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“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a

luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” Isaías 7:14

Podemos definir la religión como siendo el intento humano por alcanzar una
reconciliación con Dios, mediante el cumplimiento de lo que cada sistema de
pensamiento religioso entiende ser las demandas de Él. Bajo la percepción natural a
todos los hombres de la existencia de Dios, y de su necesidad del mismo, la religión es
este esfuerzo por llegar con su Torre de Babel al cielo. Debemos agregar que este
intento humano no sólo se manifiesta en lo que conocemos como religión; las diferentes
filosofías, los incansables avances científicos y todos los descubrimientos de las
llamadas ciencias sociales, también esconden en sus raíces este mismo propósito. Existe
una necesidad latente que no hallará descanso en parte alguna que no sea en lo eterno.
Como lo expresa claramente el título de un libro del Pastor Antonio Carlos Costa: “La
infinita sed del Ser”, o como lo dice célebremente en su conocida frase el teólogo San
Agustín de Hipona: "Dios nos hizo para Él, y nuestro corazón estará inquieto hasta que
descanse en Él." El insaciable alma humana, ha de saciarse únicamente en Aquel que es
infinito. Por lo tanto, toda la máquina social humana visa satisfacer esta profunda
necesidad de Dios.
Pero al hablar de Dios, debería ser natural al hombre el entendimiento de que
cualquier tipo de relacionamiento con Él sólo sería posible, si dicha relación partiera de
Dios mismo. El hombre sólo puede relacionarse con Dios como respuesta a la iniciativa
divina. En el reconocimiento de quién es Dios y de quién es el hombre, sólo nos resta
decir como el salmista: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo
del hombre, para que lo visites?”. La única esperanza del ser humano en cuanto a su
relación con Dios, y por ende, en cuanto a lo más importante en su vida, es que Dios
mismo se acerque en misericordia a él, y le restaure. Aquel que ha creado todas las
cosas, Aquel que se viste de majestad inalcanzable y a quien los ángeles del cielo rinden
gloria, ¿acaso es alguien a quién podamos entender o alcanzar con nuestras propias
fuerzas? Aquellos que reconocen su necesidad e incapacidad no dudan en afirmar que la
única esperanza de la humanidad es Emanuel, “Dios con nosotros”. ¿Habremos
entendido esta verdad? ¿Reconocemos que esta es nuestra única esperanza?
En la navidad recordamos que, siendo el hombre completamente incapaz de
alcanzar el favor de Dios, y plenamente indigno de ser recibido por Él, por su amor e
infinita gracia, fue Dios el que vino al hombre. Emanuel nos recuerda que en nuestra
incapacidad, Dios ha venido para restaurarnos y reconciliarnos con Él. En Efesios
capítulo dos versículos cuatro y cinco, el apóstol Pablo nos dice: “Pero Dios, que es
rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos
en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo”. Ya en Romanos 5:8 leemos: Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros”. Esta es la verdad de la navidad y de todo el evangelio. Dios se hizo carne y
habitó entre nosotros, para reconciliarnos consigo mismo mediante la muerte y
resurrección de Jesucristo en la cruz del Calvario. Aquello que era imposible para el
hombre a causa del pecado, Dios, por su incomparable gracia, lo realizó completamente
en Cristo Jesús.
Cantad alegres vosotros sus hijos, regocijaos en tan grande salvación. Aprended
que los días de cautiverio han terminado, que la gracia de Dios descansa sobre vuestras
vidas.

¡Feliz navidad a todos!

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