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Jorge H. Flores
José Luis Vera

Homo sapiens
evolución y
trabajo-aprendizaje

Hacia una fundamentación antropológica


3 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Primera Edición 2009


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Mensaje del Director General, Financiera Rural

Hacer de la banca de desarrollo una fuerza efectiva de acción sobre las condicio-
nes objetivas de vida del sector rural, un complejo ámbito con la cuarta parte de
la población nacional, implica involucrar múltiples recursos financieros, medios
institucionales y materiales, pero, fundamentalmente, potenciar competencias
humanas expresables en forma de saberes, habilidades y actitudes en cada actor
de los escenarios del desarrollo: en los productores, en los consultores y capa-
citadores, así como en el personal de las agencias de Financiera Rural. Hoy en-
tendemos que las necesidades de aprendizaje son directamente proporcionales al
horizonte de cambio que seamos capaces de asumir.
Más allá de la necesaria eficiencia administrativa y la prudencia en el otor-
gamiento del crédito, la sustentabilidad de Financiera Rural será posible en la
medida en que los proyectos de integración económica de los productores rura-
les sean, asimismo, objetivamente sustentables. Nuestro país requiere enfrentar
el hecho urgente de que más del 95% de los productores participa tan sólo en
la fase de producción primaria, con unidades productivas histórica y sistemá-
ticamente desvinculadas, sin escalas ni estándares de calidad que les permitan
un acceso más justo a los mercados. Así, la política de integración económica
procura la sustentabilidad de los proyectos productivos mediante la articulación
estratégica de las empresas rurales, como vía fundamental para hacer del crédito
una verdadera palanca de desarrollo regional sustentable.
La posibilidad real de que los productores rurales logren agregar y retener
valor, así como acceder a los mercados de manera justa y equitativa, depende
no sólo de mejorar la calidad y productividad en la producción primaria sino,
primordialmente, de movilizar las capacidades organizativas de los productores
para apropiarse de aquellos eslabones de la cadena productiva y de valor, tales
como el abasto de insumos y materias primas, servicios de mecanización, servi-
cios financieros, desarrollo de marcas, acopio de la producción, almacenamiento,
transporte, mercadeo, beneficio, empaque y comercialización, entre otros.
Esta estrategia exige un conjunto de aprendizajes, necesarios para la apro-
piación de los procesos técnicos, organizativos, productivos y de capacidades au-
togestivas en general. Por este motivo, resulta vital contribuir al desarrollo de las
competencias laborales requeridas por los productores rurales, los prestadores
de servicios, los promotores de crédito y el personal de nuestras agencias en
tanto que profesionales al servicio del campo mexicano.
Estamos comprometidos con la premisa de que la capacitación es un factor
estratégico del desarrollo rural, puesto que todo desarrollo implica modificación
en las condiciones de trabajo y vida de la población; significa pues, que los cam-
bios en las actividades económicas enfrentan necesariamente las exigencias del
aprendizaje en todos los sujetos sociales involucrados.
Asumimos la convicción reiterada de que todo desarrollo pasa por el apren-
5 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

dizaje. Por este motivo, el Programa Integral de Formación, Capacitación y Con-


sultoría para Productores e Intermediarios Financieros Rurales, así como sus dos
maestrías –en prestación de servicios profesionales, y en gestión financiera para
el desarrollo rural–, constituyen instrumentos clave de la Política de Integración
Económica; instrumentos de los productores para la identificación, diseño, in-
cubación y fortalecimiento de proyectos estratégicos de integración económica.
La puesta en marcha de este proyecto formativo, se ha realizado con el
concurso de prestigiadas instituciones de educación superior e investigación a
través de alianzas como la celebrada con el Colegio de Postgraduados. Como pro-
yecto nacido con conocimiento de causa y conciencia de fines, el empeño social y
educativo de nuestras maestrías ha evolucionado. La iniciativa de capacitación y
formación de profesionales al servicio del campo se encuentra hoy en posibilida-
des de renovar sus convicciones originales: para reasumir sus retos; para evaluar
la naturaleza de sus logros, necesidades y procesos; para examinar, sobre nuevas
bases y evidencias, sus medios y estrategias de acción.
La presente serie documental que hemos titulado “Formación para el
Financiamiento del Desarrollo Rural”, halla su principal razón de ser en este
complejo y desafiante escenario. Afrontar esta realidad requiere, entre otras exi-
gencias superiores, conducir nuestras acciones y decisiones desde los mejores
fundamentos, ideas y modelos explicativos de una realidad que nos plantea gran-
des demandas y cuestionamientos: ¿qué y cómo aprenden los seres humanos en
los procesos globales del trabajo?; ¿qué es exactamente el desarrollo sustentable,
y cuáles sus condiciones objetivas de posibilidad?; ¿qué significa hacer de las
funciones laborales ámbito de estudio y reflexión?; ¿qué implica el diagnóstico y
la planeación en la mente y voluntad de los propios productores? Se trata, pues,
de cuestionamientos que son frontalmente acometidos por la presente integra-
ción documental.
Para la producción de esta serie, se ha recurrido a especialistas, académi-
cos, investigadores y profesionales en áreas tan diversas como las ciencias socia-
les, humanas y cognitivas, ciencias económicas y agronómicas; autores que han
aportado su conocimiento, su creatividad, su inteligencia teórica y experiencia
profesional para ponerlos al servicio de la reflexión, estudio y análisis que reali-
zan los estudiantes en ambas maestrías. Se contribuye, así, a enriquecer el abor-
daje riguroso de los contenidos curriculares y al fortalecimiento de los cuerpos
docentes responsables de la conducción de los procesos formativos.
Hoy, nos hallamos en posibilidad de decir que Financiera Rural, como banca
de desarrollo, en alianza estratégica con entidades de educación superior e in-
vestigación, reconoce y estimula el papel de la producción del pensamiento y la
inteligencia científica como contribución indispensable a los procesos de apren-
dizaje para el desarrollo regional sustentable.

Enrique de la Madrid Cordero


Director General Financiera Rural
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Mensaje del Director General, Colegio de Postgraduados


Resulta por demás significativo para el Colegio de Postgraduados, en su cali-
dad de Institución de enseñanza e investigación superior, presentar esta serie
de materiales didácticos, mismos que constituyen parte sustancial del proceso
formativo de las Maestrías en Prestación de Servicios Profesionales y asimismo
en Gestión Financiera para el Desarrollo Rural. El propósito central de ambos
programas de postgrado es incrementar la eficiencia y eficacia de los prestadores
de servicio así como de los agentes y promotores de crédito, profesionales consa-
grados a coadyuvar en el desarrollo de los productores y a la población rural en el
esfuerzo por alcanzar su sustentabilidad socioeconómica y ambiental, teniendo
el crédito como un factor primordial, y en el marco de una política de integración
económica concretada en proyectos estratégicos.
La elaboración de estos documentos forma parte de la instrumentación de
cada una de las maestrías, la cual busca, por decisión de ambas instituciones,
colocar en el centro del proceso formativo a los alumnos participantes. Ello pue-
de constatarse desde el diseño del Plan de Estudios de cada maestría, mismo
que deriva la estructura de sus contenidos así como la lógica de su tratamiento,
directamente de las competencias necesarias para que los alumnos desempeñen
sus funciones como agentes de desarrollo, asumiendo como ejes de su formación
la problemática de desarrollo rural con enfoque regional y sus condiciones de
posibilidad, lo que implica y el desarrollo de aprendizajes en los sujetos sociales
con los que trabajan . Así, la metodología que se instrumenta y aplica, toma el
proceso de trabajo de los alumnos como referente indispensable del aprendizaje,
incorporando los principios de las ciencias sociales, económicas y cognitivas y su
correspondiente concreción en criterios metodológicos.
En congruencia con ello, estos documentos constituyen, en su conjunto, un re-
curso didáctico que tiene como principal finalidad la de fortalecer puntos estra-
tégicos de los planes de estudios, esto es, aportando nuevas ideas al tratamiento
de contenidos particulares bajo la intencionalidad de generar cuestionamientos
y reflexiones de los alumnos sobre aspectos sustanciales de tres ejes básicos de
formación: economía y financiamiento, dimensiones de la sustentabilidad del
desarrollo, y desarrollo de los sujetos sociales como sujetos de crédito y apren-
dizaje.
De esta manera, para el eje de desarrollo rural se formulan tres materiales, el
primero amplía un tema sustancial referente a la política de integración econó-
mica, cadenas productivas y proyectos estratégicos; el segundo atiende lo relati-
vo al diagnóstico regional con enfoque territorial; el tercero presenta elementos
del enfoque de sistemas de producción para la integración económica y el desa-
rrollo rural regional sustentable.
Para el eje correspondiente a la teoría económica y financiamiento integral,
el primer documento es una guía para uso didáctico de los productos y servicios
7 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

crediticios de Financiera Rural. La segunda aportación afronta analíticamente


el concepto de riesgo y administración del crédito. La tercera obra se enfoca a
los procesos del marco jurídico de la organización de los productores rurales y
del financiamiento rural. Por su parte el cuarto de los materiales aquí agrupado
aborda el análisis crítico relativo a la organización de los productores rurales.
En cuanto al eje referente al desarrollo de los sujetos sociales, comprometido
fundamentalmente con sus aprendizajes y competencias involucradas, un pri-
mer libro afronta las implicaciones del vínculo natural trabajo-aprendizaje, y su
poder en las dimensiones evolutivo-históricas de nuestra especie. Un segundo
aporta herramientas sociales, políticas y culturales en torno al desarrollo rural
sustentable. Existe asimismo un material para la profundización el tema de la
organización económica de los productores rurales. En el ámbito metodológico,
se ofrece un material que apoya la conducción académica de las maestrías en
los términos de un manual del equipo académico, enfoque metodológico y plan
modular. Por último, podríamos culminar este esbozo sobre la unidad temática
de esta serie, mencionando dos temas cardinales aquí desarrollados: el referente
a la conversión del trabajo en el objeto de estudio, y aquél que reflexiona la actual
producción de tesinas en su la contribución a la metodología.
El Colegio de Postgraduados reconoce que el diseño de este material da pers-
pectiva, profundidad y actualidad a cada una de las maestrías, pues al avance
logrado en el acercamiento a los alumnos del conocimiento existente se suman
contribuciones como conocimientos, natural, pero conscientemente generados
en la práctica misma de las maestrías. Al lograr que la mayoría de los autores
de los materiales sean al mismo tiempo especialistas con amplio dominio en los
temas tratados y asimismo parte constitutiva de los equipos académicos con ex-
periencia en el enfoque teórico-metodológico de ambas maestrías –el Método
Trabajo-Aprendizaje–, se posibilitan aportaciones que se inscriben en el mismo
proceso de recuperación y proyección efectiva de los conocimientos, al mismo
tiempo que se responde a los requerimientos específicos de los alumnos.
Es importante señalar, finalmente, que el trabajo así materializado, expresa
el ánimo y el compromiso de nuestra Institución para continuar contribuyendo
a este proceso formativo, vía necesaria para la consecución de los objetivos de
la política de integración económica desde la participación de los productores
rurales, prioritariamente, aquellos restringidos a las condiciones limitativas de
agregación-retención de valor que supone la sola producción primaria. Recono-
cemos que este propósito está determinado por las decisiones y competencias de
quienes participan como actores centrales de estas maestrías.

Félix Valerio González Cossío.


Director General Colegio de Postgraduados.
8

A Charles Darwin,
evolución para la conciencia humana

A Claude Lévi-Strauss (1908-2009),


estructura capital para el entendimiento de lo humano
9 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
10

Agradecimientos
Nuestro sincera gratitud a las personas e instituciones que han contribuido a la
realización de esta obra.
Agradecemos la oportunidad creada por Financiera Rural y por el Colegio de
Postgraduados que, al hacer de la educación para el trabajo un compromiso sus-
tantivo con el desarrollo de nuestro sector rural, ha concebido estos programas
de maestría, consagrados a formar nuevos profesionistas al servicio del campo
mexicano; iniciativa en la que este libro halla su principal razón de ser.
Nuestro especial reconocimiento a Eduardo Malagón, Eduardo Ibarra y Erick
Quesnel, principales creadores de estas maestrías: por su cabal conciencia, opti-
mismo y contagiosa certidumbre de que la imaginación, el método, la ciencia y la
voluntad siempre deberán tener un papel decisivo en las mayores aspiraciones
humanas de transformación y desarrollo.
Gracias al Dr. Jaime Almonte y al Lic. Arturo Bodenstedt por su apoyo capital. Gra-
cias al ingeniero Alierso Caetano de Oliveira del Colegio de Postgraduados, y al
licenciado Oscar Velasco por su valioso apoyo y apreciaciones. Jorge Flores desea
agradecer a la antropóloga física Elsa López y Zubillaga por la revisión crítica de
los manuscritos de los capítulos 1, 4 y 5.
Agradecemos al Dr. Alejandro Terrazas Mata por su amable autorización para
obtener las fotos de las reproducciones de algunos de los ejemplares fósiles aquí
ilustrados, y pertenecientes al laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana
del Instituto de Investigaciones Antropológicas de nuestra Máxima Casa de Estu-
dios, UNAM. Un sincero reconocimiento asimismo a la licenciada Sandra Olvera
por la espléndida obtención de tales fotos.
11 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
12

Índice
Prefacio, 15
1. Introducción
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano..................15
¿Bichos misteriosos?, 20

2. El pensamiento evolucionista:
sus ideas, sus representantes y su significado...............................25
1. La idea de evolución en la historia, 27
2. Historia del evolucionismo, 28
3. El tiempo, 28
4. La reproducción, 29
5. La sistemática biológica, 30
6. Georges Louis Le Clerc “Conde de Buffon”, 32
7. Georges Cuvier, 35
8. Jean-Baptiste Lamarck, 37
9. Charles R. Darwin, 39
10. ¿Y después de Darwin?, 43
11. La teoría sintética de la evolución (Neodarwinismo), 45
12. Tendencias recientes, 49

3. El orden primate: un lugar para el hombre...............................53


1. El primer orden zoológico, 54
2. Taxonomía primate, 54
3. La primatología: su historia y aportes, 59
4. La primatología antropológica: los estudios en libertad, 62
5. Los estudios en cautiverio, 65
6. Los argumentos, 67
7. Del hombre como primate al ser humano moderno, 69
13 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

4. Trabajar, conocer, aprender:


el proceso multidimensional de la praxis.............................................................71
1. Trabajo y praxis, 72
2. Trabajo-aprendizaje: sus órdenes de implicación, 78
2.1 Una relación ontológica, 78
2.2 Una relación epistémico-metodológica, 80
2.3 Una relación axiológica, 83

5. De Homo a sapiens: consideraciones sobre evolución humana.......87


1. Cultura y praxis, 88
2. Homo sapiens: sobre su naturaleza y origen evolutivo, 90

6. Conclusión
Evolución y trabajo.........................................................................................................117

Apéndices............................................................................................................................. 123

Tabla:
Inferencias sumarias sobre la ecología
y comportamiento en la evolución de los homínidos, 124

Mapas, 127

Cuadros temáticos
1. El Paleolítico:
la evidencia material del trabajo en la evolución del hombre, 129
2. Los Neandertales: otra forma de humanidad, 138
3. Neandertales y humanos modernos: ¿fusión o sustitución?, 143
4. El caso del Hombre de Piltdown, 147

Cédulas de algunos especímenes fósiles de la evolución


humana, 149

Bibliografía......................................................................................................................... 170
14

Prefacio
La presente obra pone a nuestro alcance elementos centrales para comprender
la formación del ser humano, articulando, en forma coherente, distintas miradas:
la genealogía de la especie Homo sapiens y el papel de su acción consciente frente
a la naturaleza, con el trabajo como estrategia sui géneris de supervivencia. Libro
que nos fundamenta en forma actualizada, y con la profundidad crítica necesaria,
el carácter histórico y específicamente humano del vínculo entre el trabajo, el
conocimiento y el aprendizaje.
A partir de la indudable autoridad técnico-científica de los autores, la idea aquí
sostenida de que la intervención intencionada en la realidad –obedeciendo a un
plan concebido con anterioridad– potencializa la capacidad de los seres huma-
nos para comprender y representar esa misma realidad en un proceso de alimen-
tación recíproca, constituye un planteamiento que puede asumirse con niveles
de comprensión muy diferentes: desde la versión simplista de que “echando a
perder se aprende”, hasta la fundamentación racional y clara de algunos de los
resortes y puentes con los que la humanidad ha ido desarrollando su capacidad
para conocer la realidad, intervenir en ella y aprender del proceso, modificando
con ello su propia corporalidad y condición general.
En el crecimiento y desarrollo de las personas (u ontogenia), es palpable que
la experiencia acumulada y el tipo de actividades desarrolladas, repercute en la
capacidad aeróbica, muscular, de percepciones y reflejos, y asimismo mental de
los seres humanos para realizar y potenciar actividades diversas. La neurocien-
cia explica estos fenómenos a partir de la interacción de áreas funcionales del
sistema nervioso y la dinámica en la conformación de redes neuronales como
resultado de la actividad.
Esta obra nos ayuda a entender un proceso similar, aunque definitivamente
no igual, de frente a la evolución de nuestra especie (o filogenia). La oposición
del pulgar, la bipedestación, la prolongación de la infancia, la encefalización y la
reorganización del cerebro, así como el desarrollo del lenguaje doblemente ar-
ticulado y la capacidad simbólica, aparecen como cambios corporales y de com-
portamiento que se vinculan entre sí e interactúan en la configuración de una
misma estrategia de supervivencia de los grupos humanos, frente a un medio
ambiente cambiante: el trabajo en su acepción más amplia.
15 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Ya en lo que corresponde a nuestra especie, el Homo sapiens, queda claro que


las instituciones centradas en el conocimiento, como la investigación científica y
la escuela, han potenciado la capacidad de intervención en la realidad de la socie-
dad, pero involucran al 1% –si acaso– de la historia de la humanidad. Esto pone
en jaque la idea de que el conocimiento es una abstracción especializada que se
transmite de una generación a otra, o de una institución a otra. La conciencia
de la enorme potencia que tiene convertir una situación de trabajo en situación
intencionada de aprendizaje, para darle significado al conocimiento socialmente
producido, se basa en la comprensión de nuestra ubicación en la evolución y en
la historia de la cultura.
Como antropólogo físico dedicado a la capacitación campesina, y a la docencia
desde hace treinta años, considero que esta lectura fundamenta y fortalece la
convicción de que existe la pertinencia y la necesidad –usando las palabras del
recién desaparecido Claude Levi-Strauss– de “conciliar dominios que (aparente-
mente) nada incita a aproximar”.

Erick Quesnel Galván


Cd. de México, otoño de 2009
16

1. Introducción
Homo sapiens: sobre las
dimensiones de lo humano

[…] nadie pudo antes, en la historia del pensamiento


humano, imaginar cómo podría surgir el diseño en au-
sencia de un diseñador: la máquina sin un ingeniero,
el Quijote sin un Cervantes, la sinfonía sin un Beetho-
ven. Después del descubrimiento de Darwin, nada ha
podido ser ya igual para nosotros los humanos. Hay
“grandeur” en esta visión de la vida, decía Darwin; al
ser el resultado de un proceso ciego unido a diversas
circunstancias que se han dado como podrían no haber
ocurrido, en un rincón cualquiera de una galaxia que es
una más entre muchísimas, no le debemos nada a nadie
y somos dueños de nuestros destinos.

Juan Luis Arsuaga


El Enigma de la Esfinge
17 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

La mano humana en la evolución: trabajo, creación, trascendencia. Pintura “al negativo”, en


la caverna rupestre de Cosquer, Francia: entre las expresiones de necesidad creativa más
antiguas conocidas (27mil a.p.)
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 18

L
a ciencia nos ha bautizado Homo sapiens. No tenemos, como especie, más
de 200 mil años de existir y definitivamente surgimos en África. Desde
entonces hemos crecido mucho; demasiado quizás, y en todo sentido
imaginable. Hemos llevado al límite nuestras capacidades totales y las
del planeta. Somos una especie desmesurada… profundamente contrastante.
No somos sólo producto de fuerzas naturales “ciegas”, sino de actos inten-
cionados propios. Aquí, consideramos que el más intencionado y propiamente
humano de esos actos es, el trabajo: un hecho humano total. Esta actividad pro-
piamente humana sólo inició en nuestra larga e intrincada evolución cuando los
actos dirigidos a un objeto para transformarlo se iniciaran con un principio ideal
–la idea de un fin claro–, y culminaran con un resultado o producto; tan efectivos
y tan reales, ideas, acciones y productos, como la humanización del y en el mun-
do; tan reales como nuestra propia existencia. Nada sería igual desde entonces.
La antropología puede y debe concebir al trabajo como expresión de todas las
necesidades y capacidades humanas, las que sólo se realizan con logros y resul-
tados que infinidad de aspiraciones entrañan, prefiguran o anticipan en la mente
de los hombres. Es bien conocida la comparación que establece que, a diferencia
de otras laboriosas especies animales, antes de ejecutar cualquier acto o cons-
trucción, los humanos les proyectamos en nuestro cerebro: “…algo que no tiene
una existencia efectiva aún y que, sin embargo, determina y regula los diferentes
actos antes de desembocar en un resultado; o sea, la determinación no viene del
pasado, sino del futuro”1 . Para pensar nuestro futuro, y sobre todo nuestro pre-
sente, nos asomaremos aquí, muy someramente, a algunos aspectos de nuestra
naturaleza bio-cultural y de nuestro pasado evolutivo.
Trabajo y Conocimiento existen desde siempre en nuestra más profunda na-
turaleza y evolución; pero, ¿de qué tipo de naturaleza y evolución son de las que
hablamos?
En 1871, en su obra El Origen del Hombre el famoso padre del evolucionismo,
Charles R. Darwin, sostenía lo siguiente: “De no haber sido el hombre clasificador
de sí mismo, nunca hubiera soñado en fundar un orden separado para recibirlo…
no debemos olvidar que el hombre no es más que una de las diversas formas excep-
cionales de los Primates” 2 . ¿Somos realmente una especie, una criatura aparte
dentro de la naturaleza? Aunque milenaria, la inquietud que entraña esta pre-
gunta no ha sido precisamente una preocupación universal, o sea, una cuestión
compartida por todos los pueblos a través de la historia. Más aún, el desarrollo
de la ciencia moderna tiende, a través de sus explicaciones, a cuestionar nuestra
supuesta excepcionalidad, no tanto a confirmarla; mucho menos a radicalizarla.

1
Palabras del Profesor Emérito de nuestra Máxima Casa de Estudios, Dr. Adolfo Sánchez Vázquez.
2
1974 (véanse pp. 164 y 171)
19 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Efectivamente, es un hecho que, una a una, hemos ido perdiendo nuestras cada
vez más escazas certidumbres de que somos un cosa esencialmente diferente;
una forma de existencia “disonante” y “solitaria” en medio de los demás vivientes
de la naturaleza en sus diversos ecosistemas y mundos biológicos. Para el pensa-
miento propio de la ciencia, hoy, ya no es muy atractivo suponer que seamos algo
así como fruto inevitable del flujo de la vida: su culminación. Pero, y esto es una
verdad bien conocida, percibir las diferencias, en cualquier nivel de lo real, siem-
pre ha sido bastante más simple que entender afinidades profundas. Esto último
implicaría, ante el empeño evolucionista de iluminar nuestra naturaleza, no me-
nos que poder identificar realidades más hondas y reveladoras en los pliegues,
ritmos y tendencias de nuestro devenir y realización evolutiva. Actualmente, se
trataría de miradas novedosas desde la biología y la ecología evolucionistas que
se pueden combinar a fin de “…disecar los fenómenos engañosamente sencillos
pero increíblemente complejos que constituyen el mundo vivo que nos rodea”
(Leakey & Lewin 1997, p. 17).

¿Bichos Misteriosos?
De lo anterior surge una importante implicación: naturalizar la “esencia” de lo
humano (si es que la hay) promete enseñarnos más de nuestra verdadera con-
dición, de nuestros orígenes, potenciales e incluso susceptibilidades. Al menos
para esa prestigiada institución productora de conocimientos que es la ciencia,
hoy por hoy, parece más interesante entender nuestra unidad y pertenencia al or-
den natural de las cosas, que tratar de reencontrar alguna rareza inexplicable en
nuestra forma de existir en el mundo, algún rasgo especial que nos dé seguridad
ante una realidad universal explicable, por otro lado, mediante los fundamentos
de la física y demás ciencias de la naturaleza. Quizás entonces, una pregunta más
prudente que la inicial sea ¿tiene sentido aún para la comprensión científica de
la realidad intentar recuperar un fundamento superior o excepcional para la “es-
pecie elegida”? Quisiéramos mostrar que las diferencias cobran mayor sentido
cuando son sobrepuestas a una base de unidad común.
Fue uno de los pensadores más influyentes de la Historia, Platón, quien pro-
vocativamente caracterizó al ser humano como un “bípedo áptero” (seres que
caminan en dos patas, pero no tienen alas, respectivamente).
Somos animales. Una certidumbre así (decía el antropólogo africano Richard
Leakey), no debiera agraviar nuestra humanidad, sino, más bien, estimular nues-
tra inteligencia a recomprender y dignificar la animalidad. Al igual que los cara-
coles que viven en los jardines, los armadillos o los cocodrilos, somos seres “hete-
rótrofos”, dicen los biólogos. Significa que, a diferencia de otro tipo de seres vivos
(como las plantas, los hongos o las bacterias), la “animalidad” consiste en poseer
cierto tipo de sistemas celulares sumamente especializados que nos permiten
vivir “al estilo animal”. Esas células tan especiales se llaman neuronas. Células
que –en conglomerados más o menos complejos– nos permiten esencialmente
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 20

dos cosas en tanto que animales: percibir diferentes estímulos del entorno vital
(mediante “sensoneuronas” que procesan vibraciones, partículas químicas, luz,
etc.), así como desplazar nuestra animalidad de forma viable o exitosa por los
ecosistemas (mediante las “motoneuronas”), es decir, desplegar un comporta-
miento que podemos llamar idóneo, desde el punto de vista de una sobrevivencia
basada primariamente en nutrición y en reproducción.
Vayamos pues, en busca de la unidad de lo diverso. ¿Qué hay de común entre
una rana y un humano? Sólo los animales tenemos neuronas (que pueden orga-
nizarse o no en conglomerados llamados cerebros); sólo los animales nos desen-
volvemos sensorial y dinámicamente en el medio ambiente para alimentarnos de
otros seres vivos; sólo este tipo de seres vivos tienen comportamiento, fenómeno
biológico que nos otorga flexibilidad, adaptabilidad y trascendencia en la natura-
leza. Comportamiento cuyo rango de posibilidades va, verdaderamente, desde la
regulación térmica, hasta el pensamiento complejo, la educación, la ciencia y la
cultura como medios que el animal humano ha desarrollado no sólo para adap-
tarse al mundo (como cualquier especie biológica), sino, para adaptar al mundo
a sus propias necesidades de existencia y, asimismo, auto-adaptarse a la propia
complejidad que ha creado: el universo “supraorgánico” de la vida sociocultural.
De hecho –y hay que enfatizarlo– la excepcional adaptación del hombre a la na-
turaleza, y a su propia complejidad, se realiza a través de un fenómeno esencial
que unifica al pensamiento, al conocimiento y a las más diversas y primordiales
formas de aprendizaje. Ese “universo de acción” que vincula y potencia todas las
facultades humanas de adaptación y trascendencia es el fenómeno del trabajo (y
que hemos de reflexionar aquí antropológicamente en su dimensión evolutiva
y en sus nexos humanos más amplios); principio y fin de los aprendizajes más
significativos y vitales de la condición humana.
No obstante, antes de abordar lo anterior con su debida profundidad, retome-
mos la ruta de nuestras consideraciones. Al interior de reino animalia somos ma-
míferos –al igual que murciélagos, delfines o elefantes–, es decir, experimenta-
mos una etapa de nuestro desarrollo postuterino dependiendo de los nutrientes
que nuestras madres nos proporcionan mediante glándulas especializadas para
la producción de un complicado alimento, balanceado en grasas, proteínas y azú-
cares, así como otras moléculas vitales (como los anticuerpos) en la nutrición, el
crecimiento y desarrollo de los críos: la leche. Asimismo, al igual que todos los
otros mamíferos desarrollamos pelo en forma variable, o, además, presentamos
tres huesecillos del oído medio llamados yunque, estribo y martillo. Estas son,
entre muchas otras, características sumamente distintivas de esos animales lla-
mados mamíferos.
Ahora bien, al interior de la clase de los mamíferos, somos primates. Al igual que
otras 250 especies (más o menos) entre las que se encuentran gorilas, mandriles
o monos araña, por ejemplo, compartimos adaptaciones evolutivas como son las
de una vista “cromática” y en estricta tercera dimensión (captamos colores, volú-
21 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

menes y profundidades de campo con gran precisión). Como primates, podemos


oponer nuestro dedo pulgar al resto de los dedos (tenemos una mano prensil).
Con excepción de unas pocas especies de primates llamadas “prosimios”, no tene-
mos garras, sino uñas planas. Los primates vivimos en sociedades muy amplias y
complicadas (salvo excepciones, como los orangutanes). Tenemos cerebros pro-
porcionalmente grandes respecto del tamaño de nuestro cuerpo y presentamos
una larga dependencia infantil respecto de progenitores o grupos extendidos de
parentesco (algo llamado “altricialidad” por los biólogos). Asimismo, y, a diferen-
cia del resto de los mamíferos, los primates no son precisamente cuadrúpedos
(aunque se desplacen a cuatro patas apoyando sus manos). Eso se debe a que la
mayor parte del peso de un primate se descarga sobre los miembros posteriores.
Tal distribución de peso es inversa a la de auténticos cuadrúpedos (como perros,
vacas o caballos), animales donde más del 60% de su peso corporal descansa
sobre los cuartos delanteros, aspecto que les impide totalmente algo que sí es
accesible a prácticamente todos los primates (aunque sólo sea por instantes):
alzarse en dos patas. Cabe aquí comentar, que, desde hace unos 30 mil años, sólo
sobrevive una sola especie de primate que se desplaza permanentemente en dos
patas (dejamos la deducción al lector de cuál pudiera ser ese curioso primate).
El resto de los primates bípedos que sabemos existieron (más o menos unas 20
especies, según la paleontología humana) se han extinguido en el transcurso de
más o menos los últimos seis millones de años. Moverse en dos patas –y no es
precisamente el caso de gallinas o tiranosaurios rex– es una adaptación evolutiva
llamada bipedalismo o bipedestación.
Bípedos ápteros: animales que además son mamíferos y primates… de la espe-
cie Homo sapiens. Animales que tienen una crianza basada en la lactancia (como
cualquier cachorro); con 32 dientes (como todos los simios o monos del Viejo
Mundo). En efecto, sin embargo, tan fácil e incluso inevitable como es encontrar
innumerables afinidades con miles de especies biológicas, por otra parte, las po-
sibilidades comparativas se pueden ver dramáticamente limitadas (o incluso im-
pedidas) en determinado momento de nuestro empeño por situar la “naturaleza
humana” en el orden universal de los seres.
A través de la historia, diversos filósofos, científicos y pensadores han trata-
do de encontrar rasgos o características “esenciales” de la condición humana:
tenemos vida mental, creatividad virtualmente ilimitada y profundos estados
psíquicos, afectivos y espirituales… somos seres “sabios” (sapiens), pero también
podemos enfermarnos mentalmente de innumerables formas (o bien, dar cabida
a desafiantes comportamientos que no reconoceríamos en otros animales, como
la locura, el hedonismo, la desmesura o la estupidez).
Alcanzamos nuestra realización mediante el lenguaje y los infinitos mundos
posibles del símbolo (Homo locuens, simbolicus, respectivamente); mediante el
juego (Homo ludens)… mediante el trabajo socialmente organizado (Homo fa-
ber).
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 22

“Devuelto” al universo biológico que no sólo lo explica sino que hiciera surgir la totalidad de sus
características (por excepcionales que éstas parezcan), el hombre –re-naturalizado ya desde el Re-
nacimiento por la ciencia occidental– puede entonces, y en forma paralela, excluir de la naturaleza,
de sus procesos y estructuras, los misteriosos trasfondos humanoides en forma de fines, de planes o
designios que únicamente caracterizan (hasta donde hoy sabemos) a una pequeña parte del universo
conocido: el cerebro humano. Situar al hombre en las entrañas del mundo físico y biológico para así
ser entendido, es, en la historia de las ideas, un proceso inseparable de la “des-humanización” de la
naturaleza: no hay planes animistas en ella, más bien, las inmensas posibilidades creativas del “azar
y necesidad”, dijera el gran biólogo molecular Jacques Monod. (L’Uomo, “El Hombre”, una evocadora
visión de Leonardo sobre una transición histórica: una humanidad geometrizada; empeño racional
explicativo ante las esferas sociocultural, económica, política, intelectual, ética, estética y espiritual…
las esferas, planos y geometrías de lo humano).
23 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Un bípedo áptero que, en todas las épocas y culturas, experimenta algo tan ex-
clusivo respecto a millones de especies biológicas, actuales o extintas, como el
llanto, un estado ligado a innumerables vivencias mentales y no sólo físicas. Ani-
mal que vive los inagotables matices de la risa y la sonrisa dentro de un continuo
de tonos afectivos: desde el gozo y el placer más entrañables, hasta el dolor más
profundo; desde la ternura más sutil hasta la crueldad más obscena. Un animal
que, además del sexo y la sexualidad, ha inventado los géneros y el erotismo (y
no sólo los géneros “femenino”/”masculino”, si estamos realmente dispuestos a
considerar la diversidad de todos los pueblos de la Tierra). Somos asimismo un
primate que depende, a lo largo de toda su vida, de la creatividad y vitalidad del
juego: desde los deportes hasta el arte y sus mundos propios. Un animal en dos
patas que, además, ha inventado la danza; un primate con lenguaje simbólico
que, aparte de usarlo para efectos comunicativos de sobrevivencia e interacción
social, le sirve para engendrar inmensidades literarias y poéticas, científicas y
filosóficas. Un mamífero con pulgar oponible que, además de aplicarlo a elaborar
herramientas para adaptarse a (y adaptar los) ecosistemas, le sirve para verter
en un instante la totalidad de su vida psíquica y emocional a través de un piano,
un lienzo o una caricia. En fin, un ser biológico, animal, mamífero y primate que,
además de trabajar para vivir –al igual que castores, arañas o macacos–, trabaja
creando aprendizajes organizados lógicamente en el patrimonio del conocimiento,
potencia simbólica y cognitiva para transformar el objeto y sujeto mismos del tra-
bajo realizado. Expresiones y necesidades universales de este “bicho misterioso”,
de este bípedo áptero: ecce Homo.
Por encima de cualquier otra facultad, la sorprendente capacidad humana
de flexibilizar y adaptar los comportamientos a partir de interpretar la vertigino-
sa complejidad de los entornos (y así poder adoptar las conductas y medidas más
exitosas), sólo puede tener un nombre: inteligencia. Comenta en esta tónica el
antropólogo español Eloy Gómez Pellón: “Es plausible pensar, y así se ha sosteni-
do en numerosas ocasiones… que la facilidad de la mente humana para inventar
y descubrir, o si se prefiere, la inteligencia humana, pudiera ser consecuencia de
la vida en sociedad, y más concretamente en el seno de los grupos estables, en
los que el compromiso y el sacrificio de sus miembros suponen una exigencia
constante de superación por parte de los individuos, que van entregando a los
demás sus propias conquistas” (2005, p. 149). Quedamos pues ante expresiones
elocuentes del “techo” de la inteligencia biológica, principal recurso (e impera-
tivo) de la existencia humana, es decir, nuestra creatividad, nuestra conciencia y
albedrío, de frente al mundo.
Probablemente una de las mayores enseñanzas de la reflexión científica sobre
la evolución humana sea una evidencia como la siguiente: que la singularidad de
la especie llamada Homo sapiens dentro de la naturaleza sólo puede ser producto
de la especie misma, vía el trabajo, el pensamiento… la cultura, diría el gran an-
tropologo francés recientemente desaparecido Claude Lévi-Strauss:
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 24

¿Dónde termina la naturaleza? ¿Dónde comienza la cultura? Pueden conce-


birse varias maneras de responder a esta doble pregunta […] La cultura no
está ni simplemente yuxtapuesta ni simplemente superpuesta a la vida. En
un sentido la sustituye; en otro, la utiliza y la transforma para realizar una
síntesis de un nuevo orden. (1985, p. 36)

Efectivamente: desde la base material de fósiles descubiertos por paleontólogos


de campo, hasta la facultad explicativa que aportan diversas teorías –desde el
origen y evolución de la vida, hasta el cambio de las sociedades humanas–, nos
revelan una realidad fundamental: la evolución humana (sí, la evolución peculiar
de una especie peculiar) ha sido un proceso de cambio que se alimenta de sus
propios desarrollos. Más que en ninguna otra especie, los productos o efectos de
nuestra evolución han “retroalimentado” a sus propias causas; ello en un sentido
permanente, radical así como vigente. Creando sus condiciones de vida, nuestra
especie –y las de nuestros ancestros ahora extintos– se ha creado a sí misma;
replanteando las leyes de la naturaleza, replanteando las leyes de la evolución.
Pero, ¿cuáles son los fundamentos científicos de tales ideas sobre nosotros y
nuestra evolución? Cabe, aquí, una advertencia.
La existencia social de las ideas científicas (por grandes que éstas sean) entraña
cierto riesgo permanente: la traición a los fundamentos de su rigor teórico –tan
costoso al pensamiento humano– a través de versiones triviales o erróneamente
simplificadas; clichés o lugares comunes que han dado paso a detritos concep-
tuales como la noción de “eslabón perdido”, “el hombre desciende del mono”, “la
evolución es sólo una teoría”, y otras vulgarizaciones tan machaconamente oídas
aquí y allá.
Gravitación, Dialéctica, Relatividad, Evolución, entre otras, son visiones cien-
tíficas que han enriquecido la inteligencia (o sea, la capacidad de entender) de
la especie humana acerca del tiempo, el espacio, la materia, la energía, la vida,
la mente… la condición humana misma. Así, devueltos nosotros al corazón de la
naturaleza y la vida para lograr comprendernos mejor, nos mueve a recordar la
frase contundente del genetista norteamericano Theodosius Dobzhansky: nada
en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución.
¿Qué es, pues, la Evolución? La evolución es un atributo esencial de la realidad
viviente universal y, al mismo tiempo, una invaluable comprensión científica, una
teoría para arrojar luz sobre ese universo asombroso que es la Vida: “…infundida
originalmente [escribía hace exactamente siglo y medio Charles Robert Darwin
en las últimas líneas de El Origen de las Especies] en unas pocas formas o en una
sola, y que mientras este planeta andaba rodando de acuerdo con la ley fija de la
gravedad, de tan simple principio se desprendieron y evolucionan aún infinitas
formas bellísimas y maravillosas”.
25 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

El famoso “Niño de Taung”: ejemplar infantil de la especie Australopithecus africanus, descubierto


por el profesor Raymond Dart en 1924 en Sudáfrica; hallazgo fundacional en los estudios de nues-
tra evolución.
26

2. El pensamiento
evolucionista
Sus ideas, sus representantes
y su significado

Al considerar el origen de las especies, es completamente


lógico que un naturalista, reflexionando sobre las afini-
dades mutuas de los seres orgánicos, sobre sus relaciones
embriológicas, su distribución geográfica y sucesión geo-
lógica, pueda llegar a la conclusión de que las especies
no han sido independientemente creadas, sino que han
descendido como las variedades de otras especies.

Charles R. Darwin
El Origen de las Especies
27 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
28

1. La idea de evolución en la historia

E xisten ideas fundamentales en el contexto de ciencias particulares, pero


pocas de ellas trascienden a las disciplinas donde fueron concebidas y se
constituyen en ideas que forman parte de la cosmovisión de los diferen-
tes grupos humanos, ese es el caso del evolucionismo, que con Charles Darwin
tomó carta de identidad y se popularizó como una de las teorías científicas más
importantes de la biología y la antropología, pero que claramente es una idea que
ha acompañado la historia de Occidente desde al menos dos siglo atrás.
Se dice que el evolucionismo, las ideas de cambio y de progreso fueron cen-
trales como motor de movilidad social durante los siglos XIX y XX y en muchos
sentidos hoy siguen siéndolo (Bury, J., 1971; Nisbet, R, 1991).
Las ideas sobre el cambio evolucionista tuvieron que ir en contra de ideas
fijistas del mundo, ideas que aceptaban que el mundo había sido creado y no
podría transformarse. De este modo, las especies eran estables, pero también las
sociedades humanas, la cultura y cualquier manifestación humana, entre ellas
por supuesto, también el orden social, lo cual era una idea útil para los sectores
sociales a los que no convenía la posibilidad de transformación social, pues con
ello podrían perder sus privilegios.
Así pues, una cosa era el nacimiento de una teoría que desde la biología im-
pactaría con su capacidad de explicar el mundo natural a otras ciencias y otra las
ideas de cambio que formaron parte de la cosmovisión de Occidente a lo largo de
su historia (Ruse, M. 1979, 1983, 1985).
En el contexto de la ciencia, vale la pena preguntarse ¿Cuál es la importancia
del pensamiento evolucionista? ¿Por qué a 200 años del nacimiento de Char-
les Darwin se realizan tantos homenajes en todo el mundo? ¿Cuáles fueron los
aportes del pensamiento darwinista a otras disciplinas científicas? ¿Por qué se
habla de una revolución darwiniana? ¿Es vigente el pensamiento darwinista?
¿Fue Darwin el fundador de evolucionismo o hubo antecedentes? ¿Cuáles son los
aportes del darwinismo para entender al ser humano? ¿Cuáles son las polémicas
contemporáneas del pensamiento evolucionista? ¿Qué dijo Darwin sobre el ser
humano y qué fue lo que no dijo? ¿Qué sentido tiene pensar evolutivamente el
mundo?
Al final, el ser humano es el resultado de un largo proceso evolutivo, lo que
nos diga la ciencia sobre nuestro origen y evolución, seguramente permitirá en-
tendernos mejor como especie y sobre nuestro lugar en el mundo. No se trata
sólo de narraciones sobre viajeros que descubrieron mundos diferentes a los co-
nocidos, se trata de nosotros y en ese sentido el pensamiento evolucionista nos
incumbe, de ahí su importancia.
En las siguientes páginas se presentará la historia del pensamiento evolucio-
nista, resaltando el papel que algunos naturalistas tuvieron en la historia de la
29 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

consolidación del evolucionismo como una de las teorías más importantes de la


historia de la humanidad. Advertimos que no están todos, pero sin duda sí los
más representativos. En todos los casos se mencionará la posición que tuvo cada
uno de ellos respecto de cual es el lugar del hombre en la naturaleza.

2. Historia del evolucionismo


Hay quien opina que en el mundo clásico podemos encontrar el origen de casi
cualquier teoría científica del mundo. Parece que si uno rasca un poco siempre
encontrará a un griego al que podamos designar como el antecedente de una
teoría moderna. Resulta sin embargo un error hacerlo, aunque algunas ideas
básicas, en este caso del evolucionismo sí fueron mencionadas por los griegos
clásicos, aunque sería injusto y sobre todo equivocado ver en ellas el origen del
evolucionismo moderno (Templado, J. 1974).
El mundo griego concebía a la realidad como cambiante, “todo cambia” era la
premisa y todo está en constante transformación. Ello es parte de el fundamento
filosófico necesario para entender y explicar cómo cambia el mundo natural y el
mundo social humano. Una visión transformista de la realidad sería necesaria
para que surgiera una teoría científica de la evolución, aunque no fue el único
requisito como veremos (Lovejoy, A. O. 1983).

3. El tiempo
En las sociedades el tiempo es un factor importantísimo para organizar la vida
privada, la vida colectiva y la productividad.
El tiempo no sólo es el escenario donde se llevan a cabo las actividades de las
sociedades, la concepción que te tenga de él redundará en una visión sobre el
contenido de los actos humanos, pero también de la antigüedad del mundo y de
la estructura de la historia (Marion, M. 1994).
Las sociedades tradicionales han construido una visión del tiempo a la que se le
ha dado en llamar la noción del tiempo cíclico. Si el tiempo se repite, las acciones
humanas también, así como la historia. La noción del tiempo como un ciclo se
deriva de la observación del mundo natural, a los días les suceden las noches, las
estaciones climáticas aparecen una detrás de la otra, primavera, verano, otoño e
invierno, y una vez más, el eterno mundo de las repeticiones. Se dice que existen
ciclos naturales, como el día y la noche, como los ciclos de siembra y de cosecha,
como las fases de la luna, como los ciclos menstruales. De ahí a suponer que las
cosas del mundo se repiten y de que al tiempo en cíclico, así como la historia hay
un paso muy pequeño (González, L. 1988).
Uno de los aportes más importantes del pensamiento judeocristiano a Occiden-
te fue la noción del tiempo lineal o la famosa flecha del tiempo, una noción del
tiempo donde unos eventos se suceden a otros como en el ciclo, pero evitando
El pensamiento evolucionista 30

la eterna repetición. Hay un inicio y un final de la historia y una serie de etapas


por las que han de pasar las sociedades humanas en su eterna transformación
(Gould, S. J. 1992).
Con la flecha del tiempo surge también la noción de la necesidad histórica, si el
tiempo es como una flecha y es entonces continua y tiene una dirección, entonces
las sociedades humanas han de pasar por una serie obligada de etapas de desa-
rrollo social. Así fue que surgió el tradicional esquema de cambio social que pa-
saba de una serie de etapas de barbarie y salvajismo a otras como el comunismo
primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo moderno,
característico de la visión marxista de la historia.
El surgimiento de la flecha del tiempo derivó en el planteamiento de preguntas
sobre si la historia era un proceso unilineal o multilineal (Bartra, R. 1975).
Por otro lado, hubo de surgir lo que se ha dado en llamar una noción del tiempo
profundo, proveniente de la geología y que permitía que la visión del tiempo re-
querido por el evolucionismo para poder operar. El célebre Obispo Usher postuló
que el mundo había sido creado hacía 4004 años. Una magnitud de tiempo mu-
cho mayor era necesaria para que los mecanismos que posteriormente propon-
dría Darwin pudieran operar y generar toda la diversidad que podemos observar
en el mundo (Gould, S. J. op. cit.).
Así, en el evolucionismo moderno, el tiempo no es sólo el escenario donde
se desarrolla la acción de las transformaciones del mundo, la noción del tiempo
profundo, y el surgimiento de la flecha del tiempo, marcaron definitivamente una
cierta concepción de las magnitudes del tiempo necesarias para que la evolución
pudiera suceder, pero también involucraron visiones particulares de los meca-
nismos de la evolución y de la historia (Prigogine, I. e I Stengers, 1990).

4. La reproducción
Contra lo que pudiera parecer, el término de evolución no fue utilizado por
Darwin en la primera edición de El origen de las especies, curiosamente tampoco
fue utilizado por sus contemporáneos inmediatos, ni por los naturalistas que les
antecedieron. Prefirieron utilizar términos como transformismo, trasmutación, o
simplemente cambio (Gould, S. J. 1985).
Ello, que es en apariencia una paradoja, se explica porque cuando surgió la
teoría darvinista, y aun antes, el término de evolución tenía una connotación in-
cluso contradictoria con el que finalmente le daría Darwin y que es el que hoy to-
dos reconocemos. Durante buena parte del siglo XIX y durante casi todo el XVIII
la palabra “Evolución” se asociaba a una teoría de la reproducción denominada
preformacionismo. Se creía que los organismos se reproducían y generaban des-
cendientes parecidos a sí mismos, porque en los espermatozoides o en los óvulos
existían pequeños seres perfectamente formados sólo que en un tamaño muy
pequeño, de tal forma que cuando se daba la reproducción, estos pequeños seres
31 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

u homúnculos no harían más que crecer, desenvolverse, “evolucionar”. Ello era


contradictorio, porque si la evolución permitía entender cómo los organismos
se adaptaban a su medio ambiente y ello derivaba en el surgimiento de la diver-
sidad, en la teoría preformista, los individuos tenían ya dentro de sí a pequeños
seres que contenían a su vez a otros más pequeños y así sucesivamente hasta el
final de los tiempos. Incluso la polémica se presentaba entre aquellos que creían
que el sujeto preformado se encontraba en los espermatozoides (espermatistas)
o aquellos que afirmaban que era en los óvulos (ovistas).
La idea de que lo semejante engendra a lo semejante y que hoy nos parece
obvia, no siempre fue entendida así y no resultaba tan obvia. Por ello era común
la creencia en la existencia de organismos monstruosos producto de la unión an-
tinatural de organismos diversos: un perro que se cruzaba con una vaca y podía
generar un híbrido entre las dos especies. La mitología popular europea de los
siglos XVI, XVII y XVIII está plagada de narraciones semejantes.
Se ha afirmado que en el imaginario popular, antes del siglo XVII los organis-
mos no se reproducían, eran engendrados, y las leyes del engendramiento nada
tenían que ver con las leyes de la reproducción (Jacob, F. 1986).
Así pues, no se trataba sólo de una creencia popular, los naturalistas no habían
desarrollado una teoría que permitiera entender por qué los organismos gene-
raban descendencia parecida a sí mismos. Autores del siglo XVII, como Ambroise
Paré, en su célebre tratado sobre los monstruos y los prodigios, afirmaba que
éstos eran el resultado de la calidad, estado y cantidad del semen, pues si éste
estaba podrido, podía generar seres monstruosos, si su cantidad era en exceso,
se podrían generar miembros supernumerarios, si faltaba podrían surgir orga-
nismos con carencias en sus órganos. Esto, que podría resultar ridículo a los ojos
de un contemporáneo, fue uno de los primeros esfuerzos por entender natural-
mente el problema de la reproducción. Al mismo tiempo, Paré afirma que los
monstruos podrían surgir por la maldad del demonio o la picaresca de los men-
digos itinerantes que iban de pueblo en pueblo simulando ser anómalos para
conseguir ayuda de los inocentes transeúntes (Paré, A. 1995).
En este contexto fue que surgió la teoría preformista que luego habría de
enfrentarse a la teoría epigenética que afirmaba que los organismos deberían
pasar por una serie de fases de desarrollo que no estaban determinadas desde el
principio de los tiempos, como sí ocurría con el preformismo. El epigenetismo
finalmente triunfaría, y con él, surgió una teoría de la reproducción que permitía
entender que las fases de desarrollo de los organismos, podrían afectar el resul-
tado en la formación de la descendencia. Eso, como veremos más adelante fue
un factor indispensable para que el término de evolución adoptara finalmente el
significado que ahora conocemos.

5. La sistemática biológica
Una de las condiciones que permitieron el surgimiento del evolucionismo moder-
El pensamiento evolucionista 32

no, aunque también podríamos afirmar lo mismo para entender el surgimiento


de la biología, fue el desarrollo de la sistemática biológica, es decir, debió surgir
un sistema de clasificación ordenado, sistemático de la diversidad de los organis-
mos, para que el evolucionismo pudiera explicar el surgimiento y desarrollo de
la diversidad de la vida (Llorente, J. 1989).
Ello ocurrió durante el siglo XVIII, particularmente asociado a los aportes de
Carl Von Linne, o Lineo en su denominada Taxonomía binominal.
Durante el siglo XVIII se afirma en el contexto de lo que se ha dado en llamar
La Historia natural y que no es más que una fase de desarrollo en la historia de la
biología. Se concibe que la naturaleza era como un libro, un libro que debíamos
intentar leer, pero que para hacerlo haría falta entender el lenguaje en el que
estaba escrito. Aunque algunos pensaron que ese lenguaje era el lenguaje de las
matemáticas, otros se dieron cuenta que lo primero que se hacía necesario para
poder leer el libro de la naturaleza era intentar encontrar en ella un orden. La na-
turaleza se mostraba a los naturalistas como un todo caótico en su superficie y se
asumió que debería existir en la naturaleza una especie de estructura profunda
de la vida que al ser descubierta, permitiera ordenarla, describirla y clasificarla.
Ello demandaba la búsqueda de semejanzas y diferencias en el mundo, el encon-
trar regularidades para dilucidar ese orden que no se mostraba fácilmente a los
ojos de los seres humanos. Si ese orden se encontraba en la naturaleza, podría-
mos entonces pensarlo como el orden natural del mundo (Jacob, F. op. cit.).

Carl Von Linne


33 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Por ello, todos los sistemas de clasificación de los organismos buscaban reflejar
ese orden natural y constituir al método utilizado en un método natural de cla-
sificación basado en la búsqueda de semejanzas y diferencias que permitieran,
de acuerdo al naciente método comparativo, agrupar a organismos que compar-
tieran características. En ello, la valoración del significado de las semejanzas y
diferencias fue fundamental y aun más para el naciente evolucionismo que vio
en cierto tipo de semejanzas, la prueba de un pasado evolutivo compartido entre
los organismos parecidos.
De esta forma, aunque Linneo no fuera expresamente un evolucionista, su
sistema de clasificación sentó las bases para pensar la variabilidad de los orga-
nismos como el resultado de largos procesos de evolución de la vida y no sólo
caprichos de una naturaleza caótica y desordenada.
Por otro lado, el sistema de clasificación lineado era heredero de una vieja tra-
dición proveniente originalmente del mundo griego, pero que durante los siglos
XVI y XVII se constituyó en uno de los primeros modelos naturalistas de clasifi-
cación de la diversidad orgánica: la Gran cadena del ser, también conocida como
la Gran escala de los seres. Se trataba de un modelo de clasificación que partía
de tres principios griegos: el principio de plenitud o completad: el mundo está
formado por todos los seres posibles, el mundo está completo, no tiene huecos,
nada que tenga huecos puede ser perfecto y ello se tradujo en el famoso aforismo
leibnitziano: “natura non facit saltum” la naturaleza no da saltos. Los otros dos
principios eran el de la continuidad. Entre dos seres posibles, dado que el mundo
está completo, se podrá siempre encontrar un tercer organismo, así al compa-
rar los límites de dos organismos parecidos, estos siempre se sobrepondrán. Por
último encontramos el principio de la gradación: dado que el mundo está com-
pleto, y que los límites de los organismos adyacentes se sobreponen, entonces la
transición de un organismo a otro ocurrirá de manera gradual (Lovejoy op. cit.).
Estos tres principios que fueron fundamentales para el sistema lineano de
clasificación, serían un referente fundamental del pensamiento evolucionista en
general y singularmente del darwinismo algún tiempo después.
Pasemos ahora a hacer un breve resumen de los principales evolucionistas, ini-
ciando con Buffon, continuando con Cuvier, siguiendo con Lamarck, para llegar
finalmente a Charles Darwin.

6. Georges Louis Le Clerc “Conde de Buffon” (1707-1778)


Buffon es sin duda uno de los naturalistas más importantes para entender la his-
toria del pensamiento evolucionista, pero también pata entender el origen de la
antropología. Nacido en Francia, se dedicó al estudio de la naturaleza, obtenien-
do sus mayores logros en el área de la botánica. Fue miembro de la Academia
francesa a los 27 años y guardián de los Jardines del Rey.
El pensamiento evolucionista 34
35 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Georges Louis Leclerc conde de Buffon

Fue uno de los más fervientes defensores del modelo de la Gran escala de los
seres, de tal forma que ordenó la diversidad de los organismos a partir no de
criterios anatómicos, sino funcionales.
En su monumental “Historia natural”, el naturalista francés escribe más de 40
libros sobre el mundo natural, pero dedica un par de volúmenes fundamentales
para entender a los primates y al ser humano. Los libros cuarto y quinto están
dedicados a ambos temas.
Si bien Buffon puede a veces ser un campeón del fijismo, en otras establece las
bases del pensamiento evolutivo, aunque explícitamente afirmó que el cambio
(transformismo) está limitado al interior de las especies.
El pensamiento evolucionista 36

Buffon cree que la reproducción de los organismos está basada en una especie
de molde interno que posibilita que los descendientes se parezcan a sus proge-
nitores. Aunque en un sentido abreva del pensamiento preformista, su posición
será importante para establecer una teoría de la reproducción de gran importan-
cia para el pensamiento evolucionista en general.
Buffon piensa que la evolución puede ocurrir, pero probablemente muy influi-
do por la teorías creacionistas, asume que cualquier modificación del prototipo
de creación, debería resultar en una pérdida de la perfección original con la que
los organismos fueron originalmente creados. Así que la visión evolucionista de
Buffon, está caracterizada por una visión degenerativa de la misma. Esta posi-
ción tendría fundamental importancia en la interpretación sobre las diferencias
de los europeos respecto de los americanos, particularmente a través de la polé-
mica entre uno de sus pupilos más importantes, Cornelius de Paw que establece-
ría con Francisco Javier Clavijero una de las polémicas más importantes para la
historia de la antropología americana. Se trataba de la polémica sobre el origen
del hombre americano y sobre sus diferencias con los europeos (Gerbi, A. 1982)
Buffon pensaba que el clima americano era tal, que provocaba la podredumbre
de la materia orgánica y la generación de plagas. Por ello, en el sur del continente
americano la flora y fauna eran desmesuradas. No era más que el reflejo de una
naturaleza desordenada donde los organismos estaban fuera de toda ley de la
vida, incluidos los aborígenes americanos. Por ese tipo de reflexiones y sobre
todo por haber incluido al ser humano dentro de sus preocupaciones, Buffon ha
sido considerado el padre de la antropología.
De Paw establecería una polémica con Francisco Javier Clavijero, donde desarro-
llaría la tesis de que los americanos son inferiores respecto de los europeos por
ser entre otras cosas, lampiños, pequeños, dependientes, sin deseo sexual, en re-
sumen infantiles o degenerados respecto de algún prototipo de creación. En ese
esquema, los americanos eran vistos necesariamente como inferiores respecto
de los europeos.

7. Georges Cuvier (1769-1832)


Naturalista nacido en Francia, fue uno de los iniciadores de la anatomía compa-
rada y gran promotor de la paleontología. Fue el primero en clasificar al reino
animal basándose sólo en caracteres anatómicos y no fisiológicos como habían
hecho la mayoría de sus antecesores.
Cuvier fue sin duda uno de los científicos más importantes de su tiempo y contó
con amplio impacto entre sus contemporáneos.
Fue autor de varias teorías fundamentales para su tiempo. Entre otras cosas,
Cuvier es el padre de la paleontología moderna. Estableció la llamada Ley de la
correlación, donde afirmaba que, los organismos presentan una muy clara co-
rrelación entre la forma y la función: de la forma puede inferirse la función, así
que aquellos organismos que presentan una estructura determinada puede ésta
37 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

correlacionarse con una función específica y por ello con otros rasgos morfoló-
gicos asociados a tal función. Este principio resultaría de gran importancia en la
interpretación del registro fósil y en la naciente anatomía comparada (Llorente,
J. op. cit.).
Por otro lado, Cuvier fue el autor de la Teoría de las catástrofes, donde afir-
maría que el mundo había sido creado y destruido sucesivamente, de tal forma
que la existencia de fósiles y la distribución espacial y temporal de la vida pre-
sentaría una correlación con su destrucción y nueva creación. Ello en sí mismo
no avalaba ninguna teoría evolucionista, pero sin duda justificaba los patrones
biogeográficos de distribución de la vida en el planeta, que en otras posiciones
era prueba de la creación divina y en particular del diluvio bíblico. Fue así uno de
los primeros naturalistas en avalar esquemas de cambio discontinuistas, hecho
de gran importancia de acuerdo a las polémicas contemporáneas que se expon-
drán más adelante.

Georges Cuvier
El pensamiento evolucionista 38

También, Cuvier sería célebre por suponer que la inteligencia tenía una alta co-
rrelación con el volumen del cerebro, cosa que no siendo idea original suya, fue
una de las ideas más profundamente arraigadas en la ciencia occidental y que
marcarían uno de los enfoques de la antropología. Hoy sabemos que tal posición
está parcialmente equivocada.

8. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)


Muchas veces la historia parece ser injusta con algunos de sus personajes. Ese
es el caso de Lamarck. En la gran mayoría de libros abocados al estudio de la
historia del pensamiento evolucionista, Lamarck aparece inmediatamente antes
de Darwin como una especie de contrapunto donde parece que, mientras Darwin
tuvo éxito y nació en el seno de la burguesía inglesa, él parece ser recordado
como una especie de personaje fallido no sólo en términos del antecedente del
evolucionismo, sino incluso personalmente.
Veremos que la realidad no fue tan maniquea en ese sentido y que incluso para
Darwin, constituyó un importante antecedente que incluso fue citado por él en
reiteradas ocasiones (Gould, S. J. 2004).

Jean-Baptiste Lamarck
39 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Lamarck, nacido también en Francia, fue el primero en acuñar el término Biolo-


gía para referirse al estudio de los seres animados, fue además el fundador de la
paleontología de los invertebrados, y en sentido estricto, es el primer autor de
una teoría de la evolución de la vida.
En su obra: Filosofía zoológica, publicada en 1809, Lamarck desarrolló el nú-
cleo de su teoría.
En un mundo donde se pensaba que la realidad era inmutable, Lamarck pro-
puso lo contrario, para él, el mundo estaba en constante transformación y ésta se
debía a una serie de mecanismos que generaban la diversidad de la vida. Su pro-
puesta central se caracteriza por el enunciado de tres principios fundamentales:

1.- Principio de que la necesidad crea a los órganos.


2.- Principio de uso y desuso de los órganos.
3.- Ley de la transmisión de los caracteres adquiridos.

Para Lamarck, los órganos y las estructuras que conforman a los individuos sur-
gen en respuesta inmediata a las necesidades de los mismos y de acuerdo a los
requerimientos derivados de las características del medio. De esta forma, el cam-
bio será siempre direccional y se dará en correspondencia con el entorno.
Una vez surgidos dichos órganos, se desarrollarán hasta aumentar tu tama-
ño y complejidad, o reducirán su tamaño hasta desaparecer o hipertrofiarse de
acuerdo a su grado de utilización. Si un órgano de utiliza frecuentemente, se de-
sarrollará y se volverá más complejo, si no es así podrá desaparecer. Es célebre el
ejemplo lamarckiano del cuello de las jirafas donde es la necesidad de alcanzar la
comida que se encuentra en las partes altas de los árboles y el constante esfuerzo
por comer, lo que llevó a las jirafas a desarrollar tal rasgo anatómico.
Por último, aquellas estructuras que surgieron por la necesidad de los organis-
mos y que luego pudieron volverse más complejos, se heredarán a las siguientes
generaciones, con lo cual, la noción de evolución en Lamarck era de corte clara-
mente progresivo.
Ninguno de los tres principios mencionados tienen actualmente un respaldo
empírico que de algún tipo de respaldo por parte de los modernos biólogos evo-
lucionistas, sin embargo, en su momento, Lamarck gozó de cierto prestigio y en
términos de la historia del pensamiento evolucionista fue el primero en propo-
ner una serie de mecanismos, de corte natural para entender a la evolución.
En otro contexto, para el ámbito de lo social, se habla de una herencia lamarc-
kiana, pues aquello que sabemos que no opera para el mundo de los seres orgá-
nicos, puede operar y de hecho lo hace en el mundo de las sociedades humanas.
Más allá de lo que a la luz de los conocimientos contemporáneos podamos
decir de los errores de las teorías lamarckianas, en su momento, la búsqueda de
explicaciones materialistas para la evolución de la vida, así como el intento de
entender a la evolución como el resultado de procesos de interacción de los orga-
El pensamiento evolucionista 40

nismos con su entorno, o incluso su posición sobre la importancia del comporta-


miento y de los hábitos como causantes de variabilidad, resaltan la importancia
de su obra y su impacto en la obra de sus sucesores.
Como se mencionó anteriormente, la mayor parte de la obra de Lamarck fue
presentada en su más célebre trabajo: La filosofía zoológica, publicada en 1809,
año en que curiosamente vería la luz un pequeño que revolucionaría a la biología
e impactaría a muchas otras ciencias, nos referimos a Charles Darwin.

9. Charles R. Darwin (1809-1882)


La obra de Charles Darwin es sin duda uno de los iconos más famosos en la his-
toria de la ciencia. Todo mundo ha escuchado hablar de él, aunque hay que decir
que sobre su obra y sobre sus ideas en general pesan una serie de preconcepcio-
nes que hacen que existan muchos errores sobre lo que dijo o no dijo el natura-
lista inglés.
Nieto del célebre Erasmo Darwin, Darwin probó fortuna durante su educación
formal en medicina, la que abandono por no tolerar el sufrimiento ajeno y pos-
teriormente en la Teología, misma que también abandonaría. En cambio, parecía
mostrar gran interés por la naturaleza.
En 1831 fue invitado a un viaje a bordo del barco Beagle, hecho que transfor-
maría su vida y nuestros conocimientos sobre la naturaleza. Así pues, se embar-
caría durante 5 años en los que viajó alrededor del mundo. Inicialmente como
compañía del capitán del Beagle, Fitzroy, y luego como naturalista del mismo.

Charles R. Darwin
41 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Lo que durante el viaje presenciaría, sus lecturas, sus amistades con científicos
de la talla de Charles Lyell, padre de la geología moderna, Hooker, Henslow, etc,
llevaría a Darwin, más de 20 años más tarde de su regreso del Beagle en 1836 a
escribir una de las ideas más revolucionarias de la ciencia moderna, la teoría de
la evolución.
Aunque fue autor de múltiples artículos publicados en diversas revistas y de al-
rededor de 17 libros, tres resaltan por su importancia para la biología, pero tam-
bién para las ciencias del hombre: El origen de las especies, publicado en 1859, El
Origen del hombre, publicado en 1871 y por último, La expresión de las emociones
en los animales y en el hombre, publicado en 1873.
Poco tiempo después de su regreso por más de 5 años en el Beagle, Darwin se
dedicó a múltiples investigaciones, además que contrajo matrimonio con Emma
Wedgwood con quién formaría una amplia familia.
Las influencias de Darwin fueron sin duda múltiples: por un lado su pasión
como naturalista y su interés por documentar con evidencias todo aquello que le
rodeaba, pero también los libros de autores como Malthus, Lyell, o Humboldt.
Del primero aprendió la importancia de la dinámica de crecimiento poblacional
y las nociones de competencia inter e intraespecífica, de Lyell, aprendería entre
otras cosas, la noción de tiempo profundo, del tercero su interés plural por la
diversidad natural y la humana, así como su gusto por la cartografía.
Así pues, sus lecturas, su relación con grandes científicos de la época, y su ex-
periencia de 5 años a bordo de Beagle, conformaron el caldo de cultivo del que
nacería una de las teorías más importantes de la biología y de muchas otras dis-
ciplinas científicas.
Se dice que a partir del surgimiento del Darwinismo, el lugar del hombre en
la naturaleza se vuelve más humilde, pues el darwinismo asumía el origen de los
seres humanos desde explicaciones completamente naturales, así, el entender
a la naturaleza, implicaba en muchos sentidos entendernos a nosotros mismos.
Veamos entonces los principales aportes de la obra de Charles Darwin.
Hay quien opina que una de las características más importantes del pensa-
miento darwinista es su notable simplicidad, lo cual no le da un menor valor, más
bien al contrario. En ciencia, poder enunciar de modo simple los principios que
explican un determinado fenómeno es una virtud que se conoce como el princi-
pio de parsimonia.
Así pues, para Darwin, la evolución es un proceso que genera descendencia
modificada, debido a que en la lucha por la existencia, gana aquel que está mejor
adaptado al medio ambiente donde le tocó vivir. Aclaramos de inicio que el tér-
mino “lucha” es metafórico, pues en realidad sólo en determinadas situaciones
los organismos luchan entre sí en combates físicos, en realidad un término más
adecuado sería en vez de lucha, la idea de que los organismos recurren a diversas
estrategias de tipo, comportamental, de alianzas sociales, etc. Para sobreponerse
a su medio. Un enunciado tan aparentemente sencillo ha de desglosarse: Darwin
El pensamiento evolucionista 42

se dio cuenta a partir de su propia experiencia de campo, pero también de la


lectura de Malthus, quién decía que las poblaciones tienden a crecer exponen-
cialmente mientras los alimentos sólo lo hacen aritméticamente, que las pobla-
ciones en realidad tienden a mantenerse estables en cuanto a su número, que
normalmente se producen más descendientes de los que efectivamente llegan a
edades adultas y son capaces de reproducirse. Ello lo llevó a preguntarse cuáles
son las causas que determinan que unos organismos sobrevivan y se reproduz-
can y otros no.
Por otro lado, se dio cuenta que en la naturaleza, en la medida que escasean los
recursos, los organismos pueden competir por ellos, y por recursos entendemos,
el alimento, el espacio, los sitios de descanso, el acceso a parejas reproductivas, la
prioridad de acceso a la exploración de espacios y objetos novedosos, etc. Así. La
noción de competencia debía jugar un papel central en quiénes eran capaces de
imponerse a las condiciones del entorno. Notó además que los organismos pue-
den competir entre ellos, o al interior de sus poblaciones, es decir, que existen
diferentes tipos de competencia, la interespecífica y la intraespecífica. Darwin
se dio cuenta de que aunque la competencia interespecífica pueda en ocasiones
ser muy ostentosa, como en el caso de un carnívoro cazando, la competencia in-
traespecífica era de mucha mayor intensidad, pues normalmente los individuos
de una misma especie tienen los mismos requerimientos y compiten por los mis-
mos recursos.
Así pues, las estrategias con las cuales compiten los organismos pueden ser
variadas y muy sutiles en la mayoría de los casos. Cuando un organismo es capaz
de sobrevivir y mostrar una relación estable con su medio ambiente y sus con-
géneres, se afirma que está adaptado. En su caso, tendrá más posibilidades de
reproducirse que aquellos con menores niveles de adaptación y por ello podrá
heredar a sus descendientes parte de los atributos que le permitieron sobrevivir.
Al mecanismo que en función de los niveles de adaptación permite la sobreviven-
cia y reproducción diferencial, Darwin le llamó la Selección Natural y constituyó
el centro de su teoría.
Así, recurriendo al ejemplo mencionado de las jirafas de Lamarck, para Darwin,
los largos cuellos no son el resultado del esfuerzo por estirarlo para obtener el
alimento y por su utilización intensa y prolongada, sino de una población donde
originalmente encontramos sujetos con cuellos más largos y otros más cortos,
es decir, encontramos una población con gran variabilidad (esta última es una
categoría central del discurso darwiniano), donde en un proceso de competencia
por recursos, algunos organismos que tienen mejores características en deter-
minados entornos, en este caso, largos cuellos, son capaces de sobrevivir y tener
más descendientes que se les parecen.
Para Darwin, además el proceso evolutivo es un lento transcurrir, donde poco a
poco se van modificando los organismos como resultado de diversos procesos de
adaptación al entorno, y aunque no conocía las bases materiales de la herencia,
43 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

sí fue capaz de reconocer que espontáneamente en las poblaciones surgen inno-


vaciones que sirven de materia prima a la selección natural.
De ésta forma, el proceso evolutivo es un proceso donde primero surge va-
riabilidad y luego parte de ésta permanece y parte es eliminada por la selección
natural.
Darwin también identificó a la selección sexual, como una fuerza evolutiva res-
ponsable del dimorfismo sexual que caracteriza a muchas especies y el proceso
es similar al de la selección natural, en este caso, se enfatiza el hecho de que en
muchas especies se manifiesta una intensa lucha entre los individuos de un sexo
por el acceso reproductivo. Al final, los individuos elegidos como parejas repro-
ductivas tendrán más descendencia que los otros y como ocurre con la selección
natural, heredaran los atributos que les representaron éxito reproductivo, gene-
rándose así el mencionado dimorfismo sexual. En sentido estricto, la selección
sexual sería una variante de la selección natural, pues ambas producen sobrevi-
vencia y reproducción diferencial.
Darwin llegaría a sus conclusiones y a la conformación de su teoría más de 20
años después de su regreso de su viaje en el Beagle. En 1858 recibió una carta
de Alfred Russel Wallace en la que mencionaba haber descubierto las leyes de la
evolución biológica.

Alfred Rusell Wallace


El pensamiento evolucionista 44

Le enviaba la carta para saber su opinión. Darwin se alarmó, pues la similitud


entre ambas teorías era casi total. Así, tuvo que abreviar la versión que estaba
elaborando y en noviembre de 1859, vería la luz El Origen de las Especies, proba-
blemente su obra más célebre.
Uno de los puntos en los que difería con la propuesta de Wallace se centraba
en el origen del ser humano y particularmente de la conciencia. Mientras Darwin
opinaba que tales temas eran abordables desde su teoría, Wallace que al parecer
tenía inclinaciones hacia el espiritismo y suponía que el ser humano, en un sen-
tido escapaba a las leyes naturales.
Darwin sin embargo iría más allá en su posición evolucionista, incluyendo
al ser humano dentro de su modelo evolutivo. En 1871 publicó El Origen del
Hombre y en 1973 La Expresión de las Emociones en los Animales y en el Hombre.
En los dos volúmenes Darwin dejaría clara su posición respecto del lugar del
hombre en la naturaleza. Mientras que en El Origen del Hombre, se ocuparía no
sólo del origen y la evolución humana, sino que exploraría temas como el origen
del lenguaje, la estructura social, la cultura, las creencias religiosas, etc., todo ello
desde una posición evolucionista, en La expresión de las emociones en el hombre
y en los animales se ocuparía del comportamiento, los sentimientos y las emocio-
nes, estableciendo las bases de lo que casi un siglo después sería el estudio de
las bases evolutivas del comportamiento animal, es decir: la etología (Darwin,
Ch. 1983, 1988; Gould, S. J. 2004; Dobzhansky, T., Ayala, F., Stebbins, G. L. Y W.
Valentine, 1980).

10. ¿Y después de Darwin?


A la muerte de Darwin ocurrida en 1882, el darwinismo era ya una teoría conso-
lidada que se había difundido ampliamente, tal vez no por el propio Darwin, pero
sí por una serie de biólogos evolucionistas, enormes polemistas y científicos con
gran renombre, particularmente Thomas Henry Huxley en Inglaterra, autor del
célebre ensayo El lugar del hombre en la naturaleza y otros ensayos publicado en
1862 y Ernst Haeckel en Alemania. Ambos autores fueron figuras importantísi-
mas en la difusión del darwinismo y a su vez desarrollaron algunos aspectos de
la teoría que el propio Darwin no hizo (Huxley, T. H. 1906).
Uno de los aspectos centrales del evolucionismo y que Darwin desconocía era
aquel que se refería al conocimiento sobre cómo funciona la herencia genética.
Casi a la par que Darwin desarrollaba su teoría, un monje de origen austriaco,
Gregor Mendel desarrollaría los fundamentos de la genética moderna, hecho que
sin embargo pasaría inadvertido para el propio Darwin y para sus seguidores.
Fue hasta 1900, donde independientemente tres científicos, llegarían a las mis-
mas conclusiones que Mendel y proporcionarían el conocimiento sobre las bases
de la herencia biológica.
45 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Gregor Mendel

Más allá de algunos altibajos del darwinismo, debidos paradójicamente al


desarrollo de la genética y en particular del estudio de las macromutaciones (al-
teraciones de gran magnitud de los cromosomas), su impacto en las ciencias bio-
lógicas e incluso sociales fue grande.
Sería durante la década de los veinte del siglo pasado que se desarrollarían
trabajos por científicos con una fuerte orientación matemática y que derivarían
una década después en la construcción del llamado Neodarwinismo o la Teoría
Sintética de la evolución. Estos científicos fueron Sewall Wrigth, John Haldane
y Ronald Fisher. A ellos se debió el enfoque cuantitativo que dominaría en las
investigaciones evolucionistas durante las décadas subsiguientes, incluso hasta
hoy (Templado, J. op. cit.).
El pensamiento evolucionista 46

Ernst Haeckel

11. La teoría sintética de la evolución (Neodarwinismo)


Casi ochenta años después del nacimiento del evolucionismo moderno, es decir,
casi ochenta años después de la publicación de El Origen de las Especies, la ciencia
estaría lista para dar un paso fundamental en las explicaciones sobre el mundo
natural: construir una síntesis que, partiendo del pensamiento darwinista, ya
despojado de sus reductos lamarckianos, fuera capaz de fusionarse con los co-
nocimientos que entonces se tenían fundamentalmente en tres áreas de conoci-
miento natural: la genética de poblaciones, la taxonomía o sistemática biológica
y la paleontología (Blanc, M. 1982; Gould, S. J. 2004)
Fue a finales de la década de los treinta del siglo pasado que se conformó la
llamada Teoría Sintética de la evolución. En ella participaron destacados natu-
ralistas que siguen hoy siendo recordados por sus aportes para entender a la
naturaleza y al ser humano como producto de la evolución.
47 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Teodosius Dobshansky

Uno de ellos, el genetista de origen ruso Teodosius Dobshanzky desarrolló la


genética de poblaciones moderna y en su clásico libro, Genética y Origen de las
Especies, definió a la evolución como cambios en las frecuencias génicas de las
poblaciones, con lo cual introdujo tres nociones novedosas en la evolución:

1.- La evolución es un proceso que, aunque podemos describirlo cualitativa-


mente, es también susceptible de ser medido. Dobshansky introdujo un enfoque
cuantitativo en los estudios evolutivos.
2.- Identificó a las bases materiales de la evolución: los genes. Dado que éstos se
expresan diferencialmente, es posible contarlos y así identificar el pulso de la
evolución.
3.- Introdujo un enfoque poblacional en la evolución. Las variantes individuales
son importantes, pero si sus características no se difunden en las poblaciones, en
términos evolutivos carecen de importancia.

La segunda área que se fusionaría con el darwinismo y con la genética de po-


blaciones, fue la sistemática biológica o taxonomía, desarrollada por el biólogo
de origen alemán Ernst Mayr. En su libro Sistemática y Origen de las Especies, de-
sarrolló varias ideas fundamentales para el Neodarwinismo: el llamado concepto
biológico de especie, en el que se reconoce como tal a un grupo de organismos
que pueden reproducirse y tener descendencia fértil. La definición de las espe-
El pensamiento evolucionista 48

cies siempre había sido un tema polémico y Mayr fue capaz de acotarlo, introdu-
ciendo el criterio de la interfecundidad como aquel que permite delimitar natu-
ralmente a las especies. Definió también los mecanismos por los cuales de una
especie se generan nuevas especies, es decir, definió el proceso de especiación.

Ernst Mayr

Por último, reconoció a las variantes geográficas como entidades importantes


que reflejan procesos de adaptación a ambientes singulares y que presentan im-
portancia en los procesos de variabilidad que eventualmente pueden derivar en
el surgimiento de nuevas especies.
Por último, el biólogo de origen estadounidense, George Gaylor Simpson, co-
laboró desde la paleontología, mostrando que la evolución, era, como había afir-
mado Darwin, un proceso continuo y gradual, hecho que sería discutido desde
mucho tiempo atrás y que hoy, como veremos más adelante, sigue siendo motivo
de acaloradas polémicas.
49 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Georges Gaylord Simpson

Muy esquemáticamente, la teoría sintética afirmó que la evolución es un pro-


ceso que ocurre en dos tiempos: el primero en el que se genera la variación, fun-
damentalmente debida a mecanismos como las mutaciones o la recombinación
de los genes que se da durante la división de las células sexuales, y una segunda
etapa, en la que, parte de esa variabilidad permanece o es eliminada, fundamen-
talmente por mecanismos como la selección natural y por fenómenos aleatorios
en menor medida.
Como puede observarse, la variabilidad presenta gran valor para la evolución
biológica, y podemos decir que en las sociedades humanas ocurre algo similar: el
que los seres humanos seamos distintos físicamente, pero también en términos
sociales, lingüísticos y culturales en el más amplio sentido, es algo que nos enri-
quece como especie.
El pensamiento evolucionista 50

12. Tendencias recientes


En la actualidad, el Neodarwinismo sigue siendo la teoría científica dominante
y más comúnmente utilizada para entender a la naturaleza, pero también para
comprender el origen y evolución del ser humano. Sin embargo, y como suele
suceder en la ciencia, donde las ideas, los conceptos y las teorías han de revisarse
continuamente, en los últimos años han surgido algunas polémicas que debaten
sobre ciertos aspectos del evolucionismo y que, sin ser definitivos para desechar
a la Teoría Sintética, sí han cuestionado algunos de sus fundamentos. Comenta-
remos a continuación dos de esas teorías.
La primera es la denominada Teoría de Equilibrio Puntuado. Se trata de una
teoría que analiza el ritmo con el que ocurre la evolución. Para Darwin, la evolu-
ción era entendida como un proceso lento, gradual, que poco a poco transforma-
ba a los organismos haciéndolos cambiar. En su esquema, resultaba muy difícil
que la selección natural escogiera variaciones muy grandes, pues lo más seguro
es que dichas variaciones resultaran perjudiciales para sus portadores. Así, tanto
Darwin como los neodarwinistas veían a la evolución como un proceso donde la
selección natural era capaz de integrar pequeñas variaciones en la composición
genética de las poblaciones.
En 1972, dos paleontólogos norteamericanos llamados Stephen Jay Gould y
Niles Eldredge, publicaron su célebre artículo: La teoría del Equilibrio Puntuado.
Una alternativa al gradualismo filético. En él desarrollaron una posición alterna-
tiva al problema del ritmo de cambio evolutivo. Afirmaban que las poblaciones
normalmente se mantienen estables a lo largo del tiempo y que cuando surgen
nuevas especies ello ocurre en periodos breves de tiempo donde se concentra el
cambio. A las primeras fases estables las denominaron estásis evolutivas y a los
procesos concentrados de cambio los calificaron como puntos. De esta forma,
la evolución tendría alternativamente estabilidad y cambios abruptos, por ello
también se le conoce como la teoría de los equilibrios intermitentes. Partiendo
de su teoría, ambos autores propusieron una teoría de cambio general, aplicable
no sólo a la biología, sino también al cambio social, al cambio cultural, e incluso
al cambio científico. Largos periodos de cambios mínimos y eventos revolutivos
donde se concentra el cambio: así se habla hoy de revoluciones sociales y tam-
bién de revoluciones científicas (Eldredge, N. y S. J. Gould, 1972).
Otra de las áreas que ha generado enconadas polémicas entre los biólogos
evolucionistas y los antropólogos culturales es el comportamiento humano.
¿Por qué nos comportamos como lo hacemos? ¿Tomamos decisiones de una for-
ma completamente libre? ¿Influye nuestra biología en nuestra conducta? Son
éstas sólo algunas de las preguntas que se han debatido intensamente desde el
surgimiento de un área de la biología evolutiva llamada Sociobiología.
Se trata de una disciplina científica que pretende estudiar al comportamiento
como el resultado de un proceso evolutivo. Eso por sí mismo no es nuevo, ya
el propio Darwin había establecido los fundamentos de un enfoque similar en
51 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

su clásico libro La Expresión de las Emociones en los Animales y en el Hombre,


también naturalistas como Konrad Lorenz y Niko Timbergen, desarrollaron a la
etología como el estudio evolutivo del comportamiento, razón por la cual reci-
bieron ambos el premio Nóbel. En este caso la novedad surgió con los trabajos
del entomólogo de origen estadounidense Edward Wilson y la publicación de
su libro Sociobiología. La nueva síntesis, publicado en 1975. En él se afirma que
existe una alta correlación entre los genes1 y el comportamiento, sobre todo en
los insectos sociales, aunque también observable en organismos más complejos
como los mamíferos, los primates o incluso el ser humano.
Algunas corrientes de la sociobiología llevaron esta postura al extremo y ter-
minaron por concebir a los individuos como meros reservorios de genes, donde
el comportamiento, el lenguaje, las emociones o los sentimientos eran sólo las
estrategias que han desarrollado los genes a lo largo de la evolución para hacer
más genes. Equivaldría a pensar, que la gallina no son más que la estrategia que
tiene el huevo para hacer más huevos.
Tal postura ha sido duramente criticada no sólo por algunos biólogos evolu-
cionistas, sino también por la antropología cultural afirmando que no todo está
en los genes. También es cierto, y hay que decirlo, que los estudios evolucionistas
del comportamiento son diversos y plurales en cuanto a sus enfoques y que no
pueden desecharse como reduccionistas porque muchos no lo son.

1
A partir del nacimiento histórico del “núcleo duro” de todo el pensamiento evolucionista, es decir
la selección natural con sus enormes alcances explicativos sobre toda la biodiversidad, la posibilidad
misma de pensar la evolución como fenómeno global de la vida (en cuanto a sus condiciones gene-
rales de posibilidad, sus factores, procesos, causas, ritmos, tendencias, etc.) exigiría el poder llegar a
entender las bases físicoquímicas del cambio y la permanencia de los seres vivos. Sobre los cimientos
de la teoría de la herencia, sentados originalmente por Mendel, tal como se vio, culminaría en el siglo
XX la edificación de la biología molecular. Su logro máximo fue comprender la estructura y función
de la “información química” contenida en el núcleo de las células para la determinación de las carac-
terísticas heredables de los organismos biológicos mediante la síntesis de proteínas. Nos referimos
al soporte bioquímico de la genética, a través del desvelamiento de las dos moléculas maestras del
control informático de todos seres vivos –desde las bacterias, hasta los animales–, el ácido desoxirri-
bonucleico (ADN), y el ácido ribonucleico (RNA), éste último en sus tres modalidades funcionales. En
1953, James Watson, biólogo norteamericano, y Francis Crick, biólogo molecular inglés, sostuvieron
que la molécula del ADN era una cadena doble de unidades informáticas (llamadas nucleótidos, y
compuestas por las sub-unidades de las “bases nitrogenadas”: adenina, guanina, timina y citosina).
En interacción con el ARN, permite comprender la síntesis de proteínas y, así, la realización de las
principales características físicas de cada individuo a partir de cierta potencialidad genética dentro
ciertas condiciones ambientales; realización final llamada “fenotipo” (desde el tipo sanguíneo, el co-
lor de ojos, hasta ciertos rasgos de comportamiento o susceptibilidades a enfermedades). Cuando
las secuencias del ADN cambian (por factores aleatorios y con efectos que pueden ser benéficos,
neutros o bien dañinos), se produce una mutación, con más o menos probabilidades de ser heredada
y de ahí, fijada en las poblaciones. Dado que el ADN contiene la información requerida para formar
las células de los organismos ha sido reconocido como el lenguaje de la vida: “Descifrar el código del
ADN ha revelado la posesión de un lenguaje… tan antiguo como la vida misma. Aunque las letras sean
invisibles sus palabras están profundamente enterradas en las células de nuestros cuerpos”(citado
en: Ember et al. 2006).
El pensamiento evolucionista 52

Stephen Jay Gould

Algunas corrientes de la sociobiología llevaron esta postura al extremo y termi-


naron por concebir a los individuos como meros reservorios de genes, donde
el comportamiento, el lenguaje, las emociones o los sentimientos eran sólo las
estrategias que han desarrollado los genes a lo largo de la evolución para hacer
más genes. Equivaldría a pensar, que la gallina no son más que la estrategia que
tiene el huevo para hacer más huevos.
Tal postura ha sido duramente criticada no sólo por algunos biólogos evolu-
cionistas, sino también por la antropología cultural afirmando que no todo está
en los genes. También es cierto, y hay que decirlo, que los estudios evolucionistas
del comportamiento son diversos y plurales en cuanto a sus enfoques y que no
pueden desecharse como reduccionistas porque muchos no lo son.
53 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Los senderos de la evolución humana no iniciaron con un gran cerebro, sino andando en
dos patas. Pisada pre-humana de la localidad de Laetoli, Tanzania, de 3.6 millones de años.
54

3. El orden primate:
un lugar para el hombre

Lo confieso: si sólo hubiera que juzgarla por la forma,


la especie del mono podría tomarse por una variedad
de la especie humana.

Georges Buffon
55 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

1. El primer orden zoológico

E
l ser humano es el resultado de un largo proceso evolutivo que inició hace
mucho millones de años y seguramente ahora mismo seguimos evolucio-
nando.
Somos portadores de una larga historia y nuestra morfología, nuestro
comportamiento, y nuestras formas de adaptación al medio nos lo recuerdan
constantemente. Como seres humanos tenemos ciertas características que nos
distinguen del resto de nuestro parientes vivos más próximos, otras sin embargo,
nos muestran y nos recuerdan nuestro pasado compartido con otros organismos.
En las siguientes páginas vamos a hacer un repaso taxonómico de nuestra
identidad, reflexionando cómo se expresa en el ser humano su herencia animal,
para más adelante revisar la especificidad de nuestro proceso evolutivo y los por-
menores de nuestra especie como organismo que al interactuar con su entorno,
lo transforma constantemente, al adaptarse a él, lo adapta a su vez a sus propias
necesidades y requerimientos. Empecemos con los taxa más generales, para lue-
go centrarnos en el orden de los primates:

• El ser humano pertenece al reino animal, es un animal debido a que se trata


de un organismo pluricelular, cuyas células tienen núcleo verdadero (euca-
riote) y porque no es capaz de producir sus propios alimentos y los toma del
medio (heterótrofo).

• Pertenecemos al filum cordata, porque tenemos un cordón nervioso longi-


tudinal que recorre nuestro cuerpo, llamado notocordio.

• Vertebrados porque dicho cordón nervioso esta rodeado de vértebras que


lo protegen, en la llamada columna vertebral.

• Pertenecemos a la clase de los mamíferos. Varios son los atributos de los


mamíferos, y poco a poco nos empezamos a reconocer en las descripciones,
cada vez son más específicas: somos animales de sangre caliente, tenemos un
sistema interno de regulación de la temperatura; nuestro corazón tiene cua-
tro cavidades, dos aurículas y dos ventrículos; nuestro cuerpo esta cubierto
de pelo o fino vello y las hembras de nuestra especie tienen dos mamas que
les permite alimentar a sus críos en las primeras fases de su desarrollo. Ya
veremos como estos rasgos van perfilando poco a poco nuestra identidad.

2. Taxonomía primate
El orden taxonómico al que pertenecemos los seres humanos es el de los prima-
tes. Se trata de un antiguo orden que tuvo su origen hace al menos 70 millones de
El orden primate 56

años. Los primates son enormemente diversos, pero tienden a distribuirse en las
zonas tropicales del planeta, aun que es posible encontrarlos también en zonas
deserticas, gélidas, sabana y bosque, lo anterior se debe probablemente a que los
primates no se han especializado a ningún hábitat. Aunque tienden a ser arborí-
colas, su estructura y estrategias alimentarias les permiten invadir casi cualquier
espacio ecológico. Su nombre hace referencia a su carácter de primariedad.
Los primates son organismos generalistas, es decir, no especializados, y como
veremos más adelante esto les ha representado algunas ventajas a lo largo de su
evolución (Schultz, A. 1979). Anatómicamente los primates se distinguen por las
siguientes características (Bramblet, C. 1984):

• Tienen los ojos al frente, con lo cual, sus ángulos de visión se sobreponen,
permitiendo tener visión de profundidad o visión estereoscópica. Además,
tienen visión cromática, es decir, son capaces de percibir el color. Es éste un
rasgo muy importante de los primates, pues los convierte en animales funda-
mentalmente visuales y ello se traduce en la existencia de complejos y sofis-
ticados sistemas de comunicación corporal, hecho que será desarrollado más
adelante. Así pues, el sentido facial dominante es la visión. La visión cromáti-
ca les ayuda a valorar el estado de madurez de los frutos y las hojas que son
parte importante de su dieta, la visión estereoscópica les ayuda a desplazarse
en ambientes donde el calculo de la profundidad es vital si se quiere sobre-
vivir, por ejemplo en las altas copas de los árboles donde frecuentemente se
les encuentra.

• Los primates tienen una anatomía dental conservadora caracterizada por


la presencia de piezas dentales diversas: incisivos, caninos, premolares y
molares, y por patrones sencillos de crestas en los molares y premolares. Es
decir, tienen piezas dentales que les sirven para cortar, desgarrar y moler, lo
cual esta asociado a una dieta diversa centrada en los frutos y las hojas, pero
también en los granos, los insectos y en algunos casos especiales en el consu-
mo de carne. Manifiestan también una tendencia a la reducción del tamaño
del hocico.

• Los primates son pentadáctilos, es decir, tienen cinco dígitos o dedos pren-
siles en casa extremidad, terminados en delicados cojinetes que les dotan de
gran sensibilidad y que les permiten manipular objetos de modo muy sutil.
Además, dichos cojinetes están rematados de dermatoglifos, es decir, de hue-
llas dactilares que, además de individualizar a los sujetos, les dotan de una
mayor sensibilidad.

• No tienen garras retráctiles como en otros grupos, en vez de eso tienen


uñas planas no retráctiles. Su anatomía les permite sujetar objetos, aunque
57 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

la denominada prensión de precisión, asociada a la oponibilidad del pulgar


queda reservada para sólo algunas especies de primates.

• Presentan una tendencia al incremento del volumen cerebral, así como de


la complejidad del cerebro en general y particularmente del neocortex.

• Aunque sus formas de locomoción son enormemente diversas, desde la


cuadripedia, la braquiación, el nudilleo o la bipedia, presentan una tenden-
cia a una utilización diferencial entre miembros anteriores y posteriores, es
decir, utilizan hábilmente las manos y en menor medida los pies. Su estación
suele ser erecta, aunque su locomoción como se dijo tiende a ser enormemen-
te diversa.

En otro orden de cosas que, aunque involucran a la anatomía, se relaciona más


con el comportamiento, encontramos lo siguiente:

• Los primates son animales extremadamente sociales. Las relaciones inte-


rindividuales y grupales son complejas, así como su estructura social. Pre-
sentan jerarquías en su organización y relaciones y alianzas para mantener la
estabilidad de los grupos sociales, así como una gran capacidad para resolver
los problemas que se encuentran en su medio ambiente natural. Se trata de
organismos muy inteligentes con sistemas complejos de transmisión de infor-
mación, es decir, con sistemas de comunicación sofisticados.

• Reproductivamente presentan una tendencia al alargamiento de los perio-


dos de gestación, con generalmente el nacimiento de una cría por parto que
suele nacer en la noche y con un muy incipiente grado de maduración, debido
a lo cual, los infantes primates requieren de intensos cuidados de parte de la
madre, estableciéndose así una muy estrecha relación madre-infante, donde
la primera no sólo cuidará al segundo, sino le enseñara estrategias de sobre-
vivencia y de convivencia social que le resultaran al infante de gran utilidad
en su vida adulta. Este es un rasgo de gran importancia para los primates
en general y particularmente para el ser humano, pues se traduce en largos
periodos de dependencia infantil donde los críos se integran a los grupos y
aprenden constantemente. A ese tipo de especies se les conoce como especies
altriciales, en contrapartida de los que nacen maduros e independientes de-
nominados precociales.

• Los primates tienen una intensa vida social caracterizada por la presencia
de constantes intercursos sexuales que, además de favorecer la reproducción
biológica de los grupos, intervienen también en el mantenimiento de la es-
tructura social de los mismos.

• Como se mencionó con anterioridad, sus estrategias alimentarias son


El orden primate 58

enormemente diversas, aunque suelen centrarse en el consumo de alimen-


tos vegetales, pero dependiendo de la especie y de la estacionalidad y dispo-
nibilidad de alimentos, pueden incluir en su dieta el consumo de insectos y
sobre todo en el caso de los chimpancés y los seres humanos, algo de carne,
convirtiendo así al orden de los primates en un orden taxonómico donde la
omnivoría suele ser frecuente.

El orden de los primates se divide en dos subórdenes, los prosimios y los antro-
poides. El primero engloba una serie de especies evolutivamente primitivas, con
rasgos que recuerdan enormemente a los primeros primates del tipo de la mu-
saraña arborícola, con hábitos nocturnos y con el nacimiento de varias crías por
parto. Los lémures, los lorísidos, los társidos y los gálagos son un buen ejemplo
de este suborden.
El suborden antropoidea, reúne, como sugiere su nombre a un conjunto de
especies que recuerdan y semejan a los seres humanos, o al menos lo hacen de un
modo más notable que los prosimios. Hay que distinguir el orden antropoidea de
los antropoides como los gorilas, orangutanes y chimpancés, pues aunque éstos
pertenecen al suborden mencionado, no todas las especies de dicho suborden
son antropoides. Los seres humanos pertenecemos al suborden antropoidea. El
suborden antropoidea se subdivide a su vez en dos infraordenes, los platirrinos
y los catarrinos.
Los primeros son los primates del nuevo mundo y se caracterizan por tener
amplias narices con las fosas nasales orientadas hacia los lados. Son fundamen-
talmente arborícolas y todos tienen cola, misma que funciona como una quinta
mano pues es de carácter prensil rematada en muchas ocasiones con dermatogli-
fos, es decir con huellas “digitales”, que les proporcionan una gran sensibilidad.
Los platirrinos se distribuyen a lo largo del continente, aunque en la actualidad
no encontramos casi primates en el hemisferio norte, siendo México la frontera
de su distribución y hasta la mitad de Sudamérica. En México tenemos tres es-
pecies de primates platirrinos, todos ellos con problemas de extinción por el
deterioro de su hábitat: el llamado saraguato o mono aullador conocido de esta
manera por su potente vocalización y que en realidad se trata de dos especies:
el Alohuata paliata y el Alohuata pigra y el famoso mono araña o Ateles geofrogy.
El infraorden catarrina reúne a un conjunto de especies de primates muy
evolucionados distribuidos en el viejo mundo, fundamentalmente en Asia y en
África.
Se trata de organismos con la estructura de la nariz más estrecha que la de los
platirrinos y con las fosas nasales orientadas hacia abajo. Pueden o no tener cola
y cuando la tienen en ningún caso es prensil. Los seres humanos pertenecemos
al infraorden catarrina.
Los catarrinos se dividen luego en la superfamilia cercopitecidea y en la homi-
noidea. En el primer grupo quedan aquellos catarrinos cuyo diámetro anteropos-
terior del tórax es mayo que el transverso máximo, mientras que los hominoidea
59 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

agrupan a individuos que por el contrario tienen la espalda más ancha. En el


primer caso se trata de individuos casi exclusivamente cuadrúpedos, mientras
que los segundos presentan diversas formas de locomoción, aunque suelen pasar
largo tiempo en el piso, con excepción de los orangutanes, además que ninguno
de ellos tiene cola, mientras que es frecuente que los cercopitecidea la tengan.

Los seres humanos, sus ancestros inmediatos, así como los gorilas, los chimpan-
cés, los orangutanes y los gibones pertenecen a la superfamilia de los hominoi-
dea. Esta última se divide en dos familias: la familia pongidae y la familia homi-
nidae.
Los póngidos son nuestros parientes vivos más próximos y comparte con
nuestra especie buena parte de su historia evolutiva, hecho que se nota en la
enorme similitud anatómica, genética y comportamental que tienen con nuestra
especie. El orden de los póngidos está formado por cinco especies, tres africanas
y dos asiáticas. En el primer caso encontramos a los gorilas y a dos especies de
chimpancés, el Pan paniscus o chimpancé pigmeo y el Pan troglodites o chimpan-
cé común. En el segundo caso encontramos a los orangutanes y a los gibones. En
su conjunto, las cinco especies reciben el nombre coloquial de antropoides. Cabe
mencionar que los chimpancés son nuestros parientes vivos más cercanos y que
molecularmente somos notablemente similares, llegando a compartir más del 99
% de la información genética, dato que permite identificar la existencia de un an-
tepasado común hace no más de 5 millones de años de antigüedad, temporalidad
ya claramente asociada al desarrollo de la familia de lo homínidos. Un rasgo muy
importante de la familia de los homínidos a su marcada tendencia a la encefaliza-
ción y al desarrollo de zonas específicas del cerebro, particularmente el neocor-
tex y los lóbulos parietales y temporales. Lo anterior se tradujo en el desarrollo
de gran complejidad del comportamiento, de un aumento en las estrategias de
comunicación, en algunos casos en la elaboración de herramientas, y en general
de formas complejas de interacción con el medio.
Los humanos contemporáneos somos los únicos miembros sobrevivientes del
linaje de los homínidos, pero son clasificados dentro de esa categoría nuestros
ancestros más próximos como los pertenecientes a los géneros autralopithecus,
parantropus y homo, así como algunos otros más antiguos como ardipithecus,
orrorin y sahelantropus (Cela-Conde, C. y F. Ayala, 2001). Ello será desarrollado
más ampliamente en los siguientes capítulos. Baste por el momento el enfoque
descriptivo de los sistemas de clasificación taxonómicos.
Así pues, pertenecemos al género homo, a la especie sapiens y a la subespecie
sapiens. Puede notarse entonces que al asignarnos un nombre, con él se también
asocian multitud de características que nos remiten a un pasado evolutivo com-
partido con otras especies y que, de alguna manera está presente al ser nosotros
los herederos de un antiguo linaje.
Más allá de la descripción taxonómica, los primates, a cuyo orden pertenece-
El orden primate 60

mos nos dicen algo de nosotros mismos y de nuestro pasado, por ello, los enfoque
basados en el estudio de los rasgos compartidos con ellos nos dan información
sobre nuestro linaje.
La primatología es una disciplina diversa que reúne a una gran diversidad
de especialistas procedentes de áreas disciplinares distintas como la biología, la
antropología, la psicología o la medicina, unidos todos ellos por el grupo taxonó-
mico estudiado.
Como disciplina formalmente estructurada, la primatología no ha cumplido
aun un siglo, sin embargo, sus inicios podemos encontrarlos mucho tiempo atrás.
En las siguientes páginas desarrollaremos la historia de la primatología, resal-
tando los hallazgos que presentaron interés para entender al ser humano como
un primate singular.

3. La primatología: su historia y aportes


Aunque la primatología moderna se funda como disciplina científica hasta el si-
glo XX, la constante comparación de los seres humanos con sus parientes vivos
más próximos, los primates, hace que tengamos que rastrear en siglos anteriores
los primeros intentos de generar modelos anatómicos y de comportamiento.
Varios son los documentos o narraciones célebres para entender a las prime-
ras aproximaciones de los naturalistas, viajeros o anatomistas que reportaron
por primera vez diversos aspectos de la anatomía, comportamiento o hábitat de
los primates. Su impacto en la antropología en general y en diversas interpreta-
ciones de lo humano fue inmediato.
Probablemente una de las más célebres procede del siglo IV antes de Cristo,
cuando el navegante cartaginés, Hannón, hace referencia a que, navegando por
la costa occidental de África, encontró una tribu de hombres y mujeres salvajes,
que iban desnudos y que eran notablemente hirsutos o piloso a los que llamó
gorgados y que algunos han pensado que se trataba de gorilas. Comenta cómo
pudieron atrapar a tres hembras a las que finalmente tuvieron que matar pues
cortaban sus ataduras y resultaba muy difícil controlarlas. Especialistas han de-
terminado que por la zona donde navegaba Hannón, es muy posible que se trata-
ra de chimpancés (Comas, J. 1966).
Resulta fascinante como a los ojos de Hannón, un chimpancé pudiera parecer
un ser humano, y ello sólo nos habla de cómo la identidad humana se ha modi-
ficado a lo largo del tiempo. Más tardíamente, durante el primer tercio del siglo
XVII, el marinero inglés Battel propondría al mono Pongo como el tan buscado
eslabón perdido.
En 1699, Edward Tyson, realizando disecciones del aparato fonador de chim-
pancés reavivó la polémica sobre si un primate podría ser o no el eslabón perdi-
do. Su texto Orang-Utan sive Homo Silvestris planteó la problemática de un modo
explícito (Vera, J. L. 1998).
61 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Dibujos de chimpancés de E. Tyson

Ya en el siglo XX es fundamental mencionar a los trabajos del psicólogo de


origen alemán Wolfang Köhler y los trabajos que realizó en la isla de Tenerife
entre 1912 y 1920 y que inmortalizaría en su libros sobre la inteligencia de los
chimpancés (Köhler, W. 1927).
En el libro, sin un enfoque evolucionista de por medio, Köhler demuestra que
los chimpancés poseen una gran inteligencia que se traduce en la emisión de
comportamientos complejos que les son útiles para resolver problemas y que
implican al menos previa planeación de las acciones encaminadas a lograr el fin.
En 1929 de publicaría una obra fundamental para la primatología contemporá-
nea, se trató de The Great Apes, de Robert Yerkes. En él, Yeckes compilaría la hasta
entonces dispersa información sobre los grandes simios, particularmente sobre
los chimpancés, gorilas y orangutanes. Los temas abordados serían la anatomía
comparada, con frecuentes alusiones al ser humano, el comportamiento en con-
diciones de libertad y en cautiverio. Temas como los sistemas de clasificación, la
inteligencia, la memoria, serían referencias constantes en su libro (Bramblett, C.
op. cit.).
El orden primate 62

Chimpancés de Köler

Sin embargo, no sería sino hasta 1931 que se fundaría la primatología moder-
na con el establecimiento de las primeras colonias de primates establecidas ex-
presamente para su estudio por parte del primatólogo norteamericano Clarence
Carpenter en algunas islas del Caribe. Inicialmente en Barro Colorado, en la zona
del Canal de Panamá, monos araña posteriormente y con macacos en Cayo San-
tiago en Puerto Rico. De esta forma iniciaría la primatología de campo, con ob-
servaciones regulares y con la posibilidad de introducir métodos comparativos
en el estudio del comportamiento, ya que Carpenter era psicólogo comparativo.
El impacto de este enfoque sería casi inmediato, pues pocos años después, Louis
Leakey, célebre paleoantropólogo apoyaría estudios de largo plazo con chimpan-
cés, gorilas y orangutanes. El objetivo sería la construcción de modelos compa-
rativos que permitieran hacer inferencias sobre los primeros estadios de la evo-
lución humana, partiendo del hecho de que los grandes simios contemporáneos
tienen una anatomía y hábitat, en muchos sentidos parecido al de los primeros
homínidos, convirtiéndose así en modelos útiles para entender la evolución hu-
mana.
63 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

4. La primatología antropológica: los estudios en libertad


La idea o intuición básica de que los grandes monos pueden proporcionar infor-
mación sobre los seres humanos contemporáneos o sobre el proceso evolutivo
que derivó en su aparición no es nueva. La descripción de multitud de naturalis-
tas a lo largo de la historia, de las similitudes de los simios y los seres humanos ha
sido uno de los elementos a partir de los cuales, nuestra identidad como especie
ha sido constantemente reflexionada, en algunos casos para estrechar las móvi-
les fronteras que nos separan del resto de los animales, en otros para ensanchar
las mismas.
Sería con dos naturalistas fundamentales en la historia del pensamiento evo-
lucionista: Charles Darwin y Konrad Lorenz que los argumentos sobre las seme-
janzas entre los grandes simios y los seres humanos adquirieron una contempo-
raneidad que aun hoy da vigencia a sus argumentos.
Darwin no sólo comenta la similitud entre los grandes simios africanos y
nosotros, sino que, basándose en su existencia y distribución propone a África
como un lugar probable donde pudieron llevarse a cabo las primeras etapas de
la evolución humana, debido a que es precisamente en éste continente donde se
encuentran dos de los antropomorfos contemporáneos. Un argumento similar,

Konrad Lorenz
El orden primate 64

fue el que llevó a Eugene Dubois a encontrar, en la última década del siglo XIX, al
Pithecantropus erectus en las islas surorientales de Asia, lugar de residencia del
otro gran antropomorfo, el orangután.
Por su parte, el gran etólogo austriaco, concibió al comportamiento como parte
del fenotipo y producto de procesos evolutivos. Así, aunque como reza la famosa
frase: “el comportamiento no se fosiliza”, el acceso a patrones de conducta de
especies desaparecidas no es completamente inaccesible, si tomamos en cuenta
que muchos rasgos de comportamiento son compartidos por taxa distintos y sus-
ceptibles de ser tratados como rasgos homólogos.
Ya en 1862 en El lugar del Hombre en la Naturaleza, publicado por Thomas
Henrry Huxley, el principal defensor de las ideas darwinistas, llama la atención la
estructura expositiva que utiliza el autor para hablar de la identidad humana: na-
rraciones de variados naturalistas sobre la anatomía y conducta de los primates
en general y de los grandes simios en particular; el registro fósil; la embriología y
lo que entonces se sabía sobre la biología del desarrollo en general.
Sería con Louis Leakey durante la década de los años sesenta del siglo pasa-
do que el estudio de la conducta de los grades simios se utilizaría como modelo
para poder abordar indirectamente el comportamiento de los homínidos que nos
dieron lugar.

Louis S. B. Leakey
65 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Es así que los homínidos son estudiados ya sea por la evidencia directa que
presupone el análisis directo del registro fósil, o indirectamente a través del estu-
dio de los actuales grupos de sociedades de cazadores recolectores, o partiendo
del análisis de los grupos de primates contemporáneos, particularmente de los
grandes simios.
En el caso particular del estudio de los primates no humanos como modelos
que permiten el acceso indirecto al estudio de los homínidos, la idea fundamen-
tal era que el estudio de los grandes simios y otros primates gregarios como los
papiones constituyen un buen punto de partida para la búsqueda de claves sobre
la evolución del comportamiento humano.
En ese sentido, la primatología sería una rama relativamente nueva de la pa-
leoantropología desarrollada fundamentalmente durante los años cincuenta y
sesenta. El papel que en ese proceso jugaría el celebre Louis Leakey sería fun-
damental, aun cuando fue muchas veces tachado de irresponsable por enviar a
varias mujeres a hacer estudios de campo con los grandes simios, tres de ellas,
sus famosas “trimates”, desempeñarían un papel importante en la constitución
de la disciplina, Jane Goodall, Dian Fosey y Biruté Galdikas, solo la tercera de ellas
con formación como antropóloga, y la primera de ellas “entrenada” por el propio
Leakey e Irven de Vore en el trabajo de Campo, y por el gran anatomista John
Napier en los principios de la anatomía comparada.
Para la época se consideraba que las diferencias en el tamaño relativo del ce-
rebro humano y el de sus parientes vivos más próximos, los póngidos, impedían
que pudieran considerarse como un modelo que permitiera tomar a los segun-
dos como modelo para entender la evolución de los primeros. Así, antes de la
década de los cincuenta, la evidencia fundamental para entender nuestro pasado
evolutivo era la evidencia fósil de los varios homínidos hallados en diferentes
yacimientos paleontológicos.
Fue en 1945 cuando Leakey escucho hablar por primera vez de una tropa
de chimpancés que habitaban en las orillas del lago Tangañica, en la reserva de
Gombe en Tanzania, y supuso que su vida no debería haber sido muy distinta de
la de los primeros homínidos. El estudio de sus hábitos territoriales y sus patro-
nes de alimentación, así como el análisis de su vida social deberían ser estudia-
dos para entendernos a nosotros mismos.
Para esa época una opinión muy difundida y apoyada por el propio Leakey era
que el rasgo distintivo que había separado el Homo sapiens del resto de los ani-
males era la elaboración de herramientas, sería paradójico que fuera a partir pre-
cisamente del trabajo de una de sus protegidas, Jane Goodall, que ese argumento
caería por su propio peso, al demostrar Goodall la utilización de herramientas
por parte de los chimpancés, dato que ya había sido reportado por navegantes
portugueses durante el siglo XVI, pero que se popularizó con los trabajos de Go-
odall y dejó el nivel de la anécdota para constituir una descripción detallada so-
bre tal conducta
El orden primate 66

Leakey tuvo que afirmar que con ese descubrimiento sería necesario volver a
definir lo que es humano, lo que es una herramienta, o bien aceptar a los chim-
pancés como humanos.
Además de las tres primatólogas mencionadas, al menos otras quince desa-
rrollaron sus carreras en el estudio de los primates, contando con el apoyo de
Leakey.

Jane Goodall

5. Los estudios en cautiverio


Especial interés revisten las investigaciones realizadas con primates no humanos
en cautiverio, pues tal circunstancia permite la manipulación de variables del
entorno y de los propios primates durante las investigaciones. Ello ha permitivo
entender y valorar capacidades mentales tan importantes como el pensamiento
abstracto, el lenguaje, la inteligencia, la memoria, la intencionalidad o la llamada
teoría de la mente.
Se trata de estudios de largo alcance donde diversos individuos principalmen-
te chimpanés y gorilas, fueron sometidos a condiciones especiales de crianza con
el fin de poder valorar el desarrollo de ciertas capacidades cognitivas. En otros
67 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

casos, al mismo estilo de Wolfang Köhler citado anteriormente, los jujetos sde
experimentación fueron sometidos a diversos tests con el mismo fin. Los resulta-
dos fueron en muchos casos espectaculares como veremos enseguida.
Probablemente uno de los experimentos más famosos el es llamado experi-
mento Washoe, por el nombre de la hembra chimpancé que fue utilizada en el
mismo. El experimento fue realizado a finales de los años sesenta por una pareja
de psicólogos, el matrimonio Gardner que tenían un hijo pequeño cuando Was-
hoe llegó a vivir con ellos. Le dieron a la bebe chimpancé las mismas condiciones
de crianza que a su hijo. En las primeras fases de desarrollo, el términos motri-
ces, Washoe era con diferencia más capaz. Debido a que los chimpancés no tienen
una estructura del aparato fonador quie les permita tener un lenguaje articula-
do, le enseñaron el lenguaje de señas de los humanos sordomudos o AMESLAN,
suponiendo acertadamente que la ausencia de lenguaje articulado no implicaba
necesariamente incapacidad de comunicarse complejamente.

Washoe, la famosa chimpancé “parlante”


El orden primate 68

Washoe después de unas cuantas semanas era capas de utilizar adecuadamente


y en contexto algunos simbolos, capacidad que se incrementó notablemente con
los años, llegando no sólo a utilizarlo con fluidéz, sino a crear nuevos signos a
partir de los que in icialmente poseía, rasgo que se pensaba era exclusivamente
humano.
Cuando, ya de adulta, Washoe tuvo su primer crio, los investigadores asombra-
dos notaron que le empezó a enseñar el sistema de comunicación de los sordo-
mudos expontáneamente.
Una de las capacidades que más sorprendieron a los investigadores es que
fuera capaz de identificar razonamientos mentirosos y aun más, que fuera capaz
de mentir ella misma.
Una serie de estudios posteriores fundamentalmente realizados con chimpan-
cés, gorilas y orangutanes, mostraron capacidades cognitivas sofisticadas: gran
memoria, habilidades matemáticas y de cálculo básico, notables habilidades de
ubicación espacial, capacidades finas en la elaboración de herramientas simples,
incluso de piedra, pensamiento maquiavélico, engaño, e incluso la capacidad de
atribuir a otro un estado mental del cual se valen para aprovecharse de él. Lana,
Moja, Chantek y Kanzi son sólo alguno de los famosos primates utilizados en es-
tas invesdtigaciones (Bramblett, C. op. Cit).

6. Los argumentos
La argumentación sobre la posibilidad de acceder al estudio de los homínidos, vía
la comparación de diversas facetas de los mismos con los primates no humanos,
patrones morfológicos, conductuales, cognitivos, reproductivos, etc., tienen su
fundamento en un conjunto de razonamientos que exponemos a continuación.
Se recurre tradicionalmente al argumento de la similitud; el método com-
parativo y el concepto de homología revisten importancia fundamental en este
enfoque: La paleoantropología ha de realizar estudios primatológicos, porque
primates humanos y no humanos somos semejantes, y somos semejantes porque
compartimos un pasado evolutivo común. En 1758, Linneo reconoció la similitud
y nos clasificó dentro del mismo orden taxonómico, primates, aun cuando natu-
ralistas tan distinguidos como Cuvier y Blumenbach crearon un orden específi-
co para nosotros. Baste recordar la intensa polémica desarrollada entre Richard
Owen y T. H. Huxley a mediados del siglo XIX sobre la continuidad o discontinui-
dad morfológica entre los simios y los humanos contemporáneos.
Compartimos pues rasgos como una tendencia a incrementar el volumen
craneal respecto del volumen corporal, la visión como sentido facial dominan-
te, pentadactilia, uñas en vez de garras, incluso periodos largos de dependencia
infantil. Ello justifica, en opinión de algunos, la posibilidad de realizar investiga-
ciones primatológicas desde el campo de la paleoantropología en particular, pero
también desde la antropología en general. Los famosos estudios sobre conductas
“protoculturales” (Boesch, C..1986, 1998), Sabater Pi, J., (1984, 1992) realizadas
69 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

por algunas especies de primates no humanos presentan gran relevancia para


la antropología en general al discutir la exclusividad humana de la cultura. ¿Po-
dríamos pensar entonces en la cultura como un rasgo homólogo que comparten
algunas especies de primates no humanos y los humanos? ¿el considerar a la cul-
tura como una homología lo constituiría en un argumento, no sólo de proximidad
filogenética, sino de prueba de la existencia de la misma en el ancestro común de
las especies que actualmente presentan conductas culturales?
El principio de la similitud se convierte en un argumento de peso; las recientes
discusiones sobre el estatus taxonómico de Homo sapiens, y sus parientes vivos
más próximos, los antropoides, o sobre los problemas éticos derivados de esta si-
militud, que consideran poco éticas las investigaciones realizadas con individuos
pertenecientes a especies de la familia pongidae, identificados como miembros
de la “comunidad de nuestros iguales” hechas por autores como Peter Singer y
Paola Cavalieri (Singer, P., y P. Cavalieri, 1998), o el reciente proceso jurídico lle-
vado a cabo en Brasil basado en el Habeas corpus que dio estatus de persona para
la excarcelación de una chimpancé que estaba a punto de morir dan realce al ar-
gumento. Pero, ¿La innegable semejanza es en sí misma suficiente? Recordemos
que un campo disciplinar está definido no únicamente por las cualidades de su
objeto, sino entre otras cosas por enfoques operativos y por formas de interpre-
tar, evaluar y representar a dicho objeto, es decir, por la existencia de un método
de aproximación a la realidad.
Por otro lado, otro enfoque que reivindica la necesidad del estudio de los
primates no humanos como modelos que nos permiten entender nuestra propia
historia evolutiva se basa en la idea de que, organismos parecidos en condiciones
similares son “moldeados” de forma similar por la selección natural. Esta ha sido
a lo largo de la paleoantropología una idea tradicional de los morfólogos y pode-
mos denominarla, “razonamiento por analogía”.
Algunos de nuestros parientes vivos más próximos son morfológicamente
parecidos a algunos de nuestros ancestros más antiguos, en algunos casos sus
hábitats son equivalentes, así como algunas de sus requerimientos nutritivos,
sus formas de locomoción, estrategias reproductivas, etc. De esta forma, no es
descabellado pensar en la posibilidad de que, en un sentido, respecto de algunas
características, homínidos y antropomorfos pudiesen compartir presiones selec-
tivas equivalentes, permitiendo que el estudio de las estrategias adaptativas de
nuestros parientes vivos más próximos, sirvan como modelos comparativos de
las de algunos de nuestros parientes ya extintos.
No es necesario aclarar que el hecho de equiparar la morfología o conducta de
los antropomorfos contemporáneos con los primeros estadios de la evolución de
los homínidos, no significa el establecimiento de relaciones de igualdad en cuan-
to a sus fases de desarrollo evolutivo, es decir, los antropomorfos no son especies
primitivas. De la misma forma que cuando el modelo comparativo proviene de la
caracterización de actuales sociedades de cazadores recolectores, no se tratan
El orden primate 70

éstas de sociedades detenidas en el tiempo, aun cuando su forma de subsistencia


material implique estrategias de relaciones sociales y de relación con la natura-
leza distintas a las utilizadas por las sociedades postindustriales.
Así, los primates son “utilizados” indistintamente siguiendo razonamientos
homológicos y analógicos. Su utilización los equipara, pero los presupuestos on-
tológicos, técnicos y metodológicos son distintos en cada caso, así como sus con-
secuencias y compromisos derivados de tal práctica.

7. Del hombre como primate, al ser humano moderno


Los seres humanos contemporáneos somos herederos de un largo proceso evo-
lutivo. De entre todos los miembros de la familia de los homínidos somos la úni-
ca especie sobreviviente, pero tenemos parientes vivos muy cercanos, como los
grandes simios y en particular los modernos chimpancés.
Las semejanzas saltan a la vista. La contemplación de su comportamiento y de
su anatomía es ciertamente perturbadora por cuanto, a manera de espejo, nos
reflejamos de alguna manera en ellos. Somos animales visuales, nuestras formas
de relación social nos muestran que en una interacción entre varios individuos,
obtenemos gran cantidad de información a partir del canal visual. Llevamos con
nosotros una especie de territorio portatil a partir del cual organizamos nuestras
relaciones sociales, y el invadir el territorio de otro puede traducirse, dependien-
do de la cultura, en reacciones hostiles de parte del invadido. Nuestras formas de
aprendizaje, involucran además de la educación institucional, complejos patro-
nes de relación en la diada madre-infante, somos animales claramente inmadu-
ros al nacer y dependemos del cuidado materno, paterno y en un amplio sentido,
del grupo social al que pertenecemos. Nuestra sexualidad es intensa, diversa y
plural. Trasciende claramente a sólo la intención reporoductiva. La complejidad
de la estructura social de los grupos humanos es grande y diversa. Llevamos a
cabo alianzas, asociaciones diversas, cuyo objetivo principal es mantener una
cierta estabilidad de la vida social. Somos primates y por ello, tenemos una he-
rencia que nos marca y distingue como especie.
El reconocer las similitudes no implica que no reconozcamos las diferencias.
Compartimos un pasado evolutivo común, pero tenemos nuestra propia identi-
dad, caracterizada por rasgos que nos distinguen como especies. Unidad y diver-
sidad, dos de los principios centrales del pensamiento evolucionista.
Las diferencias son el resultado de formas distintas de interactuar con y apro-
piarse del entorno. Si bien es cierto que, por su sóla presencia, una especie es
capaz de tranformar su entorno, en nuestro caso esta frase es singularmente
adecuada. Mientras que por un lado hemos sido capaces de adaptarnos de for-
mas muy exitosas al medio ambiente, al mismo tiempo hemos hecho algo radi-
calmente diferente: adaptar al medio a nuestras propias necesidades. Esta plas-
ticidad en las formas de interacción humano-medio ambiente han resultado sin
duda exitosas. En todos los casos hemos modificado el entorno, adaptándonos
71 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

a él o adaptándolo a nuestras propias necesidades. Nuestra historia evolutiva da


cuenta de ello: asociado a nuestro enorme potencial cognitivo descrito en las li-
neas anteriores, en muchos casos herencia de nuestra primateidad, encontramos
la modificación del entorno vía la elaboración y utilización de herramientas; el
establecimiento de bases hogares que modificaron nuestras formas de relación
social, pasando de un forzado nomadismo a una especie de sedentarismo tran-
sitorio; le elaboración de formas complejas y sofisticadas de representación de
nosotros mismos y del mundo con las primeras figurillas humanas o el llamado
boom creativo de las manifestaciones gráficas rupestres.
Somos naturaleza, pero también hemos tomado a la naturaleza en nuestras
manos, así, en muchos sentidos somos dueños de nuestro futuro por cómo fui-
mos construidos por nuestra historia como especie. Tal vez, ese es nuestro sello.
72

4. Trabajar, conocer, aprender


El proceso multidimensional de la praxis

La parte conceptual de lo real no es menos concreta


que su parte material. Una praxis es así una totalidad
orgánica en la que se mezclan estrechamente los as-
pectos materiales y los aspectos mentales; si no es po-
sible reducir los segundos a reflejos deformados de los
primeros, en cambio tal vez no es imposible evaluar la
parte respectiva de unos y otros en la estructuración de
las prácticas.

Maurice Godelier
Lo Ideal y lo Material: pensamiento, economías,
sociedades.
73 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

1. Trabajo y Praxis

E
s especialmente desde una perspectiva antropológica, que nos resulta
posible comprender y dimesionar las diversas formas de representación,
de intervención y de apropiación humana de la realidad; de ese universo
tanto sociocultural como natural en el que existimos. Desde la religión
y el arte, hasta las estructuras sociopolíticas y sus ideologías; desde el pensa-
miento teórico-científico, hasta las disciplinas técnicas y la práctica del trabajo,
constituyen –en su unidad humana indivisible– expresiones múltiples de nues-
tra actividad creadora y transformadora: apropiación humana y humanizante del
mundo a través de las diversidades culturales en la historia, en toda la evolución
de nuestra especie biológica.
El trabajo, en tanto que actividad primordial del hombre ante una realidad
de adaptación, de sobrevivencia y de desarrollo, implica siempre facetas y posi-
bilidades de creatividad; creación permanente que incluye capacidades amplias
y complejas de comprender y actuar en el mundo: realidad sobre la cual des-
plegamos intencionadamente –con éxito y riesgos relativos– nuestras prácticas
materiales de vida, de existencia medioambiental, de trascendencia y de desa-
rrollo multidimensional. Ello puede entenderse como la movilización de todas
las capacidades histórica y evolutivamente alcanzadas por una especie biológica
(auto-nombrada Homo sapiens) poseedora de una creatividad vital que ha de in-
cluir, asimismo, una comprensión inteligente y renovada de la dinámica de los
entornos sociales y ecológicos, así como de sus siempre crecientes exigencias.
Sostiene el neurocientífico español Emilio García: “Decir que la inteligencia es
un caso particular de adaptación biológica es pues, suponer que esencialmente
es una organización y que su función consiste en estructurar el universo […] la
inteligencia es una adaptación o, mejor, una continua readaptación” (2001, pp.
98-99).
Aquí se argumentará que la importancia de una visión antropológica del trabajo
humano como fenómeno global (no sólo económico y social, sino esencialmente
comunicativo, psicológico, simbólico, cognitivo y valorativo), ha de permitirnos
comprender el poder y el alcance auto-creativo de la actividad humana por ex-
celencia: la praxis; esto es, la práctica material sobre la naturaleza y sobre noso-
tros mismos. Práctica sobre el medio ambiente como fuente primera y última de
adaptación y sobrevivencia, pero asimismo, de generación, de retención y distri-
bución de la riqueza esperable del trabajo: práctica, en fin, sobre nuestro poder
de entendimiento, de cambio y autorrealización. Nunca ha sido mejor captada
esta idea del trabajo humano como praxis, o práctica auto-creativa, que a través
de las clásicas palabras del pensador alemán –permanentemente redescubierto–
Carl Marx: “En el acto de tejer se producen, al mismo tiempo, el tejido y el tejedor”.
El proceso multidimensional de la praxis 74

La potencia del razonamiento puede extenderse para decir que, en el acto de


trabajar, se crean, al mismo tiempo, la producción material del trabajo y la inte-
gridad del propio humano que trabaja; el productor, que se crea trabajando al
aprender sus saberes, sus habilidades y actitudes… su visión y condición mismas
del y en el mundo. En ese acto de conocer-trabajando se crean, al mismo tiem-
po, los alcances del pensamiento humano, transformando su propia naturaleza
y potenciales:

El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre… [el cual]
pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad para, de ese modo,
asimilarse bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le
brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transfor-
ma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y
sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina…1

Por virtud del trabajo, praxis adecuada a fines, los humanos vencemos la resis-
tencia de las materias y fuerzas naturales (cfr. Sánchez Vázquez 1979); crean-
do objetos útiles, realidades enteras que satisfacen las tan complejas y siempre
crecientes necesidades humanas: del estómago y de la imaginación, en efecto,
objetivas y subjetivas, individuales y colectivas, inmediatas y trascendentes… hu-
manas, e incluso, visto en su perspectiva evolutiva, pre-humanas. Toda praxis es
actividad, sin embargo, no toda actividad es praxis. Más allá de cualquier forma
de actividad, la praxis –más antigua incluso, como hemos de ver, que la propia
especie Homo sapiens– se ha desplegado crecientemente durante los últimos dos
millones de años no sólo sobre la realidad adaptativa, o sea, sobre la naturaleza,
sino sobre la totalidad de las posibilidades de la existencia humana misma.
La autocreatividad de los seres vivos (“autopoiesis”, dirían los influyentes
biólogos contemporáneos Humberto Maturana y Francisco J. Varela), más espe-
cíficamente la de nuestra especie, resulta directamente proporcional a la com-
plejidad social, cognitiva y comunicativa alcanzadas evolutivamente. Tal como
sostiene el paleoantropólogo mexicano Alejandro Terrazas (2001), a la autopoie-
sis de lo biológico se sobrepone la autopoiesis de lo social (la praxis, diríamos
aquí). Desde su perspectiva ecológica de “sistemas complejos en co-evolución”, el
autor nos advierte de la necesidad de renunciar a modelos simplistas (como los
de una evolución unidireccional y progresiva), a fin de aproximarnos a mejores
enfoques comprensivos de nuestro cambio (y naturaleza); más exactamente, en
términos de una: “interacción dinámica del acoplamiento estructural que ocu-
rre entre los sistemas biológicos, cognitivos y sociales del fenómeno humano, así
como las relaciones jerárquicas con su entorno” (ibíd. P. 162).
1
El parágrafo es de El Capital. Crítica de la Economía Política (Cursivas añadidas). Un examen racional
básico puede constatar que su principio seguirá trascendiendo, por mucho, los usos y abusos panfle-
tarios de la historia del pensamiento dialéctico materialista y su versión política marxista, para cons-
tituir, en sí mismo, una de la captaciones más lúcidas sobre la dimensión antropológica del trabajo.
75 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

La Hominización-Humanización: una “Morfogénesis Multidimensional”. El


contexto de la praxis en la naturaleza y la evolución humanas, según el soció-
logo y antropólogo francés Edgar Morin; en su famoso El Paradigma Perdido
ya advertía: “La hominización no podrá ser concebida por más tiempo como
resultado de una evolución biológica estricta, ni tampoco como producto de
estrictas evoluciones espirituales o socio-culturales, sino como una morfo-
génesis compleja y multidimensional que es la resultante de interferencias
genéticas, ecológicas, cerebrales, sociales y culturales” (1974, p. 65).

A través de la historia, las interacciones sociales de producción han sido relacio-


nes que los hombres contraen, en gran medida, independientemente de su vo-
luntad e incluso de su conciencia. Decía el filósofo Friedrich Engels que la historia
humana se despliega de tal modo, que el resultado final siempre ha derivado de
los conflictos entre muchas voluntades individuales “…efectos [decía Engels] de
una multitud de condiciones especiales de vida de las que surge un resultado –el
acontecimiento histórico–, que, a su vez, puede considerarse producto de una
potencia única, que, como un todo, actúa sin conciencia y sin voluntad…”2. Con
todo –tal como él mismo permitiría derivar–, aunque predominantemente los
humanos no somos del todo conscientes de las causas y determinaciones básicas
que rigen los procesos económicos y sociales en que vivimos inmersos, nuestra
búsqueda de fines diversos da origen a horizontes de acción que se subordinan
o se equilibran, a menudo incluso, se contraponen o excluyen. Puede, en conse-
cuencia, ser advertido que el cambio y progreso socio-histórico se han caracte-
rizado por una superación de esa inconciencia y de esa “in-intencionalidad”, am-
bas, limitaciones constantes en la expresión histórica más desafiante del trabajo;
aquello que precisamente ha sido llamado explotación del hombre por el hombre
mismo: potencia enajenante de la conciencia, de la libertad y la autodetermina-
ción… deshumanizante, en una palabra. Realidad dramática y paradójica, sobre

2
C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas. Moscú, 1952 (pp. 459-460).
El proceso multidimensional de la praxis 76

todo si se piensa, por otro lado, en la naturaleza evolutiva del trabajo, es decir,
principal fuerza creativa de las condiciones sociales e incluso biológicas de la hu-
manidad (cfr. Klamroth 1987; Terrazas 1994). Faceta que más nos interesa aquí
examinar y reivindicar antropológicamente.
En todo proceso productivo, y económico en general, se desarrollan deter-
minados tipos de relaciones: entre los propios agentes económicos entendidos
éstos como los sujetos sociales en su actividad consciente, y, por otra parte, sus
relaciones con los medios materiales de producción específicos. La importancia
y complejidad de estas relaciones3 no sólo dependen del nivel y “sofisticación” de
las características técnicas de los procesos de trabajo en cada época de la historia
–y prehistoria– humana (desde las primeras herramientas humanas hace unos
dos millones de años, hasta las actuales tecnologías globales de la informática).
Tales relaciones sociales de producción constituyen condiciones, o por el contra-
rio, límites objetivos de posibilidades múltiples; posibilidades conciliables o in-
cluso opuestas entre los agentes o sujetos sociales y económicos involucrados,
y que pueden abarcar, desde la equidad y el bienestar objetivamente caracteri-
zables4, hasta la pobreza y explotación del hombre por el hombre; espectro de
posibilidades que va, desde la integración y el desarrollo sustentable5, hasta la
dependencia, la exclusión o el franco espolio. Se trata de extremos cuya existen-
cia depende de la comprensión, de la acción así como de las decisiones histórico-
coyunturales de sus actores, no de determinaciones inherentes y necesarias de la
condición humana. Como sostiene el antropólogo físico Erik Klamroth, refirién-

3
“El conjunto de relaciones de los agentes de producción entre ellos y con la naturaleza constituye
precisamente la sociedad bajo el aspecto de su estructura económica [como] conjunto de relaciones
de producción [cuyo] sistema económico es el proceso económico global: producción, distribución,
intercambio y consumo” (Klamroth op. cit., véase pp. 113 y 114).
4
La objetivación del bienestar y el Desarrollo Humanos (mucho más allá de lo económico) no sólo
resulta posible sino indispensable. Sería sólo desde un relativismo cultural ramplón y mal entendido
(incluso dentro de la propia antropología, paradójicamente) que acaso pudiera llegar a cuestionarse
la pertinencia y posibilidad de estandarizar y aún de parametrizar indicadores y expectativas de
desarrollo humano (a través de las enormes diversidades históricas y culturales, tan sólo de México).
¿Existirían formas de bienestar objetivos, e igualmente deseables, para poblaciones indígenas de la
Sierra Tarahumara que para agricultores de Bajío o para empresarios de la Comarca Lagunera? Con-
viene que la respuesta sea afirmativa. De hecho, desde la misma antropología debe resultar posible
sustentar los fundamentos transculturales de la equidad y justicia sociales, del desarrollo, dignidad,
integridad y bienestar humanos (empresa crítica y analítica que rebasaría los objetivos centrales
del presente trabajo). Sugerimos al lector, en este sentido, el completo, actual y riguroso recurso del
documento Indicadores del Desarrollo Humano (http://hdr.undp.org/en/media/HDR_2001_indica-
tors_ES.pdf), generado por el Programa de Naciones Unidas para en Desarrollo (PNUD). Establece
el documento en su prefacio: “El propósito primordial de este Informe es evaluar la situación del desa-
rrollo humano en todo el mundo y proporcionar cada año un análisis crítico sobre ese tema. El informe
combina los análisis temáticos de políticas con datos detallados por países acerca del bienestar de los
seres humanos, y no meramente de las tendencias económicas.”
5
A fin de evitar clichés y lugares comunes sobre esta importante categoría, “desarrollo sustentable”,
tan susceptible de trivializarse, sugerimos al lector una exhaustiva y especializada obra al respecto:
77 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

dose a los orígenes prehistóricos de esta realidad humana del trabajo: “Lo que
distingue a las épocas unas de otras no es lo que se hace, sino cómo se hace…”
(op. cit. p. 109). Con todo, se trata de condiciones posibilitadas no solamente por
los medios materiales de producción: medios extensivos de la corporeidad e in-
teligencia humanas ante los objetos y realidades a modificar intencionadamente.
Se trata, asimismo, de determinaciones fundamentalmente basadas en las rela-
ciones económico-sociales que las personas son capaces de llegar a establecer y
mantener: “Estas relaciones [continúa Klamroth] se caracterizan por el tipo de
control o dominio que tales agentes de la producción puedan ejercer sobre los
medios y el proceso de trabajo” (Ibíd. p. 111). Fenómeno pues inseparable de
las relaciones humanas de trabajo socialmente estructuradas (y estructurantes);
“relaciones de producción” que configuran todo el proceso de trabajo, incluidas
las condiciones objetivas creadas y asumidas por los agentes económicos en su
realidad histórica concreta: pobreza o desarrollo objetivables; exclusión o inte-
gración.
Justo en este último sentido, superar esa inconciencia, esa no-intencionalidad
de que hablaba Engels, es, de hecho, un irreductible asunto de elecciones huma-
nas. Así, la elección de trascender, de superar inconciencia y ausencia de intencio-
nalidad, sólo puede iniciar –consideramos– como la voluntad de dirigir nuestro
pensamiento, nuestra inteligencia crítica, hacia eso que Engels había reconocido
como la condición básica y fundamental de toda la vida humana… el trabajo: “la
aplicación de la fuerza y el conocimiento humanos, socialmente determinados
hacia la acción recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza, es de-
cir, hacia la producción.”6
Sostenía la pedagoga Irene Duch-Gary que en el trabajo se realiza íntegramen-
te la praxis del hombre al abarcar, más allá del nexo práctico, la relación teórica
entre sujeto y realidad (2007, p.127). Examinando la categoría unificada traba-
jo–aprendizaje como la piedra angular de la concepción metodológica de la pe-
dagogía de la capacitación, la autora sostendría que los principios que inciden en
esta práctica educadora, y que permitirían explicar las determinaciones internas
de su desarrollo, sólo pueden ser cabalmente comprendidos, filosófica y cientí-

Ciencia Ambiental y Desarrollo Sostenible, de Ernesto C. Enkerlin, Gerónimo Cano, Raúl A. Garza y
Enrique Vogel. Thomson Editores. México, 1997. Sostienen los autores ahí: “El desarrollo hasta nues-
tros días se ha caracterizado por el predominio de la tendencia hacia la máxima rentabilidad a corto
plazo en cuanto al uso de los recursos naturales […] Se requiere un cambio fundamental en la manera
de implementar el desarrollo; en pocas palabras, se requiere llevar a cabo el desarrollo visto en su
dimensión social de largo plazo, en su contexto más amplio. La palabra desarrollo siempre ha sido
sinónimo de crecimiento económico, no necesariamente de bienestar, por ello, este tipo de desarrollo
reevaluado y dimensionado adecuadamente requerirá de un nuevo nombre, de un calificativo; sólo
así podremos aceptarlo, difundirlo, comprometernos con él y vivirlo como el nuevo paradigma de la
humanidad” (pp. 497 y 499).
6
Citado en Terrazas op. cit., p. 97.
El proceso multidimensional de la praxis 78

ficamente. Son profundas –escribía– las intersecciones multidisciplinarias que


permitieran revalorar la educación para el trabajo, sobre todo cuando éste ha de
ser reconocido como la transformación de la realidad natural, inseparable del
surgimiento de la capacidad humana de conocimiento del cosmos, “…mediante la
confrontación crítica con los hechos de la realidad que pretenden explicar [y] la
conquista plena del pensamiento abstracto.” (Ibíd. véase pp. 124-126).
Resulta curioso constatar que, de manera común, suele relacionarse la idea
de “trabajo intelectual” con la práctica de científicos, de maestros o educado-
res. Aunque tal ponderación no es en principio equivocada, sus énfasis sí aca-
rrea una comprensión muy parcial de lo que aceptamos concebir como prácticas
productivas reputadamente intelectuales. De forma inseparable y necesaria a su
naturaleza, todo trabajo humano involucra procesos de aprendizaje y productos
de conocimiento. Desde el acopio de la producción primaria hasta su comercia-
lización, desde la siembra y la cosecha hasta la negociación de recursos crediti-
cios, desde la transportación hasta venta de insumos para los requerimientos de
la producción constituyen, por definición y derecho propio, trabajo intelectual:
permanente estudio o conciencia analítica del proceso de trabajo como dinámi-
ca socioeconómica; formulación y ejecución de proyectos de desarrollo de los
procesos productivos, así como la conducción misma del proceso de aprendizaje
inherente a tales procesos anteriores (cfr. Malagón, E. En prensa, p. 157). Efecti-
vamente, iniciativas económicas que constituyen, en sí mismas y en forma inter-
dependiente, análisis de potencialidades de negocio, trascendencia lógica de lo
presente e inmediato; proyección del desarrollo, comprensión objetiva de la rea-
lidad dinámica del mercado, organización, planeación y estrategia que son, entre
otras, facultades del pensamiento humano. Constituyen, todos, procesos intelec-
tuales inseparables del diseño, la incubación, el fortalecimiento e integración de
las empresas de productores rurales; de cada eslabón de la cadena producción-
consumo; de cada función económica. Actividades específicas y concretas de una
“praxis total humana gracias a la cual el hombre como ser social y consciente
humaniza al mundo y a sí mismo” (puesto en las palabras del destacado filósofo
mexicano-español Adolfo Sánchez Vázquez).
Más aún, los productos de nuestras actividades, de nuestra práctica transfor-
madora, llegan a constituir realidades materiales, objetivas y concretas: desde
la “humanización de la naturaleza”, hasta la sociedad misma, sus dimensiones y,
con ello, el sujeto individual. Productos que sólo se realizan en la medida en que
sus condiciones de posibilidad pueden ser abstraídas y generalizadas, deducidas,
sintetizadas y previstas. Se trata de productos materiales e intelectuales en que
se plasman fines y proyectos humanos que subsisten más allá del proceso de su
gestación o génesis y, en sentido literal, cobran realidad independiente de la acti-
vidad de los sujetos específicos que les han creado (cfr. ibíd. 159 y ss).
Pero concedámonos examinar lo anterior con los términos y alcances analíti-
cos que realmente se merece. La inter-determinación esencial entre las esferas
79 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

unificadas que forman el trabajo, por un lado, y el aprendizaje-conocimiento,


por el otro, constituye relaciones con diferentes órdenes de implicación: órdenes
ontológicos, epistemológicos, metodológicos y axiológicos, fundamentalmente.
Explicaremos esto con cuidado.

2. Trabajo-aprendizaje: sus órdenes de implicación.

2.1 Una relación ontológica.


Dado que, de forma necesaria, trabajar resulta inseparable de procesos de apren-
dizaje –activa creación de significados, conocimientos y habilidades–, los saberes
y estructuras así producidos constituyen, en su más estricto sentido, no menos
que representaciones mentales socialmente justificables. En el más antropológi-
co sentido de la cognición humana, esas representaciones implican expectativas
vitales en y ante el mundo, más exactamente, estados de creencia (Flores 2003):
compromisos existenciales del pensamiento y la conducta, ante cómo asumimos
que es la realidad misma (compromisos “ontológicos”, dicen por su parte los fi-
lósofos7).
Era justo en el terreno disciplinario de vinculación entre la antropología cog-
nitiva y la antropología económica que uno de sus mayores representantes, Mau-
rice Godelier, sostuviera: “Uno no puede comprender las formas de regulación
consciente de la economía y de la relación con la naturaleza en los diversos tipos
de sociedades sin hacer una teoría acerca de la transparencia y la opacidad que
estas relaciones revisten en la conciencia de sus miembros” (1984, p.49. Cursivas
añadidas).
Esa necesidad se debe a que la natural imbricación trabajo-conocimiento-
aprendizaje, en buena medida, determina cómo asumimos, y por ende creemos,
que es la realidad en la que vivimos y trabajamos conociendo. Ello es decisivo,
puesto que, como ya lo advertía el destacado filósofo contemporáneo Richard
Rorty: sólo entenderemos la verdadera dimensión humana del conocimiento,
cuando reconozcamos la justificación social de cada representación mental como
estados de creencia (1979, véanse pp. 162 y 171). Pero ¿qué aporta exactamente
la creencia al contenido pensado, aprendido, conocido?
Al creer un hecho, considero que forma parte del mundo real y, por tanto, “…me
relaciono con el mundo contando con su existencia”; cualquier creencia, incluso
la más abstracta, implica expectativas, más o menos explícitas, que “regulan nues-
tras acciones más vitales ante el mundo” (Villoro 1982, pp. 32-35).
Cada imagen mental, cada representación, cada estado de creencia social-
mente significativo que la praxis del trabajo hace posible, implica, en efecto, “…
el desarrollo de estructuras cognitivas, redes neuronales y signos, mediante la

7
Cfr. W. Quine 1969.
El proceso multidimensional de la praxis 80

interacción y estructuración de la realidad más significativa para el individuo,


el trabajo”8. Consideramos, no obstante, que la plena dimensión de esto último
solamente se alcanza cuando entendemos que, tales aprendizajes, no sólo se
crean en los ámbitos más vitales de la existencia, también los determinan, pues
comprometen nuestras orientaciones más básicas hacia la realidad, o, puesto en
términos de más precisión y alcance: “…lo que los grupos humanos necesitan
es creer que el mundo está estructurado de tal modo que acredite sus ontologías
culturales” (Rorty op. cit. p. 166. Cursivas añadidas). Tal aplica, por igual, al caso
de una ontología desde, en y para el trabajo. Una ontología, pues, no es otra cosa
que el conjunto de ideas desde las cuales afrontamos, asumimos e intervenimos
nuestras realidades existenciales más fundamentales. La vivencia racional del
trabajo es la fuente primera de nuestras ontologías.
En qué ontología, es decir, en qué estructura de la realidad es en la que cree-
mos, no es, ni puede ser, un asunto trivial. Estados de creencia como, por ejemplo,
los de que, en el medio rural mexicano, la abrumadora mayoría de los producto-
res están posicionados sólo en la producción primaria; que tal, es una situación
crítica debido a la tendencia general de la disminución del valor correspondiente
a esta fase de las distintas cadenas productivas; que así, millones de productores
son excluidos y/o se excluyen a sí mismos del control del resto de los eslabones
de la cadena de valor, en manos minoritarias de otros agentes económicos quie-
nes, en consecuencia, sí retienen el valor correspondiente.
Asimismo, “estados de creencia” son los consistentes en asumir –con todo
lo que ello pueda implicar– que la vida en el medio rural realmente constituya
una opción de desarrollo personal, social y nacional; más todavía, creencias (y
convicciones) sobre la existencia de esquemas que permitirían a los productores
retener el valor asociado a su producción, asumiendo el control de otros eslabo-
nes de la cadena productiva y de valor donde participan.
En fin, estados disposicionales a comportarse como si aquello en lo que se cree,
realmente exite. Tal como la existencia de una realidad donde los propios produc-
tores rurales asumen la necesidad y capacidad de asociarse y conformar empre-
sas viables, eslabones proyectados estratégicamente cuyo desempeño constituya
mercado, implique agentes económicos y agregación de valor bajo escalas econó-
micas determinadas. La asunción de creencias semejantes (tal como las de orden
científico, y a diferencia de otros sistemas mucho menos rigurosos de creencia),
exigen nuestro mejor sentido crítico, nuestro apego a la evidencia observable
así como ordenamiento racional. Constituye otra creencia el sostener que, cada
vez resulta más difícil vivir en el campo y del campo, y que se expresa con toda
claridad en los movimientos migratorios de la población rural hacia las ciudades

8
Duch-Gary (op. cit. p. 127). Para la fundamentación original y completa, véase Malagón M. op. cit.
En su contexto y compromiso formativo y curricular, Plan Modular de Estudios para la Formación de
los Prestadores de Servicios (Colegio de Postgraduados-Financiera Rural).
81 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

y hacia el vecino país del norte. Sistemas de creencia que fácilmente podrían ape-
lar al peso abrumador de evidencias legítimas y objetivas.
El mismo estado psicoafectivo, cognitivo, conductual y social (la creencia) su-
pone dar por existente, dentro de la estructura de la realidad, cierta facultad vi-
talmente humana: la capacidad de generar y conscientizar estados de suficiente
insatisfacción y, desde ahí, necesidades de cambio, pues “Si el hombre viviera en
plena armonía con la realidad, o en total conciliación con su presente, no sentiría
la necesidad de negarlos… ni de configurar en su conciencia una realidad inexis-
tente aún” (Sánchez Vázquez, op. cit. p. 156). Por la facultad de podernos trazar
fines, las personas, como individuos y como sujetos sociales, negamos realidades
determinadas, y, por ende, afirmamos otras que no existen (todavía). Aceptar el
mundo en su estado actual, la realidad tal cual se nos presenta, nos priva de una
preciada capacidad humana: generar la necesidad de transformar la realidad y,
con ello, a nosotros mismos. Tal es otro estado de creencia (y, creemos aquí, dig-
no de ponderarse para asumirse).
Ya decía el célebre filósofo español José Ortega y Gasset que “Las creencias
nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma”. El estudio de la
naturaleza del conocimiento en la vida y trabajo del hombre demanda el análisis
de las formas en que pueden actuar las personas a partir de sus conocimientos,
en tanto estados de creencia más o menos conscientes, elaborados o plausibles.
Conlleva consecuencias ontológicas muy delicadas que a su vez exigen formas
especiales de entender al Homo sapiens, el cual, para la antropología cognitiva,
constituye una especie biológica cuya orientación fundamental hacia la realidad
es y ha sido el conocimiento: patrimonio que se viene generando, replanteando
y aprendiendo dentro de la esfera total del trabajo, incluso, cientos de miles de
años antes del surgimiento de la enseñanza institucionalizada o las escuelas (cf.
Malagón op. cit.). Tal fue en efecto la relación captada entre la acción y el pensa-
miento por el gran filósofo y pensador rumano Mircea Eliade, cuando escribía
que el estudio de los mecanismos del pensamiento “...nos ayuda a comprender
cómo y por qué algo llega a ser real para el hombre […] Nos importa ante todo
comprender bien ese mecanismo para seguidamente poder aproximarnos al pro-
blema de la existencia humana” (1985, p. 13. Cursivas añadidas).

2.2 Una relación epistémico-metodológica


Porque natural e históricamente, el trabajo proyectado a la realidad condiciona
y ha condicionado la manera en que suponemos que puede ser conocida, y por
ende transformada y apropiada, la realidad misma. Dicho de otra manera: desde
qué posibilidades, alcances, formas y niveles podemos conocer la realidad, es algo
inseparable del trabajo, y, por lo mismo, define las condiciones racionales para
asegurar su replanteo, recíprocamente, replanteando nuestra comprensión ordi-
naria, elemental o ingenua de lo real, ante las necesidades de su transformación.
Una certidumbre que bien puede derivarse de la historia ascendente del co-
El proceso multidimensional de la praxis 82

nocimiento científico, es reconocer que los más reputados y valiosos saberes que
hoy tenemos sobre la realidad en su conjunto –desde la formación del universo
hasta la naturaleza de los procesos de la mente humana– son, todos, saberes no-
espontáneos; expliquemos.
Esa “no-espontaneidad” de nuestras mejores formas de comprensión fren-
te a los problemas que nos plantea y demanda la realidad, se encuentra basa-
da en una especie de negación. Efectivamente, una negación metódica, es decir,
consciente, racional e intencionada, bajo una forma de oposición a la “inercia
natural” del entendimiento humano y sus frecuentes (y a menudo peligrosas)
ingenuidades intuitivas ante las complejidades inherentes del mundo. Eso exac-
tamente, es lo que nos permite entender el filósofo francés Gastón Bachelard. En
La Formación del Espíritu Científico, enfatizaba ese carácter –de cierta manera
contraintuitivo– del pensamiento y conocimiento superiores, pues significa que
sólo puede conocerse a profundidad algo mediante la oposición a las formas de la
experiencia básica e inmediata, con todas sus inercias y ambigüedades lingüísti-
cas y de significación, incluso emotivas o psicológicas9: “…en contra de lo que es,
dentro y fuera de nosotros, impulso y enseñanza de la naturaleza, en contra del
entusiasmo natural… coloreado y variado”10.
Existiría, efectivamente, en los empeños del entendimiento científico de la
realidad (mucho más allá de sus técnicas y procedimientos especializados), una
voluntad correctiva que, por principio, sólo puede trascender la conciencia ordi-
naria identificando con suficiente exactitud algo llamado por Bachelard, obstácu-
los epistemológicos: “Es ahí donde mostraremos causas de estancamiento y hasta
de retroceso; es ahí donde discerniremos causas de inercia [...] El conocimiento
de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y
plena…”11
Por su parte, el sistema humano trabajo-conocimiento-aprendizaje posibilita
la racionalización de nuestros procedimientos y condiciones para comprender-
intervenir nuestras condiciones de existencia, constituyendo, por ende, una rela-
ción de una gran potencialidad metodológica. Como veíamos arriba, situados en
muy diversos niveles, procesos o etapas del entendimiento humano, la existencia
de los errores en nuestra comprensión ordinaria y cotidiana basada en la intui-
ción espontánea (inevitables, de principio pero conscientemente superables),
constituyen un punto de partida obligado de identificar, ello en vías al abandono
progresivo de los niveles de la inmediatez, puesto que “Lo inmediato debe ceder
paso a lo construido [...] resultado de una objetivación crítica, de una objetividad
que [sin embargo] retiene del objeto solamente lo que ella criticó”12, decía Bache-

9
Cf. Aguilar R. “La Epistemología Bachelardiana”. Teoría. Anuario de Filosofía 1 (1). UNAM 1980.
10
Ibíd. p. 431.
11
Citado en, Jarauta 1979, p. 64.
12
Jarauta, op. cit. p. 51. (Cursivas añadidas).
83 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

lard esta vez en su libro La Filosofía del No. En otras palabras: únicamente desde
la negación de la experiencia inmediata, ingenua y ordinaria con todos sus obstá-
culos, entorpecimientos y confusiones –metódicamente caracterizados–, un co-
nocimiento superior podrá moverse hacia nuevas construcciones, hacia nuevos
“espacios de configuración”,13 de significado y, por ende, de acción práctica, pues
“Toda verdad nueva nace a pesar de la experiencia inmediata”.
Afrontar y manejar “…la contradicción entre las condiciones y posibilidades
personales del sujeto que aprende y las características intrínsecas del objeto de
estudio, es decir de la realidad del trabajo” es, fundamentalmente, un problema
didáctico (Duch Gary op. cit. p 127). Problema que más exactamente abre posi-
bilidades metodológicas para vincular intencionadamente el trabajo con los pro-
ductos del conocimiento, vía los procesos del aprendizaje, y considerando que
para cada uno de sus contenidos “…es necesario y factible identificar el fenómeno
correspondiente y la lógica interna que lo explica a fin de construir una secuencia
lógica, estructurada y coherente de reflexiones bajo la forma de cadenas de cau-
salidad que conduzcan desde la estructura de pensamiento del que aprende hasta
la lógica interna del fenómeno bajo estudio y por tanto a su aprendizaje” (Malagón
op. cit. p. 154. Cursivas añadidas).
Una concepción didáctica de la relación entre la ontología (cómo asumo son las
cosas) y la epistemología (cómo supongo que puedo conocerlas) involucradas en
el trabajo, nos permite cobrar conciencia de una falta variable de homogeneidad,
o, mejor dicho, de correspondencia entre la estructura propia de la realidad, y la
estructura lógica (o modelos) con la que pensamos la realidad misma. La reali-
dad siempre es enormemente más compleja, incluso, que los mejores modelos
mentales que usamos para entenderla: “…esta esfera más compleja sólo puede
ser comprendida de un modo aproximado, y el modelo puede constituir una pri-
mera aproximación a una adecuada descripción e interpretación de la realidad”
(Kosik op. cit. p. 59).
De forma aproximada, pero creciente, en efecto, los modelos lógicos crea-
dos por nuestro tipo de inteligencia propiamente humana14, permiten conocer
y entender la condición de la realidad. Con todo, la brecha entre ésta y el pensa-
miento y sus obstáculos inherentes, siempre nos exige una reducción estratégi-
ca y progresiva (es decir, metodológica), acerca de las posibles contradicciones
respecto de, por ejemplo, ciertas necesidades del entendimiento ante el trabajo
y sus procesos productivos; requerimientos de nuestra inteligencia ante los ob-
jetos de trabajo, poseedores de una lógica inherente de la que dependerán las

13
Ibíd. p. 63.
14
Es interesante e incluso revelador lo que en este sentido comenta el neurocientífico Francisco
Varela: “El proceso continuo de la vida ha modelado nuestro mundo en una ida y vuelta entre lo que
describimos, desde nuestra perspectiva perceptiva, como limitaciones externas y actividad generada
internamente. Los orígenes de este proceso se han perdido para siempre, y en la práctica nuestro
mundo es estable (excepto cuando se desmorona).” (1990, p. 102).
El proceso multidimensional de la praxis 84

condiciones para su conocimiento: “…secuencia de reflexiones para el sujeto que


le permitan avanzar en el nivel de representación del fenómeno y en la cadena de
premisas y consecuencias que explican el fenómeno.” (Malagón op. cit. p. 151):

• ¿Cuáles son las características de un producto a obtener, mediante un deter-


minado proyecto productivo, y en función del mercado real o potencial?;
• ¿De qué dependen, cuál es el tipo de soluciones tecnológicas que asegurarían
el producto con las características ya pre-definidas?;
• ¿Cómo debe realizarse cada fase o componente del proceso productivo para
asegurar las características de un producto?;
• ¿Cómo deberán organizarse los productores en el proceso productivo para
que éste pueda realizarse de acuerdo al diseño identificado de sus productos?;
• ¿Cuáles son las necesidades de capacitación del grupo de productores para
realizar el proyecto, y asegurar el producto con las características identificadas,
o más exactamente, “¿Qué sabemos y qué debemos aprender para asegurar la
producción?” 15

2.3 Una relación axiológica


Porque aprender-de-la-realidad-trabajando, incluso, influirá sustancial y perma-
nentemente sobre qué valores entendemos y asumimos ante la realidad. Merece
la pena esforzarse por entender que, los seres humanos, somos una especie bio-
lógica poseedora de albedrío, y que, justo por ello, creamos, asumimos, replantea-
mos o bien desechamos valores.
Sucede a menudo que relaciones de profunda significación son, también, las
menos obvias y, por ende, menos esperadas. Con su enorme autoridad intelec-
tual, Paulo Freire se daba la libertad de pensar complejas relaciones; alguna vez,
refiriéndose a las resonancias, vínculos y relaciones expandidas de la educación
como fenómeno humano total, decía: “Como proceso de conocimiento, formación
política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación científica y téc-
nica, la educación es práctica indispensable para los seres humanos y específica-
mente de ellos en la historia como movimiento, como lucha”.
Consideramos aquí, que, con igual riqueza de consecuencias, y justificación
de relaciones, podría decirse exactamente lo mismo de un concepto insepara-
ble al de educación: trabajo. Pensamos, en efecto, que pudiéramos situar, justo
en el mismo sitio del concepto “educación”, el de “trabajo” con idéntico sentido
y profundidad relacional: proceso cognoscente, formación político-social, mani-
festación ética y de valores de realización plenamente humanos, capacitación
científico-técnica… práctica y lucha indispensable para los seres humanos.

15
Malagón op. cit. pp. 164-165. Véase también Manual Integrado (documento inédito, Financiera
Rural), pp. 84-86.
85 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Despreciando ese timorato prejuicio por reconocer su pleno lugar a las esferas
psicoafectivas y emocionales de la condición humana en todos los ámbitos de
nuestra vida (prejuicio que hace del racionalismo más una pose que una convic-
ción), el biólogo y científico cognitivo Humberto Maturana16, sostenía alguna vez
que, en el dominio de la relación con el otro (sí, ese universo o dominio que crea
y a su vez es creado por el trabajo), tienen lugar tanto la responsabilidad como
la libertad en tanto modos de convivir y de accionar. Es allí mismo, sin embargo,
donde también existen las emociones como modos y como posibilidades de rela-
ciones entre los sujetos y, allí, en el fondo del alma humana –decía él–, es donde
puede estar la frustración y el enojo, pues:

Hemos querido reemplazar el amor por el conocimiento como guía única en nuestro quehacer
[léase, trabajar], en nuestras relaciones con otros seres humanos y con la naturaleza toda y nos
hemos equivocado. Amor y conocimiento no son alternativas [de mutua exclusión], el amor es
un fundamento mientras que el conocimiento es un instrumento… el amor es el fundamento del
vivir humano, no como una virtud sino como la emoción que en lo general funda lo social, y en lo
particular hizo y hace posible lo humano como tal en el linaje de primates bípedos a que perte-
necemos, y al negarlo en el intento de dar un fundamento racional a todas nuestras relaciones y
acciones nos hemos deshumanizado volviéndonos ciegos a nosotros mismos y a los otros.17

La voluntad de ampliar la comprensión del trabajo y, de ahí, sus alcances huma-


nos y humanizantes, resulta inseparable de otra esfera de la creatividad humana:
la generación de valores (por supuesto que no sólo económicos). Esfera que, sin
lugar a dudas, hay que dar por existente: no menos que la dimensión que posi-
bilita a la especie Homo sapiens vivir lo inmediato en función de lo trascendente,
bajo la forma de aspiraciones, de expectativas, de prioridades y necesidades ante
capacidades humanas tan prácticas y técnicamente eficaces las unas, como igual-
mente subjetivas, emocionales y psicológico-afectivas las otras. No debiera olvi-
darse que las necesidades del animal humano son directamente proporcionales
–y de hecho derivadas– de su forma y su nivel de complejidad evolutivamente
alcanzados (cualquiera que éstas sean); necesidades de un orden existencial su-
perior.

16
Junto con otro destacado biólogo de Harvard e investigador de la cognición, el ya desaparecido
Francisco J. Varela, Maturana es co-autor de una de las teorías más originales e influyentes de las cien-
cias contemporáneas: el modelo de los sistemas autopoiéticos, aplicable no sólo a la re-comprensión
del fenómeno de la vida, sino de la existencia de los sistemas cognitivos y sociales.
17
Maturana, Humberto y Francisco J. Varela (1997) De Máquinas y Seres Vivos. Autopoiesis: la organi-
zación de lo vivo. Editorial Universitaria. Santiago de Chile (p. 32)
El proceso multidimensional de la praxis 86

La humanidad, sus valores y sentidos trascendentes en todo ámbito de existencia y de creatividad:


el trabajo no es la excepción desde el comienzo de los tiempos. (Pinturas de Lascaux, Francia, c. 14
mil a.p.).

Más que una actividad puramente instrumental, reconocer que el trabajo pudie-
ra tener recompensas intrínsecas, es decir, como faceta de la existencia huma-
na con un fin propio e independiente de satisfactores externos (sobrevivencia,
dinero, prestigio social), implica considerarle desde una concepción amplia (cf.
Noguera 2002). Concepción capaz de incluir una dimensión valorativa (axioló-
gica en términos estrictos) que abarcaría desde la eficacia técnica y utilitaria,
el equilibrio normativo y la solidarización social, hasta la libertad creativa que
supone generar significados múltiples de autonomía y de autorrealización de los
propios sujetos activos y conscientes del trabajo: derecho inalienable y deber
consustancial de la condición humana.
A diferencia de una concepción reducida –o reductiva–, supone pensar al tra-
bajo no meramente como un medio subordinado a fines materiales “superiores”
de legitimación, sino como despliegue humano con sentidos y valores propios
(visibles desde su comprensión como praxis), y compatibles con la libertad, la
dignidad y la felicidad humanas. Supondría tomarse en serio preguntas tan espe-
ciales y demandantes, como: ¿es el trabajo un ámbito de emancipación, de auto-
rrealización y autosuperación humanas?, ¿bajo qué condiciones?, ¿va pues, más
allá de una racionalidad puramente instrumental, o se agota en ella?, ¿puede el
trabajo ser una práctica generadora de sentidos más allá de sí mismo, de sentidos
trascendentes? (cfr. Ibíd.).
Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Concepción amplia versus concepción reducida del Trabajo a partir de los ámbitos de la acción humana y sus criterios de validación (adaptación basada
en Habermas 1981, y Noguera 2002).
87
88

5. De Homo a sapiens:
consideraciones sobre
evolución humana

El trabajo es la fuente de toda riqueza… Lo es, en efecto,


a la par con la naturaleza, que le provee de los materia-
les que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchí-
simo más que eso. Es la condición básica y fundamental
de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta
cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al
propio hombre.

Friedrich Engels
El Papel del Trabajo en la transformación
del Monoen Hombre
89 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

1. Cultura y Praxis

U
n plano fundamental de análisis que permite comprender la unidad crea-
tiva e indisoluble entre trabajar y aprender-conocer es una óptica o pers-
pectiva histórica, más concretamente, la visión evolutiva de este nexo. De
ahí la relevancia de que el vínculo del trabajo y las esferas de la cognición
no sólo en su profundidad teórica sino en su potencial metodológico y práctico,
deba re-ponderarse como una “…forma viva y espontánea de la relación teoría–
práctica en las condiciones históricas originarias de sobrevivencia del hombre
y su medio ambiente.” (Duch-Gary op. cit. p. 128). Al respecto, el orden de ra-
zonamiento que interesa aquí destacar sería como sigue: hoy más que nunca,
la ciencia que explica nuestros orígenes evolutivos (llamada paleoantropología1)
se halla en posibilidad de sostener, como una de sus mayores evidencias, y más
exactamente certidumbres, que nuestra singularidad como especie tiene, a su
vez, una evolución singular. Evolución cuyas causas o fuerzas primordiales se han
nutrido “auto-catalíticamente”, o sea, de sus propios productos; puesto en otros
términos: en nuestro ascenso evolutivo, los productos han retro-alimentado sus
propias causas. En efecto, la especie que, en el sentido más radical, no sólo ha po-
dido generarse, sino, incluso, ha podido crear también condiciones potenciales
de su propia extinción2.
Como el resto de las especies vivientes o extintas, somos resultado de las de-
terminaciones ambientales más básicas, desde causas necesarias hasta casuali-
dades indeterminadas, sí, climáticas, geológicas, ecosistémicas. Nadie mejor que
el antropólogo y filósofo Francés Edgar Morin, ha sabido captar esta zaga evo-
lutiva del Homo sapiens “…un juego de interferencias que presupone la existen-
cia de acontecimientos, eliminaciones, selecciones, integraciones, migraciones,
fracasos, éxitos, desastres, innovaciones, desorganizaciones, reorganizaciones.”
(1974, p. 67).
1
La Paleoantropología es la ciencia de los orígenes y evolución de la especie humana, sus determi-
naciones, sus ámbitos geo-ecológicos, sus temporalidades, ritmos y “rutas” evolutivas (filogenias).
Constituye un campo de unificación disciplinaria entre estudios de la paleontología humana, tradi-
cionalmente biológicos, por un lado, y los representados por la arqueología prehistórica, más bien
pertenecientes al campo de las ciencias sociales o humanas, por otra parte (Flores 2005). Como bien
señala la antropóloga Martha M. Lahr (2001, pp. 107-108), la intersección entre ciencias naturales y
ciencias sociales que la paleoantropología constituye, involucra, como era de suponer, estudios que
van desde la anatomía, hasta los de las sociedades del pasado; desde la ecología, hasta las tecnologías
de la prehistoria; desde etología (estudio del comportamiento animal), a los estudios en biología
molecular, por sólo mencionar algunos.
2
Asestando un duro golpe a esa verdadera arrogancia cósmica que es la del ser humano, el ilustre pa-
leoantropólogo africano Richard E. Leakey en La Sexta Extinción. El futuro de la Vida y de la Humani-
dad, armoniza su preocupación con la del filósofo contemporáneo Karl R. Popper ello desde visiones
profundamente antropológicas como las siguientes: “…la razón y el conocimiento que aparecieron
durante nuestra historia evolutiva dotó a nuestra especie de una flexibilidad de comportamiento que
Consideraciones sobre evolución humana 90

Más que ninguna otra forma viviente, sin embargo, somos producto evolutivo
de nuestras propias prácticas vitales en la naturaleza, esto es, de la manera en
que nuestro linaje homínido3 ha venido ganándose la vida en la naturaleza desde
hace unos cuatro millones de años; creando el nicho ecológico más expansivo,
complejo y multideterminado del universo biológico hasta ahora conocido. Ese
nicho lo han llamado los antropólogos, “cultura”:

[...] no existe una naturaleza humana independiente de la cultura [...] al someterse al gobierno de
programas simbólicamente mediados el hombre determinó sin darse cuenta de ello los estadios
culminantes de su propio destino biológico. Literalmente, de manera absolutamente inadvertida,
el hombre se creó a sí mismo [...] somos animales incompletos que nos completamos por obra de
la cultura [...] la cultura más que agregarse a un animal terminado, fue un elemento constitutivo
y un elemento central en la producción de ese animal mismo (Geertz, 1991: 54-55; las cursivas
son nuestras).

Somos, así, resultado de nuestra propias capacidades de acción sobre la natu-


raleza y, a partir de ello, sobre nuestra propias posibilidades de existencia; esa
capacidad la han llamado los historiadores, filósofos y teóricos sociales “praxis”:

Se actúa conociendo, de la misma manera que se conoce actuando. El conocimiento humano en su


conjunto se integra en la doble e infinita tarea del hombre de transformar la naturaleza exterior,
y su propia naturaleza [...] la modificación práctica del objeto no humano se traduce, a su vez, en
una trasformación de hombre como ser social (Sánchez Vázquez, 1967, véanse pp. 158 y 164).

Ahora bien, dando por bueno aquel principio que sostiene que la mejor manera
de entender algo es averiguando cómo se originó, entonces, la “referencia a la pro-
blemática fundamental que constituye el hombre” (tomando palabras de Gilbert
Durand, filósofo contemporánteo), supone una referencia a nuestros orígenes; a
nuestros orígenes evolutivos.

nos permite multiplicarnos y crecer con entera libertad prácticamente en todos los ambientes de
la Tierra. La evolución de la inteligencia humana, por tanto, dilató el potencial de expansión y el
crecimiento poblacionales […] succionamos nuestro sostén y nuestro mantenimiento del resto de
la naturaleza de un modo sin parangón en la historia del mundo […] Somos como ha dicho Edward
Wilson, ‘una anormalidad ambiental’. Las anormalidades no duran eternamente; al final desapare-
cen…” (Leakey, 1997, 251). Paralelamente nos recomienda Popper: “…podemos descartar una teoría
defectuosa antes de que la adopción de esa teoría nos haga ineptos para sobrevivir: al criticar nues-
tras teorías, podemos hacer que ellas mueran, en vez de que nosotros muramos. Esto claro, reviste
muchísima importancia” (citado en Flores 2003, p. 123).
3
Como hemos ya anticipado, se entiende por familia de los homínidos (Hominidae, en términos
taxonómicos estrictos) a aquellos primates que incluyen a la especie humana así como a sus ances-
tros directos o colaterales; más precisamente, a partir del momento evolutivo de la adquisición de la
marcha bípeda hace unos 4.2 millones de años, pues la especie de homínido más antigua reconocida
hasta hoy, es el Australopithecus anamnesis, como podremos ver abajo. Ese rasgo adaptativo (el de
caminar en dos patas) es el que, en definitiva, nos separaría de nuestros parientes biológicos más
cercanos (como el gorila, el chimpancé o los grandes simios asiáticos o sea el orangután y el gibón),
tal como veremos. Todas las especies humanas habidas (definitivamente más de una como veremos)
han sido homínidos; no todo homínido, sin embargo, es humano.
91 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Significará, lo anterior, pensar al trabajo humano como cultura y como praxis;


por ende, que el trabajo no es propiamente humano si no es generador de co-
nocimiento. Justo desde la antropología, implicará situar estos fenómenos, y el
del aprendizaje, que propiamente los une, en el corazón mismo de la naturaleza
humana… la de la especie Homo sapiens, en su unidad, diversidad, naturaleza y
evolución.

Si el trabajo es producto humano (incluso pre-humano), ¿es nuestra especie


producto del trabajo? La respuesta afirmativa proviene de la antropología.
La organización social del trabajo, fenómeno ya anterior al nacimiento de
nuestra propia especie, implica comunicación, símbolos, aprendizaje trans-
generacional y conocimiento socialmente significativo. (Grupo de neander-
tales involucrados en un proceso de trabajo-aprendizaje; escena plasmada
por la obra artístico-científica del pintor checo Zdenek Burian).

2. Homo sapiens: sobre su naturaleza y origen evolutivo


Nuestro planeta no sólo es el único mundo conocido que posee la cúspide de la
complejidad de lo existente, o sea, la vida; también la posee de forma realmente
exorbitante. A pesar del impacto humano sobre el planeta, y de cierto proceso na-
tural e inseparable a la evolución llamado extinción, las cifras de la biodiversidad
(la multiplicidad de tipos de seres vivos) son datos que producen vértigo. Según
las estimaciones más recientes de la rama de la biología dedicada a la clasifica-
ción de los seres vivos, la llamada taxonomía, se calcula que podrían existir hasta
30 millones de especies en la Tierra, entre bacterias, hongos, plantas y animales
(Burnie 2004). A fin de situarnos dentro de ese fastuoso orden universal de los
Consideraciones sobre evolución humana 92

seres vivos, resultaría interesante recurrir brevemente a la “frialdad analítica”


(no de la filosofía, la psicología o de la antropología) sino a la de la zoología.
Con honda conciencia, el antropólogo y ambientalista Richard E. Leakey decía
que, a fin de conocernos a nosotros mismos como especie viviente (como qué si
no…), y comprender así nuestro justo lugar en el sistema universal de los seres,
debemos distanciarnos –tanto como en espacio como en tiempo– de nuestra pro-
pia experiencia, de una inmediatez ingenua y elemental: “No es fácil [decía] pero
es esencial si de veras queremos ver una realidad más amplia” (1997, p. 16).
Como hemos visto, ya desde el siglo XVIII, los seres humanos ocupamos for-
malmente un lugar dentro del “catálogo” de la biodiversidad planetaria. Conser-
vamos, desde entonces, el nombre científico oficial con el que ingresamos: Homo
sapiens sapiens. El nombre nos fue dado por el naturalista sueco Karl von Linné.
A menudo, y quepa la siguiente aclaración, suele denunciarse que la duplicación
del “apellido” sapiens (es decir, el nombre de la especie dentro del género Homo),
pareciera un gesto muy poco modesto: “dos veces sabio”. Con todo, la intención
verdadera dista mucho de un énfasis aparentemente tan arrogante.
Al duplicar el nombre de la especie, la ciencia (la forma de saber más pres-
tigiada que a la fecha poseemos) renuncia a asignar una sospechosa subclasifi-
cación dentro de las especies, y tal subclasificación sólo puede ser la de raza. El
propósito debe quedar claro: para el conocimiento científico, “raza” ha acabado
por reducirse a un falso concepto pues, sencillamente, resulta insuficiente para
comprender la extraordinaria (e innegable) variabilidad biológica y cultural de
los pueblos de la Tierra. La unidad y diversidad humana no podría, definitiva-
mente, ser comprendida con seriedad mediante una noción tan ambigua y defec-
tuosa (incluso, históricamente tan lamentable). Así, sin embargo, tan natural es
designar razas al interior de especie de felinos, p. ej., Panthera leo bleyenberghi
(el típico león africano, un poco diferente del asiático), como chocante sería hoy
para la ciencia hablar de algo tan improcedente como un Homo sapiens caucasi-
cus o un Homo sapiens africanus. La invaluable variabilidad biológica y cultural
humana no da origen a “razas”; todos somos doblemente sapiens. Ello no enfatiza
nuestra “doble sabiduría”, sí empero, nuestra unidad indivisible.
Por otra parte, sin embargo, si la evolución nos ha enseñado algo, decía Robert
Proctor –historiador y crítico de la ciencia–, es que no existe algo así como una
esencia humana. Digamos, una misteriosa forma fija y final de eso que sentimos
y creemos ser y que alcanzamos, en la historia del universo, de una vez y para
siempre y clausurando con ello “la máquina de la evolución”, potencia cósmica
al servicio de nuestra realización. No obstante, particularmente en la ciencia de
nuestros orígenes, la paleoantropología, sigue siendo frecuente la existencia de
presupuestos implícitos o silenciosas asunciones acerca de “arribos”, “liberacio-
nes” o “realizaciones” relacionados a tal supuesta esencia consumada de lo hu-
mano (2003, p. 220-226). Por lo mismo, según Proctor, nunca estarán demasiado
93 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

lejos ciertos “mitos creacionistas de antiguos monoteísmos”4 como misterioso


origen de una suerte de santificación de la “puesta en marcha” de realidades que
supuestamente culminarían en formas o estados del presente: nosotros.
La variabilidad humana es realmente asombrosa, pero, más aún, lo es su uni-
dad fundamental, realidad estimulante de nuestras mejores explicaciones dispo-
nibles así como de nuestras convicciones de acción sobre nosotros mismos. El
famoso antropólogo de la Universidad de Harvard, William W. Howells reconocía
que, aunque la variabilidad planetaria del Homo sapiens es una clara evidencia del
poder evolutivo de la diversificación de las poblaciones, sin embargo, realmen-
te no es mucho lo que se sabe sobre las causas de la variabilidad de los “tipos”
humanos (para no hablar ya de “razas”). Efectivamente, si bien las poblaciones
sapiens en diferentes partes del mundo se han ajustado a múltiples ambientes
físicos o ecosistemas (desde la pigmentación dérmica hasta la capacidad pulmo-
nar a grandes altitudes o, incluso, mutaciones en la hemoglobina, la molécula de
la sangre), sorprende constatar –nos dice Howells– que todavía es poco enten-
dido el significado adaptativo de la mayor parte de las diferencias físicas entre
los pueblos de la Tierra (1992). Lo anterior es muy importante porque, aunque
cuesta mucho a la ciencia explicar el principio de la diversificación humana, no
obstante, es clara y universalmente reconocido aquello que nos unifica; consta-
tación para la cual las ciencias involucradas en el estudio de nuestros orígenes,
poseen abundantes y contundentes demostraciones: las diferencias físicas y cul-
turales del Homo sapiens son exuberantes, no obstante, mayor poder expresivo
–para la ciencia y la conciencia universal– posee su esencia cohesiva y unificante;
nunca se insistirá demasiado: todos somos sapiens.
Extendiendo hacia nuestros fines el sentido de la tesis sobre la “unidad ma-
terial interna de la realidad” (desde el átomo hasta el cerebro5), consideramos
que una de las mejores evidencias del avance de la ciencia antropológica, es que,
cuantos más nuevos aspectos, facetas o dimensiones de la realidad humana aco-
mete y busca comprender (fenómenos como el trabajo, las diferenciaciones ge-
néricas entre los sexos, el juego, la vida religiosa, el poder sociopolítico, la locura,

4
Quepa la siguiente digresión. En 1950 el papa Pío XII en su encíclica Humani Generis (el Género
Humano) reconoció que la evolución biológica es compatible con la fe cristiana. En 1981 Juan Pa-
blo II pronunció un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias donde claramente se manifestaba
contra el fundamentalismo de quienes hacen del Génesis una descripción estrictamente literal: “Las
Sagradas Escrituras –expresaba– desean simplemente declarar que el mundo fue creado por Dios, y
con el fin de ensañar esta verdad se expresan en términos de la cosmología conocida en tiempos del
escritor sagrado […] Cualquier otra enseñanza sobre el origen y composición del universo es ajena a
las intenciones de la Biblia, que no pretende enseñar cómo se formó el firmamento, sino cómo llegar
al cielo” (citado en Cela Conde y Ayala 2001, p. 36).
5
Sostenía al respecto el filósofo checo Karel Kosik: “La existencia de analogías estructurales [decía en
el clásico Dialéctica de lo Concreto] entre los más diversos campos –que, por otra parte, son absoluta-
mente distintos– se basa en el hecho de que todas las regiones de la realidad objetiva son sistemas, es
decir, complejos de elementos que se influyen mutuamente” (1967, p. 58)
Consideraciones sobre evolución humana 94

el pensamiento mitológico, el erotismo, la conciencia, el dolor, la violencia, el arte


y un largo etcétera), tanto más penetrante se evidencia la unidad sustantiva y
evolutiva de la especie humana. Nos referimos al hecho de que un conocimiento
más profundo de esta unidad, resulta paralelo a la profundización de nuestro
entendimiento del carácter específico de los distintos sectores y planos de la vida
humana; esa capacidad para inventar diferencias que, paradójicamente, expan-
den los alcances de la unidad esencial de lo humano. Ello implica una naturaleza,
y, necesariamente, un origen que la explique, pero, si tal nos exige algo así como
una “definición”, estaremos ante la más problemática de todas. Con agudeza –y
algo de acidez– el paleoantropólogo del Museo Americano de Historia Natural,
Ian Tattersall decía que, “Humanidad” es a los humanos (incluidos los antropó-
logos) como la pornografía es a sus persecutores: saben plenamente cuando la
están viendo, incluso, si no están en la posibilidad de definirla.
Según la Encyclopedia of Human Evolution and Prehistory la especie Homo
sapiens –crecientemente desde su aparición y hasta el presente– ha sido una es-
pecie con variabilidad biológica entre sus poblaciones; se dice que es “politípica”.
Según el importante paleoantropólogo inglés Christopher Stringer, en la misma
enciclopedia, los rasgos distintivos de nuestra especie (como pudieran caracte-
rizarse, por su parte, los propios de una ballena gris, una orquídea o una arau-
caria), y que son comunes a todas las poblaciones que forman y han formado la
humanidad, son algunos como las siguientes (pp. 267-274):

Tenemos la mayor gracilidad (delgadez) de esqueleto de todos los miembros del


linaje de los homínidos. Ello se ha interpretado como indicador de que los sofis-
ticados comportamientos adaptativos de la especie (los más, por sobre cualquier
otra especie habida), han determinado en nuestra evolución el máximo énfasis
sobre la economía de esfuerzo físico y la máxima presión selectiva sobre otro
tipo de fuerza. La fuerza que posibilita el cerebro más grande y complejo de toda
la biodiversidad e inseparable al desarrollo del más sofisticado “órgano” adapta-
tivo de toda la naturaleza, órgano creado por la propia especie: la cultura (léase
trabajo, praxis), es decir: “…la acumulación global de conocimientos y de inven-
ciones derivados de la suma de las contribuciones individuales transmitidas de
generación en generación y difundidas en nuestro grupo social, que influye y
cambia constantemente nuestra vida”, sostiene el célebre genetista y antropólo-
go italiano Luigi L. Cavalli-Sforza (2007, p. 9). Cerebro y cultura: órganos que han
co-evolucionado (Durham 1991; Terrazas 2001); que se determinan mutuamen-
te en su naturaleza y potenciales más esenciales. Con frecuencia se enfatiza la
autoría del cerebro sapiens sobre la obra cultural, sin embargo, el sentido inver-
so es igualmente decisivo pues, en sentido literal: “…la cultura actúa moldeando
la conformación de las redes neuronales del cerebro y con ello la forma en que
comprendemos y actuamos sobre el mundo” (Malagón op. cit. p. 135).
95 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Nuestra especie posee, característicamente, un cerebro de gran tamaño, tanto en


sentido absoluto como en relación al tamaño promedio del cuerpo humano. En
sentido absoluto, sólo elefantes y ballenas poseen cerebros mayores; en sentido
relativo, otra especie de primate (el mono ardilla de las selvas sudamericanas) es
el poseedor del cerebro más grande, o sea, con respecto al tamaño de su cuerpo.
Existió otra especie humana, ahora extinta, que poseyó un volumen de cerebro
absoluta y relativamente comparable al nuestro: el Homo neanderthalensis, ho-
mínido surgido en el continente euroasiático (no los hubo nunca en África) hace
unos 150 mil años y virtualmente extinto hacia 30 mil (véase recuadro Los Nean-
dertales: otra forma de Humanidad). En nosotros, como en esta especie herma-
na, quizá la más popular en la divulgación no especializada, el volumen cerebral
promedio se ha calculado en 1300 mililitros (lo que puede variar en función del
tamaño del cuerpo del individuo). Aunque machos respecto de hembras de la
misma población tienden a tener cerebros más grandes, no hay que malinterpre-
tar los alcances del mero tamaño: Anatole France, premio Nobel de literatura,
apenas excedía los 1000 mililitros de cerebro, y la prodigiosa creatividad de Mo-
zart necesitó de menos de 1100 aproximadamente.
Si bien cráneos sapiens y neandertales son prácticamente idénticos en volu-
men, sin embargo, no lo son en su forma. La nuestra es sumamente característi-
ca: un cráneo poco alargado (en sentido antero-posterior); nuestra redondez y
elevación es la más marcada de todas las otras especies homínidas, con la fren-
te más vertical y de prominentes proyecciones frontales. Visto desde atrás o de
frente el cráneo sapiens, presenta una forma única: paredes laterales (los huesos
llamados parietales) en forma de domo, bien redondeadas o de una homogénea
curvatura. Nuestro occipital (la nuca) siempre carece de un típico reborde hori-
zontal de hueso presente en los neandertales acompañado, en éstos últimos, de
una fosa llamada “suprainiaca”. Las paredes óseas de nuestro cráneo son también
de las más delgadas de todo el linaje evolutivo de los homínidos. A diferencia de
nuestro enorme neurocráneo (el que alberga el encéfalo), tenemos el cráneo fa-
cial más pequeño, vertical y casi carente de rebordes de hueso sobre las órbitas
de los ojos (arcos “superciliares”). Por ser la especie animal que mayormente
retiene rasgos infantiles durante la vida adulta (tanto físicos como conductuales,
aspecto que es llamado “paidomorfismo”), nuestro cráneo resulta ser el más bul-
boso y nuestra cara la más pequeña, proporcionalmente, en relación a cualquier
otra especie. Valga comentar que todas estas características tan distintivas de la
morfología sapiens, son más enfáticas, aun, en hembras que en machos.

Las características propias del crecimiento y desarrollo de nuestra especie (lo


que técnicamente llamamos “ontogenia”) nos hacen el animal con el más prolon-
gado período de dependencia infantil; mayor que la de cualquier primate vivo o
extinto. Asimismo, somos el primate más longevo, con el mayor período de vida
correspondiente a la etapa post-reproductiva. La importancia sustantiva de am-
Consideraciones sobre evolución humana 96

bas características, conjuntamente, radica en las posibilidades que abre para la


continuidad intergeneracional del conocimiento y la cultura: entre más tardamos
en crecer y entre más vivimos, más cosas aprendemos y mejores capacidades de
aprendizaje desarrollamos. Técnicas muy precisas desarrolladas para determi-
nación de la edad de la muerte de homínidos fósiles, apuntan a la evidencia de
que los lentos patrones de crecimiento sapiens, aún estaban ausentes en nuestros
ancestros más o menos remotos (Tattersall, Delson y Van Couvering 1988). Es
justamente el ritmo único de la ontogenia humana lo que permite expandir al
máximo los potenciales bio-culturales para aprender, y el enriquecimiento ilimi-
tado de construir conocimientos nuevos y acumulativos; el “efecto trinquete”, en
términos del primatólogo y antropólogo Michael Tomasello:

Ciertamente, la más notable característica de los procesos de evolución de la cultura humana es


la forma en que modificaciones a una determinada invención, artefacto o práctica social realizada
originalmente por un individuo o una colectividad determinados, se dispersan al interior de los
grupos humanos, y una vez instauradas, sufrirán posteriores modificaciones futuras acumulati-
vas –y sobre éstas a su vez nuevas modificaciones serán hechas (1999, p. 512).

En efecto, ello aplica desde las filigranas simbólicas y profundidades del lengua-
je, hasta nuevas formas de estar en el mundo, actitudes y habilidades que nunca
dejamos de aprender sea por necesidad, por azar o bien por placer. Aprender es
la capacidad sapiens más profundamente arraigada en nuestra específica natura-
leza animal y, al mismo, tiempo en nuestra esencia cultural. Evidencia profunda-
mente antropológica.
¿Es posible, sin embargo, precisar el tiempo, espacio y condiciones razonable-
mente precisas de la aparición de esta especie llamada Homo sapiens sapiens?
La respuesta es sí. Los conocimientos generados en más de un siglo de la cien-
cia de la paleoantropología, son hoy coherentes, amplios, rigurosos y, por ende,
suficientemente persuasivos de nuestra inteligencia explicativa y, asimismo, de
nuestra posiblemente mayor inquietud: de dónde venimos y, en función de ello,
porqué somos como somos.
Lo que hoy se sabe y entiende acerca de la antigüedad, la procedencia geográ-
fica, así como los ambientes y condiciones fundamentales de aparición de una es-
pecie biológica, de nosotros, no es precisamente poco. Varias coyunturas han he-
cho girar el caleidoscopio de las ciencias de nuestros orígenes, de modo que sus
innumerables y coloridas piezas siguen y seguirán cayendo ante nuestros ojos
asombrados: cráneos y otros huesos fosilizados, herramientas prehistóricas, e
incluso, áreas de actividad diversa; indicios del paso, de las necesidades e inquie-
tudes vitales de nuestros ancestros (desde huellas fosilizadas hasta trazas de uso
de fuego, o las expresiones artísticas y rituales más profundamente humanas).
Con todo, fundamentalmente han sido modelos teóricos cada vez más pene-
trantes, los que han permitido ordenar e iluminar esos descubrimientos. Hoy, las
invaluables y crecientes colecciones de fósiles humanos y pre-humanos existen-
97 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

tes en el Museo del Hombre de París, los grandes acervos de Kenia, Sudáfrica,
o los provenientes de la sierra Atapuerca al norte de España, por nombrar sólo
algunos de los casos más notables, nos confirman algo que bien pudiera resultar-
nos paradójico: que los mayores avances en la comprensión de nuestros orígenes
evolutivos han sido esencialmente logros deductivos, logros de la creatividad y la
formalización del razonamiento explicativo; en pocas palabras: de la inteligencia
y la inventividad teórica. Bien señalaba el importante arqueólogo norteamerica-
no Lewis Binford “Que el pasado se hace evidente para aquellos que realizan cui-
dadosas observaciones es un pensamiento consolador, pero desgraciadamente
falso” (1991, p. 82). Nunca se insistirá excesivamente en algo: los mejores cono-
cimientos hoy disponibles no sólo sobre nuestros orígenes, sino sobre el mundo
en su conjunto, no son, ni por mucho, logros de la sola observación cuidadosa de
la naturaleza, sino de la potencia explicativa de la deducción, la generalización
y la predicción; del pensar mediante teorías el mundo: “prueba de que nuestra
mente [reza la sabiduría de la Grecia clásica] mira más lejos que nuestros ojos”
(Flores 2008).
Así es, ninguna cantidad o clase de fósiles podrían, por sí mismos, revelar-
nos tanto como las enormes ideas surgidas, de hecho, antes del hallazgo de cual-
quier cráneo, esqueleto o herramienta paleolítica. Descubrimientos más o menos
fortuitos que sólo comenzaron a significar cosas realmente importantes sobre
nosotros mismos, si y sólo si, pudieron ser vistas con ojos teóricos; esto es, me-
diante revolucionarias ideas que les precedieron. Un ejemplo extremo: llegar a
sostener que la selección natural es causa primordial de toda la biodiversidad,
es algo que ninguna evidencia empírica per se podría inspirarnos espontánea-
mente, sino como producto de la capacidad para crear atribuciones explicativas
sobre la realidad, en este caso, debida a dos inventividades coincidentes pero
independientes: Charles R. Darwin y Alfred R. Wallace. Antes del descubrimiento
de cualquier resto paleontológico, asimismo, ya era deducido teóricamente algo
tan revelador como vigente (y por supuesto confirmado por el catálogo actual de
reliquias paleolíticas): el trabajo, producto humano, hace, de la propia humani-
dad, su propio producto. Las teorías son pues los ojos de las ciencias. Adecuando
aquí una célebre frase de Emmanuel Kant, podremos sostener: percepciones sin
conceptos son ciegas; sin embargo, cualquier idea o concepto (por creativos que
puedan ser), carente de la evidencia de las percepciones, son teorías vacías. La
ciencia de nuestros orígenes posee ambas: un gran sistema teórico aglutinado
por el pensamiento evolucionista, y asimismo, un cada vez mayor registro pa-
leontológico y arqueológico.
No han sido los fósiles los que, por sí mismos, hayan creado las mejores y más
reveladoras ideas sobre nuestra naturaleza evolutiva; han sido, estas ideas, los
que han hecho de hallazgos fortuitos evidencias verdaderamente significativas,
asimismo, objeto de la propia confirmación teórica.
Consideraciones sobre evolución humana 98

Pensemos en la siguiente “progresión” de fenómenos evolutivos, secuencia tan


característica de lo que a menudo se ha llamado los senderos de la evolución hu-
mana: posición erecta; liberación de las manos de las necesidades de desplazar-
se; habilidades técnicas (para crear, más que para usar herramientas); consumo
creciente de carne y compartición de los alimentos; capacidades comunicativas y
cognitivas de mayores alcances y exigencias dentro de la vida social y mental de
un cerebro en expansión (tanto craneal como simbólicamente).
Esta ruta de fenómenos, causal y ascendente (bien documentada de hecho),
como explicación o comprensión auténtica, puede correr el riesgo de quedar
reducida a una simple “relatoría” de eventos más o menos espontáneos e inco-
nexos, quizás incluso, dar cierto aire de imaginativas especulaciones. Ruta, en
efecto incompleta, si no fuera porque la inteligencia teórica es capaz de expandir
e interrelacionar ese universo de causas, de modo tal que podamos llegar a com-
prender cómo los productos retro-alimentan a sus causas originales y, a través de
ello, proyectan al máximo su potencial original.
El razonamiento resulta aplicable por igual al lenguaje, a la elaboración de
utensilios o a la adaptación cultural materializada en el trabajo vivo; todos, pro-
ductos, y a la vez motores, de la hominización-humanización. Expresemos esto
de otras maneras: cuanto sea que podamos considerar de “especial” al animal
humano, igualmente singular deberá ser su evolución específica. Evolución pecu-
liar donde, más que en ningún otro ser biológico (vivo o extinto), los productos,
de ese proceso de cambio, han re-potenciado a sus causas; los efectos amplifica-
rían a los procesos que los generaran, o, como ya lo alcanzara a vislumbrar hace
siglos el famoso Juan Jacobo Roussseau: el hombre es obra de sí mismo.

Huellas prehumanas de 3 y medio millones de años de antigüedad, halladas en 1978 por la paleoan-
tropóloga Mary Leakey en la localidad de Laetoli, Tanzania, en África oriental. El animal que las pro-
dujo (de hecho, fueron dos o posiblemente tres individuos de la especie Australopithecus afarensis)
caminaba ya entonces en dos patas, de un modo muy similar –aunque no idéntico– a nuestro tipo
humano moderno de bipedestación. Fueron preservadas gracias a la consolidación de las cenizas vol-
cánicas, húmedas en el momento en que fueron improntadas (véase: Leakey, M. D. 1979 “3.6 Million
years old Footprints in the Ashes of Time”, en: National Geographic vol. 155, núm. 4).
99 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

De fósiles e ideas: tan reales y contundentes como los miles de restos pa-
leontológicos hasta hoy descubiertos, es el rigor explicativo de las teorías
que permiten entenderlos y, así, reconstruirlos desde su anatomía probable
hasta sus formas de vida. (Visión interpretativa del Homo erectus asiático,
cuyo fémur y fragmentos craneales fueran descubiertos por el médico y
anatomista holandés E. Dubois en 1892 en la localidad de Trinil, Java. Pin-
tura de Burian).

Como bien reflexiona el antropólogo John H. Relethford (2000, p. 311), la pregun-


ta ¿cuán antigua es la humanidad? resulta engañosamente sencilla; una interro-
gante que parecería tan manejable como, simplemente, remitirnos al resto fósil
más antiguo conocido. En realidad, no obstante, la verdadera dificultad para res-
ponderla se encuentra a otro nivel de complejidad. Depende de un asunto que no
ha quedado científicamente saldado a la fecha (ni desde ninguna otra perspecti-
va); a saber: qué entendemos exactamente por “humanidad”. Sólo entonces, acaso,
Consideraciones sobre evolución humana 100

responderíamos en términos científicos cuándo esa condición, esa naturaleza o


“esencia”, apareció en la noche de los tiempos.
Hoy se sabe, con cabal certidumbre, que hace ya más de cuatro millones de
años, en lo que hoy es el África oriental, cierto tipo de primates, habían alcanzado
una anatomía y un comportamiento adaptativo que los hacía bastante capaces
de caminar en forma muy parecida a como lo hacemos nosotros, esto es, en dos
patas. Abrirían, con ello, posibilidades evolutivas inéditas (posibilidades que nin-
guna inteligencia científica –de haber existido entonces– hubiese sido capaz de
predecir en sus inmensas consecuencias evolutivas, mismas que culminarían con
el eventual desarrollo de varias humanidades, como nosotros, una de ellas). Esos
primates, similares a chimpancés, pero haciendo buena parte de su vida “en dos
patas” se denominan “homínidos”. De estas criaturas, una especie queda indis-
putada con 4.2 m.a. como primer homínido, y ha sido llamada Australopithecus
anamensis por sus descubridores6.
Poseía ya, la familia Hominidae, y a diferencia de sus primos del África cen-
tro-oriental (gorilas y chimpancés), dientes con gruesos esmaltes, caninos no-
tablemente reducidos, y una forma muy peculiar de la arcada de su dentadura
superior, esto es, semicircular o más exactamente parabólica. Animales con dife-
rencias sutiles aunque decisivas respecto de los grandes simios africanos, pero
¿eran ya humanos? ¿estamos ante el alba de la humanidad? Ninguna simple res-
puesta categórica –ni sí, ni no– es del todo satisfactoria, y enfrentará complicadas
exigencias argumentativas, ello, sin embargo, es más una virtud que una debili-
dad en el pensamiento científico de nuestros orígenes: el sentido crítico ante un
conocimiento permanentemente abierto a la perfectibilidad.
También es sabido, con igual rigor y honestidad intelectual, que hace más
de dos millones de años, animales, definitivamente descendientes de los ante-
riormente referidos, poseían un cerebro con inteligencia adaptativa desconocida
hasta entonces en toda la historia de la vida: la inteligencia técnica. En efecto,
no sólo usaban herramientas ya disponibles en forma natural (como de hecho
hoy lo hacen los chimpancés e incluso otras especies de mamíferos y aves), sino
que, incluso, las manipulaban de tal modo que elaboraban formas destinadas a
fines muy precisos. Insistimos: no estamos hablando del sólo usar herramientas,
sino de elaborarlas, y, así, generar oportunistamente un peculiar nicho ecológico
como carroñeros u omnívoros de la sabana africana usando instrumentos líti-

6
Otras tres especies que han sido defendidas como raíz de todos los homínidos (con mayor o menor
polémica sobre su verdadera identidad taxonómica) son el Ardipithecus ramidus; el Orrorin tuge-
nensis, dado a conocer por los paleontólogos Brigitte Senut y Martin Pickford en 2001, un debatido
fósil proveniente de la localidad Tugen Hills en Kenia y datado en seis millones de años (Cela Conde
& Ayala 2001). Por último, el Sahelanthropus tchadensis descubierto al norte de Chad (región centro
norte de África al sur del Sahara) en julio de 2001 por el equipo francés de Michel Brunet: un cráneo
datado en siete millones de años. Es conocido también por su sobrenombre en lengua gorán Toumaï,
“esperanza de vida” (Coppens & Picq 2004).
101 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

cos7 creados para tales fines (es decir, ni garras, ni dientes ni picos, como hoy lo
siguen haciendo leones, hienas o buitres). Las herramientas líticas más antiguas
conocidas provienen de sitios del este de África con algo más de dos millones de
años (m.a.). En el famoso yacimiento etiope conocido en el medio como la Forma-
ción Shungura, cercana al también legendario río Omo, se han hecho dataciones
cercanas a los 2.2 m.a., aunque en la región del Hadar, también Etiopía, se han
alcanzado fechamientos cercanos a los 2.6 m.a. Otros sitios que disputan antigüe-
dades extremas8 son Senga, en la actual Zaire; Mwimbi en Malawi, así como uno
de los mayores santuarios de la ciencia de nuestros orígenes: el borde oriental
del Lago Turkana, en Kenia (Gowlett 1992). ¿Es tan antigua la humanidad como
las rocas –inequívocamente transformadas en instrumentos– con las que da ini-
cio el Paleolítico?
Decía el teórico y filósofo de la cultura Carlos París (1998) que, siempre abierta,
inventable y perfectible, la inteligencia técnica humana constituye el mecanismo
de adaptación más flexible y activo al medio y de transformación de él; catapul-
tando drásticamente las posibilidades de una inter-determinación esencial en la
evolución y la vida del hombre, es decir, las interacciones entre lo innato (natura)
y lo adquirido (cultura, en su acepción antropológica más amplia): “La inventivi-
dad [sostiene este autor] se yergue como el rasgo más altivamente característico
de la técnica humana... radical respuesta creativa con que el ser humano se afir-
ma desde su posición especial” (Ibíd. p.251), esto es, posición especial adquirida
en la naturaleza y la evolución de las especies.

7
Del griego lithos, piedra. (Ver recuadro “El Paleolítico”)
8
Más o menos debatidas vienen siendo sin embargo, reportes de prácticas técnicas tan antiguas
como los tres millones de años (o incluso más). Desde los años 70’s J. Chavaillon y H. Merrick, por
ejemplo, refieren fragmentos de cuarzo presuntamente trabajados por alguna forma prehumana
(posiblemente australopitecos) en el yacimiento de Melka Kunturé, en el bajo curso del río Omo en
Etiopía (Chavaillon 1976). Sin embargo, no será sino hasta la aparición del género Homo, no más allá
de 2.2 m.a., que la cultura homínida, expresada como creación de una esfera de adaptación artificial,
instrumental y técnica, se hará permanente, abundante y diversa, reconoce Yves Coppens; aspectos,
en definitiva, que culminarán con nuestra especie, el más radical de los homínidos: “La aceleración de
la cultura, hace 100 mil años, habilitó al Homo sapiens para ser libre” (Coppens 1996, p. 111).
Consideraciones sobre evolución humana 102

Definen los biólogos a las especies no sólo por sus características físicas y su
repertorio genético pero, asimismo, el comportamiento en los ecosistemas de-
fine lo que una especie es, o sea, por lo que ésta hace. Los primeros animales en
proyectar de este modo su sobrevivencia (o sea mediante la inteligencia técni-
ca) existían hace ya más de dos millones de años. Somos, sin lugar para ninguna
duda, descendientes de ellos y, de hecho, pertenecemos a su mismo grupo taxo-
nómico al interior de la familia de los homínidos: el género Homo. ¿Son éstos los
orígenes de la cultura? La mayor parte de los paleoantropólogos coincide afirma-
tivamente, pero, de ser así, ¿son éstos nuestros verdaderos orígenes humanos?
Había surgido la “Tecnósfera”, el ámbito o esfera de la adaptación artificial al me-
dio natural; completando y extendiendo, mediante “prótesis”9 culturales, las li-
mitantes naturales de un animal que sólo es viable mediante herramientas social,
comunicativa y cognitivamente posibles; nunca insistiremos demasiado en esto
último. Hoy, son dos las especies que disputan esta preeminencia: el Homo habi-

9
Para un interesante examen de este asunto véase Parente (2007); ahí el autor sostiene sutantiva-
mente: “Los primeros gestos técnicos habrían sido analógicos respecto a gestos biológicos, de allí
que los paleontólogos se encuentren con herramientas que raen, golpean o punzan –todas, acciones
realizables con prestaciones biológicas propias de la especie” (p. 162).
103 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

lis10 (ver cédula), y, sorpresivamente, el Australopithecus garhi. El ejemplar BOU-


VP-12/30, de éste último, fue recuperado en Bouri Etiopía en varias campañas
entre 1990-99. Se trata de fragmentos craneales, fémur y algunos otros huesos
postcraneales (del resto del cuerpo) datados en 2.5 m. a. El cráneo tiene unos 450
mililítros de volumen cerebral. Sus posibles asociaciones de excavación fueron
una “sorpresa” (justamente el significado de la palabra garhi en alguna lengua de
Etiopía). Hasta el momento de su hallazgo, se atribuía la primera manifestación
de culturalidad (léase elaboración de utensilios líticos) al Homo habilis con sus
más o menos 2 millones de años. Es decir que lo que haría Homo a un homínido
es, ni más ni menos, la cultura en tanto nivel cognitivo de inteligencia técnica
para la elaboración de herramientas. Cercanos, y a juzgar de algunos, asociables
a los fósiles del garhi, fueron hallados huesos de bóvidos con claras marcas de
corte con instrumentos líticos (ver foto en el apartado de Conclusiones). Parecía
tratarse de la primera evidencia de que la inteligencia técnica apareció entre los
australopitecos, y no en el género Homo, según Berhane Asfaw su descubridor.
Hasta donde hoy sabemos, es una de estas dos especies la primera en hacer
de la tecnósfera su modus vivendi, universo que, desde entonces (el Paleolítico
inferior o, más específicamente, Olduvaiense), y hasta el momento en que usamos
este procesador de textos para comunicar gráficamente nuestro pensamiento,
“...se sitúa entre el ámbito natural y las necesidades humanas, construyendo un
nuevo medio... en que la vida humana se desarrolla” (París op. cit. p. 252).

¿Cuán antigua es la humanidad? Es posible que se antoje resolver el entuerto


tratando de vernos tal como somos, física y conductualmente, en alguna mani-
festación paleontológica (del orden biológico) y/o prehistórica (del orden de lo
cultural). Sin embargo, existen evidencias difíciles de interpretar, de que las ca-
racterísticas físicas de la humanidad aparecieron en otro momento (anterior)
respecto de los atributos no físicos de lo humano: una conducta especial basada
en símbolos, lenguaje, arte, conciencia trascendente... Aunque ambas facetas de
“modernidad” son identificables en el registro prehistórico y paleontológico, no
precisamente aparecen de manera simultánea.
Comenta el biólogo y antropólogo inglés Steven Churchill que comprender
los procesos evolutivos que produjeron los cambios comportamentales de los
humanos modernos “...es la más interesante cuestión, y una que requiere una
aproximación holística”11. Más aun, el dilema sobre el surgimiento de una huma-
nidad anatómica y conductualmente como nosotros es la cuestión, dentro de la
paleoantropología, más importante que cualquier otro en el estudio de la evo-

10
Primer ejemplar descrito en: Leakey, L. S. B., Tobias, P. V. y Napier, J. R. (1964) “A New Species of the
genus Homo from Olduvai”, Nature 202.
11
Churchill 1997, p. 217.
Consideraciones sobre evolución humana 104

lución, como dice el antropólogo Richard Klein, quien se pregunta: “¿Cuándo y


dónde apareció inicialmente la anatomía y el síndrome conductual propiamente
humano? ¿aparecieron más o menos al mismo tiempo en sus rasgos arqueológi-
camente visibles12? [...] ¿fueron condiciones medioambientales específicas (cier-
tas presiones selectivas) las que explicarían su aparición?”13. Los orígenes de los
humanos modernos, nos dice Klein, constituye probablemente la cuestión más
difícil y demandante entre cualesquiera otros importantes eventos en la evolu-
ción, no sólo humana, sino de toda la vida en su conjunto.
Resulta evidente que, aplicada a prácticamente cualquier fenómeno, la pregun-
ta “cuándo” (tal o cual cosa apareció por vez primera), tiene un enorme significa-
do para nosotros, incluso, más que una pregunta de mayor dimensión científica:
la pregunta “cómo”. En el año de 1997, un equipo multinacional comandado por
dos célebres estudiosos de nuestros orígenes, el etíope Berhane Asfaw y el nor-
teamericano Tim White, descubrieron en la localidad de Herto en el curso medio
del río Awash en Etiopía (Formación Bouri, en el triángulo de Afar) los máximos
trofeos en cuanto a los fósiles con anatomía prácticamente moderna, pero con
una antigüedad hasta hoy insuperada: es el grupo de cráneos catalogado como la
serie BOU-VP-16 (White et al. 2003).
Los fósiles de Herto (dos adultos y un tercer sujeto inmaduro) proveen evi-
dencia crucial sobre la temporalidad, geografía y circunstancias del más remoto
amanecer de la especie biológica Homo sapiens. El fechamiento, basado en isóto-
pos radiactivos, arroja una antigüedad de entre 160 y 154 mil años. Son ante-
riores, incluso, al surgimiento de “otra humanidad”, la más cercana a nosotros
jamás habida (pero sin ser “de los nuestros”), es decir, los famosos neandertales
de Europa y Asia centro-occidental, quienes surgirían –y desaparecerían– por su
propia ruta y destino evolutivos. Los rasgos anatómicos del Homo sapiens idaltu
(así han sido bautizados los homínidos de Herto: “ancestro” en lengua gorán),
aunque no idénticos a los nuestros, definitivamente son más cercanos a los que
escribimos y leemos estas líneas que a la humanidad neandertal. Con todo, su
cultura asociada (básicamente tecnocomplejos del llamado Acheulense africano)
son, en definitiva, más parecidos al comportamiento cultural de los neandertales
que al nuestro (o bien al del llamado “hombre de Cro-Magnon”, prácticamente
indistinguible de nosotros tanto en lo anatómico como en lo comportamental).
En efecto, a juzgar por las evidencias arqueológicas de los humanos de Herto,
como su tecnología u otros comportamientos inferibles (y de algunos otros pue-

12
Klein se refiere a conductas tan peculiares como esenciales del así llamado Paleolítico superior, tal
como hemos de ver con más detalle: el arte, la tendencia inédita a la manufactura de artefactos muy
especializados en hueso o concha, la proliferación sin precedentes de formas y funciones en instru-
mentales líticos, los cada vez más complejos enterramientos basados en ceremonias y rituales, los
avances materiales en posiblemente nuevas prácticas de subsistencia, etc.
13
Klein, R. (1989: 410)
105 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

blos de rasgos y temporalidades más o menos emparentadas, todas en África,


como Klasies River Mouth o Border Cave en Sudáfrica, Omo-Kibish en Etiopía, o
Jébel Irhoud en Marruecos14) parece aún lejano el desmesurado y extravagante
comportamiento que, fascinantemente, caracteriza a todos los pueblos de la Tie-
rra: inquietudes trascendentes, vida simbólica que ya se deja ver en el arte de las
cavernas paleolíticas, especialmente de las regiones francocantrábricas; en los
dramáticos entierros de Sungir en Rusia o de Dolni Vestonice en la hoy República
Checa; en las hermosas estatuillas femeninas de la llamada tradición Gravetiense
como las “venus” Lespugue o Laussel en Francia o de Willendorf en Austria.
Perplejo ante la creatividad artística, ritual, simbólica y social de las pinturas
prehistóricas de Combarelles en Les Eyzies, Francia, hace unos trece mil años, en
el período llamado Magdaleniense, Ian Tattersall escribe en su clásico Becomig
Human:

Caballos, mamuts, renos, bisontes, cabras montesas, leones y un sinfín de otros mamíferos cuyas
imágenes caen como una cascada por las paredes de la cueva, cubriendo una distancia de casi
cien metros, más de trescientas descripciones en total [...] ¿Por qué? ¿...a lo largo de un pasaje
constreñido, asfixiante, oscuro, incómodo y posiblemente peligroso que muere en la profundidad
de la roca y apenas deja espacio para volverse? ¿Por qué crear un arte que podía volver a visitarse
sólo con las mayores dificultades? [...] Los seres humanos somos en verdad animales misteriosos.
Estamos vinculados al mundo viviente, pero nos distinguen radicalmente nuestras capacidades
cognitivas, y buena parte de nuestro comportamiento está condicionado por inquietudes abs-
tractas y simbólicas (2008, pp. 13-16).

El arqueólogo William Noble y el psicólogo evolutivo Iain Davidson, por su parte,


sostienen un “salto cuántico” en la evolución de la inteligencia humana. Una ver-
dadera revolución cognitiva, simbólica y comunicativa (lingüística) como inse-
parable y exclusiva de la aparición de los humanos conductual y cognitivamente
modernos, es decir, alrededor de los 60 mil años (no antes sin embargo); mo-
mento que ellos vinculan con la primera colonización humana de Australia desde
el continente asiático: un logro náutico sencillamente impensable sin elevadas
capacidades organizativas, comunicativas y de abstracción. En una afirmación
no poco controversial sostienen: “Nuestro criterio respecto de una comunicación
basada en sistemas simbólicos considera una cuestión de ‘todo-o-nada’; encon-
tramos difíciles de aceptar nociones tales como la de ‘protolenguaje’. Ideas así
se han usado como parte de una visión gradualista en el desarrollo del uso de
símbolos. No creemos que tal visión sea correcta” (1996, p. 8).

14
Para una interesante revisión crítica y aún vigente véase Vandermeersch 1996.
Consideraciones sobre evolución humana 106

Especímenes fósiles correspondientes a humanos anatómi-


camente modernos de mayor antigüedad conocida
(Tomado de Trinkaus, E. 2005, p. 209).

*Entre las más desarrolladas se encuentran las que se basan en la transmutación radiactiva constante
de ciertos isótopos (“relojes atómicos”). Esencialmente son cálculos de las proporciones relativas
entre, p. ej., el carbono 14 (radiactivo) y el carbono 12 (estable). El tiempo transcurrido para la re-
ducción de la forma radiactiva a la mitad de su cantidad original, es un intervalo bien conocido para
diferentes átomos, llamado vida media (el mismo para la reducción a la cuarta parte de la cantidad
original, y así sucesivamente). Este tiempo es muy variable entre diferentes isótopos (variantes por
número de neutrones de un mismo átomo): de 5,730 años en el C14 o radiocarbono, a millones de
años como la técnica basada en la transmutación del potasio 40 en argón 40, las series de uranio
o las del argón radiactivo al estable. Otras técnicas con alcances de fechamiento intermedio son la
“luminiscencia ópticamente estimulada” (OSL, por sus siglas en inglés), la termoluminiscencia (TL),
la resonancia del espín de electrones (ESR), o la aceleración de espectrometría de masas (AMS) apli-
cado al carbono 14 para extender su alcance de datación a más de 50 mil años (Cabrera V. 1997, pp.
113-138).
** circa (locución latina estandarizada que se traduce como “en torno a”).
107 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

La aparición de un comportamiento guiado por símbolos, esencialmente lingüís-


ticos, viene siendo distintivo de lo humano de acuerdo con el influyente pensa-
miento de la antropología clásica, especialmente en autores como Leslie White15.
Según la paleoantropóloga Alison Brooks, la “esencia” de la distinción entre com-
portamiento humano moderno, propiamente, y cualesquiera de sus precedentes
evolutivos, es la facultad que los humanos modernos poseen para habitar dentro
de un mundo cognitiva y no sólo naturalmente estructurado (1996, p. 160).
Sigue siendo problemático dentro del estudio de nuestra evolución, que es-
tas manifestaciones tan profundamente humanas no aparezcan precisamente
simultáneas (ni en cualidad ni en cantidad) con el surgimiento de la anatomía
moderna. Según algunos autores16, y por alguna extraña razón, la modernidad
anatómica precede (hasta por 100 mil años) a la plena modernidad conductual,
conducta que se está produciendo necesariamente “...en la relación de transfor-
mación material del medio en el proceso de producción de las condiciones materia-
les de vida.” (Bate 1978, p. 32. Cursivas añadidas).
¿En qué sentido cabe reconocer que los orígenes de nuestra especie, tal como
nos conocemos y reconocemos hoy, sean ubicables en algún tiempo y espacio
particulares y definitivamente no en otros? Si decimos que en tal lugar, en tal
momento y en tales condiciones de la evolución de los homínidos, el Homo se
convirtió en sapiens, ¿habría “algo” que nos permitiría decirlo? Ese dónde, ese
cuándo y ese cómo de hecho sintetizan, desde cada tipo de interpretación, identi-
dades, estados, condiciones, facultades diversas (Flores 2008); búsqueda cientí-

15
White planteaba en el año de 1949: “Cultura es el nombre de un orden distintivo, o una clase de
fenómenos, concretamente de aquellas cosas y eventos que dependen del ejercicio de una capacidad
mental propia de la especie humana, que hemos designado simbolismo [es decir, la invención y uso de
símbolos]. Se trata de un elaborado mecanismo, una organización de las formas y medios empleados
por un animal particular, el hombre, en la lucha por la existencia y la supervivencia”. (Citado en Rap-
paport 1999, p. 31. Cursivas añadidas). Tal es la más importante definición de Cultura que se haya
generado, decía el antropólogo norteamericano Roy A. Rappaport, lo cual es mucho decir. De hecho,
hay que aclararlo, ese radical reconocimiento concedido a White por Rappaport en la obra póstuma
de este último sobre el poder de la religión y el ritual en la creación de lo distintivamente humano,
resulta muy significativa para nuestro interés evolutivo por comprender el poder auto-creativo de
nuestra especie. Todo indica que, cualesquiera sean los atributos distintivos de la especie, éstos sólo
pueden ser producto de la especie misma.
16
Como el propio Ian Tattersall (op. cit.) o los paleoantropólogos ingleses Christopher Stringer y Cli-
ve Gamble (1993), entre los más destacados. Una revolución súbita o ruptura de todo o nada, tal como
ha intentado demostrarlo en su forma más radical Richard Klein (2001), antropólogo americano para
quien la modernidad anatómica y de comportamiento pueden haber aparecido simultáneamente en
lo que hoy es aproximadamente el continente europeo, justo durante el llamado Paleolítico superior
(hacia los 45 mil a. p.). No obstante, por lo que toca a Cercano Oriente y África, evidencia arqueológica
de peso indicaría que la anatomía propiamente humana es anterior por mucho, a un comportamiento
de tipo moderno; una brecha de tiempo no sólo problemáticamente amplia, sino difícilmente com-
prensible: ¿primero adquirimos la anatomía moderna, y sólo más tarde –mucho más tarde– la mente
moderna? ¿cognitiva, mentalmente no fueron plenamente humanos los primeros homínidos, no obs-
tante, tan parecidos físicamente a usted o a nosotros?
Consideraciones sobre evolución humana 108

fica de algo que conduciría a la presencia de la especie humana como quiera que
se la pueda dimensionar: ¿bipedalismo y aumento del cerebro? ¿cultura, trabajo
y elaboración de herramientas? ¿lenguaje y vida simbólica? No hay razón para
esperar respuestas ni sencillas ni definitivas.

Útiles representativos del Paleolítico inferior (en torno a los dos millones de
años): 1. Canto trabajado por un solo lado o unifacialmente (Choppers); 2.
Talla por ambos lados o bifacial (Chopping Tools). Esta tecnología da inicio
con el Homo habilis y posiblemente con el género Australopithecus. Su uso
se extendió, sin embargo, aun después de la extinción de estas formas homí-
nidas a través de especies como, por ejemplo, el Homo erectus.

A mediados de los años 90’s, el paleoantropólogo francés Yves Coppens desarro-


lló una coherente y original hipótesis para explicar el surgimiento de los prime-
ros simios bípedos; ancestros de prácticamente todos los homínidos posteriores,
109 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

incluida nuestra especie (como sabemos el Homo sapiens es el único homínido


viviente). Esta característica –la postura y desplazamiento habitual en dos patas–
es, en definitiva, el rasgo anatómico, funcional y adaptativo que más claramente
diferencia a los homínidos entre los primates. La hipótesis, popularizada como
East Side Story (“Historia del Lado Este”) relaciona la aparición de los primeros
homínidos, específicamente en el lado oriental o el este de África, con los efectos
de un fenómeno geológico, climático y ecológico de grandes magnitudes: la for-
mación del llamado Valle del Rift, una gran falla en la corteza terrestre que se ex-
tiende desde la actual Palestina y el Cercano Oriente, al norte, hasta Mozambique
al sur. El territorio de los actuales países de Etiopía, Kenia, Tanzania y Malawi se
halla “fracturado” por esta gigantesca hendidura tectónica, claramente visible en
fotos satelitales (un proceso similar, aunque más antiguo, acabó por separar a la
isla de Madagascar del Continente Negro). Se trata de un accidente terrestre que
daría lugar asimismo a la elevación de una barrera de montañas, mesetas, activi-
dad volcánica y formación de gigantescos lagos. A diferencia del lado occidental
u oeste de África, en la misma latitud, y poseedor de una densa e imponente cu-
bierta forestal (existente hasta nuestra época), la historia y destino ecológico de
su lado oriental serían por otras vías. Su distinta topografía afectaría, desde hace
unos ocho millones de años, época del nacimiento del Rift Valley, los regímenes
de lluvias. Los ecosistemas locales se volverían desde entonces más secos, las
densas selvas originales (como las de la actual Zaire o Ruanda, a idéntica latitud
pero diferente altitud) darían paso a pastizales, sabanas abiertas o incluso a la
desertificación (Coppens 1996).
Según la biología molecular, el tiempo necesario estimado para acumular las
diferencias genéticas que separan a humanos y chimpancés (y que no obstan-
te comparten el 99 por ciento de sus genes17) sería de aproximadamente unos
7.5 m. a., o sea, el posible momento del gran split, o bifurcación, de dos familias
taxonómicas de primates: Panidae (de la que hoy existen tres especies) y Homini-
dae (con sólo una sobreviviente, nosotros). Los primeros primates bípedos (con

17
Ya en 1975 la prestigiada revista científica Science publicaba un artículo de Allan Wilson y M. C.
King que presentaba este dato perturbador basado en los “relojes moleculares”. Su principio está
basado en que las diferencias a nivel molecular (como el del sistema inmunitario, p. ej.) y que pode-
mos constatar en especies vivas emparentadas (digamos entre leones y tigres o entre chimpancés y
humanos, más alejados entre sí estos últimos que los primeros), son distancias que resultan de la acu-
mulación a tasas constantes de mutaciones (al azar) a lo largo de tiempos evolutivos determinables
(Scheinsohn 2001). Las semejanzas, paralelismos y homologías entre las especies no son casualidad:
son el resultado de ascendencias compartidas más o menos lejanas en el tiempo (una evidencia del
pensamiento darwiniano). La naturalidad con que nos explicamos nuestras grandes similitudes con
los familiares más cercanos (digamos con nuestros hermanos) resulta tan elemental como revelado-
ra. Rasgos, complexión e incluso actitudes son estrechamente compartidos con nuestro hermanos
carnales por una sencillísima y poderosa razón: tenemos los mismos padres; simplemente no acep-
taríamos que ello pudiera ser casual, es, simplemente, un imperativo racional. Así, las similitudes
serán proporcionales a la distancia de los antepasados que compartimos. Con mis primos hermanos
Consideraciones sobre evolución humana 110

candidatos entre los siete y cinco millones de años como el Sahelanthropus tcha-
densis, el Orrorin tugenensis o el género Ardipithecus) no serían la única especie
de mamíferos aparecidos en estrecha dependencia del nacimiento del Rift: área
característica por su fauna endémica.
Otro soporte de evidencia para la hipótesis de Coppens es que nunca ha habido
evidencia fósil de homínidos tempranos del lado Oeste de esta gran falla geológi-
ca, como tampoco, restos de simios en el lado este (Ibíd.). A la hipótesis de Yves
Coppens se ha opuesto una interesante evidencia. En 1996 Michel Brunet, jefe de
la expedición francesa-chadiana descubridora del Sahelanthropus, dio a conocer
una nueva especie a partir de un maxilar superior de tres y medio millones de
años: el Australopithecus bahrelghazali. Hallado en Chad, a 2.500 kilómetros al
noroeste del valle del Rift, ha hecho pensar en la exitosa expansión y adaptación
de los australopitecos mucho más allá de su zona de origen en el África centro-
oriental, esto es, hacia puntos sumamente distantes no sólo en distancia neta,
sino en características ecológicas.
Con excepción de esta especie, todas las variedades autralopitecinas han sido
halladas en África oriental y en Sudáfrica, siendo quizás la más emblemática la
correspondiente al cráneo infantil de Taung Botswana, dado a conocer por Ray-
mond Dart en 1924: el Australopithecus africanus.
La desertificación de esta región, todo indica, ejercería presiones ambientales
(selección natural) que harían del caminar en dos patas una adaptación más via-
ble (cfr. Lahr, M. 2001 pp. 117-119; Isidro, A. 1992 pp. 7-9):

• El bipedismo18, es decir la postura y locomoción específicamente homínida,


resulta energéticamente más eficiente que andar como los chimpancés o gori-
las, sobre todo, tratándose de largas distancias. Ofrece una mayor resistencia
en los grandes espacios abiertos por las sabanas del Rift.
• Reduce, favorablemente, la superficie del cuerpo expuesta al sol; aspecto
muy benéfico para la termorregulación de estas áreas despobladas de árboles,
con elevadas temperaturas y radiación solar.
• Asimismo, andar en dos patas eleva el campo visual en los altos pastos de la
sabana; aspecto crucial para la detección de los numerosos depredadores en
estos ecosistemas (leones, hienas, leopardos, perros de las praderas, etc.).

la similitud disminuye (es obvio: nuestros antepasados comunes ya no están a una sola generación de
distancia). Qué hay de un parentesco menos evidente, aunque existente, con la población biológica de
la que formamos parte: a pesar de la enorme variabilidad, los mexicanos somos más parecidos entre
nosotros que respecto de turcos, zulúes, japoneses o vascos. Nuevamente lo explica una ancestría,
en este caso histórica, común a la población mexicana; ello tampoco puede ser casual. Pero forcemos
al máximo este razonamiento: ¿puede ser casual nuestra semejanza innegable con los chimpancés?,
¿esa sí? La respuesta nos exige el mismo imperativo racional: no.
18
A la postura erecta se le puede llamar, aunque de forma menos frecuente bipodalidad; el bipedis-
mo, bipedestación o bipedalismo sería el mecanismo de locomoción derivado de esta postura (Isidro,
A. Ibíd.).
111 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Como bien sostiene la paleoantropóloga argentina Martha M. Lahr: cualquier


“novedad evolutiva” (el bipedalismo, como caso ejemplar), depende de un equili-
brio entre costos y beneficios, “…y ciertamente todos estos factores deben haber
actuado para favorecer a aquellos individuos que se aproximaban… a una forma
de locomoción diferente” (Ibíd. p. 119).
El surgimiento de los primeros homínidos inauguraría nuevas posibilidades,
una de ellas, sería, la humanidad misma. Nunca se insistirá demasiado en lo si-
guiente: no comenzamos nuestra larga carrera evolutiva a partir de grandes ce-
rebros, o de notables habilidades técnicas ni mucho menos, nuestros primeros
ancestros bípedos (seguro que no muy diferentes a chimpancés), son el arranque
mismo de una dinámica evolutiva sin precedentes: una sinergia de causas, facto-
res y determinaciones.

Liberadas las manos, la “guillotina darwiniana” (una selección natural negativa),


activada por los ecosistemas surgidos en el Rift, comenzará a operar sobre nue-
vas desventajas, esto es, eliminará a aquellos individuos con poco potencial para
un nuevo y prometedor uso de las manos (ahora, libres de caminar): el apro-
vechamiento oportunista del nicho que representan los desechos de la sabana,
la carroña. Pero las carcasas de animales muertos, parcialmente devorados y
abandonados por predadores más poderosos (biológica no culturalmente) como
grandes felinos, cánidos o hienas, sólo resultan explotables con el poder vital de
la inteligencia técnica, ya entonces, conocimiento y trabajo colectivamente or-
ganizados y simbólicamente comunicables, así como socialmente potenciados;
es decir, las formas primigenias de la praxis: práctica cultural creativa de sobre-
vivencia, de hominización y humanización. Lo que resulta aplicable a partir de
aquel período (el Plioceno, hace unos tres millones de años), es aplicable a nues-
tro presente: el trabajo humaniza.
Consideraciones sobre evolución humana 112

Los nuevos ecosistemas creados por el Rift sólo parecen explotables cuando ce-
rebros más grandes, cuando mejores habilidades en la comunicación social exis-
tentes dentro de una variabilidad poblacional ciega y sin destinos preestableci-
dos, conducen a la retención ambiental selectiva de características más favorables
en ciertas condiciones “en la lucha por la vida” (usando las propias palabras de
Darwin). El nicho generable, más bien que disponible, por las nuevas criaturas
bípedas de la sabana, implica selección de ciertas aptitudes (y la extinción de
otras), así como las posibilidades de su transmisión. Es evidente, para la com-
prensión teórica, que las aptitudes ambientalmente más favorecidas fueran
habilidades técnicas y de aprendizaje de las mismas; ello supuso cerebros más
complejos y potentes, características crecientemente seleccionadas y en estrecha
interdeterminación. Ello daría origen a patrones de retroalimentación entre fac-
tores múltiples o “auto-catalíticos” (usando términos del gran paleoantropólogo
sudafricano Phillip V. Tobias). Sostiene este reputado autor:

Un patrón de factores causales que podría anteponerse es un sistema de retroalimentación po-


sitivo ya que, una vez establecido dicho sistema autocatalítico, podría continuar operando más o
menos bajo su propia inercia, a pesar de la diversidad conductual o ecológica […] Se propone que
el agrandamiento y la reorganización del cerebro en la filogenia homínida estaba en una relación
de retroalimentación positiva con el aumento e incremento en complejidad de la cultura […]
Ciertos aspectos materiales de la evolución cultural, muy obvios en el registro arqueológico [he-
rramientas de piedra], requirieron capacidades visuales y motoras participantes en este sistema
autocatalítico. (Citado en: Klamroth, op. cit. p. 83).

El resultado, tras miles de generaciones de presión selectiva continua (y vi-


gente), fue una descendencia con modificación. El extremo de esas característi-
cas ambientalmente favorables somos nosotros: homínidos bípedos, de grandes
cerebros y capaces de hacer nuestro mundo (cultural) trabajando-aprendiendo;
en efecto, ya millones de años antes de la enseñanza institucionalizada y de la
educación escolar (cfr. Malagón op. cit.).
Los productos de presiones selectivas, en sí mismos, constituyen condiciones
y limitaciones para cambios evolutivos ulteriores o subsecuentes. Por ello, todo
modelo de comprensión del cambio evolutivo deberá relacionar diversos facto-
res y dimensiones involucrados de un modo sistemático (Foley 1995, p. 71).
El mayor objetivo de la ciencia de la evolución puede ser reconocido en térmi-
nos de poder expandir y mejorar nuestra inteligencia sobre cómo los sistemas
biológicos y sociales (como los involucrados en el proceso de la hominización-
humanización) “establecen, históricamente, sus propias relaciones y estados in-
ternos para lograr un acoplamiento exitoso con su respectivo entorno” (Terrazas
2001, p. 146). El fenómeno abre espacios investigativos realmente fascinantes,
por ejemplo, ante el hecho de que, por complejo que pueda ser un sistema bioló-
gico, social o cognitivo, nunca existe –en su desarrollo evolutivo– algo así como la
anticipación de estados predeterminados de antemano.
113 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

En todo evento resultante del proceso evolutivo, sostiene el paleoantropólogo inglés Robert Foley, se
hallan involucradas al menos cuatro dimensiones: condiciones, causas, restricciones y consecuencias.
El bipedismo fue una poderosa o “prometedora” condición adaptativa, bajo la cual, la selección na-
tural debió operar durante millones de años. Una “ruta” evolutiva de cambio posible desde la cual,
respuestas adaptativas emergentes (como el aprovechamiento de las manos para fines instrumenta-
les a partir de cierta potencialidad adaptativa original), pudieron ser crecientemente seleccionadas.
(Esquema basado en Foley 1995, p. 72).
Consideraciones sobre evolución humana 114

Cada producto de la evolución puede ser comprendido en la riqueza de su signifi-


cado intrínseco y en las posibilidades que abre en el desarrollo de los seres vivos,
en este caso, el linaje de los homínidos. Veamos un breve ejemplo.
Con su promedio de capacidad craneal de unos 600 mililitros, el Homo habilis,
especie existente entre los 2.3 y 1.6 m. a. (ver cédula), tuvo un cerebro aproxima-
damente 40% más grande que las australopitecos. La tendencia continuada hacia
la encefalización (aumento y reorganización del cerebro) es detectada a partir de
esta especie, y supondría desarrollos cruciales en la senda de la humanización
(mucho más allá de la tendencia original en sí misma, sin embargo): expansión
de la memoria, enriquecimiento de los nexos sociales y de los nichos adaptativos
en sus rangos y áreas de actividad, proyectando, asimismo, la inteligencia social
en grupos mayores en tamaño y dinamismo (cf. Tobias 1994, p. 61). Tal, no obs-
tante, es un fenómeno inseparable del lenguaje.
Cuando se piensa sobre el lenguaje en la evolución homínida, existen algunos
presupuestos que han venido dando forma a la estructura de nuestro razona-
miento acerca de sus condiciones y causas primordiales. Según el prestigiado
paleontólogo inglés-sudafricano Phillip V. Tobias, autores como Premack, Hewes,
Donald o los Gardner (famosos éstos últimos por sus estudios en chimpancés
cautivos, tal como vimos), han considerado que el primer lenguaje homínido
pudo ser más bien gestual que verbal, o que las formas más tempranas de su
existencia hayan sido, si bien vocales, carentes de sintaxis o de articulación entre
signos (como nuestras estructuras oracionales). Por otra parte, está la propuesta
según la cual el lenguaje humano sería desarrollo directo de las vocalizaciones
primates tal como hoy se constatan en especies vivas; postura más bien defen-
dida por estudiosos del tema como Hockett, Ascher y Westcott (Tobias Ibíd. pp.
64-65).
A diferencia de los niveles expresivo y referencial del lenguaje (que de hecho
compartimos en común con otras especies), los niveles descriptivo y argumen-
tativo –tan propiamente humanos- permaneces obscuros en gran parte acerca
de su origen. Es en estas dos últimas facultades donde la posibilidad de enseñar
un lenguaje humano a los simios se ve del todo imposibilitada, según el famoso
lingüista norteamericano Noam Chomsky o el neurocientífico John Eccles.
Con todo, según Tobias, los albores de estas capacidades (describir y argu-
mentar) serían tan antiguas como el origen mismo del género Homo, hace unos
dos y medio millones de años; capacidades inseparables de probables exigencias
derivadas de transiciones ecológicas contemporáneas: el deterioro climático del
hemisferio norte y las fases glaciares del Cuaternario; procesos de creciente ari-
dificación en África con nuevas exigencias adaptativas. Es el momento de apari-
ción de especies coexistentes como los australopitecos robustos o paranthropos
(ver cédula para el caso típico del Australopithecus boisei), eficientes comedores
de tubérculos, y asimismo de una especie más pequeña pero más cerebralizada:
Homo habilis (Arsuaga y Martínez 2006).
115 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Es decisivo percibir aquí, sin embargo, que una evidencia de la complejización


creciente del lenguaje, como constituyente nuclear de la cultura humana, es la
aparición de respuestas adaptativas que cada vez dependerán menos de ajustes,
cambios o adecuaciones en la composición biológica de la especie en cuestión. A
partir de entonces, y para siempre, las transformaciones anatómica y fisiológica
cederán paso, en velocidad e importancia, a los cambios culturales; cambios a los
cuales quedarán amarrados los destinos mismos de las especies homínidas.
Con todo, cada evento evolutivo, a su vez, deberá ser entendido en los términos
de subsecuentes restricciones, condiciones y causas: siempre nuevas y replan-
teadas. En evolución, ninguno de sus productos deja de repercutir sobre el uni-
verso precedente que les produjera; del que surgieron: desde el bipedismo, hasta
el trabajo convertido en proceso económico, social e intelectual; desde las prime-
ras formas de elaboración de herramientas, hasta el conocimiento liberado de los
aparentes límites de las posibilidades de lo real; desde la encefalización hasta el
lenguaje constituyen una espiral inflacionaria e irreversible de complejidad, de
humanidad (cf. Flores 2002).
Toda consecuencia, todo producto o resultado de la evolución, muy especial-
mente la de nuestro linaje, deben entenderse desde potenciales crecientes que
ellos mismos se posibilitan. A partir de esta lógica de análisis, podemos cons-
tatar que no todo producto resultante del cambio tendrá la misma potencia, la
misma “resonancia” sobre sus condiciones-causas-restricciones originales. Y esto,
exactamente, es lo de habrá de enfatizarse cuando se piensa en productos como
el poder de trascendencia del pensamiento simbólico y formalizado; en resulta-
dos como el conocimiento estructurado; en fin, en consecuencias para el curso
subsecuente del ascenso humano como la praxis, como el trabajo elevado a prác-
tica transformadora de los ambientes adaptativos, de los sistema más amplios y
profundos de significación, de la integración social… de la condición y existen-
cia humana. Productos, resultados y consecuencias de la evolución, capaces de
desplazar restricciones (como la mismísima guillotina darwiniana de la selección
natural); de transformar y complejizar las condiciones originarias (desde los en-
tornos naturales, hasta las dinámicas productiva); retroalimentando –en espiral
creciente- las causalidades iniciales presentes y futuras de la hominización hu-
manización.
Antes pues de concluir, en este brevísimo abordaje de una esfera ilimitada en
vertientes e implicaciones, examinemos breves aspectos sumarios y, además, las
características más significativas de algunos de los personajes más célebres de
esta zaga homínida, de esta historia de millones de años que aún empezamos a
comprender en sus determinaciones más íntimas, en esa singularidad de nuestra
naturaleza y evolución, y que, en algún momento cada vez más claro –o menos
obscuro– para la ciencia, hizo de nuestras propias acciones, de nuestras prácticas
y activa transformación del mundo, la fuerza primera de nuestra naturaleza y
origen.
Consideraciones sobre evolución humana 116

En fin, ni un cerebro grande, ni una locomoción bípeda, ni una sociedad exten-


sa, ni ninguna otra característica primate o inclusive homínida constituyen –por
sí solos- rasgos mágicos capaces de explicar cómo un simio se convirtió en homí-
nido o cómo un homínido se convirtió en hombre: cómo un Homo se transformó
en sapiens. Estamos aún lejos de poder disecar con el pensamiento (incluso teó-
rico) la dinámica de la complejidad cúspide existente: la vida; sus propiedades
y sus transformaciones, de la biodiversidad al trabajo y la praxis; del cerebro a
la conciencia; del bipedismo al lenguaje. Debiéramos tener, sin embargo, la con-
ciencia y la humildad para afrontar ese universo por comprender: sin atajos so-
brenaturales… sin claudicaciones prematuras.

Nivel de importancia relativa en la historia de la evolución humana de determinadas capacidades


adaptativas, tanto las biológicas, y por ende heredadas genéticamente (“morfología y función” en el
gráfico), como aquellas transmitidas por vías o medios culturales (“comportamiento cultural”, indica-
do también con expresiones como “rituales/espirituales”, arte, comunicación social). Las evidencias
paleoantropológicas nos indican que capacidades de adaptación como las anatómicas y las fisioló-
gicas (o sea biológicas) fueron determinantes para la sobrevivencia de los primeros homínidos. Es
a partir de los 2 millones de años, aproximadamente, que los factores biológicos comienzan a ceder
importancia a mecanismos culturales de adaptación (pareciera tratarse de roles inversamente pro-
porcionales en importancia). Gradualmente, aspectos de comportamiento como la cultura material,
es decir herramientas, o el habla articulada en sociedades crecientes en tamaño y complejidad, se
vuelven inmensa y permanentemente decisivos para nuestra sobrevivencia, ello a partir de los pri-
meros miembros del género Homo. Por otra parte, los ajustes o cambios en anatomía y fisiología
(como en la mayoría de los animales), se harán cada vez menos determinantes. El diagrama incluye
mecanismos vitales a la sobrevivencia y adaptación humana a la complejidad del mundo, y a nuestra
propia complejidad social y simbólica, mecanismos adaptativos tan singulares para nuestra especie
animal como son el ritual y la religión, el arte o la conciencia trascendente (se ha destacado incluso el
papel del estrés o la neurosis en los procesos de adaptación del hombre al propio ambiente humano).
Gráfico tomado de Tobias 1998, p. 68.
117 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
La actual filogenia humana
118

6. Conclusión
Evolución y trabajo

La relación entre el pensamiento y la acción requiere


la mediación de los fines que el hombre se propone. Por
otra parte, si los fines no han de quedarse en meros de-
seos o ensoñaciones, y van acompañados de una ape-
tencia de realización… requiere un conocimiento de su
objeto, de los medios e instrumentos para transformar-
lo y de las condiciones que abren o cierran las posibili-
dades de esa realización.

Adolfo Sánchez Vázquez


Filosofía de la Praxis
119 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

D
ecía el filósofo francés Gilbert Durand que ninguna aspiración realmente
significativa, ninguna empresa o iniciativa de convicciones hacia lo hu-
mano, puede aparecer y mantenerse sin un mínimo de referencia “a la
problemática fundamental que constituye la esencia del hombre”1. Así, la
voluntad de reflexionar y asimismo proyectar la riqueza del fenómeno del traba-
jo, obliga a hacer referencia a una problemática antropológica fundamental: la de
una esencia sociocultural, histórica, cognoscente, evolutiva… humana.
Sostener que el trabajo es la matriz fundamental de los aprendizajes más vita-
les para el hombre constituye una tesis invaluable del Método Trabajo-Aprendi-
zaje: devolver intencionadamente el potencial del aprendizaje del Homo sapiens
a su fuente y sus condiciones originarias: el trabajo. Tal es una certidumbre que
debe vincularse con la antropología general, la cual está integrada fundamental-
mente a la biología.
La praxis humana, es decir el trabajo en su más amplia acepción, tanto en el
pasado como en el presente, se ha desplegado configurando y transformando los
ambientes socioculturales, naturales e históricos más diversos. Ha constituido
elaborados sistemas cognitivos, simbólicos y de actividad material interpreta-
bles en múltiples formas, y donde la antropológico-evolutiva puede y debe ser
una de ellas. Este fenómeno universal, la praxis, de origen prehistórico, que no
obstante alcanza y trasciende nuestra modernidad, no puede ser explicado por o
derivado de ningún sistema económico por sí solo. La búsqueda de la fuente de la
auto-creatividad práxica (humana y prehumana) demanda una perspectiva más
amplia, incluso más allá de tiempos y espacios específicos, lo cual debe tomar en
cuenta no menos que el vasto proceso de la hominización-humanización dentro
del más general proceso evolutivo de la vida. En este sentido, la historia y prehis-
toria del trabajo nos pone frente al problema mismo de la naturaleza y origen de
nuestra especie.
Tiene algo de ironía: mientras pudiéramos estar debatiendo sobre si la evolu-
ción es o no “sólo una teoría”, realmente involucraríamos en ese debate múltiples
capacidades (como la habilidad argumental, la imaginación y más); capacidades
que son, todas, productos mismos de ese poder dinámico esencial en la natura-
leza: la evolución.
Como ya hemos visto, esa palabra –evolución– designa dos cosas: primero,
una realidad independiente del ser humano, fuerza que ha estado actuando so-
bre toda realidad viviente desde hace unos 3.800 millones de años y aún en este
preciso instante; por otro lado, es el nombre de una idea que ha alcanzado, con
grandes y honestos esfuerzos antes y después de Darwin, a atisbar esa inmensa
complejidad que es la vida: la dimensión que abarca la totalidad de la condición

1
Ciencia del Hombre y Tradición. El nuevo espíritu antropológico. Piadós Orientalia, Barcelona, 1999
(p. 32)
Evolución y trabajo 120

existencial humana; dimensión a la que debe retornar todo lo que nos hace pe-
culiares, forma insoslayable de comprendernos realmente y, de ahí, asumir nues-
tros imperativos y derechos (desde socioeconómicos hasta educativos, entre to-
dos los concebibles) como seres reputadamente pensantes, creadores y “sabios”
(sapiens). En palabras del gran antropólogo francés, Claude Lévi-Strauss, recien-
temente desaparecido –en lo físico–:

Si lográsemos admitir que lo que ocurre en nuestra mente no se diferencia en absoluto, ni sustan-
cial ni fundamentalmente, del fenómeno básico de la vida; y si llegáramos a la conclusión, por un
lado, de que no existe tal hiato imposible de superar entre la humanidad y todos los demás seres
vivos […] por el otro, llegaríamos tal vez a obtener más sabiduría que aquella que esperábamos
llegar alguna vez a alcanzar… algún día el último problema de las ciencias del hombre consistirá
en devolver el pensamiento a la vida...” (1978, pp. 45-46. Cursivas añadidas).

Devolver el pensamiento a la vida es devolverlo a su dimensión evolutiva. Es


posible naturaleza sin cultura, empero, no es posible cultura sin naturaleza, tal
como tampoco sería concebible naturaleza –humana– sin cultura. No obstante
que nuestros lejanos orígenes parecen perderse en la noche de los tiempos, y
que la “silueta” de nuestros primeros comienzos sigue siendo una imagen de
contornos difusos y casi imperceptibles, “no podemos reducir lo humano a lo
específicamente humano”. Más aún, hoy es del todo posible sostener que nunca
han existido ni existirán “puntos de partida obvios en el que quedara establecido
lo que los seres humanos iban a ser” (Gómez Pellón, op. cit. p. 175).
El ser humano es un recién avecindado en la biósfera del planeta Tierra. Sa-
bemos, tal como hemos visto, de especies homínidas con duraciones que pare-
cerían impensables para la nuestra: el registro fósil del Australopithecus boisei,
p. ej., abarca unos 900 mil años, y es posible que una especie muy cercana a la
nuestra, el Homo ergaster, haya sabido sobrevivir por casi un millón de años. De-
finitivamente, nuestra existencia en el planeta no excede, ni por mucho, los 200
mil años, e incluso, hemos llegado a dejar en entredicho, desde hace apenas unas
cuantas décadas, no sólo nuestro provenir, sino el destino total de la biósfera
(Leakey & Lewin op. cit.).
La evolución ha dado origen a complejidades asombrosas en la naturaleza:
desde la biodiversidad de los millones de especies que existen y han existido,
hasta la inteligencia humana misma capaz comprender y explicar ese universo
(y de entenderse a sí misma). En efecto, el espectro de la creatividad biológica, a
través de su “motor” primordial –la evolución–, abarca desde un sinfín de adapta-
ciones a casi todos lo ecosistemas planetarios, hasta las capacidades humanas de
la invención, la conciencia, la voluntad, las convicciones, el lenguaje simbólico, el
albedrío, el sentido más profundo de los vínculos interpersonales, la libertad… la
sociedad sapiens misma. Facultades, todas, que constituyen condiciones –a la vez
que productos– de la primera fuerza creativa y auto-creativa de nuestra especie
(no sólo en la “lucha por la vida” dijera Darwin, sino en la lucha por el desarrollo,
la dignidad humana y la auto-trascendencia): el trabajo como praxis.
121 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Surge de lo anterior un paralelismo: lo que la evolución es a la naturaleza


viviente (primera condición de posibilidad), lo es el trabajo en la vida social hu-
mana: primera condición de posibilidad de diversidades, de equilibrios, de trans-
formación, de mundos presentes y futuros posibles, de permanente y renovada
humanización: “…el trabajo caracteriza al hombre, cuya naturaleza es eminente-
mente social. Sólo en ésta, en la sociedad, es posible entender al hombre en toda
su magnitud. El trabajo nos hizo [humanos] al mismo tiempo que inventamos di-
cha acción. Antes la naturaleza se formaba; desde entonces, se transforma y, con
ella, nosotros”, puesto en palabras del desaparecido paleoantropólogo mexicano
Erik Klamroth Walter (Ibíd. pp. 115-116).
Más que “progreso”, la evolución es cambio y diversificación, y tal fuerza
biológica primaria de transformación ha sido objeto, ella misma, del cambio. La
evolución misma, como mecanismo generador de nuevas especies ha cambiado
también sus formas de operar: la evolución ha cambiado, ha evolucionado. Y es
posible, por su parte, que el mayor cambio en las posibilidades de acción de la
evolución, haya sido la aparición de seres capaces de influir sobre sus propias
condiciones de existencia, de transformación, de adaptación y trascendencia. La
evolución de la evolución consiste en haber producido nuevas formas de cambio
en la naturaleza viva: el hombre, como ser natural, ha tenido una evolución parti-
cularmente activa (la más); generando, hasta este preciso instante y en cualquier
futuro imaginable, sus propias condiciones existenciales, de porvenir, de afirma-
ción y, a veces, de negación. No debiéramos concedernos el “lujo” de menospre-
ciar esas evidencias.
Quisiéramos concluir con la siguiente consideración. Una creencia constituye
contenidos del pensamiento susceptibles de ser explicitados mediante diversos
enunciados o proposiciones; contenidos proposicionales acerca del orden y rela-
ción entre la cosas. Así, los sujetos que les poseen y usan –que les creen– estable-
cerán, necesariamente, algún tipo de compromisos pragmáticos o psicoafectivos
con la realidad a partir de sus creencias. Eso es lo que escribía el famoso antropó-
logo Ward Goodenough (1990) al reflexionar sobre la condición evolutiva huma-
na de los estados de creencia2. Pero más aún –añadiríamos–: las creencias, como
compromisos prácticos o bien psicológicos de los humanos ante la realidad, son
vividas y asumidas hasta sus últimas consecuencias ¡cualquiera que pueda ser la
naturaleza de sus contenidos y atribuciones!; sí, desde las más contraintuitivas
o nocionalmente promiscuas y caóticas, hasta las más honestas y racionalmente
comprometidas con alcanzar a representar la condición íntima de las cosas.
Todo lo anterior nos parece un verdadero asunto de conciencia; uno mismo
que nos mueve a reconocer el papel de las creencias y las certidumbres en el
patrimonio vital de los seres humanos: la riqueza humana puede también ser “ta-
sada” en estados de creencia, de convicción y certidumbre –las más conscientes,

2
“Evolution of the human capacity for beliefs”, en: American Anthropologist, vol. 92, núm. 3. E. U.
Evolución y trabajo 122

La evidencia más antigua hasta hoy conocida del trabajo en la evolución y la humanización.
Fémur fosilizado de antílope de 2.5 millones de años de antigüedad. Pueden observarse
tenues líneas transversales así como típicas fracturas concoidales; marcas de corte reali-
zadas, inequívocamente, con herramientas de piedra por alguna inteligencia prehumana
en el camino evolutivo directo hacia nosotros (el Australopithecus garhi, posiblemente).
Foto: cortesía del profesor Berhane Asfaw, Rift Valley Research Service, Etiopía.
123 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

honestas y mejor fundadas posibles. Por ende, riqueza ponderada en significados


y conocimientos capaces de replantear nuestro presente y futuro. La certidum-
bre de que el ámbito natural, cultural y universal de aprendizaje y permanente
re-humanización es el trabajo (durante toda la evolución de los homínidos), es
un estado de certeza antropológica, biológica y humanista que pone ante noso-
tros la realidad misma; nuestra propia realidad y, con ello, las posibilidades obje-
tivas de nuestro porvenir.
124

Apéndices
125 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

* Basada en Potts, R. 1992 p. 332, con adiciones de los autores.


** Millones de años antes del presente.
126
127 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
128

África: Principales localidades men-


cionadas en el texto. De norte a sur
y a lo largo del Valle del Rift: 1)Ara-
mis; 2) Hadar; 3) Bouri; 4) Melka
Kunturé; 5) Omo; 6) Kanapoi y Allia
Bay; 7) Formación Shungura (borde
oriental del lago Turkana; 8) Tugen
Hills; 9) Olduvai; 10) Laetoli. Princi-
pales yacimientos sudafricanos: 11)
Sterkfontein, Swartkrans y Krom-
draai; 12) Taung; 13) Klasies River
Mouth. Al sur del Sahara: 14) Chad.
Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Europa y Asia occidental. Algunas localidades mencionadas en el texto: 1) Lagar Velho (esqueleto infantil con presunta mezcla de caracteres sapiens-
neandertal); 2) Atapuerca (Homo antecessor de la Gran Dolina); 3) Les Eyzies (Cro-Magnon); 4) Feldhofer (Valle del Neander). Algunos yacimientos con
formas preneandertales (Homo heidelbergensis): 5) Heidelberg; 6) Steinheim; 7) Tautavel; 8) Petralona. 9) Dmanisi, yacimiento con la presencia más
antigua de homínidos fuera de África (1.7 millones de años, Homo georgicus).
129
130

Cuadro temático 1

El Paleolítico
La evidencia material
del trabajo en la evolución del hombre

La postura académica que sustenta la visión de la cultura como


principal desarrollo adaptativo de la especie humana, es la llamada
Nueva Antropología Física de las décadas de 1950 y 1960. Según
esta posición teórica, existió una poderosa determinación evoluti-
va por parte de los desarrollos utensiliares, técnicos e instrumen-
tales de la inteligencia humana y pre-humana, capacidades que de
hecho formarían parte de un complejo adaptativo articulado mayor
representado por el modelo conceptual del “hombre cazador” (en
especial a partir del influyente libro de Irven De Vore y Richard Lee,
Man the Hunter).
Estas perspectivas enfatizan explicaciones de orden funcionalis-
ta y adaptacionista acerca del empleo y elaboración de herramien-
tas como factor disparador en el tipo especial de evolución de los
homínidos y sus tendencias esenciales como las de reducción de
caninos, la gracilización y sobre todo la encefalización. El impacto
teórico en la comprensión de nuestra prehistoria y evolución sería
particularmente determinante bajo la influencia del antropólogo
físico Sherwood Washburn, para quien la cultura rehace al animal:
“El uso de herramientas no sólo definió el comportamiento carac-
terístico de la humanidad, condujeron su propia evolución… las he-
rramientas hicieron al hombre” (citado en Churchill 1997, p. 206).
Los materiales de piedra (líticos, estrictamente hablando) crea-
dos por humanos y pre-humanos han venido siendo una de las prin-
cipales fuentes de conocimiento para los estudios de la arqueología
prehistórica: dadas sus óptimas condiciones de preservación, su
prologada presencia durante cientos de miles de años, así como la
riqueza de evidencias de procesos involucrados en su creación y
uso, y que nos quedan como fruto mismo del trabajo materializado,
la existencia social y las capacidades cognitivas involucradas, entre
otros motivos de su enorme interés. Por tales razones, el estudio
de estos vestigios y su interpretación ha dominado en gran medida
la apreciación de estos remotos períodos de la existencia humana,
es decir, la llamada Edad de la Piedra Antigua, con sus más de dos
131 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

millones de años de duración. Son estudios que por obvias razones


han predominado sobre el de otros restos y evidencias, por ejemplo
los de origen orgánicos, óseos o vegetales (Cfr. De la Peña 2007).
Según la prehistoriadora española Paloma de la Peña, era François
Bordes, gran prehistoriador francés de mediados del siglo pasado,
quien consideraba que “el hecho capital del progreso humano”, no
residía tanto en técnicas específicas, sino en la abstracción que la
mente es capaz de realizar del sentido de cada útil, lo que, en defini-
tiva, caracterizaba a cada época y subordinaba los medios necesa-
rios a fines preconcebidos. Por su parte, otro connotado estudioso
de los orígenes prehistóricos de la capacidad humana de creación
simbólica, técnica y social, fue André Leroi Gourhan. Él introdujo
también en los estudios de la prehistoria un valioso concepto pro-
veniente de la etnología, la llamada cadena operatoria; noción que
dotó a los estudios de tecnología posteriores una de los principales
recursos de comprensión. Para este autor el comportamiento “ope-
ratorio” o “técnico” del hombre desde sus más tempranos momen-
tos, se podía desagregar en tres planos (Ibíd.):

1. Actos automáticos, directamente relacionados con la naturaleza


biológica.

2. El comportamiento adquirido por la experiencia y la educación,


inscrito en el comportamiento gestual y en el lenguaje.

3. Lo que él mismo denominara “comportamiento lúcido”, en el que


el lenguaje podía intervenir de manera preponderante y por el cual
se creaban nuevas soluciones operatorias.

Extendiendo este interesante análisis, puede constatarse que el


avance científico en la comprensión de los restos materiales del
trabajo humano, desde sus orígenes más antiguos, hizo de los arte-
factos paleolíticos algo más que expresiones características dentro
de una cultura, concibiéndoles como evidencias del comportamien-
to humano en sus dimensiones técnica, económica y social, en una
palabra, en su praxis. Ello debido a que el material lítico ha podido
llegar a ser concebido de una nueva manera: el estudio tecnológico
de la arqueología paleolítica es capaz de dimensionar herramientas
de las diversas especies de homínidos en actividades vitales y, de
ahí –a partir de la evaluación de las habilidades involucradas en su
producción–, en el comportamiento humano en su evolución auto-
creativa.
132

El Paleolítico, fase primera de la llamada Edad de Piedra, es di-


vidido, a partir de una larga tradición académica, en tres etapas
fundamentales de acuerdo con sus temporalidades, atributos tec-
nológicos y, en cierto modo, las especies de homínidos a que puede
llegar a corresponder cada tipo de herramientas. Sólo menciona-
remos en este recuadro temático, su temporalidad, fases y algunas
otras asociaciones básicas:

Paleolítico Inferior
Su primera fase es llamada período Olduvaiense, debido al yaci-
miento que originalmente tipificó este tipo de industria prehistóri-
ca, Olduvai en Tanzania. Su origen está en África aunque se le puede
ver extendido en todo el Viejo Mundo (desde Europa hasta China).
Si bien se ha encontrado asociado a varias especies de homínidos,
su desarrollo original se debe probablemente al Homo habilis, o in-
cluso a alguna especie no identificada de Australopithecus. Las ex-
presiones más tempranas son tan antiguas como los dos y medio
millones de años e incluso más. Respecto a los tipos y funciones
que caracterizan la industria olduvaiense, consisten principalmen-
te en guijarros o cantos rodados percutidos por una o ambas caras;
son tajadores llamados Choppers o Chopping Tools. Otros elementos
de estos repertorios tan remotos son bolas poliédricas y esferoides
facetados (Menéndez 1997 pp. 87-111).
La segunda fase del Paleolítico inferior es el Complejo Achelense
caracterizado por primera vez en la localidad francesa de St. Acheul
(tipificado en varias regiones de África y Europa con industrias
como la Micoquiense, Clactoniense, Tayaciense y Evenoisiense y
otros tecnocomplejos regionales que toman su nombre de localida-
des características). Aunque podría ser más antiguo, comienza hace
unos 1.3 m. a. en África con la especie homínida Homo ergaster, y
se difunde a otras regiones del mundo con otras especies humanas,
como el Homo heidelbergensis. Aparecen por vez primera piezas
plenamente simétricas con formas y funcionalidad de una comple-
ja anticipación mental. Las llamadas hachas de mano o “bifaces”,
son los más típicos ejemplares, aunque el repertorio instrumental
se amplía a otras formas como triedros, raederas o hendedores.
133 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Paleolítico Medio
Se le conoce también como Musteriense, y la especie humana típica-
mente asociada es el Homo neanderthalensis (véase recuadro sobre
los neandertales), así como el Homo sapiens en las primeras etapas
de su aparición y dispersión (pues virtualmente no hay tecnologías
de tipo Paleolítico medio asociable al sapiens en Europa). Se suele
distinguir al Musteriense del Chatelperroniense, asociado este úl-
timo a neandertales tardíos en Europa, fase que incluye las únicas
herramientas en hueso y ornamentos asociables a neandertales
(Cabrera V. 1997).
El Paleolítico medio se extiende entre 120 mil y 40 mil años y
se le puede ver en toda Europa y Cercano Oriente; en África esta
tradición tecnológica es propiamente sapiens, pues los neanderta-
les fueron del todo inexistentes en este continente. En el Continen-
te Negro la industria paralela es conocida como Middle Stone Age
(MSA) y se le puede hallar asociada a otra especie humana como el
Homo rhodesiensis o el Homo helmei. (Más información incluida en
el recuadro “Los Neandertales”).

Paleolítico Superior
Más aún que la misma Revolución Neolítica, es decir, las primeras
formas de producción de alimentos, la agricultura y la sedentari-
zación de sociedades de clase hace unos 8.000 años (Ember et al.
2006), la mayor transición humana en toda la historia evolutiva de
nuestro linaje, es la llamada Revolución del Paleolítico Superior; en
África conocida como Edad Avanzada de Piedra (LSA, por sus siglas
en inglés: Late Stone Age).
Aunque sus más tempranas expresiones arqueológicas son en Áfri-
ca y tan antiguas como los 100 mil años o incluso más (McBrearty
& Brooks 2000), su más asombrosa explosión y proliferación –por
factores explicables de manera diversa– tiene lugar especialmente
en Europa hacia los 40 mil años. Algunas determinantes y causas
esgrimidas en su explicación van desde los biológicos: la aparición
de humanos no sólo anatómica sino comportamentalmente moder-
nos tipificados por el famoso pueblo Cro-Magnon (como opinarían
Ian Tattersall, Richard Klein o Chris Stringer), económico-demo-
gráficos (Gilman 1996), hasta ambientales o tecnológico-culturales
(según opina el prehistoriador Paul Mellars).
134

La sepultura doble de Qafzeh,


Israel (individuos Q9 y Q10).
Corresponden a una mujer jo-
ven y a un infante que fue de-
positado a sus pies. Según Ber-
nard Vandermeersch, máxima
autoridad en la prehistoria de
la región, es un caso único de
sepultura en todo el Paleolíti-
co Medio. Su datación los ubica
en los 92.000 años (tomado de
Vandermeersch 2006)

Paleolítico Superior: arpón y


punta de pedernal del período
Magdaleniense (entre 18 y 10
mil a.p.). Cortesía IIA-UNAM.
135 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Este fenómeno del Paleolítico Superior ha sido inseparable del


acontecimiento más drástico de toda nuestra evolución: la primera
manifestación del comportamiento humano moderno. Parece tam-
bién coincidir (no precisamente por azar) con la extinción más o
menos drástica de otras dos humanidades, neandertales y Homo
erectus asiáticos, a favor de una más cercana a nosotros (o más
exactamente, “nosotros”).
A los ojos de paleoantropólogos y prehistoriadores, la naturale-
za y características de esta revolución paleolítica integra aspectos
sumamente peculiares, prácticamente en todas y cada una de sus
cuatro grandes fases entre los 40 mil y 10 mil años; estas etapas
son: Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense. Enun-
ciaremos tales singularidades con base en el estudio analítico de
Ofer Bar-Yosef (2002), basado a su vez en numerosos estudios:

• El repertorio técnico-instrumental presenta la primera apari-


ción sistemática de producción de navajas prismáticas (con dis-
minución de la producción de lascas). Desde el punto de vista de
su eficiencia funcional, las primeras incrementan, por mucho, la
longitud de bordes cortantes efectivos. Deriva también en la pro-
ducción de hojas y cuchillos líticos de gran eficiencia, especiali-
zación y estandarización. Se ha enfatizado el hecho de que el ins-
trumental se complejiza y diversifica tanto por funciones como
–piensan algunos– por “estilos” incipientes; proliferan puntas,
hojas, navajas, láminas, laminillas, microlitos, raspadores, buri-
les, perforadores, hojitas de dorso, azagayas y un largo etcétera.
Las variantes interpretadas como estilísticas han sido relaciona-
das con los primeros sentidos de diferenciación entre las prime-
ras identidades étnicas.

• Destaca la explotación sistemática de nuevos materiales como


el hueso, el marfil o el asta (sin precedentes en el Paleolítico Me-
dio, ni en cantidad ni en calidad).

• Surge la práctica de pulimentación de los instrumentos líticos.

• Uso sistemático y definitivo de ornamentos como cuentas, aba-


lorios, pendientes y otras decoraciones (seguramente pigmen-
tación corporal con ocre). Los objetos de ornamento personal
136

fueron realizados en conchas, caracoles, dientes de animales o en


marfil. Prácticamente ausentes en el Paleolítico medio, son testi-
monio de poderosos recursos comunicativos, de autoconciencia e
identidades individuales y colectivas, etnicidad, diversificación in-
ter-cultural y unidades sociales. Su sola presencia es testimonio de
aprendizajes inducidos dentro de grupos sociales complejamente
estructurados, segmentados o diferenciados por trabajo, estatus
o función; incluso pueden interpretarse como los primeros mar-
cadores de una territorialidad incipiente.

• Amplias redes geográficas de intercambio de materias primas


(sobre todo líticas), algunas incluso provenientes de cientos de
kilómetros de distancia. Salvo el caso excepcional del yacimiento
de Howiesons Port en Sudáfrica, tales testimonios de intercam-
bios tan distantes están ausentes en el Paleolítico Medio.

• Aparecen nuevas invenciones instrumentales, sin precedentes


de tal magnitud: arcos, arpones, lanzadardos, y probablemente
redes y boomerangs. La eficiencia de las prácticas cinegéticas (la
cacería) evidentemente fueron más elevadas que las de la caza
neandertal. Se deduce una diversificación y/o especialización en
la cacería de animales de mayor porte o dificultad de obtención.

• Aparecen figurillas talladas en piedra, hueso, marfil o asta: re-


presentaciones femeninas (“venus” gravetienses), animales, bas-
tones ceremoniales, falos o representaciones abstractas (las más
escasas). Es el momento de las artes florecientes: creación de pin-
turas rupestres, es decir, las grandes cavernas decoradas tan céle-
bres en la región franco-cantábrica (Lascaux, Altamira, Chauvet,
Niaux, etc.); profusión de imágenes tanto realistas como abstrac-
tas, e incluso, de seres imaginarios, sobrenaturales o dualidades
humano-animales (seres “teriantrópicos”), plasmados en pintu-
ras o esculturas: por vez primera el pensamiento se independiza
de la inmediatez percibida o de las posibilidades objetivas de la
realidad empírica, creando formas ideales materialmente impo-
sibles (cfr. Flores 2002). Su interpretación ha abarcado desde la
inducción de estados alterados de conciencia (Lewis-Williams &
Dowson 1988), hasta fines pedagógicos, según piensa el arqueó-
logo inglés Stephen Mithen (1998).
137 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Bisonte del “Techo de los Polícromos”, caverna de Altamira España c. 14-10 mil años
a. p. (reproducción, Museo Arqueológico de Madrid). Período Magdaleniense.

• Formas incipientes de almacenamiento de recursos. Evidencias


de almacenaje diverso han sido arqueológicamente detectadas
en regiones con difíciles condiciones climático-ambientales, es-
pecialmente en las etapas más rigurosas de las bajas térmicas del
final del Pleistoceno superior.

• Se documenta en excavaciones la existencia de elaborados fogo-


nes y hogares, con amplitud y conformación inéditas.

• Tiene lugar una reorganización funcional del espacio de acuerdo


con áreas múltiples de actividad: pernocta y habitación, estacio-
nes de caza, preparación de alimentos, áreas de destazamiento,
talleres de talla de piedra, o incluso basureros, son arqueológi-
camente distinguibles (se ha señalado la posibilidad de una di-
visión no sólo sexual sino social incipiente en la organización del
trabajo).

• Aparición de las sepulturas y prácticas rituales funerarias más


complejas conocidas hasta entonces. Entierros asociados a ofren-
das, posicionamiento de cadáveres y asociaciones entre los cuer-
pos se dejan ver desde Rusia hasta la Península Ibérica.
138

En esencia, como sumariza el paleoantropólogo de la Universidad


de Harvard, Ofer Bar-Yosef, el Paleolítico superior atestigua en su
registro arqueológico cambios en la organización social del traba-
jo y tecnológicos de gran alcance y velocidad, aparición de identi-
dades y conciencia grupales e individuales; formación de alianzas
a grandes distancias, generación de sistemas de simbolización de
gran eficiencia y complejidad, inquietudes mágico-rituales, artísti-
cas y religiosas, expresiones, todas, tan vigentes hoy como enton-
ces.

Paleolítico Inferior: hacha de mano del período Achelense. Esta industria, con más
de millón y medio de años (muy anterior al surgimiento de nuestra especie), mues-
tra una revolución cognitiva trascendental: la aparición de complejas formas simé-
tricas que implicó, necesariamente, no sólo nuevas destrezas manuales sino, ante
todo, la facultad de anticipar mentalmente formas, funciones y fines antes de su rea-
lización material. Foto, cortesía IIA-UNAM.
139 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Cuadro temático 2

Los Neandertales:
otra forma de humanidad

La presencia en el planeta del Homo neanderthalensis (anterior-


mente Homo sapiens neanderthalensis) coincidió con la nuestra por
muchos milenios, compartiendo incluso amplios territorios como
fueron Europa y Medio Oriente. Mucho se ha estudiado, y especula-
do, sobre su extinción y aunque no es plenamente aceptada la hipó-
tesis de que su desaparición recibieran alguna “ayuda” de sus her-
manos africanos (nosotros), es un hecho que ellos se han ido pero
no el Homo sapiens, quien les ha sobrevivido más de 27 mil años.
Sus características principales fueron una corpulenta estructura
corporal semejante a la de las actuales poblaciones sub-árticas y
de una estatura promedio menor a la humana sapiens igualmente
promedio; con antebrazos y tibias proporcionalmente más cortos
que en nosotros. Su excelente adaptación evolutiva a las bajas tem-
peraturas del Pleistoceno (fluctuaciones climáticas mundiales con
drásticos descensos térmicos en latitudes mucho más extendidas
que los actuales polos norte y sur, y cuyos efectos han sido más
acusados a partir de los últimos 1.7 millones de años, y hasta hace
unos 10 mil) hacen suponer, con apoyo asimismo en pruebas mole-
culares, que su piel pudo haber sido blanca, adaptación de grupos
humanos a las necesidades de mayor captación de radiación solar
para la síntesis de vitamina D, ahí donde la luz de sol es tenue o
escasa.
Rasgos típicos de su anatomía (pero no de la nuestra) fueron:
cráneos alargados y de bóveda menos elevada; masivos, prominen-
tes y fusionados arcos de hueso sobre las órbitas de los ojos (torus
superciliares). Espacio existente entre el tercer molar y la rama as-
cendente de la mandíbula (espacio retromolar); ausencia de men-
tón. A diferencia de nuestro rostro, proporcionalmente pequeño y
vertical, la cara neandertal era mayor y notablemente prominente
o proyectada. En 1999 Joao Zilhao y Erick Trinkaus relacionaron un
esqueleto infantil proveniente de Portugal (Lagar Velho) con una
posible hibridación o mestizaje entre neandertales y sapiens, dada
cierta “mezcla” de rasgos (Arsuaga 2001, p. 396).
140

Por obvias razones, son considerados una especie de gran especia-


lización ecológica y por ende exitosa en los paisajes adaptativos de
la Edad del Hielo.

A comienzos de los años noventa, las recién desarrolladas técnicas de fecha-


miento por termoluminiscencia y de resonancia del espín electrónico (TL y ESR,
por sus siglas en inglés), fueron aplicadas a los hallazgos de los yacimientos
israelíes de Qafzeh y Skhŭl. Éstos sitios han sido siempre de gran atractivo, de-
bido a sus fósiles con algunas de las morfologías más antiguas, generalmente
reconocidas como ya pertenecientes al universo de variación de los humanos
anatómicamente modernos, tal como lo demostró su principal estudioso Ber-
nard Vandermeersch. Las nuevas fechas traerían consigo un enorme e irreversi-
ble cambio en la comprensión de las etapas más recientes y cruciales de toda la
evolución humana, esto es, durante la transición entre el Pleistoceno medio y el
superior (Bar-Yosef et al., en Lindly & Clark 1990; Aiello 1993; Trinkaus 2005).
Al haberse estimado inicialmente su antigüedad en torno de los 40 mil años,
y dado su interesante mosaico de formas, o sea, combinación de característi-
cas tanto plenamente modernas como asimismo “arcaicas” (Corruccini 1992),
llegaron a ser considerados descendientes de las poblaciones neandertales de
la misma región, y con antigüedades situables en torno de los 60 mil años. Tal
visión filogenética (la genealogía entre las especies) y sus implicaciones se ha-
rían insostenibles a partir los datos arrojados por fechamientos más adecuados.
En efecto, las poblaciones de Qafzeh y Skhŭl (humanos anatómicamente mo-
dernos), con antigüedades replanteadas ya en torno de los 90 y 110 mil años,
precedían, sin relación alguna de ancestría/descendencia, a los neandertales de
la misma región –las localidades de Amud y Kebara– en al menos 30 mil años
(esquema tomado de Stringer y Andrews 2005).
141 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

El continente neandertal. Ocuparon áreas geográficas muy expandidas y se los ha


encontrado en casi toda Europa, en Cercano Oriente e incluso en Irak, así como el
sur del Cáucaso en Asia central. El primer ejemplar fue hallado en Alemania en 1856
en la gruta Feldhofer, cerca de Düsseldorf en un valle llamado Neander (Stringer &
Gamble 1993).

La cultura con que generalmente se los caracteriza es la llamada Muste-


riense (por la localidad típica de los hallazgos de estas herramientas en
Francia, Le Mustier). Principalmente incluye una técnica de desprendi-
miento de utensilios preformados, como serían puntas de lanza, llamados
núcleos preparados (desde el soporte original de sílex o pedernal); es
llamada técnica “Levallois”, también tipificada en Francia.
No se conocen en esta especie, al menos no de forma inequívoca, sepul-
turas tan simbólica y ritualmente complejas como las del Homo sapiens
contemporáneo en Europa (Klein 2003), no obstante, el comportamiento
cultural y la tecnología es muy similar entre ambas especies en yacimien-
tos del Cercano Oriente. Se les han asociado expresiones simbólicas del
tipo de ornamentación corporal, procedentes de la localidad francesa de
Arcy-sur-Cure (adornos y pendientes en huesos y dientes de animales),
lo que algunos investigadores interpretan como la influencia de los re-
cién avecindados sapiens europeos en la primera fase del Paleolítico su-
perior, conocido como Auriñaciense (entre 40 y 27 mil años a. p.). Tal es
la hipótesis de la “aculturación” que no todos aceptan (d’Errico 1998).
142

Su éxito adaptativo en condiciones tan extremas sólo pudo ser cultural y


de gran sofisticación social, simbólica y comunicativa. Seguramente pose-
yeron lenguaje, pero no necesariamente del tipo que unifica a las miles de
lenguas existentes o desaparecidas entre los pueblos sapiens que pueblan
y han poblado la Tierra. Se considera que el gene FOXP2 involucrado en
nuestros procesos lingüísticos habría alcanzado su moderna secuencia
hace 200 mil años, esto es, mucho después de nuestra separación evo-
lutiva con los neandertales (Klein ibíd. p. 1526). Se trataba pues de otra
especie, con un comportamiento distintivo, y una vida mental y cognitiva
que nos separó evolutivamente hace entre 700 y 500 mil años.

Ornamentos personales hechos en caninos de zorro e incisivos de bóvido: cultu-


ra “Chatelperroniense” de la Grotte du Renne, Arcy-sur-Cure, Fancia (en: Zilhao &
d’Errico 1999, p. 49)

En 1997 la revista científica Cell publicaba un revolucionario trabajo de


M. Krings y colegas con las primeras evidencias genéticas que apuntaban
a esta separación interespecífica (Relethford 2000). Se trataba de ADN
mitocondrial de un neandertal de hace unos 50 mil años. Comparada la
secuencia obtenida con humanos vivientes, el espécimen neandertal dife-
ría (en ciertas bases de ADN mitocondrial) en un promedio muy superior
al observable entre cualesquiera poblaciones humanas vivas por históri-
camente alejadas que estuviesen entre sí (Ibíd. p 366).
143 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

En un estudio más reciente, la revista Nature publicó resultados del


análisis de un millón de bases moleculares en ADN neandertal de
38 mil años con lo cual se podían derivar conclusiones muy simila-
res: las humanidades neandertal y la nuestra son dos especies dife-
rentes, las que se separarían hace al menos 500 mil años (Green et
al. 2006, pp. 330-336).
Los hallazgos espectaculares de las últimas décadas en el yaci-
miento español de Atapuerca (Burgos) han arrojado luz no sólo so-
bre los más diversos aspectos de la vida de los pre-neandertales en
el yacimiento de Sima de los Huesos, sino sobre el último ancestro
común entre ellos y nosotros: una colección de fósiles proveniente
del depósito 6 de la llamada Trinchera Dolina (TD6) con más de
700 mil años de antigüedad, y que fuera bautizada por el equipo
de Juan L. Arsuaga, José Ma. Bermúdez y Eudald Carbonell como
Homo antecessor. Es postulada como el momento de bifurcación de
dos especies: una surgida en Europa llamada Homo heidelbergen-
sis (pre-neandertales), y otra de raíces netamente africanas: Homo
rhodesiensis, antecesora de nuestra humanidad (Arsuaga 2001, pp.
300-312).

fALTA FOTO

Aires de familia. Los más célebres representantes fósiles de dos formas de


humanidad: reconstrucción del cráneo neandertal de La Chapelle-aux-Saints,
Francia, hallado en 1908 (izquierda en primer plano), y cráneo de Homo sa-
piens sapiens del yacimiento de Cro-Magnon, descubierto en la localidad fran-
cesa de Les Eyzies en 1868 (foto de reproducciones: cortesía del Dr. Alejandro
Terrazas Mata, Laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana, Instituto de
Investigaciones Antropológicas, UNAM).
144

Cuadro temático 3

Neandertales y Humanos modernos:


¿fusión o sustitución?

El primer contacto entre los más tempranos representantes de


nuestra especie y los neandertales tuvo lugar por vez primera en
Cercano Oriente (hace unos 90 mil años). Más de 50 mil años des-
pués constatamos nuevos encuentros en Europa: ¿tuvo lugar una
fusión entre ambas humanidades, o hubo reemplazo a favor de los
nuestros?
Considerar que la humanidad es una sola especie altamente va-
riable desde los inicios de la expansión geográfica del Homo erec-
tus (a comienzos del Pleistoceno hace unos 1.7 millones de años) y
hasta el presente, constituye el núcleo argumentativo de la llama-
da perspectiva de “Evolución Multiregional” o de “Continuidad”, al
menos en su acepción más radical: la humanidad moderna surge
simultáneamente en varias partes de mundo.
Por otro lado, la perspectiva antagónica de la anterior, o sea,
el modelo explicativo basado en una visión de “Reemplazo” (mejor
tipificada por las etiquetas “Out of Africa” o “Jardín del Edén” entre
las más conocidas), sostiene la idea de una evolución relativamente
tardía, hace unos 200 mil años exclusivamente en África, de la espe-
cie a la que pertenecemos, a partir de los descendientes del grado
Homo ergaster, de modo tal que las sucesivas salidas de estas po-
blaciones origiarias más allá del Continente Negro habría supuesto,
necesariamente, algún grado de desplazamiento, de reemplazo o
finalmente de exterminio de las formas indígenas o locales de erec-
tus, de sapiens arcaicos o neandertales tanto en Asia como en Euro-
pa. “Continuidad” vs. “Reemplazo” constituirían, a juicio de Clark &
Willermet (1997) posiciones antagónicas.
Son principalmente los antropólogos británicos Christopher
Stringer y Peter Andrews quienes han dado forma a todo un con-
junto de argumentos para enfocar la evidencia disponible –básica-
mente genética y paleontológica– acerca del surgimiento del Homo
sapiens. Para esta perspectiva, cada vez más generalizada y convin-
cente, todos los humanos modernos somos de un origen africano
relativamente reciente, y acabamos sustituyendo a otras humanida-
des más arcaicas establecidas fuera de África.
145 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Entre las pruebas que aducen están (Simmons 1994):

• La mayor variación genética y politípica (es decir de tipos físicos


humanos) que hoy existe, se puede encontrar entre poblaciones
africanas, mismas que han tenido más tiempo de acumular mayo-
res variantes genéticas (o polimorfismos) que en cualquier otra
parte del mundo.

• Hasta hoy no han sido evidenciados, fuera de África, “fósiles


transicionales” o de características intermedias entre las pobla-
ciones de Homo sapiens anatómicamente modernos, y las formas
más primitivas, como el Homo erectus, existentes fuera del Conti-
nente Negro.

• Hay evidencia de reemplazo, más o menos súbito, de poblacio-


nes locales arcaicas no africanas a partir de la llegada, en momen-
tos variables, de sapiens modernos. El caso más ilustrativo es la
final desaparición de los neandertales de Europa con la penetra-
ción de humanos modernos a ese continente hace unos 45-40 mil
años.

• Los más antiguos ejemplares hoy existentes de humanos mo-


dernos, han sido hallados en tierras africanas, de modo que los
que les siguen en antigüedad se encuentran ya fuera del continen-
te, empezando por la zona más cercana a África, es decir, Cercano
Oriente.

La interrelación entre factores biológicos y culturales en


el debate sobre los orígenes de los humanos modernos
(Tomado y adaptado de Zilhao & d’Errico 1999, p. 4)

Multirregionalismo:

• Las poblaciones humanas contemporáneas, geográficamente


diferenciadas, son producto de continuidad evolutiva local (en
Europa, Asia y África); descendientes directos de poblaciones an-
cestrales de Homo erectus.
146

• Los neandertales habrían constituido formas sapiens arcaicas,


ancestrales de los europeos contemporáneos. Éstos pues, evolu-
cionaron hacia la anatomía moderna manteniendo redes de inter-
cambio genético con otras poblaciones del Viejo Mundo.

• Las más tempranas expresiones del Auriñaciense en España de-


muestra una transición local tanto biológica como cultural hacia
el Paleolítico superior (involucrando flujo genético entre algunas
zonas del Mediterráneo), y sin influencia proveniente del exterior.

Postura radical de la Hipótesis de Sustitución,


del “Candelabro” o de Reemplazo (“Out of Africa”):

• Los neandertales son una especie diferente de la nuestra, tal


como lo demuestra la anatomía entre ambas humanidades, y es-
tudios en ADN antiguo; especies con estructuras cerebrales dife-
rentes que limitaron a los primeros del pleno desarrollo del pen-
samiento simbólico.

• Los neandertales se extinguieron sin dejar descendencia, siendo


del todo reemplazados por una especie culturalmente superior,
representada por el Homo sapiens, poseedor de comportamiento
plenamente simbólico.

• La cultura Chatelperroniense, tradicionalmente asociada a los


neandertales (portadora de expresiones ornamentales y de con-
notación simbólica), fue expresión de una mera “imitación sin
comprensión” a partir de que se produjeran los primeros contac-
tos con los colonizadores sapiens de Europa, y poseedores de la
cultura Auriñaciense, de plena riqueza simbólica.

• Debemos descartar un desarrollo independiente de comporta-


miento simbólico por parte de los neandertales, dada la absurda
posibilidad de que éste haya sido alcanzado, coincidente y autó-
nomamente, sólo en el momento del contacto con el Homo sapiens
en su entrada inicial a Europa hace unos 40 mil años (no obstante
el previo estatismo cultural de decenas de miles de años del nean-
dertal).
147 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Postura moderada de la Hipótesis de Sustitución o de Remplazo:

• Los neandertales pudieron haber constituido una especie dife-


rente, sin embargo, sus capacidades cognitivas y culturales fue-
ron comparables a las nuestras y de nuestros antepasados.

• Las evidencias de la cultura Auriñaciense en ciertas partes de


Europa hace probable que las expresiones del Chatelperroniense
neandertal sean producto de aculturación, más que de invención
propia independiente.

La genealogía entre las especies (filogenia) más cercanas a la nues-


tra. La última bifurcación observable correspondería al más recien-
te ancestro común entre neandertales y nosotros: hace unos 750
mil años, según los hallazgos de la Sierra de Atapuerca (España) y
correspondería a la especie Homo antecessor. La incógnita (?) que
une a esta última con H. sapiens parece corresponder a formas afri-
canas de entre 400 y 200 mil años tipificadas por la especie que
ha sido llamada Homo rhodesiensis (ver cédulas). La escala de la
izquierda corresponde a millones de años.
148

Cuadro temático 4

El CASO DEL Hombre


de Piltdown
Mucho se ha avanzado desde los primeros balbuceos de la ciencia
de nuestros orígenes, la paleoantropología. Pero ello no sólo en sus
técnicas, sino en la conciencia con que asume sus expectativas, así
como la honestidad intelectual que implica reconocer la suscepti-
bilidad social y psicológica de sus teorías y modelos en la compleja
historia de las ideas.
Tras la efervescencia y crisis iniciales del “efecto Darwin” en la
sociedad europea de la segunda mitad del siglo XIX, las primeras
e impulsivas búsquedas de evidencias materiales que probaran la
gran teoría darwiniana condujeron –hay que reconocerlo– a un fa-
moso fraude que tardaría 40 años en ser desmantelado.
En 1912, bajo circunstancias de excavación muy inciertas y sospe-
chosas, un arqueólogo aficionado de nombre Charles Dawson, halló
fragmentos de un cráneo en la gravera de Piltdown, en Gran Bre-
taña. Reconstruido, ese cráneo sería conocido como el Hombre de
Piltdown; dándose como evidencia genuina de esa quimera llamada
“eslabón perdido”. Aunque se trataba en realidad de una minuciosa
falsificación, llegó a ser considerado ancestro de toda la humanidad
y objeto de entusiastas estudios. Era, como se demostraría más tar-
de, el cráneo de un humano relativamente reciente, con los dientes
y mandíbula de un simio (posiblemente un orangután) hábilmente
modificados y envejecidos para el propósito fraudulento.
Esta historia tiene una enseñanza. Aparecido en Inglaterra y con
cerebro tan grande como el de sus descubridores (no obstante y
presentara extraños rasgos simiescos), ese hallazgo “ajustaba bien”
con dos expectativas ideológicas de la época (aunque no tan ajenas
al presente después de todo); expectativas muy interesantes desde
la perspectiva social e histórica de las ciencias: que el hombre ori-
ginario (porque además era un macho) había sido “bendecido” por
la luz de la razón y el espíritu desde el comienzo de los tiempos, tal
como testimoniaba su gran cerebro. Pero, además, que había surgi-
do en Europa (mejor aún, ¡era inglés!).
149 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Fueron pruebas anatómicas y de fechamiento realmente rigurosas


las que no pudo soportar el fraude de Piltdown, trabajos de des-
falsificación debidos a Kenneth Oakley, J. S. Wiener y Wilfrid E. Le
Gros Clark en 1953. (Véase: Howell, F. Clark 1971, pp. 24-25).
Nuestros orígenes, hoy lo sabemos, no están en Europa: todos
provenimos de una relativamente pequeña población africana (pa-
rece ser que no mayor a los 10 mil individuos) de entre hace unos
200 y 150 mil años. Por su parte, el largo camino de la hominización
no comenzó con un gran cerebro, sino andando en dos patas.

El legendario cráneo de Piltdown


150

Cédulas de algunos
especímenes fósiles
de la evolución humana*

* Aunque complementada en forma variable por los autores, la información de las siguientes diez fi-
chas sobre algunos ejemplares fósiles de la evolución humana, proviene principalmente de Johanson
& Edgar (1996, pp. 124-144). Los especimenes elegidos para describirse aquí se consideran no sólo
entre los más célebres y representativos de la historia de la paleoantropología, sino que se sitúan
en el transcurso de más de tres millones de años de evolución homínida. Las reproducciones de los
fósiles corresponden a la colección del laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana, Instituto de
Investigaciones Antropológicas-UNAM, y gracias a la amable autorización del Dr. Alejandro Terrazas
Mata. Las fotos fueron obtenidas y procesadas por la lic. Sandra Olvera Enríquez, Financiera Rural.
151 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

I. Australopithecus afarensis
(Catálogo: A.L. 444 - 2)

Espécimen: Cráneo de un macho adulto.


Localidad: Hadar Etiopía.
Antigüedad: 3.0 millones de años.
Descubridor: Yoel Z. Rak.
Fecha del hallazgo: febrero 26 de 1992.
Primera Publicación: Kimbel, W. H., D. Johanson & Y. Rak 1994 “The first
Skull and other new discoveries of Australopithecus afarensis at Hadar,
Etiopia” Nature 368.
152

El ejemplar mostrado corresponde a la reconstrucción de 1983 basada


en fragmentos de diferentes individuos atribuidos a la misma especie.
La veracidad de este espécimen compuesto se confirmó con el ha-
llazgo del primer cráneo suficientemente completo (no ilustra-
do aquí) y al que corresponden los datos de la cédula. La recupe-
ración de este último proviene de la localidad Afar (A. L. “Afar Lo-
cality”, con su respectivo número de catálogo paleontológico).
Se trata del primer cráneo relativamente completo de esta es-
pecie: la misma de la célebre “Lucy” (A. L. 288-1), el famoso es-
queleto parcial de 3.2 millones de años descubierto en Hadar Etio-
pía, por Donald Johanson el 30 de noviembre de 1974. Lucy, sin
embargo, carecía de rostro. En 1978 se anunció una nueva especie de
homínido: el Australopithecus afarensis; pero su aceptación por par-
te de la comunidad científica se haría esperar hasta el hallazgo de algo
que pudiese darle verdaderamente la identidad anatómica a la estirpe
de Lucy. Resultaría ser un cráneo de macho al que apodaron “Lucien”.
Se trata del cráneo de australopiteco más grande descubierto, aunque
su tamaño de cerebro (capacidad craneal) sólo excede los 500 mililitros o
centímetros cúbicos; superior apenas a la de un chimpancé. Por el tamaño
de sus caninos e inserciones musculares se considera un macho, de modo
que las diferencias entre sexos (dimorfismo sexual) en esta especie pare-
ce comparable con la hoy observable entre los grandes simios, diferencias
mucho mayores que la existente en el Homo sapiens, comparativamente con
otros primates, pues somos una especie con dimorfismo sexual moderado.
A diferencia de las formas robustas de australopitecos, carece
del fuerte reborde de hueso en la parte superior del cráneo, como
punto de anclaje de los músculos masticatorios, llamado “cres-
ta sagital” y tan típica en primates como el gorila (un herbívoro
permanente). Quizá pudo tratarse de una especie no exclusivamente es-
pecializada en dieta vegetal. No se sabe de herramientas asociables a esta
especie. Su caminar bípedo es constatado por la anatomía del esquele-
to de Lucy y por huellas de pisadas de más de tres millones de años de
la localidad de Laetoli, sitio de hallazgo de más ejemplares de afarensis.
La duración de esta especie en los ecosistemas del
Plioceno africano, bien pudo extender los 900 mil años.
153 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

II. Australopithecus africanus


(Catálogo: STS 5)

Espécimen: Cráneo de posible hembra adulta.


Localidad: Sterkfontein, Sudáfrica.
Antigüedad: 2.5 millones de años.
Descubridor: Robert Broom y John T. Robinson.
Fecha del hallazgo: abril 18 de 1947.
Primera Publicación: Broom, R. 1947 “Discovery of new skull
of south african ape man Plesianthropus”. Nature 159.
154

Este famoso fósil vino a confirmar la veracidad de la existencia de la pri-


mera especie de australopiteco, y que fuera propuesta por el anatomista
Raymont Dart en 1925 a partir del pequeño cráneo hallado en Bostwa-
na conocido como el “Niño de Taung”. Fue bautizado originalmente por
Robert Broom como género Plesianthropus (“cercano al hombre”) y es-
pecie transvaalensis. Más tarde se devolvió al género Australopithecus, y
se atribuyó equivocadamente a una hembra, siendo apodado desde en-
tonces “Señora Ples”. A la fecha se poseen numerosos ejemplares de esta
especie, incluido un esqueleto parcial, todos provenientes de Sudáfrica.
Se considera una especie “generalista”, es decir, carente de adaptaciones
anatómicas o funcionales tan especializadas como las del Australopithecus
boisei (ver cédula). El A. africanus, un australopiteco grácil, debió ser una
especie poco comprometida con especializaciones alimentarias, y posi-
blemente un omnívoro oportunista. La especie a que pertenece la “Señora
Ples” ha sido considerada como mejor candidato a ser ancestro del género
Homo. Aunque es verosímil poder atribuirle el empleo de herramientas,
no se posee evidencia empírica. A partir del descubrimiento del Australo-
pithecus garhi en los 90’s, éste sí asociado al uso de herramientas, se sumó
un segundo posible antecesor del género al que pertenecemos, Homo.
155 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

III. Australopithecus boisei (ESPÉCIMEN TIPO)


(Catálogo: OH 5)

Espécimen: Cráneo de un macho adulto.


Localidad: Barranco de Olduvai, Tanzania.
Antigüedad: 1.8 millones de años.
Descubridor: Mary D. Leakey.
Fecha del hallazgo: julio 17 de 1959.
Primera Publicación: Leakey, L.S.B. 1959 “A new fos-
sil skull from Olduvai.” Nature 184.
156

A sólo unos días de cumplirse 100 años de la publicación de El Origen de


las Especies, Louis y Mary Leakey dieron a la ciencia de nuestro orígenes
toda una referencia del registro paleontológico que quedaría expuesta
en una monografía de 264 páginas del Dr. Phillip V. Tobias de 1967. Este
cráneo, el Olduvai Hominid (OH) 5, inauguró los innumerables descubri-
mientos del este de África siendo, además, el fruto de una visión mul-
tidisciplinaria de la paleoantropología. La perspectiva del padre de esta
ciencia (Louis S. B. Leakey) acerca de una temprana condición cultural
del género Homo, cerebralizada y creadora de herramientas –misma
que impulsó sus trabajos en Olduvai desde 1931– entraña cierta ironía
en su primer gran hallazgo: ¿un australopiteco fabricante de herramien-
tas? Pronto se suscitó una controversia sobre la ancestría y presunto
comportamiento cultural del “Zinj” o “Cascanueces”, como se le apodó.
Hoy se han encontrado ejemplares de boisei (nombre tomado del ape-
llido del mesenas de Leakey) en Etiopía, en Turkana y Kenia con antigüe-
dad máxima de 2.3 m. a. y mínima de 1.2. Es la especie hiper-robusta por
excelencia; una extrema especialización ecológica. Sus molares de cúspi-
des bajas son hasta 4 veces el tamaño de los nuestros, con fuertes inser-
ciones faciales, huesos malares (pómulos) prominentes que alcanzan a
ocultan el orificio nasal visto de perfil. Son notablemente reducidos sus
caninos e incisivos, debido quizás a mínimas acciones de corte y desga-
rre. Su mandíbula es en algunos puntos hasta 10 veces más gruesa que la
nuestra, movida por potentes fuerzas musculares verticales cuyas inser-
ciones las fijaban en la cresta de hueso de la parte superior del cráneo.
Debió tratarse de un pacífico herbívoro comedor de raíces y tubérculos.
El fin de las formas robustas deberá ser explicado como resultado directo
de cambios ambientales para una especie superespecializada, es decir, un
homínido demasiado comprometido con ecosistemas muy específicos y, por
tanto, muy susceptible a cambios o transiciones que provocarían eventual-
mente su extinción. Nuestro linaje (el género Homo) no evolucionó de ellos.
157 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

IV. Homo habilis


(Catálogo: KNM–ER 1813)

Espécimen: Cráneo adulto, posiblemente una hembra.


Localidad: Koobi Fora, Kenya
Antigüedad: 1.9 millones de años.
Descubridor: Kamoya Kimeu
Fecha del hallazgo: 1973
Primera Publicación: Leakey, Richard E. F. 1974 “Fur-
ther evidence of lower Pleistocene hominids from
East Rudolf, North Kenya, 1973”. Nature 248.
158

El “Kenia National Museum-East Rudolf” (KNM-ER) 1813 posee una bóve-


da craneal diferente de los autralopitecos de igual antigüedad. Su rostro y
dientes son pequeños, de moderada robusticidad y un cerebro relativamen-
te pequeño (510 cc., lejos aún de los 600 propios del género Homo), si bien
no debido a inmadurez, pues sus terceros molares habían ya aparecido. ¿Se
trata de una hembra de la misma especie que el famoso “KNM-ER 1470”, o
el asunto es más complicado? Parecería tratarse de otra especie, además,
conducente hacia la nuestra. Es significativo su torus transversal occipital
(reborde nucal), que hace pensar en los Homo erectus asiáticos posteriores.
El 1813 muestra afinidades con el fragmentario OH 24 (un Homo ha-
bilis), en el tamaño y lo corto de su rostro; asimismo en sus órbitas, hue-
sos nasales y malares, y en cierta proyección del maxilar bajo la abertura
nasal. Es semejante también en las dimensiones de parietales y occipital.
Con base en tales similitudes, para el paleoantropólogo Bernard Wood
se trata de un habilis. Si bien Richard Leakey llegó a resaltar sus semejan-
zas con el Autralopithecus africanus (la famosa “Sra. Ples”). Posteriormen-
te evitó asignarle etiqueta taxonómica, reservando el grado habilis para su
querido “1470” (hoy finalmente clasificado como Homo rudolfensis). Con
todo, anatómica y cronológicamente se encuentra más cercano a nosotros.
159 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

V. Homo ergaster
(Catálogo: KNM – ER 3733)

Espécimen: Cráneo adulto


Localidad: Koobi Fora, Kenya
Antigüedad: 1.75 m.a.
Descubridor: Bernard Ngeneo
Fecha del hallazgo: 1975
Primera Publicación: Leakey, R. E. F. 1976 “New hominid fossils
from the Koobi Fora formation in Northern Kenya”. Nature 261.
160

Este magníficamente conservado cráneo confirmó la coexistencia del gé-


nero Homo con los autralopitecinos robustos en el Este de África, refutan-
do así la hipótesis sobre una especie única en el transcurso de la evolución
humana (perspectiva de la evolución por anagénesis). Hasta el descubri-
miento del esqueleto completo KNM-WT 15000 en 1984 (“Turkana Boy”),
este ejemplar fue el mejor representante de la especie. Para Ngeneo (uno
de los miembros de la famosa “Banda de los Homínidos” dentro del medio
paleoantropológico), fue clara su presencia en el terreno de superficie,
debido a que quedaban expuestas las prominencias de sus arcos superci-
liares, haciendo posible su hallazgo. La mandíbula jamás fue recuperada.
Debido a que los rasgos anatómicos del rostro son notablemente
menos robustos que aquellos del juvenil WT 15000 (“West Turkana”
núm. de catálogo 15000), hallado en la orilla opuesta del lago, el 3733
es considerado confiablemente como una hembra (¿o una mujer?). La
erupción de sus terceros molares, el grado de desgaste dentario y el cie-
rre de sus suturas, permiten concluir que había alcanzado la madurez.
Visto lateralmente, despliega una bóveda craneal baja, característi-
ca de los erectus asiáticos; cierto engrosamiento, o quilla, a lo largo de
la línea sagital (coronilla del cráneo) hasta alcanzar posteriormente un
torus (protuberancia) redondeado a través del occipital (nuca). Asimis-
mo, la base del cráneo es más ancha que la parte superior. Su capacidad
craneal es grande (850 centímetros cúbicos), comparada con los espe-
cimenes erectus de Zhoukoudian; los lados de su bóveda son aplana-
dos, en lugar de arqueados, como en los humanos modernos. Con todo,
3733 carece de ciertos rasgos propios del H. erectus en Java y China
como los de un notable grosor de las paredes del neurocráneo, un torus
angular, o un sulcus o depresión obvia por encima de los arcos superci-
liares. Tales diferencias, permiten garantizar su ubicación, y la de otros
fósiles africanos en una especie separada, Homo ergaster, (del griego
ergon, trabajo, es decir “hombre que trabaja”); nombre creado ante-
riormente, con el hallazgo de otro fósil de Koobi Fora, la mandíbula ER
992. Se trata de una especie inequívocamente asociada al uso y produc-
ción de herramientas del Modo I africano (Olduvaiense y Achelense).
161 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VI. Homo erectus


(Sobrenombre: “Hombre de Pekin”)

Espécimen: Cráneo de un macho adulto (reconstruído).


Localidad: Cueva de Zhoukoudian, China.
Antigüedad: 400-500 mil años.
Descubridor: W. C. Pei (Cenozoic Research Laboratory).
Fecha del hallazgo: 1928-1937
(varios especíenes usados en su reconstrucción)
Primera Publicación: Weindenreich F. 1943 “The skull of Sinanthro-
pus pekinensis: a comparative study of a primitive skull” Palaeontolo-
gia Sinita New Series. Geological Survey of China, Pehpei Chung King.
162

Réplica de la reconstrucción basada en un molde efectuado por el ana-


tomista Franz Weidenreich en los años 30’s sobre el original cráneo XII
de Zhoukoudian. Perteneció a una rica colección de fósiles extraviada
durante la invasión japonesa a China en la Segunda Guerra Mundial. Es
uno de los representantes más típicos de la especie Homo erectus en Asia,
y algunos paleoantropólogos han buscado demostrar en sus caracte-
rísticas las primeras expresiones “raciales” de las actuales poblaciones
humanas en la región, postura defendida por la hipótesis del “Multirre-
gionalismo”. Los antecedentes de esta postura están en el llamado “Poli-
genismo” de Weindenreich: la humanidad moderna se habría originado,
en forma paralela, aunque en diferentes momentos en varias partes de
mundo, manteniendo su unidad a partir de un permanente intercambio
genético entre las poblaciones. La postura siempre entraña una delica-
da implicación: ¿algunas poblaciones habrían alcanzado la condición
plenamente sapiens, antes que otras? O bien ¿ciertos grupos humanos
habrían llegado a ser Homo sapiens más rápido en la evolución homíni-
da? Es irónico que fuera un judío alemán (Franz Weidenreich) quien de-
sarrollara esta hipótesis, al final, usada para los oscuros fines político-
ideológicos de la Alemania hitleriana: para una mentalidad tan retorcida
como la de los nazis y el Tercer Reich, la “raza aria”, a diferencia de otras,
habría alcanzado las más plena y temprana condición sapiens moderna.
Después del yacimiento español de Atapuerca, la cueva de Zhoukoudian,
ha dado la mayor cantidad de fósiles humanos, especialmente del grado
erectus, especie así bautizada por E. Dubois en el siglo XIX con el hallaz-
go del “hombre de Java”, un espécimen con marcadas características si-
miescas pero con la anatomía de un bípedo. Esta cueva en China también
presenta posibles indicios de los primeros usos del fuego. La tecnología
asociada a esta especie en China es de tipo Olduvaiense (ver recuadro
“El Paleolítico”). No se descarta el aprovechamiento expeditivo de recur-
sos materiales alternativos a la piedra como el bambú, dada la pobreza
técnica de las herramientas asociadas al erectus en la región, no obstan-
te su abundancia. Esta especie contaba ya con un cerebro comparable
en tamaño (no en organización) al nuestro, con unos 1,043 mililitros
o centímetros cúbicos. (La media humana moderna es de unos 1,300).
163 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VII. Homo rhodesiensis


(Catálogo: Broken Hill 1; sobrenombre: “Hombre de Rhodesia”)

Espécimen: Cráneo de un macho adulto.


Localidad: Kabwe, Zambia.
Antigüedad: c. 300 mil.
Descubridor: Tom Zwigelaar.
Fecha del hallazgo: junio 17 de 1921.
Primera Publicación: Woodward, A. 1921 “A new cave
man from Rhodesia, South Africa”. Nature 108.
164

Se trata del primer homínido fósil hallado en África. Este imponente crá-
neo es uno de los mayores retos interpretativos para la paleoantropolo-
gía: su cerebro es tan grande como el nuestro (1,300 mililitros), pero las
características de su conformación son de una robusticidad inimagina-
ble para cualquier miembro de nuestra especie (como los arcos de hue-
so sobre los ojos, arcos superciliares) u otras características de la nuca.
Su bóveda craneal es aplanada, y a diferencia de nuestra frente vertical
y abultada, la suya es huidiza. Definitivamente, tampoco tiene las ca-
racterísticas de los neandertales ¿qué tipo de humanidad constituyó?
Muy diferente a nuestra especie se considera sin embargo la forma
ancestral de la humanidad moderna, y algunos le clasifican como Homo
rhodesiensis, antepasado directo del Homo sapiens. En la actualidad se
conocen varios otros ejemplares fósiles de esta antigua humanidad tan
cercana y a la vez tan remota a nosotros; especimenes como el de Bodo en
Etiopía, Ternifine (o Tiguenife) en Argelia, Florisbad y Elandsfontein en
Sudáfrica, Salé en Marruecos, Eliye Springs en Kenia, etc. (Arsuaga 2001,
p. 310). Estos ejemplares son asociados a tecnologías de tipo Paleolítico
medio (Middle Stone Age, en África, o Modo II). No hay pruebas de com-
portamientos rituales, funerarios, estéticos o en general simbólicos como
los de los cromañones o sapiens anatómicamente modernos de Sudáfri-
ca, como las cuevas Blombos o Klasies River (McBrearty & Brooks 2000).
Su antigüedad original fue erróneamente estimada en 40 mil años
(contemporáneo de los cromañones europeos). Actualmente, con base
en estudios de vertebrados asociados al yacimiento donde fue halla-
do, se estima más antiguo: 125 mil años o incluso más. El sujeto sufrió
de lesiones traumáticas y de avanzados abscesos; casi todas las pie-
zas dentarias presentan profundas cavidades y lesiones infecciosas.
En 1925 el anatomista sir Arthur Keith escribió de él: “los atrevi-
dos sueños del darwinismo tienen ahora una sólida evidencia mate-
rial… por vez primera damos un vistazo a nuestro estado ancestral”
(Johanson & Edgar 1996, p. 128). No se equivocaba con este magní-
fico ejemplar: nada más alejado del fraude de “Hombre de Piltdown”.
165 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VIII. Homo neanderthalensis


(La Chapelle-aux-Saints)

Espécimen: Esqueleto parcial y cráneo de un macho adulto.


Localidad: Bouffia Bonneval, La Chapelle-aux-Saint, Francia.
Antigüedad: c. 50 mil años.
Descubridor: Amadee y Jean Bouyssonie.
Fecha del hallazgo: agosto 3 de 1908.
Primera Publicación: Boule M. 1908 “L’Homme fossile de La
Chapelle-aux-Saints” Academia de Ciencias de París 147.
166

Este ejemplar reconstruido, junto con su esqueleto parcial, fue base


para las primeras e injustas interpretaciones de la “leyenda negra” de
los neandertales: brutos primitivos y retardados; más cercanos a la
bestialidad que a la humanidad. Tal fue el antecedente que sentó la ex-
tensa descripción del primer “neandertólogo” de la historia, Marce-
lin Boule, hecha en 1910. Hoy esa visión resulta del todo insostenible.
Los neandertales habitaron, durante al menos 100 mil años los am-
bientes más hostiles de la historia del continente europeo, hazaña de
supervivencia impensable sin grandes capacidades adaptativas, de co-
municación, organización social del trabajo y pensamiento comple-
jo. La sofisticación de comportamiento que debió caracterizar a esta
exitosa humanidad no la hace necesariamente idéntica a nosotros.
Estos restos fueron los de un sujeto anciano afectado por deterioro
degenerativo como artritis, fracturas, deformaciones y resorción ósea.
La visión prejuiciada de Boule, sin embargo, sólo vio estos aspectos y
le hizo pasar por alto el tamaño del cerebro de este individuo, por en-
cima incluso de la media humana moderna: 1,625 centímetros cúbicos.
La primera reinvidicación de los neandertales, sin embargo, no estuvo
ausente de errores interpretativos, como el de suponer que constituían
los antepasados de nuestra especie. Hoy esa visión prácticamente está
descartada: ellos y nosotros fuimos especies hermanas pero diferentes.
Este cráneo fue objeto de minuciosos estudios anatómicos y re-
veló que su base, a diferencia de la del cráneo sapiens moderno, es
significativamente plana, aspecto que habría limitado a la laringe
en la fisiología del habla respecto de fonaciones de ciertas vocales
(como “a”, “i” y “u”) propias de todas las lenguas humanas modernas.
167 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

IX. Homo sapiens


(Skhul V)

Espécimen: Esqueleto y cráneo de un macho adulto.


Localidad: cueva Skhul, Monte Carmelo Israel.
Antigüedad: c. 90 mil años.
Descubridor: Theodore McCown.
Fecha del hallazgo: mayo 2 de 1932.
Primera Publicación: McCown T. & Arthur Kei-
th 1939 “The fossil remains from the Levallois-Mouste-
rian”. The Stone Age of Mounth Carmel, vol. 2 Oxford.
168

La población representada por los individuos de la “Cueva de la Ca-


bra” (Skhul, cabra en hebreo) siguen constituyendo un problema in-
terpretativo. Su anatomía general los sitúa como Homo sapiens, pero
carecen de los complejos indicios de comportamiento de los poste-
riores cromañones europeos (sepulcros, ornamentos, tecnologías al-
tamente especializadas o arte). Su tecnología es prácticamente indis-
tinguible de la de los neandertales (la llamada industria Musteriense).
Por otro lado, su robusticidad los sitúa casi en el límite de la de cualquier
población sapiens posterior, sin mencionar la falta de un rasgo inequívo-
camente nuestro (el mentón), y su marcada proyección facial. La hipótesis
de que podrían tratarse de formas transicionales entre neandertales y sa-
piens, por otro lado, también ha sido totalmente descartada, pues una ana-
tomía detallada muestra su gran diferencia con el Homo neanderthalensis.
La bóveda craneal es prácticamente idéntica a la nuestra en forma y tama-
ño: redonda y elevada, con unos 1,518 mililitros o centímetros cúbicos.
Junto con los individuos de Qafzeh, también en Israel, se trata de los hu-
manos (casi) anatómicamente modernos más tempranos fuera de África.
Este ejemplar junto con los restos de otros nueve adultos y niños pueden
ser parte de las poblaciones antepasadas de toda la humanidad que, una
vez salidas de África, se expandiría hacia Europa, Asia, Oceanía y América.
Las condiciones de aparición de los esqueletos hace pensar, no sin
reservas o incluso sesgos interpretativos, en sepulcros intenciona-
dos: fenómeno asociable a pensamiento simbólico y conciencia tras-
cendente de los humanos de Skhul. Por el desgaste de sus terceros
molares y de las suturas (puntos de unión) de los huesos del cráneo,
el hombre de este cráneo debió tener entre 30 y 40 años al morir.
169 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

X. Homo sapiens sapiens


(Cro-Magnon 1)

Espécimen: esqueleto y cráneo de un macho adulto.


Localidad: abrigo rocoso Cro-Magnon, Les Eyzies, Francia.
Antigüedad: 30-32 mil años.
Descubridor: Louis Lartet & Henry Christy.
Fecha del hallazgo: marzo de 1868.
Primera Publicación: Jones, T. R., 1868 “On the hu-
man skulls and bones found in the cave of Cro-Mag-
non, near Les Eyzies”. Reliquiae Aquitanicae.
170

Uno de los más famosos protagonistas de la historia evolutiva humana:


el anciano de Cro-Magnon. Las características físicas y conductuales de
esta humanidad son ya plenamente comparables a todos los pueblos de
la Tierra: nada menos que los autores de las grandes pinturas rupestres
en las cavernas. La riqueza simbólica de sus sepulcros nos son tan fami-
liares como nuestros ritos plenamente vigentes en la actualidad, produc-
to de conciencia trascendente, vivencias religiosas o prácticas mágicas;
cazadores-recolectores especializados y poseedores de tecnologías que
aún hoy siguen siendo motivo de asombro. Remotos en el tiempo, son
la primera manifestación de seres humanos como usted o nosotros. Sus
rasgos faciales, sus inquietudes psico-afectivas, sus dimensiones éticas y
estéticas, o sus capacidades sociales e intelectuales, tal como lo eviden-
cia plenamente la arqueología del Paleolítico superior, son las mismas
que unifican a todos los miembros de la especie Homo sapiens sapiens.
Ni siquiera la invención de la escritura, la domesticación de plantas y
animales o las formas institucionalizadas de enseñanza serían tan im-
portantes como las capacidades lingüísticas, sociales y cognitivas ya ple-
namente desarrolladas en estos cazadores de fines de la Edad de Hielo.
Son descendientes de las poblaciones africanas que, salidas de ese
continente hace unos 100 mil años, emprenderían la colonización del
planeta, posiblemente, desplazando en el proceso a otras humanida-
des locales y estableciendo la hegemonía planetaria de nuestra especie.
Las características físicas de estas poblaciones prehistóricas, no obs-
tante europeas, muestran más afinidades con actuales grupos de África
o de zonas tropicales. Los entierros de Cro-Magnon estaban asociados a
una diversidad de restos de animales y a una sofisticada tecnología auri-
ñaciense. El individuo representado por este cráneo sufrió en vida de una
grave infección micótica (hongos) que le provocó la lesión ósea claramen-
te visible en el rostro; otros esqueletos muestran asimismo las lesiones
traumáticas o degenerativas de lo que seguramente fue una vida dura.
Hombre de edad relativamente avanzada para la época, tiene un rostro
pequeño y vertical con un agudo mentón (no se ilustra la mandíbula).
Su cerebro era de unos 1,600 centímetros cúbicos; su cráneo es ele-
vado y redondeado, y con claras prominencias de sus lóbulos fronta-
les, es decir, las áreas cerebrales de los procesos cognitivos superiores
como la abstracción lógica, la planeación, la inferencia deductiva o los
análisis explicativos de procesos y fenómenos. Seres generadores de
conocimientos, creencias, proyectos, valores, aspiraciones, cosmovisio-
nes y, más tarde, creadores y usuarios de las ciencias (incluida aquella
dedicada a entender nuestros orígenes evolutivos y nuestra más ínti-
ma naturaleza: la antropología, ciencia del Homo doblemente sapiens).
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colofon imprenta
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