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Oscar Álvarez Gila / Alejandro Cardozo Uzcategui
Francisco de Abrisketa Iraculis / Carlos Fariña Díaz
Juan Carlos Luzuriaga Contrera / Carmina Ramírez Maya
Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo / Alexander Ugalde Zubiri

L OS V ASCOS EN LAS
I NDEPENDENCIAS A MERICANAS

FUNDACIÓN CENTRO VASCO EUSKAL ETXEA


EDITORIAL OVEJA NEGRA

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1ª edición: marzo de 2010

© Abrisketa Iraculis, Francisco de, 1984

© Álvarez Gila, Oscar, 2010


oscar.alvarez@ehu.es

© Cardozo Uzcategui, Alejandro, 2009


cardozouzcategui@gmail.com

© Fariña Díaz, Carlos, 2009


cefarinadiaz@gmail.com

© Luzuriaga, Juan Carlos, 2010


luzuriaga50@hotmail.com

© Ramírez Maya, Carmina, 2009


carminaramirez@hotmail.com

© Ruiz de Gordejuela y Urquijo, Jesús, 2009


josuruizdegordejuela@yahoo.com

© Ugalde Zubiri, Alexander, 2009


alexander.ugalde@ehu.es

ESTE LIBRO FUE CO-FINANCIADO POR LA


DIRECCIÓN DE COLECTIVIDADES DEL GOBIERNO VASCO - VITORIA

ISBN: 978-958-06-1142-4
© Fundación Centro Vasco Euskal Etxea, 2009
Transv.16 A Nº 45 F - 30 - Bogotá, Colombia
centrovascolombia@yahoo.es

Editorial La Oveja Negra, 2009


Carrera 14 Nº 79 -17 - Bogotá, Colombia
editovejanegra@yahoo.es

Impreso por Gráficas de La Sabana Ltda.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

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CONTENIDO

EL DETONANTE DE LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS


Dr. Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo ......................... 9

LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA


Oscar Álvarez Gila ................................................... 43

EL APORTE VASCO A LA INDEPENDENCIA DE BOLIVIA


Dr. Jesús Ruiz de Gordejuela y Urquijo ........................71

LA INDEPENDENCIA DE CHILE Y LOS VASCOS


Carlos Fariña Díaz ................................................. 105

PRESENCIA VASCA E INDEPENDENCIA DE COLOMBIA


Francisco de Abrisketa Iraculis ................................. 131

LOS VASCOS ANTE LAS GUERRAS


DE INDEPENDENCIA DE CUBA
Alexander Ugalde Zubiri .......................................... 179

EN EL PRISMA DE LA INDEPENDENCIA:
LOS VASCOS EN MÉXICO
Dra. Carmina Ramírez Maya ................................... 217

LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA DEL URUGUAY


Juan Carlos Luzuriaga Contrera .............................. 247

LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA


Alejandro Cardozo Uzcategui ................................... 271

OTRAS ACTAS DE LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA ........... 317

SOBRE LOS AUTORES ................................................... 335

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LOS VASCOS
EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
ÓSCAR ÁLVAREZ GILA
Euskal Herriko Unibertsitatea

Salón Blanco de la Casa Rosada, Buenos Aires


Fuente: Web Presidencia de la Nación Argentina

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LA INDEPENDENCIA DE ARGENTINA

L a independencia del país que hoy conocemos como Argentina


es un proceso complejo, equívoco y hasta cierto punto en-
revesado, si lo miramos desde la perspectiva de quien, desde la
atalaya privilegiada que otorga el saber cuál fue el resultado de
los acontecimientos, piensa en ellos como en un proceso lineal
y casi teleológico. Tras los últimos doscientos años de historia,
durante los cuales el mundo ha asumido plenamente la existen-
cia de una nación llamada Argentina en los confines australes de
América, pareciera que la independencia no sería sino un hecho
natural, exigido por las fuerzas inexorables del destino. Pero si
algo sabemos los historiadores es que el destino ciego no existe,
sino que es un camino marcado por los hechos y acontecimientos
de los hombres y las sociedades, aunque se presente a veces de
un modo errabundo, sin finalidad aparente.
Parafraseando a T. E. Lawrence –o, mejor dicho, al personaje de
Lawrence de Arabia encarnado en la pantalla por Peter O’Toole–,
“nada está escrito” de antemano. La historia de la independencia
argentina buen pudo haber sido de un modo muy diferente, y
sólo una concatenación de esfuerzos, intereses, debates e incluso
casualidades hizo que cristalizara en el modo que hoy la cono-
cemos.
¿Existía Argentina antes de la independencia? Bien puede de-
cirse que no. Cabe incluso añadirse que los argentinos, cuando
se independizaron, aún no sabían qué iba a ser la Argentina; co-
menzando por que desconocían el mismo nombre que finalmente
darían a su país. Como es bien sabido, la actual denominación de
Argentina se basa en una obra literaria del siglo XVII, (el conocido

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poema de Martín del Barco Centenera, editado en 16021), si bien
nadie había propugnado hasta aquel momento su uso para definir
el territorio sobre el que se asentaría la nueva nación.
De hecho, durante los primeros años de vida autónoma, los
diversos gobiernos que se sucedieron en la sede de Buenos Aires
habían adoptado el más neutro término de “Provincias Unidas del
Río de la Plata”, nombre incluso con el que se bautizaría oficialmen-
te al país cuando el congreso de Tucumán finalmente se decidió
a declarar abiertamente la ruptura de lazos políticos con España.
No se llegaría a oficializar el nombre, en el que sistema político y
nacionalidad irían indisolublemente unidas de la mano, hasta la
constitución de 1826 que sancionó que el país fuera conocido de
allí en adelante como República Argentina, aunque usado este
nombre junto con las anteriores y tradicionales denominaciones
que a pesar de ello pronto quedaron en el olvido.
La cuestión de las denominación no es baladí, porque es sabido
que, si como dice el refrán “todo lo que tiene nombre existe”, la
elección de un nombre para la patria naciente es también, en sí,
un programa político y una apuesta de futuro. De este modo, cada
una de las denominaciones que tendría Argentina en su primera
década de historia nos permite bucear en las cambiantes expec-
tativas de quienes regían los destinos del país:

1
Nos referimos al poema épico La Argentina o la Conquista del Río de la Plata. El autor, por entonces Arce-
diano en la catedral de la ciudad de La Plata o Chuquisaca, actualmente en Bolivia, expresaba en su prólogo
dedicado al Marqués de Castel Rodrigo, virrey de Portugal en tiempos del rey Felipe III, las razones que le
habían movido a escribir la obra y, sobre todo, el porqué de haber adoptado el poético nombre de Argentina:
“Habiendo considerado y revuelto muchas veces en mi memoria el gran gusto que recibe el humano entendi-
miento con la lectura de los varios y diversos acaecimientos de cosas, que aun por su variedad es la naturaleza
bella, y que aquellas amplísimas provincias del Río de la Plata estaban casi puestas en olvido, y su memoria
sin razón obscurecida, procuré poner en escrito algo de lo que supe, entendí y vi en ellas, en veinticuatro años
que en aquel nuevo orbe peregriné: lo primero, por no parecer al malo e inútil siervo que abscondió el talento
recibido de su señor; lo segundo, porque el mundo tenga entera noticia y verdadera relación del Río de la
Plata, cuyas provincias son tan grandes, con gentes tan belicosas, animales y fieras tan bravas, aves tan dife-
rentes, víboras y serpientes que han tenido con hombres conflicto y pelea, peces de humana forma, y cosas
tan exquisitas que dejan en éxtasis a los ánimos de los que con alguna atención las consideran.
He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, a quien intitulo y nombro Ar-
gentina, tomando el nombre del subjeto principal, que es el Río de la Plata; para que Vuestra Excelencia,
si acaso pudiera tener algún rato como que hurtado a los necesarísimos y graves negocios de tan grande
gobierno como sus hombros tienen, pueda con facilidad leerle, sin que le dé el disgusto y fastidio que
de las largas y prolijas historias se suele recibir; y heme dispuesto a presentarla y ofrecerla a Vuestra
Excelencia como propia suya; pues, según derecho, los bienes del siervo son vistos ser del señor”.

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-Como ya hemos señalado, la Primera Junta gobernadora que
sustituyó el régimen colonial adoptó la de Provincias Unidas del Río
de la Plata, evidenciando todavía unos lazos aún no del todo corta-
dos con el pasado colonial y el viejo virreinato al que sustituía.
-Este nombre se mantuvo, precisamente, hasta el acta de inde-
pendencia de 1816, que en un alarde de voluntarismo extendió el
ámbito de la nación hacia unas Provincias Unidas de Sudamérica.
Eran los tiempos en los que los ideales de unidad hemisférica,
entre la utopía de Simón Bolívar en el norte y el impulso de José
de San Martín en el sur todavía hacían albergar las esperanzas
de que el antiguo imperio colonial español podía seguir la senda
marcada por la joven nación de los Estados Unidos de Norteamé-
rica y evitar su disgregación en unas patrias pequeñas, débiles y
fragmentadas. Todavía en la constitución de 1819 se mantenía tal
apelativo (con la leve modificación, quizá no más que una mera
errata, de Provincias Unidas en Sud América).
-Los sucesivos fracasos de todos los intentos por mantener viva
la utopía integradora acabaron por saturar con grandes dosis de
realismo a los constructores de la nación. Ya no se iba a aspirar a
otra cosa que a dar consistencia a lo existente, antes que perseguir
quimeras imposibles.
Ya en 1824 el congreso comenzaba a admitir el apelativo de “ar-
gentino” (según algunos autores, todavía con un significado percibido
más como bonaerense que como representante de todo el conjunto
de la nación), para referirse al país. La Constitución de la República
Argentina de 1826, promulgada el 24 de diciembre, si bien nunca
llegaría a estar en vigor por su carácter unitario, dejó, sin embargo,
una única e importante herencia: sentó el precedente y dio a la nación
definitivamente un nombre. Desde entonces, las viejas Provincias
Unidas ya eran oficialmente, para el futuro, Argentina2.
2
Todo este proceso vino a ser refrendado por la constitución de 1853, la de mayor tiempo de vigencia
en la historia de Argentina, que en su artículo 35 determinaba que “Las denominaciones adoptadas
sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber, Provincias Unidas del Río de La Plata, República
Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintos para la designación
del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras Nación Argentina en la formación
y sanción de las Leyes”.

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Más aún, también los límites de la nueva nación eran im-
precisos: el apellido de aquellas “Provincias Unidas” evocaba
directamente a la institución política colonial que era la directa
antecesora de la nueva entidad: el virreinato del Río de la Plata,
creado en una fecha tan tardía como 1776 con sede en la ciudad
de Buenos Aires, puerto de entrada a la tierra como había sido
conocida durante siglos. Quizá por la relativa juventud del virrei-
nato, Buenos Aires no había sido capaz de aglutinar en su torno a
todos los territorios que le fueron adscritos bajo su mando, desde
la Patagonia hasta el Alto Perú, como sí lo habían hecho otras
ciudades, cuyo territorio era también el embrión de algunas de las
nuevas naciones latinoamericanas. De hecho, ya desde época muy
temprana, algunas de las gobernaciones más periféricas –desde
la perspectiva porteña– del virreinato habían iniciado su propio
camino hacia la emancipación (como es el caso paradigmático del
Paraguay, virtualmente independiente desde 1811, cayendo muy
pronto bajo el dominio del dictador Francia3).
O habían sido ocupados por otras potencias, aprovechando el
estado de debilidad crónico que aquejaba en aquellos primeros años
al todavía débil ejército emancipador. Tal fue el caso, por ejemplo,
del Alto Perú, cuya proximidad al principal bastión del dominio
español en el continente, la ciudad de Lima, había propiciado su
regreso a la órbita peruana y, de este modo, al dominio de la potencia
colonial. O, también, de la entonces conocida como Banda Oriental
del Uruguay, un territorio fronterizo que había sido durante varios
siglos una virtual “tierra de nadie”, un desierto político y poblacional
entre los imperios español y portugués en Sudamérica, y punto de
fricción constante entre ambos estados colonizadores.
De hecho, hemos de recordar que el virreinato rioplatense había
sido creado, principalmente, con una motivación básicamente de

3
El proceso independentista de Paraguay comienza con el estallido del movimiento revolucionario del
14 de mayo de 1811, que depone al gobernador realista. A partir de ese momento, aunque formalmente
vinculado a la confederación argentina en cuanto territorio perteneciente al nuevo virreinato, Paraguay
fue virtualmente un país independiente a todos los efectos. De hecho, el acta de independencia, promul-
gada oficialmente por el congreso paraguayo el 25 de noviembre de 1842, decretaba, no la ruptura de
lazos con España, sino con Argentina.

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fensiva y militar, a modo de bastión contra la infiltración portuguesa
en el Río de La Plata; tal fue que uno de los primeros hechos de ar-
mas que llevó a cabo el primer virrey bonaerense sería la conquista
de la Colonia del Sacramento, el principal establecimiento portu-
gués en la zona, pasando a renglón seguido a fortalecer el dominio
español con el asentamiento del fuerte y población de Montevideo.
No resulta así extraño que los portugueses, y luego su heredero
directo el imperio del Brasil, aprovechara la debilidad y el caos
imperante en el lado español para cumplir un deseo largamente
añorado y extender sus dominios sin apenas resistencia hasta el
mismo margen norte del Río de La Plata4.
Cabe incluso plantearse la misma inexistencia en aquellos mo-
mentos iniciales de un pueblo argentino; es decir, de un conjunto
humano con límites precisos y definidos que se identificara a sí
mismo con ese nuevo cuerpo político surgido de las ruinas del
imperio español. En Argentina había porteños y gentes del inte-
rior, había –según las zonas– habitantes blancos cuya cultura e
idioma eran plenamente de origen europeo, indígenas cuya cultura
originaria se había modificado drásticamente por la aculturación
de varios siglos de dominio colonial, e incluso vastas extensiones
dominadas por el indio que nunca había sido sojuzgado y que man-
tenía la libertad, los modos de vida y la estructura social similar
a la que habían sostenido durante centurias antes incluso de la
llegada de los colonizadores. Todos ellos habitaban en el territorio
que proclamaba como suyo la nueva nación. Pero excepción hecha
de la élite política que estaba actuando de comadrona en el durí-
simo parto, ninguno de ellos se entendía como miembros de una
misma identidad nacional, fuera esta rioplatense, sudamericana
o argentina. Existían criollos, mestizos, gauchos, porteños, indios,
mas no había todavía argentinos.
Sea como fuere, lo cierto es que la gestación de la nación ar-
gentina comenzaría un 25 de mayo de 1810, cuando el cabildo
de la ciudad de Buenos Aires, en plena guerra de Independencia
4
Sobre el caso concreto de la independencia de Uruguay, tan íntimamente ligada al proceso emancipador
de Argentina, nos remitimos al artículo firmado por Juan Carlos Luzuriaga en este mismo volumen.

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española contra la dominación francesa del imperio napoleónico,
decidía asumir para sí las prerrogativas del gobierno, deponiendo
a los máximos responsables del entramado virreinal, comenzan-
do por su cabeza, y depositando el ejercicio de la soberanía en el
pueblo. Fue una independencia de facto, que no de iure, porque
la situación así lo aconsejaba, tanto en el concierto interno del
país como en la situación internacional. En una independencia
a plazos, el siguiente paso fue la conformación de un congreso
constituyente, y seis años más tarde de iniciado el proceso, el 9 de
julio de 1816, la declaración formal de independencia política.
Dos rasgos destacan además en el camino argentino hacia la
independencia. El primero de ellos es la fecha temprana en la
que los bonaerenses iniciaron la chispa que daría pie a la eman-
cipación. Argentina, y en general el ámbito rioplatense, se halla
entre los primeros países latinoamericanos que ejercieron la au-
todeterminación y el autogobierno, y optaron por el camino de
la independencia. El segundo de ellos es que, a diferencia de lo
que ocurriera en otros lugares del continente en los que también
había surgido la misma chispa emancipadora a comienzos de la
década de 1810, la proclamación de la independencia argentina
no acabó sojuzgada por las armas ni volvió nunca al redil de la
dominación colonial española. En Argentina no se da el periodo
conocido en otras geografías como la etapa de las “patrias bobas”
o las “patrias viejas”, un modo entre poético y burlón de referirse
a las primeras llamaradas independentistas, que no consiguieron
sus objetivos y pareciera, para fines de la década, condenadas a
extinguirse definitivamente. Los próceres y padres de la patria
argentinos no tuvieron que sufrir condenas y ajusticiamientos
por parte de los “realistas” –como pasó con los protagonistas del
Grito Independentista de Hidalgo en México–, o largos, duros y
difíciles años de exilio y huida en las selvas inhóspitas, como fue
el caso de Simón Bolívar.
La independencia argentina llegó temprana, pero para quedarse,
y desde este punto de vista, marcó en aquellos momentos la guía
de unas aspiraciones nacionales que, esta vez sí, alcanzarían de-

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finitivamente sus objetivos en todo el continente a partir de 1820.
Como resumía Luis Navarro:
Recapitulemos lo dicho. La Independencia de Hispanoamérica,
proceso largo y duro, fue el parto de los montes. Sin necesidad de
recordar las amargas y tardías reflexiones de Simón Bolívar, o el
triste final de la mayoría de los padres de la revolución, lo cierto es
que ésta sólo tuvo éxito en un objetivo primario: el de poner término
a la autoridad de la Monarquía española sobre la porción continental
de sus Indias. Y aunque no faltaron tentativas de reconquista, como
la expedición de Barradas a México, esta Independencia resultó un
hecho irreversible y constituyó, por tanto, una verdadera ruptura en
el plano político con el orden anterior5.

LOS VASCOS EN EL RÍO DE LA PLATA, DE COLONIA A NACIÓN

Para comienzos del siglo XVIII, la reorganización de los territorios


americanos, con la revalorización del puerto y ciudad de Buenos
Aires tras la creación del nuevo virreinato del Río de la Plata y la
apertura de nuevas rutas comerciales transatlánticas había propi-
ciado un crecimiento de la población de la región, expresado tanto
en la creación de nuevas ciudades y centros de población, como en
los planes de colonización del territorio6 y, en general, el incremento
de la inmigración, sobre todo desde la península Ibérica.
Los vascos, presentes ya en otras zonas de América, no fue-
ron ajenos a esta corriente. A la tradicional presencia de vascos
vinculados a la administración (tanto civil como militar e incluso
eclesiástica) se unieron pronto quienes llegaban al calor de nuevas
posibilidades comerciales. Algunos de aquellos vascos destacaron
y son todavía hoy recordados como elementos importantes en la
evolución y la concatenación de hitos históricos que conformaron

5
Luis Navarro García; “La independencia de Hispanoamérica: ruptura y continuidad”, en Iberoamérica
en el siglo XIX. Nacionalismo y dependencia, Pamplona, Eunate, 1995, pp. 15-28, cit. en p. 18. La
visión de Navarro García es ciertamente muy negativa, y posiblemente no coincidamos en algunas de
sus apreciaciones; no obstante, es certero a la hora de determinar que el principal alcance de la indepen-
dencia fue su irreversibilidad.
6
María Ximena Senatore; Arqueología e Historia en la Colonia Española de Floridablanca. Patagonia -
siglo XVIII, Buenos Aires, Editorial Teseo, 2007.

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este momento de desarrollo, en todos los sentidos, de la región. Así,
por ejemplo, Montevideo sigue reservando un lugar de privilegio
en el centro de su casco histórico al durangués y capitán general
Bruno Mauricio de Zabala, que en 1726 liderara la expedición,
a medio camino entre el objetivo militar y la ingeniería civil, que
diera nacimiento a la ciudad de San Felipe del Montevideo, la más
joven de las capitales latinoamericanas con la única excepción de
Brasilia.
O, por alejarnos del mundo de la administración, también
podemos citar al navarro Isidro Lorea, natural de Villafranca,
que arribaría en 1757 a Buenos Aires atraído por el hecho de
que la ciudad carecía de artesanos tallistas de su categoría: los
principales templos del centro histórico de Buenos Aires, desde
la propia catedral metropolitana hasta la tradicional iglesia de
San Ignacio, cuentan con muestras de su arte como retablista,
orfebre y escultor7.
Lamentablemente, todavía hoy carecemos de un estudio com-
prensivo de la historia, organización y vinculaciones desarrolladas
por el grupo vasco en el Río de la Plata colonial.
Existen trabajos parciales, como los de Susana R. Frías8 y César
García Belsunce sobre los navarros9, o los de Nora L. Siegrist de
Gentile y Óscar Álvarez Gila sobre los vizcaínos en Buenos Aires10,
así como una serie de estudios genealógicos y poblacionales sobre
la presencia vasca en diversos territorios y provincias del interior
7
Juan Manuel Scotti; “Isidro Lorea: la huella de un vasco en la Buenos Aires colonial”,
Euskonews&Media, 383 (23-II/2-III/2007), edición electrónica, disponible en http://www.euskonews.
com/0383zbk/kosmo38301.html
8
Susana R. Frías;”Aproximación metodológica al estudio de una parcialidad étnica. Los vascos en
Buenos Aires 1580-1713”, Res Gesta, Rosario, 29 (1991), pp. 97-108.
9
Susana R Frías. y García Belsunce César A: De Navarra a Buenos Aires. 1580-1810, Buenos Aires,
Instituto Americano de Estudios Vascos, 1996.
10
Nora L Siegrist De Gentile. y Óscar Álvarez Gila; De la Ría del Nervión al Río de la Plata. Estu-
dio histórico de un proceso migratorio. 1750-1850, Portugalete, Ayuntamiento de Portugalete, 1998.
También Siegrist De Gentile, Nora L.; Inmigración vasca en la ciudad de Buenos Aires, 1830-1850,
Vitoria-Gasteiz, Gobierno Vasco, 1992. De la misma autora: “Redes sociales, económicas, espirituales
y religiosas de vasconavarros en Buenos Aires”, en Escobedo Mansilla, Ronald et alii (eds.); Emigra-
ción y redes sociales de los vascos en América, Vitoria-Gasteiz, Universidad del País Vasco, 1996, pp.
479-452. ID.; Planteo metodológico en torno al grupo vasco español. Notas sobre los inmigrantes en la
ciudad de Buenos Aires según el censo de 1855”, Res Gesta, Rosario, 27-28 (1990), pp. 257-279”

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argentino, auspiciados por la Fundación Vasco-Argentina Juan
de Garay desde la década de 199011, y que han contribuido a ir
despejando huecos en el conocimiento de la “vida y milagros” de
los inmigrantes vascos antes de la independencia.
Gracias a estos estudios sabemos, por ejemplo, que los in-
migrantes vascos se hallaban repartidos en todos los estratos
de la sociedad; que existía una preferencia –como en general de
otros grupos peninsulares– por los núcleos urbanos en vez de
las zonas rurales; y que no presentaban mayores problemas en
su inserción social, laboral y cultural en su nueva sociedad de
acogida, aunque esto no significara el abandono de las vincula-
ciones con su patria.
A este respecto, por ejemplo, cabe citar algunos ejemplos que
muestran cómo los vascos del Río de la Plata seguían mantenien-
do, en la distancia, una identificación con la cultura y demás
elementos característicos de la tierra donde eran originarios.
Si nos situamos a fines del siglo XVIII, en pleno auge del pensa-
miento ilustrado y los ideales de renovación que vertebraron parte
de la sociedad vasca del momento, con importantes ramificaciones
en el resto del imperio y las Américas, nos hemos de referir sin
duda a la influencia de la Real Sociedad Bascongada de Amigos
del País, que sirvió en muchos casos como nexo de unión entre
la diáspora vasca y su tierra de origen.
A este respecto, Gárate Ojanguren señala que:
Aunque el ejemplo que podemos advertir en el Río de la Plata es
diferente a los que se han indicado anteriormente [en otros territorios
americanos], también se pueden encontrar algunas similitudes.
En primer lugar, los socios de la Bascongada en la zona del Río
de la Plata, si no muy numerosos, tuvieron sin embargo una gran
influencia en la sociedad.
Desde su calidad de funcionarios, comerciantes o hacendados, los

Nos referimos a la obra dirigida por el Dr. Jorge Zenazurra bajo el título colectivo de Los vascos en
11

América. Investigación sobre asentamientos vascos en el territorio argentino. 1580-1810, Buenos Aires,
6 tomos, 1991 a 2003, elaborado por diversos autores.

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socios de la Bascongada proyectaron parte de las ideas ilustradas
en el mundo de la economía y en otras áreas12.
Mas no era la Bascongada, ni la única ni la más importante
entidad que agrupaba a los vascos en aquella parte de América.
Bien es cierto que, a diferencia de lo que ocurre en otras grandes
ciudades americanas de aquel momento, los vascos de Buenos
Aires no llegaron a crear su propia cofradía, bajo la advocación de
la virgen de Aránzazu como era práctica habitual en otras ciudades
del continente (sin ir más lejos, y dentro del mismo virreinato, el
centro minero de Potosí).
No obstante, como bien ha demostrado Siegrist de Gentile, los
vascos suplieron esta carencia con su vinculación mayoritaria
en entidades religioso-benéficas como la orden Tercera francis-
cana, que en los años finales de la colonia ejerció de auténtico
núcleo de los intereses de los vascos, y muy especialmente de los
comerciantes vascos, en la ciudad de Buenos Aires13. Muy posi-
blemente, de algunos de ellos partiera el proyecto para establecer
una compañía privilegiada de comercio, al estilo de la Compañía
Guipuzcoana de Caracas, que enlazara las ciudades de Bilbao y
Buenos Aires14.
12
Montserrat Gárate Ojanguren; “La influencia de la Bascongada como sociedad económica”, Cuenta
y Razón, Madrid, 84 (1993), edición electrónica, disponible en http://www.cuentayrazon.es. También,
José María Mariluz Urquijo; “La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País y el Río de la Pla-
ta”, en La Real Sociedad Bascongada y América. Tercer Seminario de Historia de la Real Sociedad
Bascongada de Amigos del País, Bilbao, Fundación Banco Bilbao Vizcaya, 1992, pp. 281ss. Gárate
Ojanguren añade que “Y si en el virreinato rioplatense no se llegó a crear una «sociedad económica»
a semejanza de otros lugares de América, surgieron sin embargo algunas publicaciones periódicas que
fueron el vehículo para difundir los principios ilustrados. En 1801 salió a la luz el Telégrafo Mercantil,
Rural, Político-Económico e Historiográfico del Río de La Plata. Precisamente el segundo número de
este periódico estuvo dedicado a las sociedades de Amigos del País. Por aquellas mismas fechas, aunque
sin el éxito del Telégrafo, nacía el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Tanto una como
otra publicación estaban inspiradas en una línea de pensamiento muy cercano. Si el Telégrafo había
recogido, al poco de su nacimiento, el tema de las sociedades económicas, incluida la Bascongada, el
Semanario recomendaba en uno de sus números «imitar a los pueblos ilustrados de Europa», y fundar
una sociedad de ciudadanos útiles a través de la cual pudieran difundirse los conocimientos que sirvie-
ran de provecho al «común del pueblo»”.
13
, Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires: Su relación con la Matrícula de
Comerciantes del sur de España y con la Orden Tercera de San Francisco según las fuentes contempo-
ráneas”, en, William Douglass (ed.); The Basque Diaspora, Reno, Basque Studies Program, 1999, pp.
108-149.
14
Especialmente los trabajos de José María Mariluz Urquijo; Bilbao y Buenos Aires. Proyectos diecio-
chescos de compañías de comercio, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1981. También ID.;
“El plan de Manuel de Arriaga y otros proyectos para comerciar con Buenos Aires”, Actas del sexto
Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1980,

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS
Las vinculaciones entre identidad vasca y religiosidad se hicieron
también patentes en el modo en que algunos vascos contribuyeron
al poblamiento del país. Así, sin ir más lejos, algunos de ellos lle-
varían el recuerdo de las devociones de su patria hasta el punto de
imponer el culto a la Virgen de Aránzazu en algunas de las nuevas
poblaciones que estaban surgiendo en el entorno porteño, como
San Fernando (Buenos Aires)15 o Victoria (Entre Ríos)16.
¿Cómo eran las vidas de estos vascos? Tomemos como ejemplo
un caso entre muchos, que tiene la particularidad de haber sido
estudiado en profundidad, de modo que conocemos de él todo lo
que puede saberse sobre cómo era la vida de un comerciante vasco
en el Buenos Aires del siglo XVIII. Nos referimos en concreto a
Manuel Alfonso de San Ginés, vizcaíno de Galdames, quien:
(..) matriculado en el Comercio del sur de España en 1759, emparentó
rápidamente en [Buenos Aires] con lo que podría llamarse el centro
de la dirección de la VOT [la orden Tercera franciscana] de fines de la
centuria del XVIII: los de la familia Rodríguez de Vida-Navarro. (..) San
Ginés fue invitado a ingresar como hermano de la VOT en la década
de 1760, luego de haber llegado a Buenos Aires en compañía de su
vol, IV, pp. 93-104. “Las Encartaciones habían sido, dentro de Vizcaya, uno de los más activos focos
expulsores de población. En los municipios rurales del interior comarcal, siguiendo una práctica que
hundía sus raíces en muy antiguas corrientes, todavía comienzos del XIX se producía una emigración
hacia el centro y sur de España. En la zona costera, próxima a la ría del Nervión, el entronque comercial
de las villas -especialmente de Bilbao y Portugalete- llevaba este éxodo a lugares más alejados, a las
plazas comerciales de España, Europa y la América española. A fines del siglo XVIII, diversos proyec-
tos comerciales surgidos de la zona -tanto por parte del señorío de Vizcaya, como por representantes de
las Encartaciones-, habían intentado sin éxito obtener una línea comercial directa entre Buenos Aires
y Bilbao mediante la formación de una compañía comercial monopolística, a imitación de la “Guipuz-
coana de Caracas”; esto era prueba, entre otras cosas, de las estrechas relaciones existentes entre las dos
plazas, debido al establecimiento de emigrantes vizcaínos en el Río de la Plata” (Siegrist De Gentile,
Nora L. y Óscar Alvarez Gila; De la Ría del Nervión..., 1998.
15
En el año 1785 de crea el partido de Las Conchas con cabecera en el puerto de igual nombre, abarcan-
do las tierras de la parroquia y de la actual San Fernando; al año siguiente es designado cura propio y
vicario de la Parroquia de Las Conchas, Manuel S. de San Ginés. En 1804 a raíz de varias inundaciones
extraordinarias el cura párroco San Ginés inicia tramites para trasladar el pueblo a un sitio mejor, reci-
biendo el nuevo poblado el nombre de San Fernando de la Buena Vista. El cura San Ginés, de familia
originaria de Vizcaya, gestionó personalmente la traída de una imagen de la Virgen de Aránzazu, que fue
entronizada el 2 de febrero de 1806 como patrona de la nueva iglesia parroquial de la localidad.
16
Fue el inmigrante Salvador Joaquín de Ezpeleta, fundador de la localidad de Victoria, quien donaría
de su bolsillo los enseres del culto para la nueva iglesia parroquial a fines del siglo XVIII, llegando
incluso a encargar en uno de sus viajes a Europa una talla reproducción de la virgen de Aránzazu, que
depositó en la iglesia, convirtiéndose en patrona de la localidad. La primera referencia fidedigna a dicha
talla se halla en el inventario de los bienes parroquiales de 1839, indicando que es más antigua y reco-
giendo la noticia del benefactor que la donó.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
hermano a mediados de ese año. El desarrollo de su carrera y su ads-
cripción a la esfera bonaerense del poder fue rápida, si se considera
que se encuentra asentado en la Matrícula de comerciantes a fines
de aquella década del cincuenta en el siglo XVIII y ya en septiembre
de 1762 casaba con Francisca Rodríguez de Vida en la Catedral de
Buenos Aires. Después de 1765 ocupó el cargo de Alguacil del Santo
Oficio que había pertenecido a su suegro, y entre 1766 y 1768, el de
Defensor de Menores. Fue síndico de las hermanas capuchinas, como
más tarde lo fue también su yerno, Manuel A. de San Ginés17.
El ejemplo de San Ginés nos ilustra a la perfección sobre los meca-
nismos que usaron muchos de los inmigrantes vascos para prosperar
en la sociedad rioplatense de fines de la colonia. Ya hubieran llegado
para ocupar un cargo administrativo, o –como en este caso– para
labrarse un futuro en el comercio y la industria, la estrategia pasaba
por una triple vía. En primer lugar, se buscaba emparentar mediante
el matrimonio con las familias ya asentadas, lo que permitiría una
rápida inserción en los círculos sociales del país18.
En segundo lugar, se compaginaba el ascenso social con el
ejercicio de una serie de cargos, las más de las veces de carácter
honorífico, aunque con un elevado grado de repercusión social; pero
también con responsabilidades real, por ejemplo en la administra-
ción local (regidores, alcaldes). Y finalmente, se integraba en las
asociaciones e instituciones, generalmente vinculadas a la iglesia
católica, en las que se agrupaban por estrato social, intereses y vin-
culaciones los miembros de un mismo grupo. Muchos vascos como
Manuel Alfonso de San Ginés usarían estos mecanismos, ya fuera
en su totalidad o sólo algunos de ellos, como modo de conseguir el
objetivo primordial que los había llevado al otro lado del océano: el
ascenso social por medio de la movilidad geográfica.
Es decir, marchar a Indias para convertirse en un señor; la
vieja imagen del indiano (antes llamado perulero, y más tarde con-
vertido en amerikanua) que rondaba las mentes y los corazones
17
Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires...”, 19XX, p. 111.
18
Susan Socolow dice a este respecto: “La inmensa mayoría de los comerciantes llegaban a Buenos
Aires solteros, comenzaban a trabajar en el comercio y, después de unos diez años, se casaban en la
colonia” (Los mercaderes del Buenos Aires virreinal, Buenos Aires, Editorial de la Flor, 1992, p. 52).

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de muchos de los que, ya desde el siglo XVI, habían iniciado las
migraciones vascas a las Américas.
Entran en este proceso apellidos que luego tomarían renom-
bre en el proceso independentista, tales como los Andonaegui19,
Basavilbaso20, Azcuénaga21, Saraza22, o Beláustegui23, entre otros.
Todas ellas fueron familias a caballo entre dos continentes a los
que atraparía la oleada independentista.

LOS VASCOS ANTE LA INDEPENDENCIA

¿Qué significó la independencia? Ronald Escobedo Mansilla,


quien fuera primer catedrático de Historia de América en la Uni-
versidad del País Vasco, resumía de este modo las dos grandes
visiones que sobre este acontecimiento han venido suscitándose
desde el mismo momento en que las nuevas naciones americanas
se unieron al concierto de los países independientes:
La Independencia, como es obvio, supuso ante todo la brusca ruptura
de los lazos políticos que unían el continente con España.
Desde los mismos albores de las repúblicas los nuevos grupos diri-
gentes impregnados de profundo espíritu patriótico, quisieron ver en
ella, en la Independencia, algo más, la ruptura total con el pasado,
la emergencia de una sociedad absolutamente nueva y distinta, en
todos los órdenes y no solamente en el político.

19
El primer Andonaegui que registramos en Buenos Aires es José de Andonaegui, natural de Markina,
Vizcaya, quien fuera gobernador de Buenos Aires en la década de 1740.
20
Domingo de Basavilbaso había sido alcalde ordinario de Buenos Aires entre 1738 y 1745, cargo que
compaginaba con el puesto de capitán de milicias de caballería, tesorero mayor de la Catedral, y comer-
ciante. Era natural del valle de Orozko en Vizcaya.
21
Vicente de Azcuénaga, nacido en Dima, Vizcaya, se integró en el grupo de comerciantes de Buenos
Aires mediante matrimonio con Rosa Basavilbaso, hija del anterior. En las guerras de independencia
destacó su hijo homónimo, Vicente de Azcuénaga y Basavilbaso.
22
Javier Saturnino Saraza (o Sarasa), navarro de Pamplona, había llegado al Río de la Plata en la década de
1750, integrándose en 1754 a la matrícula de comerciantes. Estableció lazos comerciales y de parentesco
con los Azcuénaga y los Basavilbaso. Entre otros cargos fue elegido regidor en 1767 y 1780; y obtendría
en 1791 ejecutoria de nobleza -dado que, como navarro, no gozaba de la presunción de hidalguía universal
que sí tenían los vizcaínos-. Un hijo suyo, de nombre Saturnino, se integraría en 1806 en el famoso Regi-
miento de Patricios. Otra hija, Francisca Javiera, casada con el burgalés Miguel Sáenz, daría a luz a Anto-
nio Sáenz Saraza, sacerdote y primer rector de la Universidad de Buenos Aires, ya tras la independencia.
23
Originario de la anteiglesia de Forua en Vizcaya, Francisco Antonio de Belaustegui llego en 1783 al
Río de La Plata, radicándose primero en Montevideo. Regresó a España, para dirigir sus negocios desde
la ciudad de Cádiz, en cuyo registro de comerciantes se matriculó.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
Esta visión romántica e idealizada de la Emancipación, lo mismo
que de los hombres que la hicieron posible, es la que ha impregnado
la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos hispa-
noamericanos.
La historiografía reciente, más preocupada por los aspectos sociales
y económicos, se va al extremo contrario, afirmando un radical con-
tinuismo con las etapas precedentes24.
¿Vivieron los vascos los acontecimientos de la independencia
como un cambio o una continuidad? Posiblemente como ambos.
Resulta indudable que los acontecimientos habían comenzado a
precipitarse desde comienzos del siglo. La derrota y virtual desapa-
rición de la Armada española a manos de los ingleses en Trafalgar
había situado al poderío militar de la metrópoli en una situación
crítica. Gran Bretaña, espoleada tras la derrota a manos de sus
antiguos colonos de los Estados Unidos, había puesto sus ojos
en las tierras de Latinoamericana, ya que consideraba al imperio
español una fruta madura que tarde o temprano caería en sus
manos. Y el ataque comenzaría por el territorio más alejado, el Río
de La Plata, donde se dirigió una armada con ánimo de incorporar
la región al imperio británico.
Dicen algunas crónicas que los ingleses esperaban contar con
el apoyo de la población local. Se equivocaron, y su experiencia de
ocupación de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo acabaría
en el desastre con la posterior derrota a manos de los criollos en
el episodio de la “Reconquista”. Gonzalo Auza, con gran precisión,
sitúa en la organización de la resistencia frente a las invasiones
inglesas el momento en el que la sociedad rioplatense, y con ella
los vascos nativos y originarios que residían en el virreinato, co-
menzó a vislumbrar la viabilidad de un futuro autónomo, libre
del dominio -para unos- y protección –para otros– de la metrópoli
española. Una metrópoli, dicho sea se paso, que había sido incapaz
de prevenir las invasiones, y había quedado en evidencia cuando
su máximo representante, el virrey Sobremonte, había huido con
Ronald Escobedo Mansilla; “Cambio y continuidad en la sociedad hispanoamericana del siglo XIX”,
24

en Iberoamérica en el siglo XIX..., 1995, pp. 29-44, cit. en p. 29.

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la rapidez de un conejo a buscar refugio en el interior, dejando a su
suerte a bonaerenses y montevideanos. Expulsados los invasores,
las cosas nunca podrían ya volver a ser como antes:
Estos elementos enumerados empezaron a cuajar con ocasión de las
invasiones inglesas a Buenos Aires, en 1806 y 1807. El triunfo local
sobre el mejor ejército del mundo y el desplazamiento del represen-
tante del Rey –el virrey de Sobremonte-, pusieron de manifiesto la
fuerza y autonomía que estaba cobrando esta ciudad y le dieron un
prestigio importante en todo América.
El triunfo militar fue obtenido básicamente por los cuerpos conforma-
dos por los criollos más pobres y por parte de los extranjeros –y no
por el Regimiento Fijo mantenido por España y formado por gallegos–.
El potencial militar local creciente y autónomo respecto de la corona
española estuvo constituido también por los vascos y sus descendien-
tes, que aportaron un 20 por ciento de los voluntarios convocados.
Tuvieron sobresaliente actuación en los Húsares de Pueyrredon, la
Legión de Patricios y el Tercio de Vizcaínos; y dirigieron varios de los
otros cuerpos armados que pelearon en esos episodios25.
Este “Tercio de Vizcaínos” al que nos acabamos de referir, tam-
bién denominado en otras fuentes como “Cuerpo de Voluntarios
Cántabros de la Amistad”, no era sino una milicia urbana inte-
grada por residentes vascos, que llegaron a formar nada menos
que cinco compañías, para ponerse al mando de las tropas que
se aprestaron para expulsar a los invasores ingleses. Sus miem-
bros no eran, por tanto, soldados profesionales, sino voluntarios
civiles, gentes del mundo del comercio, la administración o las
artes liberales sin mayor experiencia de armas. Fueron puestos
al mando de militares profesionales, que se encargarían de su
adiestramiento en un tiempo récord. Al frente de todos ellos se
puso al coronel Prudencio Murguiondo, de la Marina de Guerra,
guipuzcoano de Escoriaza que había sido destinado al apostadero
naval de Montevideo en 1804.

25
Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo de la independencia argentina y las luchas por la organiza-
ción nacional”, Euskonews&Media, 186, 1-8/XI/2002, edición electrónica, consultado en http://www.
euskonews.com/0186zbk/frkosmo.htm.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
La organización militar y el alto grado de movilización política
que experimentó la sociedad de Buenos Aires debido a la Recon-
quista comenzaría un movimiento difícil de parar. Resultaba claro
que los criollos demandarían, en el futuro, una mayor cuota de
participación en el gobierno de los asuntos locales; la cuestión
estribaba en hasta dónde estaba dispuesta la metrópoli colonial a
hacer concesiones en este sentido. El debate, sin embargo, pronto
quedaría truncado. Tras la entrada de las tropas francesas de
Napoleón en España, la abdicación de la dinastía borbónica, y la
ocupación del país, por primera vez en tres siglos el entramado
colonial español quedaba descabezado y sin una estructura clara
del poder. Aquí y allí, en Europa y América, notables y gobernantes
locales pronto organizarían “juntas” (reunidas en nombre del “legí-
timo” rey Fernando VII, a quien consideraban cautivo en Francia)
para resistir la invasión. También en Buenos Aires, como en otras
ciudades importantes de América, la oligarquía local se integró en
el movimiento juntista y presionó para tomar las riendas de su
gobierno reemplazando a unas instituciones que consideraban ca-
ducas, cuando no ilegítimas debido a que oficialmente respondían
a un gobierno usurpador en la metrópoli. De hecho, la revolución
de Mayo de 1810 fue considerada, en un primer momento, como
una reacción patriótica española frente al dominio francés y bajo
el paraguas de la restauración del rey Fernando. Se trataba sin
duda de una ambigüedad calculada, sobre todo por parte de aque-
llos que comprobaron que España era ya un cuerpo demasiado
lejano y demasiado débil; que si ya no podía defenderles, tampoco
sería capaz de amenazarles. Entre 1810 y 1816, los rioplatenses
se acostumbraron a la idea de que podían gobernarse por sí solos.
Argentina daba su primer paso en libertad.
En este contexto, los vascos no presentaron una reacción
unánime ni unilateral. Intereses, deseos y amores convergían en
cada una de las personales decisiones que tomaría cada individuo
ante la nueva situación. Hubo, claro está, tanto vascos partidarios
como vascos detractores de la independencia.

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS
Entre los primeros, lógicamente, abundaban los criollos. La inde-
pendencia puede también entenderse como una metáfora generacio-
nal, es decir, como el deseo de emancipación de una generación de
criollos, hijos de inmigrantes peninsulares, que no compartían con
sus padres ni el recuerdo ni los amores con una patria lejana a la que,
como mucho, sólo habían conocido por los relatos de sus progenito-
res y breves visitas. Para los criollos, la patria ya no era la tierra de
sus padres, como dicta la etimología, sino la tierra en la que habían
nacido. Es así, por tanto, que abundaron los nombres vascos entre
la clase política que se desarrolló en los primeros tiempos de vida
autónoma del Río de la Plata, casi todos ellos hijos de comerciantes
y funcionarios llegados al país apenas medio siglo antes:
En la Primera Junta, el primer gobierno autónomo argentino de nueve
miembros conformado el 25 de mayo de 1810, estaban Miguel de Az-
cuenaga Basavilbaso y Juan Larrea –ambos hijos de vascos-. También
hubo vascos en la Junta Grande (con trece integrantes más que la Pri-
mera Junta), que fue integrada por Francisco Antonio de Gurruchaga,
Juan Ignacio Gorriti y Pedro Francisco Uriarte, por nombrar sólo a los
de apellido vasco (había otros descendientes de vascos)26.
Pero la historia humana nunca es tan simple. La independencia
no fue solamente una mera lucha entre padres e hijos. De hecho,
hubo también inmigrantes vascos, nacidos en Europa, para quienes
los anhelos de libertad de su patria adoptiva fueron más atractivos
que el recuerdo de su tierra natal. Tal fue el caso, por ejemplo, de
Tomás de Balenzategui, vizcaíno, llegado a Buenos Aires a fines del
siglo XVIII, como comerciante, funcionario y agente de la Compañía
de Filipinas en la capital virreinal. Ocuparía diversos cargos durante
la primera década del siglo XIX, tomando parte activa en la Recon-
quista de la ciudad de Buenos Aires contra los ingleses en 1806.
Como señala Siegrist de Gentile, “declarada la revolución de mayo
de 1810, fue uno de los partidarios, y en momentos de fundarse
26
Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo...”, 2002. Añade además que “En el siguiente órgano de
gobierno -el Primer Triunvirato de 1811- participó Manuel de Sarratea; y este mismo hombre fue pos-
teriormente Gobernador (en 1820).También era de origen vasco (nieto) otro de los diecisiete goberna-
dores que se sucedieron entre 1820 y 1835: Juan Lavalle (gobernador entre 1828 y 1829), de relevante
actuación militar en las guerras de la independencia.”.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
la primera biblioteca pública de Buenos Aires, donó seis obras”27.
Hubo, por lo tanto, argentinos por nacimiento y argentinos por de-
voción. No obstante, el vasco cuyo nombre aparece habitualmente
más vinculado a la compleja evolución política inmediatamente
posterior a la independencia es el alavés Martín de Alzaga, figura
contradictoria, traidor o héroe dependiendo de la perspectiva y la
afinidad de quienes han escrito sobre él. Alzaga, natural del valle
de Aramayona en el norte de la provincia de Álava, llegó a Buenos
Aires en 1767 siguiendo el camino habitual: llamado por un com-
patriota, Gaspar de Santa Coloma, para fungir como dependiente
en su casa de comercio, arribó a América con sólo doce años y sin
saber más que unas pocas palabras de castellano. Su evolución
posterior fue la habitual: abrir su propio negocio, casamiento fa-
vorable con una hija de buena familia, el enriquecimiento (llegó a
ser dueño de la muy respetable extensión de 385.000 hectáreas
de tierras y pastos) y el salto a la política y los cargos (alcalde de
primer voto de Buenos Aires en 1795)28.
Pero su explosión como “animal político” llegaría de la mano, indirec-
ta, de los ingleses gracias a su invasión. Dio la casualidad de que aquel
año 1807, cuando los ingleses intentaron por segunda vez el asalto a
la ciudad, repetía en el cargo de Alcalde de Buenos Aires. Derrotado
vergonzosamente el virrey Liniers por las tropas británicas,
(..) se constituye en el alma de la resistencia (...). Adopta y lleva
adelante un formidable plan defensivo, que convierte a la capital del
Virreinato en una trampa para los británicos. Se fortifican las casas
del centro de la ciudad y a propósito no se defienden las iglesias
para que estas puedan ser tomadas por los asaltantes, para así
concentrarlos y batirlos en forma más sencilla. Desde la reconquista
Buenos Aires había formado nuevos tercios de milicianos, uno de
ellos de Vizcaínos. Luego de duros combates fueron rechazados los
invasores, que dejaron además 2.000 prisioneros en manos de los
defensores. En esas circunstancias Liniers redacto las condiciones

27
Nora L. Siegrist De Gentile; “Vasco-navarros en Buenos Aires...”, 1999, p. 126. También UDAONDO,
Enrique; Diccionario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, Editorial Huarpes, 1945, p. 131.
28
Gonzalo Auza; “Los vascos en el periodo...”, 2002.

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS
de la capitulación. Se las dio a leer a sus colaboradores, entre ellos
a Álzaga. Este, le indicó que faltaba en las mismas la retirada de los
ingleses de Montevideo. Ante la observación, Liniers argumentó que
ese pedido podía parecer desmedido y hacer fracasar el acuerdo con
los británicos que todavía contaban con medio ejército sin emplearse
y la flota en el río. Sin embargo Martín insistió y logro que esta cláu-
sula figurara en el acuerdo. Esta actitud fue decisiva su participación
para que Montevideo fuese devuelta por parte de los ingleses. De no
ser así, esta ciudad hubiese quedado como enclave de la monarquía
británica en el Río de la Plata. Las consecuencias de este hecho son
difíciles de medir, pero sin duda hubiese mediatizado la independen-
cia de los pueblos de la región, como un agente extraño a las raíces
hispano-criollas del cono sur americano. Que esto no sea así, tiene
su explicación en parte al menos, en el patriotismo y la obstinación
del aramaiotarra Martín de Álzaga29.
Álzaga, sin embargo, cambiaría tras la revolución de Mayo. Tras
el cambio de las instituciones de gobierno en Buenos Aires, pasa-
ría a usar su prestigio como capital político para dirigir el partido
de los contrarios a la deriva independentista que iba tomando
progresivamente el gobierno de las juntas bonaerenses. De este
modo acabaría por acaudillar la primera conspiración “europea”
contra el poder de los criollos, encarnado por aquel entonces por
el conocido como Primer Triunvirato.
El 1 de julio de 1812 la conspiración fue descubierta, y gracias
a la decidida actuación del secretario del Triunvirato, Bernardino
Rivadavia, se centraron las acusaciones en el propio Alzaga y un
grupo de colaboradores. Según los historiadores, hubo muchas
sospechas, incluso en su momento, en torno a la imparcialidad
del juicio y a la relevancia de las pruebas. En todo caso, con la
perspectiva de la historia, tales sospechas no dejan de ser hechos
irrelevantes. Condenado a muerte, Alzaga sería fusilado en la plaza
de la Victoria de Buenos Aires, justo delante de donde se levantaba
el fuerte, residencia del virrey, y actual localización de la Casa Ro-
Juan Carlos Luzuriaga; “Los vascos en las invasiones inglesas. Una mirada desde la Banda Oriental”,
29

Euskonews&Media, 300, 13-20/V/2005, edición electrónica, consultado en http://www.euskonews.


com/0300zbk/kosmo30001.htm.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
sada, sede de la presidencia argentina. Con su ejecución pública,
los partidarios de la independencia argentina pretendían dar un
aviso claro y concreto: no habría vuelta atrás. Cualquier intento
de volver al dominio colonial sería combatido con dureza. Con la
muerte de Alzaga, el Río de la Plata mostraba que iba a iniciar un
camino sin retorno, del virreinato a la independencia30.
Buen ejemplo de la participación de los vascos en la consoli-
dación de la independencia argentina lo encontramos en un des-
cendiente, por partida doble, de varios de aquellos comerciantes
provenientes de Euskal Herria que vimos instalándose en el Río de
La Plata a lo largo del siglo XVIII. Miguel Ignacio de Azcuénaga y
Basavilbaso, nacido en 1754 en el puerto de Buenos Aires, destinó
sus pasos, no hacia el comercio que era la base económica de sus
padres y abuelos, sino a la carrera de las armas.
Como otros muchos criollos, su primera experiencia militar
la desarrolló en Europa, donde realizó sus estudios para oficial
del Ejército. Alcanzado el grado de Subteniente de Artillería, fue
destinado de vuelta a América. Sucesivamente participó en la
última lucha con los portugueses por el dominio del Uruguay, y
tomó parte activa en la defensa contra las invasiones inglesas de
1806 y 1807, codo con codo junto con Alzaga.
Pero tras los acontecimientos de mayo de 1810 sus caminos
se separarían. Desde un primer momento se mostró partidario
del nuevo orden y de la ruptura política con la metrópoli, que
conocía y no odiaba, pero a la que ya no consideraba su patria.
Sería sucesivamente vocal de la Primera Junta Gubernamental,
Gobernador de Buenos Aires y Jefe de Estado Mayor del primer
ejército argentino. Se trataba de una carrera fulgurante, debido
tanto a su origen social como a su capacitación y a sus vincula-
ciones ideológicas.
La figura de Azcuénaga sigue teniendo hoy en día una presen-
cia insospechada en la vida política argentina. Durante los años
Sobre Alzaga, cfr. Lozier AlmazáN, Bernardo; Martín de Alzaga, Buenos Aires, Editorial Ciudad Ar-
30

gentina, 1989. Williams Alzaga, Enrique; Martín de Alzaga en la reconquista y en la defensa de Buenos
Aires (1806-1807), Buenos Aires, Emecé, 1971.

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS
posteriores a su regreso de Europa, se había instalado tras su
matrimonio en una villa o quinta en el término de Olivos, situada
a unas pocas leguas al norte de Buenos Aires. Tras el falleci-
miento de Azcuénaga en 1833, sin descendencia, la heredaría
su sobrino Carlos Villate Olaguer, quien acabaría por donarla al
Estado argentino a condición de que se le diera un uso digno y
adecuado a la importancia de su anterior dueño. Azcuénaga no
podía haber esperado mejor destino para su villa: hoy en día es
conocida como Quinta Presidencial de Olivos, y ha sido durante
más de siglo y medio la residencia oficial de todos los presidentes
de Argentina.

ANEXO: EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN A TRAVÉS DE SU ACTA DE


INDEPENDENCIA

No obstante, hubo todavía que esperar cuatro largos años


para que se produjera el acto capital del nacimiento de la nación
argentina al conjunto de las naciones independientes. Tal mo-
mento llegaría el nueve de julio del año 1816. Desde entonces
esta fecha se ha convertido, junto con el 25 de mayo (aniversario
de la revolución de 1810 que dio inicio al proceso emancipador
que llevaría a la independencia formal y efectiva del país), en la
principal fiesta cívica de Argentina. No hubo antes ni después, en
la historia argentina, un acto político que concitara una mayor
unanimidad de los representantes políticos del pueblo reunidos
en libre asamblea legislativa. Las únicas excepciones a la lista de
los congresistas que refrendaron con su firma la declaración de
independencia se debieron a ausencia de la importante reunión,
no a un desacuerdo con su contenido.
Cabría preguntarse, empero, hasta qué punto esta unanimidad
era reflejo real de la opinión del pueblo al que decían representar
los congresistas; de hecho, las turbulencias que habían jalonado
hasta entonces el proceso emancipador, en el cual fueron casi
tan importantes las luchas y disensiones dentro del bando pa-
triota como el enfrentamiento con los realistas leales a España,

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
nos hacen suponer que la unanimidad apenas se habría podido
mantener una vez traspasados los muros del edificio que servía
de sede a la asamblea.
Todo proceso histórico, y más cuando se ve envuelto en él una
modificación del pacto social y político de tal calibre, como ocurría
con ocasión de la independencia latinoamericana, ha de suscitar
dudas, debates y divergencias de opinión entre sus protagonistas,
en los que se entremezclaban deseos y esperanzas con temores e
inercias. Las fracturas que vertebraban las sociedades indianas
(criollos frente a peninsulares, indios y mestizos frente a blancos,
leales realistas frente a patriotas americanos), unidas a la creciente
influencia del pensamiento liberal encarnado por las revoluciones
norteamericana y francesa, añadían a todo esto un nuevo debate
entre la tradición, monarquía y la religión, por un lado, frente a la
modernidad, constitución y libreralismo, por el otro. Todos estos
elementos se encontrarían en el texto seleccionado para dar carta
de naturaleza a la naciente nación.
El acta de independencia sorprende por varios motivos. El pri-
mero de ellos es, sin duda, su concisión. En apenas dos párrafos,
el Congreso de Tucumán lograba condensar la larga lista de moti-
vaciones que habían llevado a los patriotas a cortar definitivamente
las amarras con la metrópoli.
El texto, tal y como fue recogido por el secretario de actas del
Congreso, reza como sigue:
En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a
nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis, terminada
la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó
sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto y sagrado obje-
to de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal,
constante y decidido el clamor del territorio entero por su eman-
cipación solemne del poder despótico de los reyes de España, los
representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la
profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés
que demanda la sanción de la suerte suya pueblos representados

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS
y posteridad. A su término fueron preguntados ¿Si quieren que las
provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los
reyes de España y su metrópoli? Aclamaron primeramente llenos de
santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su
unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país,
fixando en su vitual la declaración siguiente: Nos, los representan-
tes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso
general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y
por la autoridad de los pueblos que representamos, protextando al
Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla
nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que
es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los
violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar
los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter
de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus
sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho
con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia,
e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada
una de ellas así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose
por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad bajo
el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a
quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto
que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos
fundamentos impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la
sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del
Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios31.
El texto mezcla, como se aprecia, elementos tradicionales con
otros de la modernidad encarnada en el legado de las revoluciones
francesa y americana del último cuarto del siglo XVIII. Entre las
primeras, sin duda destaca el papel otorgado a la religión, con
las constantes invocaciones a la justicia divina como fuente pri-
mera del derecho de las naciones a regirse con justicia. También
31
En una sesión secreta posterior, tenida el 19 de julio de aquel mismo año, el Congreso aprobó una
modificación del acta de independencia propuesta por el diputado Mariano Medrano, que añadía tras la
frase “independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, la frase “y de toda dominación
extranjera”.

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ÓSCAR ÁLVAREZ G.: LOS VASCOS EN LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
cabe citarse entre los elementos tradicionales de su discurso, la
referencia a los lazos entre las Provincias Unidas y la figura del
monarca y sus sucesores, elemento que evoca la idea de una es-
tructura social basada todavía en las reminiscencias de los lazos
feudales entre señores y vasallos. Pero al mismo tiempo, aparecen
en todo momento referencias a la voluntad soberana de la nación
y el pueblo como fuente de derecho para justificar la ruptura, que
en este caso no es contra la figura de un monarca, sino contra
otra nación. Los argentinos se independizaron de la herencia del
Antiguo Régimen, renunciando a los lazos con los monarcas espa-
ñoles, pero también se independizaron con una visión de futuro,
al proclamar la separación entre un pueblo español y un pueblo
“americano”, luego argentino, tal y como se desarrollaría ideoló-
gicamente a lo largo del siglo XIX con el despertar de los nacio-
nalismos en Occidente. Argentina nacía al mundo como nación al
filo de la primera década del siglo XIX; en la última década, sería
el propio País Vasco el que vería nacer los primeros pasos de su
particular versión del nacionalismo, cuestión que ha marcado el
devenir histórico de Euskal Herria durante todo el siglo XX.

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Además de las obras a las que nos hemos referido a lo largo de este artículo, podemos
recomendar también al lector interesado en conocer más sobre este periodo y la par-
ticipación de los vascos en la Independencia argentina, las siguientes obras:
ARZADUN Y ZABALA, Juan; Albores de la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1910.
RAPOPORT, M.; E. MADRID, A. MUSACCHIO y R. VICENTE; Historia económica, politica y
social de la Argentina (1880-2003); Bogotá, Planeta Colombiana Editorial SA, 2006.
FRADKIN, Raúl O.M ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de
la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros,
2008.
MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan; Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Ma-
drid, Mapfre, 1992.
ACEVEDO, Edberto Óscar; La independencia de Argentina, Madrid, Mapfre, 1992.

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LOS VASCOS EN LAS INDEPENDENCIAS AMERICANAS

ACTA DE LA DECLARACIÓN
DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
(9 de julio de 1816)

E n la benemérita y muy digna Ciudad de san Miguel de Tucu-


mán a nueve días del mes de Julio de mil ochocientos diez y
seis. Terminada la sesión ordinaria el Congreso de la Provincias
Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, au-
gusto, y sagrado objeto de la independencia de los Pueblos que lo
forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio
entero por su emancipación solemne del poder despótico de los
reyes de España; los Representantes, sin embargo, consagraron a
tan arduo toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus
intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya,
la de los Pueblos representados y la de toda la posteridad. A su
término fueron preguntados: Si querían que las Provincias de la
Unión fuesen una Nación libre e independiente de los Reyes de
España y su Metrópoli. Aclamaron primero llenos del santo ardor
de la justicia, y uno a uno reiteraban sucesivamente su unánime
y espontáneo decidido voto por la independencia del País, fijando
en su virtud la determinación siguiente:
Nos los Representantes de las Provincias Unidas en Sud Améri-
ca, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside
al universo, en el nombre y por la autoridad de los Pueblos que
representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres
todos del globo, la justicia que regla nuestros votos: Declaramos
solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e in-
dudable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las
ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos que fueron
despojadas, e investirse del alto carácter de una Nación libre e
independiente del Rey Fernando VII sus sucesores y Metrópoli.
Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno
poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cú-
mulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así
lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro

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ACTA DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA ARGENTINA
medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro
y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes
corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que
se debe a la Naciones, detállense en un Manifiesto los gravísimos
fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.
Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada
con el sello del Congreso y refrendada por nuestros Diputados
Secretarios. Francisco Narciso de Laprida, diputado por San
Juan, presidente; Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por
Salta; Doctor Antonio Saenz, diputado de Buenos Ayres, Fran
Cayetano Josef Rodríguez, diputado por Buenos Ayres; Doctor
Pedro Medran, diputado por Buenos Ayres; Doctor Manuel An-
tonio Acevedo, diputado por Catamarca; Doctor Josef Ignacio de
Gorriti, diputado por Salta; Doctor Josef Andrés Pacheco de Melo,
diputado por chichas; Doctor Teodoro Sánchez de Bustamente,
diputado por la Ciudad de Jujuy y su Territorio; Eduardo Pérez
Vulnez, diputado por Córdoba; Tomás Godoy Cruz, diputado por
Mendoza; Doctor Pedro Miguel Araoz, diputado por la Capital del
Tucumán; Doctor Esteban Agustín Gazcón, diputado por la Pro-
vincia de Buenos Ayres; Pedro Francisco de Uriarte , diputado por
Santiago del Estero; Pedro León Gallo, diputado de Santiago del
Estero; Pedro Ignadio Rivera, diputado de Mizque; Doctor Maria-
no Sánchez de Loria, diputado por Charcas; Doctor Josef Severo
Malavia, Diputado por Charcas, Doctor Pedro Ignacio de Castro
Barros, diputado por la Rioja; Licenciado Jerónimo Salguero de
Cabrera y Cabrera, diputado por Córdoba; Doctor Josef Colombres,
diputado por Catamarca; Doctor Josef Ignacio Tamez, diputado
por Tucumán; Fray Justo de Santa María de Oro, diputado por
San Juan; Josef Antonio Cabrera, diputado por Córdoba; Doctor
Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza; Tomás Manuel de
Anchorena, diputado de Buenos Ayres, secretario.
Testado: reiteraron, no vale.
Es copia. Dr. Serrano, diputado secretario.

Salón Rojo del Palacio Q


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Fuente: Web del Estado

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