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Clonación con perversión

María Leña y Betty Lyon

Una vez más estaba alucinando, hacía tres meses que tenía la sensación de estar
enloqueciendo, algo extraño le sucedía, no dejaba de ver doble. Supersticiosa era la palabra que
mejor la definía, su vestimenta esotérica no hacía muy creíble sus testimonios, pero esta vez no
estaba equivocada, Emma sabía que algo realmente extraño pasaba en la casa de sus vecinos,
algo que iba más allá de las desinhibiciones que la sociedad del 2095 había permitido.
Aquella rara casa realmente tenía un aire lúgubre, a pesar de sus inmensas dimensiones,
la quinta Arévalo albergaba solamente a tres habitantes; una madre que parecía autómata, no
hablaba con nadie desde hace varios meses, un pequeño sirviente robot, que no podía faltar en
ninguna familia de clase media y él, Andrés Arévalo, un joven científico con mente muy
privilegiada pero con grandes carencias en lo que respecta a su vida social.
Día y noche Andrés permanecía en su laboratorio creando cosas nuevas, había logrado en
sus 22 años de edad reconfigurar el sistema de su sirviente, manipular genéticamente algunos
animales para comprobar sus teorías y construir un sinfín de extraordinarios aparatos que podían
revolucionar la humanidad incluso, en medio de una época en la cual los avances tecnológicos se
realizaban segundo tras segundo.
Fuera de ese contexto, lo único que realmente lo inspiraba era Cecilia Vallesteros, una
hermosa chica que había conocido durante su infancia y que era la única persona que jamás lo
había juzgado por su afán de crear algo todo el tiempo, ni lo había recriminado por el uso
incesante de esa loca bata de científico pasada de moda. Debía casarse con ella, tal vez tenía muy
poca edad para pensar en eso, pero así era Andrés, cauteloso, planificado y perfeccionista al
ciento por ciento.
-El descifrado del “Genoma Humano” ha sido completado, después de más de un siglo de
investigación, los descubrimientos de este importante proyecto podrán ser vistos por todos a
través de los hologramas de sus computadoras- Dijo Annete Swan, presidenta del Departamento
de Biodesarrollo de Ciudad Guayana, a través del vociferador invisible ultrasónico, un novedoso
objeto que llevaba mensajes importantes a todos los ciudadanos con el simple manejo del viento.
Esa información, elevó notoriamente los niveles de excitación de Andrés. Su más grande
proyecto podría ser realizado gracias a ese valioso logro, el código genético completo del ser
humano estaría a su alcance y ya la clonación de sí mismo, de su madre, de sus amigos, de quien
lo deseara no sería una simple utopía.
Su perro y su gato ya habían pasado la prueba, había duplicado a sus mascotas a la
perfección; a su madre enferma de Parkinson, le había incorporado junto al hipotálamo un
pequeño chip que le permitía hacer todas las cosas del hogar sin quejarse (aunque Andrés
reconocía para sí mismo que por alguna extraña razón, su madre había perdido todo vestigio de
personalidad, pero en su apreciación, eso era una consecuencia menor), eran estos raros
experimentos, los que captaban la curiosidad de su vecina Emma.
El laboratorio de Andrés estaba adornado por varias figuras robóticas con la corpulencia
y características de un humano. Los tenía guardados hasta que tuviese la preciada información
del “Genoma” y el momento había llegado; acostó sobre la camilla lo que en unos minutos sería
el primer clon de un humano adulto.
Mezclar la tecnología de un robot con la perfección del ser humano había sido su más
grande ambición. Extrajo de sí mismo un pequeño pedazo de tejido muscular para poder
envolver a su robot con carne humana y que este adquiriera además todas sus facciones gracias a
la inyección de células madres en el núcleo de poder del robot SKT.
Buscó en la nevera bioquímica centrifugada las células madres hematopoyéticas
pluripotenciales, que se había extraído un par de semanas antes de su médula ósea previniendo
que el momento para realizar su gran experimento se aproximaba. Las incorporó dentro de los
ductos de flujo que él mismo había anexado dentro de sus figuras robóticas, ya que gracias a la
información que sabía del “Genoma” estaba consciente de qué fragmento celular debía tomar
para hacer esta mutación que desdibujaría las fronteras entre la máquina y el hombre.
Metió su prototipo de clonación dentro de la cámara helioestática, para que la propulsión
de aire lograra adherir todas las células a la superficie de metal del robot. Una pequeña
ventanilla le permitía ver a Andrés la transformación de su creación, la cual estaba flotando a una
gran altura y giraba sobre su eje a inmensa velocidad.
La cámara prendió la luz verde, indicando que el experimento ya había culminado, se
abrió la puerta y allí estaba una persona igual que él, con el tono verde de sus ojos, su altura, su
cabello, su cuerpo. Un poco de timidez se notaba en aquella extraña criatura que de modo
inexplicable sabía cómo caminar, hablar, razonar e incluso sentir las mismas emociones de su
creador.
El verdadero Andrés estaba fascinado, se sentía orgulloso de semejante logro. Lo
programó para que fuese su complemento, para que pudiera hacer todo lo que el mismo Andrés
no había logrado hacer por sus limitaciones sociales, para que alcanzara lo que se propusiera a
costa de lo que sea, con la ventaja primordial de ser más fuerte y más inteligente que cualquier
humano y con mayor tiempo de vida posible.
Un extraño sentimiento paternal surgió en el interior de Andrés, veía aquella duplica suya
como un hijo, como familia, como si fuese sangre de su sangre, aunque este último punto no era
en lo absoluto irreal.
Le dio la libertad para que hiciera lo que le provocara, salía y entraba de la casa a su
antojo. El nuevo Andrés conquistó la amistad de los que en otrora se mofaban de su creador,
empezó a inventar objetos más eficientes y potentes, reestructuró el chip de la madre de Andrés y
esta recobró su personalidad que debido a ciertas irregularidades del chip anterior había
desaparecido.
Emma seguía observando todo desde la casa vecina, continuaba confundida por lo que
veía, la ventana de su cuarto daba justo al laboratorio de Andrés.
-Todo es alucinación, nada es real, no es posible, sólo hay un Andrés, sólo hay un perro, sólo hay
un gato- Decía en voz alta hablando sola.
Sin saberlo, Andrés había trastocado todas las leyes de la robótica. La mutación entre el
código genético del ser humano y un robot convencional, daban como resultado una nueva forma
de vida a la que denominó organdroide, el cual no albergaba la más mínima idea del respeto a la
humanidad ni a las máquinas y quien, de la noche a la mañana empezó a sentir una imperante
demanda de individualidad. Sólo podía haber un Andrés en el mundo y ése debía ser él.
Sonó el timbre, Cecilia se apresuró a abrir la puerta de su casa, ¿quién vendrá tan tarde?,
pensó, pero su duda se esclareció al ver la figura de Andrés en el telecomunicador de visión
infrarroja y sin demora dejó pasar a su apreciado visitante.
-Hola Andy ¿te ocurre algo? ¿Por qué me miras así?- le dijo a Andrés al ver una extraña mirada
sombría en su amigo.
El supuesto Andrés no contestó, tenía lo mismos sentimientos que su creador y eso
incluía su veneración hacia Cecilia. Él era superior que el Andrés verdadero y en su mente,
reinaba la idea de poder hacer y tener lo que quisiera y eso la incluía a ella. La tomó con fuerza,
la llevó al piso de arriba y allí la besó, Cecilia trató de zafarse pero su forcejeo era inútil, no tenía
los recursos físicos para enfrentar a aquel ser. Estaba desesperada y cada minuto que pasaba el
organdroide se propasaba más y más.
La empujó sobre el sofá de la sala, se abalanzó sobre ella y Cecilia sólo guardaba la
esperanza de que sus padres llegaran en cualquier momento pero no fue así, nunca volvió a
verlos. Sus gritos eran cada vez más intensos, pero ninguna persona de la calle podría escucharla,
porque recientemente en su casa habían colocado un aislante sónico de última generación; en ese
momento maldijo la tecnología una y otra vez.
Estaba siendo violada por su mejor amigo, no entendía el porqué y ciertamente, por su
mente nunca pasó la idea de estar frente a otra persona. Empezó a llorar sin parar y esos
estridentes sollozos despertaron en el organdroide una furia extrema que lo llevó a lanzar a
Cecilia por la ventana de su casa, haciéndola caer inerte sobre el césped. Consciente de las
consecuencias de aquel acto huyó.
El verdadero Andrés estaba mezclando algunas sustancias químicas en su laboratorio
como siempre lo hacía cuando empezó a escuchar una gran cantidad de sirenas, ¿qué habrá
pasado?, se preguntaba pero unas detonaciones en la entrada de su casa le revelaron que era a su
madre o a él a quien buscaban y la primera opción no era del todo viable.
Sólo le dio tiempo de girar antes de sentir el frío de las esposas en sus manos, fue
apresado por un crimen que él no había cometido, pero las huellas de ADN lo inculpaban y no es
un misterio que cada persona tiene un código genético distinto, al menos que, alguien tuviese un
duplicado exacto y él lo tenía.
En el camino a la cárcel supo por cual delito lo detenían, sentía que su alma se desgarraba
y el dolor nubló su mente por un instante hasta que lo entendió, sólo pudo haber sido su clon, su
invento. Su creación se había vuelto en su contra, le estaba robando la vida en todos los sentidos.
Mientras que Andrés estaba en las rejas, no había ningún rastro del organdroide. Pero esa
criatura sí sabía perfectamente donde estaba la persona que lo inventó a quien él denominaba
como usurpador; el deseo de ser el único Andrés en el mundo se acrecentaba cada minuto y la
idea de eliminar aquel doble de carne y hueso se cosechaba a pasos vertiginosos dentro de su ser.
Un inmenso ruido hizo despertar a Andrés del letargo en el que había caído después de un
par de horas de encierro. Las puertas de titanio habían sido destruidas, levantó la cara y allí
estaba el organdroide con sed de sangre.
Andrés intentaba hacerlo reaccionar a través de las palabras, porque en aquella cárcel
inhóspita no tenía ningún recurso que le permitiera desprogramarlo, todo estaba en su laboratorio
a kilómetros de distancia y no había nadie que lo pudiese ayudar. No había señales de algún
guardia o persona en ese edificio, tal vez el organdroide se había encargado de desaparecerlos
todos.
Emma despertó, no sabía si lo que había tenido era un loco sueño o una premonición.
Desde pequeña ella había tenido la sensación de poseer poderes especiales pero aunque
convirtiera el vino en agua nadie la tomaría en serio, mucho menos el excéntrico científico de su
vecino.
Se asomó por la ventana una vez más y visualizó la casa de los Arévalo destrozada, algo
había pasado, algo andaba mal y no se imaginaba qué podía ser. Se puso su turbante rápidamente
y una bata larga para cubrir su cuerpo, bajó las escaleras y se adentró en aquella vivienda que
durante años le había provocado tanto miedo y tanta curiosidad.
Las puertas del laboratorio estaban en el piso, los dos gatos y los dos perros estaban
muertos junto a la mesa de operaciones central. Sólo la cámara helioestática seguía encendida,
propulsando aire de manera descontrolada; por un impulso o por instinto tal vez intentó
desconectarla, pero el suministro de energía era desconocido para ella.
Andrés estaba a punto de morir, el organdroide lo sujetaba por el cuello mientras lo
alzaba en el aire. La respiración se le entrecortaba y sentía que iba a perder el conocimiento en
cualquier momento.
Emma comenzó a tocar desesperadamente los botones, pero todo parecía estar cifrado en
extraños códigos, un botón amarillo titilaba sin parar y en la pantalla de aquel avanzado aparato
aparecía la palabra ALERTA. Seguía pisando teclas al azar y al tocar una de ellas apareció un
nuevo requerimiento en el monitor, una clave para poder detener el revolucionario equipo.
Vio a su alrededor buscando algo que le diera una pista y lo encontró. Los animales
duplicados estaban aún allí y de inmediato lo entendió. Introdujo cuidadosamente la palabra clon
y automáticamente todo dejó de funcionar.
La mano del organdroide comenzó a soltar el cuello de Andrés, aquella criatura se
desmoronó ante la débil mirada de su creador, no sabía cómo pero la pesadilla había acabado.

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