdo real, hipotético o
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La idea deliberativa cuenta con una amplia gama de adhesiones doctas, las cuales remontan a muy
diversos linajes del pensamiento político clásico y moderno, constituyendo, hoy en día, un polo de desafío
teórico al paradigma de la democracia competitiva, de fuerte ascendiente en las prácticas investigativas de
la ciencia política contemporánea. Pero las actuales defensas teóricas de la política deliberativa suelen
presentar diversos flancos débiles, debido, en parte, a algunas reminiscencias aristocráticas de su actual
revival conceptual, y en parte también, a que algunos de sus principales cultores dejan traslucir una
desmedida preocupación normativa, evidenciando una mayor preocupación por resolver problemas de
filosofía moral, por reivindicar una acotada razón pública o una racionalidad comunicativa impresa en el
lenguaje humano, que por dar debida cuenta de la naturaleza electiva y experimental de la política
democrática.
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
posible, por lo que las razones sobre la verdad o validez de una creencia o una
valoración están sujetas a una intrínseca indeterminación, a una posible diferenciación y
discrepancia entre sí. De ahí que varios pensadores políticos, distanciados de la
tradición epistemológica y moralizante de la vida política, terminaran preguntándose si
tiene sentido hablar de verdad o de validez en general, y en el plano político en
particular, poniendo en juego el significado de la propiedad de objetividad de la verdad
y validez de los criterios de diferenciación entre las creencias justificadas y las creencias
verdaderas (Rorty 1993, Brandom 2000, Ibáñez 2005).4
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El tema nos remite, aunque aquí no vamos a discutir el punto, a un debate clásico entre una tradición de
pensamiento objetivista y fuertemente normativo, tendiente a abordar los problemas de justificación de la
legitimidad política en términos −universales o trascendentes− de aceptación racional, y una vertiente
escéptica o relativista, dispuesta a dejar librada la determinación racional de las decisiones políticas a los
trámites contingentes, históricos o contextuales de cada comunidad política. Así, del acceso imposible a
una objetividad forjada desde un afuera o lugar independiente del entorno familiar al hombre, a su
lenguaje y cultura, el pensamiento escéptico concluye que no existe ninguna verdad objetiva por conocer
o que no podemos juzgar objetivamente quien está en lo cierto y quién en el error, mientras que los
relativistas deducen que la verdad es siempre tributaria de un contexto o una temporalidad. En realidad,
una vez reconocida la imposibilidad de conocer los hechos puros, por fuera de nosotros mismos o desde
afuera de nuestra realidad, y sabiendo que, dentro de esa realidad común, no somos átomos que modelan
aisladamente la experiencia y la observación con nuestra mente (Taylor 1995), lo que nos queda es contar
con mejores o peores razones para creer –justificadamente− que estamos próximos a la verdad,
estableciendo una adecuada y contrastable interacción entre las creencias que comunicamos y los objetos
de nuestro mundo, lo cual no es poca cosa. Pero, en cualquier caso, el punto a destacar es que, mientras
para algunos, dichas inferencias constituyen una mala noticia, pues nos dejarían librados a un “vale todo”
o al siguiente razonamiento desconsolador: si la verdad es relativa a una cultura, entonces lo que importa
es la cultura y no la verdad, para otros, tales asunciones significarían una verdadera liberación, pues el
remplazo de una idea de la verdad como valor que demanda creencias verdaderamente justificadas urbi et
orbi por verdades múltiples que no pueden justificarse como superiores unas a otras vendría a instalarnos
en un fértil magma pluralista, en un bienvenido mundo de tolerancia y de moderación política (Rorty
2001, Lynch 2005)
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
fundamentales, a saber: ¿Cuál es la relación entre verdad y justificación desde el punto
de vista político? ¿Cómo se resuelven los conflictos entre la verdad y otros valores
importantes en el plano político? ¿Existe una brecha razonable entre justificación y
aceptabilidad en la vida política? ¿Los contenidos sustantivos de los discursos
justificativos pueden separarse del lenguaje comunicacional y de los usos performativos
de los actos de habla? ¿Las bases bien fundadas de una justificación política dependen
del procedimiento de aprobación o de la calidad sustantiva de sus contenidos? ¿Qué es
lo que diferencia a una genuina razón justificativa de otras motivaciones políticas? ¿Qué
distingue una buena razón de una mala en una deliberación política, más allá de su
adecuación a normas de intersubjetividad, de comprensión y reciprocidad dialogal?
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
los discursos (Foulcault 1999), el habla disruptiva (Rancière 2007) o la singularidad del
acontecimiento verbal (Badiou 2009), al punto tal que la distinción verdadero-falso es
asimilada por alguna de estas corrientes teóricas a una “voluntad de poder”, cuando no a
un “orden policial”, mientras que su labor crítica es focalizada en “los sistemas de
desarrollo del discurso” o en la manipulación excluyente del habla pública. Más que
interesarse, entonces, por la validez procesal o sustantiva de un habla justificativa,
racional y comunicativa, estas visiones privilegian el conocimiento genealógico o
trascendente de un poder constitutivo de situaciones de discurso, de sujetos y objetos
sobre los cuales –o a partir de los cuales− se instituye y se ritualiza un habla legítima.
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
política de las cuestiones de verdad y moralidad, al menos desde la perspectiva de sus
participantes, quienes atribuyen, de hecho o de derecho, un fuerte valor motivacional a
sus creencias y valoraciones propias o públicamente inducidas).5 Pero además, tampoco
debe desconsiderarse o pasarse por alto, en nombre de otros aspectos significativos del
accionar político, el papel relevante de los discursos justificativos y la deliberación
política, si no como parte sustancial de una práctica política que no se limite a operar
técnicamente sobre realidades históricamente dadas o contingentes, en todo caso como
dispositivos esclarecedores de los consensos y disensos públicos, de las razones que
verdaderamente nos unen o nos dividen en cada comunidad política.
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Adviértase que el reemplazo de la verdad por las creencias útiles o más intencionalmente convenientes,
de acuerdo a algo que se quiere o es del caso creer, reduce las justificaciones políticas a cuestiones de
responsabilidad o propias de una moralidad recortada de los compromisos o valores más arraigados de los
individuos, estableciendo un oneroso corte entre la razón pública y privada de los ciudadanos,
sobreestimando determinados objetivos o lo que sirve a su realización, asimilando la verdad, en suma, a
un valor instrumental. Del mismo modo, la valorización de la verdad como una certidumbre revelada o
respaldada por evidencias superiores elimina alternativas y dilemas electivos, obligando a una lealtad
absoluta a lo que se tiene por irrefutablemente cierto. En todo caso, importa tener presente que, al hacer
algo no sólo es relevante el propósito, ya que también cuenta la conexión de lo que hacemos con la
realidad. De manera que no sólo debe interesarnos el costado pragmático de nuestro lenguaje y sus
efectos performativos, sino también su lado semántico, su carácter veritativo y su validez normativa. En
una palabra, el valor práctico de nuestras creencias depende de nuestros propósitos, y también de cómo
estos sintonizan con cómo es el mundo, mediado o no por nuestra cultura y nuestros actos de habla.
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
ofrecen mutuamente supone una condición de igualdad entre ellos, instituyendo una
comunicación que iguala a las partes en el plano de la voz y el entendimiento común.
De ahí que la deliberación no haya sido sólo justificada en virtud de sus beneficios en el
plano de la ilustración política, sino en base también a un principio de no dominación,
siendo valorizada o bien como el derecho de los más vulnerables o dependientes a
exigir razones ante los actos de autoridad (Shapiro 2005), o bien como una dinámica de
irrupción de subjetividades inéditas, tendiente a reordenar la relación entre la palabra y
un sujeto meramente fónico (con voz pero sin palabra), susceptible de crear, en
definitiva, en cada punto litigioso, una nueva representación del campo de la
experiencia (Rancière 2007).
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
Llegados a este punto, es imposible soslayar la particular relevancia de la
cuestión de la calidad sustantiva −epistémica, normativa y política− de las bases
justificativas de un esquema o accionar común, pues se trata de que los gestos y los
acontecimientos verbales que acompañan los procesos de politización de un conflicto
sean traducibles al lenguaje de una justificación o argumentación deliberativa,
estableciendo una demanda justificable en los términos de una igualdad o libertad
distorsionadas, trayendo a consideración asimetrías injustificables, revelando o
evidenciando, desde múltiples perspectivas y experiencias sociales, ventajas o cargas
injustas, desconocimientos o marginamientos arbitrarios. Tal como lo señala el propio
Rancière, aunque no llega a abundar sobre el punto, la cuestión litigiosa sobre qué
asuntos entran en la esfera de lo público y lo visible, acerca de los principios comunes
que definen una esfera de comunidad y de publicidad no puede concebirse fuera de una
discusión pública entre sujetos específicos que crean “escenarios de argumentación”,
junto a actos y gestualizaciones que evidencian las razones válidas de una causa, de un
derecho o una reivindicación.
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El propio Rorty (1998) adujo, contra los alegatos de Ernesto Laclau en favor de “una teoría de la
decisión tomada en un contexto indecidible”, que el hecho de no contar con un argumento definitivo a
favor de una decisión, no implica que ella tenga que situarse fuera de toda racionalidad. Incluso dicha
posición volvería a reflotar, según Rorty, la vieja distinción entre razón y voluntad, entre algoritmo y
arbitrario, pues la decisión no “interrumpe” la deliberación, al decir de Laclau, sino que, según explica
aquél, es “el resultado de la deliberación, aún cuando nos demos cuenta de que una igual deliberación
racional puede habernos llevado a una decisión diferente”. Y la conclusión de Rorty no es menos
contundente: “Desemberazarse del falogocentrismo, de la metafísica y de todo eso es un admirable
objetivo cultural de largo plazo, pero todavía hay una diferencia entre esos objetivos y los objetivos de
relativo corto plazo llevados a cabo a través de la deliberación y de la decisión política” (Rorty 1998, 94)
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
Conclusión
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
plural de la razón discursiva y argumental, la mirada de topo apegada a la experiencia,
al decir de Kant.
Bibliografía citada
RORTY Richard (1993): Putnam and the relativist menace. The Journal of Philosophy.
Vol. XC, Nº 9.
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.
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* Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010.