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Jorge H. Flores
José Luis Vera
Homo sapiens
evolución y
trabajo-aprendizaje
Hacer de la banca de desarrollo una fuerza efectiva de acción sobre las condicio-
nes objetivas de vida del sector rural, un complejo ámbito con la cuarta parte de
la población nacional, implica involucrar múltiples recursos financieros, medios
institucionales y materiales, pero, fundamentalmente, potenciar competencias
humanas expresables en forma de saberes, habilidades y actitudes en cada actor
de los escenarios del desarrollo: en los productores, en los consultores y capa-
citadores, así como en el personal de las agencias de Financiera Rural. Hoy en-
tendemos que las necesidades de aprendizaje son directamente proporcionales al
horizonte de cambio que seamos capaces de asumir.
Más allá de la necesaria eficiencia administrativa y la prudencia en el otor-
gamiento del crédito, la sustentabilidad de Financiera Rural será posible en la
medida en que los proyectos de integración económica de los productores rura-
les sean, asimismo, objetivamente sustentables. Nuestro país requiere enfrentar
el hecho urgente de que más del 95% de los productores participa tan sólo en
la fase de producción primaria, con unidades productivas histórica y sistemá-
ticamente desvinculadas, sin escalas ni estándares de calidad que les permitan
un acceso más justo a los mercados. Así, la política de integración económica
procura la sustentabilidad de los proyectos productivos mediante la articulación
estratégica de las empresas rurales, como vía fundamental para hacer del crédito
una verdadera palanca de desarrollo regional sustentable.
La posibilidad real de que los productores rurales logren agregar y retener
valor, así como acceder a los mercados de manera justa y equitativa, depende
no sólo de mejorar la calidad y productividad en la producción primaria sino,
primordialmente, de movilizar las capacidades organizativas de los productores
para apropiarse de aquellos eslabones de la cadena productiva y de valor, tales
como el abasto de insumos y materias primas, servicios de mecanización, servi-
cios financieros, desarrollo de marcas, acopio de la producción, almacenamiento,
transporte, mercadeo, beneficio, empaque y comercialización, entre otros.
Esta estrategia exige un conjunto de aprendizajes, necesarios para la apro-
piación de los procesos técnicos, organizativos, productivos y de capacidades au-
togestivas en general. Por este motivo, resulta vital contribuir al desarrollo de las
competencias laborales requeridas por los productores rurales, los prestadores
de servicios, los promotores de crédito y el personal de nuestras agencias en
tanto que profesionales al servicio del campo mexicano.
Estamos comprometidos con la premisa de que la capacitación es un factor
estratégico del desarrollo rural, puesto que todo desarrollo implica modificación
en las condiciones de trabajo y vida de la población; significa pues, que los cam-
bios en las actividades económicas enfrentan necesariamente las exigencias del
aprendizaje en todos los sujetos sociales involucrados.
Asumimos la convicción reiterada de que todo desarrollo pasa por el apren-
5 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
A Charles Darwin,
evolución para la conciencia humana
Agradecimientos
Nuestro sincera gratitud a las personas e instituciones que han contribuido a la
realización de esta obra.
Agradecemos la oportunidad creada por Financiera Rural y por el Colegio de
Postgraduados que, al hacer de la educación para el trabajo un compromiso sus-
tantivo con el desarrollo de nuestro sector rural, ha concebido estos programas
de maestría, consagrados a formar nuevos profesionistas al servicio del campo
mexicano; iniciativa en la que este libro halla su principal razón de ser.
Nuestro especial reconocimiento a Eduardo Malagón, Eduardo Ibarra y Erick
Quesnel, principales creadores de estas maestrías: por su cabal conciencia, opti-
mismo y contagiosa certidumbre de que la imaginación, el método, la ciencia y la
voluntad siempre deberán tener un papel decisivo en las mayores aspiraciones
humanas de transformación y desarrollo.
Gracias al Dr. Jaime Almonte y al Lic. Arturo Bodenstedt por su apoyo capital. Gra-
cias al ingeniero Alierso Caetano de Oliveira del Colegio de Postgraduados, y al
licenciado Oscar Velasco por su valioso apoyo y apreciaciones. Jorge Flores desea
agradecer a la antropóloga física Elsa López y Zubillaga por la revisión crítica de
los manuscritos de los capítulos 1, 4 y 5.
Agradecemos al Dr. Alejandro Terrazas Mata por su amable autorización para
obtener las fotos de las reproducciones de algunos de los ejemplares fósiles aquí
ilustrados, y pertenecientes al laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana
del Instituto de Investigaciones Antropológicas de nuestra Máxima Casa de Estu-
dios, UNAM. Un sincero reconocimiento asimismo a la licenciada Sandra Olvera
por la espléndida obtención de tales fotos.
11 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
12
Índice
Prefacio, 15
1. Introducción
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano..................15
¿Bichos misteriosos?, 20
2. El pensamiento evolucionista:
sus ideas, sus representantes y su significado...............................25
1. La idea de evolución en la historia, 27
2. Historia del evolucionismo, 28
3. El tiempo, 28
4. La reproducción, 29
5. La sistemática biológica, 30
6. Georges Louis Le Clerc “Conde de Buffon”, 32
7. Georges Cuvier, 35
8. Jean-Baptiste Lamarck, 37
9. Charles R. Darwin, 39
10. ¿Y después de Darwin?, 43
11. La teoría sintética de la evolución (Neodarwinismo), 45
12. Tendencias recientes, 49
6. Conclusión
Evolución y trabajo.........................................................................................................117
Apéndices............................................................................................................................. 123
Tabla:
Inferencias sumarias sobre la ecología
y comportamiento en la evolución de los homínidos, 124
Mapas, 127
Cuadros temáticos
1. El Paleolítico:
la evidencia material del trabajo en la evolución del hombre, 129
2. Los Neandertales: otra forma de humanidad, 138
3. Neandertales y humanos modernos: ¿fusión o sustitución?, 143
4. El caso del Hombre de Piltdown, 147
Bibliografía......................................................................................................................... 170
14
Prefacio
La presente obra pone a nuestro alcance elementos centrales para comprender
la formación del ser humano, articulando, en forma coherente, distintas miradas:
la genealogía de la especie Homo sapiens y el papel de su acción consciente frente
a la naturaleza, con el trabajo como estrategia sui géneris de supervivencia. Libro
que nos fundamenta en forma actualizada, y con la profundidad crítica necesaria,
el carácter histórico y específicamente humano del vínculo entre el trabajo, el
conocimiento y el aprendizaje.
A partir de la indudable autoridad técnico-científica de los autores, la idea aquí
sostenida de que la intervención intencionada en la realidad –obedeciendo a un
plan concebido con anterioridad– potencializa la capacidad de los seres huma-
nos para comprender y representar esa misma realidad en un proceso de alimen-
tación recíproca, constituye un planteamiento que puede asumirse con niveles
de comprensión muy diferentes: desde la versión simplista de que “echando a
perder se aprende”, hasta la fundamentación racional y clara de algunos de los
resortes y puentes con los que la humanidad ha ido desarrollando su capacidad
para conocer la realidad, intervenir en ella y aprender del proceso, modificando
con ello su propia corporalidad y condición general.
En el crecimiento y desarrollo de las personas (u ontogenia), es palpable que
la experiencia acumulada y el tipo de actividades desarrolladas, repercute en la
capacidad aeróbica, muscular, de percepciones y reflejos, y asimismo mental de
los seres humanos para realizar y potenciar actividades diversas. La neurocien-
cia explica estos fenómenos a partir de la interacción de áreas funcionales del
sistema nervioso y la dinámica en la conformación de redes neuronales como
resultado de la actividad.
Esta obra nos ayuda a entender un proceso similar, aunque definitivamente
no igual, de frente a la evolución de nuestra especie (o filogenia). La oposición
del pulgar, la bipedestación, la prolongación de la infancia, la encefalización y la
reorganización del cerebro, así como el desarrollo del lenguaje doblemente ar-
ticulado y la capacidad simbólica, aparecen como cambios corporales y de com-
portamiento que se vinculan entre sí e interactúan en la configuración de una
misma estrategia de supervivencia de los grupos humanos, frente a un medio
ambiente cambiante: el trabajo en su acepción más amplia.
15 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
1. Introducción
Homo sapiens: sobre las
dimensiones de lo humano
L
a ciencia nos ha bautizado Homo sapiens. No tenemos, como especie, más
de 200 mil años de existir y definitivamente surgimos en África. Desde
entonces hemos crecido mucho; demasiado quizás, y en todo sentido
imaginable. Hemos llevado al límite nuestras capacidades totales y las
del planeta. Somos una especie desmesurada… profundamente contrastante.
No somos sólo producto de fuerzas naturales “ciegas”, sino de actos inten-
cionados propios. Aquí, consideramos que el más intencionado y propiamente
humano de esos actos es, el trabajo: un hecho humano total. Esta actividad pro-
piamente humana sólo inició en nuestra larga e intrincada evolución cuando los
actos dirigidos a un objeto para transformarlo se iniciaran con un principio ideal
–la idea de un fin claro–, y culminaran con un resultado o producto; tan efectivos
y tan reales, ideas, acciones y productos, como la humanización del y en el mun-
do; tan reales como nuestra propia existencia. Nada sería igual desde entonces.
La antropología puede y debe concebir al trabajo como expresión de todas las
necesidades y capacidades humanas, las que sólo se realizan con logros y resul-
tados que infinidad de aspiraciones entrañan, prefiguran o anticipan en la mente
de los hombres. Es bien conocida la comparación que establece que, a diferencia
de otras laboriosas especies animales, antes de ejecutar cualquier acto o cons-
trucción, los humanos les proyectamos en nuestro cerebro: “…algo que no tiene
una existencia efectiva aún y que, sin embargo, determina y regula los diferentes
actos antes de desembocar en un resultado; o sea, la determinación no viene del
pasado, sino del futuro”1 . Para pensar nuestro futuro, y sobre todo nuestro pre-
sente, nos asomaremos aquí, muy someramente, a algunos aspectos de nuestra
naturaleza bio-cultural y de nuestro pasado evolutivo.
Trabajo y Conocimiento existen desde siempre en nuestra más profunda na-
turaleza y evolución; pero, ¿de qué tipo de naturaleza y evolución son de las que
hablamos?
En 1871, en su obra El Origen del Hombre el famoso padre del evolucionismo,
Charles R. Darwin, sostenía lo siguiente: “De no haber sido el hombre clasificador
de sí mismo, nunca hubiera soñado en fundar un orden separado para recibirlo…
no debemos olvidar que el hombre no es más que una de las diversas formas excep-
cionales de los Primates” 2 . ¿Somos realmente una especie, una criatura aparte
dentro de la naturaleza? Aunque milenaria, la inquietud que entraña esta pre-
gunta no ha sido precisamente una preocupación universal, o sea, una cuestión
compartida por todos los pueblos a través de la historia. Más aún, el desarrollo
de la ciencia moderna tiende, a través de sus explicaciones, a cuestionar nuestra
supuesta excepcionalidad, no tanto a confirmarla; mucho menos a radicalizarla.
1
Palabras del Profesor Emérito de nuestra Máxima Casa de Estudios, Dr. Adolfo Sánchez Vázquez.
2
1974 (véanse pp. 164 y 171)
19 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Efectivamente, es un hecho que, una a una, hemos ido perdiendo nuestras cada
vez más escazas certidumbres de que somos un cosa esencialmente diferente;
una forma de existencia “disonante” y “solitaria” en medio de los demás vivientes
de la naturaleza en sus diversos ecosistemas y mundos biológicos. Para el pensa-
miento propio de la ciencia, hoy, ya no es muy atractivo suponer que seamos algo
así como fruto inevitable del flujo de la vida: su culminación. Pero, y esto es una
verdad bien conocida, percibir las diferencias, en cualquier nivel de lo real, siem-
pre ha sido bastante más simple que entender afinidades profundas. Esto último
implicaría, ante el empeño evolucionista de iluminar nuestra naturaleza, no me-
nos que poder identificar realidades más hondas y reveladoras en los pliegues,
ritmos y tendencias de nuestro devenir y realización evolutiva. Actualmente, se
trataría de miradas novedosas desde la biología y la ecología evolucionistas que
se pueden combinar a fin de “…disecar los fenómenos engañosamente sencillos
pero increíblemente complejos que constituyen el mundo vivo que nos rodea”
(Leakey & Lewin 1997, p. 17).
¿Bichos Misteriosos?
De lo anterior surge una importante implicación: naturalizar la “esencia” de lo
humano (si es que la hay) promete enseñarnos más de nuestra verdadera con-
dición, de nuestros orígenes, potenciales e incluso susceptibilidades. Al menos
para esa prestigiada institución productora de conocimientos que es la ciencia,
hoy por hoy, parece más interesante entender nuestra unidad y pertenencia al or-
den natural de las cosas, que tratar de reencontrar alguna rareza inexplicable en
nuestra forma de existir en el mundo, algún rasgo especial que nos dé seguridad
ante una realidad universal explicable, por otro lado, mediante los fundamentos
de la física y demás ciencias de la naturaleza. Quizás entonces, una pregunta más
prudente que la inicial sea ¿tiene sentido aún para la comprensión científica de
la realidad intentar recuperar un fundamento superior o excepcional para la “es-
pecie elegida”? Quisiéramos mostrar que las diferencias cobran mayor sentido
cuando son sobrepuestas a una base de unidad común.
Fue uno de los pensadores más influyentes de la Historia, Platón, quien pro-
vocativamente caracterizó al ser humano como un “bípedo áptero” (seres que
caminan en dos patas, pero no tienen alas, respectivamente).
Somos animales. Una certidumbre así (decía el antropólogo africano Richard
Leakey), no debiera agraviar nuestra humanidad, sino, más bien, estimular nues-
tra inteligencia a recomprender y dignificar la animalidad. Al igual que los cara-
coles que viven en los jardines, los armadillos o los cocodrilos, somos seres “hete-
rótrofos”, dicen los biólogos. Significa que, a diferencia de otro tipo de seres vivos
(como las plantas, los hongos o las bacterias), la “animalidad” consiste en poseer
cierto tipo de sistemas celulares sumamente especializados que nos permiten
vivir “al estilo animal”. Esas células tan especiales se llaman neuronas. Células
que –en conglomerados más o menos complejos– nos permiten esencialmente
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 20
dos cosas en tanto que animales: percibir diferentes estímulos del entorno vital
(mediante “sensoneuronas” que procesan vibraciones, partículas químicas, luz,
etc.), así como desplazar nuestra animalidad de forma viable o exitosa por los
ecosistemas (mediante las “motoneuronas”), es decir, desplegar un comporta-
miento que podemos llamar idóneo, desde el punto de vista de una sobrevivencia
basada primariamente en nutrición y en reproducción.
Vayamos pues, en busca de la unidad de lo diverso. ¿Qué hay de común entre
una rana y un humano? Sólo los animales tenemos neuronas (que pueden orga-
nizarse o no en conglomerados llamados cerebros); sólo los animales nos desen-
volvemos sensorial y dinámicamente en el medio ambiente para alimentarnos de
otros seres vivos; sólo este tipo de seres vivos tienen comportamiento, fenómeno
biológico que nos otorga flexibilidad, adaptabilidad y trascendencia en la natura-
leza. Comportamiento cuyo rango de posibilidades va, verdaderamente, desde la
regulación térmica, hasta el pensamiento complejo, la educación, la ciencia y la
cultura como medios que el animal humano ha desarrollado no sólo para adap-
tarse al mundo (como cualquier especie biológica), sino, para adaptar al mundo
a sus propias necesidades de existencia y, asimismo, auto-adaptarse a la propia
complejidad que ha creado: el universo “supraorgánico” de la vida sociocultural.
De hecho –y hay que enfatizarlo– la excepcional adaptación del hombre a la na-
turaleza, y a su propia complejidad, se realiza a través de un fenómeno esencial
que unifica al pensamiento, al conocimiento y a las más diversas y primordiales
formas de aprendizaje. Ese “universo de acción” que vincula y potencia todas las
facultades humanas de adaptación y trascendencia es el fenómeno del trabajo (y
que hemos de reflexionar aquí antropológicamente en su dimensión evolutiva
y en sus nexos humanos más amplios); principio y fin de los aprendizajes más
significativos y vitales de la condición humana.
No obstante, antes de abordar lo anterior con su debida profundidad, retome-
mos la ruta de nuestras consideraciones. Al interior de reino animalia somos ma-
míferos –al igual que murciélagos, delfines o elefantes–, es decir, experimenta-
mos una etapa de nuestro desarrollo postuterino dependiendo de los nutrientes
que nuestras madres nos proporcionan mediante glándulas especializadas para
la producción de un complicado alimento, balanceado en grasas, proteínas y azú-
cares, así como otras moléculas vitales (como los anticuerpos) en la nutrición, el
crecimiento y desarrollo de los críos: la leche. Asimismo, al igual que todos los
otros mamíferos desarrollamos pelo en forma variable, o, además, presentamos
tres huesecillos del oído medio llamados yunque, estribo y martillo. Estas son,
entre muchas otras, características sumamente distintivas de esos animales lla-
mados mamíferos.
Ahora bien, al interior de la clase de los mamíferos, somos primates. Al igual que
otras 250 especies (más o menos) entre las que se encuentran gorilas, mandriles
o monos araña, por ejemplo, compartimos adaptaciones evolutivas como son las
de una vista “cromática” y en estricta tercera dimensión (captamos colores, volú-
21 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
“Devuelto” al universo biológico que no sólo lo explica sino que hiciera surgir la totalidad de sus
características (por excepcionales que éstas parezcan), el hombre –re-naturalizado ya desde el Re-
nacimiento por la ciencia occidental– puede entonces, y en forma paralela, excluir de la naturaleza,
de sus procesos y estructuras, los misteriosos trasfondos humanoides en forma de fines, de planes o
designios que únicamente caracterizan (hasta donde hoy sabemos) a una pequeña parte del universo
conocido: el cerebro humano. Situar al hombre en las entrañas del mundo físico y biológico para así
ser entendido, es, en la historia de las ideas, un proceso inseparable de la “des-humanización” de la
naturaleza: no hay planes animistas en ella, más bien, las inmensas posibilidades creativas del “azar
y necesidad”, dijera el gran biólogo molecular Jacques Monod. (L’Uomo, “El Hombre”, una evocadora
visión de Leonardo sobre una transición histórica: una humanidad geometrizada; empeño racional
explicativo ante las esferas sociocultural, económica, política, intelectual, ética, estética y espiritual…
las esferas, planos y geometrías de lo humano).
23 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Un bípedo áptero que, en todas las épocas y culturas, experimenta algo tan ex-
clusivo respecto a millones de especies biológicas, actuales o extintas, como el
llanto, un estado ligado a innumerables vivencias mentales y no sólo físicas. Ani-
mal que vive los inagotables matices de la risa y la sonrisa dentro de un continuo
de tonos afectivos: desde el gozo y el placer más entrañables, hasta el dolor más
profundo; desde la ternura más sutil hasta la crueldad más obscena. Un animal
que, además del sexo y la sexualidad, ha inventado los géneros y el erotismo (y
no sólo los géneros “femenino”/”masculino”, si estamos realmente dispuestos a
considerar la diversidad de todos los pueblos de la Tierra). Somos asimismo un
primate que depende, a lo largo de toda su vida, de la creatividad y vitalidad del
juego: desde los deportes hasta el arte y sus mundos propios. Un animal en dos
patas que, además, ha inventado la danza; un primate con lenguaje simbólico
que, aparte de usarlo para efectos comunicativos de sobrevivencia e interacción
social, le sirve para engendrar inmensidades literarias y poéticas, científicas y
filosóficas. Un mamífero con pulgar oponible que, además de aplicarlo a elaborar
herramientas para adaptarse a (y adaptar los) ecosistemas, le sirve para verter
en un instante la totalidad de su vida psíquica y emocional a través de un piano,
un lienzo o una caricia. En fin, un ser biológico, animal, mamífero y primate que,
además de trabajar para vivir –al igual que castores, arañas o macacos–, trabaja
creando aprendizajes organizados lógicamente en el patrimonio del conocimiento,
potencia simbólica y cognitiva para transformar el objeto y sujeto mismos del tra-
bajo realizado. Expresiones y necesidades universales de este “bicho misterioso”,
de este bípedo áptero: ecce Homo.
Por encima de cualquier otra facultad, la sorprendente capacidad humana
de flexibilizar y adaptar los comportamientos a partir de interpretar la vertigino-
sa complejidad de los entornos (y así poder adoptar las conductas y medidas más
exitosas), sólo puede tener un nombre: inteligencia. Comenta en esta tónica el
antropólogo español Eloy Gómez Pellón: “Es plausible pensar, y así se ha sosteni-
do en numerosas ocasiones… que la facilidad de la mente humana para inventar
y descubrir, o si se prefiere, la inteligencia humana, pudiera ser consecuencia de
la vida en sociedad, y más concretamente en el seno de los grupos estables, en
los que el compromiso y el sacrificio de sus miembros suponen una exigencia
constante de superación por parte de los individuos, que van entregando a los
demás sus propias conquistas” (2005, p. 149). Quedamos pues ante expresiones
elocuentes del “techo” de la inteligencia biológica, principal recurso (e impera-
tivo) de la existencia humana, es decir, nuestra creatividad, nuestra conciencia y
albedrío, de frente al mundo.
Probablemente una de las mayores enseñanzas de la reflexión científica sobre
la evolución humana sea una evidencia como la siguiente: que la singularidad de
la especie llamada Homo sapiens dentro de la naturaleza sólo puede ser producto
de la especie misma, vía el trabajo, el pensamiento… la cultura, diría el gran an-
tropologo francés recientemente desaparecido Claude Lévi-Strauss:
Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano 24
2. El pensamiento
evolucionista
Sus ideas, sus representantes
y su significado
Charles R. Darwin
El Origen de las Especies
27 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
28
3. El tiempo
En las sociedades el tiempo es un factor importantísimo para organizar la vida
privada, la vida colectiva y la productividad.
El tiempo no sólo es el escenario donde se llevan a cabo las actividades de las
sociedades, la concepción que te tenga de él redundará en una visión sobre el
contenido de los actos humanos, pero también de la antigüedad del mundo y de
la estructura de la historia (Marion, M. 1994).
Las sociedades tradicionales han construido una visión del tiempo a la que se le
ha dado en llamar la noción del tiempo cíclico. Si el tiempo se repite, las acciones
humanas también, así como la historia. La noción del tiempo como un ciclo se
deriva de la observación del mundo natural, a los días les suceden las noches, las
estaciones climáticas aparecen una detrás de la otra, primavera, verano, otoño e
invierno, y una vez más, el eterno mundo de las repeticiones. Se dice que existen
ciclos naturales, como el día y la noche, como los ciclos de siembra y de cosecha,
como las fases de la luna, como los ciclos menstruales. De ahí a suponer que las
cosas del mundo se repiten y de que al tiempo en cíclico, así como la historia hay
un paso muy pequeño (González, L. 1988).
Uno de los aportes más importantes del pensamiento judeocristiano a Occiden-
te fue la noción del tiempo lineal o la famosa flecha del tiempo, una noción del
tiempo donde unos eventos se suceden a otros como en el ciclo, pero evitando
El pensamiento evolucionista 30
4. La reproducción
Contra lo que pudiera parecer, el término de evolución no fue utilizado por
Darwin en la primera edición de El origen de las especies, curiosamente tampoco
fue utilizado por sus contemporáneos inmediatos, ni por los naturalistas que les
antecedieron. Prefirieron utilizar términos como transformismo, trasmutación, o
simplemente cambio (Gould, S. J. 1985).
Ello, que es en apariencia una paradoja, se explica porque cuando surgió la
teoría darvinista, y aun antes, el término de evolución tenía una connotación in-
cluso contradictoria con el que finalmente le daría Darwin y que es el que hoy to-
dos reconocemos. Durante buena parte del siglo XIX y durante casi todo el XVIII
la palabra “Evolución” se asociaba a una teoría de la reproducción denominada
preformacionismo. Se creía que los organismos se reproducían y generaban des-
cendientes parecidos a sí mismos, porque en los espermatozoides o en los óvulos
existían pequeños seres perfectamente formados sólo que en un tamaño muy
pequeño, de tal forma que cuando se daba la reproducción, estos pequeños seres
31 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
5. La sistemática biológica
Una de las condiciones que permitieron el surgimiento del evolucionismo moder-
El pensamiento evolucionista 32
Por ello, todos los sistemas de clasificación de los organismos buscaban reflejar
ese orden natural y constituir al método utilizado en un método natural de cla-
sificación basado en la búsqueda de semejanzas y diferencias que permitieran,
de acuerdo al naciente método comparativo, agrupar a organismos que compar-
tieran características. En ello, la valoración del significado de las semejanzas y
diferencias fue fundamental y aun más para el naciente evolucionismo que vio
en cierto tipo de semejanzas, la prueba de un pasado evolutivo compartido entre
los organismos parecidos.
De esta forma, aunque Linneo no fuera expresamente un evolucionista, su
sistema de clasificación sentó las bases para pensar la variabilidad de los orga-
nismos como el resultado de largos procesos de evolución de la vida y no sólo
caprichos de una naturaleza caótica y desordenada.
Por otro lado, el sistema de clasificación lineado era heredero de una vieja tra-
dición proveniente originalmente del mundo griego, pero que durante los siglos
XVI y XVII se constituyó en uno de los primeros modelos naturalistas de clasifi-
cación de la diversidad orgánica: la Gran cadena del ser, también conocida como
la Gran escala de los seres. Se trataba de un modelo de clasificación que partía
de tres principios griegos: el principio de plenitud o completad: el mundo está
formado por todos los seres posibles, el mundo está completo, no tiene huecos,
nada que tenga huecos puede ser perfecto y ello se tradujo en el famoso aforismo
leibnitziano: “natura non facit saltum” la naturaleza no da saltos. Los otros dos
principios eran el de la continuidad. Entre dos seres posibles, dado que el mundo
está completo, se podrá siempre encontrar un tercer organismo, así al compa-
rar los límites de dos organismos parecidos, estos siempre se sobrepondrán. Por
último encontramos el principio de la gradación: dado que el mundo está com-
pleto, y que los límites de los organismos adyacentes se sobreponen, entonces la
transición de un organismo a otro ocurrirá de manera gradual (Lovejoy op. cit.).
Estos tres principios que fueron fundamentales para el sistema lineano de
clasificación, serían un referente fundamental del pensamiento evolucionista en
general y singularmente del darwinismo algún tiempo después.
Pasemos ahora a hacer un breve resumen de los principales evolucionistas, ini-
ciando con Buffon, continuando con Cuvier, siguiendo con Lamarck, para llegar
finalmente a Charles Darwin.
Fue uno de los más fervientes defensores del modelo de la Gran escala de los
seres, de tal forma que ordenó la diversidad de los organismos a partir no de
criterios anatómicos, sino funcionales.
En su monumental “Historia natural”, el naturalista francés escribe más de 40
libros sobre el mundo natural, pero dedica un par de volúmenes fundamentales
para entender a los primates y al ser humano. Los libros cuarto y quinto están
dedicados a ambos temas.
Si bien Buffon puede a veces ser un campeón del fijismo, en otras establece las
bases del pensamiento evolutivo, aunque explícitamente afirmó que el cambio
(transformismo) está limitado al interior de las especies.
El pensamiento evolucionista 36
Buffon cree que la reproducción de los organismos está basada en una especie
de molde interno que posibilita que los descendientes se parezcan a sus proge-
nitores. Aunque en un sentido abreva del pensamiento preformista, su posición
será importante para establecer una teoría de la reproducción de gran importan-
cia para el pensamiento evolucionista en general.
Buffon piensa que la evolución puede ocurrir, pero probablemente muy influi-
do por la teorías creacionistas, asume que cualquier modificación del prototipo
de creación, debería resultar en una pérdida de la perfección original con la que
los organismos fueron originalmente creados. Así que la visión evolucionista de
Buffon, está caracterizada por una visión degenerativa de la misma. Esta posi-
ción tendría fundamental importancia en la interpretación sobre las diferencias
de los europeos respecto de los americanos, particularmente a través de la polé-
mica entre uno de sus pupilos más importantes, Cornelius de Paw que establece-
ría con Francisco Javier Clavijero una de las polémicas más importantes para la
historia de la antropología americana. Se trataba de la polémica sobre el origen
del hombre americano y sobre sus diferencias con los europeos (Gerbi, A. 1982)
Buffon pensaba que el clima americano era tal, que provocaba la podredumbre
de la materia orgánica y la generación de plagas. Por ello, en el sur del continente
americano la flora y fauna eran desmesuradas. No era más que el reflejo de una
naturaleza desordenada donde los organismos estaban fuera de toda ley de la
vida, incluidos los aborígenes americanos. Por ese tipo de reflexiones y sobre
todo por haber incluido al ser humano dentro de sus preocupaciones, Buffon ha
sido considerado el padre de la antropología.
De Paw establecería una polémica con Francisco Javier Clavijero, donde desarro-
llaría la tesis de que los americanos son inferiores respecto de los europeos por
ser entre otras cosas, lampiños, pequeños, dependientes, sin deseo sexual, en re-
sumen infantiles o degenerados respecto de algún prototipo de creación. En ese
esquema, los americanos eran vistos necesariamente como inferiores respecto
de los europeos.
correlacionarse con una función específica y por ello con otros rasgos morfoló-
gicos asociados a tal función. Este principio resultaría de gran importancia en la
interpretación del registro fósil y en la naciente anatomía comparada (Llorente,
J. op. cit.).
Por otro lado, Cuvier fue el autor de la Teoría de las catástrofes, donde afir-
maría que el mundo había sido creado y destruido sucesivamente, de tal forma
que la existencia de fósiles y la distribución espacial y temporal de la vida pre-
sentaría una correlación con su destrucción y nueva creación. Ello en sí mismo
no avalaba ninguna teoría evolucionista, pero sin duda justificaba los patrones
biogeográficos de distribución de la vida en el planeta, que en otras posiciones
era prueba de la creación divina y en particular del diluvio bíblico. Fue así uno de
los primeros naturalistas en avalar esquemas de cambio discontinuistas, hecho
de gran importancia de acuerdo a las polémicas contemporáneas que se expon-
drán más adelante.
Georges Cuvier
El pensamiento evolucionista 38
También, Cuvier sería célebre por suponer que la inteligencia tenía una alta co-
rrelación con el volumen del cerebro, cosa que no siendo idea original suya, fue
una de las ideas más profundamente arraigadas en la ciencia occidental y que
marcarían uno de los enfoques de la antropología. Hoy sabemos que tal posición
está parcialmente equivocada.
Jean-Baptiste Lamarck
39 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Para Lamarck, los órganos y las estructuras que conforman a los individuos sur-
gen en respuesta inmediata a las necesidades de los mismos y de acuerdo a los
requerimientos derivados de las características del medio. De esta forma, el cam-
bio será siempre direccional y se dará en correspondencia con el entorno.
Una vez surgidos dichos órganos, se desarrollarán hasta aumentar tu tama-
ño y complejidad, o reducirán su tamaño hasta desaparecer o hipertrofiarse de
acuerdo a su grado de utilización. Si un órgano de utiliza frecuentemente, se de-
sarrollará y se volverá más complejo, si no es así podrá desaparecer. Es célebre el
ejemplo lamarckiano del cuello de las jirafas donde es la necesidad de alcanzar la
comida que se encuentra en las partes altas de los árboles y el constante esfuerzo
por comer, lo que llevó a las jirafas a desarrollar tal rasgo anatómico.
Por último, aquellas estructuras que surgieron por la necesidad de los organis-
mos y que luego pudieron volverse más complejos, se heredarán a las siguientes
generaciones, con lo cual, la noción de evolución en Lamarck era de corte clara-
mente progresivo.
Ninguno de los tres principios mencionados tienen actualmente un respaldo
empírico que de algún tipo de respaldo por parte de los modernos biólogos evo-
lucionistas, sin embargo, en su momento, Lamarck gozó de cierto prestigio y en
términos de la historia del pensamiento evolucionista fue el primero en propo-
ner una serie de mecanismos, de corte natural para entender a la evolución.
En otro contexto, para el ámbito de lo social, se habla de una herencia lamarc-
kiana, pues aquello que sabemos que no opera para el mundo de los seres orgá-
nicos, puede operar y de hecho lo hace en el mundo de las sociedades humanas.
Más allá de lo que a la luz de los conocimientos contemporáneos podamos
decir de los errores de las teorías lamarckianas, en su momento, la búsqueda de
explicaciones materialistas para la evolución de la vida, así como el intento de
entender a la evolución como el resultado de procesos de interacción de los orga-
El pensamiento evolucionista 40
Charles R. Darwin
41 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Lo que durante el viaje presenciaría, sus lecturas, sus amistades con científicos
de la talla de Charles Lyell, padre de la geología moderna, Hooker, Henslow, etc,
llevaría a Darwin, más de 20 años más tarde de su regreso del Beagle en 1836 a
escribir una de las ideas más revolucionarias de la ciencia moderna, la teoría de
la evolución.
Aunque fue autor de múltiples artículos publicados en diversas revistas y de al-
rededor de 17 libros, tres resaltan por su importancia para la biología, pero tam-
bién para las ciencias del hombre: El origen de las especies, publicado en 1859, El
Origen del hombre, publicado en 1871 y por último, La expresión de las emociones
en los animales y en el hombre, publicado en 1873.
Poco tiempo después de su regreso por más de 5 años en el Beagle, Darwin se
dedicó a múltiples investigaciones, además que contrajo matrimonio con Emma
Wedgwood con quién formaría una amplia familia.
Las influencias de Darwin fueron sin duda múltiples: por un lado su pasión
como naturalista y su interés por documentar con evidencias todo aquello que le
rodeaba, pero también los libros de autores como Malthus, Lyell, o Humboldt.
Del primero aprendió la importancia de la dinámica de crecimiento poblacional
y las nociones de competencia inter e intraespecífica, de Lyell, aprendería entre
otras cosas, la noción de tiempo profundo, del tercero su interés plural por la
diversidad natural y la humana, así como su gusto por la cartografía.
Así pues, sus lecturas, su relación con grandes científicos de la época, y su ex-
periencia de 5 años a bordo de Beagle, conformaron el caldo de cultivo del que
nacería una de las teorías más importantes de la biología y de muchas otras dis-
ciplinas científicas.
Se dice que a partir del surgimiento del Darwinismo, el lugar del hombre en
la naturaleza se vuelve más humilde, pues el darwinismo asumía el origen de los
seres humanos desde explicaciones completamente naturales, así, el entender
a la naturaleza, implicaba en muchos sentidos entendernos a nosotros mismos.
Veamos entonces los principales aportes de la obra de Charles Darwin.
Hay quien opina que una de las características más importantes del pensa-
miento darwinista es su notable simplicidad, lo cual no le da un menor valor, más
bien al contrario. En ciencia, poder enunciar de modo simple los principios que
explican un determinado fenómeno es una virtud que se conoce como el princi-
pio de parsimonia.
Así pues, para Darwin, la evolución es un proceso que genera descendencia
modificada, debido a que en la lucha por la existencia, gana aquel que está mejor
adaptado al medio ambiente donde le tocó vivir. Aclaramos de inicio que el tér-
mino “lucha” es metafórico, pues en realidad sólo en determinadas situaciones
los organismos luchan entre sí en combates físicos, en realidad un término más
adecuado sería en vez de lucha, la idea de que los organismos recurren a diversas
estrategias de tipo, comportamental, de alianzas sociales, etc. Para sobreponerse
a su medio. Un enunciado tan aparentemente sencillo ha de desglosarse: Darwin
El pensamiento evolucionista 42
Gregor Mendel
Ernst Haeckel
Teodosius Dobshansky
cies siempre había sido un tema polémico y Mayr fue capaz de acotarlo, introdu-
ciendo el criterio de la interfecundidad como aquel que permite delimitar natu-
ralmente a las especies. Definió también los mecanismos por los cuales de una
especie se generan nuevas especies, es decir, definió el proceso de especiación.
Ernst Mayr
1
A partir del nacimiento histórico del “núcleo duro” de todo el pensamiento evolucionista, es decir
la selección natural con sus enormes alcances explicativos sobre toda la biodiversidad, la posibilidad
misma de pensar la evolución como fenómeno global de la vida (en cuanto a sus condiciones gene-
rales de posibilidad, sus factores, procesos, causas, ritmos, tendencias, etc.) exigiría el poder llegar a
entender las bases físicoquímicas del cambio y la permanencia de los seres vivos. Sobre los cimientos
de la teoría de la herencia, sentados originalmente por Mendel, tal como se vio, culminaría en el siglo
XX la edificación de la biología molecular. Su logro máximo fue comprender la estructura y función
de la “información química” contenida en el núcleo de las células para la determinación de las carac-
terísticas heredables de los organismos biológicos mediante la síntesis de proteínas. Nos referimos
al soporte bioquímico de la genética, a través del desvelamiento de las dos moléculas maestras del
control informático de todos seres vivos –desde las bacterias, hasta los animales–, el ácido desoxirri-
bonucleico (ADN), y el ácido ribonucleico (RNA), éste último en sus tres modalidades funcionales. En
1953, James Watson, biólogo norteamericano, y Francis Crick, biólogo molecular inglés, sostuvieron
que la molécula del ADN era una cadena doble de unidades informáticas (llamadas nucleótidos, y
compuestas por las sub-unidades de las “bases nitrogenadas”: adenina, guanina, timina y citosina).
En interacción con el ARN, permite comprender la síntesis de proteínas y, así, la realización de las
principales características físicas de cada individuo a partir de cierta potencialidad genética dentro
ciertas condiciones ambientales; realización final llamada “fenotipo” (desde el tipo sanguíneo, el co-
lor de ojos, hasta ciertos rasgos de comportamiento o susceptibilidades a enfermedades). Cuando
las secuencias del ADN cambian (por factores aleatorios y con efectos que pueden ser benéficos,
neutros o bien dañinos), se produce una mutación, con más o menos probabilidades de ser heredada
y de ahí, fijada en las poblaciones. Dado que el ADN contiene la información requerida para formar
las células de los organismos ha sido reconocido como el lenguaje de la vida: “Descifrar el código del
ADN ha revelado la posesión de un lenguaje… tan antiguo como la vida misma. Aunque las letras sean
invisibles sus palabras están profundamente enterradas en las células de nuestros cuerpos”(citado
en: Ember et al. 2006).
El pensamiento evolucionista 52
Los senderos de la evolución humana no iniciaron con un gran cerebro, sino andando en
dos patas. Pisada pre-humana de la localidad de Laetoli, Tanzania, de 3.6 millones de años.
54
3. El orden primate:
un lugar para el hombre
Georges Buffon
55 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
E
l ser humano es el resultado de un largo proceso evolutivo que inició hace
mucho millones de años y seguramente ahora mismo seguimos evolucio-
nando.
Somos portadores de una larga historia y nuestra morfología, nuestro
comportamiento, y nuestras formas de adaptación al medio nos lo recuerdan
constantemente. Como seres humanos tenemos ciertas características que nos
distinguen del resto de nuestro parientes vivos más próximos, otras sin embargo,
nos muestran y nos recuerdan nuestro pasado compartido con otros organismos.
En las siguientes páginas vamos a hacer un repaso taxonómico de nuestra
identidad, reflexionando cómo se expresa en el ser humano su herencia animal,
para más adelante revisar la especificidad de nuestro proceso evolutivo y los por-
menores de nuestra especie como organismo que al interactuar con su entorno,
lo transforma constantemente, al adaptarse a él, lo adapta a su vez a sus propias
necesidades y requerimientos. Empecemos con los taxa más generales, para lue-
go centrarnos en el orden de los primates:
2. Taxonomía primate
El orden taxonómico al que pertenecemos los seres humanos es el de los prima-
tes. Se trata de un antiguo orden que tuvo su origen hace al menos 70 millones de
El orden primate 56
años. Los primates son enormemente diversos, pero tienden a distribuirse en las
zonas tropicales del planeta, aun que es posible encontrarlos también en zonas
deserticas, gélidas, sabana y bosque, lo anterior se debe probablemente a que los
primates no se han especializado a ningún hábitat. Aunque tienden a ser arborí-
colas, su estructura y estrategias alimentarias les permiten invadir casi cualquier
espacio ecológico. Su nombre hace referencia a su carácter de primariedad.
Los primates son organismos generalistas, es decir, no especializados, y como
veremos más adelante esto les ha representado algunas ventajas a lo largo de su
evolución (Schultz, A. 1979). Anatómicamente los primates se distinguen por las
siguientes características (Bramblet, C. 1984):
• Tienen los ojos al frente, con lo cual, sus ángulos de visión se sobreponen,
permitiendo tener visión de profundidad o visión estereoscópica. Además,
tienen visión cromática, es decir, son capaces de percibir el color. Es éste un
rasgo muy importante de los primates, pues los convierte en animales funda-
mentalmente visuales y ello se traduce en la existencia de complejos y sofis-
ticados sistemas de comunicación corporal, hecho que será desarrollado más
adelante. Así pues, el sentido facial dominante es la visión. La visión cromáti-
ca les ayuda a valorar el estado de madurez de los frutos y las hojas que son
parte importante de su dieta, la visión estereoscópica les ayuda a desplazarse
en ambientes donde el calculo de la profundidad es vital si se quiere sobre-
vivir, por ejemplo en las altas copas de los árboles donde frecuentemente se
les encuentra.
• Los primates son pentadáctilos, es decir, tienen cinco dígitos o dedos pren-
siles en casa extremidad, terminados en delicados cojinetes que les dotan de
gran sensibilidad y que les permiten manipular objetos de modo muy sutil.
Además, dichos cojinetes están rematados de dermatoglifos, es decir, de hue-
llas dactilares que, además de individualizar a los sujetos, les dotan de una
mayor sensibilidad.
• Los primates tienen una intensa vida social caracterizada por la presencia
de constantes intercursos sexuales que, además de favorecer la reproducción
biológica de los grupos, intervienen también en el mantenimiento de la es-
tructura social de los mismos.
El orden de los primates se divide en dos subórdenes, los prosimios y los antro-
poides. El primero engloba una serie de especies evolutivamente primitivas, con
rasgos que recuerdan enormemente a los primeros primates del tipo de la mu-
saraña arborícola, con hábitos nocturnos y con el nacimiento de varias crías por
parto. Los lémures, los lorísidos, los társidos y los gálagos son un buen ejemplo
de este suborden.
El suborden antropoidea, reúne, como sugiere su nombre a un conjunto de
especies que recuerdan y semejan a los seres humanos, o al menos lo hacen de un
modo más notable que los prosimios. Hay que distinguir el orden antropoidea de
los antropoides como los gorilas, orangutanes y chimpancés, pues aunque éstos
pertenecen al suborden mencionado, no todas las especies de dicho suborden
son antropoides. Los seres humanos pertenecemos al suborden antropoidea. El
suborden antropoidea se subdivide a su vez en dos infraordenes, los platirrinos
y los catarrinos.
Los primeros son los primates del nuevo mundo y se caracterizan por tener
amplias narices con las fosas nasales orientadas hacia los lados. Son fundamen-
talmente arborícolas y todos tienen cola, misma que funciona como una quinta
mano pues es de carácter prensil rematada en muchas ocasiones con dermatogli-
fos, es decir con huellas “digitales”, que les proporcionan una gran sensibilidad.
Los platirrinos se distribuyen a lo largo del continente, aunque en la actualidad
no encontramos casi primates en el hemisferio norte, siendo México la frontera
de su distribución y hasta la mitad de Sudamérica. En México tenemos tres es-
pecies de primates platirrinos, todos ellos con problemas de extinción por el
deterioro de su hábitat: el llamado saraguato o mono aullador conocido de esta
manera por su potente vocalización y que en realidad se trata de dos especies:
el Alohuata paliata y el Alohuata pigra y el famoso mono araña o Ateles geofrogy.
El infraorden catarrina reúne a un conjunto de especies de primates muy
evolucionados distribuidos en el viejo mundo, fundamentalmente en Asia y en
África.
Se trata de organismos con la estructura de la nariz más estrecha que la de los
platirrinos y con las fosas nasales orientadas hacia abajo. Pueden o no tener cola
y cuando la tienen en ningún caso es prensil. Los seres humanos pertenecemos
al infraorden catarrina.
Los catarrinos se dividen luego en la superfamilia cercopitecidea y en la homi-
noidea. En el primer grupo quedan aquellos catarrinos cuyo diámetro anteropos-
terior del tórax es mayo que el transverso máximo, mientras que los hominoidea
59 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Los seres humanos, sus ancestros inmediatos, así como los gorilas, los chimpan-
cés, los orangutanes y los gibones pertenecen a la superfamilia de los hominoi-
dea. Esta última se divide en dos familias: la familia pongidae y la familia homi-
nidae.
Los póngidos son nuestros parientes vivos más próximos y comparte con
nuestra especie buena parte de su historia evolutiva, hecho que se nota en la
enorme similitud anatómica, genética y comportamental que tienen con nuestra
especie. El orden de los póngidos está formado por cinco especies, tres africanas
y dos asiáticas. En el primer caso encontramos a los gorilas y a dos especies de
chimpancés, el Pan paniscus o chimpancé pigmeo y el Pan troglodites o chimpan-
cé común. En el segundo caso encontramos a los orangutanes y a los gibones. En
su conjunto, las cinco especies reciben el nombre coloquial de antropoides. Cabe
mencionar que los chimpancés son nuestros parientes vivos más cercanos y que
molecularmente somos notablemente similares, llegando a compartir más del 99
% de la información genética, dato que permite identificar la existencia de un an-
tepasado común hace no más de 5 millones de años de antigüedad, temporalidad
ya claramente asociada al desarrollo de la familia de lo homínidos. Un rasgo muy
importante de la familia de los homínidos a su marcada tendencia a la encefaliza-
ción y al desarrollo de zonas específicas del cerebro, particularmente el neocor-
tex y los lóbulos parietales y temporales. Lo anterior se tradujo en el desarrollo
de gran complejidad del comportamiento, de un aumento en las estrategias de
comunicación, en algunos casos en la elaboración de herramientas, y en general
de formas complejas de interacción con el medio.
Los humanos contemporáneos somos los únicos miembros sobrevivientes del
linaje de los homínidos, pero son clasificados dentro de esa categoría nuestros
ancestros más próximos como los pertenecientes a los géneros autralopithecus,
parantropus y homo, así como algunos otros más antiguos como ardipithecus,
orrorin y sahelantropus (Cela-Conde, C. y F. Ayala, 2001). Ello será desarrollado
más ampliamente en los siguientes capítulos. Baste por el momento el enfoque
descriptivo de los sistemas de clasificación taxonómicos.
Así pues, pertenecemos al género homo, a la especie sapiens y a la subespecie
sapiens. Puede notarse entonces que al asignarnos un nombre, con él se también
asocian multitud de características que nos remiten a un pasado evolutivo com-
partido con otras especies y que, de alguna manera está presente al ser nosotros
los herederos de un antiguo linaje.
Más allá de la descripción taxonómica, los primates, a cuyo orden pertenece-
El orden primate 60
mos nos dicen algo de nosotros mismos y de nuestro pasado, por ello, los enfoque
basados en el estudio de los rasgos compartidos con ellos nos dan información
sobre nuestro linaje.
La primatología es una disciplina diversa que reúne a una gran diversidad
de especialistas procedentes de áreas disciplinares distintas como la biología, la
antropología, la psicología o la medicina, unidos todos ellos por el grupo taxonó-
mico estudiado.
Como disciplina formalmente estructurada, la primatología no ha cumplido
aun un siglo, sin embargo, sus inicios podemos encontrarlos mucho tiempo atrás.
En las siguientes páginas desarrollaremos la historia de la primatología, resal-
tando los hallazgos que presentaron interés para entender al ser humano como
un primate singular.
Chimpancés de Köler
Sin embargo, no sería sino hasta 1931 que se fundaría la primatología moder-
na con el establecimiento de las primeras colonias de primates establecidas ex-
presamente para su estudio por parte del primatólogo norteamericano Clarence
Carpenter en algunas islas del Caribe. Inicialmente en Barro Colorado, en la zona
del Canal de Panamá, monos araña posteriormente y con macacos en Cayo San-
tiago en Puerto Rico. De esta forma iniciaría la primatología de campo, con ob-
servaciones regulares y con la posibilidad de introducir métodos comparativos
en el estudio del comportamiento, ya que Carpenter era psicólogo comparativo.
El impacto de este enfoque sería casi inmediato, pues pocos años después, Louis
Leakey, célebre paleoantropólogo apoyaría estudios de largo plazo con chimpan-
cés, gorilas y orangutanes. El objetivo sería la construcción de modelos compa-
rativos que permitieran hacer inferencias sobre los primeros estadios de la evo-
lución humana, partiendo del hecho de que los grandes simios contemporáneos
tienen una anatomía y hábitat, en muchos sentidos parecido al de los primeros
homínidos, convirtiéndose así en modelos útiles para entender la evolución hu-
mana.
63 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Konrad Lorenz
El orden primate 64
fue el que llevó a Eugene Dubois a encontrar, en la última década del siglo XIX, al
Pithecantropus erectus en las islas surorientales de Asia, lugar de residencia del
otro gran antropomorfo, el orangután.
Por su parte, el gran etólogo austriaco, concibió al comportamiento como parte
del fenotipo y producto de procesos evolutivos. Así, aunque como reza la famosa
frase: “el comportamiento no se fosiliza”, el acceso a patrones de conducta de
especies desaparecidas no es completamente inaccesible, si tomamos en cuenta
que muchos rasgos de comportamiento son compartidos por taxa distintos y sus-
ceptibles de ser tratados como rasgos homólogos.
Ya en 1862 en El lugar del Hombre en la Naturaleza, publicado por Thomas
Henrry Huxley, el principal defensor de las ideas darwinistas, llama la atención la
estructura expositiva que utiliza el autor para hablar de la identidad humana: na-
rraciones de variados naturalistas sobre la anatomía y conducta de los primates
en general y de los grandes simios en particular; el registro fósil; la embriología y
lo que entonces se sabía sobre la biología del desarrollo en general.
Sería con Louis Leakey durante la década de los años sesenta del siglo pasa-
do que el estudio de la conducta de los grades simios se utilizaría como modelo
para poder abordar indirectamente el comportamiento de los homínidos que nos
dieron lugar.
Louis S. B. Leakey
65 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Es así que los homínidos son estudiados ya sea por la evidencia directa que
presupone el análisis directo del registro fósil, o indirectamente a través del estu-
dio de los actuales grupos de sociedades de cazadores recolectores, o partiendo
del análisis de los grupos de primates contemporáneos, particularmente de los
grandes simios.
En el caso particular del estudio de los primates no humanos como modelos
que permiten el acceso indirecto al estudio de los homínidos, la idea fundamen-
tal era que el estudio de los grandes simios y otros primates gregarios como los
papiones constituyen un buen punto de partida para la búsqueda de claves sobre
la evolución del comportamiento humano.
En ese sentido, la primatología sería una rama relativamente nueva de la pa-
leoantropología desarrollada fundamentalmente durante los años cincuenta y
sesenta. El papel que en ese proceso jugaría el celebre Louis Leakey sería fun-
damental, aun cuando fue muchas veces tachado de irresponsable por enviar a
varias mujeres a hacer estudios de campo con los grandes simios, tres de ellas,
sus famosas “trimates”, desempeñarían un papel importante en la constitución
de la disciplina, Jane Goodall, Dian Fosey y Biruté Galdikas, solo la tercera de ellas
con formación como antropóloga, y la primera de ellas “entrenada” por el propio
Leakey e Irven de Vore en el trabajo de Campo, y por el gran anatomista John
Napier en los principios de la anatomía comparada.
Para la época se consideraba que las diferencias en el tamaño relativo del ce-
rebro humano y el de sus parientes vivos más próximos, los póngidos, impedían
que pudieran considerarse como un modelo que permitiera tomar a los segun-
dos como modelo para entender la evolución de los primeros. Así, antes de la
década de los cincuenta, la evidencia fundamental para entender nuestro pasado
evolutivo era la evidencia fósil de los varios homínidos hallados en diferentes
yacimientos paleontológicos.
Fue en 1945 cuando Leakey escucho hablar por primera vez de una tropa
de chimpancés que habitaban en las orillas del lago Tangañica, en la reserva de
Gombe en Tanzania, y supuso que su vida no debería haber sido muy distinta de
la de los primeros homínidos. El estudio de sus hábitos territoriales y sus patro-
nes de alimentación, así como el análisis de su vida social deberían ser estudia-
dos para entendernos a nosotros mismos.
Para esa época una opinión muy difundida y apoyada por el propio Leakey era
que el rasgo distintivo que había separado el Homo sapiens del resto de los ani-
males era la elaboración de herramientas, sería paradójico que fuera a partir pre-
cisamente del trabajo de una de sus protegidas, Jane Goodall, que ese argumento
caería por su propio peso, al demostrar Goodall la utilización de herramientas
por parte de los chimpancés, dato que ya había sido reportado por navegantes
portugueses durante el siglo XVI, pero que se popularizó con los trabajos de Go-
odall y dejó el nivel de la anécdota para constituir una descripción detallada so-
bre tal conducta
El orden primate 66
Leakey tuvo que afirmar que con ese descubrimiento sería necesario volver a
definir lo que es humano, lo que es una herramienta, o bien aceptar a los chim-
pancés como humanos.
Además de las tres primatólogas mencionadas, al menos otras quince desa-
rrollaron sus carreras en el estudio de los primates, contando con el apoyo de
Leakey.
Jane Goodall
casos, al mismo estilo de Wolfang Köhler citado anteriormente, los jujetos sde
experimentación fueron sometidos a diversos tests con el mismo fin. Los resulta-
dos fueron en muchos casos espectaculares como veremos enseguida.
Probablemente uno de los experimentos más famosos el es llamado experi-
mento Washoe, por el nombre de la hembra chimpancé que fue utilizada en el
mismo. El experimento fue realizado a finales de los años sesenta por una pareja
de psicólogos, el matrimonio Gardner que tenían un hijo pequeño cuando Was-
hoe llegó a vivir con ellos. Le dieron a la bebe chimpancé las mismas condiciones
de crianza que a su hijo. En las primeras fases de desarrollo, el términos motri-
ces, Washoe era con diferencia más capaz. Debido a que los chimpancés no tienen
una estructura del aparato fonador quie les permita tener un lenguaje articula-
do, le enseñaron el lenguaje de señas de los humanos sordomudos o AMESLAN,
suponiendo acertadamente que la ausencia de lenguaje articulado no implicaba
necesariamente incapacidad de comunicarse complejamente.
6. Los argumentos
La argumentación sobre la posibilidad de acceder al estudio de los homínidos, vía
la comparación de diversas facetas de los mismos con los primates no humanos,
patrones morfológicos, conductuales, cognitivos, reproductivos, etc., tienen su
fundamento en un conjunto de razonamientos que exponemos a continuación.
Se recurre tradicionalmente al argumento de la similitud; el método com-
parativo y el concepto de homología revisten importancia fundamental en este
enfoque: La paleoantropología ha de realizar estudios primatológicos, porque
primates humanos y no humanos somos semejantes, y somos semejantes porque
compartimos un pasado evolutivo común. En 1758, Linneo reconoció la similitud
y nos clasificó dentro del mismo orden taxonómico, primates, aun cuando natu-
ralistas tan distinguidos como Cuvier y Blumenbach crearon un orden específi-
co para nosotros. Baste recordar la intensa polémica desarrollada entre Richard
Owen y T. H. Huxley a mediados del siglo XIX sobre la continuidad o discontinui-
dad morfológica entre los simios y los humanos contemporáneos.
Compartimos pues rasgos como una tendencia a incrementar el volumen
craneal respecto del volumen corporal, la visión como sentido facial dominan-
te, pentadactilia, uñas en vez de garras, incluso periodos largos de dependencia
infantil. Ello justifica, en opinión de algunos, la posibilidad de realizar investiga-
ciones primatológicas desde el campo de la paleoantropología en particular, pero
también desde la antropología en general. Los famosos estudios sobre conductas
“protoculturales” (Boesch, C..1986, 1998), Sabater Pi, J., (1984, 1992) realizadas
69 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Maurice Godelier
Lo Ideal y lo Material: pensamiento, economías,
sociedades.
73 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
1. Trabajo y Praxis
E
s especialmente desde una perspectiva antropológica, que nos resulta
posible comprender y dimesionar las diversas formas de representación,
de intervención y de apropiación humana de la realidad; de ese universo
tanto sociocultural como natural en el que existimos. Desde la religión
y el arte, hasta las estructuras sociopolíticas y sus ideologías; desde el pensa-
miento teórico-científico, hasta las disciplinas técnicas y la práctica del trabajo,
constituyen –en su unidad humana indivisible– expresiones múltiples de nues-
tra actividad creadora y transformadora: apropiación humana y humanizante del
mundo a través de las diversidades culturales en la historia, en toda la evolución
de nuestra especie biológica.
El trabajo, en tanto que actividad primordial del hombre ante una realidad
de adaptación, de sobrevivencia y de desarrollo, implica siempre facetas y posi-
bilidades de creatividad; creación permanente que incluye capacidades amplias
y complejas de comprender y actuar en el mundo: realidad sobre la cual des-
plegamos intencionadamente –con éxito y riesgos relativos– nuestras prácticas
materiales de vida, de existencia medioambiental, de trascendencia y de desa-
rrollo multidimensional. Ello puede entenderse como la movilización de todas
las capacidades histórica y evolutivamente alcanzadas por una especie biológica
(auto-nombrada Homo sapiens) poseedora de una creatividad vital que ha de in-
cluir, asimismo, una comprensión inteligente y renovada de la dinámica de los
entornos sociales y ecológicos, así como de sus siempre crecientes exigencias.
Sostiene el neurocientífico español Emilio García: “Decir que la inteligencia es
un caso particular de adaptación biológica es pues, suponer que esencialmente
es una organización y que su función consiste en estructurar el universo […] la
inteligencia es una adaptación o, mejor, una continua readaptación” (2001, pp.
98-99).
Aquí se argumentará que la importancia de una visión antropológica del trabajo
humano como fenómeno global (no sólo económico y social, sino esencialmente
comunicativo, psicológico, simbólico, cognitivo y valorativo), ha de permitirnos
comprender el poder y el alcance auto-creativo de la actividad humana por ex-
celencia: la praxis; esto es, la práctica material sobre la naturaleza y sobre noso-
tros mismos. Práctica sobre el medio ambiente como fuente primera y última de
adaptación y sobrevivencia, pero asimismo, de generación, de retención y distri-
bución de la riqueza esperable del trabajo: práctica, en fin, sobre nuestro poder
de entendimiento, de cambio y autorrealización. Nunca ha sido mejor captada
esta idea del trabajo humano como praxis, o práctica auto-creativa, que a través
de las clásicas palabras del pensador alemán –permanentemente redescubierto–
Carl Marx: “En el acto de tejer se producen, al mismo tiempo, el tejido y el tejedor”.
El proceso multidimensional de la praxis 74
El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre… [el cual]
pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad para, de ese modo,
asimilarse bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le
brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transfor-
ma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y
sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina…1
Por virtud del trabajo, praxis adecuada a fines, los humanos vencemos la resis-
tencia de las materias y fuerzas naturales (cfr. Sánchez Vázquez 1979); crean-
do objetos útiles, realidades enteras que satisfacen las tan complejas y siempre
crecientes necesidades humanas: del estómago y de la imaginación, en efecto,
objetivas y subjetivas, individuales y colectivas, inmediatas y trascendentes… hu-
manas, e incluso, visto en su perspectiva evolutiva, pre-humanas. Toda praxis es
actividad, sin embargo, no toda actividad es praxis. Más allá de cualquier forma
de actividad, la praxis –más antigua incluso, como hemos de ver, que la propia
especie Homo sapiens– se ha desplegado crecientemente durante los últimos dos
millones de años no sólo sobre la realidad adaptativa, o sea, sobre la naturaleza,
sino sobre la totalidad de las posibilidades de la existencia humana misma.
La autocreatividad de los seres vivos (“autopoiesis”, dirían los influyentes
biólogos contemporáneos Humberto Maturana y Francisco J. Varela), más espe-
cíficamente la de nuestra especie, resulta directamente proporcional a la com-
plejidad social, cognitiva y comunicativa alcanzadas evolutivamente. Tal como
sostiene el paleoantropólogo mexicano Alejandro Terrazas (2001), a la autopoie-
sis de lo biológico se sobrepone la autopoiesis de lo social (la praxis, diríamos
aquí). Desde su perspectiva ecológica de “sistemas complejos en co-evolución”, el
autor nos advierte de la necesidad de renunciar a modelos simplistas (como los
de una evolución unidireccional y progresiva), a fin de aproximarnos a mejores
enfoques comprensivos de nuestro cambio (y naturaleza); más exactamente, en
términos de una: “interacción dinámica del acoplamiento estructural que ocu-
rre entre los sistemas biológicos, cognitivos y sociales del fenómeno humano, así
como las relaciones jerárquicas con su entorno” (ibíd. P. 162).
1
El parágrafo es de El Capital. Crítica de la Economía Política (Cursivas añadidas). Un examen racional
básico puede constatar que su principio seguirá trascendiendo, por mucho, los usos y abusos panfle-
tarios de la historia del pensamiento dialéctico materialista y su versión política marxista, para cons-
tituir, en sí mismo, una de la captaciones más lúcidas sobre la dimensión antropológica del trabajo.
75 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
2
C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas. Moscú, 1952 (pp. 459-460).
El proceso multidimensional de la praxis 76
todo si se piensa, por otro lado, en la naturaleza evolutiva del trabajo, es decir,
principal fuerza creativa de las condiciones sociales e incluso biológicas de la hu-
manidad (cfr. Klamroth 1987; Terrazas 1994). Faceta que más nos interesa aquí
examinar y reivindicar antropológicamente.
En todo proceso productivo, y económico en general, se desarrollan deter-
minados tipos de relaciones: entre los propios agentes económicos entendidos
éstos como los sujetos sociales en su actividad consciente, y, por otra parte, sus
relaciones con los medios materiales de producción específicos. La importancia
y complejidad de estas relaciones3 no sólo dependen del nivel y “sofisticación” de
las características técnicas de los procesos de trabajo en cada época de la historia
–y prehistoria– humana (desde las primeras herramientas humanas hace unos
dos millones de años, hasta las actuales tecnologías globales de la informática).
Tales relaciones sociales de producción constituyen condiciones, o por el contra-
rio, límites objetivos de posibilidades múltiples; posibilidades conciliables o in-
cluso opuestas entre los agentes o sujetos sociales y económicos involucrados,
y que pueden abarcar, desde la equidad y el bienestar objetivamente caracteri-
zables4, hasta la pobreza y explotación del hombre por el hombre; espectro de
posibilidades que va, desde la integración y el desarrollo sustentable5, hasta la
dependencia, la exclusión o el franco espolio. Se trata de extremos cuya existen-
cia depende de la comprensión, de la acción así como de las decisiones histórico-
coyunturales de sus actores, no de determinaciones inherentes y necesarias de la
condición humana. Como sostiene el antropólogo físico Erik Klamroth, refirién-
3
“El conjunto de relaciones de los agentes de producción entre ellos y con la naturaleza constituye
precisamente la sociedad bajo el aspecto de su estructura económica [como] conjunto de relaciones
de producción [cuyo] sistema económico es el proceso económico global: producción, distribución,
intercambio y consumo” (Klamroth op. cit., véase pp. 113 y 114).
4
La objetivación del bienestar y el Desarrollo Humanos (mucho más allá de lo económico) no sólo
resulta posible sino indispensable. Sería sólo desde un relativismo cultural ramplón y mal entendido
(incluso dentro de la propia antropología, paradójicamente) que acaso pudiera llegar a cuestionarse
la pertinencia y posibilidad de estandarizar y aún de parametrizar indicadores y expectativas de
desarrollo humano (a través de las enormes diversidades históricas y culturales, tan sólo de México).
¿Existirían formas de bienestar objetivos, e igualmente deseables, para poblaciones indígenas de la
Sierra Tarahumara que para agricultores de Bajío o para empresarios de la Comarca Lagunera? Con-
viene que la respuesta sea afirmativa. De hecho, desde la misma antropología debe resultar posible
sustentar los fundamentos transculturales de la equidad y justicia sociales, del desarrollo, dignidad,
integridad y bienestar humanos (empresa crítica y analítica que rebasaría los objetivos centrales
del presente trabajo). Sugerimos al lector, en este sentido, el completo, actual y riguroso recurso del
documento Indicadores del Desarrollo Humano (http://hdr.undp.org/en/media/HDR_2001_indica-
tors_ES.pdf), generado por el Programa de Naciones Unidas para en Desarrollo (PNUD). Establece
el documento en su prefacio: “El propósito primordial de este Informe es evaluar la situación del desa-
rrollo humano en todo el mundo y proporcionar cada año un análisis crítico sobre ese tema. El informe
combina los análisis temáticos de políticas con datos detallados por países acerca del bienestar de los
seres humanos, y no meramente de las tendencias económicas.”
5
A fin de evitar clichés y lugares comunes sobre esta importante categoría, “desarrollo sustentable”,
tan susceptible de trivializarse, sugerimos al lector una exhaustiva y especializada obra al respecto:
77 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
dose a los orígenes prehistóricos de esta realidad humana del trabajo: “Lo que
distingue a las épocas unas de otras no es lo que se hace, sino cómo se hace…”
(op. cit. p. 109). Con todo, se trata de condiciones posibilitadas no solamente por
los medios materiales de producción: medios extensivos de la corporeidad e in-
teligencia humanas ante los objetos y realidades a modificar intencionadamente.
Se trata, asimismo, de determinaciones fundamentalmente basadas en las rela-
ciones económico-sociales que las personas son capaces de llegar a establecer y
mantener: “Estas relaciones [continúa Klamroth] se caracterizan por el tipo de
control o dominio que tales agentes de la producción puedan ejercer sobre los
medios y el proceso de trabajo” (Ibíd. p. 111). Fenómeno pues inseparable de
las relaciones humanas de trabajo socialmente estructuradas (y estructurantes);
“relaciones de producción” que configuran todo el proceso de trabajo, incluidas
las condiciones objetivas creadas y asumidas por los agentes económicos en su
realidad histórica concreta: pobreza o desarrollo objetivables; exclusión o inte-
gración.
Justo en este último sentido, superar esa inconciencia, esa no-intencionalidad
de que hablaba Engels, es, de hecho, un irreductible asunto de elecciones huma-
nas. Así, la elección de trascender, de superar inconciencia y ausencia de intencio-
nalidad, sólo puede iniciar –consideramos– como la voluntad de dirigir nuestro
pensamiento, nuestra inteligencia crítica, hacia eso que Engels había reconocido
como la condición básica y fundamental de toda la vida humana… el trabajo: “la
aplicación de la fuerza y el conocimiento humanos, socialmente determinados
hacia la acción recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza, es de-
cir, hacia la producción.”6
Sostenía la pedagoga Irene Duch-Gary que en el trabajo se realiza íntegramen-
te la praxis del hombre al abarcar, más allá del nexo práctico, la relación teórica
entre sujeto y realidad (2007, p.127). Examinando la categoría unificada traba-
jo–aprendizaje como la piedra angular de la concepción metodológica de la pe-
dagogía de la capacitación, la autora sostendría que los principios que inciden en
esta práctica educadora, y que permitirían explicar las determinaciones internas
de su desarrollo, sólo pueden ser cabalmente comprendidos, filosófica y cientí-
Ciencia Ambiental y Desarrollo Sostenible, de Ernesto C. Enkerlin, Gerónimo Cano, Raúl A. Garza y
Enrique Vogel. Thomson Editores. México, 1997. Sostienen los autores ahí: “El desarrollo hasta nues-
tros días se ha caracterizado por el predominio de la tendencia hacia la máxima rentabilidad a corto
plazo en cuanto al uso de los recursos naturales […] Se requiere un cambio fundamental en la manera
de implementar el desarrollo; en pocas palabras, se requiere llevar a cabo el desarrollo visto en su
dimensión social de largo plazo, en su contexto más amplio. La palabra desarrollo siempre ha sido
sinónimo de crecimiento económico, no necesariamente de bienestar, por ello, este tipo de desarrollo
reevaluado y dimensionado adecuadamente requerirá de un nuevo nombre, de un calificativo; sólo
así podremos aceptarlo, difundirlo, comprometernos con él y vivirlo como el nuevo paradigma de la
humanidad” (pp. 497 y 499).
6
Citado en Terrazas op. cit., p. 97.
El proceso multidimensional de la praxis 78
7
Cfr. W. Quine 1969.
El proceso multidimensional de la praxis 80
8
Duch-Gary (op. cit. p. 127). Para la fundamentación original y completa, véase Malagón M. op. cit.
En su contexto y compromiso formativo y curricular, Plan Modular de Estudios para la Formación de
los Prestadores de Servicios (Colegio de Postgraduados-Financiera Rural).
81 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
y hacia el vecino país del norte. Sistemas de creencia que fácilmente podrían ape-
lar al peso abrumador de evidencias legítimas y objetivas.
El mismo estado psicoafectivo, cognitivo, conductual y social (la creencia) su-
pone dar por existente, dentro de la estructura de la realidad, cierta facultad vi-
talmente humana: la capacidad de generar y conscientizar estados de suficiente
insatisfacción y, desde ahí, necesidades de cambio, pues “Si el hombre viviera en
plena armonía con la realidad, o en total conciliación con su presente, no sentiría
la necesidad de negarlos… ni de configurar en su conciencia una realidad inexis-
tente aún” (Sánchez Vázquez, op. cit. p. 156). Por la facultad de podernos trazar
fines, las personas, como individuos y como sujetos sociales, negamos realidades
determinadas, y, por ende, afirmamos otras que no existen (todavía). Aceptar el
mundo en su estado actual, la realidad tal cual se nos presenta, nos priva de una
preciada capacidad humana: generar la necesidad de transformar la realidad y,
con ello, a nosotros mismos. Tal es otro estado de creencia (y, creemos aquí, dig-
no de ponderarse para asumirse).
Ya decía el célebre filósofo español José Ortega y Gasset que “Las creencias
nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma”. El estudio de la
naturaleza del conocimiento en la vida y trabajo del hombre demanda el análisis
de las formas en que pueden actuar las personas a partir de sus conocimientos,
en tanto estados de creencia más o menos conscientes, elaborados o plausibles.
Conlleva consecuencias ontológicas muy delicadas que a su vez exigen formas
especiales de entender al Homo sapiens, el cual, para la antropología cognitiva,
constituye una especie biológica cuya orientación fundamental hacia la realidad
es y ha sido el conocimiento: patrimonio que se viene generando, replanteando
y aprendiendo dentro de la esfera total del trabajo, incluso, cientos de miles de
años antes del surgimiento de la enseñanza institucionalizada o las escuelas (cf.
Malagón op. cit.). Tal fue en efecto la relación captada entre la acción y el pensa-
miento por el gran filósofo y pensador rumano Mircea Eliade, cuando escribía
que el estudio de los mecanismos del pensamiento “...nos ayuda a comprender
cómo y por qué algo llega a ser real para el hombre […] Nos importa ante todo
comprender bien ese mecanismo para seguidamente poder aproximarnos al pro-
blema de la existencia humana” (1985, p. 13. Cursivas añadidas).
nocimiento científico, es reconocer que los más reputados y valiosos saberes que
hoy tenemos sobre la realidad en su conjunto –desde la formación del universo
hasta la naturaleza de los procesos de la mente humana– son, todos, saberes no-
espontáneos; expliquemos.
Esa “no-espontaneidad” de nuestras mejores formas de comprensión fren-
te a los problemas que nos plantea y demanda la realidad, se encuentra basa-
da en una especie de negación. Efectivamente, una negación metódica, es decir,
consciente, racional e intencionada, bajo una forma de oposición a la “inercia
natural” del entendimiento humano y sus frecuentes (y a menudo peligrosas)
ingenuidades intuitivas ante las complejidades inherentes del mundo. Eso exac-
tamente, es lo que nos permite entender el filósofo francés Gastón Bachelard. En
La Formación del Espíritu Científico, enfatizaba ese carácter –de cierta manera
contraintuitivo– del pensamiento y conocimiento superiores, pues significa que
sólo puede conocerse a profundidad algo mediante la oposición a las formas de la
experiencia básica e inmediata, con todas sus inercias y ambigüedades lingüísti-
cas y de significación, incluso emotivas o psicológicas9: “…en contra de lo que es,
dentro y fuera de nosotros, impulso y enseñanza de la naturaleza, en contra del
entusiasmo natural… coloreado y variado”10.
Existiría, efectivamente, en los empeños del entendimiento científico de la
realidad (mucho más allá de sus técnicas y procedimientos especializados), una
voluntad correctiva que, por principio, sólo puede trascender la conciencia ordi-
naria identificando con suficiente exactitud algo llamado por Bachelard, obstácu-
los epistemológicos: “Es ahí donde mostraremos causas de estancamiento y hasta
de retroceso; es ahí donde discerniremos causas de inercia [...] El conocimiento
de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y
plena…”11
Por su parte, el sistema humano trabajo-conocimiento-aprendizaje posibilita
la racionalización de nuestros procedimientos y condiciones para comprender-
intervenir nuestras condiciones de existencia, constituyendo, por ende, una rela-
ción de una gran potencialidad metodológica. Como veíamos arriba, situados en
muy diversos niveles, procesos o etapas del entendimiento humano, la existencia
de los errores en nuestra comprensión ordinaria y cotidiana basada en la intui-
ción espontánea (inevitables, de principio pero conscientemente superables),
constituyen un punto de partida obligado de identificar, ello en vías al abandono
progresivo de los niveles de la inmediatez, puesto que “Lo inmediato debe ceder
paso a lo construido [...] resultado de una objetivación crítica, de una objetividad
que [sin embargo] retiene del objeto solamente lo que ella criticó”12, decía Bache-
9
Cf. Aguilar R. “La Epistemología Bachelardiana”. Teoría. Anuario de Filosofía 1 (1). UNAM 1980.
10
Ibíd. p. 431.
11
Citado en, Jarauta 1979, p. 64.
12
Jarauta, op. cit. p. 51. (Cursivas añadidas).
83 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
lard esta vez en su libro La Filosofía del No. En otras palabras: únicamente desde
la negación de la experiencia inmediata, ingenua y ordinaria con todos sus obstá-
culos, entorpecimientos y confusiones –metódicamente caracterizados–, un co-
nocimiento superior podrá moverse hacia nuevas construcciones, hacia nuevos
“espacios de configuración”,13 de significado y, por ende, de acción práctica, pues
“Toda verdad nueva nace a pesar de la experiencia inmediata”.
Afrontar y manejar “…la contradicción entre las condiciones y posibilidades
personales del sujeto que aprende y las características intrínsecas del objeto de
estudio, es decir de la realidad del trabajo” es, fundamentalmente, un problema
didáctico (Duch Gary op. cit. p 127). Problema que más exactamente abre posi-
bilidades metodológicas para vincular intencionadamente el trabajo con los pro-
ductos del conocimiento, vía los procesos del aprendizaje, y considerando que
para cada uno de sus contenidos “…es necesario y factible identificar el fenómeno
correspondiente y la lógica interna que lo explica a fin de construir una secuencia
lógica, estructurada y coherente de reflexiones bajo la forma de cadenas de cau-
salidad que conduzcan desde la estructura de pensamiento del que aprende hasta
la lógica interna del fenómeno bajo estudio y por tanto a su aprendizaje” (Malagón
op. cit. p. 154. Cursivas añadidas).
Una concepción didáctica de la relación entre la ontología (cómo asumo son las
cosas) y la epistemología (cómo supongo que puedo conocerlas) involucradas en
el trabajo, nos permite cobrar conciencia de una falta variable de homogeneidad,
o, mejor dicho, de correspondencia entre la estructura propia de la realidad, y la
estructura lógica (o modelos) con la que pensamos la realidad misma. La reali-
dad siempre es enormemente más compleja, incluso, que los mejores modelos
mentales que usamos para entenderla: “…esta esfera más compleja sólo puede
ser comprendida de un modo aproximado, y el modelo puede constituir una pri-
mera aproximación a una adecuada descripción e interpretación de la realidad”
(Kosik op. cit. p. 59).
De forma aproximada, pero creciente, en efecto, los modelos lógicos crea-
dos por nuestro tipo de inteligencia propiamente humana14, permiten conocer
y entender la condición de la realidad. Con todo, la brecha entre ésta y el pensa-
miento y sus obstáculos inherentes, siempre nos exige una reducción estratégi-
ca y progresiva (es decir, metodológica), acerca de las posibles contradicciones
respecto de, por ejemplo, ciertas necesidades del entendimiento ante el trabajo
y sus procesos productivos; requerimientos de nuestra inteligencia ante los ob-
jetos de trabajo, poseedores de una lógica inherente de la que dependerán las
13
Ibíd. p. 63.
14
Es interesante e incluso revelador lo que en este sentido comenta el neurocientífico Francisco
Varela: “El proceso continuo de la vida ha modelado nuestro mundo en una ida y vuelta entre lo que
describimos, desde nuestra perspectiva perceptiva, como limitaciones externas y actividad generada
internamente. Los orígenes de este proceso se han perdido para siempre, y en la práctica nuestro
mundo es estable (excepto cuando se desmorona).” (1990, p. 102).
El proceso multidimensional de la praxis 84
15
Malagón op. cit. pp. 164-165. Véase también Manual Integrado (documento inédito, Financiera
Rural), pp. 84-86.
85 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Despreciando ese timorato prejuicio por reconocer su pleno lugar a las esferas
psicoafectivas y emocionales de la condición humana en todos los ámbitos de
nuestra vida (prejuicio que hace del racionalismo más una pose que una convic-
ción), el biólogo y científico cognitivo Humberto Maturana16, sostenía alguna vez
que, en el dominio de la relación con el otro (sí, ese universo o dominio que crea
y a su vez es creado por el trabajo), tienen lugar tanto la responsabilidad como
la libertad en tanto modos de convivir y de accionar. Es allí mismo, sin embargo,
donde también existen las emociones como modos y como posibilidades de rela-
ciones entre los sujetos y, allí, en el fondo del alma humana –decía él–, es donde
puede estar la frustración y el enojo, pues:
Hemos querido reemplazar el amor por el conocimiento como guía única en nuestro quehacer
[léase, trabajar], en nuestras relaciones con otros seres humanos y con la naturaleza toda y nos
hemos equivocado. Amor y conocimiento no son alternativas [de mutua exclusión], el amor es
un fundamento mientras que el conocimiento es un instrumento… el amor es el fundamento del
vivir humano, no como una virtud sino como la emoción que en lo general funda lo social, y en lo
particular hizo y hace posible lo humano como tal en el linaje de primates bípedos a que perte-
necemos, y al negarlo en el intento de dar un fundamento racional a todas nuestras relaciones y
acciones nos hemos deshumanizado volviéndonos ciegos a nosotros mismos y a los otros.17
16
Junto con otro destacado biólogo de Harvard e investigador de la cognición, el ya desaparecido
Francisco J. Varela, Maturana es co-autor de una de las teorías más originales e influyentes de las cien-
cias contemporáneas: el modelo de los sistemas autopoiéticos, aplicable no sólo a la re-comprensión
del fenómeno de la vida, sino de la existencia de los sistemas cognitivos y sociales.
17
Maturana, Humberto y Francisco J. Varela (1997) De Máquinas y Seres Vivos. Autopoiesis: la organi-
zación de lo vivo. Editorial Universitaria. Santiago de Chile (p. 32)
El proceso multidimensional de la praxis 86
Más que una actividad puramente instrumental, reconocer que el trabajo pudie-
ra tener recompensas intrínsecas, es decir, como faceta de la existencia huma-
na con un fin propio e independiente de satisfactores externos (sobrevivencia,
dinero, prestigio social), implica considerarle desde una concepción amplia (cf.
Noguera 2002). Concepción capaz de incluir una dimensión valorativa (axioló-
gica en términos estrictos) que abarcaría desde la eficacia técnica y utilitaria,
el equilibrio normativo y la solidarización social, hasta la libertad creativa que
supone generar significados múltiples de autonomía y de autorrealización de los
propios sujetos activos y conscientes del trabajo: derecho inalienable y deber
consustancial de la condición humana.
A diferencia de una concepción reducida –o reductiva–, supone pensar al tra-
bajo no meramente como un medio subordinado a fines materiales “superiores”
de legitimación, sino como despliegue humano con sentidos y valores propios
(visibles desde su comprensión como praxis), y compatibles con la libertad, la
dignidad y la felicidad humanas. Supondría tomarse en serio preguntas tan espe-
ciales y demandantes, como: ¿es el trabajo un ámbito de emancipación, de auto-
rrealización y autosuperación humanas?, ¿bajo qué condiciones?, ¿va pues, más
allá de una racionalidad puramente instrumental, o se agota en ella?, ¿puede el
trabajo ser una práctica generadora de sentidos más allá de sí mismo, de sentidos
trascendentes? (cfr. Ibíd.).
Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Concepción amplia versus concepción reducida del Trabajo a partir de los ámbitos de la acción humana y sus criterios de validación (adaptación basada
en Habermas 1981, y Noguera 2002).
87
88
5. De Homo a sapiens:
consideraciones sobre
evolución humana
Friedrich Engels
El Papel del Trabajo en la transformación
del Monoen Hombre
89 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
1. Cultura y Praxis
U
n plano fundamental de análisis que permite comprender la unidad crea-
tiva e indisoluble entre trabajar y aprender-conocer es una óptica o pers-
pectiva histórica, más concretamente, la visión evolutiva de este nexo. De
ahí la relevancia de que el vínculo del trabajo y las esferas de la cognición
no sólo en su profundidad teórica sino en su potencial metodológico y práctico,
deba re-ponderarse como una “…forma viva y espontánea de la relación teoría–
práctica en las condiciones históricas originarias de sobrevivencia del hombre
y su medio ambiente.” (Duch-Gary op. cit. p. 128). Al respecto, el orden de ra-
zonamiento que interesa aquí destacar sería como sigue: hoy más que nunca,
la ciencia que explica nuestros orígenes evolutivos (llamada paleoantropología1)
se halla en posibilidad de sostener, como una de sus mayores evidencias, y más
exactamente certidumbres, que nuestra singularidad como especie tiene, a su
vez, una evolución singular. Evolución cuyas causas o fuerzas primordiales se han
nutrido “auto-catalíticamente”, o sea, de sus propios productos; puesto en otros
términos: en nuestro ascenso evolutivo, los productos han retro-alimentado sus
propias causas. En efecto, la especie que, en el sentido más radical, no sólo ha po-
dido generarse, sino, incluso, ha podido crear también condiciones potenciales
de su propia extinción2.
Como el resto de las especies vivientes o extintas, somos resultado de las de-
terminaciones ambientales más básicas, desde causas necesarias hasta casuali-
dades indeterminadas, sí, climáticas, geológicas, ecosistémicas. Nadie mejor que
el antropólogo y filósofo Francés Edgar Morin, ha sabido captar esta zaga evo-
lutiva del Homo sapiens “…un juego de interferencias que presupone la existen-
cia de acontecimientos, eliminaciones, selecciones, integraciones, migraciones,
fracasos, éxitos, desastres, innovaciones, desorganizaciones, reorganizaciones.”
(1974, p. 67).
1
La Paleoantropología es la ciencia de los orígenes y evolución de la especie humana, sus determi-
naciones, sus ámbitos geo-ecológicos, sus temporalidades, ritmos y “rutas” evolutivas (filogenias).
Constituye un campo de unificación disciplinaria entre estudios de la paleontología humana, tradi-
cionalmente biológicos, por un lado, y los representados por la arqueología prehistórica, más bien
pertenecientes al campo de las ciencias sociales o humanas, por otra parte (Flores 2005). Como bien
señala la antropóloga Martha M. Lahr (2001, pp. 107-108), la intersección entre ciencias naturales y
ciencias sociales que la paleoantropología constituye, involucra, como era de suponer, estudios que
van desde la anatomía, hasta los de las sociedades del pasado; desde la ecología, hasta las tecnologías
de la prehistoria; desde etología (estudio del comportamiento animal), a los estudios en biología
molecular, por sólo mencionar algunos.
2
Asestando un duro golpe a esa verdadera arrogancia cósmica que es la del ser humano, el ilustre pa-
leoantropólogo africano Richard E. Leakey en La Sexta Extinción. El futuro de la Vida y de la Humani-
dad, armoniza su preocupación con la del filósofo contemporáneo Karl R. Popper ello desde visiones
profundamente antropológicas como las siguientes: “…la razón y el conocimiento que aparecieron
durante nuestra historia evolutiva dotó a nuestra especie de una flexibilidad de comportamiento que
Consideraciones sobre evolución humana 90
Más que ninguna otra forma viviente, sin embargo, somos producto evolutivo
de nuestras propias prácticas vitales en la naturaleza, esto es, de la manera en
que nuestro linaje homínido3 ha venido ganándose la vida en la naturaleza desde
hace unos cuatro millones de años; creando el nicho ecológico más expansivo,
complejo y multideterminado del universo biológico hasta ahora conocido. Ese
nicho lo han llamado los antropólogos, “cultura”:
[...] no existe una naturaleza humana independiente de la cultura [...] al someterse al gobierno de
programas simbólicamente mediados el hombre determinó sin darse cuenta de ello los estadios
culminantes de su propio destino biológico. Literalmente, de manera absolutamente inadvertida,
el hombre se creó a sí mismo [...] somos animales incompletos que nos completamos por obra de
la cultura [...] la cultura más que agregarse a un animal terminado, fue un elemento constitutivo
y un elemento central en la producción de ese animal mismo (Geertz, 1991: 54-55; las cursivas
son nuestras).
Ahora bien, dando por bueno aquel principio que sostiene que la mejor manera
de entender algo es averiguando cómo se originó, entonces, la “referencia a la pro-
blemática fundamental que constituye el hombre” (tomando palabras de Gilbert
Durand, filósofo contemporánteo), supone una referencia a nuestros orígenes; a
nuestros orígenes evolutivos.
nos permite multiplicarnos y crecer con entera libertad prácticamente en todos los ambientes de
la Tierra. La evolución de la inteligencia humana, por tanto, dilató el potencial de expansión y el
crecimiento poblacionales […] succionamos nuestro sostén y nuestro mantenimiento del resto de
la naturaleza de un modo sin parangón en la historia del mundo […] Somos como ha dicho Edward
Wilson, ‘una anormalidad ambiental’. Las anormalidades no duran eternamente; al final desapare-
cen…” (Leakey, 1997, 251). Paralelamente nos recomienda Popper: “…podemos descartar una teoría
defectuosa antes de que la adopción de esa teoría nos haga ineptos para sobrevivir: al criticar nues-
tras teorías, podemos hacer que ellas mueran, en vez de que nosotros muramos. Esto claro, reviste
muchísima importancia” (citado en Flores 2003, p. 123).
3
Como hemos ya anticipado, se entiende por familia de los homínidos (Hominidae, en términos
taxonómicos estrictos) a aquellos primates que incluyen a la especie humana así como a sus ances-
tros directos o colaterales; más precisamente, a partir del momento evolutivo de la adquisición de la
marcha bípeda hace unos 4.2 millones de años, pues la especie de homínido más antigua reconocida
hasta hoy, es el Australopithecus anamnesis, como podremos ver abajo. Ese rasgo adaptativo (el de
caminar en dos patas) es el que, en definitiva, nos separaría de nuestros parientes biológicos más
cercanos (como el gorila, el chimpancé o los grandes simios asiáticos o sea el orangután y el gibón),
tal como veremos. Todas las especies humanas habidas (definitivamente más de una como veremos)
han sido homínidos; no todo homínido, sin embargo, es humano.
91 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
4
Quepa la siguiente digresión. En 1950 el papa Pío XII en su encíclica Humani Generis (el Género
Humano) reconoció que la evolución biológica es compatible con la fe cristiana. En 1981 Juan Pa-
blo II pronunció un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias donde claramente se manifestaba
contra el fundamentalismo de quienes hacen del Génesis una descripción estrictamente literal: “Las
Sagradas Escrituras –expresaba– desean simplemente declarar que el mundo fue creado por Dios, y
con el fin de ensañar esta verdad se expresan en términos de la cosmología conocida en tiempos del
escritor sagrado […] Cualquier otra enseñanza sobre el origen y composición del universo es ajena a
las intenciones de la Biblia, que no pretende enseñar cómo se formó el firmamento, sino cómo llegar
al cielo” (citado en Cela Conde y Ayala 2001, p. 36).
5
Sostenía al respecto el filósofo checo Karel Kosik: “La existencia de analogías estructurales [decía en
el clásico Dialéctica de lo Concreto] entre los más diversos campos –que, por otra parte, son absoluta-
mente distintos– se basa en el hecho de que todas las regiones de la realidad objetiva son sistemas, es
decir, complejos de elementos que se influyen mutuamente” (1967, p. 58)
Consideraciones sobre evolución humana 94
En efecto, ello aplica desde las filigranas simbólicas y profundidades del lengua-
je, hasta nuevas formas de estar en el mundo, actitudes y habilidades que nunca
dejamos de aprender sea por necesidad, por azar o bien por placer. Aprender es
la capacidad sapiens más profundamente arraigada en nuestra específica natura-
leza animal y, al mismo, tiempo en nuestra esencia cultural. Evidencia profunda-
mente antropológica.
¿Es posible, sin embargo, precisar el tiempo, espacio y condiciones razonable-
mente precisas de la aparición de esta especie llamada Homo sapiens sapiens?
La respuesta es sí. Los conocimientos generados en más de un siglo de la cien-
cia de la paleoantropología, son hoy coherentes, amplios, rigurosos y, por ende,
suficientemente persuasivos de nuestra inteligencia explicativa y, asimismo, de
nuestra posiblemente mayor inquietud: de dónde venimos y, en función de ello,
porqué somos como somos.
Lo que hoy se sabe y entiende acerca de la antigüedad, la procedencia geográ-
fica, así como los ambientes y condiciones fundamentales de aparición de una es-
pecie biológica, de nosotros, no es precisamente poco. Varias coyunturas han he-
cho girar el caleidoscopio de las ciencias de nuestros orígenes, de modo que sus
innumerables y coloridas piezas siguen y seguirán cayendo ante nuestros ojos
asombrados: cráneos y otros huesos fosilizados, herramientas prehistóricas, e
incluso, áreas de actividad diversa; indicios del paso, de las necesidades e inquie-
tudes vitales de nuestros ancestros (desde huellas fosilizadas hasta trazas de uso
de fuego, o las expresiones artísticas y rituales más profundamente humanas).
Con todo, fundamentalmente han sido modelos teóricos cada vez más pene-
trantes, los que han permitido ordenar e iluminar esos descubrimientos. Hoy, las
invaluables y crecientes colecciones de fósiles humanos y pre-humanos existen-
97 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
tes en el Museo del Hombre de París, los grandes acervos de Kenia, Sudáfrica,
o los provenientes de la sierra Atapuerca al norte de España, por nombrar sólo
algunos de los casos más notables, nos confirman algo que bien pudiera resultar-
nos paradójico: que los mayores avances en la comprensión de nuestros orígenes
evolutivos han sido esencialmente logros deductivos, logros de la creatividad y la
formalización del razonamiento explicativo; en pocas palabras: de la inteligencia
y la inventividad teórica. Bien señalaba el importante arqueólogo norteamerica-
no Lewis Binford “Que el pasado se hace evidente para aquellos que realizan cui-
dadosas observaciones es un pensamiento consolador, pero desgraciadamente
falso” (1991, p. 82). Nunca se insistirá excesivamente en algo: los mejores cono-
cimientos hoy disponibles no sólo sobre nuestros orígenes, sino sobre el mundo
en su conjunto, no son, ni por mucho, logros de la sola observación cuidadosa de
la naturaleza, sino de la potencia explicativa de la deducción, la generalización
y la predicción; del pensar mediante teorías el mundo: “prueba de que nuestra
mente [reza la sabiduría de la Grecia clásica] mira más lejos que nuestros ojos”
(Flores 2008).
Así es, ninguna cantidad o clase de fósiles podrían, por sí mismos, revelar-
nos tanto como las enormes ideas surgidas, de hecho, antes del hallazgo de cual-
quier cráneo, esqueleto o herramienta paleolítica. Descubrimientos más o menos
fortuitos que sólo comenzaron a significar cosas realmente importantes sobre
nosotros mismos, si y sólo si, pudieron ser vistas con ojos teóricos; esto es, me-
diante revolucionarias ideas que les precedieron. Un ejemplo extremo: llegar a
sostener que la selección natural es causa primordial de toda la biodiversidad,
es algo que ninguna evidencia empírica per se podría inspirarnos espontánea-
mente, sino como producto de la capacidad para crear atribuciones explicativas
sobre la realidad, en este caso, debida a dos inventividades coincidentes pero
independientes: Charles R. Darwin y Alfred R. Wallace. Antes del descubrimiento
de cualquier resto paleontológico, asimismo, ya era deducido teóricamente algo
tan revelador como vigente (y por supuesto confirmado por el catálogo actual de
reliquias paleolíticas): el trabajo, producto humano, hace, de la propia humani-
dad, su propio producto. Las teorías son pues los ojos de las ciencias. Adecuando
aquí una célebre frase de Emmanuel Kant, podremos sostener: percepciones sin
conceptos son ciegas; sin embargo, cualquier idea o concepto (por creativos que
puedan ser), carente de la evidencia de las percepciones, son teorías vacías. La
ciencia de nuestros orígenes posee ambas: un gran sistema teórico aglutinado
por el pensamiento evolucionista, y asimismo, un cada vez mayor registro pa-
leontológico y arqueológico.
No han sido los fósiles los que, por sí mismos, hayan creado las mejores y más
reveladoras ideas sobre nuestra naturaleza evolutiva; han sido, estas ideas, los
que han hecho de hallazgos fortuitos evidencias verdaderamente significativas,
asimismo, objeto de la propia confirmación teórica.
Consideraciones sobre evolución humana 98
Huellas prehumanas de 3 y medio millones de años de antigüedad, halladas en 1978 por la paleoan-
tropóloga Mary Leakey en la localidad de Laetoli, Tanzania, en África oriental. El animal que las pro-
dujo (de hecho, fueron dos o posiblemente tres individuos de la especie Australopithecus afarensis)
caminaba ya entonces en dos patas, de un modo muy similar –aunque no idéntico– a nuestro tipo
humano moderno de bipedestación. Fueron preservadas gracias a la consolidación de las cenizas vol-
cánicas, húmedas en el momento en que fueron improntadas (véase: Leakey, M. D. 1979 “3.6 Million
years old Footprints in the Ashes of Time”, en: National Geographic vol. 155, núm. 4).
99 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
De fósiles e ideas: tan reales y contundentes como los miles de restos pa-
leontológicos hasta hoy descubiertos, es el rigor explicativo de las teorías
que permiten entenderlos y, así, reconstruirlos desde su anatomía probable
hasta sus formas de vida. (Visión interpretativa del Homo erectus asiático,
cuyo fémur y fragmentos craneales fueran descubiertos por el médico y
anatomista holandés E. Dubois en 1892 en la localidad de Trinil, Java. Pin-
tura de Burian).
6
Otras tres especies que han sido defendidas como raíz de todos los homínidos (con mayor o menor
polémica sobre su verdadera identidad taxonómica) son el Ardipithecus ramidus; el Orrorin tuge-
nensis, dado a conocer por los paleontólogos Brigitte Senut y Martin Pickford en 2001, un debatido
fósil proveniente de la localidad Tugen Hills en Kenia y datado en seis millones de años (Cela Conde
& Ayala 2001). Por último, el Sahelanthropus tchadensis descubierto al norte de Chad (región centro
norte de África al sur del Sahara) en julio de 2001 por el equipo francés de Michel Brunet: un cráneo
datado en siete millones de años. Es conocido también por su sobrenombre en lengua gorán Toumaï,
“esperanza de vida” (Coppens & Picq 2004).
101 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
cos7 creados para tales fines (es decir, ni garras, ni dientes ni picos, como hoy lo
siguen haciendo leones, hienas o buitres). Las herramientas líticas más antiguas
conocidas provienen de sitios del este de África con algo más de dos millones de
años (m.a.). En el famoso yacimiento etiope conocido en el medio como la Forma-
ción Shungura, cercana al también legendario río Omo, se han hecho dataciones
cercanas a los 2.2 m.a., aunque en la región del Hadar, también Etiopía, se han
alcanzado fechamientos cercanos a los 2.6 m.a. Otros sitios que disputan antigüe-
dades extremas8 son Senga, en la actual Zaire; Mwimbi en Malawi, así como uno
de los mayores santuarios de la ciencia de nuestros orígenes: el borde oriental
del Lago Turkana, en Kenia (Gowlett 1992). ¿Es tan antigua la humanidad como
las rocas –inequívocamente transformadas en instrumentos– con las que da ini-
cio el Paleolítico?
Decía el teórico y filósofo de la cultura Carlos París (1998) que, siempre abierta,
inventable y perfectible, la inteligencia técnica humana constituye el mecanismo
de adaptación más flexible y activo al medio y de transformación de él; catapul-
tando drásticamente las posibilidades de una inter-determinación esencial en la
evolución y la vida del hombre, es decir, las interacciones entre lo innato (natura)
y lo adquirido (cultura, en su acepción antropológica más amplia): “La inventivi-
dad [sostiene este autor] se yergue como el rasgo más altivamente característico
de la técnica humana... radical respuesta creativa con que el ser humano se afir-
ma desde su posición especial” (Ibíd. p.251), esto es, posición especial adquirida
en la naturaleza y la evolución de las especies.
7
Del griego lithos, piedra. (Ver recuadro “El Paleolítico”)
8
Más o menos debatidas vienen siendo sin embargo, reportes de prácticas técnicas tan antiguas
como los tres millones de años (o incluso más). Desde los años 70’s J. Chavaillon y H. Merrick, por
ejemplo, refieren fragmentos de cuarzo presuntamente trabajados por alguna forma prehumana
(posiblemente australopitecos) en el yacimiento de Melka Kunturé, en el bajo curso del río Omo en
Etiopía (Chavaillon 1976). Sin embargo, no será sino hasta la aparición del género Homo, no más allá
de 2.2 m.a., que la cultura homínida, expresada como creación de una esfera de adaptación artificial,
instrumental y técnica, se hará permanente, abundante y diversa, reconoce Yves Coppens; aspectos,
en definitiva, que culminarán con nuestra especie, el más radical de los homínidos: “La aceleración de
la cultura, hace 100 mil años, habilitó al Homo sapiens para ser libre” (Coppens 1996, p. 111).
Consideraciones sobre evolución humana 102
Definen los biólogos a las especies no sólo por sus características físicas y su
repertorio genético pero, asimismo, el comportamiento en los ecosistemas de-
fine lo que una especie es, o sea, por lo que ésta hace. Los primeros animales en
proyectar de este modo su sobrevivencia (o sea mediante la inteligencia técni-
ca) existían hace ya más de dos millones de años. Somos, sin lugar para ninguna
duda, descendientes de ellos y, de hecho, pertenecemos a su mismo grupo taxo-
nómico al interior de la familia de los homínidos: el género Homo. ¿Son éstos los
orígenes de la cultura? La mayor parte de los paleoantropólogos coincide afirma-
tivamente, pero, de ser así, ¿son éstos nuestros verdaderos orígenes humanos?
Había surgido la “Tecnósfera”, el ámbito o esfera de la adaptación artificial al me-
dio natural; completando y extendiendo, mediante “prótesis”9 culturales, las li-
mitantes naturales de un animal que sólo es viable mediante herramientas social,
comunicativa y cognitivamente posibles; nunca insistiremos demasiado en esto
último. Hoy, son dos las especies que disputan esta preeminencia: el Homo habi-
9
Para un interesante examen de este asunto véase Parente (2007); ahí el autor sostiene sutantiva-
mente: “Los primeros gestos técnicos habrían sido analógicos respecto a gestos biológicos, de allí
que los paleontólogos se encuentren con herramientas que raen, golpean o punzan –todas, acciones
realizables con prestaciones biológicas propias de la especie” (p. 162).
103 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
10
Primer ejemplar descrito en: Leakey, L. S. B., Tobias, P. V. y Napier, J. R. (1964) “A New Species of the
genus Homo from Olduvai”, Nature 202.
11
Churchill 1997, p. 217.
Consideraciones sobre evolución humana 104
12
Klein se refiere a conductas tan peculiares como esenciales del así llamado Paleolítico superior, tal
como hemos de ver con más detalle: el arte, la tendencia inédita a la manufactura de artefactos muy
especializados en hueso o concha, la proliferación sin precedentes de formas y funciones en instru-
mentales líticos, los cada vez más complejos enterramientos basados en ceremonias y rituales, los
avances materiales en posiblemente nuevas prácticas de subsistencia, etc.
13
Klein, R. (1989: 410)
105 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Caballos, mamuts, renos, bisontes, cabras montesas, leones y un sinfín de otros mamíferos cuyas
imágenes caen como una cascada por las paredes de la cueva, cubriendo una distancia de casi
cien metros, más de trescientas descripciones en total [...] ¿Por qué? ¿...a lo largo de un pasaje
constreñido, asfixiante, oscuro, incómodo y posiblemente peligroso que muere en la profundidad
de la roca y apenas deja espacio para volverse? ¿Por qué crear un arte que podía volver a visitarse
sólo con las mayores dificultades? [...] Los seres humanos somos en verdad animales misteriosos.
Estamos vinculados al mundo viviente, pero nos distinguen radicalmente nuestras capacidades
cognitivas, y buena parte de nuestro comportamiento está condicionado por inquietudes abs-
tractas y simbólicas (2008, pp. 13-16).
14
Para una interesante revisión crítica y aún vigente véase Vandermeersch 1996.
Consideraciones sobre evolución humana 106
*Entre las más desarrolladas se encuentran las que se basan en la transmutación radiactiva constante
de ciertos isótopos (“relojes atómicos”). Esencialmente son cálculos de las proporciones relativas
entre, p. ej., el carbono 14 (radiactivo) y el carbono 12 (estable). El tiempo transcurrido para la re-
ducción de la forma radiactiva a la mitad de su cantidad original, es un intervalo bien conocido para
diferentes átomos, llamado vida media (el mismo para la reducción a la cuarta parte de la cantidad
original, y así sucesivamente). Este tiempo es muy variable entre diferentes isótopos (variantes por
número de neutrones de un mismo átomo): de 5,730 años en el C14 o radiocarbono, a millones de
años como la técnica basada en la transmutación del potasio 40 en argón 40, las series de uranio
o las del argón radiactivo al estable. Otras técnicas con alcances de fechamiento intermedio son la
“luminiscencia ópticamente estimulada” (OSL, por sus siglas en inglés), la termoluminiscencia (TL),
la resonancia del espín de electrones (ESR), o la aceleración de espectrometría de masas (AMS) apli-
cado al carbono 14 para extender su alcance de datación a más de 50 mil años (Cabrera V. 1997, pp.
113-138).
** circa (locución latina estandarizada que se traduce como “en torno a”).
107 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
15
White planteaba en el año de 1949: “Cultura es el nombre de un orden distintivo, o una clase de
fenómenos, concretamente de aquellas cosas y eventos que dependen del ejercicio de una capacidad
mental propia de la especie humana, que hemos designado simbolismo [es decir, la invención y uso de
símbolos]. Se trata de un elaborado mecanismo, una organización de las formas y medios empleados
por un animal particular, el hombre, en la lucha por la existencia y la supervivencia”. (Citado en Rap-
paport 1999, p. 31. Cursivas añadidas). Tal es la más importante definición de Cultura que se haya
generado, decía el antropólogo norteamericano Roy A. Rappaport, lo cual es mucho decir. De hecho,
hay que aclararlo, ese radical reconocimiento concedido a White por Rappaport en la obra póstuma
de este último sobre el poder de la religión y el ritual en la creación de lo distintivamente humano,
resulta muy significativa para nuestro interés evolutivo por comprender el poder auto-creativo de
nuestra especie. Todo indica que, cualesquiera sean los atributos distintivos de la especie, éstos sólo
pueden ser producto de la especie misma.
16
Como el propio Ian Tattersall (op. cit.) o los paleoantropólogos ingleses Christopher Stringer y Cli-
ve Gamble (1993), entre los más destacados. Una revolución súbita o ruptura de todo o nada, tal como
ha intentado demostrarlo en su forma más radical Richard Klein (2001), antropólogo americano para
quien la modernidad anatómica y de comportamiento pueden haber aparecido simultáneamente en
lo que hoy es aproximadamente el continente europeo, justo durante el llamado Paleolítico superior
(hacia los 45 mil a. p.). No obstante, por lo que toca a Cercano Oriente y África, evidencia arqueológica
de peso indicaría que la anatomía propiamente humana es anterior por mucho, a un comportamiento
de tipo moderno; una brecha de tiempo no sólo problemáticamente amplia, sino difícilmente com-
prensible: ¿primero adquirimos la anatomía moderna, y sólo más tarde –mucho más tarde– la mente
moderna? ¿cognitiva, mentalmente no fueron plenamente humanos los primeros homínidos, no obs-
tante, tan parecidos físicamente a usted o a nosotros?
Consideraciones sobre evolución humana 108
fica de algo que conduciría a la presencia de la especie humana como quiera que
se la pueda dimensionar: ¿bipedalismo y aumento del cerebro? ¿cultura, trabajo
y elaboración de herramientas? ¿lenguaje y vida simbólica? No hay razón para
esperar respuestas ni sencillas ni definitivas.
Útiles representativos del Paleolítico inferior (en torno a los dos millones de
años): 1. Canto trabajado por un solo lado o unifacialmente (Choppers); 2.
Talla por ambos lados o bifacial (Chopping Tools). Esta tecnología da inicio
con el Homo habilis y posiblemente con el género Australopithecus. Su uso
se extendió, sin embargo, aun después de la extinción de estas formas homí-
nidas a través de especies como, por ejemplo, el Homo erectus.
17
Ya en 1975 la prestigiada revista científica Science publicaba un artículo de Allan Wilson y M. C.
King que presentaba este dato perturbador basado en los “relojes moleculares”. Su principio está
basado en que las diferencias a nivel molecular (como el del sistema inmunitario, p. ej.) y que pode-
mos constatar en especies vivas emparentadas (digamos entre leones y tigres o entre chimpancés y
humanos, más alejados entre sí estos últimos que los primeros), son distancias que resultan de la acu-
mulación a tasas constantes de mutaciones (al azar) a lo largo de tiempos evolutivos determinables
(Scheinsohn 2001). Las semejanzas, paralelismos y homologías entre las especies no son casualidad:
son el resultado de ascendencias compartidas más o menos lejanas en el tiempo (una evidencia del
pensamiento darwiniano). La naturalidad con que nos explicamos nuestras grandes similitudes con
los familiares más cercanos (digamos con nuestros hermanos) resulta tan elemental como revelado-
ra. Rasgos, complexión e incluso actitudes son estrechamente compartidos con nuestro hermanos
carnales por una sencillísima y poderosa razón: tenemos los mismos padres; simplemente no acep-
taríamos que ello pudiera ser casual, es, simplemente, un imperativo racional. Así, las similitudes
serán proporcionales a la distancia de los antepasados que compartimos. Con mis primos hermanos
Consideraciones sobre evolución humana 110
candidatos entre los siete y cinco millones de años como el Sahelanthropus tcha-
densis, el Orrorin tugenensis o el género Ardipithecus) no serían la única especie
de mamíferos aparecidos en estrecha dependencia del nacimiento del Rift: área
característica por su fauna endémica.
Otro soporte de evidencia para la hipótesis de Coppens es que nunca ha habido
evidencia fósil de homínidos tempranos del lado Oeste de esta gran falla geológi-
ca, como tampoco, restos de simios en el lado este (Ibíd.). A la hipótesis de Yves
Coppens se ha opuesto una interesante evidencia. En 1996 Michel Brunet, jefe de
la expedición francesa-chadiana descubridora del Sahelanthropus, dio a conocer
una nueva especie a partir de un maxilar superior de tres y medio millones de
años: el Australopithecus bahrelghazali. Hallado en Chad, a 2.500 kilómetros al
noroeste del valle del Rift, ha hecho pensar en la exitosa expansión y adaptación
de los australopitecos mucho más allá de su zona de origen en el África centro-
oriental, esto es, hacia puntos sumamente distantes no sólo en distancia neta,
sino en características ecológicas.
Con excepción de esta especie, todas las variedades autralopitecinas han sido
halladas en África oriental y en Sudáfrica, siendo quizás la más emblemática la
correspondiente al cráneo infantil de Taung Botswana, dado a conocer por Ray-
mond Dart en 1924: el Australopithecus africanus.
La desertificación de esta región, todo indica, ejercería presiones ambientales
(selección natural) que harían del caminar en dos patas una adaptación más via-
ble (cfr. Lahr, M. 2001 pp. 117-119; Isidro, A. 1992 pp. 7-9):
la similitud disminuye (es obvio: nuestros antepasados comunes ya no están a una sola generación de
distancia). Qué hay de un parentesco menos evidente, aunque existente, con la población biológica de
la que formamos parte: a pesar de la enorme variabilidad, los mexicanos somos más parecidos entre
nosotros que respecto de turcos, zulúes, japoneses o vascos. Nuevamente lo explica una ancestría,
en este caso histórica, común a la población mexicana; ello tampoco puede ser casual. Pero forcemos
al máximo este razonamiento: ¿puede ser casual nuestra semejanza innegable con los chimpancés?,
¿esa sí? La respuesta nos exige el mismo imperativo racional: no.
18
A la postura erecta se le puede llamar, aunque de forma menos frecuente bipodalidad; el bipedis-
mo, bipedestación o bipedalismo sería el mecanismo de locomoción derivado de esta postura (Isidro,
A. Ibíd.).
111 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Los nuevos ecosistemas creados por el Rift sólo parecen explotables cuando ce-
rebros más grandes, cuando mejores habilidades en la comunicación social exis-
tentes dentro de una variabilidad poblacional ciega y sin destinos preestableci-
dos, conducen a la retención ambiental selectiva de características más favorables
en ciertas condiciones “en la lucha por la vida” (usando las propias palabras de
Darwin). El nicho generable, más bien que disponible, por las nuevas criaturas
bípedas de la sabana, implica selección de ciertas aptitudes (y la extinción de
otras), así como las posibilidades de su transmisión. Es evidente, para la com-
prensión teórica, que las aptitudes ambientalmente más favorecidas fueran
habilidades técnicas y de aprendizaje de las mismas; ello supuso cerebros más
complejos y potentes, características crecientemente seleccionadas y en estrecha
interdeterminación. Ello daría origen a patrones de retroalimentación entre fac-
tores múltiples o “auto-catalíticos” (usando términos del gran paleoantropólogo
sudafricano Phillip V. Tobias). Sostiene este reputado autor:
En todo evento resultante del proceso evolutivo, sostiene el paleoantropólogo inglés Robert Foley, se
hallan involucradas al menos cuatro dimensiones: condiciones, causas, restricciones y consecuencias.
El bipedismo fue una poderosa o “prometedora” condición adaptativa, bajo la cual, la selección na-
tural debió operar durante millones de años. Una “ruta” evolutiva de cambio posible desde la cual,
respuestas adaptativas emergentes (como el aprovechamiento de las manos para fines instrumenta-
les a partir de cierta potencialidad adaptativa original), pudieron ser crecientemente seleccionadas.
(Esquema basado en Foley 1995, p. 72).
Consideraciones sobre evolución humana 114
6. Conclusión
Evolución y trabajo
D
ecía el filósofo francés Gilbert Durand que ninguna aspiración realmente
significativa, ninguna empresa o iniciativa de convicciones hacia lo hu-
mano, puede aparecer y mantenerse sin un mínimo de referencia “a la
problemática fundamental que constituye la esencia del hombre”1. Así, la
voluntad de reflexionar y asimismo proyectar la riqueza del fenómeno del traba-
jo, obliga a hacer referencia a una problemática antropológica fundamental: la de
una esencia sociocultural, histórica, cognoscente, evolutiva… humana.
Sostener que el trabajo es la matriz fundamental de los aprendizajes más vita-
les para el hombre constituye una tesis invaluable del Método Trabajo-Aprendi-
zaje: devolver intencionadamente el potencial del aprendizaje del Homo sapiens
a su fuente y sus condiciones originarias: el trabajo. Tal es una certidumbre que
debe vincularse con la antropología general, la cual está integrada fundamental-
mente a la biología.
La praxis humana, es decir el trabajo en su más amplia acepción, tanto en el
pasado como en el presente, se ha desplegado configurando y transformando los
ambientes socioculturales, naturales e históricos más diversos. Ha constituido
elaborados sistemas cognitivos, simbólicos y de actividad material interpreta-
bles en múltiples formas, y donde la antropológico-evolutiva puede y debe ser
una de ellas. Este fenómeno universal, la praxis, de origen prehistórico, que no
obstante alcanza y trasciende nuestra modernidad, no puede ser explicado por o
derivado de ningún sistema económico por sí solo. La búsqueda de la fuente de la
auto-creatividad práxica (humana y prehumana) demanda una perspectiva más
amplia, incluso más allá de tiempos y espacios específicos, lo cual debe tomar en
cuenta no menos que el vasto proceso de la hominización-humanización dentro
del más general proceso evolutivo de la vida. En este sentido, la historia y prehis-
toria del trabajo nos pone frente al problema mismo de la naturaleza y origen de
nuestra especie.
Tiene algo de ironía: mientras pudiéramos estar debatiendo sobre si la evolu-
ción es o no “sólo una teoría”, realmente involucraríamos en ese debate múltiples
capacidades (como la habilidad argumental, la imaginación y más); capacidades
que son, todas, productos mismos de ese poder dinámico esencial en la natura-
leza: la evolución.
Como ya hemos visto, esa palabra –evolución– designa dos cosas: primero,
una realidad independiente del ser humano, fuerza que ha estado actuando so-
bre toda realidad viviente desde hace unos 3.800 millones de años y aún en este
preciso instante; por otro lado, es el nombre de una idea que ha alcanzado, con
grandes y honestos esfuerzos antes y después de Darwin, a atisbar esa inmensa
complejidad que es la vida: la dimensión que abarca la totalidad de la condición
1
Ciencia del Hombre y Tradición. El nuevo espíritu antropológico. Piadós Orientalia, Barcelona, 1999
(p. 32)
Evolución y trabajo 120
existencial humana; dimensión a la que debe retornar todo lo que nos hace pe-
culiares, forma insoslayable de comprendernos realmente y, de ahí, asumir nues-
tros imperativos y derechos (desde socioeconómicos hasta educativos, entre to-
dos los concebibles) como seres reputadamente pensantes, creadores y “sabios”
(sapiens). En palabras del gran antropólogo francés, Claude Lévi-Strauss, recien-
temente desaparecido –en lo físico–:
Si lográsemos admitir que lo que ocurre en nuestra mente no se diferencia en absoluto, ni sustan-
cial ni fundamentalmente, del fenómeno básico de la vida; y si llegáramos a la conclusión, por un
lado, de que no existe tal hiato imposible de superar entre la humanidad y todos los demás seres
vivos […] por el otro, llegaríamos tal vez a obtener más sabiduría que aquella que esperábamos
llegar alguna vez a alcanzar… algún día el último problema de las ciencias del hombre consistirá
en devolver el pensamiento a la vida...” (1978, pp. 45-46. Cursivas añadidas).
2
“Evolution of the human capacity for beliefs”, en: American Anthropologist, vol. 92, núm. 3. E. U.
Evolución y trabajo 122
La evidencia más antigua hasta hoy conocida del trabajo en la evolución y la humanización.
Fémur fosilizado de antílope de 2.5 millones de años de antigüedad. Pueden observarse
tenues líneas transversales así como típicas fracturas concoidales; marcas de corte reali-
zadas, inequívocamente, con herramientas de piedra por alguna inteligencia prehumana
en el camino evolutivo directo hacia nosotros (el Australopithecus garhi, posiblemente).
Foto: cortesía del profesor Berhane Asfaw, Rift Valley Research Service, Etiopía.
123 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Apéndices
125 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Europa y Asia occidental. Algunas localidades mencionadas en el texto: 1) Lagar Velho (esqueleto infantil con presunta mezcla de caracteres sapiens-
neandertal); 2) Atapuerca (Homo antecessor de la Gran Dolina); 3) Les Eyzies (Cro-Magnon); 4) Feldhofer (Valle del Neander). Algunos yacimientos con
formas preneandertales (Homo heidelbergensis): 5) Heidelberg; 6) Steinheim; 7) Tautavel; 8) Petralona. 9) Dmanisi, yacimiento con la presencia más
antigua de homínidos fuera de África (1.7 millones de años, Homo georgicus).
129
130
Cuadro temático 1
El Paleolítico
La evidencia material
del trabajo en la evolución del hombre
Paleolítico Inferior
Su primera fase es llamada período Olduvaiense, debido al yaci-
miento que originalmente tipificó este tipo de industria prehistóri-
ca, Olduvai en Tanzania. Su origen está en África aunque se le puede
ver extendido en todo el Viejo Mundo (desde Europa hasta China).
Si bien se ha encontrado asociado a varias especies de homínidos,
su desarrollo original se debe probablemente al Homo habilis, o in-
cluso a alguna especie no identificada de Australopithecus. Las ex-
presiones más tempranas son tan antiguas como los dos y medio
millones de años e incluso más. Respecto a los tipos y funciones
que caracterizan la industria olduvaiense, consisten principalmen-
te en guijarros o cantos rodados percutidos por una o ambas caras;
son tajadores llamados Choppers o Chopping Tools. Otros elementos
de estos repertorios tan remotos son bolas poliédricas y esferoides
facetados (Menéndez 1997 pp. 87-111).
La segunda fase del Paleolítico inferior es el Complejo Achelense
caracterizado por primera vez en la localidad francesa de St. Acheul
(tipificado en varias regiones de África y Europa con industrias
como la Micoquiense, Clactoniense, Tayaciense y Evenoisiense y
otros tecnocomplejos regionales que toman su nombre de localida-
des características). Aunque podría ser más antiguo, comienza hace
unos 1.3 m. a. en África con la especie homínida Homo ergaster, y
se difunde a otras regiones del mundo con otras especies humanas,
como el Homo heidelbergensis. Aparecen por vez primera piezas
plenamente simétricas con formas y funcionalidad de una comple-
ja anticipación mental. Las llamadas hachas de mano o “bifaces”,
son los más típicos ejemplares, aunque el repertorio instrumental
se amplía a otras formas como triedros, raederas o hendedores.
133 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Paleolítico Medio
Se le conoce también como Musteriense, y la especie humana típica-
mente asociada es el Homo neanderthalensis (véase recuadro sobre
los neandertales), así como el Homo sapiens en las primeras etapas
de su aparición y dispersión (pues virtualmente no hay tecnologías
de tipo Paleolítico medio asociable al sapiens en Europa). Se suele
distinguir al Musteriense del Chatelperroniense, asociado este úl-
timo a neandertales tardíos en Europa, fase que incluye las únicas
herramientas en hueso y ornamentos asociables a neandertales
(Cabrera V. 1997).
El Paleolítico medio se extiende entre 120 mil y 40 mil años y
se le puede ver en toda Europa y Cercano Oriente; en África esta
tradición tecnológica es propiamente sapiens, pues los neanderta-
les fueron del todo inexistentes en este continente. En el Continen-
te Negro la industria paralela es conocida como Middle Stone Age
(MSA) y se le puede hallar asociada a otra especie humana como el
Homo rhodesiensis o el Homo helmei. (Más información incluida en
el recuadro “Los Neandertales”).
Paleolítico Superior
Más aún que la misma Revolución Neolítica, es decir, las primeras
formas de producción de alimentos, la agricultura y la sedentari-
zación de sociedades de clase hace unos 8.000 años (Ember et al.
2006), la mayor transición humana en toda la historia evolutiva de
nuestro linaje, es la llamada Revolución del Paleolítico Superior; en
África conocida como Edad Avanzada de Piedra (LSA, por sus siglas
en inglés: Late Stone Age).
Aunque sus más tempranas expresiones arqueológicas son en Áfri-
ca y tan antiguas como los 100 mil años o incluso más (McBrearty
& Brooks 2000), su más asombrosa explosión y proliferación –por
factores explicables de manera diversa– tiene lugar especialmente
en Europa hacia los 40 mil años. Algunas determinantes y causas
esgrimidas en su explicación van desde los biológicos: la aparición
de humanos no sólo anatómica sino comportamentalmente moder-
nos tipificados por el famoso pueblo Cro-Magnon (como opinarían
Ian Tattersall, Richard Klein o Chris Stringer), económico-demo-
gráficos (Gilman 1996), hasta ambientales o tecnológico-culturales
(según opina el prehistoriador Paul Mellars).
134
Bisonte del “Techo de los Polícromos”, caverna de Altamira España c. 14-10 mil años
a. p. (reproducción, Museo Arqueológico de Madrid). Período Magdaleniense.
Paleolítico Inferior: hacha de mano del período Achelense. Esta industria, con más
de millón y medio de años (muy anterior al surgimiento de nuestra especie), mues-
tra una revolución cognitiva trascendental: la aparición de complejas formas simé-
tricas que implicó, necesariamente, no sólo nuevas destrezas manuales sino, ante
todo, la facultad de anticipar mentalmente formas, funciones y fines antes de su rea-
lización material. Foto, cortesía IIA-UNAM.
139 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
Cuadro temático 2
Los Neandertales:
otra forma de humanidad
fALTA FOTO
Cuadro temático 3
Multirregionalismo:
Cuadro temático 4
Cédulas de algunos
especímenes fósiles
de la evolución humana*
* Aunque complementada en forma variable por los autores, la información de las siguientes diez fi-
chas sobre algunos ejemplares fósiles de la evolución humana, proviene principalmente de Johanson
& Edgar (1996, pp. 124-144). Los especimenes elegidos para describirse aquí se consideran no sólo
entre los más célebres y representativos de la historia de la paleoantropología, sino que se sitúan
en el transcurso de más de tres millones de años de evolución homínida. Las reproducciones de los
fósiles corresponden a la colección del laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana, Instituto de
Investigaciones Antropológicas-UNAM, y gracias a la amable autorización del Dr. Alejandro Terrazas
Mata. Las fotos fueron obtenidas y procesadas por la lic. Sandra Olvera Enríquez, Financiera Rural.
151 Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje
I. Australopithecus afarensis
(Catálogo: A.L. 444 - 2)
V. Homo ergaster
(Catálogo: KNM – ER 3733)
Se trata del primer homínido fósil hallado en África. Este imponente crá-
neo es uno de los mayores retos interpretativos para la paleoantropolo-
gía: su cerebro es tan grande como el nuestro (1,300 mililitros), pero las
características de su conformación son de una robusticidad inimagina-
ble para cualquier miembro de nuestra especie (como los arcos de hue-
so sobre los ojos, arcos superciliares) u otras características de la nuca.
Su bóveda craneal es aplanada, y a diferencia de nuestra frente vertical
y abultada, la suya es huidiza. Definitivamente, tampoco tiene las ca-
racterísticas de los neandertales ¿qué tipo de humanidad constituyó?
Muy diferente a nuestra especie se considera sin embargo la forma
ancestral de la humanidad moderna, y algunos le clasifican como Homo
rhodesiensis, antepasado directo del Homo sapiens. En la actualidad se
conocen varios otros ejemplares fósiles de esta antigua humanidad tan
cercana y a la vez tan remota a nosotros; especimenes como el de Bodo en
Etiopía, Ternifine (o Tiguenife) en Argelia, Florisbad y Elandsfontein en
Sudáfrica, Salé en Marruecos, Eliye Springs en Kenia, etc. (Arsuaga 2001,
p. 310). Estos ejemplares son asociados a tecnologías de tipo Paleolítico
medio (Middle Stone Age, en África, o Modo II). No hay pruebas de com-
portamientos rituales, funerarios, estéticos o en general simbólicos como
los de los cromañones o sapiens anatómicamente modernos de Sudáfri-
ca, como las cuevas Blombos o Klasies River (McBrearty & Brooks 2000).
Su antigüedad original fue erróneamente estimada en 40 mil años
(contemporáneo de los cromañones europeos). Actualmente, con base
en estudios de vertebrados asociados al yacimiento donde fue halla-
do, se estima más antiguo: 125 mil años o incluso más. El sujeto sufrió
de lesiones traumáticas y de avanzados abscesos; casi todas las pie-
zas dentarias presentan profundas cavidades y lesiones infecciosas.
En 1925 el anatomista sir Arthur Keith escribió de él: “los atrevi-
dos sueños del darwinismo tienen ahora una sólida evidencia mate-
rial… por vez primera damos un vistazo a nuestro estado ancestral”
(Johanson & Edgar 1996, p. 128). No se equivocaba con este magní-
fico ejemplar: nada más alejado del fraude de “Hombre de Piltdown”.
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