You are on page 1of 7

EL REGRESO DEL POCHTECATL

POR: Roberto Laguna Luna


Clementina Mendoza Carrillo

TRILOGÍA DEL CICLO NAHUATL

EL REGRESO DEL PCHTECATL

KUKULKAN BAJA AL MICTLÁN

LA CONJURA DE TLATELOLCO

Editorial 234 dec-l


Derechos reservados

III. LA ISLA DE TENOCHTITLAN


Nican icuiliuhtica in itlatollo… mexicah (Aquí está escrita la historia... de los
mexicanos). En el año ce-tochtli (uno-conejo, 1299 d.c.), anterior a mi nacimiento,
incluso, al nacimiento de mis padres, acaecio el caos en la laguna de méxico cuando un
grupo de chichimecas (hijos de perra), venidos de la isla de Aztlán, tras un peregrinar de
doscientos años irrumpio en las fértiles tierras del Anáhuac y sin el consentimiento de
los dueños de la tierra se instalo en Techcatitlan (Al lado de la piedra de los sacrificios)
Chapultepec. La invasión por demás gravosa desato la ira entre los habitantes de la
cuenca, enojo que sería el resonsable de hilvanar la urdimbre que al cabo de cuarenta
años termino por alcanzar con violencia a los aztecas esto cuando Acolhuas, malinalcas,
xochimilcas, chalcas, tecpanecas, cuitlahuatlacas y xaltocamecatls, al allanar sus
diferencias, articularon un ejército de coalición que lanzaron contra la amenaza
representada por los fuereños llegados del norte. Flamea el bosque de Chapultepec, se
prende con el movimiento de las flores, mosaicos de plumas, mantos de quetzal, fieros
uniformes que los caciques del Anáhuac portan con alarde. Las airadas asperezas,
engendros de caracolas, atabales y timbales, adueñadas de las amplias salas, con su
bélico acento llaman al combate. Cual círculos de jade, como entrelazadas flores por las
colinas que circundan Techcatitlan, se emplazan las tumultuosas divisiones de águilas y
ocelotes aztecas. Con ojo vigilante siguen los pasos al enemigo, merodean, se
emboscan, las flores menos bellas con penachos de quetzal no temen fenecer al fragor
de la contienda. Reverberan las armas, se desgarra el quetzal, las flores se marchitan al
son del atabal. Entonces lo que queda del arruinado ejército azteca, para no sucumbir a
manos del enemigo, se contrata como mercenario al servicio de Coxcoxtli, señor tolteca
de Culhuacán.

Coxcoxtli quimilhuia: ¿Campa yezque? (¿Dónde los ubicamos?)

-Oquilhuique in itlatocahuan: (Le respondieron los nobles:) “Ma ompa yeti in tepetitlan
in nican Tizaapan” (“Que vayan a estar junto al cerro, aquí en Tizaapan.”)

Por veintiséis años los aztecas se instalaron en Tizaapan, un pedregal plagado de


sierpes, donde nadie quería habitar. El lugar carente de medios de subsistencia,
desarrollo en el devoto pueblo del sol, el refinado gusto por las suculentas viboras
venenosas e insectos de todo tipo, así una vez que tuvieron asegurada la manutención
los aztecas restablecieron sus prácticas religiosas, rituales sangrientos, que no tardaron
en despertar fuerte polémica entre los anfitriones que, como buenos toltecas, y desde la
partida de Quetzalcóatl ya no gustaban de los sacrificios humanos. Con el correr del
tiempo, la diferencia de opiniones provoco agrias discusiones con los naturales del país,
quienes los llegaron a responsabilizar de la desaparición de uno que otro familiar,
llegando los reclamos hasta el sucesor de Coxcoxtli, el inigualable rey Achitómetl de
Culhuacán, quien escuchaba de su pueblo que los aztecas se escamoteaban a su
parentela para ofrendarlas como víctimas propiciatorias, con las que aplacaban la sed
de sangre de sus dioses vengativos; cosa que los aztecas no pudieron desmentir, ni los
culhuacanos demostrar; aunque esos dichos y contradichos afectaron la relación para
siempre. Pero la gota que derramo el vaso se presento cuando los sacerdotes aztecas,
solicitaron al rey les diera a su hija para convertirla en su Diosa Yaocihuatl (mujer
guerrera). El rey Achitómel pensando que su retoño gobernaría con sabiduría sobre los
toscos aztecas, complacido accedio a la petición. Inconciente de que su anuencia
terminaría en un baño de sangre esto cuando se entero que los sacerdotes de
Huitzilopochtli positivamente habían inmolado a su hija. La hermosa capa recargada de
joyas con que oficiaba misa el sacerdote azteca, y confeccionada con la delicada piel de
la dama, a lo que parece, no gusto ni complacio al compungido padre, quien miraba con
tristeza el desollado cuerpo de su hija. Por todos los males subsecuentes con que
Achitómetl afligio a los aztecas, conjeturamos que el rey hubiera preferido ver la
hermosa piel, sobre el delicado cuerpo de su hija, que como vistoso atuendo del
sacerdote. Y debido a esta manera tan graciosa de alabar a sus dioses, en el año ome-
calli (dos-casa, 1325), cuando concluía el período de peregrinación señalado por la
profecía que los sacó de Aztlán (ciclo místico lunar de doscientos sesenta años), los
aztecas fueron expulsados con violencia de Tizaapan. Esto cuando los airados ejércitos
culhuacanos, por orden del exaltado rey Achitómetl, irrumpieron con furia desmedida
en el poblado, y en la masacre se habría perdido del todo el pueblo del sol si antes el
previsor Huitzilopochtli, el portentoso ramillete de plumas, no se le aparece al teomama
Atl Tenoch para decirle: “Se lo que ha pasado, salgan con cautela y escapen de aquí”.

Fue, por cierto, la primera vez que en el Anáhuac se escucho la endecha de la


Cihuacóatl Tonantzin, la morenita del Tepeyac, y madre de Quetzalcóatl: ¡Hay mis
hijos! ¡Hay mis hijos! Los lacónicos lamentos de la madre de México, sin demora
fueron conducidos por la mano solícita del viento, y al llegar a Teotihuacan, sin
detenerse, traspasaron los gruesos muros del palacio de Iicxitlan, morada del sempiterno
Huitzilopochtli. El colibrí cojo del pie izquierdo y su corte, congregados en el salón
Teotleco escuchaban en suspenso el clamor de la morenita del tepeyac, y callaban
entristecidos. El beodo Teoctli (Dios del pulque), afectado en sus emociones por el
lamento de la madre de México, dejando de lado sus festividades, se sento frente a la
fogata, hizo un puchero y sin importarle lo que pudieran pensar de él, comenzo a llorar.

Fuga, noche en la laguna sin luna ni estrellas, las nudosas ramas de los árboles,
desgarran la espesa bruma de la madrugada. Las corrientes de aire impulsan los
neblinosos jirones que juegan a espantar a los hombres.

De entre el ulular de las cañas brota la niebla, que crea el apretado celaje que oculta la
huida.

Con el agua hasta la cintura se desplaza el grueso de la población. Al frente, los águilas
y ocelotes (jaguares) se deslizan entre el cañaveral. ─Rostros anegados en lágrimas y
desesperanza tras la derrota─ Los apátridas cargan con los heridos y la certeza de que
para ellos no habrá mañana. La entereza del teomama Atl Tenoch, es el soporte que, en
estos momentos de infortunio, los sostiene. Entumidos por el frío, buscan un lugar alto
para salir del agua helada. Sin posibilidad de encontrar un mejor refugio, y ante el temor
de ser muertos en la orilla, obedecen la orden de Atl Tenoch y nadan hacia la isleta
situada al centro de la laguna, donde se aloja el antiguo centro ceremonial otomí que los
habitantes de la cuenca llaman: “México”. ¡Ahí se les revela el prodigio! Y sucede que,
frente a los derruidos templos del sol y la luna, encuentran la cueva donde se alza el
uéxotl (sauce) de hojas blancas; sus albas raíces, como la profecía lo indica, se refrescan
en un manantial de aguas cristalinas. Más tarde, los dirigentes: Atl Tenoch, Ahuéxotl,
Xomimitl, Quauhtlecóhuatl, Mexitl, Quauhtliyolqui, Tenzacátetl, Tzompantzin,
Izhuactláxquitl, Ocomecatzin, Chicopachmani, Quauhcóatl, Xiuhcaque, Cocihuatli,
Axolohua, Meci, Cuauhtloquezqui, Ocócal, Chachaláyotl, Tecineutl, Ahatzin,
Ocelopán, Acacitli, Xocoyol, Xiuhcaqui, Atototl y sus guerreros, hallan al águila
nopalera, cuyo nido es un hermoso ramillete de plumas, parada sobre el tenochtli, el ave
apresa con sus amarillas garras la serpiente de cascabel y la desgarra con el curvo pico.
A consecuencia de la consumada profecía, los aztecas se establecieron en la isleta
llamada: “El ojo del teporingo” (“El ojo del conejo”), a la que rebautizaron con el
nombre de: “Tenochtitlan Cuauhtli Itlacuayan” (donde está el águila que devora parada
en el tenochtli). ─Tenochtli es una clase de nopal que nace en la piedra─.
Los tenochcas, para pagar la renta de la isla, durante ciento cuatro años se emplearon
como mercenarios al servicio del poderoso señorío de Azcapotzalco y, obligados por las
circunstancias, participaron en decenas de guerras sangrientas. Sin embargo, las afrentas
que les infligían los poderosos tecpanecas, no cesaban, porque además de darles el trato
de chichimecas apátridas y de aumentar la tributación anual, los acosaban con demandas
gravosas e inverosímiles, a suerte que una ocasión exigieron se les entregara junto con
la tributación una pata y una garceta incubando. Lo insólito de la petición consistía en
que los patitos y garcetillas debían picar el cascarón justo en el instante en que el rey
Tezozómoc recibiera el nido en sus manos. Y hasta ahí esta bien, se podía cumplir; el
problema radicaba en que los tecpanecas, para forzar más la situación, establecieron la
hora y fecha de entrega del nido. Vanidades así de extravagantes solicitaba el rey de
Azcapotzalco para regodear su ánimo lleno de soberbia. Los teomama (ancianos que
llevan a cuestas a los dioses) de Tenochtitlan, cansados de ver el sufrimiento que estos
desplantes generaban entre la población, en cerrada ceremonia abrieron el libro de los
sueños, despiertaron al tetzahuteótl de Huitzilopochtli, y le suplicaron recordara la
palabra que les empeñó cuando los hizo salir de Aztlán (1064d.c.) debido a que ya no
deseaban seguir por el camino de desprecio, sometimiento y humillación a que se veían
reducidos.

Rauda en su carrera, la súplica se propaga por los aires llevando el angustiado


pedimento de socorro hasta el señorial palacio de Iicxitlan. El compasivo
Huitzilopochtli (Dios colibrí cojo del pie izquierdo, Dios de la guerra), después de
escuchar el ruego de los piadosos ancianos, pasea meditabundo por el extenso salón
“Teotleco” (El regreso de los dioses). El Dios profundiza sobre la manera de cambiar el
destino del pueblo azteca sin alterar los planes de las otras deidades, aunque, el egregio
soberano, sabe que no le queda más remedio que seguir el sabio consejo del beodo
Teoctli (Dios del pulque). El venerado Teoctli, el que se complace raspando el teomel
(maguey), en estado etílico, le había dicho:

─No mi rey, hip, no actúes, impulcada, hip, impulsivecede..., hip, ohooooo,


arrebatadamente, ya sabes que te qquieero, hip y no teeeee daría un mal consejo, hip.
Huizito, hip, Huizito, hazzzme caso, hazzme cassso, yo sé, hip, hip, deja que los aztecas
se essssfuercenn, hip, que trabajen, que seee orrganizzen un, hip, poquititico masssss, y
nnnooo desencadenes tu cólera, hip, pricippp, nooo, precipipitadamente, contra los
tecpane, hip, tecpane, hip, tecpanecas, grrrarr, grrrarr, zzzz, zzz─.

El bonachón Teoctli, a quien le encanta libar en las parrandas, a punto de caer, se


sostenía de una columna de cantera rosa. El impenetrable Huitzilopochtli, acercándose a
su amigo, lo sujetó del hombro y respondió:
─Tienes razón querido amigo, dejemos que la Providencia cumpla pausadamente con la
misión que le encomendé, y en algunos años, los pacientes aztecas corroborarán que mi
palabra es veraz─.

Debido al consejo del beodo Teoctli, Huitzilopochtli, el portentoso ramillete de plumas,


se contento con obrar los milagros que permitieron a los aztecas ganar la guerra de
ingenio que libraban contra los rudos tecpanecas, pues había decidido esperar hasta el
día en que el pueblo tenochca adquiriera la capacidad de responder a las exigencias que
le planteaba la refinada sociedad de la cuenca.

En 1363 d.c., cuando en Tenochtitlan sólo existían barriadas de caseríos miserables,


habitados por gente raquítica y desarrapada, murio el teomama Atl Tenoch. Es de tal
magnitud la pérdida, que en señal de duelo humea el volcán Popocatépetl. Es entonces
que los dirigentes, por consejo del tetzahuteótl Huitzilopochtli, deciden emanciparse del
dominio tecpaneca y emprenden la búsqueda del que será su Huey tlatoani (rey). Las
consideraciones son muchas porque, quién como Atl Tenoch. Sin embargo,
Huitzilopochtli los presiona: Ahora o nunca, les dice tajante el tonante ramillete de
plumas. Los teomamas miran a sus valientes, discuten sobre las cualidades de éste o
aquel y, cuando al correr de trece años logran ponerse de acuerdo, salen de la isla para
investir con el poder real a quien han elegido. Los teomama, en Culhuacán ungen como
tlatoani (rey) al noble Acamapichtli Itzpapálotl (Manojo de Cañas), hijo de reyes, pues
el azteca Naúhyotl Opochtzin, el nuevo señor de Culhuacán, es su padre, y Atotoztli,
hija del rey culhuacano Achitómetl, cuyo linaje se remonta a los tiempos legendarios de
Teotihuacan y Tula, es la madre.

Establecida la dinastía, los aztecas que comienzan a sentirse un reino, además de


establecer las normas que los regiran, demarcan las lindes del territorio. La casa del
tesoro, encargada de las finanzas públicas, inicia operaciones cobrando tributo a todo el
que surca por las salobras aguas de la laguna, que consideran suyas; lo que desemboca
en enemistades y disputas con los pueblos circunvecinos.

Durante el reinado de Huitzilíhuitl (1396 d. C.), sucesor e hijo de Acamapichtli


Itzpapalotl, los tenochcas superan buena parte de sus problemas al emparentar con los
señoríos de Azcapotzalco y Texcoco, lo primero por que Huitzilíhutl se casa con la hija
de Tezozómoc y lo último, porque su hija de nombre Matlalcihuatzin, se casa con
Ixtlilxóchitl, el viejo, quien por entonces es un jovenzuelo. Más tarde, esta pareja
procrea a Nezahualcóyotl, quien será conocido como el rey poeta de Texcoco. Debido a
su consolidada soberanía, los aztecas fundan Tlatelolco en una isleta próxima.

En el año 12 conejo (1426 d.C.) Las ciudades primas: comercio-guerra, apoyándose


mutuamente monopolizan el comercio de la cuenca. Auge económico que no agrada al
tortuoso Maxtlatzin, celoso señor de la casa de Coyoacan, y heredero al trono de
Azcapotzalco. La angustia por ver su reino en peligro lleva a Maxtlatzin a la
desesperación, y más al ver las cariñosas atenciones que el abuelo Tezozómoc tiene para
el nieto Chimalpopoca, lo que desencadena en Maxtlatzin la idea de que Tenochtitlan no
debe ser un reino aparte y sí, uno más de los dominios del imperio de Azcapotzalco. La
ejecución de una serie de errores, entre ellos, el asesinato de su padre lo llevarán a ser
conocido como el tirano Maxtla. Aunque con esta muerte, el autócrata de Azcapotzalco,
por el momento, se hace dueño indiscutible de las islas y amo del mundo entero.

Sobre cualquier otra consideración, a Maxtla le indigna que los aztecas divulguen a los
cuatro vientos que la isla y las tierras de la cuenca se las obsequió su Dios de nombre
Hutzilopochtli (el portento nacido de un ramillete de plumas), motivo por el cual,
proyecta destruir la isla hasta sus cimientos.

Los aztecas, por su parte, no actúan con malicia y sí por celo y devoción al Dios de la
guerra, porque cuando vieron el sauce de hojas blancas y el águila posada sobre el nopal
devorando la serpiente de cascabel, tuvieron por consumada la profecía que les prometía
una heredad. A resultas que, desde ese momento, consideraron a Tenochtitlan: “Tierra
santa”.

Las noticias que llegaban al templo de Coatlicue en Míxquic, eran alarmantes. Los
sacerdotes, encargados de registrar con tinta roja y negra los eventos políticos que
atañían a la cuenca, percibíamos con azoro cómo la violencia se incrementaba en el
Anáhuac, y temíamos que de continuar con el enfrentamiento de intereses económicos
se terminarían por exacerbar los ánimos, de por sí ya caldeados entre los xenófobos
ciudadanos de los viejos pueblos, quienes no toleraban ingerencias de ningún tipo, por
eso, especulábamos que no tardarían en proceder como en el pasado, cuando para
defender sus derechos armaron un gran ejército, el cuál precipitaron contra el
inoportuno enemigo azteca. Este era el temor principal, y más al considerar que los
aztecas-tenochcas, debido a la profecía, habían evolucionado en su desarrollo, y ya no
eran, desde ningún punto de vista, el grupo de chichimecas arrojados por la fuerza de
Techcatitlan, Chapultepec. La sociedad militar tenochca, en un siglo, definitivamente
había cambiado, y ese era el pequeño inconveniente que los vecinos de la isla tendrían
que considerar al detalle antes de tomar cualquier resolución, porque en este asunto de
la violencia, los aztecas-tenochcas-mexicas eran expertos; a tal grado, que cuando
entraban en querella o se juzgaban, lastimados en el orgullo se convertían en gente fiera,
salvaje, cruel y sanguinaria; hombres inflexibles que no cedían en su empresa hasta
salirse con la suya.

Y como se pronosticaba, los temores no tardaron en cumplirse y en el año 12-conejo


(1426) del calendario azteca, Maxtla, rey usurpador sangriento de Azcapotzalco, envió a
sus esbirros a ultimar a su sobrino, el tlatoani Chimalpopoca, sucesor de Huitzilíhuitl. El
magnicidio ocurrido dentro de Tenochtitlan, forzó a los mexicanos a desatar el flagelo
de la guerra; conflicto armado que por espacio de dos años trajo luto y dolor a miles de
familias dentro del valle de México. En el año 1-pedernal (1428) del calendario azteca,
los sacerdotes, guardianes de la tinta roja y negra, escribimos el último capítulo de
nuestro monumental trabajo, señalando la victoria alcanzada por el rey Itzcóatl
(Serpiente de Obsidiana) sobre Maxtlatzin, y presintiendo que el final de nuestra orden
estaba próximo, cerramos los libros y nos aprestamos para regresar a Temoanchan. No
obstante, los acontecimientos se desarrollaron con extrema rapidez y no tuvimos tiempo
de abandonar el valle, porque una vez que los aztecas estuvieron situados en el peldaño
más prominente de la escala política del altiplano, deslumbrados por el poder alcanzado
de casualidad, lanzaron los fieros ejércitos a sojuzgar a los enemigos que consideraban
peligrosos para sus intereses. Muchos pueblos se sometieron pacíficamente al nuevo
orden, y para aplacar la cólera de Itzcóatl, enviaron de inmediato sus tributos; recursos
que Tenochtitlan canalizó para financiar sus guerras de conquista. Las poblaciones que
ofrecieron resistencia fueron brutalmente sometidas; entonces, los aztecas, vencedores y
dueños absolutos del cemanáhuatl, mostraron por primera vez esa férrea voluntad
guerrera que les otorgó su Dios “Colibrí cojo del pie izquierdo”, y por convicción social
se contuvieron de maltratar o humillar a los vencidos. Con todo y la misericordia
mostrada, los pueblos civilizados del valle veíamos con horror a Tenochtitlan, de no
más de cien años de antigüedad, gobernando sobre civilizaciones ancestrales. ─ ¡No fue
justo!─.

Como corolario de estos hechos, en el año 5-pedernal, los aztecas, tras derrotar a los
cuitlahuacas, llegaron a Mixquic, considerada por muchos el último bastión de la
resistencia, pero en un abrir y cerrar de ojos, y después de una homicida guerra de
conquista, sometieron el pueblo a su voluntad. Los tlacatecutlis (generales) de nombre
Macce Ocotl, a quien los tecpanecas apodaban el benigno protector de aztecas, y Comitl
Acatzin, el mal llamado suicida belicoso en potencia, dirigían a los bárbaros y entraron
a Mixquic con la orden expresa de destruir el templo de Coatlicue y a los sacerdotes
naguales que lo habitábamos, pues nos consideraban un peligro para su imperio. Baste
decir, que ni con todos nuestros poderes pudimos detenerlos.

Pero, voy muy rápido, ha sido mucha historia... y, Hummm..., para no aburrirte, creo
que después de esta introducción, debo proseguir así:

You might also like