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MEDIOS PÚBLICOS Y CIUDADANÍA

Por: Xavier Lasso


Empezar celebrando el debate que se abierto, animado más bien por
instituciones académicas, en torno a la LEY DE COMUNICACIÓN.
Tantos años padeciendo unas prácticas, las de los medios privados, sin que se
animaran a elaborar sus guías editoriales, manuales de estilo o códigos de
ética.

Hemos soportado hasta con estoicismo, esto que Guillermo Navarro llama la
espiral del silencio: práctica que ha marinado a numerosos sectores en la
generación de pensamientos y opiniones.
Los medios, ya ni siquiera sutilmente, se han dado lujo de estrechar, reducir la
lista de personas que pueden ser entrevistadas en sus informativos. Las
agendas así contribuidas han afectado a la ciudadanía.

Con ese primer enunciado, y como parte de medios públicos, debo decir ahora
que me llama la atención la marginal preocupación, de las tres propuestas de
ley que hasta la Asamblea han llegado, con respecto a los medios públicos,
muy jóvenes, el canal en menos de dos meses cumplirá sus primeros dos
años, pero tiempo suficiente que permite repensar su estructura administrativa
interna.

Es impostergable fortalecer a esos medios, los públicos, para que se ya vayan


alejando de esa sospecha que aun sucintan: más que públicos, son de
gobierno.

Solo una aproximación inteligente al tema, lo que demanda también madurez


política, nos permitirá consolidar unas políticas editoriales que piensen más en
el ciudadano, hombre y mujer, antes que el militante.

Los medios públicos consolidan cuando reconocen que sus servicios


informativos, por ejemplo, no opinan; cuando elaboran agendas amplias,
plurales, rigurosa, claras, transparentes. El medio público debe trabajar el
concepto de que la libertad de expresión es uno de los derechos humanos
fundamentales, y que la libertad de expresión tiene que ver, sustantivamente,
con el libre tráfico de pensamiento o ideas.

Desde los medios públicos, cuando se genera opinión, se lo debe hacer


cumpliendo algo parecido a la información: contextualizar, investigar,
contrastar. La opinión tratada como pura subjetividad, cuyo límite es la honra
ajena, no debe ser valida para los medios públicos. La honra ajena ha sido
poco respetada.

El medio público debe trabajar sin rendir pleitesía al “raiting”, porque este a
privilegiado la velocidad al rigor. Se hace medio público para llegar a los
receptores, es cierto, pero no a cualquier costo.

Si antes hablamos de la espiral del silencio, ahora toca hablar de la inclusión


de las distintas visiones que toda sociedad tiene. Si bien se habla, cuando
debatimos de la ley de comunicación, de los medios comunitarios, los públicos
deben crear mecanismos de amplia participación ciudadana. Pero nos se lo
hará con técnicas prestadas a los anacrónicos medios privados. El
sensacionalismo solo ha servido para esteriotipar a las gentes. Se trata de
reconocer que existe distintos lenguajes la censura no tiene cabida, ejercicio
que siempre fortalecerá a los medios.

Pero esto tampoco quiere decir que perdemos de vista la responsabilidad


social de la libertad de expresión: el exceso, el abuso, el desborde, debe ser
controlado exigiendo esa responsabilidad que ninguna persona puede aludir.
Hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos nos advierte de la
responsabilidad social de la información y de la opinión.

No comparto un concepto poco claro, estándar de la real malicia, que incorpora


uno de los proyectos que están en circulación. Es desequilibrante porque la
carga de la prueba se la asigna al agraviado que deberá incluso demostrarle, al
comunicador, el grado de malicia que hubo en sus dichos.
En nuestro país hemos celebrado, festividad que se las debemos a las culturas
en sus acepciones antropológicas, la enorme diversidad que antes la
naturaleza, la mama pacha dicen las etnias ancestrales, nos había regalado.

Enorme diversidad de la naturaleza, somos la tierra del maíz, distintas


variedades de colibríes revolotean entre árboles también endémicos. En esta
geografía relativamente pequeña tenemos todos los climas y podemos pasar
de la selva al mar, sin saltarnos los Andes, en poco tiempo. Ese espacio está
habitado, en distintas relaciones y concepciones, por gente de todos colores.

La literatura ha recogido esa realidad, lo ha hecho hasta de una forma bella;


nuestra música tiene diversos y ricos aires; lo que comemos es expresión de
esas diversas formas de ver al mundo, han sido ricos y complejos procesos
que nadie en particular los inventó o decretó; ahora cine, teatro, danza se
suman a esa variada forma de mirarnos.

A cada una des esas expresiones, siempre insuficientes a la hora de dar


cuenta de ellas, les corresponde un Ecuador que también es rico, abigarrado,
como cada una de las sociedades de este planeta, en expresiones ideológicas,
las ideas que tenemos de los que nos rodea, y también se expresan con
discursos políticos, es inevitable que todos tengamos ideas de poder.

Pero la cuestión es: ¿cuánto de esta diversidad se expresa en los medios?


Los medios privados, por su propia naturaleza, y por sus viejas prácticas, no
son capaces de recoger tanta riqueza. Se han limitado a una partecita, a sus
propios intereses, y la libertad de expresión muchas veces se la iguala a
libertad de prensa, y esta tiene una connotación empresarial. Desde los medios
públicos deberíamos enfatizar que el nuestro, el oficio de comunicar, es
profundamente humanista, errático, sin discursos absolutos, de ninguna
naturaleza.

Debemos también reivindicar la buena fe que debe caracterizar al periodismo.


Esta actitud que hasta podría ser vista como ingenua está recogida en leyes,
sin ir lejos de poder hablar de Estados Unidos.
Si somos capaces de avanzar en estas discusiones, me parece que resultaría
lógicos que los medios públicos se sumen a otras prácticas democráticas que
construyen ciudadanía.

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