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¿PARA QUÉ SIRVE
LA CRÍTICA?
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II
¿QUÉ ES EL ROMANTICISMO?
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728 CAR,LOS BAUDELAINE CHTICAS DE AEIE 799
la vista.
melodía-
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El estilo y el sentimiento del color proceden del gustot
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Dde
M. Catlin suele ser terrible.
He tenido durante mucho tiempo, ante mi ventana, una
taberna semipiltada en verde y rojo c¡udos, que eran para
IV
EUGENIO DELACROIX
El Romanticismo y el color me llevan de la mano a Eu-
genio Delacroix. Ignoro si se siente orgulloso por su cuali-
dad de romántico, pero su lugar está en el Romanticismo,
puesto que la mayoría del público le considera desde hace
mucho tiempo, incluso desde su primera obra, como jefe
de la escuela m,odernn,
Al entrar en esta parte, mi corazín se llena de serena
alegúa, y busco gustosamente mis plumas más nuevas; de
tal modo quiero ser claro y terso, de tal modo me siento
¿ mis anchas al abordar mi tema más querido y simpático.
Para comprender bien las conclusiones de este capítulo, es
preciso que me remonte muy lejos en la historia de estos
tiempos y que ponga a la vista del público algunas piezas
del proceso, ya citadas por los críticos y por los historiado-
res precedentes, pero necesarias para el conjunto de Ia de-
mostración. Por lo demás, no sin vivo placer los puros entu-
siastas de Eugenio Delacroix releerán un artículo del Consti-
Los coloristas dibujan como la naturaleza; sus figuras tuci,onal, de 1822, sacado del Salón de M. Thiers, periodista.
<Ningún cuadro revela mejor, a mi juicio,'el porvenir
de un gran pintor que el de Eugenio Delacroix represen-
tando a Donte g Vi¡gili,o en los 'infi,ernos. Es en é1, sobre
todo, donde puede observar.se ese brote de talento, ese im-
pulso de superioridad naciente que reanima las esperan-
zas un poco desanimadas por el mérito demasiado mode-
rado de todo Io demás.
>Dante y Virgilio, conducidos por Caronte, cruzan el río
infernal y atraviesan penosamente la multitud que se api-
ña en torno suyo para penetrar en la barca. Dante, su-
puesto como vivo, tiene el ]rorrible tinte de esos lugares;
Virgilio, coronado por sombrío laurel, tiene el color de la
mue¡te. Los desgraciados condenados eternamente al de.
seo de la ribera opuesta, se animan a la barca; u¡o la
coge en vano, y, empujado por su moümiento demasiado rá-
pido, cae nuevamente al agua; otro empuja con los pies a
quienes tratan de abordarla con él; otros dos mue¡den
con los dientes el remo que se les escapa, Se ve en esa mul-
titud el egoísmo de la desgracia, la desesperación del in-
flerno. Sin embatgo, en tema tan cercano a la exagera-
(Not¿ del t¡aductor.) ción, se halla una severidad de gusto, un supeditarse a las
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a Io que pare¿e, era más i exclamó:
<Acaba de sernos revelado un hom-
bre que anda por las nubes! nubes es
preciso estar iluminado por una luz interior.
Desde el cuadro Dante g Vi:rgi,lin a las pinturas de la
Cámara de los pares y de los diputados, sin duda es g1an-
de el tiempo pasado, mas la biogtafía de Eugenio Dela-
croix es poco accidentada- Para semejante hombre, dotado
de tal valentía y pasión, las luchas más interesantes son
las que tiene que sostener consigo mismo. No es necesario
que el horizonte sea dilatado para que las batallas sean im-
portantes. Las revoluciones y los acontecimientos más cu-
riosos tienen lugar b¿jo el cielo del cráneo, en el estrecho
y misterioso laboratorio del cerebro.
Habiendo sido debid¿mente revelado el hombre, revelán-
dose él mismo cada vez más (cuadro alegórico de Grecín,
Sardmtó,pala A Iü Abertad, etc.), imperando de dÍa en día
el contagio del nuevo evangelio, el desdén académico se vio
obligado a inquietarse por este nuevo genio. M, Sosthénes
de La Rochefoucauld, mtonces director de Bellas Artes,
llamó un buen día a Delacroix y, tras cumplimentarle, le
Estas líneas entusiastas son verdaderamente asomb¡o- dijo que estaba afigido de que un hombre de tan rica ima-
sas, tanto por su precocidad como por su atrevimiento. Si ginación y de tan extraordinario talento, a quien estimaba
el redacto¡ jefe del periódico, según es de suponer, tenía mucho el Gobierno, no quisiera ariadir algo de agua a su
pretensiones de estar ente¡ado en pintura, el joven Thiers vino; le pidió, en defaitiva, si le se¡ía posible modificar su
debió de parecerle un loco. manera. Eugenio Delacroix, prodigiosamente extrañado de
esta rara condición de los consejos ministeriales, respondió
con cólera casi cómica que si aparentemente pintaba así
era porque no podía pintar de otro modo. C¿yó en completa
desgtacia, y du¡ante siete años fue privado de toda clase
de trabajos. Fue necesario esperar a 1830. M. Thiers pu-
blica en EI Gbbo un nuevo y muy pomposo artículo.
Un viaje a Marruecos deja en su espíritu, a lo que pa-
rece, profunda impresión; allí ha podido estudiar a su
placef al hombre y a la mujer en toda la independencia y
nativa originalidad de sus movimientos, y comprende así
y de Miguel Angel. Aún no había problema con Rubens. la belleza antigua a la visión de una taza pura, de toda
M. Guérin, rudq V severo con su joven alumno, sólo miró mezcla y adornada con su salud y el libre desa.rrol-lo de
su cuadro en razón del escándalo que se arm6-a su alre. sus mrlsculos. Probablemmte, datan de esta época la com-
dedor. posición Muieres d,e Argel y una multitud de apuntes.
Géricault, quien volvla de Italia y, según se dice, había Hasta el presente se ha sido injusto con Eugenio Dela-
abdicado ante los grandes f¡escos romanos y florentinos croix. L¿ crÍtica le ha sido amarga e ignorante; salvo
varias de sus cualidades casi originales, cumplimentó tar¡ algunas nobles excepciones, hasta las al¿banzas ]ran debido
calurosamente al nuevo pintor, tímido aún, que éste se parecerle chocantes. En general, y para la mayoría de las
quedó confuso. personas, nombrar a'Eugenio Delacroix era tanto como
tr'ue ante esta pintura, o, algún tiempo después, ante Los arrojar en 6u esplritu no sé qué valas ideas de ímpetu
peetlferos ile Scio (1), ante la que el propio Gérard, quien, mal diúgido, de turbulencia, de inspiración aventurera;
incluso de desordei¡. Y, para esos señores que constituyen
(l) Escribo pestltaos, en lugu de tnatamm, para uplicar a loe crtti- la mayoría del público, el azat, honesto y complaciente ser-
cos ¿tu¡didos los tonos de las carne¡, tsn frecueqt€mento reprmhadw. vidor del genio, representa un gtan papel en sus más
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conservar. Uno comienza por el detalle, el otro por la
íntima inteligencia del tema; por lo cual, el primero sólo
toma l¿ piel, mientras el segundo le arranca las entrañas.