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LIBRO I
LA CONJURA DE TLATELOLCO
CICLO NAHUATL
Impreso en México
EL REGRESO DEL
POCHTECATL
CLEMENTINA MENDOZA C.
DEDICATORIA
Al México-Dual
Al Hombre
Porque es espíritu-materia
Y el que domina el espíritu,
domina la materia.
Aztlán-Espíritu
Tenochtitlan-Materia
INDICE
Págs.
Prólogo.................................................................... 11
PRIMERA PARTE
POCHTECATLI OTLICA EILHUITL
IN KATUN OCHO
SEGUNDA PARTE
Por la noche llegó a visitarlos el ahau Ah Xupán, un hombre alto, fornido, entrado en
años. El rey, presentándose amablemente, buscó un lugar donde sentarse y preguntó
cómo los habían atendido; dirigiéndose a Comitl inquirió sobre su estado de salud
porque lo notaba intranquilo. El general, en voz del intérprete Tzihuaca, agradeció las
atenciones recibidas, afirmándole al rey que su casa en Tenochtitlan era también la
suya. En un ambiente de concordia, Ah Xupán, tomando la iniciativa, los interrogó:
─¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde se dirigen?. Comitl, sin querer hablar
en maya, en voz de Tzihuaca respondió verídicamente a cada una de las preguntas, que
palabras más, palabras menos, eran del siguiente tenor:
─Has de saber buen rey Ah Xupán, que mi nombre es Comitl Aca y soy tlacatecatl
(general) del imperio azteca, cuya capital se localiza en una pequeña isla rodeada de
agua salada, llamada Tenochtitlan, al sur de la que fuera la capital del mundo,
Teotihuacan, en el valle del Anáhuac y cuyos dominios, nos hemos enterado, llegaban
hasta el Ancash. El tlatoani (rey) de la isla, legítimo heredero del poder tolteca (los que
tienen abuelos), se llama Itzcóatl y domina sobre muchos pueblos que se comunican
entre sí a través de intérpretes, como lo hago ahora contigo. Estos que ves aquí, son mis
hombres, guerreros famosos en nuestras tierras por su grandilocuente alma. Por orden
del rey Itzcóatl salimos de Tenochtitlan con rumbo al Soconusco, lugar habitado por los
tojobales, región donde tenemos poblados comerciales y tributarios. Llevábamos la
orden de contener a un grupo de sublevados que ponían en riesgo las actividades de los
naturales y amenazaban con cerrar los caminos al comercio, arguyendo que, con sus
malas acciones, luchaban por el bienestar social. Con el deseo de enseñarles que la
fuerza sólo debe aplicarse contra el trasgresor y no contra la población indefensa,
marchamos con prontitud una gran distancia. Pero al llegar a nuestro destino, en la
región de Tzapotecapan, encontramos al pueblo en cuestión quemado; entre los
escombros hallamos a dos supervivientes, a quienes apenas alcanzó la vida para
señalarnos el nombre y rumbo que tomaron los ofensores. En el acto, marchamos en
busca de un hombre cruel, llamado Nixtheo, caudillo de los Didjaza, uno de ésos
resentidos con la vida que utilizan el poder de su labia para seducir a otros hombres y
que en lugar de llevar una vida tranquila aprovechaba su posición política para destruir
lo que otros edificaron con esfuerzo. El zapoteca Nixtheo, conocedor de la serranía, nos
atacó a diario, daba el golpe y corría a ocultarse entre las oquedades del terreno, sin
atreverse a plantarnos bien la cara. Obligados a cogerlo nos internamos en sus dominios,
debo reconocer que imprudentemente, pues no acostumbramos combatir en guerra de
guerrillas, arte que dominan a la perfección los zapotecas, dada la geografía del terreno.
La noche de nahui ochpaniztli (4 de agosto) de nuestro calendario, preparamos el
campamento como de costumbre y mandamos exploradores a indagar la posición del
enemigo; pero no había señales de ellos por ningún lado, era como si la tierra se los
hubiera tragado; con esa seguridad nos fuimos a descansar. Casi al despuntar el alba,
cuando la guardia se afloja y el ánimo se rinde al sueño, salieron de las cuevas que
teníamos a nuestras espaldas, y con ánimo sanguinario, corrieron a nuestro encuentro;
de no ser por los perros que ladraron furiosamente antes del asalto, nos hubieran
aniquilado a todos. Que ironía del destino, de cazadores nos convertimos en presas. En
esos momentos, sin tener en claro por qué el destino favorecía a los malhechores, vimos
como los hombres de Nixtheo, cual fieras, aprovecharon la sorpresa y cayeron sobre
nosotros; en el asalto mataron a gran cantidad de mis guerreros. Dentro del horror de la
terrible pelea tratamos de reagruparnos para rechazarlos, pero nuestros esfuerzos
resultaron infructuosos y se combatió hasta el amanecer dentro del campamento.
Maltrechos y humillados escapamos como pudimos. En las semanas subsiguientes, los
ataques y emboscadas fueron cosa de todos los días; para desgracia nuestra, en una de
las peleas matamos a su único hijo. Ante el cadáver del ser amado, el señor de los
Didjaza juró solemnemente no descansar hasta darnos muerte; la venganza proveyó de
alas al punitivo enemigo, el cual no se cansó de producirnos males, pues nos hostigaba a
toda hora sin concedernos tregua. Aislados y sin suministros nos vimos obligados a
realizar lo que sabemos hacer mejor, pensar, y en una reunión que sostuve con los
oficiales, hablamos sobre lo que ellos hacían bien y nosotros mal, con lo que logramos
descifrar su estrategia y aplicándola logramos atacarlos con éxito en tres ocasiones. Aún
con todo, como no podíamos confrontar a tal cantidad de gente, tuvimos que darnos a la
fuga; así, seguimos por territorio desconocido. En el trayecto nos sobrevinieron muchos
trabajos y pesares, que por ser tantos, no nos alcanzarían las horas de la noche ni la
fuerza de la lengua para relatártelos. Sólo me resta agregar que, por azares del destino y
sin saber que ruta seguimos, después de vagar por meses, venimos a dar a la ciudad de
Chichen-Itza. El rey Chac-Xib-Chac, compadecido de nuestro infortunio, antes de mirar
por su propio bien, nos dio alojamiento, y para prevenir que el mal cayera nuevamente
sobre nosotros, nos dio un salvo conducto, diciéndonos que eras un hombre leal, que
nunca da la espalda al desprotegido; pero como presagiaba Chac-Xib-Chac el ahau de la
ciudad de Kukulkán, el destino nos cayó encima con todo su devastador poder, siendo
demasiado tarde para él y para nosotros, porque sufrimos la invasión de sus vecinos de
Tancáh. Al salir huyendo de la urbe, que nombran la Mariposa, nos topamos con un
piquete de soldados cocome que, tomándonos por enemigos, se lanzaron a nuestro
encuentro, sin hacer caso de nuestras encarecidas súplicas, pues les decíamos, a través
del intérprete, que éramos peregrinos en tránsito. Durante el ataque infligieron graves
heridas a dos de mis hombres; aunque para no atraer su cólera, levantamos a los heridos
y sin responder a la agresión, aplicamos las piernas, esperando que nuestra sumisión
fuera un indicativo de que no buscábamos problemas. Y debido a que por turnos nos
relevamos para cargar a los lesionados, manchamos nuestras ropas con su sangre como
lo habrás notado. Perdidos en la llanura vagamos por dos días, hasta que algunos
pobladores nos señalaron el rumbo a tu ciudad. Ahora, esperamos de ti, gran Ah Xupán,
ayuda en nuestro infortunio, y si te place y quieres, te suplicamos nos indiques cual es el
camino más corto para llegar al mar, ahí en el Ilhuicáatl esperamos embarcarnos y hacer
la ruta de Quetzalcóatl, para regresar a casa.─.
Cuando estuvieron solos, los aztecas bromearon y festejaron la historia de Comitl, sin
que éste se enfadara por ello. Teteme, tomando la palabra, concluyó diciéndoles que a
Comitl en verdad le habían ocurrido los hechos; incluso, por eso hablaba tan bien el
maya, y aunque perdió a todos los guerreros, regresó a la isla con la cabeza de Nixtheo.